lunes, 31 de mayo de 2010

DISCURSO POLÍTICAMENTE INCORRECTO SOBRE LA SELECCIÓN ESPAÑOLA.


Desde hace unos meses nos vienen machacando desde todos los frentes posibles acerca de las grandes virtudes de "la roja". "La roja" es la nueva denominación que se ha inventado para la Selección Española, a la que yo recuerdo siempre que se le llamaba "la furia". Pero estos detalles no tienen importancia.

Lo cierto es que la Selección va a Sudáfrica sintiéndose favorita, con orgullo, con casta, con los mejores jugadores del mundo, con confianza total... y con muy poca humildad. Si echamos un vistazo al historial del equipo español en los mundiales las razones para el optimismo se esfuman como el azucarillo en el café. No obstante, la publicidad sigue bombardeándonos y presentando a los jugadores como si fueran una especie de dioses a los que debemos adorar (a mi particularmente me cae muy mal Villa por su permanente expresión chulesca, pero eso son cosas mías). Lo cierto es que con toda esta parafernalia si España sigue el guión de los últimos campeonatos del mundo, el batacazo y el ridículo van a ser antológicos.

Ojalá que no, ojalá que el equipo le de una momentánea alegría a un país que está sufriendo tanto en los últimos años, pero lo cierto es que han de saber ustedes que la broma nos saldría por un pico a los contribuyentes. Nada menos que 550.000 euros por cabeza embolsarían los miembros de "la roja" de producirse el milagro de ganar el campeonato. Por supuesto, a costa del contribuyente. Que los jugadores sean ya hipermillonarios no es razón para que hagamos un esfuerzo común y que seamos el país que más ofrece a sus jugadores si se alzan con la copa. Parece ser que el orgullo de los colores se siente con más viveza si hay un mullido colchón de euros esperando al final del camino. Todo sea por agasajar a nuestros dioses.

domingo, 30 de mayo de 2010

LA GRAN ILUSIÓN (1937), DE JEAN RENOIR. HONOR, PATRIOTISMO Y CLASES SOCIALES.

Decía el doctor Johnson que el patriotismo es el último refugio de los canallas. No quiero decir con esto que los protagonistas de esta película sean unos miserables, pero sí que son, todos y cada uno de ellos, unos patriotas incurables.

Es esta una obra de tema bélico, pero sin escenas bélicas. La mayor parte de su metraje transcurre en un par de campos de internamiento para prisioneros en Alemania. Estamos en la Primera Guerra Mundial y el resultado de la contienda es incierto. Unos días las "victorias" son para los alemanes y otros para los aliados, pero los avances de uno y otro bando son poco significativos y se efectúan al precio de enormes masacres de hombres. En esta tesitura, la situación de los protagonistas, prisioneros tratados realmente bien, casi como camaradas, por los alemanes se torna casi envidiable. Pero los protagonistas son patriotas que necesitan huir para seguir disputando la guerra. Y necesitan hacerlo a cualquier precio.

Uno de los discursos más interesantes de "La gran ilusión" es la relación que se establece entre el comandante del campo y uno de los protagonistas, un aristócrata francés. Para el primero, su verdadera patria es su clase social superior, por lo que trata al prisionero con especiales atenciones, como a su semejante. El francés, superando este pensamiento, es capaz de sacrificarse por sus compañeros. También es curioso el tratamiento de Renoir al personaje del judío de familia rica, que comparte todos los alimentos que le llegan con sus compañeros de cautiverio, una alegre pandilla en realidad, que parecen estar más en una especie de internado con reglas un poco estrictas que prisioneros de su enemigo.

Quizá la "gran ilusión" del título sea el pensamiento generalizado de la época que refleja la película de que la Gran Guerra iba a ser la guerra que acabase con todas las guerras. Cuando la película fue estrenada, nuevos vientos bélicos soplaban por Europa y el enemigo volvía a ser el mismo. El título se torna aquí amargo y casi irónico.

Gran película de Renoir, reconocida generalmente como una de las grandes obras del cine europeo. Impecable realización, guión profundo y reflexivo. Solo falta un dibujo más profundo de los personajes, que el espectador los conozca mejor y se pueda identificar con ellos. Todos son demasiado perfectos, de ideas fijas, casi sin matices. Perfectos en el servicio a la patria, quiero decir. Personalmente encontraría más humano a quien se negase a seguir combatiendo en aquella guerra tan cruel como inútil.

viernes, 28 de mayo de 2010

LAST DAYS (2005), DE GUS VAN SANT. MÚSICA Y AUTODESTRUCCIÓN.


En 2005 el prestigioso y altamente irregular Gus Van Sant entregaba una especie de crónica de los últimos días del líder de Nirvana, aunque cambiándole el nombre de Kurt por el de Blake.

Blake deambula por el bosque, se baña en un río. Blake deambula por su destartalada mansión, se pone un camisón de mujer, se peina, se cambia de ropa. Siempre desaliñado y alucinado vaga como alma en pena sin ser capaz de establecer comunicación alguna con el resto de los mortales. ¿Tiene esto algún interés? Quizá para los fans de Nirvana podía tener el morbo de ofrecer alguna explicación acerca de la llamativa muerte de su ídolo. Pero ni siquiera esto aporta. Blake se pasa la película huyendo en círculos no sabemos muy bien de qué. Las drogas embotan su cerebro y su entendimiento y solo es capaz de expresarse (y estos son los únicos buenos momentos de la película) cuando toma una guitarra y comienza a tocar.

En resumen, la película no aporta nada a los nostálgicos de Nirvana, es un ejercicio cinematográfico vacío. Solo puede tener interés para quien quiera contemplar en tiempo real la vida cotidiana de un drogadicto en las últimas. Pero esto lo retrató mejor el cineasta en la magnífica "Drugstore cowboy".

miércoles, 26 de mayo de 2010

BESTIAS SIN PATRIA (2005), DE UZODINMA IWEALA. LA BALADA DEL NIÑO SOLDADO.


Todo un descubrimiento la primera novela de Iweala. Se trata de la narración en primera persona de las terribles andanzas de un niño soldado al que roban su infancia en algún país africano. Dotada de grandes dosis de violencia, la narración es capaz de conmover al lector ante el cruel destino sufrido por Agu, el protagonista, que desde el principio tiene remordimientos por las acciones que se ve obligado a realizar. Aquí el enlace al artículo:

El continente africano suele ser sinónimo de hambre, pobreza, hambruna y guerras. En muchas ocasiones, las guerras africanas ni siquiera las libran ejércitos regulares, pues la falta de un Estado consolidado hace que las lealtades sean muy volubles y los conflictos civiles se alejen de cualquier lógica, convirtiéndose en meras matanzas basadas en odios ancestrales sin sentido alguno.
En esta tesitura, los niños se convierten en las víctimas más fáciles y manipulables, reclutados a la fuerza por las milicias como única salida para sobrevivir. Según Save the children entre 300.000 y 500.000 niños son usados en conflictos de países africanos, asiáticos y sudamericanos. Una cruda realidad que, a fuerza de haberse convertido en noticia habitual se ha transformado en invisible a los ojos occidentales.

Uzodinma Iweala es un escritor estadounidense de origen nigeriano, por lo que su vida ha transcurrido entre dos mundos muy distintos. Él mismo cuenta que la idea para esta novela le llegó al contemplar una foto de un niño soldado en la revista Newsweek, "un niño negro de brazos flacuchos, cabeza grande y una mirada que acusaba al mundo por haberlo abandonado y al mismo tiempo suplicaba perdón." 

Para abordar una narración como ésta pueden escogerse dos caminos: contar una especie de cuento con buenos y malos en el que el protagonista es una víctima que al final se redime u optar por la vía mucho más difícil, cruenta y realista de Iweala, la descripción de la terrible degradación de un niño sacado por la fuerza de su entorno y arrojado como protagonista activo al infierno de una guerra que no es capaz de comprender.

El narrador, Agu, es un niño que ha llevado hasta el estallido de la guerra una vida feliz. Aficionado a la lectura desde muy pequeño, disfruta con el aprendizaje en la escuela y se siente protegido por sus padres. Un día su mundo se desmorona cuando estalla la guerra y su hogar es atacado.
A partir de ahí su vida se convierte en una espiral de violencia que sufre primero pasivamente y después, tras el encuentro con un grupo de soldados liderados por el "Comandante", como verdugo involuntario, forzado por las circunstancias y su voluntad de sobrevivir. Como colofón, es violado repetidamente por su superior, que le ofrece pequeñas recompensas por su docilidad.

Agu, como tantos otros menores, es utilizado en las violentas acciones bélicas de rapiña de este grupo errante pero no logra acostumbrarse del todo al papel que es obligado a desempeñar. Sabe que ha entrado a formar parte de una especie de infierno y que está siendo protagonistas de acciones terribles e imperdonables:

"No soy un mal chico. No soy un mal chico. Soy un soldado y un soldado no está mal si mata. Me digo esto porque se supone que el soldado tiene que matar, matar, matar. Así que yo mato, sólo estoy haciendo lo que tengo que hacer. Me canto canciones a mí mismo porque oigo muchas voces dentro de mi cabeza que me dicen que soy un mal chico. (...) Yo, un mal chico, alguien que lleva esta vida y que tiene miedo de Dios todo el rato."

El protagonista ha de pasar por pruebas que serían demoledoras para la mayoría de los adultos y seguir viviendo entre la nada más absoluta, aferrado siempre a su breve pasado feliz, esperando que algún día la guerra acabe y él pueda redimirse de alguna manera.

Las descripciones de Agu, que no escatiman detalles crueles, son siempre traumáticas, imágenes de las que nunca va a lograr desprenderse. Un discurso sobre la violencia en el que el niño, al acusarse a sí mismo, está acusando a su vez a quienes han hecho posible esta situación inaudita.
La mejor conclusión acerca del significado de la novela la ofrece el propio autor:

"Como ocurre con cualquier otra obra literaria, Bestias sin patria es un experimento, un intento puro y duro de capturar el retrato de múltiples vidas marcadas por el sufrimiento. Espero que Bestias sin patria perdure como tributo a todos aquellos que han sufrido tremendamente debido a las agresiones directas y al abandono internacional".

TWO LOVERS (2008), DE JAMES GRAY. EL LABERINTO SENTIMENTAL.


Vendida como un estreno muy prestigioso, de cine de autor, pero distribuida en muchas salas, avalada por muy buenas críticas, la película tenía a priori todos los ingredientes para hacerme pasar una buena velada cinematográfica. Pero me he llevado una decepción mayúscula.

La historia comienza de manera prometedora, con Leonard, el protagonista, abatido por una traumática ruptura sentimental, intentando suicidarse. En el último momento se arrepiente, deja que le ayuden y abandona precipitadamente el muelle desde el que se tiró al mar. Vuelve a casa, vive con sus padres, unos padres complacientes y comprensivos, dueños de una tintorería que da trabajo también a su hijo. Leonard, para más señas, padece un transtorno bipolar. A partir de aquí, según mi humilde parecer, las situaciones que se suceden son absurdas y forzadas. Leonard, sin el más mínimo esfuerzo y sin esperarlo, seduce prácticamente a la vez a dos hermosas mujeres: Sandra, la hija de los futuros socios de sus padres, una joven que dice haberse enamorado de él con solo mirarle y que le ofrece cuidarle sabiendo de su enfermedad y Michelle, la vecina de arriba, que le pide consejo en una relación complicada con un hombre casado.

Los diálogos del film son bastante espurios, no son creibles en ningún momento, al igual que las acciones de las protagonistas femeninas, siempre complacientes y rendidas a los deseos de Leonard, que se gana sus simpatías sin esfuerzo alguno. Lo cierto es que en pantalla estamos viendo a actores que han pasado ampliamente los treinta (alguno se acerca más a los cuarenta), comportándose como veinteañeros, indecisos, irreflexivos e impulsivos al tomar importantísimas decisiones y, lo que es más grave, cambiando de sentimientos cada cuarto de hora como si tal cosa. Una pequeña gran decepción. ¿Qué habrá visto la crítica en esta película?

jueves, 20 de mayo de 2010

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO (2009), DE ROBERT SCHWENTKE. EL CAOS EN SUS MANOS.


Ir al cine en estos tiempos se ha convertido en un ejercicio demasiado convencional y falto de la magia de antaño. El noventa por ciento de las salas se encuentran en centros comerciales dotados de su correspondiente Carrefour, Springfield o McDonald y todas suelen tener las mismas películas, siempre las más taquilleras. Hollywood apuesta sobre seguro: películas románticas protagonizadas por Jennifer Aniston o Sandra Bullock, comedias sin gracia de Steve Carell o algún remake en 3D. Poco más. Quien quiera ver un cine diferente lo tiene muy difícil si no vive en las grandes capitales. Está el dvd, sí, pero todavía no es una experiencia semejante a la de acudir a una sala de cine.

Entre las dificultades de elección en una cartelera clónica y poco seductora el otro día elegimos esta película, de la que yo había leído algunas críticas aceptables. Lo cierto es que, en el panorama actual, su guión y realización aportan una dosis de frescura aunque, eso sí, sin demasiados riesgos.

Henry es un hombre con una genética singular. Es un viajero en el tiempo, pero no como todos nosotros que avanzamos siempre a la misma velocidad hacia el futuro, sino de un modo caótico. De vez en cuando, sin razón aparente, desaparece de su ubicación espaciotemporal actual para aparecer desnudo en el pasado o en el futuro, siempre en el ámbito temporal de su existencia. Henry aprovecha estos viajes para ir enamorando desde niña a Clare, que se convertirá en su sufrida pareja, siempre temiendo los desvanecimientos en el aire de su esposo, ya que nunca sabe cuanto va a tardar en volver y en que estado lo hará. A veces vuelve después de haber estado con ella misma en el pasado.

La película va dosificando todas estas explicaciones para que el espectador vaya entrando poco a poco en esta lógica y se interese por el destino de los personajes y como sobrellevan esta peculiar forma de vida, que resulta un pequeño infierno para ambos. El director hace avanzar hábilmente la trama con saltos en el tiempo muy bien llevados para que podamos seguir la historia de Henry. El guión cae a veces en la sensiblería, pero sin manipular en ningún momento al espectador.

Si hay que ponerle algún pero sería al absoluto protagonismo de los dos personajes principales y la falta de aprovechamiento de los secundarios, como esa pareja de amigos que apenas aparece y que han tenido un importante papel en la trama del que apenas tenemos noticia. La escena en la que Henry se despide de su amigo carece de la fuerza necesaria porque apenas conocemos a éste. En todo caso, el film es una buena opción a la hora de elegir una realización con unas mínimas exigencias de calidad y se encuentra bien distribuida, por lo que pueden encontrarla seguramente en su centro comercial más cercano.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA MARSELLESA (1938), DE JEAN RENOIR. LIBERTAD, IGUALDAD Y, SOBRE TODO, FRATERNIDAD.


Lo primero que hay que hacer para efectuar una valoración de esta película es situarla en su contexto histórico: el final de la década de los treinta era un periodo muy convulso para Francia. En la vecina España se libraba una cruenta Guerra Civil que estaba ganando Franco, ayudado por nazis e italianos. Francia comenzaba a sentirse rodeada por enemigos y acosada por una Alemania cada vez más agresiva. Quizá esta película sirviera de estímulo apelando a una época de gloria para el país: la de la Revolución.

"La Marsellesa" cuenta algunos episodios revolucionarios desde la óptica de los más humildes, de un grupo de personajes extramadamente idealistas que pretende cambiar radicalmente el status quo, unos personajes que hacen de la fraternidad su modo de vida. Demasiado bondadosos. Unos estereotipos demasiado obvios, que quieren resaltar el poder del pueblo en su lucha contra unos opresores retratados también de forma caricaturesca: desde el rey hasta los nobles exiliados.

Lo cierto es que como película histórica nos vale bien poco. Las acciones de los personajes son demasiado teatrales y poco realistas, salvo en el asalto final a las Tullerías, filmado con pulso por Renoir. El resto queda como un simulacro bien narrado, pero sin alma. Se obvia demasiado en la película la parte más terrorífica de la Revolución que, si bien nos dejó abundantes beneficios que podemos seguir disfrutando hoy día, el camino hacia tales resultados no fue tan cándido como nos quieren mostrar aquí, sino que estuvo sazonado con abundantes dosis de sangre y terror.

viernes, 14 de mayo de 2010

NUESTRO CORAZÓN (1890), DE GUY DE MAUPASSANT. LA MUJER MODERNA.


Muy apasionante el debate de ayer en el club de lectura, de una novela de apariencia un poco frívola, pero que tiene más sustancia de lo que puede parecer. Hubo opiniones contrarias y muy diversas, tanto en la valoración literaria como estrictamente en la interpretación de las intenciones del autor. Aquí el artículo:

La gran novela del siglo XIX podría ser definida como la cumbre de la narrativa, sin desmerecer obras posteriores. Suele distinguirse por ciertas características que pueden resumirse en la pretensión de reflejar la realidad de la manera más fiel posible, ya sea en las descripciones urbanas o paisajísticas o en el discurso interior de los personajes. Suele ser narrada desde un punto de vista omnisciente, el de aquel que conoce hasta el más mínimo detalle de sus criaturas y su entorno.

Guy de Maupassant no es tan buen novelista como maestro del cuento. Esto puede comprobarse con la lectura de su estupenda antología de relatos de horror liderados por "El horla", una auténtica obra maestra del terror psicológico. Él mismo propone una preciosa definición de la utilidad de la escritura en esta misma novela:

"(...)la escritura es siempre la mejor forma de calar en las personas. La palabra deslumbra y engaña, porque el rostro la interpreta, porque la vemos salir de los labios; y los labios agradan y los ojos seducen. Pero las palabras negras sobre el papel blanco son el alma al desnudo".

"Nuestro corazón" cuenta la historia de un enamoramiento, el que padece el protagonista cuando conoce a una de las mujeres de moda parisinas, una bella, acaudalada y joven viuda que organiza constantemente veladas en su casa donde acuden los personajes del momento. André Mariolle es también un hombre tocado por la fortuna, sin dificultades económicas, que hasta el momento ha llevado una vida gris y monótona, sin destacar en nada especial. Al enamorarse de la señora Burne parece sentirse más vivo que nunca, pero a la vez se convierte en un ser desdichado, en busca de una quimera.

En realidad la señora Burne corresponde a su amado, hasta de una manera demasiado decidida para su gusto, pero su manera de querer no es suficiente para él, que busca algo más tradicional y profundo. Ella utiliza su poder sobre él para manejarlo a su antojo, no con mala intención, pero sin querer nunca romper la promesa que se hizo a sí misma de no volver a casarse, después de haber tenido una mala experiencia con su primer marido.

La señora Burne no sigue la tradición de personajes decimonónicos como Madame Bovary o la Regenta, personajes pasivos que esperan la iniciativa de su correspondiente galán y que acaban entregándose por completo y de manera inconsciente a la pasión. Ella es una mujer mucho más racional y mundana, que pone límites a su capacidad de amar. Y no es que deje de informar de ello a Mariolle, pero éste sigue sufriendo e intentando llegar más lejos.

La principal novedad de esta novela frente a la tradición de años anteriores no es tanto su estilo, donde sigue imperando la descripción realista y la penetración psicológica, sino las circunstancias y comportamientos de su protagonista femenina, una mujer liberada. Liberada no por convicciones feministas ni nada parecido, sino por su desmesurada egolatría, lo que le hace desear constantemente ser el centro de atención del París más galante y frívolo. No es esta una novela que se ocupe de temas sociales, sino de una determinada sociedad, la que gozaba de un mejor nivel de vida en la Francia de la época.

Poco tienen que ver las reuniones que organiza la señora Burne con los famosos salones de los ilustrados del siglo XVIII. De las discusiones científicas y literarias, aquí pasamos más bien a los pequeños duelos de ingenio y, sobre todo, a los chismes de sociedad, algo que Mariolle odia con toda su alma:

"Se le despertó de pronto a Mariolle en el corazón un arrebato de ira, algo así como un sentimiento de odio, y también una repentina irritación contra toda aquella gente, contra la vida de todas aquellas personas, su forma de pensar, sus aficiones, sus fútiles gustos, sus diversiones de muñecos."

La novela, última que publicó Maupassant antes de morir de locura, está sujeta a diversas interpretaciones. La mujer protagonista, dotada de un espíritu que pocas lectoras reconocen como femenino, puede ser un trasunto del propio autor, pues Maupassant fue un seductor en los salones parisinos.

Para otros lectores puede tratarse de una venganza del propio Maupassant contra alguna mujer que no cayó en sus redes o incluso de un caso de misoginia patológica por parte del autor reflejada en la caracterización de su personaje.

miércoles, 12 de mayo de 2010

EL HUNDIMIENTO.


Se le veía preocupado a Zapatero cuando subía a la tribuna del Congreso esta mañana, como si hubiera dormido mal. No era para menos, iba a anunciar que dejaba de ser el presidente que quería pasar a la historia de España como el más social para transformarse de la noche a la mañana en todo lo contrario.

¿Cómo hemos llegado a esto? Lo cierto es que, sin tener que echarle toda la culpa al gobierno, ya que la crisis es internacional, aunque aquí se ve agravada por una serie de factores, la cadena de malas decisiones dura ya demasiado. Primero se negó la crisis, luego se reconoció, pero desde entonces no ha habido mes en el que algún miembro del ejecutivo o su mismo presidente saliera a la palestra para asegurarnos que habiamos tocado fondo y que la recuperación era inminente. El mismo Zapatero en su discurso de hoy ha reconocido que es difícil que los ciudadanos entiendan estas medidas cuando el país está saliendo ya de la crisis. Da la impresión de que no sabe muy bien de lo que está hablando.

Hace un año, la simpática Leire Pajín, declaró, con toda la solemnidad del mundo, que en el primer semestre de este año, al coincidir la presidencia europea por parte de Zapatero con la estadounidense por parte de Obama, se iba a producir un acontecimiento a escala planetaria. No iba muy desencaminada, pero se le olvidó aclarar que en realidad el planeta era Obama y Zapatero un mero satélite presto a cumplir sus órdenes. Si hasta ahora nuestro presidente ha negado por activa y por pasiva que se fueran a producir recortes en los derechos sociales, ha bastado una misteriosa llamada de teléfono del presidente estadounidense para que los acontecimientos se precipiten. Seguramente los recortes estaban ya decididos cuando se produjo la conversación telefónica, pero es posible que ésta los haya profundizado.

Lo cierto es que con todo esto, si a los funcionarios les queda un cinco por ciento menos de salario, al resto de ciudadanos nos queda una sensación de desazón difícilmente superable. Da la impresión de que el país se tambalea peligrosamente del lado de Grecia. Si no se hubieran tomado tantas medidas a lo loco, si no se hubiera cogido dinero de donde no lo había para el desastroso e improvisado Plan E, que llenó nuestas calles de zanjas por enésima vez, si se hubiera sido un poco más coherente con el cheque bebé y haberse ofrecido solo a familias con poco nivel adquisitivo, si no se hubiera tomado esa absurda medida de no retener 400 euros a todas las rentas, altas o bajas, para ahora tener que subir el IVA, si no se hubiera suprimido el impuesto sobre patrimonio, que gravaba a las rentas más altas... Todo esto sin tener en cuenta los múltiples casos de corrupción que dan a los ciudadanos una imagen espantosa de los políticos. Muchos errores y terribles consecuencias.

A ver qué nos deparan los próximos meses...

TANTA GENTE SOLA (2009), DE JUAN BONILLA. EJERCICIOS DE METALITERATURA.


El miércoles pasado pasamos una buena tarde junto a Juan Bonilla, hablando sobre su libro de relatos, sobre sus anteriores escritos y sobre literatura en general.

En respuesta a una de mis preguntas, Bonilla confesó que es un escritor sin método, que escribe por rachas, cuando siente la necesidad de hacerlo, tal y como declara en una entrevista realizada por el blog "El síndrome Chejov":

"Supongo que he tenido mucha suerte y lo he podido vivir de la manera más natural posible: escribiéndolos cuando me apetecía hacerlo, sin presiones de ningún tipo, experimentando si me dejaba el humor, corrigiéndome a mí mismo con preocupante facilidad, y leyéndolos siempre, sin parar: mi fidelidad al género no es tanto como escritor de relatos , sino como lector".

Y son precisamente algunos de los mejores relatos de "Tanta gente sola" preciosos ejercicios de metaliteratura aprovechados por el Bonilla lector de Borges o de George Perec los que quedan en la memoria del lector. Algunos de nosotros incluso hemos continuado la propuesta "El lector de Perec" redactando nuestra propia lista de recuerdos, por lo que, de alguna manera, le hemos dado continuidad a un libro que, lejos de estar cerrado con las palabras del autor, continua expandiéndose en el espíritu de cada lector una vez que ha sido publicado y el autor pierde el "control" sobre él, lo cual sucede con cualquier libro que sea bueno, o que a un determinado lector le parezca bueno.

Así pues, "Tanta gente sola" es una propuesta muy digerible en el panorama actual del cuento, contiene páginas muy originales que nos sumergen en una especie de universo, creación original del autor, repleto de referencias literarias, de nuestra propia actualidad y, es de suponer, de sus propias experiencias vitales. Un autor, por cierto, que es tan humilde como para reconocer (yo no la he leído y no puedo opinar), que su novela más famosa "Nadie conoce a nadie", objeto de una adaptación cinematográfica hace algunos años, no vale nada. Sus cuentos, al menos, sí son valiosos.

ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO (1977), DE LUIS BUÑUEL. EL TESTAMENTO DE UN GENIO.


Luis Buñuel, uno de los grandes directores de la historia, se despidió del cine a lo grande, con esta historia que es una especie de resumen de sus obsesiones y de su manera de entender la relación con el espectador.

Como en "Viridiana" o en "Tristana", Fernando Rey vuelve a ser un galán maduro, adinerado e imposible. El objeto de su deseo, Conchita, es interpretado por dos actrices, la fría Carole Bouquet y la más ardiente Ángela Molina, que se completan a la perfección a la hora de definir a un personaje que se mueve entre la ingenuidad, su presunta inexperiencia y la utilización ventajista (aunque no la explota al máximo) de su relación con don Mateo Faber.

La historia está estructurada como el relato con que don Mateo deleita a sus compañeros en un compartimento ferroviario durante un viaje de Sevilla a Madrid: la historia de su pasión frustrada por una joven que enciende su llama para después apagarla repentinamente, de su paciencia, de sus angustias, de sus esperanzas, de sus sufridos pasos del amor al odio... Todo ello sazonado con algunas dosis de surrealismo, como la memorable escena en la puerta de la catedral de Sevilla, donde unas gitanas enseñan a los protagonistas a su churumbel, que resulta ser un cerdito.

Por si no se ha dicho lo suficiente, esta es otra muestra del genio interpretativo de Fernando Rey, en un papel a su medida, dotado de todos los matices y cambios de estado posibles, un personaje capaz de soportar todas las humillaciones sin perder por completo su dignidad.

Y que despedida la de Buñuel, con una última escena digna de un ser pesimista y obsesionado con el sexo y la muerte. Inolvidable.

domingo, 9 de mayo de 2010

CORAZÓN DE MUDANZA (2010), DE JAIME SANTA OLALLA. PRESENTACIÓN EN LA FNAC.


Nada es más grato que leer una novela (o un libro de cuentos) y sentarte al día siguiente a intercambiar impresiones con el autor. Yo he tenido la oportunidad de hacerlo dos veces esta semana (la primera con Juan Bonilla y la segunda con Jaime Santa-Olalla) y ambas experiencias han sido muy gratificantes y me han servido para acercarme un poco a la labor del escritor.

El libro de Jaime es de sencilla lectura, lo cual no quiere decir que carezca de profundidad en sus contenidos, con lo cual es de lo que dejan un poso, materia para reflexionar durante días, ya que los temas tratados en la novela tocan nuestras propias realidades vitales.

"Corazón de mudanza" comienza, tal como nos recordó Margarita Souvirón en su solvente presentación, en pleno proceso de cambio por parte de dos de sus protagonistas, que rompen con sus parejas para imbuirse de inmediato en el dolor que ello supone, pero también, y esto es lo importante, aprovechan las oportunidades que dicho cambio supone, tratando siempre de acercarse al ideal de felicidad, siempre tan deseable y escurridizo.

Con un proceso de preparación y escritura que le ha llevado los últimos cuatro años, Jaime Santa Olalla se ha inspirado a partes iguales en sus experiencias personales y en su imaginación para entregar una historia de sentimientos propios de cualquier época o lugar, pero que él sitúa en la Málaga actual.

Si hubiera que ponerle un pero a la novela, sería la visión idealizada de una ciudad como Málaga, tan llena de contradicciones, claro que en ningún momento esta ha sido la intención del autor, que quiere centrarse en los aspectos más íntimos de la trama. Los personajes en general gozan de la suficiente solvencia económica como para centrarse exclusivamente en sus conflictos sentimentales, familiares o incluso de salud. En todo caso, su próxima novela parece que reflejará realidades menos agradables de nuestra querida ciudad.

Una novela muy solvente, que al final es, entre otras muchas cosas, un homenaje al refugio que ofrecen la familia y los amigos ante los reveses de la existencia.

ALI (2001), DE MICHAEL MANN. BOXEO Y POLÍTICA.


Desde hace unos años, con el impulso principal de Oliver Stone, ha surgido un tipo de películas biográficas que aprovechan la narración de la vida, milagros y psicología de un personaje para profundizar también en el espíritu de la época retratada, que suelen ser los años sesenta y setenta, un momento decisivo de cambios y contradicciones.

Michael Mann es un director irregular, capaz de lo mejor y lo peor, pero lo que no puede negársele es que siempre es capaz de entretener al espectador. En esta ocasión da a Will Smith el papel de su vida y éste es capaz de aprovechar la oportunidad para entregarnos una interpretación muy solvente de Muhammad Alí, para muchos el mejor boxeador de todos los tiempos.

Personalmente nunca he considerado el boxeo estrictamente como un deporte. Más bien se trata de una modernización de las luchas de gladiadores de la antigua Roma pero sin armas y prescindiendo de la muerte de uno de los púgiles. En todo caso se trata de saciar la sed de violencia del ser humano, una derivación del antiguo "pan y circo", que en nuestro país no ha gozado de demasiada fortuna. Aquí lo sustituimos por la "fiesta" de los toros.

En todo caso el filme es una excusa perfecta para hablar de la lucha contra la segregación racial, gran compromiso vital del protagonista. En realidad la batalla más ardua de Alí se produjo contra el propio gobierno de los Estados Unidos, al negarse a participar en la guerra de Vietnam, con el sencillo argumento de que él no tenía nada contra el Vietcong, mientras que su país le quedaba aún mucho para garantizar la igualdad de todos sus ciudadanos ante la ley. Fue una batalla dura y valiente, que a punto estuvo de acabar con él, pero que acabaría ganando. Siempre supo poner su libertad y la de sus conciudadanos por encima de su carrera pugilística. Es interesante el discurso que le lanza un personaje sobre la libertad:

"A Dios no le importas tú. Ni le importo yo. En el conjunto no valemos nada. No nos conoce. Existimos. Y es lo único que hizo. Pero está bien, por eso somos libres. La libertad no es fácil. Es realidad y la realidad es jodida. Es trabajar para comer. Andar por tu propio pie. No es fácil ser libre."

La consagración de Alí llegó con el legendario combate contra Joe Frazier celebrado en Zaire. En términos estrictamente cinematográficos aquí se produce el mismo problema que sucedía a Clint Eastwood en "Invictus": reproducir en una película un acontecimiento deportivo del que existen ya espectaculares imágenes televisivas muy conocidas resulta un tanto artificioso. En todo caso Michael Mann sale bien del aprieto, aunque es inevitable para el espectador, una vez visionada la actuación de Will Smith, asomarse a you tube para ver por unos instantes al verdadero Alí realizando los mismos movimientos sobre la lona, pero con más autencidad...

jueves, 6 de mayo de 2010

LOS DÍAS FELICES (1961), DE SAMUEL BECKETT. LA MUJER ENTERRADA.


Beckett es uno de los grandes representantes del pesimismo literario, de la visión absurda de la existencia. En una de sus cartas proclamaba:

"Si pesimismo es un juicio en el sentido de que el mal sobrepasa al bien, no se me puede acusar de pesimista ya que no tengo ni deseos ni competencia para juzgar. Simplemente he encontrado más de lo uno que de lo otro."

El pesimismo como concepción realista de la vida. Si nos ponemos un rato a pensar en los males que pueden acecharnos en cualquier instante y en lo irremediable de nuestro final, estaremos de acuerdo con él.

"Los días felices" es una obra teatral angustiosa, concebida para que el espectador se sienta incómodo desde el primer momento con lo que observa en el escenario. Winnie es una mujer enterrada hasta el pecho en un montículo calcinado. Vive en un desierto de calor extremo, sin vida alrededor. Su marido está con ella, oculto en un agujero del que solo puede salir arrastrándose torpemente. No sabemos lo que ha producido esa situación, aunque según las anotaciones de Beckett en las primeras versiones de la obra, parece que ha sido una especie de guerra nuclear, aunque esto en realidad no tiene importancia.

En todo caso, en esta situación extrema, en la que solo puede mover los brazos y la cabeza, Winnie procura que sus días transcurran en una plácida felicidad. Para ello oficia algunos rituales cotidianos, como peinarse, mirarse en un pequeño espejo o limpiarse los dientes, de manera pausada, tratando de mantenerse ocupada en el transcurso de las largas horas de que consta el día, siempre agradeciendo el más pequeño detalle que le haga sentir que está viva, hablando sin parar, como alucinada, como si cerrar la boca significara estar muerta.

Además de escucharse a sí misma, Winnie necesita sentir que alguien le escucha o que al menos tiene la posibilidad de hacerlo:

"Quisiera no saber lo que dijese nada decir, hablar, hablar tan solo; - con palabras vacías de sentido - vaciar el alma. ¿Qué importa el sentido de las cosas si su música oís, y entre los labios - os brotan palabras como flores - limpias de fruto?"

Su marido Willie parece que hace tiempo que renunció al mundo y solo existe como por inercia, perdida ya gran parte de su humanidad.
Cualquier contestación a una pregunta, siempre de manera breve y banal, a veces con meros monosílabos, es celebrada por la protagonista como una confirmación de su felicidad vital.

La obra es en realidad un largo monólogo de Willie (uno de los personajes femeninos más difíciles de interpretar en el teatro), con alguna leve réplica de su marido. La protagonista se aferra a la existencia, cualquier excusa es válida para ello, pero la cruda realidad va imponiéndose poco a poco. Beckett no es un moralista y deja que el espectador saque sus propias conclusiones, que no van a ser gratas en ningún caso.

La lectura de esta obra marca como pocas, pero poder verla representada en el teatro debe ser una experiencia inolvidable. A ver si un día se me presenta la oportunidad...

martes, 4 de mayo de 2010

SED DE SANGRE (1999), DE JOANNA BOURKE. LA INTIMIDAD DEL COMBATIENTE.


Se trata de un libro necesario y original, porque pocas veces podemos asomarnos a las más íntimas motivaciones del soldado que está inmerso en una matanza. Ciertamente, las verdaderas sensaciones solo puede conocerlas quien ha vivido la experiencia, pero la profesora Bourke trata de acercárnoslas a través de los testimonios de quienes pisaron el infierno y volvieron siendo otros:

Conocemos muchos ensayos de historia militar, que nos informan de las estrategias seguidas en el desarrollo de ciertas batallas. Algunos incluso tratan aspectos relacionados con los sufrimientos de los soldados de a pie (veáse por ejemplo Un ejército al amanecer, de Rick Atkinson), pero muy pocas veces los historiadores se adentran en los sentimientos más íntimos del hombre enfrentado a lo más crudo de la guerra.

Joanna Bourke, profesora del Birbeck College de Londres, se ocupa en este ensayo de las vivencias individuales de jóvenes norteamericanos, ingleses y austrialianos que participaron en las batallas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales y del conflicto de Vietnam.

"El acto característico de los hombres en guerra no es morir sino matar. Para los políticos, los estratregas militares y muchos historiadores, la guerra quizá sea una cuestión de conquistar territorio o de luchar por recuperar el honor nacional, pero para el hombre en servicio activo una confrontación bélica implica la matanza lícita de otras personas. Su peculiar importancia deriva del hecho de que tal acción no es homicidio, sino un derramamiento de sangre sancionado, que las autoridades civiles de más alto nivel legitiman y la enorme mayoría de la población aprueba".

Las palabras con las que se abre la introducción no dejan lugar a dudas acerca del problema primigenio al que se enfrenta el soldado que pisa por vez primera un campo de batalla. Normalmente se les ha educado en la certeza de que el acto de matar es una aberración. Cualquier religión legitimaría estas palabras.

Pero, de pronto, dicha ley fundamental es abolida y las autoridades que antes le prohibían el asesinato le incitan a ello a través de un nuevo imperativo moral que legitima la matanza del enemigo como un deber patriótico, del que depende la propia existencia del país de nacimiento. El conflicto de conciencia podía surgir en la misma batalla o al regreso a casa. Cada soldado trataba de superar estas contradicciones como mejor podía. En su gran mayoría, estos combatientes lo eran por accidente, ya que se trataba de civiles a los que las circunstancias históricas les habían colocado en esta tesitura.

Lo cierto es que el problema fundamental que se le presentaba a los ejércitos ante la llegada de nuevos reclutas era el de proporcionarles un adiestramiento que les preparara para soportar la increible dureza de lo que se les vendría encima una vez en el campo de batalla, pero sin quebrantar su moral de manera absoluta: "había que quebrar a los individuos para luego reconstruirlos como combatientes eficaces". Las teorías conductistas tenían mucho que decir en este adiestramiento, tal y como nos enseñó Kubrick en La chaqueta metálica.

Ante una situación de emergencia los Estados necesitan rápidamente a grandes cantidades de individuos dispuestos a matar y dejarse matar, dándoles la sensación de que tal sacrificio era algo sublime y pleno de sentido. Algunos soldados se adaptaban perfectamente a la situación e incluso disfrutaban matando, aunque luego les avergonzara reconocerlo, otros no podían soportarlo y se derrumbaban. Quizá el más inadaptado para la vida en sociedad resultaba ser el soldado más heroico.

Joanna Bourke centra una buena parte de su libro a tratar de explicar por qué se producen los llamados "crímenes de guerra", en los que los soldados pueden matar friamente a prisioneros, mujeres y niños. Lo cierto es que las reacciones varían en los distintos campos de batalla. Los combatientes asesinan con mucha más facilidad y menor cargo de conciencia a miembros de otras razas.

En la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, cuando se enfrentaban los ejércitos en el frente occidental, muchos soldados se identificaban con los habitantes de la trinchera contraria. Eran hombres que enfrentaban sus mismos padecimientos. Sus odios iban dirigidos más bien a los oficiales de uno y otro bando, que dirigían ejércitos sobre el papel.

Los soldados que cometen crímenes de guerra normalmente justifican sus acciones en el cumplimiento de órdenes de los superiores. Muchos de ellos, pierden de tal modo el sentido moral de la existencia que la matanza de mujeres y niños les parece algo perfectamente justificable como parte de la campaña contra el enemigo, al que hay que exterminar de todas las maneras posibles.

La readaptación del soldado a la vida civil es un proceso delicado y difícil . Al volver a la situación de normalidad, los remordimientos atacan a muchos, que necesitan ayuda psicológica o religiosa para expiar sus culpas:

"Los combatientes creían firmemente que matar tenía que hacerles sentir culpa: era precisamente esa emoción la que les hacía "humanos" y la que les permitiría regresar a la sociedad civil luego. Los hombres que no sentían culpa alguna eran en cierto sentido menos humanos , o estaban locos: matar sin sentir culpa era algo inmoral".

Ciertamente, las guerras producen generaciones de hombres marcados, que difícilmente pueden volver a ser los mismos de antes. El combatiente que vuelve de la guerra necesita reconocimiento y comprensión de sus ciudadanos y ayuda especializada para superar sus fantasmas bélicos. Los soldados que regresaban de Vietnam, al ser mirados por sus vecinos como "asesinos de niños" sufrieron doblemente. Algunos de ellos causaron matanzas tristemente famosas en su propio país.

El soldado que vuelve sigue siendo una persona, pero transformada por una experiencia terrible, que solo puede entender quien ha pisado un campo de batalla.

lunes, 3 de mayo de 2010

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN MAYO: JUAN BONILLA NOS VISITA. STEFAN ZWEIG SIGUE ENTRE NOSOTROS.


Pues sí, después de mucho tiempo, este mes vamos a contar con la presencia de un autor, Juan Bonilla, con el que tendremos tiempo de comentar su última obra, el libro de relatos "Tanta gente sola", muy recomendable, por cierto. Será el miércoles (no jueves esta vez) día cinco en la Biblioteca Provincial. A partir de la semana que viene, ya los jueves, leeremos una novela del gran Guy de Maupassant, "Nuestro corazón". Si es tan bueno escribiendo novelas como relatos, disfrutaré mucho su lectura.

En el club de lectura de Cincoechegaray se leerá "Bestias sin patria", de Uzodinma Iweala, autor del que no tengo ninguna referencia y en el de ensayos "El sublime objeto de la ideología", del pensador de moda Slavoj Zizek.

Stefan Zweig, autor siempre presente en estos clubes, tendrá protagonismo en la Casa del Libro con "Ardiente secreto". Zweig es un valor seguro, por lo que estoy convencido de que esta novela será tan apasionante como todos sus escritos.

Y comentar también, aunque no sea estrictamente un club de lectura, que mi amigo Jaime Santaolalla presenta su novela en la Fnac. Será este jueves a las ocho de la tarde. Prometo asistir esta vez, si no hay nada que lo impida. Y con la novela leída.

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (2010), DE TIM BURTON. ALICE RETURNS.


Hace un año, a raíz del estreno de "Monstruos contra alienígenas" publiqué un artículo bastante elogioso con la incipiente tecnología de 3D. No es que creyera que iba a ser algo revolucionario o positivo para el cine, pero me pareció una innovación lo suficientemente llamativa, por lo novedoso, como para confiar en que se usara sabiamente. Esto es lo que ha sucedido por ejemplo en "Avatar", que fue filmada con cámaras especialmente preparadas en este sistema. Pero, un año después, proliferan las películas en la que la técnica de 3D se ha añadido después y no durante la filmación de las mismas, dando así un resultado bastante penoso a ojos del espectador.

Cualquier estreno firmado por Tim Burton merece la consideración del cinéfilo. Durante los últimos años ha sido uno de los pocos directores de Hollywood con un estilo personal e inimitable. Para mí su mejor película sigue siendo "Ed Wood", un portentoso retrato del que fue llamado "peor director de la historia", realizado de manera muy respetuosa. Así que, la adaptación de la novela de Lewis Carroll podría tratarse de un nuevo vehículo para el lucimiento de este director. De hecho, "Alicia en el País de las Maravillas" y "A través del espejo" se emparentan perfectamente con el estilo de Burton, que combina a la perfección la crueldad de las fábulas infantiles con escenarios siniestros y personajes grotescos.

Lo cierto es que la película no comienza del todo mal, aunque tenga uno que acostumbrarse a que la tecnología 3D en esta ocasión produzca un extraño acartonamiento en los personajes. Alicia ha crecido, y esta en edad de comprometerse matrimonialmente. Pero Alicia sigue siendo en cierto modo aquella niña imaginativa que conocimos los lectores de Carroll, por lo que siempre busca algo más en el aburrido mundo real, aunque ese algo más resulte del todo imposible. El mejor momento se alcanza cuando la protagonista abandona precipitadamente su propia ceremonia de pedida de mano e intenta alcanzar al conejo del reloj, el mismo que vio de niña, mientras suena la música de Danny Elfman como preludio a la entrada al reino de la fantasía.

Pero a partir de ahí, cuando el espectador debería ser transportado al País de las Maravillas, en realidad se le transporta a una especie de videojuego-homenaje al libro de Lewis Carroll y a la película de Walt Disney. Como ya es conocido, Alicia debe hacerse alternativamente grande y pequeña para entrar en el país. Hasta a los propios habitantes que observan a la muchacha les resultan tediosas sus acciones, por haberse visto mil veces antes. Desde ese momento, lo único que tendrá que hacer Alicia es ir superando pruebas rodeada de personajes generados por ordenador. Los pocos actores que pululan por ahí tampoco cuentan demasiado, porque sobreactuan en el mejor de los casos. Lo único salvable es la ambientación, donde si que se nota la mano de Burton, tan cuidada como en sus anteriores filmes.

En cualquier caso puede salvarse algunas imágenes inquietante, que paradójicamente son los recuerdos del anterior viaje de Alicia, cuando era una niña inocente y podía aceptar de manera más natural la absurda vida de los habitantes del País de las Maravillas. Esta Alicia ya mujer está convencida de estar sumergida en las imágenes de su propio sueño, por lo que está convencida de que al despertar todo desaparecerá. Los demás personajes intentan convencerla de que el País de las Maravillas es real. Quizá si se hubiera explorado más profundamente está relación entre el sueño y la realidad, la película hubiera sido más interesante, pero Tim Burton decidió en esta ocasión abordar el encargo sin arriesgar lo más mínimo. La conclusión final es que se trata de un mero divertimento caro e innecesario, que no aporta nada nuevo a lo que ya sabiamos acerca del mundo de Lewis Carroll.


IRON MAN 2 (2010), DE JON FAVREAU. LA GUERRA DE LAS ARMADURAS.


Reconozco que es una película que gustará especialmente a los frikis que han crecido leyendo cómics Marvel, entre los que me cuento, pero también merece la pena como espectáculo y para ver un buen recital interpretativo de Robert Downey Junior. Aquí el enlace a la crítica:

La relación entre el cómic de superhéroes y el cine es ya antigua. Los productores cinematográficos cuentan con una apuesta casi segura a la hora de adaptar a unos personajes que ya son populares para el gran público, que ha crecido leyendo sus aventuras y una perfecta excusa para llenar la gran pantalla de la espectacularidad que se busca en estos tiempos para hacer caja.

Bien es cierto que las nuevas tecnologías de efectos especiales y tres dimensiones están siendo un buen banderín de enganche para atraer al público a las salas. Pero todo esto falla si no se tiene en cuenta un elemento fundamental, mucho más importante que los dos anteriores: contar con un buen guión y unos buenos personajes. "Iron Man 2" sale airosa de la prueba, lo cual, conociendo el Hollywood actual, es ya decir demasiado.

La primera aparición de Iron Man en el cómic se remonta a 1963, en el marco de la renovación que Stan Lee le dio al género súper heroico en la editorial Marvel. Dicha innovación consistió fundamentalmente en humanizar al héroe, a conseguir que el lector se interesara tanto o más de los problemas cotidianos de la persona detrás de la máscara que de las batallas contra el supervillano de turno. El superhéroe de transforma en alguien imperfecto, un ser sufriente y abrumado por inmensas tareas con el que los fans pueden identificarse.

Un perfecto ejemplo de este modelo es Tony Stark. Stark es un empresario vividor y mujeriego, aunque también un inventor genial, heredero de una de las multinacionales más influyentes. La historia de su transformación en Iron Man es bien conocida: capturado por un ejército hostil (que pueden ser los vietnamitas, los iraquíes o los afganos, según la época en la que se narre la historia), construye en tiempo récord una armadura que, además de para escapar, le sirve para mantener con vida su frágil corazón.

Una de las mejores representaciones de Tony Stark puede verse en el cómic "The Ultimates", con un guión magistral de Mark Millar. Se trata de una aproximación más realista al mito del superhéroe, donde Stark es presentado como un genio mujeriego capaz de realizar varias tareas a la vez. La representación gráfica de Bryan Hitch resulta ser la de un Tony Stark con los rasgos del actor Robert Downey Junior, varios años antes de estrenarse la primera película...

Precisamente la actuación de Robert Downey Junior en el papel principal resulta ser el mayor acierto de las dos películas. Downey parece haber nacido para interpretar a Stark y a sus contradicciones. Sabe dar la imagen de personaje frívolo, ocurrente, alcohólico, mujeriego, que en el fondo resulta ser responsable y heroico a su pesar. Durante esta segunda parte estará un poco de vuelta de todo, intentando dar un poco de orden a su legado, dado que parece que la solución provisional a su problema de corazón comienza a fallar.

Aparte de la buena actuación del protagonista, que sabe erigirse en la mejor atracción de este circo, la película funciona bien como espectáculo, con escenas de acción bien planificadas y dosificadas, pero no tanto cuando recogen el testigo unos personajes secundarios escasamente carismáticos, Mickey Rourke incluido, que interpreta con poca convicción a un enemigo poco amenazante para Iron Man.

Respecto a la historia, hay que decir que cuenta con un buen punto de partida, con el Gobierno estadounidense cuestionando que la tecnología bélica de Tony Stark puede estar en manos privadas dando lugar al debate acerca de si puede privatizarse la seguridad de un país. Pero a partir de ahí el guión naufraga y se dirige hacia territorios demasiado conocidos y solo remonta el interés gracias a la espectacularidad de sus secuencias de acción, por lo que esta es una película idónea para ver en pantalla grande.

Otro de los grandes lastres del guión es que la narración no se centra en las vicisitudes de Stark, sino que a veces se lleva de manera algo forzada a las apariciones de un descafeinado Samuel L. Jackson como Nick Furia, que se encuentra realizando fichajes para completar la plantilla de un supergrupo de nombre bien conocido para cualquier aficionado a los cómic Marvel: los Vengadores, película anunciada para estrenarse dentro de dos años. Antes se le dedicarán sendas producciones a otros dos miembros del grupo: el Capitán América y Thor. En este contexto, los más frikis deben quedarse en el asiento del cine hasta más allá de los títulos de crédito finales. Les espera una sorpresa.