miércoles, 28 de septiembre de 2011

JOHNNY COGIÓ SU FUSIL (1939), DE DALTON TRUMBO. EL INFIERNO DEL SOLDADO.


Nunca había leído esta novela. Es más, había visto un par de veces la película de Dalton Trumbo, y creía que lo que estaba publicado era el guión. Pero no, la novela es muy anterior, de 1939. Desde luego es la historia más terrible que se pueda concebir. Queda advertido cualquiera que se acerque a una de estas dos joyas, de las que hablo en el artículo:

El nombre de Dalton Trumbo es mucho más conocido por los cinéfilos que por los amantes de la literatura. Y es que la mayor parte de la obra de este escritor y guionista transcurrió bajo la sombra de Hollywood, lo cual le trajo muchos problemas, ya que nunca renegó de su militancia de izquierdas, entre otras cosas para apoyar activamente la lucha de los Republicanos españoles en nuestra Guerra Civil. Esto derivó en su famosa comparecencia ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas dirigido por el tristemente célebre senador McCarthy debido a sus relaciones con los sindicatos y a la sospecha de militancia comunista en una época en la que el enemigo supremo de Estados Unidos era la Unión Soviética.

A partir de ese momento, represaliado por los grandes estudios, debe ganarse la vida escribiendo sus guiones en muchas ocasiones con seudónimos. Obra suya son los libretos de algunas películas imprescindibles de la historia del cine: Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), Éxodo (Otto Preminger, 1960) o El último atardecer (Robert Aldrich, 1962). Pero su gran aportación al medio cinematográfico será la adaptación, que él mismo dirigirá, de una novela suya publicada en los albores de la Segunda Guerra Mundial: Johnny cogió su fúsil, una narración de gran calidad literaria que introduce al lector de manera magistral en la pesadilla de su protagonista

La edición española de la novela incluye dos interesantísimos prólogos de Trumbo escritos en los años 1959 y 1970. En el primero de ellos cuenta como su primera intención fue la de publicar un libro pacifista, tomando como referencia la Primera Guerra Mundial, donde murieron millones de hombres por motivos absurdos. Cuando Estados Unidos intervino en la Segunda, contra nazis y japoneses, los grupos de ultraderecha favorables al aislacionismo utilizaron la novela con fines propagandísticos a su causa, por lo que Trumbo, como militante antifascista, decidió que Johnny cogió su fúsil no volviera a editarse hasta después de la contienda.

En el segundo prólogo, escrito ya en pleno conflicto de Vietnam, Trumbo entiende que su novela vuelve a tener una misión importante en oposición a otra guerra inútil y se queja de la opacidad estadística en cuanto a los heridos en esta guerra:

"(...) ¿qué hay de nuestros 300.000 heridos? ¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas, narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos han quedado sordos o mudos o ciegos o las tres cosas? ¿Cuántos han sufrido una, dos o tres amputaciones? ¿Cuántos permanecerán inmóviles para el resto de sus días? ¿Cuántos no son más que meros vegetales descerebrados que agotan silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras y secretas habitaciones?"

Y es que las naciones llaman con entusiasmo a sus hijos para que acudan a la guerra, apelando a una palabra, patriotismo, que no es sino la manera más sencilla de ocultar intereses inconfesables. Cuando los heroicos soldados vuelven mutilados y desfigurados, el Estado intenta ocultarlos a la opinión pública, como ha sucedido recientemente en Estados Unidos con los heridos de Irak y Afganistan. Se dispone de escasos medios para atenderlos una vez que han finalizado su servicio como carne de cañón.

Joe, el protagonista de la novela, es un joven estadounidense que se alista voluntario para ir a luchar a Francia en la Primera Guerra Mundial. Un buen día despierta herido en un hospital y se va dando cuenta paulatinamente de que le han amputado ambos brazos y piernas y de que su rostro ha desaparecido. Así, ciego, sordo, mudo y sin capacidad de desplazarse, pero con su cerebro y órganos vitales intactos, comienza para él la más sórdida pesadilla que pueda concebirse: la de un hombre atrapado en su propio cuerpo que está imposibilitado para comunicarse con el exterior:

"Pensó hete aquí Joe Bonham tendido como media res para el resto de tu vida ¿y por qué? Alguien te cogió por el hombro y te dijo ven hijo vamos a la guerra. Y tú fuíste. Pero ¿por qué? En cualquier otro trato hasta para comprar un coche o llevar o recado tenías derecho a preguntar ¿y yo que gano? (...) Si alguien venía y te decía vamos hijo haz esto o aquello era una especie de obligación para contigo mismo detenerte y decir veamos señor ¿por qué tengo que hacer esto? ¿para quién y qué saco yo de todo esto? Pero cuando viene un tío y te dice ven conmigo y arriesga tu vida y afronta la muerte y la mutilación entonces no tienes derechos. Ni siquiera tienes el derecho de decir sí o no o lo pensaré. Hay muchas leyes que protegen el dinero de la gente hasta en tiempo de guerra pero no hay nada en los libros que diga que la vida de un hombre le pertenece."

Johnny cogió su fúsil es una crítica despiadada al estamento militar, que seduce a jóvenes con vanas promesas de gloria, los embrutece, los lleva a combatir contra desconocidos y los devuelve a la patria hechos unos guiñapos a los que es mejor ocultar a la opinión pública. Con Joe el ensañamiento es brutal, puesto que su existencia en una especie de limbo, entre la vida y la muerte, es aprovechada por los doctores para experimentar con su cuerpo: él una especie de siniestro milagro médico. En el libro de Trumbo hay también una reflexión a favor de la eutanasia cuando el único horizonte es el sufrimiento.

En 1971 el propio Dalton Trumbo logró hacer realidad su sueño de adaptar su novela a la pantalla grande. Fue la única película que dirigió, pero el resultado fue una auténtica obra maestra, una de esas realizaciones cuyas imágenes quedan para siempre en la imaginación del espectador como representación de lo más terrible de la condición humana. Si bien en la novela, aunque escrita en tercera persona, el punto de vista narrativo era exclusivamente el del protagonista, por lo que el lector solo tenía noticias de las sensaciones, sueños y recuerdos del pasado de Joe, en la película podemos verlo todo desde fuera y en consecuencia resulta un excelente complemento a la novela. La realidad del hospital es representada en blanco y negro y lo onírico en color. Muy recordada es la interpretación de Donald Sutherland como un Jesucristo que ni siquiera sabe cómo consolar a un Joe inmerso en un laberinto sin salida.

Lo que más conmueve de esta obra es el espíritu de su protagonista que, habiendo perdido medio cuerpo no ha perdido ni un ápice de su humanidad y realiza soberanos esfuerzos por seguir formando parte del mundo: sintiendo las vibraciones de las enfermeras que entran y salen de la habitación, tratando de medir el tiempo, recordando episodios de su vida, analizando los motivos de su desgracia y, sobre todo, tratando de comunicarse con los demás, de que sepan que sigue siendo un ser pensante. Esta es la grandeza y la miseria de Joe, para el que la guerra no va a terminar nunca.

TERRORISMO ECONÓMICO.


Ayer saltó la noticia: un joven broker, entrevistado por la BBC, declaraba lo que todos ya sabemos: que los gobiernos no pintan nada, que Goldman Sachs es la que tiene el toro por los cuernos y que sueña con una gran depresión económica para enriquecerse. Luego se ha sabido que el joven ni siquiera tiene licencia para operar en los mercados, solo es alguien ávido de llamar la atención que tiene una cuenta corriente tan modesta como la nuestra, aunque suponemos que le gustaría mucho estar en el papel de sus ídolos, los que se levantan cada mañana pensando qué país toca arruinar.

Lo que más me llama la atención de estas palabras es que, si llegan a ser pronunciadas por un terrorista islámico que amenazara a occidente con provocar una crisis económica y llevar a la pobreza a millones de personas, seguramente nuestros gobernantes se llevarían las manos a la cabeza y emitirían órdenes de busca y captura contra el peligroso individuo. Pero si lo dice uno de los nuestros, no pasa nada. El liberalismo, el juego de los mercados está por encima de todo, incluso de la seguridad de unos ciudadanos a los que cada día los medios de comunicación inyectan una nueva dosis de miedo. Por si no lo supieramos ya, este individuo nos viene a recordar en manos de quien estamos. De una siniestra mano invisible.

Por si sirve de algo, yo propondría por enésima vez recuperar el papel del Estado como garante, regulador y redistribuidor de la economía: crearía un pequeño impuesto a las transacciones económicas, prohibiría las operaciones especulativas a corto plazo, dejaría de regalar dinero a la iglesia católica, suprimiría televisiones autonómicas, altos cargos y privilegios diversos, acabaría con las diputaciones provinciales, investigaría los grandes patrimonios que operan a través de las SICAV y, sobre todo, legalizaría para controlar dos de las actividades que mueven más dinero en el mundo: la droga y la prostitución. ¿No volvería con estas medidas el Estado a tener el control? Piénselo, antes de que sea tarde.

Y traigo aquí a colación un fragmento de "La rebelión de Atlas", de Ayn Rand:

"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo y que las leyes no le protegen contra ellos, sino por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada."

viernes, 23 de septiembre de 2011

EL PARAÍSO EN LA OTRA ESQUINA (2003), DE MARIO VARGAS LLOSA. LA TENTACIÓN DE LA UTOPÍA.

Siempre me ha interesado el concepto de utopía, esas sociedades perfectas imaginadas y que en demasiadas ocasiones se transforman en pesadillas. El siglo XIX fue el momento culminante de estas formulaciones teóricas, que vinieron acompañadas de revoluciones y lucha obrera. El siglo XX fue el de su utilización en forma de totalitarismos. Desde mi humilde opinión, la mejor y más realista utopía es la socialdemócrata.

En "El Paraíso en la otra esquina", novela que me ha parecido maravillosa, Vargas Llosa disecciona estos conceptos social e individual de utopía a través de dos figuras históricas: la revolucionaria Flora Tristán y su nieto, el pintor Paul Gauguin. ¿Y quién mejor que el escritor peruano para asumir la tarea de instruir deleitando? Aquí el artículo:

Mario Vargas Llosa como novelista no posee únicamente una técnica narrativa primorosa, sino que además, cuando el asunto a tratar entronca con la historia, existe un trabajo minucioso de documentación previo. Así puede advertirse en obras como El sueño del Celta, La fiesta del Chivo o La guerra del fin del mundo, que van más allá del concepto estricto de novela para convertirse también en auténticos ensayos históricos en los que el autor reflexiona acerca de los hechos que se están narrando y penetra en las motivaciones de los personajes del pasado.

En El Paraíso en la otra esquina, el Premio Nobel peruano no se conforma con retratar un solo personaje o periodo histórico, sino que lo hace con dos, alternando los capítulos dedicados a uno y a otro, estableciendo así un fascinante juego literario en el que entroncan los destinos de una abuela (la agitadora revolucionaria Flora Tristán) y su nieto (el pintor Paul Gauguín), que consagran su existencia en la búsqueda de sus particulares utopías, representando así a los hombres y mujeres que, durante el siglo XIX teorizaron acerca de cual podría ser el mejor modo de convivencia humana. En una entrevista publicada en El País en marzo de 2003, el propio Vargas Llosa lo expresa de esta forma:

"El XIX fue sobre todo el siglo de las utopías. Es el siglo donde progresa la idea de que la sociedad perfecta es posible, que la puedes diseñar, que la puedes incluso incrustar en la realidad o la puedes encontrar en el mundo en un lugar remoto. La idea de que es posible crear una sociedad perfecta en la tierra, que puedes traer el paraíso a la tierra, es una idea decimonónica. Y tanto Flora Tristán como Gauguin encarnan un poco esa búsqueda de la utopía en ámbitos diferentes."

Flora Tristán fue una mujer adelantada a su tiempo, un elemento extraño en la sociedad francesa del siglo XIX, pues su discurso redentor de la clase trabajadora e igualitarista entre hombres y mujeres era percibido con una mezcla de estupor y curiosidad. Durante su infancia vivió en el seno de una familia opulenta, pero pronto sobrevendría la desgracia con la muerte de su padre, que los sumió en la pobreza. Su matrimonio con un industrial le hizo experimentar el injusto sometimiento de la mujer al varón y su separación, ilegal en la época, le trajo constantes problemas durante el resto de su vida a ella y a sus hijos, hasta el punto de que su marido estuvo a punto de acabar con su vida de un tiro.

Su viaje a Perú, donde presenció una absurda guerra civil le hizo tomar conciencia del problema de la esclavitud y la necesidad de redimir al hombre de sus opresores. Flora dejó constancia de las experiencias de este viaje en su obra Peregrinaciones de una paria (1838). A su regreso a Francia ya había tomado la decisión de consagrarse a la agitación política, por lo que entró en contacto con algunos de los más destacados teóricos sociales y líderes políticos de la época. Así, se dedicó a estudiar a Saint Simon, a Ettiene Cabet (el fundador del movimiento icariano) o a Charles Fourier (el teórico de las comunidades utópicas llamadas falansterios).

En cualquier caso, el pensamiento de Flora Tristán era muy crítico con las ideas utópicas que pretendían fundar comunidades perfectas en países remotos. Ella quería ayudar a los obreros franceses, redimirlos de la esclavitud de trabajos malsanos de hasta veinte horas diarias, fundar los Palacios Obreros y dar a todos la posibilidad de instruirse y trabajar con dignidad. Sin embargo, la tarea de difundir sus ideas expresadas en el libro La Unión Obrera (1843) era muy difícil, debido al embrutecimiento de los obreros:

"Qué ignorantes, qué tontos, qué egoístas eran tantos de ellos. Lo descubrió cuando, después de responder a sus preguntas, comenzó a interrogarlos. No sabían nada, carecian de curiosidad y estaban conformes con su vida animal. Dedicar parte de su tiempo y energía a luchar por sus hermanas y hermanos se les hacía cuesta arriba. La explotación y la miseria les habían estupidizado."

A pesar de su inmensa fuerza de voluntad, Flora Tristán murió joven sin haber vistos recompensados sus esfuerzos, aunque hay que pensar que contribuyó con su granito de arena a concienciar a los obreros de que debían luchar por mejorar sus espantosas condiciones de trabajo, descritas de manera magistral en este párrafo:

"Ochenta desdichados se apiñaban, en tres hileras apretadas de telares, en una cueva asfixiante, donde era imposible estar de pie por lo bajo del techo, ni moverse debido al hacinamiento. (...) El vaho ardiente del horno, la pestilencia y el ruido ensordecedor de los ochenta telares operando simultáneamente, la marearon. Apenas podían formular preguntas a esos seres semidesnudos, sucios, esqueléticos, encorvados sobre los telares (...) Un mundo de fantasmas, de aparecidos, de muertos vivientes."

El nieto de Flora Tristán, el pintor Paul Gauguin, también tuvo una vida extraordinaria, que de cierta manera se emparenta con la de su abuela en cuanto a que los dos fueron buscadores de utopías, aunque en el caso de Gauguin se trataba más de redimirse a sí mismo que a los demás, una especie de utopía individual que le llevó a pasar sus últimos años en Tahití, en busca de una pureza natural y humana que se estaba ya perdiendo en esa época en favor de las costumbres de los colonizadores.

La trayectoria vital de Gauguin también parte de una situación acomodada, pues durante su juventud fue un agente de bolsa de éxito, integrado perfectamente en la burguesía francesa, por lo que resulta llamativo que se alegrara de abandonar esa vida (y de paso a su mujer y a sus hijos, todo sea dicho) para consagrar su existencia al arte de la pintura, una disciplina que aprendió ya en edad madura.
La vida bohemia de Gauguin, uno de cuyos principales episodios es su relación con Vicent Van Gogh, al que llama holandés loco, y su gusto animal por el sexo le dejó como herencia una sífilis que fue apoderándose progresivamente de su cuerpo hasta matarlo, lo cual no le impidió aprovechar la inocencia de los habitantes de las islas para conseguir convivir con niñas en sus últimos años.

El francés fue uno de esos pintores a los que únicamente se les reconoce su talento tras la muerte. Su amigo Daniel de Monfreid le escribía estas proféticas palabras poco antes de que el artista falleciera:

"Usted es actualmente un artista increíble, legendario, que desde el fondo legendario, desde el fondo de Oceanía envía sus obras definitivas, las de un gran hombre por decirlo de alguna manera, desaparecido del mundo. Sus enemigos no dicen nada, no se atreven a combatirlo, ni lo piensan: ¡usted está tan lejos! (...) En resumen, usted goza de la inmunidad de los grandes difuntos, ha pasado a la historia del arte."

La lectura de El Paraíso en la otra esquina resulta muy placentera y no fatiga en ningún momento, a pesar de la gran cantidad de información sobre la vida y el entorno de los personajes que ofrece el autor. El método de ir alternando los capítulos logra la impresión de estar leyendo dos novelas al mismo tiempo, pero conectadas por la fuerte personalidad de abuela y nieto, que tomaron decisiones más o menos acertadas, pero que fueron valientes y adelantados a su tiempo, cada uno a su modo.

LA DEUDA (2011), DE JOHN MADDEN. VOGEL EN BERLÍN.


La reciente lectura que realicé del ensayo de Hannah Arendt "Eichmann en Jerusalén" ha conseguido que el visionado de esta película me haya resultado especialmente estimulante, porque los temas que trata entroncan, aunque sea de pasada, con los planteados en el libro.

"La deuda" cuenta la historia de un comando del Mossad que es mandado al Berlín dividido de los años sesenta con la misión de capturar a un antiguo criminal nazi, el carnicero de Birkenau, que se gana la vida en la parte oriental como respetable ginecólogo. El comando lo forman dos hombres y una mujer, que pronto formarán un extraño triángulo amoroso, alimentado por la tensión y las muchas horas de convivencia.

La película se mueve entre el presente y el pasado. Al espectador se le da a entender que aquella misión dejó heridas abiertas en los tres protagonistas, pero la información va llegando acertadamente dosificada. Muchas son los momentos a destacar de esta película: los primeros encuentros de la muchacha con el doctor, haciéndose pasar por paciente, la captura de Vogel, una escena que logra captar toda la atmósfera de las antiguas novelas sobre la guerra fría y, sobre todo, las tensas relaciones entre el viejo nazi y sus captores, que han de refugiarse en un piso esperando el mejor momento para llevarlo a juicio en Israel. El personaje que compone Jesper Christensen va a resultar verdaderamente diabólico. Una vez descubierto como nazi va a actuar como tal, tratando de provocar en todo momento a los judíos, acusándolos de debilidad, de ser un pueblo indefenso, cuyos componentes se encaminaban a la cámara de gas sin rechistar.

Aquí me surge la misma pregunta que hacía Arendt en su ensayo: ¿Tenían derecho los israelitas a capturar nazis para enjuiciarlos en su país? Quizá moralmente sí, puesto que en el juicio de Nuremberg se habló mucho de guerra de agresión, pero muy poco del holocausto y ellos se sentían un pueblo especialmente agredido, que había sido condenado al exterminio por los alemanes cuando no contaban con medios para defenderse ni un territorio propio y querían demostrar al mundo su fortaleza enjuiciando a sus verdugos. También es cierto que Israel ha usado en muchas ocasiones esa fuerza para aplastar a los pueblos vecinos, especialmente al palestino, al que asfixia todo lo que puede.

Al margen de polémicas acerca de los israelitas y el Mossad, "La deuda" es una película absolutamente recomendable, con una historia interesante y bien contada, que utiliza muy bien los dos ámbitos temporales en los que se mueve y mantiene al espectador interesado en todo momento con lo que sucede en pantalla. Además, muchas de sus escenas están dotadas de un clasicismo que cada vez es más escaso en el cine actual. Es posible que sea una de las mejores películas entre los estrenos de este año.

LAS LUNAS DE JÚPITER (1982), DE ALICE MUNRO. DE LA VIDA ÍNTIMA DE LOS CANADIENSES.


Alice Munro está considerada como una de las mejores autoras de narrativa breve de la actualidad. Si leemos su biografía resulta de lo más anodina: infancia pobre pero feliz en Ontario, en contacto con la naturaleza que termina como ama de casa, aunque felizmente con un marido librero. El matrimonio y los hijos le habían obligado a abandonar prematuramente una incipiente carrera literaria que comenzó en la universidad. De todos modos, su vida cotidiana y lo que iba conociendo a través de sus vecinos y amigos iba a ser la materia prima sobre la que cimentaría sus relatos, hasta el punto de que ella misma es modelo para muchos de sus personajes: mujeres que se sienten frustradas en su matrimonio, agobiadas por el peso de la responsabilidad maternal, a las que les gustaría tener las mismas oportunidades que los hombres y no ejercer el papel que le reserva la sociedad. Por suerte Munro es canadiense y ha podido observar el inmenso cambio social que progresivamente se ha ido instalando en su país, y en la mayor parte del mundo occidental desde los años cincuenta, como la mujer se ha ido emancipando y ha adquirido un protagonismo que era insospechado en sus años de juventud.

Las mujeres de los relatos de Alice Munro suelen estar en constante búsqueda de su identidad. Muchas llevan un par de divorcios a cuestas, con toda la mala conciencia que eso produce en quien ha sido educado en la santidad del matrimonio, pero intentan salir adelante aún a costa del escándalo social y del empobrecimiento. Una de sus heroínas aprovecha la muerte del hijo de su amante para huir con él, otra envidia a sus hermanas que han sabido sobrevivir sin depender de los hombres...

A mí como lector me cuesta mucho seguir el hilo de algunos de sus relatos. Aún siendo una gran narradora, sensible, que sabe meterse en la piel de sus personajes, considero un defecto que se presenten tantos personajes, tantos nombres, tantas profesiones, en un breve espacio y que uno tenga que recordarlo todo para seguir el discurrir de la acción. Entre las narraciones que componen el libro que acabo de leer destacaría la que da título al volumen, un sólido retrato de una mujer que se mueve en un laberinto de sentimientos cuando su padre está ingresado en el hospital, a punto de morir. Y es que la vida nunca suele ofrecer estabilidad: el ser humano, hombre y mujer, se pasa la existencia planificando el futuro, decidiendo que camino tomar en las infinitas encrucijadas que se presentan. De eso tratan las narraciones de Munro.

martes, 20 de septiembre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA (2011), DE TERRENCE MALICK. EL HOMBRE ANTE EL UNIVERSO.


Una advertencia a los que tengan intención de ver esta película: por mucho que salga Brad Pitt, no se trata de algo convencional, sino de una obra muy personal de un cineasta que hace con su cine lo que quiere, por lo que será muy difícil que la propuesta de Malick guste a todo el mundo. De hecho, en el cine donde fui a verla mucha gente se levantó y pude advertir que una muchacha que se sentaba en el asiento de al lado mandaba el siguiente mensaje por el móvil: "Esto es inenarrable, vaya mierda de película". A mí personalmente me ha parecido una película muy estimulante, pero advertidos quedan:

Terrence Malick es un cineasta que siempre ha nadado a contracorriente. Para él el cine es algo más que entretenimiento, es un arte que quiere expresar lo sublime de una manera absolutamente personal, sin tener en cuenta para nada los gustos imperantes del público mayoritario. Además, es autor de una obra escasa, cinco largometrajes, lo cual da idea de su trabajo de planificación previo, de su anhelo de perfección.

Malick es un director con fama de huraño. Raramente concede entrevistas y tampoco suele aceptar posar para una fotografía, como si solamente quisiera hablar a través de su obra, tan compleja como fascinante. Su difícil narrativa es reflexiva y preciosista, por lo que para él es esencial trabajar con grandes directores de fotografía y músicos que sepan dotar a sus imágenes de poesía. Cuando se ocupa de episodios históricos de su país (la Segunda Guerra Mundial en La delgada línea roja o el choque de civilizaciones entre europeos y nativos americanos en El nuevo mundo) su visión nunca es complaciente, estableciendo un contraste entre la pureza de la naturaleza y la brutalidad humana.

El espectador que se disponga a contemplar El árbol de la vida, ha de saber que se encuentra ante un estilo de hacer cine que poco tiene que ver con la oferta del resto de la cartelera. Muchos, atraídos por el nombre de Brad Pitt, entrarán en la sala sin saber muy bien a lo que se enfrentan y se sentirán desconcertados. Lo mejor es dejarse llevar por la propuesta de Malick, esa reflexión totalizadora acerca del sentido de la existencia que se centra en la vida de una pareja y sus hijos, pero que se mueve entre lo inmenso y lo diminuto, otorgándoles la misma importancia, con una facilidad pasmosa.

Una buena parte de la película está dedicada a mostrar la gran sinfonía del universo, del que la Tierra forma parte, como lo que somos es producto de un complejísimo proceso en el que han intervenido infinitos factores y casualidades. Las imágenes resultan sublimes, en combinación con una música primorosamente escogida. Lo que está mostrando Malick es historia remota, pero el hombre pertenece a ella, al mundo y sus protagonistas, al enfrentar los problemas cotidianos, se enfrentan también a lo insondable y las preguntas se hacen insoportables ante la pérdida de un hijo: ¿dónde está Dios?

Porque, el papel de Dios en todo esto es una de las grandes preguntas del filme de Malick, no tanto para plantearse su existencia o no, sino para indagar acerca de su silencio. El punto de vista principal se sitúa en un niño que de adulto (Sean Penn) se sentirá inmensamente solo y recordará las circunstancias de su infancia, marcada por un padre (Brad Pitt) a la vez autoritario y cariñoso, cuya obsesión es que sus hijos sean fuertes y competitivos para que se desenvuelvan bien en la sociedad que les ha tocado vivir y una madre (Jessica Chastain) que representa una pureza casi virginal, en la que siempre puede encontrar refugio, aunque ni siquiera en ella puede encontrar consuelo a la tragedia de la muerte de su hermano.

Resulta muy llamativo que la película comience precisamente con un texto bíblico del libro de Job, un texto que habla de resignación, de como Dios puede jugar con el hombre cuanto le plazca, aceptando nada menos que un reto de Satanás para demostrar que la devoción triunfa por encima de las peores pruebas. Cualquier hombre puede ser un Job cotidiano sometido a los sinsabores y crueldades del mundo.

La madre que se dirige a Dios para que le explique la muerte de su hijo encuentra el silencio. ¿Qué importa su dolor ante la inmensidad del tiempo y del universo? Sin embargo Malick otorga voz al insignificante ser humano a través de sus personajes, mostrando unas acciones cotidianas que en el fondo lo único que pretenden es sentir la felicidad en comunión con la naturaleza a la que pertenecen. Cuando Malick nos enseña con tanto detalle el milagro del movimiento de las manos y pies de un bebé que busca el rostro de su padre está mostrando la esencia de la vida, las respuestas que se encuentran en lo que erróneamente consideramos pequeño.

El árbol de la vida posee así un tono trascendente muy adecuado al mensaje que quiere transmitir su director, que vuelve a entregar una propuesta arriesgada y polémica, realizada con entera libertad, algo que puede decirse hoy día de pocos cineastas. La Palma de Oro en el Festival de Cannes es un justo reconocimiento a la valentía del director.

COWBOY DE MEDIANOCHE (1969), DE JOHN SCHLESINGER. LA OTRA CARA DEL SUEÑO AMERICANO.


Si alguna vez existió algo parecido al concepto de "sueño americano" existió en los años sesenta y en la clase social que retrata tan magistralmente la serie "Mad Men". Existían miedos, claro. Podía producirse una guerra nuclear, por ejemplo, pero esto era algo tan incontrolable por parte del ciudadano medio que valía más la pena no pensar demasiado en ello. Los felices sesenta comenzaron a ser pesadillescos cuando Estados Unidos se implicó a fondo en la Guerra de Vietnam, algo que también se refleja en el cine.

Una de las fascinaciones más recurrentes que me produce la ciudad de Nueva York, al menos la visión que tengo de ella a través del cine, es que se trata de una urbe tan inmensa y en la que conviven tantos tipos de personas que podemos encontrar una Nueva York distinta a cada paso (por no decir en cada época). El periodo que refleja el film era decadente, cuando comenzaba a tener fama de ciudad insegura y tenebrosa. "Cowboy de medianoche" refleja esa cara poco complaciente ofreciendo el magistral retrato de dos perdedores con los que la urbe es implacable. Jon Voight interpreta a Joe Buck, un joven inmaduro que cree que con su atractiva presencia va a seducir a mujeres maduras bien situadas en Nueva York. Su sueño es ejercer la prostitución de lujo y darse a la gran vida a costa de las mujeres. Pronto va a comprender que la gran ciudad solo habla un lenguaje: el del dinero y este no se consigue solo con buenas intenciones. Por otra parte Rizzo (Dustin Hoffman) es un timador de muy poca monta que enseña a Joe a malvivir el sueño americano.

En realidad estos dos personajes se tienen casi exclusivamente el uno a otro mientras soportan el severo invierno neoyorkino en un edificio casi en ruinas, sobreviviendo a base de sueños. Destaca aquí el retrato realista de lo que es vivir instalado en la sordidez, lo cual no impide que los dos personajes vivan en perfecta comunidad solidaria. Quizá su tierra prometida esté en Florida, aunque sea por el buen tiempo. Nos encontramos ante una película importante, no solo por su calidad intrínseca, sino porque adelanta algunas de las constantes experimentales (y feistas) del cine de los setenta.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

CORAZÓN (1886), DE EDMUNDO DE AMICIS. EL VALOR DE EDUCAR.


No puedo ser imparcial con esta novela, ya que le tengo un cariño inmenso, por ser la primera que leí de niño. Ninguna mejor que esta para comprender el inmenso poder de la narrativa, que hacía que yo me identificara sin dificultad con el protagonista y absorbiera (al menos en aquel momento) muchos de sus valores. La lectura que acabo de hacer me ha traído muchos recuerdos, de las emociones que sentí descubriendo lo que era la literatura. Dejo aquí un texto que seguramente me animó a emprender la aventura de tener mi propia biblioteca:

"He ido a ver a Stardi, que vive en la casa que está frente a la escuela y he sentido verdadera envidia al ver su librería. No es que sea rico, no puede comprar muchos libros; pero él conserva con gran cuidado sus libros de la escuela, y aquellos que le regalan sus parientes, y todo el dinero que le dan, lo guarda y lo gasta con el librero: de esta manera se ha hecho una pequeña biblio
teca, y cuando su padre se dio cuenta de que tenía esa pasión, le compró una bonita estantería de nogal con una cortinita verde, y le hizo encuadernar casi todos los volúmenes con los colores que a él le gustaban. (...) Está siempre alrededor de sus libros, limpiándoles el polvo, examinando la encuadernación; hay que ver con que cuidado los abre, con esas manos suyas cortas y gruesas, soplando las páginas; parecen aún todos nuevos. (...) Para él, con cada libro nuevo que compra, es una alegría alisarlo, ponerlo en su sitio y volverlo a coger para mirarlo por todos los lados y guardárselo como un tesoro."

Aquí el artículo:


La biografía de Edmondo de Amicis está marcada por su participación como oficial en la unificación de Italia, de ahí el exaltado amor por la patria que puede encontrarse en su obra. Son de destacar también sus trabajos como periodista y sus libros de viaje, uno de los cuales está dedicado a España. El escritor viajó a la Península Ibérica durante el breve reinado de su admirado Amadeo de Saboya y dejó una descripción muy tópica y costumbrista del país, aunque eso no resta a su crónica amenidad ni interés.

Corazón es un libro que marca cuando se lee en la infancia por lo que, cuando se vuelve a leer décadas más tarde, es como una especie de viaje al pasado, al recuerdo de una serie de valores que el joven lector asumía con inocencia y sin espíritu crítico alguno. Y es que la novela de Amicis pretende ser ante todo una narración ejemplarizante, una especie de guía de virtudes cardinales dirigida a las nuevas generaciones de la joven nación italiana, apelando siempre a sus emociones. Para el escritor Luis Mateo Díez, prologuista de la edición de la editorial Gadir, fue un libro fundamental en su educación sentimental:

"Fue el primer libro del que Antón y yo nos hicimos propietarios, el que nos proporcionó la lectura más intensa, esa que te vence en la absoluta ingenuidad, que te gana el alma, que te conmueve hasta el límite, cuando todavía ningún libro te ha conmovido de ese modo, con el aliciente añadido del perturbador secreto que el propio libro acarreaba."

El libro está escrito en forma de un diario que escribe Enrico, un estudiante de tercer curso en la escuela Baretti de la ciudad de Turín. Enrico es un chico acomodado, pero en su clase hay alumnos de todas las clases sociales: el respeto absoluto a los compañeros menos afortunados, a los hijos de la clase obrera, va a ser uno de los valores prioritarios que el padre de Enrico va a tratar que aprenda su hijo, haciéndole ver que su esfuerzo para aprobar las asignaturas no es nada comparado con el de los chicos que deben ayudar trabajando en los oficios de sus padres (herreros, vendedores de leña, albañiles...) y cuyo ambiente social no es en muchas ocasiones el más propicio para los estudios. Además, no solo estudia la gente de su edad:

"Piensa en los obreros que van a la escuela por la tarde después de haber trabajado todo el día, en las mujeres, en las chicas de pueblo que van a la escuela el domingo, después de haber trabajado durante toda la semana; en los soldados que echan mano a los libros y a los cuadernos cuando vuelven agotados de las maniobras; piensa en los chicos mudos y ciegos, que a pesar de todo estudian; e incluso los prisioneros, que también ellos aprenden a leer y a escribir."

En la escuela Enrico va a conocer a compañeros inolvidables, que representan distintas cualidades: Garrone o la nobleza, Derossi o la inteligencia, Crossi o la humildad, Coretti o la amistad, Stardi o el afán de superación... También existe la oveja negra, representada por Franti, un muchacho díscolo y rebelde, que siempre opta por atormentar al más débil. Por encima de todos, su venerado maestro, que no solo educa a sus alumnos en el conocimiento, sino que pretende que sean buenos ciudadanos.

En Corazón el patriotismo, que no está reñido con las ideas socialistas del autor, es la cualidad que condensa todas las demás. Quien es patriota ama a su país, ve al resto de ciudadanos como hermanos y es capaz de derramar su sangre en defensa de estos y de su rey. Es curioso que en esta ecuación apenas se nombre a la religión, pero sus razones tendría Amicis para no hacerlo. Llama también la atención la continua presencia de la muerte y la enfermedad en la narración de Enrico: muere algún compañero del colegio, alguna madre, los niños enferman gravemente y él mismo está a punto de fallecer a causa de unas fiebres: el índice de mortandad en aquella época era todavía muy alto.

Uno de los elementos más interesantes de la novela es que intercala los llamados cuentos mensuales, narrraciónes dentro de la narración, cuyos protagonistas son niños o adolescentes que se sacrifican de alguna manera para ayudar a su familia, a la patria o simplemente a los demás. Entre ellos destaca De los Apeninos a los Andes, cuyo protagonista, Marco, fue popularizado en España a través de una serie de dibujos animados que se estrenó a finales de los setenta. Resulta curioso este pasaje, una descripción de la ciudad de Buenos Aires que parece firmada por la pluma de Jorge Luis Borges:

"Era una calle recta y sin fin, pero estrecha, flanqueada por casas bajas y blancas (...) A cada tramo del camino, girándose a derecha e izquierda, él veía otras dos calles que huían rectas hasta perderse de vista, flanqueadas también por casas bajas y blancas, y llenas de gente y de carros, y cortadas al fondo por la línea recta de la inmensa llanura americana, similar al horizonte del mar. La ciudad le parecía infinita; sentía que se podía caminar durante días y semanas viendo siempre aquí y allá otras calles como aquellas, y que toda América estuviera cubierta de ellas."

Corazón, del que se dice que era el libro favorito del general De Gaulle, resulta así un libro idóneo para ser leído varias veces en la vida, a distintas edades. La primera lectura dejará un poso imborrable. Las siguientes serán un ejercicio de nostalgia en el que se valorará el mérito literario de una novela cuyos valores pueden haber quedado algo anticuados, pero cuyo mensaje cívico sigue plenamiente vigente en estos tiempos en los que se pone en duda el valor de la escuela pública.

SOLO ANTE EL PELIGRO (1952), DE FRED ZINNEMANN. EL MÁS VALIENTE ENTRE MIL.


La de Gary Cooper paseando por el pequeño pueblo del que todavía es sheriff mientras espera la llegada del tren en el que viaja el enemigo que se la tiene jurada es una de las imágenes icónicas del cine. El actor sabe transmitir perfectamente los sentimientos de su personaje: un hombre atrapado entre el miedo y su sentido del deber, que opta por este último, aún a sabiendas de que probablemente morirá, pues su enemigo va a estar flanqueado por otros tres pistoleros.

Pero Kane no se deja llevar por el pánico: ha sido durante años un servidor de la ley ejemplar e intenta que los habitantes le ayuden en su cometido. Alguno pretende hacerlo, pero se acobarda cuando advierte que van a estar en minoría. Otros, como el ayudante del sheriff, son mucho más mezquinos e intentan aprovechar la situación para sacar réditos personales.

Para que la situación sea aún más dramática, Zinnemann hace que su personaje acabe de casarse con una esposa cuáquera, que pretende que su marido siga sus pasos de rechazo absoluto a la violencia. La película está rodada para que su metraje coincida con el tiempo que transcurre desde la boda hasta el duelo final (menos de hora y media) y la presencia continua de relojes recuerdan continuamente al espectador los minutos que restan para que llegue el tren, añadiendo cada vez más tensión a la historia, que se refleja dramáticamente en el rostro de un personaje al que todos abandonan, pero que se mantiene firme en su decisión.

El duelo final está rodado primorosamente. El silencio es solo roto por las balas, nada de palabras. El final es amargo, muy amargo. Parece ser que Howard Hawks rodó "Río Bravo" en respuesta al mensaje de esta película. Para él, el sheriff no tenía por qué ir pidiendo ayuda a gente inexperta. Los disparos eran solo para los profesionales.

sábado, 10 de septiembre de 2011

EL HOMBRE DEL SALTO (2007), DE DON DELILLO. LA CAÍDA DE LAS TORRES.


Estas fueron las dos imágenes que inspiraron su novela a Don DeLillo. La foto de Richard Drew que muestra a una de las personas que se arrojaron desde el infierno en que se había convertido la torre norte y la del superviviente con su maletín, sucio de polvo y humo, con mirada desconcertada, como si no acabara de creerse la abrupta interrupción de su cotidiano día de oficina. Leer esta novela es una buena manera de conmemorar el décimo aniversario del 11 de septiembre, pues contiene una interesante reflexión (a pesar de tratarse de una novela en parte fallida) acerca de los sentimientos de miedo y estupor que embargaron a los neoyorkinos en los días posteriores. Ojalá no vuelva a suceder nada parecido. Aquí el artículo:

El décimo aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington lleva inevitablemente a recordar las circunstancias en las que se produjeron los atentados: de la manera más espectacular posible y en horario de máxima audiencia. Ya anteriormente los telespectadores habían podido presenciar la muerte en directo, pero nunca de manera tan inesperada y a tan gran escala.

Mientras los edificios ardían a muchos les parecía estar contemplando una película. Pero cuando la cámara se acercaba a las ventanas de la torre norte, se podía ver a una multitud de seres humanos agitando toallas y pidiendo auxilio. Pronto comprenderían que toda ayuda era imposible ante el infierno en que se habían convertido los edificios, inundados del queroseno de los aviones. Muchos de ellos optaron por arrojarse de las ventanas y acabar lo más rápidamente posible con su agonía. Fue una de las imágenes más terribles del 11 de septiembre, la de seres humanos, que minutos antes cumplían con su jornada rutinaria de trabajo, lanzándose al vacío a la vista del mundo entero desde dos edificios que pronto iban a ser un gigantesco amasijo de escombros en pleno Manhattan.

Pronto llegarían informaciones de que otro avión se había estrellado contra el Pentágono, en Washington y las noticias parecían entrar en el terreno de la ciencia ficción. El autor de este artículo, que asistía en directo a todos estos acontecimientos a través de la televisión, pensó en aquel instante que lo malo no era solo lo que estaba sucediendo, las miles de muertes provocadas por la cadena de atentados, sino que después llegarían las represalias, como así efectivamente sucedió. El gigante herido se embarcó sucesivamente en dos guerras, la de Afganistán y la de Irak, que aún a día de hoy no se han resuelto.

Tras un pequeño periodo de estupor, la literatura y el cine se hicieron eco de los atentados. Escritores prestigiosos comenzaron a ofrecer su visión de la nueva era inaugurada el 11 de septiembre, la de la guerra contra el terrorismo y la seguridad a cualquier precio, a pesar de las advertencias del patriarca de las letras estadounidenses, Norman Mailer, de que debían dejarse pasar diez años antes de escribir acerca de un hecho histórico tan relevante. Así, novelas como Terrorista, de John Updike, Sábado de Ian McEwan o la reciente Libertad de Jonathan Franzen, escarban en la herida que la nueva e insegura realidad ha dejado en la sociedad occidental. En este contexto se inscribe El hombre del salto, la aportación de Don DeLillo a esta tendencia literaria.

Respecto a las motivaciones para escribir El hombre del salto, son fáciles de deducir respecto a un escritor que ha nacido en Nueva York. DeLillo quería escarbar un poco en la herida y discernir, a través de sus personajes, como habían afectado los hechos a la vida cotidiana de sus conciudadanos, tal y como declaraba en una entrevista publicada en El Cultural el 6 de septiembre de 2007:

"Es extremadamente desalentador. Y el hecho de que decidiera abordarlo situándome en medio no lo hizo mucho más fácil. No quería escribir una novela en la que los ataques afectaran a unas pocas vidas de una forma distante. Quería estar en las Torres y en los aviones. Nunca pensé en los ataques en términos de ficción, durante al menos tres años. (...) Lo que hizo que finalmente la escribiera fue una imagen: un hombre, con traje y corbata, que arrastra un maletín a través de una tormenta de humo y ceniza. No tenía nada más. Y entonces, unos días después se me ocurrió que el maletín no era suyo. Esa fue la chispa."

La novela de DeLillo comienza en el puro caos. Los oficinistas que han logrado salir de las torres se enfrentan en la calle a un peligro inimaginable: el derrumbe de dos de los edificios más altos del mundo:

"El estrépito permanecía en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza venían rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolinándose en las esquinas, sísmicas oleadas de humo, con destellos de papel de oficina, folios normales con el borde cortante, pasando en vuelo rasante, revoloteando, cosas no de este mundo en el fúnebre cobertor de la mañana."

El protagonista, Keith Neudecker avanza por las calles de Manhattan cubierto de sangre y cenizas y llega a casa de su mujer, de la que se ha separado recientemente. Sigue siendo el mismo, pero algo ha cambiado dentro de él. No puede hablar de lo sucedido hasta que va a devolver el maletín que llevaba en la mano a su dueña, que resulta ser una superviviente como él, alguien que puede entenderle. El relato de los hechos, los recuerdos reprimidos, fluyen entonces en una conversación entre iguales, como si se tratara de dos veteranos de guerra. Keith a partir de entonces intentará vivir fuera de un mundo que para él ha dejado de tener sentido. Dedicarse a viajar en busca de partidas de póker es un buen modo de hacerlo.

Mientras tanto, su mujer Lianne se siente totalmente perdida ante los hechos acaecidos. Lianne representa la mezcla de miedo y deseos de venganza que embargaba aquellos días a muchos neoyorkinos. Hay que tener en cuenta que en aquellos días un nuevo atentado se daba por seguro y mucha gente se sentía derrotada, como si con la caída de las torres les hubieran amputado un miembro. La agresión a su vecina, que escucha música oriental, era algo inimaginable para esta mujer antes del 11 de septiembre.

Otro motivo de desconcierto para el pueblo americano es que les hayan atacado en nombre de un Dios que siempre pensaron que estaba de su parte. Algunos investigan la doctrina islámica en un intento de comprender lo que ha sucedido, de meterse en la piel de los suicidas:

"Pero no podemos olvidarnos de Dios. Ellos están invocándolo todo el tiempo. Es su fuente más antigua, su palabra más antigua. Sí, hay algo más, pero no es historia ni economía. Es lo que los hombres sienten. Es la cosa que ocurre entre los hombres, la sangre que ocurre cuando una idea empieza a viajar, lo que sea que esté detrás, una fuerza ciega o contundente o violenta. Qué cómodo resulta descubrir un sistema de creencias que justifique todas esas sensaciones y todas esas matanzas."

Con el personaje de Hammad, uno de los jóvenes terroristas, DeLillo trata de desentrañar el misterio de los pilotos suicidas, de como un hombre es capaz de arraigar una idea en su cerebro hasta el punto de inmolarse por ella. Uno de los defectos de la novela es el poco desarrollo que se le da a este personaje, que hubiera necesitado muchas más páginas para ser comprendido, aunque se nos deja una interesante reflexión, cuando los suicidas se presentan como instrumentos de la voluntad de Dios:

"El fin de nuestra vida está predeterminado. Se nos lleva hacia ese día desde el momento mismo en que nacemos. No hay ninguna ley santa contra lo que vamos a hacer. No es suicidio en ninguna de las acepciones de la palabra. Es sólo algo que lleva mucho tiempo escrito. Nosotros sólo estamos descubriendo el camino que nos eligieron."

La novela se erige así como un puzzle de sentimientos encontrados: los que anteceden y los que suscita la catástrofe. En medio de todo ello, el misterioso personaje que da nombre a la novela, un artista callejero que se cuelga de los edificios boca abajo imitando a los que se tiraron desesperadamente de las torres gemelas. Un recordatorio inesperado de una tragedia inimaginable que ha instalado desde el 11 de septiembre en las vidas de los ciudadanos de las democracias occidentales a un desagradable compañero: el miedo.

WORLD TRADE CENTER (2006), DE OLIVER STONE. HÉROES E INFAMIA.


Cuando supe que Oliver Stone, uno de los mejores directores estadounidenses de los últimos años, capaz de meter el dedo en la llaga de los males del imperio americano a través de películas como "Wall Street", "Platoon" o "Nixon", iba a filmar una película sobre el 11 de septiembre supuse que iba a contar con una buena dosis de crítica respecto a la reacción posterior del gobierno de George Bush.

Pero no, no eran esas las intenciones del director. Stone no pretendía ahondar en la herida, sino rendir un tributo a los héroes que murieron aquella terrible mañana a través de la historia de dos de los pocos supervivientes del hundimiento de las torres: dos policías de la autoridad portuaria de Nueva York,
John McLoughlin y Will Jimeno, que apenas tuvieron tiempo de hacer nada antes de que el edificio se derrumbara sobre sus cabezas, salvando la vida por refugiarse en el hueco de un montacargas.

La primera parte de la cinta es de gran calidad, reviviendo el caos de los primeros minutos del atentado, cuando muchos creían que lo del primer avión había sido un desgraciado accidente. Es difícil filmar acerca de un hecho cuyas imágenes reales son tan espectaculares que no pueden ser mejoradas por ninguna película. Stone opta por el punto de vista íntimo, el de seres humanos que se ven inmersos en el deber de ayudar dentro de una tragedia que les supera, algo muy parecido a lo que muestra el estremecedor documental de los hermanos Naudet, que filmaron los hechos cuando acompañaron a los primeros bomberos que llegaron a la torre norte.

A partir del momento en el que los protagonistas quedan atrapados entre los escombros, la película empieza a perder calidad a pasos agigantados. Los dos policías sufren una terrible agonía, sin poder moverse y llegan a ver a Jesucristo acercándose a ellos. Paralelamente, se cuenta la historia de un joven que, conmocionado por lo que ha visto en la televisión, decide ir a la peluquería, raparse el pelo y reengancharse en los marines, porque su presidente le ha dicho que están en guerra. Solo hay que ver la cara de psicópata que pone Michael Shannon, un auténtico jarhead, para comprender que algo no funciona en esta película, porque el mensaje que está transmitiendo pone los pelos de punta: venganza a cualquier precio, contra países enteros. Es esta reacción la que desacreditó a Estados Unidos ante el mundo, un país que había conseguido una oleada de solidaridad después de los atentados.

Yo recuerdo perfectamente esa tarde, como todos ustedes. Veía a seres humanos pidiendo ayuda desde las ventanas humeantes y como se tiraban al vacío en un acto de desesperación. También pensé en el presidente que se estaba enfrentando a esos hechos, en las medidas desmesuradas e irracionales que iba a adoptar. Pensé que lo peor no era lo que estaba pasando, lo peor iba a ser lo que venía después.

martes, 6 de septiembre de 2011

EICHMANN EN JERUSALÉN (1963), DE HANNAH ARENDT. UN ESTUDIO SOBRE LA BANALIDAD DEL MAL.



La de arriba es la mirada del asesino en la plenitud de su gloria criminal. La de abajo es la mirada del hombre desconcertado que no entiende por qué se le enjuicia cuando solo cumplía con un deber basado en órdenes superiores. Entre estas dos miradas, la terrible historia de la industria del holocausto que asoló Europa durante el periodo nazi. Hay que asomarse a las páginas escritas por Hannah Arendt como crónica lúcida del juicio de Eichmann con la misma distancia y objetividad con las que ella las escribió. Se trata de un documento único, el juicio a uno de los principales funcionarios del horror, que cumplían con su labor como lo haría el administrador de una compañía de logística. Los asesinatos eran objetivos y cifras mensuales que había que cumplir, pero manchándose las manos lo menos posible
porque, después de todo, asesinar a seres humanos es una tarea que puede resultar dura si dejamos hablar a nuestra propia conciencia. Aquí el artículo:


A Hannah Arendt, filósofa e intelectual judía, le tocó padecer el siglo XX. Nacida en Alemania a principios de siglo, se doctoró en la Universidad de Heidelberg, no sin antes haber mantenido un romance con otro de los filósofos más importantes del siglo XX: Martin Heidegger, que acabó adhiriéndose al Partido Nacionalsocialista. Desde que los nazis llegaron al poder, Arendt se percató de que no podía llegarse con ellos a acuerdo alguno y que la convivencia de los judíos con el nuevo régimen era imposible, por lo que solo cabía la hostilidad contra el mismo. La filósofa se marchó de Alemania en 1933.

En 1937 las autoridades alemanas le retiraron la nacionalidad, pero desde mucho antes ya se había convertido en uno de esos seres apátridas que vagaban por el mundo en busca de un lugar donde establecerse, que tan bien describió Stefan Zweig en sus memorias. Finalmente Arendt se estableció en los Estados Unidos, desde donde comenzó a publicar, entre otras muchas cosas, sus escritos acerca del totalitarismo, un tema que siempre le interesó, por haber vivido sus consecuencias en primera persona.

Fruto de este interés fue la escritura del ensayo Eichmann en Jerusalén, donde Arendt tuvo la oportunidad de estudiar a un miembro relevante del sistema de exterminio nazi: el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, que fue juzgado y condenado a muerte en 1961 en Jerusalén por un tribunal judío después de haber sido secuestrado en Argentina.

El juicio de Eichmann ha dado para muchas páginas de análisis jurídico y moral. Su captura en Argentina, violando la soberanía de un país y su traslado clandestino a Israel, fue justificada como una acción lícita de las principales víctimas del Holocausto nazi. Existía un claro precedente a este proceso: el de Nuremberg, donde se juzgó a algunos de los principales dirigentes nazis inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial por un tribunal formado por los vencedores. Pero para el Estado de Israel, el juicio verdadero era el de las víctimas:

"Al igual que todos los ciudadanos de Israel, el fiscal Hausner estaba convencido de que tan solo un tribunal judío podía hacer justicia a los judíos y de que a estos competía juzgar a sus enemigos. De ahí que en Israel hubiera general aversión hacia la idea de que un Tribunal Internacional acusara a Eichmann, no de haber cometido crímenes "contra el pueblo judío", sino crímenes contra la humanidad, perpetrados en el cuerpo del pueblo judío."

En Nuremberg se había juzgado a los acusados bajo principios novedosos, sobre todo porque se trataba de delitos que no estaban tipificados en el momento de ser cometidos, delitos tan complejos como horrendos, cometidos a la vez en muchos países y realizados por gran cantidad de cooperadores necesarios. Se trataba de una aplicación retroactiva de la ley penal, al menos desde el punto de vista de los acusados, que se defendieron siempre, al igual que lo hizo Eichmann, alegando que en el momento de cometerse los actos que se juzgaban, ellos cumplían estrictamente con la ley vigente en Alemania y además lo hacían en cumplimiento de órdenes, en virtud de la obediencia debida a sus superiores.

Durante el proceso se repasó la carrera de Eichmann dentro de las SS, sobre todo respecto a sus responsabilidades como responsable de logística y transportes en el exterminio de los judíos, una especie de alto funcionario encargado de optimizar los esfuerzos de la industria del Holocausto. Hay que tener en cuenta que Eichmann jamás mató a nadie con sus propias manos. Los propios nazis, en las fases más avanzadas e industrializadas del Holocausto, procuraron que fueran comandos especiales de prisioneros judíos los que se encargaran de dar muerte a sus congéneres. En las ocasiones en las que el propio Eichmann fue testigo directo de torturas o matanzas, tales visiones le destrozaron, según su propio testimonio.

Así pues tenemos a un hombre que dice trabajar para el Estado realizando una importante labor en cumplimiento de órdenes superiores, aún cuando manifieste odiar las consecuencias finales de la labor que realiza. Su jefe Himmler expresó muy bien dichas contradicciones en uno de sus discursos:

"Haber dado el paso al frente y haber permanecido íntegros, salvo excepcionales casos explicables por la humana debilidad, es lo que nos ha hecho fuertes. Esta es una gloriosa página de nuestra historia que jamás había sido escrita y que no volverá a escribirse. (...) Sabemos muy bien que lo que de vosotros esperamos es algo sobrehumano, esperamos que seáis sobrehumanamente inhumanos."

Adolf Eichmann participó a principios de 1942 en la Conferencia de Wansee, presidida por Reinhard Heydrich, donde se discutió acerca de la "solución final" del problema judío, es decir acerca de los métodos de exterminio. A partir de entonces se sintió especialmente amparado en su labor y se entregó a ella con terrible entusiasmo. Eichmann procuraba la cooperación de las autoridades del país que se pretendía limpiar de judíos y procuraba la colaboración de los líderes de la comunidad judía para llevar a cabo las deportaciones. En algunos lugares, como Dinamarca, la resistencia pasiva de sus dirigentes y población hizo casi imposible dichas deportaciones. En cualquier caso, durante el juicio, él siempre derivó la responsabilidad de dichas acciones a otros, tal y como dijo en su última declaración ante el tribunal:

"El tribunal no le había comprendido. Él nunca odió a los judíos, y nunca deseó la muerte de un ser humano. Su culpa provenía de la obediencia, y la obediencia es una virtud harto alabada. Los dirigentes nazis habían abusado de su bondad. Él no formaba parte del reducido círculo directivo, él era una víctima, y únicamente los dirigentes merecían el castigo."

Durante el juicio Eichmann se mostró en muchas ocasiones como un ser fuera de la realidad, pleno de contradicciones. A primera vista se trataba de un ser anodino, amable en el trato, lo más opuesto a la imagen que se tiene comúnmente de un asesino de masas, pero había mucho más en su interior de lo que mostraba en un examen superficial. El periodista italiano Enrico Emanuelli, que al igual que Arendt fue testigo del proceso describe así a Eichmann:

"A medida que hablaba se mostraba como un hombre miedoso, guiado por un ánimo vil sostenido por un pensamiento tortuoso e infantil (...) En realidad, el degenarado organizador de campos de la muerte, donde todo funcionaba con la velocidad de la hoz que siega el grano, se revelaba como lo que siempre fue: un vanidoso sin sentido moral ni sensibilidad. Era uno de aquellos tipos que por ignorancia creen tener siempre razón; un débil que hallándose entre las manos un gran poder, pierde hasta la dignidad de sí mismo."

Al concluir la lectura de este libro extraordinario, el lector no puede sustraerse de la impresión de que, en otras circunstancias, Eichmann habría tenido una vida gris, en cualquier oficina y jamás habría manifestado instinto asesino alguno. Fueron sus circunstancias personales, la debilidad de su carácter y la falta absoluta de ética propia de los nazis las que le llevaron a cooperar en tan terribles crímenes, aunque él lo hiciera con la conciencia tranquila, obedeciendo órdenes superiores en beneficio del Estado, con la misma rutina que el funcionario que trabaja de ocho a tres y se marcha a casa con la sensación del deber cumplido. En eso consiste lo que Arendt define como banalidad del mal.

LA PIEL QUE HABITO (2011), DE PEDRO ALMODÓVAR. EL EXPERIMENTO DEL DOCTOR LEDGARD.


Cuando leí por ahí que Almodóvar se pasaba el género de terror, pensé, con razón, que se pasaría a su manera. Y así ha sido a través de este extraño híbrido que contiene lo mejor y lo peor del cine del manchego, una película nada desdeñable, pero que me deja un regusto amargo, y no precisamente por haber pasado miedo.

No he leído la novela "Tarántula", de Thierry Jonquet, en la que se basa, pero estoy seguro de que "La piel que habito" es una adaptación muy libre de la misma. Se nos presenta al doctor Ledgard, un prestigioso médico con un pasado familiar ciertamente terrible, que experimenta con una especie de piel sintética, mucho más resistente que la natural. Lo cierto es que la interpretación de Antonio Banderas no es nada creible. Ya cuando ví un pequeño avance de la película, aquí en internet, la escena en la que ella le amenaza con un cuchillo, me pareció mucho más esperpéntica que terrorífica, algo muy propio de este director, pero que no encaja en una película de estas características.

Es una lástima que una película tan esperada esté tan repleta de situaciones absurdas (algunas de ellas provocadas por secundarios demasiados almodovorianos) y que no se desarrolle mejor el pasado del personaje de Elena Anaya, para que el espectador se pueda sentir más identificado con ella y pueda comprender mejor su evolución. Además, tampoco se desarrolla demasiado el tema de la piel sintética, que parecía tan prometedor... El gran interés del director es la relación entre los dos protagonistas, pero esta queda lastrada por la mala interpretación de Banderas y la escasa entidad del personaje de ella, por lo que su acercamiento es poco creible. Además tampoco ayuda mucho una música que poco tiene que ver con las imágenes que vemos en la pantalla...

Pero la película cuenta también con virtudes nada desdeñables: al menos es entretenida, mantiene el interés del espectador (aunque en mi caso al final me sienta muy decepcionado) y, sobre todo, nos ofrece unas cuantas imágenes muy perturbadoras, que hablan de las grandes posibilidades que tenía esta historia si se hubiera enfocado desde un punto de vista más oscuro y menos festivo.

EL HOMBRE DEL CARRITO (1958), DE HIROSHI INAGAKI. EL HONOR DEL SALVAJE.


No me fije hasta que ví los títulos de crédito, pero en ese momento me pareció enteramente lógico que Toshiro Mifune, el icono de Akira Kurosawa, fuera el protagonista de esta película. Matsu es llamado cariñosamente por sus vecinos "el salvaje", por su afición a pelear por cualquier nimiedad, pero en el fondo todos saben que es un hombre noble y humilde. Matsu se gana la vida con uno de los oficios más humildes para un japonés de hace un siglo: transportando mercancías y personas en su carrito. Él lleva su oficio con mucha dignidad y parece un hombre enteramente feliz con lo que la vida le ha dado.

Un buen día conoce a un niño que se ha perdido y lo devuelve a su casa. Sus progenitores están agradecidos y entablan amistad con Matsu. Cuando muere el padre, Matsu pasará a ejercer su papel, enseñando al chico sus experiencias de la vida real.

Aparte de la relación que se establece entre dos seres en principio tan antagónicos, como un niño llorón y el pendenciero Matsu, el tema de la película es algo tan japonés como el amor prohibido entre dos personas de clases sociales diferentes. El protagonista se enamora de la viuda, pero ha de sobrellevar su amor en silencio, porque su sentido del honor le impide manifestarlo, aún a costa de sacrificar su vida por mantener su secreto.

A destacar también la sublime elegancia con la que Inagaki filma todos estos sentimientos, como expresa el paso del tiempo a través de las imágenes de las ruedas en movimiento del carrito de Matsu, como sabe contrastar la energía y la amargura del personaje principal (Mifune demostrando que es uno de los grandes actores de la historia) y esa escena impagable, de pura alegría, que define perfectamente a un personaje cuyo sentido de la tradición va quedando atrás en las nuevas generaciones: aquella en la que toca el tambor japonés con una energía y un ritmo endiablados, como debe hacerse.

PERSIGUIENDO A AMY (1997), DE KEVIN SMITH. EL DISCURSO DE BOB EL SILENCIOSO.


Kevin Smith es el cineasta friki por antonomasia. Los cómics de superhéroes y las películas de Star Wars son continuas referencias en sus películas. Esta no constituye una excepción y su comienzo sigue los caminos ya transitados en otras obras: conocemos a dos autores de cómic de éxito y uno de ellos Holden (Ben Affleck) se enamora de una chica lesbiana, a la que considera un alma gemela, la única persona con la que se siente realmente a gusto.

Su compañero Banky, un ser negativo donde los haya, le aconseja que se olvide de esa hipotética relación, para evitar sufrir, pero Holden es incapaz de desistir. Todo esto está aderezado con la habitual frescura en los diálogos de los personajes de Smith, que hablan de sexo (y hacen del frikismo algo casi filosófico) sin tapujos, sobre todo de sexo lésbico.

Hay un momento muy valiente en la película: el momento en el que la protagonista tiene que elegir entre una identidad sexual con la que parece sentirse a gusto y los sentimientos que le provoca Holden. Las amigas lesbianas de Alyssa se muestran aquí decepcionadas con ella, casi intolerantes, como si la homosexualidad fuese una militancia y quien pretende abandonarla una traidora.

Seguramente con "Persiguiendo a Amy", Kevin Smith consiguió la cumbre de su cine, en su estilo muy personal, pero emparentado en algunas cosas con Woody Allen. Escuchen si no el lúcido discurso de Bob el Silencioso, personaje habitual de las películas de Smith y apliquénselo a ustedes mismos. Muy, muy inspirado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN SEPTIEMBRE. LECTURAS CONTEMPORÁNEAS.


Después del parón de agosto, donde solo ha funcionado el club de lectura de la Casa del Libro, septiembre significa la reanudación de actividades en muchos ámbitos, también en éste. Lo más característico de este mes es la práctica ausencia de clásicos, a no ser que consideremos como tal el libro de Dalton Trumbo (y teniendo también en cuenta que Mario Vargas Llosa es un clásico en vida).

En la Biblioteca Provincial de Málaga, todavía no hay un libro asignado, así que sus miembros hablaremos sobre las lecturas que hemos realizado este verano.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, volvemos con un habitual en los talleres de meses anteriores: Mario Vargas Llosa con una novela donde se adentra en el mundo del arte: "El paraíso en la otra esquina".

En el club de lectura de la librería Cincoechegaray, una escritora que ha sido calificada como la "Chejov canadiense", Alice Munro con "Las lunas de Júpiter".

En el club de lectura de la Casa del Libro, una novela que tengo muchísimas ganas de leer, cuyo autor dirigió la adaptación cinematográfica. "Johnny cogió su fúsil", de Dalton Trumbo. Una de las películas más estremecedoras que he visto.

Y, para finalizar, en el club de lectura de Fnac Málaga, que como es habitual coincide en fecha con el anterior, los cuentos del argentino Patricio Pron: "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia".