viernes, 9 de octubre de 2009

TOLEDO.


Despertar por la mañana y poder admirar desde la ventana de tu habitación el famoso perfil de Toledo resulta todo un privilegio (se puede pinchar en la foto para verla mejor). A Toledo se le suele denominar la "ciudad de las tres culturas". Evidentemente esto es cosa del pasado, asunto de novelas magníficas como "La judía de Toledo", de Lion Feuchtwanger o "El puente de Alcántara", de Frank Baer.

En la actualidad el centro de Toledo es una especie de ciudad-museo, que se aparece a mis ojos exactamente igual que en mis dos visitas anteriores, la primera de ellas hace casi veinticinco años. Yo aconsejo al viajero experimentar una primera toma de contacto nocturna, que es cuando la ciudad adquiere su auténtico aire misterioso, de pasado suspendido que nos susurra al oido miles de historias de esplendor y decadencia. Las cadenas de los antiguos cautivos cristianos liberados durante la conquista de Málaga, que cuelgan en la fachada de San Juan de los Reyes nos hablan claramente de la desesperanza que produce la falta de libertad. Los callejones de la judería están solo levemente iluminados. Quizá los espíritus de sus antiguos habitantes se reunan a rezar en alguna de las sinagogas que quedan en pie.

Al salir el Sol el hechizo se rompe en parte. Aparece otra Toledo, más monumental y más solemne, mucho más prosaica. La catedral apabulla por sus muchos tesoros y su sacristía repleta de cuadros de primera categoría con "El expolio" de El Greco como mejor ejemplo. Nos sorprende encontrar una capilla mozárabe, fruto del celo del cardenal Cisneros por preservar un rito que aún era practicado en el siglo XVI por numerosos ciudadanos, y que proviene de la época visigoda. El retablo de la capilla mayor, así como su magnífica reja son absolutamente indescriptibles por su belleza. Lo mejor es sentarse y contemplarlos para ir asimilando las diversas escenas que lo componen. Quizá el objeto más famoso de la catedral es la custodia de Enrique de Arfe , una auténtica obra maestra, realizada con la mayor exquisitez, para mayor gloria de la Iglesia, que contaba con los medios para permitirse semejante tesoro. No ha perdido tan excelsa tradición la Iglesia de nuestros días, por lo que puede verse en las vitrinas algún valioso objeto de adquisición muy reciente, encargado como autohomenaje por parte de algún Cardenal Primado. Aunque el Reino de Dios se supone que no es de este mundo, su lustre sí que lo es.

Aunque el monumento más visitado de Toledo es la catedral, hay mucho más que ver en la antigua ciudad. No hay que perderse el claustro de la ya mencionada iglesia de San Juan de los Reyes, una auténtica lección de zoología fantástica. Hay que visitar las sinagogas y la primitiva mezquita del Cristo de la Luz, pedazos fundamentales, aunque ya casi olvidados de nuestra historia. Hay que ir a echar un vistazo a la imponente mole del Alcázar y rememorar una parte siniestra de esa misma historia que aún nos sigue afectando, queramos o no. Tenía mucha curiosidad, después de haber visto en un libro la imagen de unos milicianos disparando desde la plaza del Zocodover, de saber cual el la distancia entre dicha plaza y el Alcázar. Se encuentran pavorosamente cerca. Tanto que seguramente ambos bandos podían mantener conversaciones, no precisamente amistosas, desde sus respectivas posiciones. El Alcázar se encuentra en restauración para acoger el museo del ejército y no puede visitarse en la actualidad.

Hay un elemento, solo uno, de Toledo, que podría criticar. Y es que sus calles están repletas de tiendas monotemáticas, dedicadas fundamentalmente a engatusar al turista para que se lleve a casa una espada o, a poder ser, una armadura de auténtico acero toledano. Aburre pasar por tantas tiendas con el mismo reclamo en sus escaparates. Me recuerda a lo que ocurrió en el poblado de Asterix en el album "Obelix y compañía", donde el pueblo se llenaba de negocios dedicados a la venta de menhires. Es de suponer que se trata de una industria próspera, cuando existe tanta competencia. Ciertamente no pude localizar ni una sola librería (con excepción de una pequeña, de lance), entre este laberinto de calles antiguas. Es una lástima. A algunos visitantes nos gustan otro tipo de recuerdos.

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