lunes, 29 de agosto de 2011

ANTONIO LÓPEZ EN EL MUSEO THYSSEN. LA IMPRESIÓN DE LA REALIDAD.


Desde que tuve noticia de la exposición antológica que se preparaba a Antonio López en el Museo Thyssen madrileño estuve deseando que llegara el momento de poder verla. Hace unos años surgió una polémica acerca de este pintor, acerca de los valores del hiperrealismo, que según algunos críticos de arte no suponen una innovación, sino un retroceso. A esta controversia responde indirectamente el artista en una entrevista realizada por El País en abril de 2008:

"Tiene que tener un lenguaje cuya aportación sea nueva para la figuración. Un cuadro de ahora, no se puede parecer al de otras épocas. Tiene que tener un elemento espiritual, ético, estético, un conjunto de cosas que justifique que se haga en un momento en el que se trabaja por lo general fuera de ese territorio. Sólo ahí tiene espacio la figuración. Y naturalmente, tiene que estar muy bien hecho, como también lo tiene que estar la abstracción. Pero ya no se habla de lo bien hecho, sino de lo que pueda sorprender. El gran arte de todas las épocas siempre ha necesitado que el contenido tenga hondura y que el espectáculo de su lenguaje sea atractivo. No me parece difícil, lo que hace falta es que te dejen hacer las cosas."

Y es que asomarse al arte de Antonio López es asomarse a un mundo muy personal, a una reinterpretación de la realidad que por ello la enriquece y la hace mucho más interesante. La Gran Vía de Antonio López no es la Gran Vía que acabo de transitar para llegar a la exposición. Si así fuera me conformaría con lo que han visto mis ojos hace un rato, esos espectaculares y hermosos edificios y ese transitar incesante de la gente. El artista me ofrece una interpretación serena de un espacio urbano siempre bullicioso, donde puedo fijarme en los infinitos matices de luces que se reflejan en la complejidad arquitectónica de las construcciones. El asfalto es el elemento en el que se asienta el cuadro, un asfalto cuyo desgaste tan bien está reflejado en la obra. El paso del tiempo.


En las perspectivas sobre Madrid, Antonio López declara su amor por la ciudad a través de unas vistas panorámicas en las que casi escuchamos los sonidos urbanos: el tráfico, las ambulancias, la presencia, invisible desde las alturas, del ser humano. El artista no elige los lugares más significativos, sino que se asoma a una atalaya en la que pueda recoger la grandiosidad de una urbe que parece no acabarse nunca. En esta ocasión, en la vista desde Capitán Haya (una calle paralela al Paseo de la Castellana) o en la recogida desde la torre de bomberos de Vallecas, expresa lo anónimos que podemos sentirnos dentro de esta profusión de calles, edificios y ventanas. La emoción de vivir en una gran población que nunca vamos a conocer del todo. El artista trabajando mientras el resto de la ciudad, indiferente, sigue con su labor incesante, reinventándose a sí misma a cada instante.


Quizá sea por ello por lo que Antonio López nunca da por terminada una obra, porque la realidad está en constante movimiento, es cambiante y es imposible recogerla en su totalidad, aunque él logra aprehender el instante, fijándose en lo grande y en lo pequeño en su obsesión por el detalle. Que en la vista desde Vallecas aparezca el observatorio desde el que pinta no es ninguna casualidad. Al contemplar el cuadro nos sentimos observadores, como si estuviéramos físicamente en ese lugar, con una sensación casi de vértigo que solo atenúa nuestra atalaya.


Antonio López es también el pintor de lo cotidiano, de los interiores iluminados por una débil luz eléctrica a través de la cual podemos vislumbrar una suciedad que también es parte de la vida. Las habitaciones de Antonio López nos repelen y atraen al mismo tiempo. La limpieza es algo muy humano. Lo natural es lo sucio y a veces, lo nauseabundo.


A veces el hombre consigue dominar a la naturaleza y guarda pequeñas porciones de ella en forma de alimentos. Algo tan cotidiano como una nevera adquiere trascendencia bajo los pinceles del artista.


Uno de los elementos más impresionantes de la exposición son las esculturas del artista, donde representa la figura humana con una fidelidad inaudita. Aquí más que nunca parece que se hace buena la afirmación de Miguel Ángel cuando decía que esculpir no era más que liberar la forma atrapada en la materia. Los bocetos que acompañan a Hombre y Mujer nos hacen pensar en su autor como en una especie de Demiurgo al que solo falta insuflar vida en sus criaturas.


Y finalmente, también impresiona este hombre tumbado, que , aunque parece en tensión, nos remite invariablemente a la muerte, al final de todas las cosas. Me dejo en el tintero otras muchas obras, que podrán ustedes observar con más calma si siguen mi consejo y se acercan al Museo Thyssen madrileño. Yo fuí feliz durante hora y media en una exposición inigualable y, seguramente, irrepetible.

sábado, 27 de agosto de 2011

EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS (2011), DE RUPERT WYATT. LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES.


Mientras veía esta precuela de la famosa película de Schaffner me acordaba de dos escritores muy distintos: por un lado, de George Orwell y su "Rebelión en la granja", cuyas intenciones no tienen mucho que ver con esta película y por otro, de Peter Singer, el más famoso filósofo que aboga por una ética para los animales.

De hecho, un par de días después de ver "El origen del planeta de los simios", me encontré un artículo suyo en El País en el que ofrecía su personal interpretación de la película. Singer habla de las razones por las que no se quiso rodar con simios reales y simularlos por ordenador: precisamente por no cometer el mismo pecado que denuncia la historia, por no hacer sufrir gratuitamente a animales inteligentes. Y es un acierto haber escogido a un actor experimentado en estas lides como Andy Serkis para interpretar al personaje principal: a César podemos intuirle todos sus sentimientos a través de la gesticulación facial.

Sin llegar al nivel de la clásica "El planeta de los simios", esta nueva propuesta al menos se toma el guión en serio, apostando por dosificar la reflexión y la acción a partes iguales. Muestra que el dominio de los seres humanos sobre el planeta no es más que una mera casualidad evolutiva y que las cosas podrían haber sido de otra manera si las circunstancias hubieran sido levemente distintas. La película se toma ciertas libertades, como es lógico, exagerando el poder del medicamento con el que experimenta el doctor Rodman (un muy solvente James Franco) y su efecto casi instantáneo en el incremento de la inteligencia de los simios.

El desenlace de la trama es realmente espectacular y coherente con el resto de películas de la saga. Como si de una rebelión de esclavos se tratara, los simios huyen a un bosque cercano a la ciudad de San Francisco. Desde allí, seguramente, planearán su venganza contra los humanos. Y no desvelo nada, porque el espectador ya sabe lo que va a suceder desde el principio. Lo interesante es ver como sucede.

domingo, 21 de agosto de 2011

FE Y RAZÓN: LA VISITA DE BENEDICTO XVI.


Pongo la tele esta mañana y me encuentro que continúa esa misa interminable celebrada ante una masa inabarcable de jóvenes que no se quieren perder detalle, aún a costa de soportar temperaturas infernales, a pesar de los rezos previos para que no hiciera demasiado calor. Además anoche una inoportuna tormenta de verano vino a interrumpir el discurso del papa, que no pudo enfrentarse a la furia de los elementos. Algunos dirán que fue la ira de Dios, que no puede consentir que su mensaje se tergiverse de ese modo, pero la explicación es mucho más prosaica: un fenómeno meteorológico que sucedió precisamente en ese momento. Ni la oración ni las ceremonias irracionales pueden influir en que la naturaleza siga su curso, por mucho que el discurso de la Iglesia nos intente convencer de lo contrario.

Desde el principio de su pontificado, una de las principales obsesiones del papa ha sido la conciliación imposible entre las ideas de fe y razón, términos antagónicos a mi parecer. El ideal para el catolicismo ha sido siempre el mismo: que toda la sociedad, incluidos los científicos, se plieguen a la doctrina de la Iglesia, que cualquier investigación , que cualquier descubrimiento sea compatible con la fe cristiana, y en este sentido habría que explicarles a los jóvenes cual es el auténtico mensaje del papa, de que les está hablando cuando lee sus discursos con esa voz monótona (al menos el papa anterior era un buen comunicador).

Benedicto XVI está ante todo angustiado por la falta de vocaciones, que bajan año tras año. A pesar de los miles de jóvenes reunidos en Madrid, un exiguo porcentaje de los mismos pretende consagrar su vida al servicio de la iglesia, como sacerdote o como monja (los roles están bien definidos) y el papa les pide que se comprometan, que lleven una vida de castidad y de servicio a la ideología religiosa. Por otra parte el papa les pide, como segunda opción, que se casen y tengan cuantos más hijos mejor. El otro día me horroricé cuando escuché a uno de esos locos a los que se les está dando voz estos días comentar que a los cristianos les gusta mucho el sexo, siendo la prueba de ello los catorce o quince hijos que suelen tener las familias del Opus Dei. Pero, eso sí, el sexo siempre dentro del matrimonio, sin posibilidad de divorcio (a no ser que se den ciertas circunstancias, o que la persona divorciada se haga miembro de la familia real). Sobre el aborto: que sea condenado en todas sus formas, aunque esté en peligro la vida de la madre, aunque el feto presente malformaciones terribles, aunque la mujer haya sido violada, algo que está en contradicción con la dignidad de la persona. Y sobre la homosexualidad, que la condenen siempre, que si tienen un hermano o un amigo homosexual, que lo consideren un desviado, y que intenten ayudarle para volver al camino correcto. Que no se queden en escuchar lo que les dice una persona famosa, que sale en la tele. Que reflexionen acerca de lo que significa ese mensaje para sus vidas y para las de los demás. Aún dentro de la iglesia hay grupos que apuestan por un diálogo más racional con otras posturas y por un retorno a la sencillez del mensaje (y de las formas) cristianas.

Claro es que en este penoso camino para conciliar fe y razón, flaco favor le han hecho al papa los escándalos de pederastía que salpican la iglesia desde hace años. Primero intentó ocultarlos, luego negarlos, luego ignorarlos y, cuando ya no ha tenido más remedio, los ha condenado, pero de una forma tibia, a mi parecer, como si fueran algo comprensible, una debilidad humana que puede combatirse simplemente trasladando al sacerdote de una diócesis a otra.

En esta semana han sucedido muchas cosas. Me ha desagradado mucho ver el enfrentamiento a gritos entre los componentes de las manifestaciones por el laicismo del Estado y los peregrinos. No me gusta nada que se llame a alguien ignorante por tener opiniones distintas. Desde mi punto de vista, andan errados, pero tienen todo el derecho a vivir y a pensar como quieran. El disgusto se me pasó en parte cuando leí que se había improvisado un debate en la Puerta del Sol entre ambos bandos acerca de la visita papal. Ese es el camino, por ahí se empieza.

En realidad las jornadas son una gran plataforma de propaganda para la iglesia católica, que funciona como esos grandes mítines de los partidos políticos: solo convencen a los ya convencidos, en un país en el que solo el trece por ciento de la población que se define como católica va a misa todos los domingos (mucho menor porcentaje entre los jóvenes). No creo que se logren muchas conversiones con este espectáculo ostentoso, en el que se echa en falta un poco de autocrítica, que hablen del papel de la iglesia en la Guerra Civil y en el franquismo, que expliquen la rapacidad con la que las diócesis han usado y abusado de una antigua facultad para inscribir bienes inmuebles a su nombre en el Registro de la Propiedad (bienes temporales, pero que siempre vienen muy bien).

Pero la iglesia se funda en lo divino, no en lo humano, por lo que sus acciones tienen la virtud de la perfección. Además, me ha chocado como ciudadano ver a todas las autoridades del Estado doblando la cerviz frente al poder religioso y colaborando activamente en transmitir su mensaje intolerante. A algún responsable político le he escuchado reprochar que cuando se celebra el día del orgullo gay nadie protesta. También es cierto que esta celebración no paraliza una ciudad entera durante una semana y no cuenta con el entusiasmo de nuestra autoridades. El día en el que el Rey asista a la inauguración del día del orgullo, podremos decir que se ha normalizado definitavamente un país en el que persisten muchos usos del franquismo.

CREMATORIO (2007), DE RAFAEL CHIRBES. LAS SEMILLAS DE LA CORRUPCIÓN.


El tema de la corrupción urbanística me interesa mucho, porque he vivido muy de cerca durante unos años muy de cerca el sector de la construcción. No todo era corrupto, pero sí que existía una sed contagiosa de dinero fácil que derivó en la situación que todos conocemos. La novela de Chirbes, aunque intachable desde el punto de vista literario, me ha decepcionado un poco en el sentido de que esperaba encontrar en la trama más información sobre estos asuntos, pero la novela se centra más bien en las reflexiones personales del protagonista y los seres que le rodean, aunque sin profundizar en el proceso que ha derivado en la crisis actual, que no solo es económica, sino también de valores (pero no en el sentido en el que lo dice el papa) Aquí el artículo:

Durante más de una década, el constante crecimiento de la economía española se ha sostenido en la especulación inmobiliaria, en una fiebre constructora que aumentaba año tras año, alimentada por la constante subida del precio de la vivienda y la facilidad de acceso al crédito. Estas circunstancias fueron especialmente sangrantes en los pueblos y ciudades del litoral mediterráneo, ya que el turismo de Sol y playa hace especialmente atractivas estas zonas para el comprador.

Si alguien que llevara un par de décadas ausente visitase hoy cualquier pueblo costero, quizá no sería capaz de reconocerlo. El urbanismo salvaje y la sed de ganancias rápidas han hecho que queden ya muy pocos kilómetros de costa virgen. Lugares que se caracterizaban por ser un remanso de paz se vieron invadidos de la noche a la mañana por numerosas grúas que en pocos años transformaron por completo el paisaje urbano. En demasiados lugares la corrupción campó a sus anchas estimulada por el tráfico de influencias entre representantes del ayuntamiento, promotoras y constructoras mientras las Comunidades Autónomas y el Estado hacían la vista gorda. Mientras hubiera trabajo, aunque fuese de poca calidad y cualificación, pocas voces disentian y las que lo hacían clamaban en el desierto.

La crisis actual, que ataca con especial virulencia a nuestro país, se deriva en gran parte de todo ello. Rafael Chirbes, en una entrevista concedida al periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, cuenta las motivaciones que le llevaron a escribir esta novela, Premio Nacional de la Crítica en 2007:

"Hasta el año 2000 viví en un pequeño pueblo en Extremadura. Por las noches, desde el balcón, no veía ninguna luz en unos veinte kilómetros. Entonces me vine a Beniarbeig, donde, desde mi casa, puedo ver el mar. Pero la vida alrededor mío se convirtió en algo así como el sueño de un drogadicto. La región cambiaba constantemente. Donde antes no había más que naranjos, al día siguiente había una grúa. El paisaje se llenó de apartamentos, un centro comercial, escombreras. Se incrementó el tráfico tanto que hubieron de construirse calles más anchas. A mi alrededor dominaba una actividad frenética, una inquietud que me atrapaba. Y mi sentimiento era: nada queda.”

La muerte de Matías Bertomeu, hermano del protagonista, es el detonante de la novela. Cada capítulo es un viaje al interior de los pensamientos de los seres cercanos a Rubén Bertomeu, un arquitecto, que dejó aparcados sus sueños de juventud a favor de enriquecerse especulando y urbanizando los terrenos de su pueblo, Misent. Para ello no ha dudado en corromper a politicos y asociarse con criminales. Es el precio del progreso, piensa él, mientras contempla su obra, hileras de adosados, de chalets clónicos que ocupan hasta el último rincón de los montes cercanos a la playa de Misent, un pueblo que podría ser cualquiera de los que jalonan el litoral mediterráneo.

Porque si bien este proceso de urbanización rápido y desordenado puede tener algunos beneficios inmediatos (trabajo, llegada de turistas), también produce unos efectos negativos palpables por los habitantes del pueblo: sobrepoblación, colapso de servicios básicos al dispersarse la población, destrucción del paisaje, atascos permanentes en las carreteras en los meses de verano. Misent se convierte en un pequeño infierno del que los protagonistas no pueden ni quieren salir, al igual que estos turistas que emprenden cada año su viaje a la costa sabiendo la masificación y las incomodidades a las que van a hacer frente: el Sol y la playa, aunque la arena no pueda ni atisbarse bajo las infinitas sombrillas, son un reclamo suficiente:

"(...) este paisaje enfermo, todas las edificaciones apelotonándose unas sobre otras, los solares, las grúas y el mar quieto como una mortaja bajo la luz dolorosa del mediodía, una luz blanca, lívida, luz también de cadáver, de morgue, filtrándose a través del polvo en suspensión que envía el desierto; del que levantan las retroexcavadoras al hurgar bajo la piel del terreno, los camiones bañeras al volcar los escombros en alguno de los vertederos, luz como de pesadilla, polvo de maquillaje que envuelve los matorrales, los árboles resecos..."

Junto a Rubén se mueven otros personajes que, mostrando sus pensamientos al lector, ajustan cuentas con su presente y su pasado: Silvia, su hija, muy crítica con las actividades de su padre, con sus métodos, pero que no es consecuente con su discurso cuando acepta su dinero y gracias a él puede permitirse lujos, a pesar de sus continuas protestas ("Non olet", le dijo el emperador Vespasiano acercándole unas monedas a su hijo cuando éste le reprochó que cobrara un impuesto sobre las letrinas), Collado que fue socio de Rubén y una especie de hijo para él, representante de una juventud que quema el dinero fácil de la construcción en una orgía de alcohol, drogas, prostitutas y coches caros o Federico, escritor retirado con una enfermedad terminal, absolutamente amargado con su pasado, en el que los hermanos Bertomeu tienen gran protagonismo.

El lector que busque en "Crematorio" una exégesis de lo que ha sucedido con el sector de la construcción en nuestro país quizá se lleve una decepción, pues la novela funciona más como relato generacional que como crónica de la corrupción urbanística, de la que solo se dan unos apuntes. Además, en este caso no se retrata al estereotipo de constructor sin estudios que se mueve en ese mundo gracias a su experiencia y sus contactos. Rubén Bertomeu es un hombre refinado, arquitecto de gran cultura que ha recorrido medio mundo visitando las obras maestras de la edificación y comiendo en los templos gastronómicos más afamados.

Es decir, Rubén es un ser plenamente consciente de lo que está haciendo y de sus consecuencias. Es su idea de progreso, aunque él a veces se presente como una víctima de un capitalismo que devoró su alma y solo le dejó la posibilidad de enriquecerse. Al fín y al cabo el progreso solo es posible con cierta destrucción del pasado, por dolorosa que esta sea, como ha sucedido siempre. Esta es la historia reciente de nuestro país, la historia de una locura colectiva que nos ha dejado en herencia paisajes y vidas devastadas.

SUPER 8 (2011), DE J.J. ABRAMS. E.T. VUELVE A CASA.


Los ochenta fueron una década mágica para quienes fuimos niños en aquella época. La falta de aparatitos electrónicos y la peor situación económica en general la supliamos con una gran dosis de imaginación en nuestros juegos. Ver una película determinada no era algo fácil. La llegada del vídeo fue una bendición en este sentido, pero los videoclubs prácticamente solo ofrecían novedades. Nada de clásicos. Pero por aquel entonces tener a tu disposición por un módico precio toda la saga de James Bond, la de Indiana Jones o la de Star Wars ya era suficientemente mágico, a pesar de que las cintas que se alquilaban no siempre se encontraban en el mejor estado. Además, las copias piratas de entonces eran infames, en algunas solo se apreciaba la oscuridad, pero aún así gozaban de gran éxito. En los cines de verano ponían algunas de las películas homenajeadas en "Super 8": "Los goonies", "E.T." o "Encuentros en la tercera fase".

El proyecto de J.J. Abrams era volver a las raices de un cierto cine que floreció en los ochenta, auspiciado sobre todo por Steven Spielberg: cine de palomitas, pero con pretensiones de entretenimiento de calidad. Para muchos críticos, esta tendencia fue el final del gran cine de los setenta, de la libertad del creador frente a los estudios que dio lugar a tantas obras maestras. Ahora la protagonista absoluta era la taquilla, es decir, las películas para todos los públicos. Y Spielberg supo aprovechar su oportunidad. El testigo sería recogido por otros directores como Joe Dante o Robert Zemeckis. Yo, como niño, estaba encantado con ese tipo de realizaciones, plenas de sentido de la maravilla. Como adulto, echo de menos en la década de los ochenta otro tipo de cine con planteamientos más adultos. Pero la nostalgia es un arma poderosa y "Super 8" reclamaba mi atención. Además, disfruté mucho hace un par de años de otra película de J.J. Abrams: "Monstruoso".

Mejor no hablar demasiado de la trama de "Super 8", porque desvarataría muchas cosas. Digamos que hay una pandilla de amigos y un extraterreste implicados en la misma. A base de continuos homenajes a los ochenta, la historia pierde mucha de su personalidad y deja en el espectador una continua sensación de algo ya visto, aunque esto no quiere decir que sea por completo desdeñable: la nostalgia es un arma de doble filo y a muchos de nosotros nos agrada volver a vivir algunas sensaciones de aquellos años. J.J. Abrams realiza un buen trabajo en la dirección pero, como digo, a la historia le falta personalidad propia y una película no puede tener su única base en el recuerdo a otras realizaciones.

jueves, 18 de agosto de 2011

MARNIE LA LADRONA (1964), DE ALFRED HITHCOCK. MATRIMONIO ORIGINAL.


Esta es una de esas películas que ví hace muchos años de la que apenas me quedan recuerdos más allá de algunas imágenes (una aterrada Tippi Hedren viendo el mundo teñido de rojo) y que tenía muchas ganas de volver a visionar, ya que no lograba determinar si en aquellos años me gustó o no.

Entre otras cosas el llamativo cartel de la película promete sexo. Promesa engañosa pues sexo es precisamente lo que no va a encontrar Mark (Sean Connery) cuando se case con Marnie, aún a sabiendas de que se trata de una mujer extraña, una ladrona compulsiva que se encuentra en una huida permanente, tanto de los demás como de sí misma.

Lo que más me ha llamado la atención es la relación matrimonial que se establece entre estos dos seres tan distintos. Mark es un millonario que parece mimado por la vida. Su atracción por Marnie no puede derivar más que de un deseo de dominio sobre un ser del que conoce todas las debilidades y al que, además, encierra en una cárcel dorada, pues una palabra suya podría llevarla a la cárcel, pero a la de verdad.

Desde el principio está claro que Marnie es un ser atormentado. La respuesta a sus angustias está claramente, tratándose de Hitchcock, en las páginas de Freud. ¡Cuanto debe el genial cineasta a sus lecturas del vienés! Aunque para algunos críticos "Marnie la ladrona" comparte podio con algunas de las obras maestras del director británico como "La ventana indiscreta" o "Psicosis", para mí está un par de escalones por debajo, lo cual quiere decir que se trata de una maravillosa película, pero no alcanza la perfección, quizá por su excesiva duración o por la falta de momentos memorables como los que abundan en las dos obras anteriormente citadas. Aún así, "Marnie" sigue siendo una pieza imprescindible en la filmografía de uno de los mejores directores de la historia del cine.

EL ABRAZO PARTIDO (2003), DE DANIEL BURMAN. LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD

Por cuantos avatares ha transcurrido la historia reciente de Argentina... Ariel, tan joven, ya se siente una de sus víctimas. Siente que la única solución para progresar es la emigración a Europa y la única manera de conseguirlo es haciendo uso de los orígenes familiares polacos que le otorgarían el ansiado pasaporte.

Su familia es judía y sus abuelos huyeron de Polonia para librarse del holocausto. De hecho su abuela está convencida de que en Europa siguen queriendo matarlos, por lo que solo en Buenos Aires se siente segura. Todas esas historias le quedan muy lejanas a un Ariel que prefiere mirar hacia el futuro, aunque este también tenga tintes grises y no tenga muy claro la orientación que pretende darle a su vida.

"El abrazo partido" es una película pequeña y sin grandes pretensiones y por ello resulta amable para el espectador. Me gusta mucho la presentación del submundo que componen los ocupantes de una pequeña galería comercial porteña. Da la impresión de que podría realizarse una novela con la historia de cada uno de sus habitantes, cuyas existencias transcurren paralelas y a veces se cruzan (con consecuencias insospechadas para la vida de Ariel) a través de los años. Lo cierto es que la mayoría de los comercios son absolutamente decadentes y anticuados, pero eso no les resta ni un ápice de encanto. De hecho, y muchos de ustedes compartirán mi opinión, los centros urbanos de las ciudades se han vuelto clónicos a raíz de la implantación de franquicias comerciales, siempre las mismas, en todas las ciudades civilizadas del mundo. Cuando uno encuentra un comercio original e independiente, parece haber encontrado un oasis en el desierto.

El gran tema de la película, que la hace oscilar entre la comedia y la tragedia, es la relación con el padre ausente, aquel ser misterioso que le dio la vida a Ariel para hacer enseguida mutis por el foro. Su regreso va a ser toda una prueba para el pobre protagonista, que oscila entre la atracción y la huida de ese ser tan misterioso y a la vez tan cercano. Una película que, sin pretender ser una obra maestra, constituye una lección de como hacer buen cine con pocos medios.

miércoles, 17 de agosto de 2011

HOOLIGANS (2005), DE LEXI ALEXANDER. LOS FALSOS HÉROES.


Comencé a ver esta película estimulado por las buenas críticas que encontré en internet. Esperaba una especie de estudio sociológico de esa plaga que son los ultras futbolísticos, esos aspirantes a héroes que ahogan sus frustraciones diarias desahogándose los domingos en un estadio de fútbol, creyendo que sus gritos de energúmeno son vitales para dar aliento a su equipo y, lo que es peor, que tienen el deber sagrado de enfrentarse físicamente con sus equivalentes del equipo rival, no dándose cuenta de que los necesita para justificar su existencia.

Esta plaga es especialmente virulenta en Inglaterra, cuyos hooligans, enardecidos por litros y litros de cerveza son especialmente peligrosos. La película de Alexander nos presenta a su protagonista (Elijah Wood) cuando es expulsado injustamente de la prestigiosa Universidad de Harvard, donde le quedaba muy poco para graduarse en periodismo. El muchacho aprovecha entonces para visitar a su hermana en Londres y conoce al hermano de su cuñado, un líder hooligan, por el cual queda rápidamente fascinado.

Y este es el primer error de la película a mi modo de ver. Que un americano al que suponemos culto y civilizado se transforme de la noche a la mañana en un hooligan es algo demasiado radical como para ser creíble. Y menos creible aún es que el pequeño Wood se meta en las más violentas peleas entre hinchas y salga triunfante, apenas con un labio roto y enardecido por la experiencia.

La película acierta al retratar el fútbol, el deporte, como algo secundario para esta gente, como una mera excusa para tener enemigos y desahogar la violencia. Lo malo es que más que condenar esta actitud, "Hooligans" parece justificarla, presentando a los hinchas como defensores de una forma de vida basada en la lealtad absoluta al grupo, que a su vez se basa en el odio al enemigo. Una especie de pensamiento militar pero sin tanta disciplina, válido solo para los fines de semana, pues el resto del tiempo los miembros del clan se dedican a sus respetables oficios: profesores, pilotos...

Lo más gracioso de todo es que cuando alguien muere (lo más lógico del mundo en peleas tan brutales) se busque algún chivo expiatorio al que culpabilizar. El líder del clan rival perdió a su hijo de doce años en una de estas refriegas y el muy imbécil, en vez de darse cuenta de que su conducta ha sido criminal e irresponsable al implicar a su hijo en sus canalladas, se dedica a buscar venganza en la horda rival. El final, que no voy a desvelar aquí, es patético y confirma, para cualquier espectador con dos dedos de frente, que estos personajes no merecen ni siquiera el nombre de animales, pues estariamos desairando a los miembros del reino animal. Más bien se les podría llamar cabezas huecas, siendo el protagonista el más idiota de todos ellos pues, con todos los encantos que ofrece Londres para el visitante, elige la peor de las compañías para su estancia.

Pronto comenzará de nuevo la liga y la irracionalidad de los hinchas encontrará nuevas justificaciones para cometer desmanes. Por suerte en España el asunto parece últimamente más controlado, pero mejor no bajar la guardia. Ya sabemos que la esencia del pan y circo son las fieras.

lunes, 15 de agosto de 2011

LA DE BRINGAS (1884), DE BENITO PÉREZ GALDÓS. EL MADRID DE LAS APARIENCIAS.


Hace unos tres años leí los dos primeros títulos de esta especie de trilogía galdosiana, en la que unos personajes ceden el protagonismo a los secundarios de la novela anterior, aunque, como siempre, la auténtica protagonista sigue siendo la ciudad de Madrid y el devenir de sus habitantes. "La de Bringas" está en la tradición de novelas decimonónicas de mujeres que se endeudan sin que sus maridos sean conscientes de ello. La mujer de aquel tiempo comenzaba a poder salir sola, a tener una vida propia, pero económicamente dependía siempre del hombre. La que quisiera una independencia más profunda debía hacerse cortesana. Aquí el enlace del artículo acerca de esta novela magistral: 


La España de mitad del siglo XIX es un periodo tumultuoso, lleno de cambios y de tensiones entre el orden establecido por el reinado de Isabel II y los elementos progresistas que pedían un cambio radical en la forma de Estado, en un escenario de grave crisis económica y social. Estas tensiones culminarían con el estallido de la revolución de 1868 y la toma del poder por parte de liberales y republicanos, lo que provocó que la reina se viera obligada a exiliarse. La solución fue la búsqueda, un tanto artificial, de un nuevo rey, Amadeo de Saboya, cuyo reinado solo duró dos años culminando todo ello en la efímera Primera República Española (1873-1874).

En 1884, el año en el que Galdós publicó La de Bringas, estos acontecimientos estaban todavía muy frescos en la memoria del escritor. Galdós, como es su costumbre, introdujo a sus personajes en un contexto histórico muy determinado, que va a influir muy poderosamente en sus acciones. Antes de emprender la lectura de La de Bringas, es muy recomendable haber leído previamente dos novelas que la preceden en el tiempo y que forman una especie de trilogía con aquella, ya que comparten personajes, El doctor Centeno y Tormento.

En El doctor Centeno, el protagonista, joven aspirante a médico, es testigo de los amores entre el sacerdote Pedro Polo y Amparo Sánchez, sacrilegio que será el tema central de Tormento, donde la protagonista, Amparo, vive sirviendo a unos parientes lejanos, Francisco Bringas y su mujer Rosalía, protagonistas de la novela que nos ocupa.

En realidad, toda la narrativa de Galdós perteneciente al ciclo de las Novelas Contemporáneas parece formar una sola novela, una gran crónica del Madrid decimonónico donde tienen cabida todos los ambientes, desde la pobreza de Misericordia, hasta los hogares de las clases más pudientes. En La de Bringas Galdós lleva al lector al mundo de los funcionarios medianamente acomodados que trabajan directamente para la reina en las estancias del Palacio Real madrileño, en el ambiente agitado que precede a la revolución de 1868.

Francisco Bringas es presentado como un hombre cabal, aunque quizá demasiado austero a la hora de planificar sus gastos, por lo que cuenta con importantes ahorros. Rosalía, su mujer, ha seguido hasta ese momento los pasos de su marido, pero ambiciona poder lucir su posición ante los demás. Su amiga Milagros, la marquesa de Tellería, la visita frecuentemente y pasan horas hablando de moda. Visitan las más elegantes tiendas de Madrid y la marquesa la incita a hacer algo que nunca se le había ocurrido hacer: comprar a crédito.

Es en esta época cuando la sociedad empieza a rendir culto al dios dinero, único medio de escalada social. La alta burguesía va imponiéndose a una aristocracia venida a menos (ahí está el ejemplo de la marquesa de Tellería, que intenta mantener su grandeza a base de apuros económicos) y las mujeres que no tienen acceso al dinero de sus maridos piden a crédito. En este ambiente prosperan usureros como Torquemada, al que Galdós le dedicará un memorable ciclo de novelas. Lo único que importa en este Madrid son las apariencias, dar ante los demás una impresión de prosperidad, aunque esté fundada en cuantiosas deudas imposibles de pagar. Algo muy parecido a los cimientos de nuestra actual crisis económica:

"¡Ay!, qué Madrid este, todo apariencia. Dice un caballero que yo conozco, que esto es un Carnaval de todos los días, que los pobres se visten de ricos. Y aquí, salvo media docena, todos son pobres. Facha, señora y nada más que facha. Esta gente no entiende de comodidades dentro de casa. Viven en la calle y, por vestirse bien y poder ir al teatro, hay familias que se mantienen todo el año con tortillas de patatas... Conozco señoras de empleados que están cesantes la mitad del año, y da gusto verlas tan guapetonas. Parecen duquesas, y los niños, principitos. ¿Como es eso? Yo no lo sé. Dice un caballero que yo conozco, que de esos misterios está lleno Madrid. Muchas no comen para poder vestirse; pero algunas se las arreglan de otro modo..."

En este panorama la figura de Francisco Bringas, pese a su exagerada austeridad, se alza como la única voz razonable, pero predica en el desierto cuando dice: "de veras te digo que más vale comer en paz un pedazo de pan con cebolla, que vivir como esa gente, entre grandezas revestidas de agonía", ya que ni siquiera su propia mujer le escucha. Resulta paradójico que el único personaje que es capaz de ver la realidad quede temporalmente ciego.

La otra gran crítica de Galdós se centra en las autoridades Estatales, con una Reina a la que solo parece importarle su propio bienestar (Rosalía vendría a ser un trasunto de su majestad, viviendo al día, sabiendo lo que se le viene encima pero mirando para otro lado) y Joaquín Pez, representante de una clase administrativa absolutamente parasitaria, que hace del enchufismo y de los favores una forma de vida. Tan perfecto caballero al principio ante los ojos de Rosalía, finalmente acabará revelándose como un vulgar mujeriego, al cual se aferran las mujeres que quieren vivir de manera independiente, aunque sea a costa de ser consideradas desechos sociales.

Así pues La de Bringas, una de las novelas menos conocidas de Galdós se revela como un eslabón imprescindible en la cadena que el novelista fabricó para describir las grandezas y miserias de los madrileños de su tiempo, aquello que Unamuno llamó intrahistoria, la descripción de la cotidianidad en la que se acaban fraguando los grandes hechos, imprescindible para comprender el devenir de la historia.

viernes, 12 de agosto de 2011

ACTUALIDAD DE FRANZ KAFKA.


Tradicionalmente agosto ha sido un mes tranquilo en cuanto a noticias se refiere, en el que los telediarios se ocupaban sobre todo de informarnos acerca de altísimas temperaturas, atascos, fiestas, romerías y partidos amistosos. No está sucediendo así este año, en el que no podemos abrir un periódico sin sobresaltarnos. Tras sobrevivir nuestro país a la enésima crisis de la deuda nos llegan imágenes de violentos disturbios en un país que suponemos tan civilizado como Reino Unido, revoluciones en países africanos y aquí mismo, donde la visita del papa está sirviendo de estímulo para denunciar ciertas hipocresías y derroches de un Estado en números rojos. La semana pasada, mi amigo Ignacio publicó un texto en "La opinión de Málaga", en el que evoca la obra de Kafka como metáfora de la situación actual. Aquí lo dejo, breve y sin desperdicio:

http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2011/08/03/vaticinios-franz-kafka/441065.html

miércoles, 10 de agosto de 2011

EL RETIRO ESPIRITUAL.


"Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la iglesia católica y las demás confesiones."

Lo que transcribo es el artículo 16 de nuestra Constitución. La foto es de ayer mismo, del parque del Retiro, en Madrid, un parque público, si no me equivoco, que se ha llenado de confesionarios, quizá en el enésimo intento de catequizar a la gente a la calle. Si la gente no va a la iglesia, que la iglesia salga a por la gente.

Con la llegada del papa Ratzinger a Madrid se ha generado un interesante debate acerca de los límites de cooperación del Estado con la iglesia católica. ¿Llegan hasta tal punto las obligaciones que han de asumirse gastos desmesurados en tiempo de crisis? Los peregrinos cuentan con estancia gratis (a cargo de los colegios estatales), transporte prácticamente gratuito (en la misma semana en la que el metro de Madrid sube un 50% para el resto de los mortales), las calles principales de Madrid se cortan desde hoy al tráfico rodado, surgen estructuras gigantescas para los actos y las grandes empresas realizan donaciones amparadas por una suculenta desgravación fiscal. Además, lo que me parece más grave, afean el maravilloso parque del Retiro plantando esas horribles estructuras que hablan de uno de los elementos en los que la iglesia ha basado su poder durante siglos: la confesión. Para quien quiera saber más, remito al interesante libro del historiador Jean Delumeau, "La confesión y el perdón". Me gusta mucho más el Retiro cuando está lleno de casetas de la feria del libro.

A los que argumentan que aunque el Estado va a gastar unos millones de euros los beneficios van a ser mayores, yo les propondría que echaran un vistazo a alguna historia de España de carácter imparcial y evaluaran los beneficios que nos ha traído históricamente la iglesia católica y a quienes ha favorecido sistemáticamente su influencia casi permanente en las decisiones políticas y sociales en este país. No soy yo el único que opina así, hay muchos cristianos de base, simpatizantes del 15-M para más señas, que ven a la cúpula de la iglesia podrida y dando la espalda al mensaje de Jesucristo. Es mejor un caro espectáculo de masas que volcarse con los más desfavorecidos.

Hablando del 15-M, su reciente desalojo de la Puerta del Sol no fue una casualidad. Tiene que ver con todo esto, con el deseo de las autoridades de que el papa vea un Madrid limpio de elementos subversivos. Como era de esperar, han conseguido justamente lo contrario. Ahora intentan que no se celebre una manifestación en contra de la subvención estatal a esta visita. Todas las opiniones son iguales, pero unas más iguales que otras.

A mí particularmente no me parece bien que venga el papa. Si viene como jefe de estado, que trate asuntos de estado (no estaría mal que se volviesen a negociar los abusivos acuerdos con el Vaticano de 1979) y si viene como líder religioso, que pague sus celebraciones de su propio bolsillo. ¿Se imaginan que Hugo Chávez viniera aquí como jefe de Estado y aprovechara para realizar actos masivos de reafirmación socialista? ¿Les parecería bien que el Estado español le subvencionara, le pagara la seguridad, alojara a los seguidores chavistas y plantara banderas bolivarianas en el Retiro? Pues esto es prácticamente lo mismo. Y no me digan que la mayoría de la población española es católica, porque me echo a reir. Yo fui educado como católico y se cuales son las obligaciones básicas de esta religión. Soy muy aficionado a visitar iglesias, no por motivos religiosos, sino artísticos y cuando entro a alguna y da la casualidad de que se está celebrando una misa, las personas de menos de sesenta años brillan sistemáticamente por su ausencia. Ahora bien, para bodas, bautizos, comuniones, semana santa o eventos rocieros, acuden las masas. Pero a eso no podemos llamarlo sentimiento religioso. Eso es otra cosa.

A todo esto, hay algo que me ha gustado. El cardenal Rouco, quizá por haber leído ese pasaje de Galdós que dice: "...el mes de agosto, el mes en que Madrid no es Madrid, sino una sartén solitaria" ha pedido rezar para que no haga demasiado calor en los días de visita del papa. No por su santidad, que disfrutará de sofisticados sistemas de aire acondicionado en sus misas y actos, sino por los peregrinos. A ver si entre todos consiguen que el resto de agosto en Madrid sea fresquito. Yo tengo previsto viajar allí al día siguiente de que se vaya el papa. No estaría mal aprovecharse, aunque sea un poquito, de la devoción ajena.

BARTLEBY Y COMPAÑÍA (2001), DE ENRIQUE VILA-MATAS. LA ESCRITURA Y SUS NEGADORES.


Después de leer "Bartleby el escribiente", nada mejor que asomarse a las páginas de esta novela-ensayo de Enrique Vila-Matas que, partiendo del personaje de Herman Melville, nos da noticias de escritores (más o menos conocidos) cuyo mérito consiste en haber renunciado a la escritura:

"Me gustaría haber creado en el lector la cálida sensación de que acceder a estas páginas es como hacerse socio de un club al estilo del club de los negocios raros de Chesterton, donde entre otros servicios el Bartleby Reunidos - tal sería el nombre del club o negocio raro - pondría a disposición de los señores socios algunos de los mejores relatos relacionados con el tema de la renuncia a la escritura."

Quizá el más famoso de este tipo de escritores haya sido Juan Rulfo, que tras entregar dos obras maestras como "Pedro Páramo" y "El llano en llamas" dispuso de la más elaborada coartada para no seguir escribiendo:

"Es que se murió mi tío Celerino que era el que me contaba las historias."

El personaje que elige Vila-Matas para hacer de narrador es un tipo apacible que dedica su tiempo a un coleccionismo muy especial: el descubrimiento de escritores de la negación y sus excusas que sostienen su renuncia. ¿Qué es lo que hace que alguien con conciencia literaria y con talento para la escritura no sea capaz de plasmar sus pensamientos en un papel? Hay quien habla de la imposibilidad de explicar el mundo con una herramienta tan pobre como las palabras, hay quien prefiere ser más lector que escritor, quien piensa que todo está dicho ya y quien sufre bloqueos que lindan con la locura, pero todos tienen algo en común: prefieren no hacerlo.

Tengo que decir que la escritura de Vila-Matas me ha deslumbrado por su sencillez y por su capacidad de transmitir sensaciones al lector. Además, su planteamiento es sumamente original. Otro escritor (o escribiente) enfrentado a esta temática se hubiera limitado a ofrecernos un sesudo ensayo dedicando cada capítulo a un escritor y su problemática particular en su batalla contra las palabras. Vila-Matas prefiere inventar a un personaje, Marcelo, que desde el primer momento empatiza con el lector, ya que no duda en descubrirnos sus pequeñas miserias cotidianas relacionándolas con el objeto de sus investigaciones. Tampoco se limita Marcelo a los escritores del no, sino también a los que rehuyen la fama y ocultan su identidad (Salinger sería un prototipo del escritor del no que se aleja del mundanal ruido), como Pynchon o Traven. Podría seguir este artículo contando algunas de las variadas anécdotas literarias que sazonan el relato, pero prefiero no hacerlo, prefiero que sean ustedes las que las disfruten directamente con el Marcelo de Vila-Matas.

No sino recomendar la lectura de "Bartleby y compañía", a no ser que prefieran no hacerlo (yo mismo me he puesto como deber para este verano leer "Doctor Pasavento", como complemento a la reciente lectura de Robert Walser) y les dejo la frase de Jean de la Bruyere con la que comienza el libro, que da lugar a reflexión:

"La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir."

CAPITÁN AMÉRICA, EL PRIMER VENGADOR (2011), DE JOE JOHNSTON. CIUDADANO ROGERS.

Enlace
Muy decepcionante esta adaptación del cómic de Marvel, que venía precedida por muy buenas críticas. Lo cierto es que el comienzo es muy prometedor, con una gran ambientación en los años cuarenta, pero todo falla cuando Steve Rogers da paso al Capitán América y la película se convierte en una vulgar cinta de acción que hemos visto ya mil veces. Aquí el artículo:

El Capitán América es uno de esos héroes de cómic que surgieron para dar moral a las tropas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial. La portada de su primer número era ya toda una declaración de intenciones: se le veía asestando un puñetazo en la cara al mismísimo Hitler, una acción que debía ser el deseo íntimo de cada combatiente. Estas historias de los años cuarenta ofrecían una versión edulcorada de la guerra, como un enfrentamiento entre buenos y malos, en el que los primeros poseían los valores propios del héroe: valor, coraje, astucia y generosidad.

El Capitán América siempre fue presentado como un guerrero puro que concentra en su persona todos los ideales de libertad que representa el sueño americano, por ello ha sido un personaje tan exaltado como vilipendiado. En cualquier caso su fama se esfumó cuando terminó la guerra. Veinte años después, Stan Lee, el creador de Marvel Cómics, en una hábil maniobra, resucitó al héroe para integrarlo en Los Vengadores, un supergrupo en el que formó equipo con Thor, Iron Man o Hulk. A partir de este momento, en muchas de sus aventuras en solitario el Capitán América, pese a no dejar en ningún momento de ser patriota, o precisamente por ello, cuestionó en muchas de sus historias el status quo estadounidense, repleto de guerras injustas y sucias maniobras políticas.

Precisamente la nueva hornada de películas basadas en los cómics Marvel tienen como intención confluir en una superproducción dedicada a Los Vengadores que se estrenará el año próximo. Capitán América sería el penúltimo escalón, después de las dos partes de Iron Man, las de Hulk y la reciente Thor.

El comienzo de Capitán América es prometedor. En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, Steve Rogers, un neoyorkino enclenque y propenso a las enfermedades quiere alistarse en el Ejército por cualquier medio, hasta que se le ofrece la oportunidad de partipar en un experimento que pretende crear una nueva raza de supersoldados para combatir a los nazis. El experimento será un éxito, pero será saboteado, por lo que Rogers queda como el único beneficiado.

Hay que decir que durante esta primera parte la ambientación es francamente deliciosa, logrando recrear a la perfección la atmósfera de los años cuarenta. También es un acierto el primer tratamiento que se hace al personaje, tratándolo como un espectáculo de barraca de feria destinado a captar dinero para los bonos de guerra, situación que recuerda poderosamente a la que vivían los héroes de Iwo Jima en Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood. Estas escenas constituyen una especie de parodia del héroe, que aparece en el escenario vestido con unas ridículas mallas y atestando un puñetazo a un actor disfrazado de Hitler, en un claro homenaje a la portada del primer número de cómic.

A partir del momento en el que el Capitán llega a Europa y toma la iniciativa de ponerse a pelear, la película cambia totalmente de registro y se transforma en un vulgar blockbuster veraniego en el que el protagonista asalta fortalezas enemigas con la sola ayuda de su moto y su escudo y las peleas son tan imposibles como incruentas. Parece como si de pronto la historia se transformara en una sucesión de pantallas de videojuego, donde el Capitán va reclutando aliados para asaltar fortalezas hasta la pantalla final, donde le espera su enemigo, Cráneo Rojo.

Respecto a los intérpretes, Chris Evans está correcto como protagonista, aunque le falta transmitir la grandeza y el liderazgo que se suponen que ha de tener su personaje. Además vive una insulsa historia de amor, totalmente falta de química con la oficial Carter, interpretada por Haley Atwell. Además Hugo Weaving, como villano, está totalmente desperdiciado, al igual que Tommy Lee Jones, que ofrece una actuación totalmente plana.

Quizá el mejor modelo a seguir para esta película hubiera sido la genial reinterpretación de Los Vengadores que realizaron Mark Millar y Bryan Hitch en el cómic The Ultimates, publicado hace diez años. En él se presentaba al Capitán América peleando en una escena digna de Salvar al soldado Ryan, la película de Steven Spielberg. Mostrar la verdadera cara de la guerra es una de las mayores carencias de la película de Joe Johnston, que sacrifica el realismo y a los auténticos nazis y los sustituye por enemigos con máscaras, que disparan rayos láser y se asemejan más a robots que a humanos.

viernes, 5 de agosto de 2011

BARTLEBY EL ESCRIBIENTE (1853), DE HERMAN MELVILLE. EL PODER DEL NO.


"Prefiriría no hacerlo", me he estado repitiendo toda la semana cuando tenía un poco de tiempo para trabajar en este artículo. Y es que, en cierto modo, se me contagió el espíritu de Bartleby, un héroe de la negación que prefiere vivir la vida a su manera, aunque esa forma de vida se parezca más a la vegetal que a la humana. Tanto se me ha contagiado el espíritu que he realizado una lectura complementaria: "Bartleby y compañía", de Enrique Vila-Matas. Próximamente escribiré el artículo, a no ser que prefiera no hacerlo... Por lo pronto, aquí está el de Melville:

La vida del estadounidense Herman Melville (1819-1891) se parece a la de los personajes de sus novelas y relatos. Sus años de formación se repartieron entre el estudio y los viajes marítimos. Su viaje en el ballenero Acushnet fue un punto de inflexión en su vida, pues esta experiencia le inspiraría su obra más célebre, Moby Dick, aunque su sed de experiencias le llevó a desertar de este buque en el Pacífico Sur y pasar una temporada entre los caníbales llamados Typee. Después de diversos avatares en otros buques, volvió a los Estados Unidos, publicando libros como Typee y Chaqueta blanca.

A partir de este momento, decidió asentarse, se casó y se dedicó casi plenamente a la escritura, a lo cual le estimuló su amistad con Nathaniel Hawthorne, el autor de La letra escarlata. Aunque hoy cueste creerlo, cuando fue publicada, Moby Dick no fue un éxito comercial y otra de sus grandes novelas, Pierre o las ambigüedades tampoco. Esta situación le obligó a compatibilizar su pasión por la escritura con la docencia.

De Melville, como de tantos otros escritores, puede decirse que solo comenzó a hacerse popular después de su muerte. El contenido filosófico y reflexivo de sus narraciones no era del gusto del público de su época. Muchos siguen considerando Moby Dick una novela orientada a los lectores más jóvenes, cuando en realidad se trata de un libro plenamente adulto, cuya lectura no resulta fácil ni complaciente. En vida de Melville no llegaron a venderse ni tres mil ejemplares de la que hoy está considerada unánimemente su obra maestra. Uno de los mejores retratos del caracter del autor de Moby Dick nos llegó de la mano del hijo de su gran amigo Hawthorne:

"Melville poseía un genio clarísimo y era el ser más extraño que jamás llegó a nuestro círculo. A pesar de todas sus aventuras, tan salvajes y temerarias, de las que solo una ínfima parte ha quedado reflejada en sus fascinantes libros, había sido incapaz de librarse de una conciencia puritana. (...) Estaba siempre inquieto y raro, rarísimo, y tendía a pasar horas negras, hay motivos para pensar que había en él vestigios de locura."

Bartleby el escribiente es una de sus novelas cortas más leídas. Está narrada en primera persona por un hombre de leyes que un buen día contrata para su oficina al empleado más peculiar del mundo. Bartleby es un hombre extraño y lacónico, de aspecto enfermizo. Al principio cumple con gran efectividad con su labor de copista pero, poco a poco, conforme se va asentando en su mesa de trabajo, va rechazando pequeñas tareas que se le encomiendan y se niega a revisar sus propios escritos. Es el "prefiriría no hacerlo", que ha quedado como una de las frases más recordadas de la literatura universal. Pero, lejos de despedirlo, su jefe siente un extraño apego por Bartleby, un apego parecido al que se tiene por los muebles de una oficina:

"Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras, si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta. Pero, dadas las circunstancias, hubiera sido como poner en la calle a mi pálido busto en yeso de Cicerón."

Un buen día el narrador descubre que en realidad Bartleby nunca sale de su oficina, alimentándose casi exclusivamente de bizcochos de jengibre y pasando los largos domingos solitarios inmerso en el silencio de un Wall Street desierto. Un hombre atrapado en el escueto espacio de su vida laboral, sin familiares, sin amigos, sin otros intereses que continuar viviendo por pura inercia, quizá porque el suicidio, a pesar de su vacío existencial, constituía una solución demasiado laboriosa. Pero a él no parece importarle nada de esto, pues Bartleby es la pasividad en persona, ante sí mismo y ante los demás. Así lo describe Enrique Vila-Matas en su libro Bartleby y compañía:

"Bartleby, personaje que nunca optó por la grosera línea recta de la muerte por propia mano, y menos aún por el llanto y deserción ante el fracaso; no, Bartleby, ante la idea del fracaso, se rindió de una forma estupenda, nada de suicidios ni amarguras interminables, se limitó a comer bizcochos, que era lo único que le permitía seguir prefiriendo "no hacerlo"."

Bartleby es la pasividad en estado puro, la prueba más evidente del absurdo de la existencia. Quizá su jefe era el que mejor le comprendía, pues él mismo se había procurado una posición lo más cómoda posible en el mundo del derecho: una labor burocrática sin más complicaciones que la redacción correcta de hipotecas, títulos de renta y acciones. Para Jorge Luis Borges, la narración de Melville es un claro precedente de las de Franz Kafka como escribe en el prólogo para su Biblioteca Personal:

"(...) yo observaría que la obra de Kafka proyecta sobre Bartleby una curiosa luz interior. Bartleby define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas."

La conducta del propio Herman Melville se equiparó a la de su criatura en los últimos treinta y cuatro años de su vida, cuando, tras una prolífica carrera en la que vio fracasar sus mejores obras, bajó su ritmo de escritura hasta unos niveles que nada tenían que ver con el de los años precedentes. Además, existió otro paralelismo: en sus últimos años el escritor se vio obligado a trabajar en una oficina muy parecida a la que habitó su personaje. Extrañas coincidencias del destino, o intuiciones geniales de un escritor que solo se verá reconocido como un genio años después de su muerte. El absurdo de la existencia mucho antes de la llegada del existencialismo.

SECRETOS DE UN MATRIMONIO (1973), DE INGMAR BERGMAN. UNA INSTITUCIÓN EN ENTREDICHO.


De esta historia existen dos versiones: una de 168 minutos, la estrenada cinematográficamente y la versión para televisión, dividida en seis capítulos, de 290 minutos. Yo he podido ver la segunda.

El matrimonio de Johan, profesor universitario y Marianne, abogada especializada en divorcios, parece perfecto: los dos son profesionales respetados, poseen la casa de invierno y la de verano, un pequeño barco, tienen dos hijos y, sobre todo, parecen entenderse a la perfección. Las nubes comienzan a emborronar este idílico paisaje cuando, durante una cena con una pareja amiga, estos les confiensan que están a punto de separarse y protagonizan una escena de un patetismo inigualable. Marianne ha presenciado muchas escenas de divorcio desde la distancia profesional: ahora se enfrenta al de dos seres muy cercanos y puede identificarse con su sufrimiento.

Pronto se dará cuenta de que su propio matrimonio lleva tiempo haciendo aguas, aunque ella no lo percibiera. Su marido le sorprende una noche con la confesión de que tiene una amante mucho más joven que él y que piensa irse al extranjero al día siguiente. La reacción de Marianne oscila entre la incredulidad y la desesperación: ha de enfrentarse con un duro golpe, a un cambio repentino en su vida que le parece inconcebible, por inesperado.

Y es que a partir de esta escena Johan se desvela como un egoísta radical. Confiesa sentirse atrapado en un matrimonio vacío, repleto de obligaciones burguesas y de convenciones que dice no poder soportar. Ni siquiera le interesan sus propias hijas, de las que apenas querrá tener noticias en los meses siguientes. Marianne es todo lo contrario: una mujer entregada a su marido que percibe la separación como un abismo que se abre a sus pies. Ni siquiera es capaz de enfadarse, sino que enfoca el problema desde un punto de vista mucho más racional que pasional, a pesar de la humillación que supone que todos sus amigos supieran de los devaneos de Johan y nadie le dijera nada. Como buena sueca, deja que los sentimientos le ahoguen sin manifestarlos al exterior.

Johan y Marianne se verán más veces. Marianne parece superar la pérdida externamente, pero en realidad es capaz de romper con su pareja por pasar una noche con un Johan que en un determinado momento incluso la maltrata (al menos a nuestros ojos de espectadores del siglo XXI), buscando redención, paradójicamente.

"Secretos de un matrimonio" pretende ser una mirada lúcida a la institución matrimonial. La unión entre dos personas, supuestamente para toda la vida, es evidentemente cuestionada en la visión de Bergman, pero también se retrata como un refugio en el que dar algo de sentido a la existencia. Podría ser también perfectamente una obra teatral (supongo que alguna adaptación habrá, aunque lo ignoro), ya que todo está centrado en las conversaciones entre estos dos personajes, que solo adquieren un poco de pasión en los capítulos finales. En cualquier caso, creo que Bergman podría haber desarrollado más otros aspectos de la pareja que se deja en el tintero, sobre todo la relación con sus hijas, que brilla por su ausencia, más allá de breves referencias en las conversaciones. Una obra para ver y reflexionar con tranquilidad, desde un punto de vista antropológico, si se quiere.

miércoles, 3 de agosto de 2011

EL DERECHO A LA PEREZA (1880), DE PAUL LAFARGUE. ELOGIO DE LA OCIOSIDAD.


Aunque comenzó como anarquista, Paul Lafargue fue marxista hasta la médula y visitó nuestro país como valedor de la Primera Internacional. Lafargue fue consecuente con su marxismo hasta la muerte, ya que se suicidó junto a su esposa, la segunda hija de Carlos Marx.

"El derecho a la pereza" es una obra amable y plena de sentido común. En ella critica la toma del poder por la clase burguesa-capitalista, que considera el trabajo como una virtud, sobre todo el trabajo de sus asalariados, dando como resultado periódicas crisis económicas por sobreproducción. En la época de Lafargue no existían apenas derechos laborales y hasta los niños se veían obligados a afrontar jornadas maratonianas. Todo ello se deriva de la obsesión de fabricar cada vez a menor precio, aunque luego muchos productos tengan difícil salida. La pereza para Lafargue no tiene la significación negativa que nosotros le damos, sino que es una recompensa para el obrero que cumple dignamente con su labor. Las condiciones de trabajo decimonónicas se han trasladado a los países del Tercer Mundo. Para nosotros han dejado un largo ocio hasta que vuelva una cierta prosperidad. ¿Por qué los economistas no aprenden a lo largo de las décadas? He aquí la descripción de las crisis de la época. Comprobarán que se parece mucho a la que actualmente padecemos:

"Si las crisis industriales siguen a periodos de sobretrabajo tan fatalmente como la noche al día, arrastrando tras ellas el descanso forzado y la miseria sin salida, ellas traen también la bancarrota inexorable. Mientras el fabricante tiene crédito, da rienda suelta al delirio del trabajo, pidiendo más y más dinero para proporcionar la materia prima a los obreros. Hay que producir, sin reflexionar que el mercado se abarata y que, si sus mercancías no se venden, sus pagarés se vencerán. Aguijoneado va a implorar al judío, se arroja a sus pies, le ofrece su sangre, su honor."

Trasladen estas reflexiones al mercado de la construcción en nuestro país, sustituyendo la expresión "judío", por "banquero". No había horas suficientes para cubrir tanto trabajo. Hasta los fines de semana se trabajaba. La obsesión era levantar miles de viviendas, cuanto más rápido mejor. Al final todo estalló. La sobreproducción era tal que, cuatro años después, seguimos donde estábamos o aún más atrás. ¡Cuanto mejor hubieran ido las cosas con un reparto más racional de las tareas! Algunos no hubieran podido amontonar sacos de dinero, pero la mayoría seguiría trabajando hoy día, atendiendo estrictamente las necesidades, no creando oferta artificial, a sabiendas de que difícilmente iba a venderse.

En realidad, Lafargue está precediendo algunas ideas de la socialdemocracia, que tan magistralmente tomaría a posteriori Bertrand Russell en su "Elogio de la ociosidad". Si los obreros están bien pagados y cuentan con tiempo de ocio, consumirán y este consumo repercutirá en la creación de nuevos puestos de trabajo, en un círculo virtuoso del que solamente se sale cuando los neoliberales comienzan a criticar los excesivos impuestos que pagan para que el Estado tenga mecanismos de control de la economía (no al revés como sucede en estos tiempos) y pueda redistribuir la riqueza entre los más desfavorecidos. Además, el tiempo de ocio es aprovechado por muchos ciudadanos para, de forma altruista, realizar actividades en beneficio de los demás.

Que lejos nos encontramos hoy de estas utopías, en este mundo miserable que está ya organizado únicamente para que las grandes fortunas se acrecienten. Ya lo dijo el señor Burns en un episodio de "Los Simpsons": "Estoy muy orgulloso de mi fortuna, pero lo daría todo por tener un poco más."