A partir de ese momento, represaliado por los grandes estudios, debe ganarse la vida escribiendo sus guiones en muchas ocasiones con seudónimos. Obra suya son los libretos de algunas películas imprescindibles de la historia del cine: Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), Éxodo (Otto Preminger, 1960) o El último atardecer (Robert Aldrich, 1962). Pero su gran aportación al medio cinematográfico será la adaptación, que él mismo dirigirá, de una novela suya publicada en los albores de la Segunda Guerra Mundial: Johnny cogió su fúsil, una narración de gran calidad literaria que introduce al lector de manera magistral en la pesadilla de su protagonista

La edición española de la novela incluye dos interesantísimos prólogos de Trumbo escritos en los años 1959 y 1970. En el primero de ellos cuenta como su primera intención fue la de publicar un libro pacifista, tomando como referencia la Primera Guerra Mundial, donde murieron millones de hombres por motivos absurdos. Cuando Estados Unidos intervino en la Segunda, contra nazis y japoneses, los grupos de ultraderecha favorables al aislacionismo utilizaron la novela con fines propagandísticos a su causa, por lo que Trumbo, como militante antifascista, decidió que Johnny cogió su fúsil no volviera a editarse hasta después de la contienda.

En el segundo prólogo, escrito ya en pleno conflicto de Vietnam, Trumbo entiende que su novela vuelve a tener una misión importante en oposición a otra guerra inútil y se queja de la opacidad estadística en cuanto a los heridos en esta guerra:

"(...) ¿qué hay de nuestros 300.000 heridos? ¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas, narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos han quedado sordos o mudos o ciegos o las tres cosas? ¿Cuántos han sufrido una, dos o tres amputaciones? ¿Cuántos permanecerán inmóviles para el resto de sus días? ¿Cuántos no son más que meros vegetales descerebrados que agotan silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras y secretas habitaciones?"

Y es que las naciones llaman con entusiasmo a sus hijos para que acudan a la guerra, apelando a una palabra, patriotismo, que no es sino la manera más sencilla de ocultar intereses inconfesables. Cuando los heroicos soldados vuelven mutilados y desfigurados, el Estado intenta ocultarlos a la opinión pública, como ha sucedido recientemente en Estados Unidos con los heridos de Irak y Afganistan. Se dispone de escasos medios para atenderlos una vez que han finalizado su servicio como carne de cañón.

Joe, el protagonista de la novela, es un joven estadounidense que se alista voluntario para ir a luchar a Francia en la Primera Guerra Mundial. Un buen día despierta herido en un hospital y se va dando cuenta paulatinamente de que le han amputado ambos brazos y piernas y de que su rostro ha desaparecido. Así, ciego, sordo, mudo y sin capacidad de desplazarse, pero con su cerebro y órganos vitales intactos, comienza para él la más sórdida pesadilla que pueda concebirse: la de un hombre atrapado en su propio cuerpo que está imposibilitado para comunicarse con el exterior:

"Pensó hete aquí Joe Bonham tendido como media res para el resto de tu vida ¿y por qué? Alguien te cogió por el hombro y te dijo ven hijo vamos a la guerra. Y tú fuíste. Pero ¿por qué? En cualquier otro trato hasta para comprar un coche o llevar o recado tenías derecho a preguntar ¿y yo que gano? (...) Si alguien venía y te decía vamos hijo haz esto o aquello era una especie de obligación para contigo mismo detenerte y decir veamos señor ¿por qué tengo que hacer esto? ¿para quién y qué saco yo de todo esto? Pero cuando viene un tío y te dice ven conmigo y arriesga tu vida y afronta la muerte y la mutilación entonces no tienes derechos. Ni siquiera tienes el derecho de decir sí o no o lo pensaré. Hay muchas leyes que protegen el dinero de la gente hasta en tiempo de guerra pero no hay nada en los libros que diga que la vida de un hombre le pertenece."

Johnny cogió su fúsil es una crítica despiadada al estamento militar, que seduce a jóvenes con vanas promesas de gloria, los embrutece, los lleva a combatir contra desconocidos y los devuelve a la patria hechos unos guiñapos a los que es mejor ocultar a la opinión pública. Con Joe el ensañamiento es brutal, puesto que su existencia en una especie de limbo, entre la vida y la muerte, es aprovechada por los doctores para experimentar con su cuerpo: él una especie de siniestro milagro médico. En el libro de Trumbo hay también una reflexión a favor de la eutanasia cuando el único horizonte es el sufrimiento.

En 1971 el propio Dalton Trumbo logró hacer realidad su sueño de adaptar su novela a la pantalla grande. Fue la única película que dirigió, pero el resultado fue una auténtica obra maestra, una de esas realizaciones cuyas imágenes quedan para siempre en la imaginación del espectador como representación de lo más terrible de la condición humana. Si bien en la novela, aunque escrita en tercera persona, el punto de vista narrativo era exclusivamente el del protagonista, por lo que el lector solo tenía noticias de las sensaciones, sueños y recuerdos del pasado de Joe, en la película podemos verlo todo desde fuera y en consecuencia resulta un excelente complemento a la novela. La realidad del hospital es representada en blanco y negro y lo onírico en color. Muy recordada es la interpretación de Donald Sutherland como un Jesucristo que ni siquiera sabe cómo consolar a un Joe inmerso en un laberinto sin salida.

Lo que más conmueve de esta obra es el espíritu de su protagonista que, habiendo perdido medio cuerpo no ha perdido ni un ápice de su humanidad y realiza soberanos esfuerzos por seguir formando parte del mundo: sintiendo las vibraciones de las enfermeras que entran y salen de la habitación, tratando de medir el tiempo, recordando episodios de su vida, analizando los motivos de su desgracia y, sobre todo, tratando de comunicarse con los demás, de que sepan que sigue siendo un ser pensante. Esta es la grandeza y la miseria de Joe, para el que la guerra no va a terminar nunca.