viernes, 20 de febrero de 2009

DENTRO DEL CUERPO ( y III )


No sabía cuanto tiempo permaneció en ese estado. Cuando despertó se hallaba en un lugar distinto. La luz intensísima de una lámpara de flexo le daba directamente en la cara, deslumbrándole. Se hallaba en una celda. Observó que estaba limpísima, impoluta. Toda pintada de blanco, el mismo color del suelo. Era lo bastante amplia como para poder dar algunos pasos por ella, pero prefirió quedarse tumbado en la cama, pues se encontraba mareado y débil por su experiencia de los días anteriores. Una cámara inaccesible, en lo más alto del techo, le vigilaba. En la pared había un retrato de la Virgen del Pilar. En una mesita encontró comida. Alargando el brazo se hizo con el plato y devoró su contenido. Enseguida volvieron la somnolencia y las pesadillas irracionales.

Debió transcurrir un largo periodo de tiempo ¿días, semanas? hasta que se recuperó del todo y pudo hacer un poco de ejercicio en su celda. Hasta entonces no había visto presencia humana alguna. Le pareció que aprovechaban su sueño para cambiarle la comida. Para aquel entonces estaba ya resignado a no ser dueño de su propio destino. Había caído en una especie de trampa, pero no sabía con que objeto ni podía darle un sentido a todo aquello. Se limitaba a esperar. Se entretenía intentando realizar un esquema mental del laberinto que había atravesado, de su estructura, de su significado, pero no llegaba a conclusión alguna. Pensaba en su familia, pero en realidad no les echaba de menos. Era como si pertenecieran a otro mundo distinto.

Al fín un día recibió una visita. Era el oficial que le había interrogado, flanqueado por dos compañeros de menor rango. Vestían uniforme negro de gala, con sus bandas amarillas y el característico tricornio. El oficial era un hombre de una imponente presencia física. Su característica principal era una mirada intensísima que a la vez convencía e intimidaba al interlocutor.

- Aquí tenemos a un futuro miembro del Cuerpo - dijo.

Se levantó de su catre. Les pidió humildemente explicaciones, les rogó que le sacaran de allí, prometiéndoles no contar nada a nadie. Su rostro era la imagen de la desesperación misma.

- No se preocupe, pronto todo estará claro para usted, tranquilícese. Todo esto era desgraciadamente necesario. Sé que ha sido desagradable, pero se ha comportado como esperábamos, como un hombre. Ha sido usted seleccionado para ser miembro de la Benemérita. Lo lleva usted en la sangre, aunque no lo sepa. Su afán por la disciplina, su gusto por cumplir órdenes, su predisposición a agradar a sus superiores... Son todas ellas las cualidades que buscamos para nuestro Cuerpo Especial. Y éstas no se pueden evaluar mediante las tradicionales oposiciones, sino observando las reacciones del candidato a una situación límite provocada por nosotros mismos.

En este punto su mirada denotaba una mezcla de incredulidad y fascinación. Las palabras del oficial ejercían un efecto hipnotizante sobre él. Quería seguir escuchando.

- Lo que usted y el resto de ciudadanos conoce de nuestra institución es solo la punta del iceberg. En realidad nuestro Cuerpo Secreto, el Cuerpo al que usted va a pertenecer sostiene desde hace decenios una guerra soterrada por el poder, porque creemos que estamos mucho más capacitados que los políticos para llevar las riendas del país. Necesitamos hombres de espíritu fuerte en nuestras filas, hombres que se comprometan, con voluntad de hierro y capaces de obedecer órdenes sin cuestionarlas. Hombres como usted. No le voy a dar a elegir si acepta o no el nombramiento, porque por el mero hecho de estar aquí, ya lo ha aceptado. En cuanto le coloque su tricornio sobre la cabeza, su voluntad será nuestra y su existencia solo tendrá sentido en la obediencia y fidelidad a la Benemérita. Personas de tan gran influencia como el papa Benedicto XVI nos apoyan. Cuando aceptó y se colocó públicamente el tricornio no fue por hacer un gesto simpático ante las cámaras. Aquello tuvo un significado más profundo, que se le escapa al vulgo. Ahora es un adalid incondicional de nuestra causa. Solo hombres con una voluntad de hierro como él o como usted son aptos para tan alta empresa. Tenga, póngaselo.

Al tomar el tricornio entre sus manos le pareció estar viviendo el momento culminante de su vida, se sentía como un noble medieval al ser nombrado caballero por su señor. El miedo y las dudas anteriores le parecían ahora absurdas, se disipaban como una neblina pasajera. Al colocarlo sobre su cráneo, todo quedó claro para él. Su entrega a la causa era completa desde ese instante.

Así pues, desocupado lector, si este testimonio ha llegado a tus manos es porque llevamos tiempo observándote y te consideramos un ser especial, por encima del rebaño. Dirígete al cuartel de la Guardia Civil más próximo, siéntate distraídamente en un banco y espera. Nosotros nos ocuparemos de todo.

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