lunes, 9 de enero de 2012

THE ARTIST (2011), DE MICHEL HAZANAVICIUS. LA ESENCIA DEL CINE.


¡Qué insolencia! ¿Cómo es posible? ¡Realizar una película muda en pleno siglo XXI, obviando que existe el 3D, la alta definición y los efectos especiales digitales! Lo cierto es que en esta ocasión si que podemos hablar de milagro. Que a día de hoy esta película se haya estrenado en cines y esté teniendo cierto éxito es algo prodigioso. Resucitar el cine mudo, aunque sea para homenajearlo ha sido la ocurrencia de un loco, pero una ocurrencia genial a fin de cuentas.

Siempre me ha fascinado el cine mudo. Cuando aborda historias de terror suelen adoptar la forma de las peores pesadillas, por lo que su visión resulta particularmente inquietante. En el apartado de cine cómico, con nombrar a Charlot, Buster Keaton o Harold Lloyd está todo dicho. Lo que más me llama la atención de este tipo de cine es la capacidad de los actores para transmitir emociones sin hacer uso de la palabras. La expresividad de gestos y movimientos hacen de ellos un tipo de intérpretes especiales muchos de los cuales no lograron adaptarse a la llegada del cine sonoro.

Esta historia se contó magistralmente en "Cantado bajo la lluvia". Ahora llega una historia que homenajea los orígenes del cine adoptando sus mismas formas, realizando interesantísimos ejercicios de cine dentro del cine y utilizando el sonido en tan contadas ocasiones que su utilización llega a impresionar al espectador como si de algo nuevo se tratase. Esa es la función del cine y de esta película: maravillar al espectador, hacerle sentir emociones y sorprenderle, por lo que tradicionalmente ha sido un medio en búsqueda constante de innovaciones, de técnicas nuevas, incluso de lenguajes experimentales.

Jean Dujardin, en el papel de galán del cine cuyo reinado está a punto de caducar (con un sorprendente parecido a Gene Kelly, desde mi punto de vista) y Beredice Bejó, como la nueva reina sonora de las pantallas, están perfectos en unos papeles que seguramente resultan difíciles, por requerir acogerse a técnicas de interpretación superadas hace décadas. Y mencionar, por supuesto, al perro, auténtica estrella que da la réplica perfectamente a su amo. En el cine mudo una sonrisa, un guiño o un gesto podían significar mucho y ellos son capaces de transmitir desde es más pleno optimismo al más sombrío pesimismo. Y por encima de todo queda el séptimo arte, esa imitación o idealización de la vida que tantos sueños ha regalado al siglo XX y que tiene en esta magistral película su más sentido homenaje.

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