viernes, 24 de abril de 2009

ÚLTIMAS VOLUNTADES ( II )



II

La primera vez que me vio yo era un adolescente desocupado que andaba vagabundeando entre los pasillos, observando los libros que jamás podría comprar. Como me dejaba caer por allí de vez en cuando, me obsequió con el primer libro que poseí, "Dos años de vacaciones", de Julio Verne. Esta lectura contagió en mí el virus de la literatura y fue la semilla que hizo que más tarde me contratara para trabajar para él. En la novela, un grupo de muchachos naufraga en una isla desierta y, con su ingenio y una perfecta organización logran salir adelante hasta que son posteriormente rescatados. Esta visión optimista de la vida, idónea para mi adolescencia, cambió cuando maduré y el doctor me recetó otro libro, con el mismo argumento pero distinto resultado, "El señor de las moscas", de William Golding. También aquí unos muchachos debían convivir en una isla desierta, pero aquí no colaboraban, sino que disputaban entre sí y los más fuertes se imponían a los más débiles. "Así es la vida realmente", fue su lacónico comentario cuando terminé de leerlo.

Este lugar idílico, este remanso de cultura se mantuvo así muchos años. Una clientela fiel y el boca a boca conservaron la fama de la librería y de su ilustre dueño, hasta que, poco a poco, las cosas empezaron a cambiar cuando abrieron un nuevo establecimiento en la misma calle. También se dedicaba a la venta de libros, pero con unos métodos muy diferentes. Ofrecían principalmente una serie de best-sellers, con portadas de colores chillones, mediante unos métodos publicitarios muy agresivos. No intentaban convencer al posible lector con argumentos, sino con cifras de ventas, bien visibles en la cubierta del volumen. La librería tenía varias plantas, dedicándose también a la venta de películas, música, ordenadores, electrodomésticos... Una combinación que don Benigno no lograba entender, pero que estaba afectando a su negocio. La gente ya no buscaba sus consejos, sino que se dejaba guiar por los atractivos montones de libros colocados estrategicamente, más hijos de una agresiva campaña de marketing quede la mente de un escritor. Ante la nueva realidad, don Benigno no tuvo más remedio que hacer de tripas corazón y adoptar los métodos de su competencia. Lentamente, su librería fue perdiendo su esencia y él fue perdiendo sus ganas de vivir. Su librería ya no era su librería, sino un almacén de libros, un libródromo. Lo peor de todo es que ya nadie le pedía consejo. Parecía que de pronto, toda la gente necesitara el mismo libro y que ya no tuviera clientes, sino consumidores. Noté que desde entonces fue envejeciendo tan rápido como lo hacían esos libros de ventas millonarias y vacíos de contenido.


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