La minoría blanca controlaba la riqueza y gozaba de un gran nivel de vida. La mayoría negra sobrevivía en medio de la pobreza y el sufrimiento. Solo un hombre como Mandela, con su actitud generosa y reconciliadora, podía ser capaz de llevar a cabo esta utopía.

El apartheid era un sistema de gobierno racista que se mantuvo en Sudáfrica durante decenios. Se basaba en la superioridad de la raza blanca, sobre todo de los antiguos colonizadores procedentes de Holanda, los boers.

La población negra, a pesar de constituir una mayoría abrumadora, vivía en los peores barrios y contaba con servicios públicos infinitamente inferiores a los de los boers. Cualquier conato de rebelión era sofocado a sangre y fuego. Sus líderes, como Mandela, iban a prisión o eran ejecutados.
Existian una serie de leyes, recogidas en el libro de Carlin, que definían el apartheid: la Ley de Servicios Separados, que disponía mejores playas u hospitales para los blancos, la Ley de Inscripción de la Población, que clasificaba a las distintas razas por orden de importancia descendente: blancos, mestizos, indios y negros y la Ley de Inmoralidad, que prohibía las relaciones amorosas entre miembros de razas distintas, aunque esto podía ser salvado si uno de los amantes solicitaba oficialmente cambiar de raza.

Como es lógico, el régimen del apartheid era uno de los más odiados del mundo. El contexto de la caída del muro de Berlín y la desaparición de los regímenes comunistas hizo advertir a los dirigentes sudafricanos que en el nuevo orden mundial su país iba a tener que afrontar cambios muy profundos.

Después de haber pasado veintisiete años en prisión, muchos de ellos en circunstancias muy difíciles, siendo huésped de una celda diminuta, Nelson Mandela se iba a convertir en el principal interlocutor del gobierno en la tarea de avanzar hacia la democracia y la igualdad de todos los ciudadanos del país, una labor titánica que pocos hombres podrían haber asumido. Para ello estudió la lengua y las costumbres de los boers y se esforzó en encontrar sus cualidades positivas.

La primera tarea de Mandela fue ir ganándose a sus enemigos, desde sus carceleros al presidente Botha. En 1990 ocurrió lo impensable: fue puesto en libertad y se dedicó a negociar con los dirigentes del país el fín del apartheid. Su actitud conciliadora, amistosa y constructiva convenció a Frederik de Klerk y a su gobierno de que una posible llegada del partido de Mandela , el Congreso Nacional Africano, no iba a significar un baño de sangre para la minoría blanca.

El peligro de guerra civil, ciertamente inminente en muchos momentos, pudo ser sofocado, en gran parte gracias al temple de Mandela, que supo ser generoso con los que hasta hacia poco habían sido sus carceleros. La aspiración de un Estado Autónomo boer dentro de la propia Sudáfrica, que abarcara las regiones más ricas del país fue poco a poco disipándose hasta quedar en nada.
En 1994 Nelson Mandela fue elegido presidente en las primeras elecciones libres por sufragio universal de toda la población en Sudáfrica.

Nada más tomar posesión, Mandela se encontró a una nación dividida. La población blanca aún andaba temerosa de la posible y justificada venganza de los que habían estado décadas oprimidos. Buena parte de la población negra quería hacer realidad este desquite.

El presidente comenzó la tarea de conseguir un consenso imposible, un gran acuerdo nacional en un país "cuya mayoría negra debería haber exigido a gritos la venganza y, sin embargo, siguiendo el ejemplo de Mandela, dio al mundo una lección de inteligencia y capacidad de perdonar" (página 13).

El rugby ha sido desde siempre la gran pasión de la población boer de Sudáfrica. Durante los años del apartheid, el Congreso Nacional Africano había conseguido el boicot de la selección nacional, algo así como si en España la selección nacional de fútbol tuviera prohibido participar en el mundial: algo que realmente dolía a la población blanca.

El nombre de la selección de rugby de Sudáfrica, los Springboks, era puro veneno a oídos de cualquier miembro de la población negra. Nada como ese nombre representaba la represión del apartheid. Mandela se propuso construir la unificación nacional a través del equipo.

El rugby como instrumento político. Algo que en principio podía parecer una idea de locos, funcionó gracias a las dotes de seducción de Mandela. El mundial de rugby de 1995, a celebrar en Sudáfrica, iba a ser el punto culminante de su estrategia de reconciliación nacional.

Nelson Mandela comenzó a visitar a la selección de rugby, se ganó el afecto de sus miembros y les hizo aprenderse el himno tradicional de los negros para que lo cantaran junto al que siempre había sido oficial al comienzo de los partidos. La población negra fue rindiéndose a la evidencia y en la final ocurrió lo impensable: todo el país estaba junto al equipo que hasta el momento había representado a los opresores. Mandela apareció en el estadio con la gorra y la camiseta de los Sprinboks y fue el delirio:

"El simbolismo era alucinante. Durante décadas Mandela había representado todo lo que más temían los blancos; durante más años todavía, la camiseta Springbok había sido el símbolo de todo lo que más odiaban los negros. Ahora, de pronto, ante los ojos de toda Sudáfrica y gran parte del mundo, los dos símbolos negativos se habían fundido para crear uno nuevo que era positivo, constructivo y bueno." (pag. 283).

La victoria de los Sprinboks y la consiguiente celebración, con abrazos entre blancos y negros fueron los mejores premios a la tarea de Mandela, un hombre que supo, con inteligencia y bondad, construir un país eliminando las semillas del odio y sustituyéndolas por las de la fraternidad.