Una de las cuestiones que resultan más sorprendentes para cualquier seguidor de la obra de Galdós, es que, aún siendo un escritor tremendamente prolífico, supo mantener la inmensa calidad de su escritura en prácticamente toda su producción. Baste recordar que en el año 1878, en que publicó Marianela, el novelista canario también entregó a la imprenta La familia de León Roch y alguno de sus Episodios Nacionales.

Marianela es una de las novelas de Galdós que ha gozado de más popularidad desde su publicación. Quizá su secreto sea la sencillez y pureza con las que está presentada la protagonista. Marianela es una muchacha huérfana, acogida a la caridad de gente pobre, que le ofrece algo de comida, un rincón donde dormir (entre dos cestas) y nulo cariño. Si poseyera malos sentimientos, la muchacha podría sentirse celosa de cualquier mascota, a la que al menos se le ofrece caricias y cariño. Pero Marianela goza de un resquicio de felicidad en su vida sin horizontes: actúa como lazarillo de Pablo, un ciego hijo de uno de los propietarios más ricos del lugar.

Pablo es ciego, por tanto es un ser que ha tenido que crearse su propia realidad, un mundo a la medida de su ceguera, construido a medida de su visión idealista: para él Marianela, una joven menuda y feucha, que en el mundo ilusiorio de Pablo es una auténtica belleza. Claro está que el invidente sólo puede intuir la pureza espiritual de Nela. Comprender lo que es la belleza física es para él una auténtica quimera, al menos hasta la aparición del personaje con el que el autor de Misericordia abre la narración. El escritor pone en su boca estas palabras, tratando de explicar su distorsionada visión del mundo:

"No conozco el mundo más que por el pensamiento, el tacto y el oído. He podido comprender que la parte más maravillosa del Universo es esa que me está vedada. Yo sé que los ojos de los demás no son como estos míos, sino que por sí conocen las cosas; pero este don me parece tan extraordinario, que ni siquiera comprendo la posibilidad de poseerlo."

Teodoro Gofín es un hombre hecho a sí mismo. Se trata de un afamado médico oftalmólogo cuyo humilde nacimiento no hacía presagiar tan buen destino. Es un personaje bastante insólito en el universo galdosiano, pues el escritor canario no se cansó nunca de denunciar uno de los grandes males de la España de su época (y en gran parte de la nuestra): la indolencia de la burguesía, de unos señoritos ignorantes que viven de las rentas, de las herencias. Golfín es distinto y se siente orgulloso de su hazaña. Además, asegura que su apellido debe tener ascendencia inglesa. algo muy revelador de la imposibilidad de progreso de los auténticos hijos de España. Llega a las minas de Socartes para intentar curar a Pablo de la ceguera. Esta acción, objetivamente noble, desatará una auténtica tormenta en el corazón de Marianela.

Porque Marianela está enamorada de Pablo. Sabe que lo único que puede acercarle a ella, un ser insignificante, es la ceguera. Superada esa traba física, la ley natural dictará que el señorito busque a una mujer de su categoría, que en este caso va a ser su bella prima Florentina. Quitada la venda de los ojos, Pablo cae en un estado de éxtasis ante las maravillas que le ofrece la utilización de este nuevo sentido. Galdós ha descrito muy bien, con términos médicos y ciéntificos, lo que siente un ciego de nacimiento ante la llegada de la luz: una sensación de miedo, de extrañeza y a la vez de fascinación. Su personaje lo define como una entrada en la realidad, lo cual tiene el efecto, casi inmediato, de hacerle olvidar sus inocentes galanteos con Marianela y volcarse en la admiración de la belleza de su prima:

"Mi padre, a quien he confesado mis errores, me ha dicho que yo amaba a un monstruo... Ahora puedo decir que idolatro a un ángel. El estúpido ciego ha visto ya, y al fin presta homenaje a la verdadera hermosura."

El viaje de Pablo es una especie de tránsito del mundo de las ideas al de la realidad, como si un prisionero de la caverna platónica fuera liberado y se admirara de lo mundano, desechando el ideal espiritual. Esto es un desastre para el pequeño mundo de Marianela, que se encontraba protegido por el muro de la ceguera de Pablo. Ahora su precario lugar en el mundo se ha tambaleado y no sabe que hacer muy bien con una existencia a la que no encuentra sentido:

"...¿Para qué sirvo yo? ¿Para qué nací?... ¡Dios se equivocó! Hízome una cara fea, un cuerpecillo chico y un corazón muy grande. ¿De qué me sirve este corazón grandísimo? De tormento, nada más. ¡Ay! si yo no lo sujetara, él se empeñaría en aborrecer mucho; pero el aborrecimento no me gusta, yo no sé aborrecer, y antes de llegar a saber lo que es eso, quiero enterrar mi corazón para que no me atormente más."

Marianela supone para Pérez Galdós un punto de inflexión: comienza su viaje hacia el naturalismo, aunque esta novela está afectada aún por un acusado simbolismo. Su comienzo es tenebroso: la llegada del médico Golfín, que se ha perdido, y debe atravesar las minas guiado por Pablo, que por una vez puede hacer de lazarillo. Para él la ruta de la mina es un lugar ameno, porque no es capaz de ver las simas y peligros que encierra. Para Teodoro la visión de esas profundidades es como una visión del infierno. Posteriormente, quizá por su experiencia adquirida como minero accidental, será uno de los pocos que sea capaz de ver el auténtico interior de Nela, que para casi todos los demás es poco menos que un animal de compañía. Resulta curioso que Emilio Zola comenzara su célebre novela Germinal con una descripción minera con muchos puntos en común con la que realiza Galdós, aunque él escribiría una crónica mucho más social.

Para Benito Pérez Galdós Marianela siempre fue una de sus criaturas predilectas, porque representaba la pureza perdida de algún amor adolescente. Cuentas las crónicasque un Galdós ya anciano asistió en cierta ocasión a una representación teatral de Marianela, interpretada por la gran Margarita Xirgu. En un determinado momento, ante la gran interpretación de la actriz, el escritor no pudo resistirse y la llamó entre lágrimas: "¡Nela! ¡Nela!". Para él, sobre el escenario, se representaban nada menos que las ilusiones perdidas de su juventud.