domingo, 3 de junio de 2012

MELODÍA DE SEDUCCIÓN (1989), DE HAROLD BECKER. A LA CAZA.


Pocas veces como espectador he tropezado con una película tan repleta de tópicos: comienza con una vista aérea de Nueva York con las torres gemelas como telón de fondo, para seguidamente presentarnos la actuación de un asesino. Después conocemos al personaje principal (interpretado por Al Pacino, el alma de la cinta), un policía de vida personal desastrosa, que padece insomnio y está iniciando un camino sin retorno hacia el alcoholismo. El caso que le asignan apunta a una mujer que contacta con sus futuras víctimas a través de la sección de contactos de un periódico. Junto a un compañero (un magnífico John Goodman) emprende la búsqueda de la presunta asesina a través de un método laborioso: poniendo un anuncio en el periódico que siga las pautas de los que ella contestó en su día, para intentar darle caza a través de la identificación de las huellas dactilares que dejará en el vaso que utilice en el bar donde tengan la primera cita.


Tras unas cuantas citas frustrantes, el detective Keller da con una sospechosa muy prometedora: una mujer muy atractiva que, al parecer, conoció a las dos víctimas. Pero Keller inicia una relación con ella que le devuelve la ilusión por vivir. A partir de este momento deberá hacer frente a una difícil decisión: su corazón le dice que la mujer es inocente, pero su instinto de policía le dicta lo contrario. ¿Qué hacer? ¿Cómo llevar adelante una relación tan esquizofrénica? Este dilema es lo más atractivo de una película que, contra todo pronóstico, sabe mantener el interés del espectador, que abandona pronto sus sensaciones de dejà vu y se sumerge en una historia que sostiene la solvencia de su intérprete principal, un Al Pacino que vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de la historia del cine. Bienvenida es también la presencia de Ellen Barkin, una actriz que nunca llegó a triunfar del todo, pero que es un gran icono erótico de los años ochenta.

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