En cualquier caso, Ryszard Kapuscinski es ya un mito del periodismo del siglo XX. Viajó por numerosos paises de Europa, África, Asia y América, arriesgando en muchas ocasiones su integridad física e incluso su vida con tal de obtener una perspectiva privilegiada de los habitantes de los mismos, viajando a los lugares más remotos, tratando de comprender las costumbres locales. También tuvo que cubrir diversas guerras y conflictos, sumergiéndose en el corazón de los mismos para que sus crónicas resultaran lo más veraces posibles. Kapuscinski practicó un periodismo profundamente humano, retratando con sus palabras el sufrimiento de los perdedores y la corrupción de sus dirigentes.

El escritor polaco viajó a África por primera vez a finales de los años cincuenta, en la época en la que comenzaba la descolonización, un proceso que suscitó muchas esperanzas de progreso en los países africanos, esperanzas que pronto se vieron defraudadas en una espiral generalizada de corrupción, guerras civiles, hambre y miseria. Una de las razones por las que África nunca ha sido capaz de desarrollar un progreso equivalente al de otras zonas del mundo ha sido las difíciles condiciones de vida de sus habitantes: el clima de muchas zonas, donde el intenso calor hace dificilmente soportable una jornada de trabajo, las frecuentes sequías, las enfermedades, la hostilidad de la naturaleza y la tradicional falta de iniciativa individual:

"Es en Europa donde el individualismo constituye un valor apreciado, y aún más en Norteamérica; en África el individualismo es sinónimo de desgracia, de maldición. La tradición africana es colectivista, pues sólo dentro de un grupo bien avenido se podía hacer frente a unas adversidades de la naturaleza que no paraban de aumentar. Y una de las condiciones de la supervivencia del grupo consiste precisamente en compartir con otros hasta la cosa más insignificante. Un día me vi rodeado por un nutrido grupo de niños. Sólo llevaba un caramelo y lo puse sobre la palma de la mano. Finalmente, la niña de más edad cogió el caramelo, lo desmenuzó a fuerza de cautelosos mordiscos y, equitativamente, lo repartió entre todos."

África todavía se recupera de las catastróficas consecuencias del imperialismo europeo. Los países de Europa jamás comprendieron que en el continente africano había más de diez mil reinos, federaciones y comunidades tribales, muchas de ellas enfrentadas entre sí. Mientras el poder colonial estaba asentado en los territorios explotando sus materias primas y reduciendo a sus habitantes a la condición de esclavos para traficar con ellos, dichos conflictos quedaron en suspenso, pero cuando las colonias alcazaron su independencia, muchas tribus con una dilatada historia de rivalidades se encontraron formando parte del mismo país: los ingredientes de inevitables guerras civiles estaban servidos.

Para el lector, la crónica de los viajes africanos del autor de Los cínicos no sirven para este oficio son una verdadera delicia. Enviado como corresponsal por un periódico polaco en 1957, Kapuscinski cumplía así su sueño de conocer el continente africano y durante los siguientes cuarenta años siguió volviendo asiduamente. El periodista viaja de un lugar a otro en las condiciones más difíciles, se mezcla con la población y contrae sus mismas enfermedades. Hasta cuando padece los sufrimientos de la malaria no le abandona la voluntad de contar sus experiencias y narra las fases de la penosa enfermedad. Uno de los tormentos de África lo constituye la gran cantidad de insectos que martirizan constantemente al hombre. En un hotel, Kapuscinski cuenta que encontró la habitación llena de cucarachas del tamaño de tortugas.

Para cualquiera que viaje a África, la adaptación al clima extremo será uno de los grandes problemas. Hay momentos del día en los que literalmente el Sol quema la piel y hay que buscar refugio donde sea. Además, el agua es un bien escaso y menos aún en condiciones higiénicas adecuadas. En uno de los más impresionantes episodios del libro el autor cuenta como se perdió junto a un compañero en una inmensa llanura y encontraron unas chozas abandonadas donde se tumbaron a descansar. Cuando estaba tumbado, Kapuscinski advirtió que había una cobra al pie de su lecho. La lucha que tuvieron que sostener contra tan fiero animal, al que lograron arremeter por sorpresa, le dio idea de como la naturaleza salvaje acecha constantemente al hombre en aquellas tierras que, más que a vivir, tiene que dedicarse a sobrevivir cada día sin pensar en lo que sucederá el siguiente.

África no es ya un continente tan misterioso y aislado como cuando Kapuscinski puso los pies allí por primera vez. Muchos de sus habitantes han emigrado a Europa y a través de ellos y las nuevas formas de comunicación, sus familiares asimilan las costumbres occidentales. Pero las guerras siguen y el problema de los señores de la guerra y los niños-soldado sigue siendo un cáncer muy difícil de extirpar. Lo cierto es que gran parte de la población africana apenas cuenta con perspectivas de futuro y las calles están llenas de desocupados que simplemente pasan la jornada sentados en la calle y sin nada que hacer. Además, la crisis económica actual ha hecho que la ayuda al desarrollo, fundamental para la supervivencia de muchos de los habitantes de estos países, baje hasta niveles dramáticos.

A pesar de todos los peligros y sinsabores padecidos, Kapuscinski siempre se ha definido como un enamorado de África, alguien que conoce sus difíciles condiciones, su potencial de desarrollo y que siente un profundo respeto hacia los seres que la habitan. Así se expresaba en una entrevista concedida a la revista Letras Libres en junio de 2002:

"África tiene tres condiciones adversas: un clima pésimo, una tierra muy mala y poco productiva y una enorme deficiencia de agua. Y toda su energía está concentrada en mantenerse en tales condiciones. La lucha de la gente africana por la supervivencia despierta en mí todo el respeto. En esas situaciones de pobreza, hambre y condiciones adversas, vinculadas a conflictos violentos, guerras y matanzas, la gente africana mantiene rasgos de una enorme humanidad: son hospitalarios y conocen el valor de la alegría en medio del dolor. En África nunca me he sentido ni perdido, ni aislado ni con miedo."

El periodismo ha cambiado mucho desde la época en la que fueron escritos estos artículos. La exigencia de inmediatez en las informaciones hace en muchas ocasiones que los artículos que se publican no estén contrastados y estén escritos por periodistas que no conocen a fondo el país que retratan. Kapuscinski ha quedado como un maestro en el arte del reportaje, que siempre son amenos y rigurosos. Su fórmula: viajar, leer sobre la historia del país, hablar con la población para tratar de comprender sus puntos de vista y, sobre todo, tomarse el tiempo que haga falta para construirse una opinión rigurosa acerca del asunto a tratar.