El continente africano suele ser sinónimo de hambre, pobreza, hambruna y guerras. En muchas ocasiones, las guerras africanas ni siquiera las libran ejércitos regulares, pues la falta de un Estado consolidado hace que las lealtades sean muy volubles y los conflictos civiles se alejen de cualquier lógica, convirtiéndose en meras matanzas basadas en odios ancestrales sin sentido alguno.
En esta tesitura, los niños se convierten en las víctimas más fáciles y manipulables, reclutados a la fuerza por las milicias como única salida para sobrevivir. Según Save the children entre 300.000 y 500.000 niños son usados en conflictos de países africanos, asiáticos y sudamericanos. Una cruda realidad que, a fuerza de haberse convertido en noticia habitual se ha transformado en invisible a los ojos occidentales.

Uzodinma Iweala es un escritor estadounidense de origen nigeriano, por lo que su vida ha transcurrido entre dos mundos muy distintos. Él mismo cuenta que la idea para esta novela le llegó al contemplar una foto de un niño soldado en la revista Newsweek, "un niño negro de brazos flacuchos, cabeza grande y una mirada que acusaba al mundo por haberlo abandonado y al mismo tiempo suplicaba perdón." 

Para abordar una narración como ésta pueden escogerse dos caminos: contar una especie de cuento con buenos y malos en el que el protagonista es una víctima que al final se redime u optar por la vía mucho más difícil, cruenta y realista de Iweala, la descripción de la terrible degradación de un niño sacado por la fuerza de su entorno y arrojado como protagonista activo al infierno de una guerra que no es capaz de comprender.

El narrador, Agu, es un niño que ha llevado hasta el estallido de la guerra una vida feliz. Aficionado a la lectura desde muy pequeño, disfruta con el aprendizaje en la escuela y se siente protegido por sus padres. Un día su mundo se desmorona cuando estalla la guerra y su hogar es atacado.
A partir de ahí su vida se convierte en una espiral de violencia que sufre primero pasivamente y después, tras el encuentro con un grupo de soldados liderados por el "Comandante", como verdugo involuntario, forzado por las circunstancias y su voluntad de sobrevivir. Como colofón, es violado repetidamente por su superior, que le ofrece pequeñas recompensas por su docilidad.

Agu, como tantos otros menores, es utilizado en las violentas acciones bélicas de rapiña de este grupo errante pero no logra acostumbrarse del todo al papel que es obligado a desempeñar. Sabe que ha entrado a formar parte de una especie de infierno y que está siendo protagonistas de acciones terribles e imperdonables:

"No soy un mal chico. No soy un mal chico. Soy un soldado y un soldado no está mal si mata. Me digo esto porque se supone que el soldado tiene que matar, matar, matar. Así que yo mato, sólo estoy haciendo lo que tengo que hacer. Me canto canciones a mí mismo porque oigo muchas voces dentro de mi cabeza que me dicen que soy un mal chico. (...) Yo, un mal chico, alguien que lleva esta vida y que tiene miedo de Dios todo el rato."

El protagonista ha de pasar por pruebas que serían demoledoras para la mayoría de los adultos y seguir viviendo entre la nada más absoluta, aferrado siempre a su breve pasado feliz, esperando que algún día la guerra acabe y él pueda redimirse de alguna manera.

Las descripciones de Agu, que no escatiman detalles crueles, son siempre traumáticas, imágenes de las que nunca va a lograr desprenderse. Un discurso sobre la violencia en el que el niño, al acusarse a sí mismo, está acusando a su vez a quienes han hecho posible esta situación inaudita.
La mejor conclusión acerca del significado de la novela la ofrece el propio autor:

"Como ocurre con cualquier otra obra literaria, Bestias sin patria es un experimento, un intento puro y duro de capturar el retrato de múltiples vidas marcadas por el sufrimiento. Espero que Bestias sin patria perdure como tributo a todos aquellos que han sufrido tremendamente debido a las agresiones directas y al abandono internacional".