"En el escritor de verdad todo lo que está ocurriendo es literario porque se le está planteando la vida continuamente como milagro, el hecho del tiempo, el misterio del tiempo, todo son apariciones continuas, es decir, no sé si decir el artista, el escritor, el poeta no se acostumbra a la vida, es como el niño y por eso se ha identificado tanto con el niño y por eso alguien habla de la infancia recuperada, etc… que el genio es la infancia recuperada, hasta que se muere, no se acostumbra a la vida; entonces eso es literatura, eso es una visión literaria del mundo."

Mortal y rosa fue una obra singular y rompedora en la literatura española de la transición. De hecho, no fue valorada en su justa medida hasta algún tiempo después de ser publicada en el año 1975. En realidad el proyecto primitivo de Umbral era publicar una especie de diario (aunque sin encabezar los párrafos con fechas) con sus impresiones personales sobre el mundo. De este primitivo proyecto quedaron el artículo Estoy oyendo crecer a mi hijo y el cuento La mecedora, ambos publicados en 1971, pero las circunstancias se impusieron cruelmente con la enfermedad y muerte de su hijo, derivando finalmente en este texto, hermoso y terrible a la vez, que es un canto al absurdo de la vida, al nihilismo de la existencia.

Más que de leer un diario íntimo, el lector tiene la impresión de asistir al flujo de pensamiento del escritor, que reflexiona acerca de todo lo que ve y siente. Su estilo es el de una especie de prosa poética, que en algunos capítulos se convierte formalmente en poesía. Para la crítica, una de las grandes influencias de este libro es el Diario íntimo, de Miguel de Unamuno (aunque paradójicamente Umbral lo llame pelma en el texto), en el que el filósofo vasco trata, entre otras cosas, de explicarse la enfermedad mental de su hijo. Donde Unamuno trata de de establecer, más allá de la razón, una angustiosa comunicación de índole religiosa, Umbral sólo ve la nada, hasta el punto de que él se siente tan muerto como su hijo:

"La vida es suicida y necia cuando se encarniza contra el niño, se niega a sí misma y el mal de los niños tiene todo el horror de una profanación. Un niño enfermo es una blasfemia que profiere la vida. (...) Casi todos los movimientos del universo son estúpidos, y el atentado contra la vida del niño es una destrucción de la única sacralidad de la existencia. La biología es blasfematoria. (...) Un niño enfermo es la visualización del suicidio incesante de la especie, es, más que un crimen, una profanación, y después de esto sólo queda la mera rutina vegetativa, abolida toda posibilidad de ascensión del hombre a sí mismo."

El escritor es un cadáver después de que un pedazo de su ser ha muerto, el ser inocente, al que observaba inventar el dibujo y el lenguaje. Con ello le han arrebatado la vida, aunque le queda la literatura para expresarlo, una literatura que, según el prólogo de Félix Grande para la edición publicada por el diario El Mundo, deriva en la descripción del infierno:

"«Todo está negro, hijo», escribiría Umbral en el año 1974, en medio del infierno. Porque Mortal y rosa es el poema del infierno y es el retrato del infierno. La lágrima a la vez imprecatoria y clandestina que se arrastra por las páginas de este libro como la baba colosal de un caracol irreparablemente huérfano, esa lágrima empujada por el pudor, es la noticia del infierno, y es a la vez una humedad verbal, una humedad poética a la que ni siquiera el infierno consiguió evaporar. Es difícil hallar en la literatura que no provenga de los poetas trágicos una lágrima tan testaruda, una denuncia tan augusta contra la exactitud de la desgracia"

En este sentido, a pesar de la estimulante experiencia estética que produce, Mortal y rosa es un libro duro y desasosegante para el lector. Umbral no es capaz de afrontar su desgracia, de encontrar consuelo. Únicamente la describe, aprovechando para denunciar la sordidez de un mundo en el que su hijo ha dejado de estar presente. Roto por el dolor, el escritor aprovecha las palabras para remitirse a tiempos mejores, cuando la felicidad era tan obvia que no se valoraba, tratando de explicar el sentido de su pérdida y no consiguiéndolo. De esta dura experiencia salió el que para muchos críticos es el más excelso ejemplo de la originalidad de la prosa de Umbral. Un libro terrible y a la vez conmovedor, el grito de un padre contra el absurdo de un universo inconmovible.