En 1884, el año en el que Galdós publicó La de Bringas, estos acontecimientos estaban todavía muy frescos en la memoria del escritor. Galdós, como es su costumbre, introdujo a sus personajes en un contexto histórico muy determinado, que va a influir muy poderosamente en sus acciones. Antes de emprender la lectura de La de Bringas, es muy recomendable haber leído previamente dos novelas que la preceden en el tiempo y que forman una especie de trilogía con aquella, ya que comparten personajes, El doctor Centeno y Tormento.

En El doctor Centeno, el protagonista, joven aspirante a médico, es testigo de los amores entre el sacerdote Pedro Polo y Amparo Sánchez, sacrilegio que será el tema central de Tormento, donde la protagonista, Amparo, vive sirviendo a unos parientes lejanos, Francisco Bringas y su mujer Rosalía, protagonistas de la novela que nos ocupa.

En realidad, toda la narrativa de Galdós perteneciente al ciclo de las Novelas Contemporáneas parece formar una sola novela, una gran crónica del Madrid decimonónico donde tienen cabida todos los ambientes, desde la pobreza de Misericordia, hasta los hogares de las clases más pudientes. En La de Bringas Galdós lleva al lector al mundo de los funcionarios medianamente acomodados que trabajan directamente para la reina en las estancias del Palacio Real madrileño, en el ambiente agitado que precede a la revolución de 1868.

Francisco Bringas es presentado como un hombre cabal, aunque quizá demasiado austero a la hora de planificar sus gastos, por lo que cuenta con importantes ahorros. Rosalía, su mujer, ha seguido hasta ese momento los pasos de su marido, pero ambiciona poder lucir su posición ante los demás. Su amiga Milagros, la marquesa de Tellería, la visita frecuentemente y pasan horas hablando de moda. Visitan las más elegantes tiendas de Madrid y la marquesa la incita a hacer algo que nunca se le había ocurrido hacer: comprar a crédito.

Es en esta época cuando la sociedad empieza a rendir culto al dios dinero, único medio de escalada social. La alta burguesía va imponiéndose a una aristocracia venida a menos (ahí está el ejemplo de la marquesa de Tellería, que intenta mantener su grandeza a base de apuros económicos) y las mujeres que no tienen acceso al dinero de sus maridos piden a crédito. En este ambiente prosperan usureros como Torquemada, al que Galdós le dedicará un memorable ciclo de novelas. Lo único que importa en este Madrid son las apariencias, dar ante los demás una impresión de prosperidad, aunque esté fundada en cuantiosas deudas imposibles de pagar. Algo muy parecido a los cimientos de nuestra actual crisis económica:

"¡Ay!, qué Madrid este, todo apariencia. Dice un caballero que yo conozco, que esto es un Carnaval de todos los días, que los pobres se visten de ricos. Y aquí, salvo media docena, todos son pobres. Facha, señora y nada más que facha. Esta gente no entiende de comodidades dentro de casa. Viven en la calle y, por vestirse bien y poder ir al teatro, hay familias que se mantienen todo el año con tortillas de patatas... Conozco señoras de empleados que están cesantes la mitad del año, y da gusto verlas tan guapetonas. Parecen duquesas, y los niños, principitos. ¿Como es eso? Yo no lo sé. Dice un caballero que yo conozco, que de esos misterios está lleno Madrid. Muchas no comen para poder vestirse; pero algunas se las arreglan de otro modo..."

En este panorama la figura de Francisco Bringas, pese a su exagerada austeridad, se alza como la única voz razonable, pero predica en el desierto cuando dice: "de veras te digo que más vale comer en paz un pedazo de pan con cebolla, que vivir como esa gente, entre grandezas revestidas de agonía", ya que ni siquiera su propia mujer le escucha. Resulta paradójico que el único personaje que es capaz de ver la realidad quede temporalmente ciego.

La otra gran crítica de Galdós se centra en las autoridades Estatales, con una Reina a la que solo parece importarle su propio bienestar (Rosalía vendría a ser un trasunto de su majestad, viviendo al día, sabiendo lo que se le viene encima pero mirando para otro lado) y Joaquín Pez, representante de una clase administrativa absolutamente parasitaria, que hace del enchufismo y de los favores una forma de vida. Tan perfecto caballero al principio ante los ojos de Rosalía, finalmente acabará revelándose como un vulgar mujeriego, al cual se aferran las mujeres que quieren vivir de manera independiente, aunque sea a costa de ser consideradas desechos sociales.

Así pues La de Bringas, una de las novelas menos conocidas de Galdós se revela como un eslabón imprescindible en la cadena que el novelista fabricó para describir las grandezas y miserias de los madrileños de su tiempo, aquello que Unamuno llamó intrahistoria, la descripción de la cotidianidad en la que se acaban fraguando los grandes hechos, imprescindible para comprender el devenir de la historia.