La historiografía española de los últimos años registra una hipertrofia de títulos dedicados al estudio de nuestra Guerra Civil. Bien es cierto que se trata de un episodio capital de nuestra historia, pero un vistazo a la sociedad de los decenios anteriores nos puede dar muchas pistas acerca de como se fue fraguando la tormenta.

La España de finales del siglo XIX era la de las novelas galdosianas, la de Cánovas, la del turno ordenado de partidos (conservador/liberal) en el poder. Una simulación de democracia absolutamente dominada por la corrupción y los intereses de los poderosos, en la que la clase obrera era sistemáticamente explotada y el índice de analfabetismo era escandaloso.

Uno de esos episodios más esclacedores de aquella época es la situación de las Minas de Riotinto: una especie de metáfora de un país, todavía oficialmente una potencia colonial, que no era capaz de poner los medios para explotar los recursos de su propio territorio.

En 1873, una compañía inglesa, la Riotinto Company Limited, compró la explotación de las minas al gobierno español por la cantidad de noventa y dos millones de pesetas. A partir de ahí, los ingleses establecieron una especie de gobierno colonial en el pueblo onubense. Tal y como hacían en sus territorios africanos o asiáticos, procuraban no mezclarse con la población local más de lo necesario y construyeron su propio asentamiento, con todas las comodidades y costumbres de la metrópoli y su propia arquitectura: el barrio de Bella Vista.

Juan Cobos Wilkins describe en la novela esta particular forma de vida:

"Riotinto era (...) un pueblo de características absolutamente anómalas en el conjunto, no ya de la provincia o de Andalucía, sino del país. Radicaba (...) en él una empresa con poder suficiente para mover ciertos hilos en el Gobierno de la nación. Los mineros, llegados de cualquier punto de la geografía española, formaron - malformaron - una comunidad de aluvión, sin raíces ni tradiciones comunes - parece que continúa apenas sin tenerlas -. La forma de vida, su ritmo incluso, estaba (...) marcada por condicionantes ajenos del entorno".

Ni que decir tiene que los trabajadores locales eran explotados prácticamente sin piedad. Riotinto era una de las cuencas mineras más productivas a nivel mundial. Y también de las más rentables, pues a la escasa retribución que se pagaba a los trabajadores por sus largas jornadas laborales se unía el método de obtención del cobre: las teleras.

Las teleras eran fundamentalmente las grandes hogueras que se producían al quemar toneladas de mineral para obtener el cobre. Se trataba de una pesadilla ecológica, que había sido prohibida en Inglaterra hacía años, pues lanzaba grandes cantidades de gases tóxicos sobre la población y los campos a muchos kilómetros a la redonda.

Además, en muchas ocasiones permanecía en los alrededores una nube de humo permanente, llamada "la manta". Los habitantes de Riotinto y de los alrededores debían subir durante esos días a las lomas más altas para respirar. Tal era el poder de la Compañía que el gobierno español llegó a declarar las teleras de utilidad pública.

Como bien escribe Fuensanta Coves Botella en el prólogo del libro 1888, el año de los tiros, de Rafael Moreno:

"La conciencia ambiental de la sociedad andaluza y española no nació, como los más jóvenes pueden pensar, a propósito del vertido minero de Bolidén ni con la catástrofe del "Prestige". En pleno siglo XIX, el sistema de explotación de las minas provocó el nacimiento de lo que hoy se calificaría como un movimiento ecologista: la Liga Antihumista, un grupo activo (agroganadero), que clamaba contra las consecuencias que la minería estaba trayendo a la comarca onubense de Riotinto".

"El corazón de la tierra" se centra en estos sucesos, acaecidos en febrero de 1888. El clima de los días anteriores había sido muy tenso, por la huelga llevada a cabo por los trabajadores de la mina. La concentración (al parecer, totalmente pacífica) reivindicativa de mejores condiciones en la explotación y fin de las teleras, derivó en un sangriento tiroteo provocado por soldados del Regimiento de Pavía desplazados desde Sevilla.

Según José Nogales, periodista republicano de la época y personaje de la novela, en una crónica de la época:

"Era un espectáculo en alto grado conmovedor el que representaba aquella muchedumbre que, ordenada y pacíficamente atravesaba los caminos de la Sierra, para exponer sus quejas y hacer evidente su ruina demandando un acuerdo. Nadie llevaba armas ¿para qué? Iban a pedir y como prueba de sus intenciones llevaban a sus mujeres y a sus hijos. Si su actitud y sus propósitos hubieran sido amenazadores no habrían puesto ante las balas de los soldados a esos inocentes seres...".

Una matanza gratuita que fue absolutamente manipulada y silenciada por los gobernantes de la época. Un acto de sumisión colonial realizado por un país soberano en su propio territorio, contra sus propios súbditos y en favor de una potencia extranjera. Un auténtico escándalo que aún escuece en las tierras donde fue cometido.

El libro de Juan Cobos Wilkins recrea estos hechos a partir de la conversación sostenida entre una anciana, que vivió de niña esos hechos y la nieta de un médico inglés de la Compañía en los años cincuenta del pasado siglo. Una especie de reconciliación tardía entre ambas partes.
Aunque la estructura de la novela y su narrativa resultan fallidas, por el poco espacio dedicado a la acción principal y el escaso desarrollo de sus personajes, su lectura resulta interesante por difundir unos acontecimientos bastante olvidados a día de hoy. Quizá hubiera sido más efectiva la escritura de un ensayo por parte del autor, que demuestra ser un gran conocedor de la historia de Riotinto y sobre todo de este episodio muy revelador de nuestra historia.