miércoles, 14 de octubre de 2009

ÁGORA (2009), DE ALEJANDRO AMENÁBAR. TRATADO SOBRE LA INTOLERANCIA.


No voy a descubrir aquí que la carrera de Alejandro Amenábar es una de las más sorprendentes del cine español. Fundamentalmente se basa en que le han dejado hacer lo que ha querido y le ha salido muy bien. Si sus dos primeras realizaciones se sostenian en dosis de suspense muy bien administradas (y, por qué no decirlo, en el magnífico trabajo de Eduardo Noriega), a mi entender en "Los otros", bajaba un poco el nivel, entregando una cinta de terror psicológico demasiado convencional. "Mar adentro", quizá su película más arriesgada y, a la postre, el mayor de sus triunfos, sorprendió a propios y extraños por el acertado acercamiento a un asunto tan delicado como la eutanasia.

Lo cierto es que con tan pocas películas en su haber, Amenábar se ha ganado un estatus privilegiado, lo cual le da absoluta libertad para elegir sus proyectos y tomarse el tiempo necesario para desarrollarlos. Y eso se nota en muchas características de la parcialmente fallida "Ágora". El director pretende en esta ocasión elaborar un depurado discurso acerca de la intolerancia religiosa, acerca del origen de esos fundamentalismos que hoy nos siguen acechando. Y es un acierto remontarse al siglo IV y revivir al hasta hace poco semidesconocido personaje de Hipatia de Alejandría, que se nos presenta aquí como una lúcida filósofa y astrónoma cuyos únicos dogmas son el conocimiento, la verdad y la filosofía. Su vida entera está consagrada a estos ideales y ni siquiera el amor (y mucho menos el sexo) son capaces de interponerse en su búsqueda del saber.

Hasta el momento en que transcurre la película el Imperio Romano apenas había sufrido conflictos religiosos, por el mero hecho de haber sido absolutamente tolerante con el resto de creencias e integrar a dioses extranjeros en su propio panteón. Con el Cristianismo sucedió algo totalmente distinto, pues se trató de una religión diferente, incompatible con todas las demás creencias. La película retrata la creciente influencia de los cristianos en Alejandría, el conflicto desatado frente al paganismo (y posteriormente frente al judaísmo) donde ambos bandos cometen atropellos y barbaridades, a pesar de las advertencias de la única mente lúcida entre aquella vorágine, la de Hipatia, que no hace más que recordar lo que es evidente para todos, pero nuestra ceguera nos impide ver: que es mucho más lo que une a los hombres que lo que los separa.

Hace poco, navegando por alguno de los blogs laicistas por los que suelo dejarme caer de vez en cuando, encontré un curioso gráfico en el que se describía mediante una curva la evolución de la ciencia a través de los siglos. Si en la Antiguedad la línea era claramente ascendente, durante la Edad Media, coincidiendo con el auge del Cristianismo, existe un estremecedor vacío, un retroceso brutal, que solo empieza a remontar con la llegada del Renacimiento. La película refleja muy bien este hecho incontestable a través de la desoladora secuencia de la ruina de la mítica biblioteca de Alejandría: el saber acumulado pacientemente durante siglos es destruído en pocos minutos por una turba de cristianos sedientos de sangre pagana. Los hasta no hace mucho perseguidos se han transformado en impecables perseguidores. Como suele ocurrir con todos los fanatismos, la destrucción de libros es una medida necesaria para cambiar la sociedad, para crear a un hombre nuevo modelado únicamente con la doctrina permitida, la única verdadera. Para aquel entonces las enseñanzas originarias de un tal Jesucristo han sido ya olvidadas o tergiversadas. En una reveladora escena se llega a decir que la capacidad de perdonar solo es facultad del propio Jesús, no de los simples cristianos de base. Esto explica mucho de lo que vendría luego. En cualquier caso, Hipatia, la filósofa mártir, no quiere renunciar a sus ideas. Probablemente, siempre siguiendo el guión de la película, pues de la historia auténtica apenas conocemos nada, fue una de las primeras mujeres acusadas de brujería.

La norma general de este tipo de superproducciones históricas dicta que el vestuario y los decorados deben ser espectacularmente fieles a la época que se está retratando y que el guión debe tratar temas universales, extrapolables siempre a la época actual. En esto la película de Amenábar es impecable y consigue lo que pretende: suscitar debate, a pesar de que no me diga nada que no supiera ya.

Obligado es destacar el reflejo de la pasión por la astronomía del propio director en el retrato de la filósofa, que dedica sus esfuerzos a tratar de establecer las leyes que rigen el movimiento de los astros en el firmamento. Amenábar quiere poner énfasis en el hecho de que somos diminutos como hormigas en la inmensidad del universo y tal parecen los humanos en las secuencias de movimientos de masas vistas desde muy arriba. A veces la cámara se aleja tanto que vemos a la Tierra suspendida en el espacio, en unas secuencias de estilo documental que no vienen muy al caso, pues perdemos la perspectiva de la acción a cambio de unas imágenes preciosistas, pero vacías de contenido. Un evidente homenaje del director a la serie "Cosmos", de Carl Sagan en la que, según parece, escuchó por vez primera el nombre de Hipatia.

A pesar de algunos defectos, como la frialdad de los personajes, con los que difícilmente podemos identificarnos, "Ágora" resulta ser una propuesta muy interesante, una reflexión sobre la decadencia, sobre como las bases que sostienen el conocimiento son mucho más endebles de lo que podemos imaginar. A veces lo dogmático resulta mucho más atractivo y fácil de digerir por las masas que lo científico o racional. Es un peligro para el que nunca sobran las advertencias.

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