La reciente muerte del escritor argentino Ernesto Sábato lo emparenta con esa estirpe de grandes creadores literarios que tuvieron la suerte de vivir (y para ellos vivir significaba escribir) prácticamente durante un siglo entero, como Francisco Ayala, Bertrand Russell o Ernst Junger. Se trata de creadores que han visto con sus propios ojos los avances y retrocesos de un mundo cambiante, lo cual han plasmado en sus escritos. Resulta oportuno apuntar aquí la definición de "creador", que Sábato dejó en su ensayo "El escritor y sus fantasmas" (1963):

"Es un hombre que en algo "perfectamente" conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado."

Las contradicciones del siglo XX están presentes en la vida de Ernesto Sábato. Comunista en su juventud, renegó de esta ideología cuando intuyó los crímenes que Stalin estaba perpetrando en Rusia. Más tarde, también renegó del gobierno de Juan Domingo Perón, emparentándolo con los derrotados fascismos europeos. Aún así, no pudo evitar sucumbir a la fascinación general por la figura de Evita Perón.

Uno de sus grandes errores fue acudir a una comida organizada por el flamante dictador argentino Jorge Rafael Videla, junto a otros escritores e intelectuales como Borges. Ese presunto respaldo a la Junta Militar le granjeó no pocas críticas. No en vano Videla presidió el gobierno que ordenó quemar libros de autores como Gabriel García Márquez o Pablo Neruda.

Pero Sábato supo redimirse con el regreso de la democracia a Argentina, presidiendo la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, lo que daría fruto al famoso y terrible "Informe Sábato", donde se recogen miles de testimonios de torturas y desapariciones, distinguiendo entre las perpetradas desde el Estado y las de las organizaciones terroristas de extrema izquierda. Con esta investigación, Argentina se distinguió como un país que es capaz de ajustar cuentas con el pasado inmediato, aunque dicho pasado sea una enorme herida que aún no ha dejado de sangrar, pues conocer la verdad nunca es garantía de obtener justicia. En su libro de memorias "Antes del fin"(1998), el escritor argentino emparenta las dictaduras argentina y española:

"Lamentablemente, las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, y luego los indultos, han abortado aquella voluntad soberana que hubiese sido un ejemplo de lucha ética, que hubiera tenido consecuencias ejemplares para el futuro de nuestra patria. Porque la tragedia que vivió la Argentina no será olvidada jamás por los que poseen un corazón noble; no sólo por quienes han presenciado aquel infierno, sino también por la condena de todos los seres de conciencia del mundo. Como lo demuestra la investigación que en otros países llevan adelante seres como el juez Baltasar Garzón, con quien estuve durante mi último viaje a España. La sangre, el horror y la violencia cuestionan a la humanidad entera, y nos demuestran que no podemos desentendernos del sufrimiento de ningún ser humano."

Resulta curioso, cuando leemos la excelente prosa de Sábato y tomamos conciencia de su abundante producción que declarara en alguna ocasión que la actividad de escribir le resulta una condena. Así lo hace en "Ernesto Sábato, entre la letra y la sangre", un libro de conversaciones con Carlos Catania:

"Me ha resultado terriblemente difícil terminar mis obras, un sufrimiento casi continuo, no solo en el sentido espiritual sino físico. Además de la inseguridad, el desaliento, la irritación por los pobres resultados que van saliendo, la indecisión, el convencimiento de que no es lo que uno quería, etcétera. Escribir me producía dolores de estómago y digestiones muy malas; se me helaban los pies y las manos; sufría de insomnio y estaba mal del hígado."

"El túnel" fue la primera novela que publicó Sábato. Desde el primer momento fue elogiada por grandes escritores como Thomas Mann o Albert Camus. Está escrita en primera persona por Juan Pablo Castel, un pintor neurótico que cumple condena por haber asesinado a una mujer. Castel cuenta su historia de una manera tan fría como sincera. Se desvela como un misántropo, un ser que desprecia a la humanidad, pero no es capaz de huir de ella:

"Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva."

El mayor tormento de Castel es su existencia solitaria, un autoexilio buscado, ya que es consciente de vivir incomprendido por el resto de la humanidad. Por eso algo se le despierta cuando advierte la posibilidad de haber encontrado un alma gemela en María Iribarne, porque precisamente es la única persona que es capaz de fijarse en el detalle que da sentido a uno de sus cuadros (una metáfora de su propia soledad).

La historia de Castel y María es la historia de una amor tormentoso como pocos. La inestable personalidad del pintor le lleva a continuas agresiones al objeto de su amor, que son como ataques a sí mismo. En realidad su desesperación se acentúa cuando comprueba que su anhelo de perfección siempre le lleva a hacerse nuevas preguntas, a establecer nuevas sospechas sobre la verdadera condición de María. En su cabeza empiezan a rondar ideas existencialistas:

"El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla."

Pero el protagonista tiene miedo, después de todo, a la posible nada a la que podría llevarle esta resolución final. Las escasas esperanzas de comunicación con otro ser humano, del encuentro con un alma gemela en el túnel que es su existencia se le van desvaneciendo, pese a las esperanzas previas. Así, Castel termina destruyendo, en medio de un ataque de celos y locura, al ser que una vez consideró puro, pero que su mente enferma ha transformado en una especie de ramera.

¿No resulta paradójico que un ser tan solitario y loco exponga su alma al resto del mundo? Después de todo, tras el asesinato, él ha preferido permanecer en el mundo y, no contento con eso, contar su propia historia, quizá por la necesidad de ser juzgado por los mismos a los que desprecia. Quizá fue víctima de un contagio de la pasión por narrar de su creador, castigándose en el ejercicio de la escritura. Una manera muy curiosa de expiar su crimen.