Después de la conmoción de ver arder las torres gemelas en directo, todo el mundo se hacía las mismas preguntas:¿quién había organizado aquello? ¿cómo había sido posible? El nombre del culpable nos lo ofrecieron pronto: Osama Bin Laden, el creador de la red terrorista Al Qaeda. Su historia y los pormenores de la organización del mayor atentado de la historia tuvieron que esperar un poco más. En 2006, el escritor y redactor de la revista New Yorker, Lawrence Wright, publicó la que quizá es, hasta ahora, la mejor historia de Al Qaeda y sus promotores, después de una concienzuda investigación periodística. El libro fue digno merecedor del Premio Pulitzer.

El predecesor del yihadismo moderno es el egipcio Sayyid Qutb, cuyos escritos instaban a una ruptura del islam con occidente y la aplicación estricta de la sharia. Estas ideas fueron la base sobre la que Bin Laden constituiría décadas más tarde Al Qaeda, obviando la prohibición islámica de matar, sobre todo si la víctima es otro musulmán:

"El Corán afirma explícitamente que los musulmanes no deben matar a nadie, excepto como castigo por cometer un asesinato. El Corán advierte que al asesino de un inocente se le juzga "como si hubiera matado a toda la humanidad". El asesinato de musulmanes es un delito aún más grave. Quien cometa semejante acto, dice el Corán, descubrirá que "su retribución es el infierno y en él permanecerá para siempre". ¿Cómo podían, entonces, grupos como Al-Yihad y el Grupo Islámico justificar el uso de violencia contra otros musulmanes para llegar al poder? Syyib Qutb había mostrado el camino al declarar que un dirigente que no impone la sharia en su país es un apóstata. Hay un famoso dicho del profeta que afirma que sólo se puede derramar la sangre de un musulmán en tres casos: como castigo por cometer un asesinato, en caso de infidelidad matrimonial o por apartarse del islam." (Lawrence Wright, La Torre Elevada, Editorial Debolsillo, pag. 161).

Siguiendo estrictamente esta doctrina, cualquier musulmán que apoyara la democracia o abogara por establecer lazos con occidente era un enemigo potencial pues se apartaba de la doctrina pura del islam: podía ser asesinado.

Cabe mencionar que Bin Laden nació en el seno de una familia rica o más bien que fue el hijo de un padre rico, uno de los mayores constructores de Arabia Saudí, en la época en la que se acababan de hallar los pozos petrolíferos y el país adquiría tantas riquezas que, literalmente, no se sabía qué hacer con ellas. Muhammad Bin Laden era un musulmán estricto, pero muy caprichoso en cuestiones de sexo. A su muerte, había engendrado cincuenta y cuatro hijos de veintidós mujeres. A veces se casaba por la mañana y se divorciaba esa misma noche.

Las primeras acciones de carácter militar por parte de Bin Laden tuvieron lugar en Afganistan, en una época en la que muchos saudíes marchaban a aquel país, que estaba siendo invadido por el ejército soviético. Aunque su contribución a la causa muyahidín fue muy exagerada por él mismo, la experiencia le sirvió para crearse un pequeño ejército de fieles, aunque al principio, Al Qaeda no llamó la atención de casi nadie. Resulta paradójico que antes de convertirse en terrorista internacional y sanguinario, Bin Laden había aprendido a apreciar la vida en paz, después de pasar unos años de exilio en Sudán, quizá los más felices de su vida.

El auténtico bautismo de Al Qaeda se produjo con el pacto al que llegó su líder con otro personaje de gran carisma en el siniestro mundo del islamismo radical: Ayman al-Zawahiri. Para Bin Laden, la visión de Estados Unidos como el gran enemigo a batir, como representante de los males de occidente se acentuó con la intervención de este país como líder de la coalición internacional para liberar Kuwait en la Primera Guerra del Golfo. Para el líder de Al Qaeda, la visión de las tropas estadounidenses profanando los santos lugares le parecía una humillación pra el pueblo árabe, que, a sus ojos, debería haber peleado contra los iraquíes sin ayuda externa.

Pronto llegaría la internacionalización del terrorismo: atentados a la marina de los Estados Unidos, a sus embajadas y, por fin, el plan más ambicioso de todos, el que pretendía castigar al enemigo en su propio país. Aunque algunos no lo recuerden, ya en 1993 hubo un intento de destruir las torres gemelas: se pretendía, mediante un potente coche bomba colocado en el aparcamiento de una de las torres, destrozar sus cimientos y que un edificio cayera sobre el otro provocando un apocalipsis de decenas de miles de muertos. Afortunadamente, los cimientos resistieron en esta primera ocasión. En 2001, el plan sería mucho más imaginativo: secuestrar aviones para estrellarlos contra los emblemáticos edificios, el Pentágono y el Capitolio. Se estaba preparando un terrorismo de nuevo cuño, un terrorismo simbólico que produjera el mayor número de muertes posibles en directo ante los ojos aterrados del mundo.

Pero la parte más sorprendente de esta historia, que adquiere aires de tragedia griega, es la investigación efectuada por el agente del FBI John O´Neill, que durante años estuvo siguiendo la pista de Bin Laden y su organización terrorista. Si O´Neill hubiera contado con el apoyo de la CIA y de su propia organización, los atentados del 11 de septiembre podrían haberse evitado. Como la Casandra que predecía la guerra de Troya sin que nadie la creyera, O´Neill advirtió repetidamente que una conspiración terrorista se cernía sobre Estados Unidos y que debían investigarse los indicios que conducían hasta Bin Laden. Al final, acabó abandonando el FBI y aceptando un trabajo de jefe de seguridad a partir de septiembre de 2001. John O´Neill, el hombre que pudo atrapar a Bin Laden, comenzó a trabajar en su nuevo puesto en el World Trade Center. Su labor sólo duró once días.

La torre elevada, fruto de una exhaustiva investigación, es un libro que se lee casi como una novela de intriga, aun cuando el lector conoce ya su final. Quizá a esta aproximación a la génesis y desarrollo de Al Qaeda le falte una explicación de cómo es posible que personas inteligentes, con carreras universitarias, como sucedió con algunos de los terroristas suicidas del 11-S, acaben inmolándose y matando a cientos de personas en nombre de un Dios vengativo. Es posible que esta explicación sea tan difícil que esté más allá de las posibilidades de las mentes racionales. Hoy por hoy, Al Qaeda es una bestia herida, pero no acabada. Bin Laden, después de muerto, sigue siendo un icono para muchos musulmanes. Y las bestias heridas pueden hacer mucho daño.