sábado, 23 de julio de 2011

EL PALACIO DE LOS SUEÑOS (1981), DE ISMAÍL KADARÉ. UNA PESADILLA KAFKIANA.


Hacía mucho tiempo que tenía ganas de leer algo de Ismaíl Kadaré. En este verano de lecturas extrañas, dado que fui nombrado jurado del concurso literario "Rafael Cansinos Assens", intento encontrar tiempo para lecturas pequeñas y estimulantes entre los libros obligatorios, de gran calidad algunos de ellos, pero no aptos otros para los rigores estivales. Ismaíl Kadaré me ha deslumbrado. Su obsesión por los totalitarismos es evidente, viniendo de donde viene, de uno de los regímenes comunistas más delirantes, de un país que vivió décadas encerrado en sí mismo. "El palacio de los sueños" bebe de la tradición centroeuropea, de Kafka y de las leyendas balcánicas que Kadaré tan bien conoce. Un escritor que enamora a primera vista y del que pienso seguir leyendo su obra con regularidad. Aquí el artículo:


La concesión, en el año 2009, del Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Ismaíl Kadaré no hizo sino reafirmar el prestigio de este autor albanés, eterno candidato al Premio Nobel, entre los buenos aficionados a la literatura.

La biografía de Kadaré está marcada por las circunstancias que atravesó su país durante la segunda mitad del siglo XX. Ocupado por los italianos poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, su territorio les sirvió como plataforma de lanzamiento para la desastrosa invasión de Grecia que acabarían culminando los alemanes. Terminada la contienda, Albania se convirtió en uno de los más férreos regímenes comunistas europeos, un país aislado al que apenas llegaban noticias del exterior, cuyo equivalente más actual sería Corea del Norte. El régimen de Enver Hoxa, basado en el culto a su persona fue durante algunos periodos, lo más parecido al imaginado por Orwell en "1984" que pudiera concebirse.

En un ambiente así, de continua represión política, la labor del escritor independiente se torna tan necesaria como peligrosa. A veces las mejores obras literarias surgen de ambientes hostiles, que hacen que el escritor necesite agudizar el ingenio para expresar de manera indirecta el discurso crítico que se pretende contra un régimen que mantuvo una relación de amor y odio con su narrador más universal. Para Kadaré existen dos mundos: el de la literatura y el que estimamos como real, mundos rivales, sobre todo en sociedades totalitarias, pero que se alimentan mutuamente. Como dijo en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias:

"Una vez aceptamos que el de la literatura y las artes es un mundo paralelo, referencial, ya hemos admitido también que es un mundo rival. Y en consecuencia, dado que la rivalidad conduce de forma habitual al conflicto, lo queramos o no habremos de admitir que entre esos dos mundos, el de la vida y el del arte, habrá conflicto.

Y conflicto hay. En ocasiones declarado, otras velado. El mundo real posee sus propias armas contra el arte en ese enfrentamiento: la censura, las doctrinas, las cárceles.
Así como también el arte dispone de sus medios, sus fortalezas, sus herramientas, en fin sus armas, la mayor parte secretas."

Lo cierto es que el lector de El palacio de los sueños se preguntará como una fábula tan evidente acerca de la Albania de los peores tiempos de Hoxa no dio con los huesos de su autor en la cárcel, precisamente en 1981, cuando el régimen acentuó la represión a sus opositores, reales o imaginarios. De hecho, no fue autorizada hasta siete años después, poco antes de la caída definitiva del comunismo en Europa.

La novela tiene una gran deuda con el universo de Franz Kafka. La descripción del terrible organismo en el que el protagonista, Mark-Alem, comienza a trabajar como funcionario, podría haber sido escrita por el autor checo. Se trata del Tabir Saray, un edificio de enormes proporciones (cuya descripción se correspondería con la antigua sede del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania), cuyo interior constituye un extensísimo laberinto de pasillos y puertas, donde el protagonista se perderá en más de una ocasión. La función del Tabir Saray es recoger los sueños de los súbditos del Imperio Otomano, clasificarlos, descartar los menos interesantes e interpretar el resto para hacer llegar cada semana al soberano el llamado "Sueño Maestro", que puede contener claves para interpretar las amenazas futuras a las que se enfrenta el Estado.

El propio Kadaré habló de sus intenciones al publicar "El palacio de los sueños", en su ensayo "Invitación al estudio del escritor":

"Hacía tiempo que me seducía el proyecto de un infierno. (...) Cuanto más lo pensaba, más claro se me hacía: era una suerte de reino de la muerte donde, si no nosotros mismos, se encontraban nuestro dormir y nuestros sueños, por tanto una parte nuestra estaba ya del otro lado mientras nosotros permanecíamos aún en éste. Todos los elementos del infierno de los antiguos griegos estaban allí... Pero sobre todo aparecía una suerte de gradación administrativa, a través de cuyos sectores pasaban, eran analizados e interpretados los sueños, lo que aproximaba aún más el edificio del Palacio de los Sueños a la estructura inferior del infierno dantesco."

La experiencia de Mark Alem en esta especie de Ministerio de los Sueños va a ser ambivalente. Por una parte siente un orgullo secreto de pertenecer a una casta de funcionarios dotados de un inmenso poder derivado del conocimiento de los secretos más íntimos de los súbditos del imperio, pero también, poco a poco, irá advirtiendo todo el horror que emana del edificio en el que trabaja, que al principio le hace despreciar la realidad cotidiana como algo banal, pero que finalmente le hará tomar conciencia de la utililidad perversa que tiene su trabajo y el de sus compañeros para el poder constituido. Él mismo definirá a la perfección el monstruoso mecanismo:

"En mi opinión, de todos los mecanismos del Estado, el Palacio de los Sueños es el más ajeno a la voluntad de los hombres. ¿Entendéis lo que quiero decir? Es el más ajeno a la razón de todos, el más ciego, el más fatal, por tanto también el más propiamente estatal."

El palacio de los sueños se erige así como una contundente denuncia de los regímenes totalitarios, aquellos que banalizan los derechos y libertades del individuo primando el presunto bien comun que emana del Estado. Es en realidad, un ajuste de cuentas de un escritor que ya había alcanzado cierto prestigio en Europa, contra el intolerable régimen de su país, que pretendía moldear la conciencia y el espíritu de sus súbditos en medio de un ambiente siniestro, de miedo. Bien es cierto que en algunas etapas hubo de colaborar con el gobierno de Hoxa para poder sobrevivir, pero en el fondo de su corazón siempre habitó el escritor libre, aquel que con sus palabras es capaz de quebrar el discurso del poderoso, aún asumiendo un gran riesgo personal.

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