Sin embargo, las explicaciones no son tan sencillas. Lo cierto es que la victoria o derrota en una guerra dependen de las resoluciones que se adoptan en los momentos decisivos. En la Segunda Guerra Mundial existieron varios de estos momentos críticos en los que el triunfo pudo decantarse por uno u otro bando. Tal y como explica Richard Overy:

"Para explicar la victoria aliada se requiere un lienzo amplio y un pincel grande. Fue un conflicto único, tanto por su escala como por su extensión geográfica. Se movilizaron recursos colosales en inmensas distancias. El campo de batalla era mundial en un sentido muy literal. Los Aliados pensaban que no se trataba de ganar la guerra en una zona de combate concreta, sino que debía ganarse en todos los teatros de operaciones y en todas las armas: por tierra, mar y aire. La lucha por la victoria fue, pues, costosa, extensa y, sobre todo, lenta. Las exigencias de la guerra fueron extraordinarias para todos los estados beligerantes de ambos bandos. Todos ellos movilizaron una tercera parte (o más) de sus recursos humanos y dedicaron hasta dos tercios de su economía a satisfacer las necesidades inagotables del frente".

Como es bien sabido, la guerra en Europa comenzó con la materialización de la política agresiva de Alemania, que, con la excusa de superar la humillación del Tratado de Versalles, en realidad pretendía construir un imperio sustentado en el "espacio vital" que debía conquistarse en una guerra contra la Unión Soviética.

Los dos primeros años se consumaron fáciles victorias por parte de los ejércitos de Hitler. La caída de Francia a punto estuvo de hacer firmar la paz a Inglaterra. Solo la voluntad de resistir por parte de Churchill, hizo aguantar contra todo pronóstico a los ingleses como combatientes, resguardados por el Canal de la Mancha y una eficaz defensa aérea. Ante esta tesitura, los ojos de Hitler se volvieron hacia el este, desencadenando en 1941 la Operación Barbarroja, rompiendo el tratado de amistad que le unía hasta aquel momento con la Unión Soviética.

También en este caso los alemanes estuvieron a punto de llevar al colapso a sus enemigos. Las primeras semanas estuvieron jalonadas de triunfos que les hicieron avanzar cientos de kilómetros en un extensísimo frente. La sorpresa y la ferocidad del ataque casi noquearon a un Stalin que tardó en reaccionar, desesperado ante lo que creía una derrota segura para su país. Poco a poco, y estimulando una guerra patriótica, basada en los mitos eternos de Rusia (algo insólito para el Estado comunista) fue galvanizando una resistencia al principio desesperada y paulatinamente cada vez más organizada. Los rusos debieron aprender rápidamente de sus errores y estudiar las tácticas de su enemigo.

1942 va a ser el año decisivo de la guerra. Después de haber sido detenidos en invierno a las puertas de Moscú, los nazis planean una nueva y ambiciosa ofensiva, para apropiarse del Cáucaso y sus fuentes petrolíferas. A pesar de los prometedores resultados de los primeros meses, las fuerzas alemanas serán insuficientes para mantener un frente tan extenso, máxime cuando su principal esfuerzo va a ir encaminado a la conquista de una ciudad con poco peso estratégico, pero gran simbolismo: Stalingrado.

Mientras tanto, los Estados Unidos han entrado en la guerra, después del ataque japonés en Pearl Harbour. Observando las batallas de los meses posteriores, el error de los japoneses parece monumental. A los estadounidenses les bastó la batalla de Midway para destruir varios portaviones de su enemigo y tomar la iniciativa, en una costosa campaña isla por isla que estaban seguros de terminar ganando. Los japoneses basaban su táctica en la superioridad espiritual del soldado japonés, educado para morir en el campo de batalla y no rendirse jamás. Los estadounidenses se apoyaron en algo mucho más práctico: las enormes dimensiones de su industria, lo que pronto se tradujo en una apabullante superioridad material sobre el Japón.

En Europa, a principios de 1942 los Aliados se encontraron con el problema de dominar el Atlántico, para evitar las inmensas pérdidas que provocaban los submarinos alemanes en los convoyes de suministros. Fue una lucha dura y tenaz, en la que fueron decisivos los pequeños avances tecnológicos que permitían estar un paso por delante del enemigo. Una vez vencida la batalla del Atlántico, los Aliados no podían pensar en un desembarco en el Norte de Europa sin derrotar a la Luftwaffe y desarrollar una campaña brutal de bombardeos que afectara gravemente a la industria bélica alemana, así como a la moral de sus ciudadanos. También en este caso fueron pequeños avances tecnológicos, que permitieron mayor autonomía de vuelo a los cazas que escoltaban a los bombarderos, los que permitieron ganar la batalla.

Fue una suerte para los Aliados que no se precipitaran en realizar el necesario desembarco en el Norte de Europa antes de haber vencido a la marina y aviación alemanas. A principios de 1943, una vez consumado el desastre de Stalingrado, Alemania era todavía un enemigo formidable. Lo que verdaderamente salvó a la Unión Soviética fue la prudencia de Stalin, que supo dejar la dirección de la guerra a especialistas, al contrario de Hitler, que tomó bajo su mando directo al Ejército y quiso volver a tomar la iniciativa en la batalla de Kursk, lo que supuso un auténtico desastre para sus blindados, obligándole a partir de entonces a luchar defensivamente.

Mientras tanto, Hitler había descuidado el frente que verdaderamente podía haberle dado la victoria: el Mediterráneo. Si sus ejércitos hubieran sido capaces de cerrar este mar y lanzarse a la conquista de los pozos petrolíferos de Oriente Medio, los Aliados hubieran perdido muchas de sus alternativas y la Unión Soviética hubiera perdido gran parte de los abastecimientos que le llegaban de Occidente. No sucedió así: en realidad el control del Mediterráneo por parte de los Aliados era una condición indispensable para distraer recursos alemanes en la defensa de Italia y los Balcanes, mientras se preparaba el principal esfuerzo: el desembarco de Normandía.

Fue una suerte para los Aliados que no se precipitaran en realizar el necesario desembarco en el Norte de Europa antes de haber vencido a la marina y aviación alemanas. El desembarco fue quizá la operación más complicada de la guerra. Su éxito no fue fruto del azar, sino de una estricta planificación. No obstante, estuvo a punto de fracasar por un factor tan incontrolable como las condiciones atmosféricas. También contribuyó decisivamente a su triunfo la guerra soterrada de los espías, en la que los Aliados lograron que Hitler creyera que Normandía era una mera diversión para distraer a los alemanes de la ofensiva principal, que hipotéticamente iba a producirse en Calais.

La Segunda Guerra Mundial fue también la guerra de la producción. Sin el concurso de la potencia industrial combinada de Estados Unidos y la Unión Soviética, difícilmente los Aliados hubieran ganado. Y no solo eso: los vencedores supieron producir en serie de manera mucho más racional que Alemania, que fabricaba sus armas, de excelente calidad, de manera casi artesanal, con el resultado de que en el frente había tantas clases de vehículos que su reparación (y disponer de sus correspondientes piezas de recambio), eran tareas muy dificultosas. Para los Aliados fue decisivo dejar la producción en manos de industriales civiles, al contrario que en Alemania, donde el control del Ejército retrasaba los encargos en pos de una calidad que estimaban preferible a la cantidad.
En cuanto a la Unión Soviética, no hay que dejar de comentar el milagro que supuso el traslado de fábricas enteras desde la Rusia Europea a territorios más allá de los Urales. Fue esta acción la que salvó al ejército ruso del colapso en los meses críticos de 1941-42. En cualquier caso, a partir de 1943, los Aliados consiguieron, no solo más producción que sus enemigos, sino mejor calidad en sus armas y mayores avances científicos.

Otro de los factores imprescindibles para la victoria fue mantener la cohesión de unos aliados tan heterogéneos. Hasta 1941, y más teniendo en cuenta el pacto de no agresión firmado con Alemania en 1939, Occidente tenía una visión de la Unión Soviética que la equiparaba prácticamente a la Alemania nazi. La colaboración entre los angloamericanos y los rusos, a pesar de ser decisiva, no siempre fue fácil, pues ambas partes temían que la otra llegara en algún momento a algún arreglo por separado con Alemania.

Pero todas estas circunstancias no hubieran tenido valor alguno sin un elemento esencial en todo conflicto: la voluntad de vencer. Como se demostró en la guerra de Vietnam, la mera superioridad material no garantiza la victoria. Los Aliados debieron convencer a sus ciudadanos acerca de la justicia de su causa, algo que fue mucho más ambiguo en el caso del Eje, que en los últimos años de la guerra debieron recurrir al terror y a la amenaza para estimular la voluntad de lucha en sus soldados. Realmente lo justo de la causa de los Aliados no garantizaba en absoluto la victoria, pero sí que fue un estímulo para sus combatientes.

Lo paradójico del final de la guerra es que, aún reforzándose la democracia en la Europa Occidental, dio fruto a un régimen totalitario en la Europa del Este durante otros cincuenta años. Solo la más devastadora de las armas creada en las postrimerías de la guerra, la bomba atómica, impidió un enfrentamiento abierto entre las dos nuevas superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética.