viernes, 31 de agosto de 2012

DE VIDAS AJENAS (2009), DE EMMANUEL CARRÈRE. EL EMPERADOR DE TODOS LOS MALES.


Si hace un par de años me deslumbró la historia que contaba Carrère en "El adversario", este año no he podido resistirme a leer otra obra del mismo escritor, que tampoco es de ficción. En ella el escritor francés evoca la vida de su cuñada, una jueza de primera instancia que falleció de cáncer, para brindar un sentido homenaje a una persona a la que apenas conoció en vida. Aquí el artículo:



Hace algunos años, Emmanuel Carrère deslumbró al público con su obra El adversario. Su última obra, publicada el año pasado en España, sigue siendo la de un escritor que sabe posar su mirada de una manera muy especial en los aspectos más cotidianos de la existencia. Aunque escrito de manera literaria, este no es un libro de ficción, puesto que el autor está contando una experiencia personal, muy cercana, cuyos aspectos más íntimos están documentados de una manera muy objetiva, sin excesivas implicaciones emocionales en un relato que podría haber sido sensiblero. El mismo Carrère explica los mecanismos que le llevan a escribir acerca de asuntos extraídos de experiencias reales en una entrevista concedida a Diego Salazar:

"Diego Salazar: Hay dos cosas que a mí me resultan particularmente interesantes de sus libros de no ficción. La primera es que no solo cuentan una historia, sino que son a su vez una reflexión acerca del proceso de contarla. Y, por otra parte, los tres, sobre todo Una novela rusa, pero también El adversario y de De vidas ajenas, son extensas reflexiones acerca de lo que significa ser hombre, acerca de cómo ser hombre en nuestros días.

Emmanuel Carrère: Tienes razón, estoy de acuerdo con ello. Para serte sincero no es algo que tenga demasiado presente mientras escribo, pero sí es verdad que son dos cosas que me interesan y que de cierta manera me salen de una manera natural. Ocurre que, en cierta forma, esos libros son mémoires. Me encanta la posibilidad de escribir mémoires, de trabajar con ese material, aun cuando estás contando otra historia, aun cuando estás contando una historia criminal o una historia de amor. Respecto a relatar el proceso de contar la historia, es algo que a mí me interesa mucho como lector. E imagino que por eso me sale de una manera muy natural: es algo que me interesa, y no creo que sea aburrido o que haya que esconderlo." (Revista Letras Libres, mayo de 2012).

La antítesis de "El adversario"

Este es un relato casi autobiográfico. Se trata de la narración de los últimos días de Juliette, la hermana de su mujer, que murió de cáncer. Pero De vidas ajenas trasciende el mero relato para ofrecernos la perspectiva de la vida anterior de Juliette y su entorno más inmediato: sus esperanzas, sus anhelos, sus frustraciones y sus pequeños triunfos. Una vida joven que se ve truncada por una enfermedad inesperada, a la que se intenta dar un sentido que no tiene, porque la muerte siempre es absurda. En todo caso, Carrère tiene la prudencia de delimitar este relato respecto al anterior:

"Técnicamente habría que escribirlo como "El adversario", en primera persona, sin ficción, sin efectismos y al mismo tiempo era exactamente lo opuesto de "El adversario", en cierto modo su positivo. Sucedía en la misma región, el mismo medio, la gente vivía en las mismas casas, leía los mismos libros, tenía los mismos amigos, pero por un lado estaba Jean-Claude Romand, que es la mentira y la desgracia personificadas, y por el otro Juliette y Étienne." (Emmanuel Carrère, "De vidas ajenas", Ed. Anagrama, pag. 63).

El tsunami de 2004 y el sentimiento de culpabilidad ante el mal ajeno

El comienzo del libro puede resultar un tanto desconcertante, pues el escenario y la situación poco tienen que ver con los del resto del relato. Carrère se encontraba en el sur de Asia en las Navidades de 2004, cuando sucedió la catástrofe del tsunami. A él no le afectó directamente, ya que su hotel no se encontraba a pie de playa, pero fue testigo de muchas historias de desesperación , sobre todo de la muerte de la hija de unos conocidos, que él podía representarse en aquellos momentos como su propia hija. Podía hacerlo, pero en realidad su sensación principal era de alivio, porque la desgracia le había sucedido a otra persona y no a él.


En cualquier caso, el autor no podía alejarse de un continuo sentimiento de culpabilidad originado por la impotencia ante la catástrofe. ¿Qué puede pensar un occidental que está de paso en aquella región ante un suceso de esas características? Puede hacer como que ayuda durante algunos días, puede pronunciar palabras de apoyo a quienes no encuentran a sus familiares, acompañarles a los hospitales, pero en el fondo lo que más desea es salir de allí y volver a su vida de siempre, rodeada de una falsa burbuja de confort y seguridad, que también puede ser destruida de la manera más inesperada.

Una tragedia cotidiana provocada por el cáncer

En Francia, pues, le va a tocar vivir una desgracia mucho más cercana que va a enlazar con la situación emocional que el protagonista ya traía de la primera historia. Carrère no conocía demasiado bien a la hermana de su pareja, enferma de cáncer terminal, por lo que en, principio, cree no va a verse excesivamente afectado por la tragedia en ciernes, tan sólo en la medida en que lo hará en su ser cercano. Pero aquí se produce el milagro. La moribunda es una persona y los que le rodean también y él no puede sino identificarse con el inmenso dolor que va a crearse con la muerte de una madre de tres niñas, que deja atrás a un marido que no acaba de asimilar la nueva realidad que se le viene encima.

Así es como se le ocurrió escribir este libro: el interés humano por el recuerdo de una individualidad es mucho más potente que el posible olvido. Juliette, la fallecida, ha ejercido muchos años como jueza. Este es el punto de partida de la investigación vital de Carrère, que se realiza bajo el principio de que, aunque las personas son más importantes que los oficios que ejercen, son estos oficios, en gran medida, los que moldean a las personas. Y en este caso, el ejercicio de la judicatura, aún en un puesto de poca importancia, constituye la pasión vital de Juliette y de su compañero y amigo íntimo, el juez Éttiene, muy identificado con Juliette, no sólo por el trabajo en común, sino porque él mismo padeció un cáncer en la infancia que le hizo perder una pierna.

Ejercer la judicatura en beneficio de los más débiles

A partir de aquí el lector tendrá noticia de la ambición vital de ambos, que puede parecer modesta, pero para muchas personas es una tabla de salvación. Se trata de limitar el poder de las empresas prestamistas que exigen intereses leoninos a unas víctimas que se han visto cegadas por la necesidad a la hora de firmar el contrato de crédito. Para explicar esta parte de la historia, de la vida de Juliette y Éttiene, Carrère penetra en el complicado mundo jurídico y lo hace accesible al lector. La pasión por el trabajo diario es lo que ha definido a Juliette. Es el mejor homenaje que se le puede otorgar en una hora tan sombría, donde el horror a la inexistencia lo ocupa todo:

"Todo, es decir, el horror. El horror moral de imaginar el mundo sin ella, de saber que no vería crecer a sus hijas, pero también el horror físico, que cada vez ocupaba más espacio. El horror del cuerpo que se rebela porque siente que va a ser aniquilado." ("De vidas ajenas", pag. 159).

El significado íntimo de lo cotidiano

Así pues, con este relato Carrère continúa con su indagación acerca de la verdadera naturaleza de un ser humano que si en El adversario se convertía en un monstruo inescrutable en De vidas ajenas es un ser que dedica su vocación a intentar hacer la vida más fácil a los más débiles. Nadie como el escritor francés para acercar al lector esta misteriosa cotidianidad, cuya significación última ni siquiera nos planteamos.

jueves, 30 de agosto de 2012

NIXON (1995), DE OLIVER STONE. EL ANIMAL POLÍTICO.


Quizá sea esta la película que mejor resume las obsesiones del cine de Oliver Stone: la indagación en la historia contemporánea de su país, de sus supuestas conspiraciones, de las guerras desastrosas y de la realidad del poder político, muy alejada de la imagen benigna que se quiere vender en las campañas electorales.

La figura de Nixon sigue siendo hoy día enormemente controvertida, sobre todo porque ha quedado para la historia como el único presidente que tuvo que dimitir, y de una forma muy bochornosa: por mentir al país. Pero es evidente que su mandato abarcó mucho más. Recibió una herencia muy complicada en la que la guerra de Vietnam iba adquiriendo un protagonismo cada vez más absoluto. Nixon, actuando como mago de la política, supo presentarse a la vez como un duro señor de la guerra y como el adalid de la paz. También se acercó a los enemigos de Estados Unidos, la Unión Soviética y China, y consiguió una distensión inédita hasta aquel momento en la guerra fría. Además, impulsó programas sociales como no lo ha vuelto a hacer ningún presidente republicano hasta la fecha. Pero también fue un hombre que amaba el poder sobre todas las cosas, un cínico y manipulador, que era capaz de utilizar el rodillo de la violencia (veáse si no la escalada bélica en Vietnam y la dura represión a los manifestantes en casa) para imponer su voluntad.

El retrato de Oliver Stone es el de un hombre sufriente, el de un auténtico animal político que no es nada si no tiene el poder. También lo muestra celoso de JFK, que poseía la seducción natural que a él le faltaba, aunque al final su inesperada muerte (y aquí Stone sigue insistiendo en la teoría de la conspiración) fuera uno de los factores que le auparon a la presidencia. Es de agradecer que el director haya intentado ser objetivo con un personaje de tantas caras, al que quizá le hubiera ido mejor si le hubiera tocado un periodo menos históricamente turbulento. Respecto a lo del Watergate, la diferencia entre él y otros políticos es que fue descubierto. El espionaje al adversario es seguramente la punta del iceberg de las malas prácticas en la lucha subterránea por mantener el poder. Al menos tuvo la decencia de dimitir y no aferrarse a un cargo cuyo ejercicio era para él una actividad tan vital como respirar.

Ni que decir tiene que la interpretación de Anthony Hopkins es un auténtico regalo para cualquier cinéfilo. Es tan intensa que, ayudada por el efectismo de la dirección de Stone, nos hace meternos casi literalmente en la piel del personaje. Una lección de cómo debe abordarse el retrato de un personaje histórico.

miércoles, 29 de agosto de 2012

LOS TRAMPOSOS (1959), DE PEDRO LAZAGA. LOS LADRONES SOMOS GENTE HONRADA.


Recogiendo la tradición de la picaresca española, Pedro Lazaga filmó una de las comedias más inspiradas del cine español de la época. Paco y Virgilio se ganan la vida a base de organizar timos más o menos elaborados. La escena del timo de la estampita, junto a la Estación de Atocha es quizá la más famosa. Lo más insólito de la misma es que se parodie un falangista que todavía lleva un crespón negro recordando la guerra. Además, los dos protagonistas son huérfanos. Otra consecuencia de la guerra, seguramente.

La época en la que fue filmada esta película es la del desarrollismo, cuando la economía española comenzaba su milagroso despegue económico. Al espectador se le muestra un Madrid espléndido, lleno de parques y jardines y que se va asomando a la modernidad a través de su arquitectura (no es casualidad que en más de una escena salgan como fondo las torres de la Plaza de España) y de los nuevos usos económicos y sociales, como las viviendas para trabajadores en las que viven las otras dos protagonistas (Concha Velasco y Laura Valenzuela). Un Madrid dinámico, que ha incrementado notablemente su parque automovilístico y cada día llegan más turistas. Un lugar ideal para nuevas iniciativas empresariales. 

En esta idílica capital, tan sabiamente administrada por los gerifaltes franquistas, Paco y Virgilio son dos elementos discordantes. Representan el pasado, la necesidad de ganarse la vida a base del ingenio picaresco, cuando la modernidad ha traído nuevos yacimientos de empleo y posibilidades honradas de ganarse la vida, queriendo esto decir que Madrid, y con él toda España, es la nueva tierra de las oportunidades. Y esta máxima ha de llegar también a seres parasitarios, aunque simpáticos, como Paco y Virgilio, que un buen día se salieron del buen camino, pero a los que se les ofrece mil y una ocasiones de redimirse, como no paran de recordarles las mucho más integradas féminas de la función.

Y Paco y Virgilio se transforman en lo que modernamente llamamos emprendedores. Y tienen éxito, tanto que incluso hacen saltar las alarmas de los más económicamente poderosos, que están dispuestos a ofrecer algo de confort a sus trabajadores, pero no a soportar que el negocio de unos paletos recién llegados afecte a su cuenta de resultados. Pero también en este sentido los protagonistas son llevados de nuevo al buen camino, al papel que les corresponde: no a conducir Mercedes, sino humildes utilitarios, propios de la clase social a la que pertenecen y de la que no está bien que sueñen con salir. La paz social franquista exige que cada uno ocupe su lugar y todos tan felices.

lunes, 27 de agosto de 2012

ECCE HOMO


Vivo en una ciudad donde prácticamente cada mes se derriban edificios de los siglos XVII, XVIII y XIX, donde los cuadros del Museo de Bellas Artes se encuentran embalados desde hace años, donde gran parte del patrimonio arquitectónico (también eclesiástico) se cae a pedazos sin que a casi nadie parezca importarle demasiado. Aunque es un mal endémico de mi ciudad, sé que también sucede en otros lugares. Pero a nadie se le ha ocurrido reírse de los responsables de que esto suceda, nadie denuncia, nadie pide responsabilidades a los gestores del patrimonio histórico y cultural.

Por eso me hace mucha gracia la desmesurada importancia que se le ha dado a la noticia de que a una ancianita de un pueblo perdido se le ocurrió un buen día restaurar por su cuenta y riesgo una pintura de la iglesia de su pueblo que se caía a pedazos y provoca un desaguisado en la misma. De pronto esto se convierte en una primicia a nivel mundial y la gente lo encuentra tan divertido e insólito que peregrina hasta la iglesia para hacerse fotos ante la famosa restauración. De pronto surge una conciencia a nivel mundial acerca de la preservación del patrimonio artístico, pero medio en broma, como excusa para mofarse de una pobre anciana que, usando de su sentido común, actuó donde las autoridades debían haberlo hecho. El resultado es un esperpento, claro, y que esta sea la imagen de nuestro país a nivel internacional no importa demasiado, puesto que ya se encontraba lo suficientemente dañada como para que esta simpática noticia corrobore una vez más nuestra fama (no tan merecida como algunos creen) de pueblo poco serio. Miren ustedes a su alrededor y advertirán más de un ejemplo de agresión al patrimonio artístico mucho más grave que el perpetrado por la ancianita. Al principio, puede que sigan sonriendo. Pero, cuando lo piensen mejor, seguro que ya no les hace tanta gracia.

ESPERANDO A GODOT (1952), DE SAMUEL BECKETT. LA ESPERANZA INVISIBLE.


En un escenario desnudo, dos personajes esperan la llegada de otro. Mientras, sufren de privaciones, de hambre y, sobre todo, de aburrimiento. Godot debe ser alguien importante, alguien cuya sola presencia puede darle un sentido a sus vidas. Pero el espectador pronto intuye que eso es imposible, que estos dos vagabundos, Estragón y Vladimiro jamás encontrarán lo que creen que buscan, jamás podrán dejar esa parada desolada en el camino en la que al menos creen haber encontrado algo tan absurdo como la esperanza.

Mientras esperan intentan llenar el tiempo, el tiempo vacío de las expectativas incumplidas. Amagan con irse, pero siempre les anuncian que Godot quizá llegue mañana. ¿Por qué no apostar a quedarse un día más? ¿Tiene algo que perder el hombre que espera? En su estancia en esa encrucijada que parece no llevarles a ninguna parte aparecen por el camino Pozzo y Lucky, amo y esclavo, representantes de la mudable fortuna humana, pues al día siguiente puede que hayan invertido sus papeles sin explicación alguna, o, como sucede, que la desgracia se ensañe con ambos. A Estragón y Vladimiro sólo les importa el resto del mundo si logra amenizar su tiempo vacío. A veces miran el árbol desnudo que adorna el camino y se les ocurre que el suicidio es el mejor camino. Pero ¿y si Godot acaba apareciendo?

No sabemos quien es Godot, pero, a tenor de las expectativas que suscita, parece ser un ser milagroso. El hombre en la historia siempre ha esperado a seres milagrosos que nunca llegan. Lo que suele llegar es la misma historia, que lo aplasta y deja paso a otros más fuertes, que también serán aplastados algún día. Quizá la opción de la esperanza sea tan lúcida o tan absurda como otra cualquiera. Si no sabemos por qué estamos aquí, podemos inventar un relato convincente y adornarlo con un final de futura redención. En este sentido, Vladimiro y Estragón son dos héroes de la inacción, porque son creyentes en alguien superior que arreglará la miseria de sus vidas sin tener que hacer nada, solo esperar. Una filosofía que se resume en las palabras de Vladimiro:

"Bien es verdad que quedándonos de brazos cruzados, pesando los pros y los contras, también hacemos honor a nuestra condición. El tigre se precipita en auxilio de sus semejantes sin pensarlo. O se refugia en lo más espeso de la selva. Pero la cuestión no es esta. "¿Qué hacemos aquí?", es lo que tenemos que preguntarnos. Tenemos la suerte de saberlo. Sí, en medio de esta inmensa confusión, una sola cosa está clara: esperamos que venga Godot."

viernes, 24 de agosto de 2012

LA TÍA TULA (1921), DE MIGUEL DE UNAMUNO. LA MADRE VIRGEN.


Si hay algo que que hay que agradecer a Miguel de Unamuno es haber sido siempre consecuente consigo mismo en la búsqueda de nuevos caminos filosóficos y literarios, aunque en su caso filosofía y literatura se funden para ofrecer obras perturbadoras y que nunca ofrecen todas las respuestas. Un ejemplo clásico es "La Tía Tula", de la que recomiendo ver la adaptación cinematográfica de Miguel Picazo recién terminada la lectura, pues posee una calidad comparable al original literario. Aquí el artículo:




A pesar de su evidente sencillez formal, La tía Tula es una novela extraordinariamente compleja. De hecho, fueron veinte años los que estuvo desarrollándose en la imaginación del autor. Miguel de Unamuno escribe en las primeras décadas del siglo XX, por lo que el naturalismo en la novela es un concepto que empieza a superarse. Ahora la narrativa sirve para experimentar, para buscar lenguajes nuevos. La apuesta de Unamuno es la novela filosófica, aquella que se adentra en la psicología de los personajes, que se construye a través de unas intimidades de las que el lector intuye su existencia, pero que a menudo no puede vislumbrar del todo. El propio Unamuno dejó escrita en el prólogo de Tres novelas ejemplares su definición de novela:

"En una creación la realidad es una realidad íntima, creativa y de voluntad. Un poeta no saca sus criaturas - criaturas vivas - por los modos del llamado realismo. Las figuras de los realistas suelen ser maniquíes vestidos, que se mueven por cuerda y que llevan en el pecho un fonógrafo que repite las frases que su Maese Pedro recogió por calles y plazuelas y cafés y apuntó en su cartera." (Obras completas, edición de Manuel García Blanco, Tomo IX, pág. 415).

Don Primitivo y la educación cristiana de Rosa y Gertrudis

Rosa y Gertrudis son dos hermanas que han sido criadas por su tío don Primitivo, un sacerdote que les ha inculcado, a través de su ejemplo discreto, la forma de vida católica, prácticamente la única posible en la España de la época. Rosa es, a primera vista, la más hermosa de las dos, por lo que es a ella a quien se dirige Ramiro buscando una relación. Una vez que son novios, Ramiro se siente atraído por la belleza más serena y misteriosa de Gertrudis, pero se guarda bien de decirlo, aunque esta última intuye esa pasión secreta.

Tula, la madre virgen de sexualidad atormentada

Gertrudis (la tía Tula) se convierte en estos primeros compases casi en un personaje de novela de terror: presiona a los novios para que se casen y, una vez casados, les insta a tener hijos. ¿Para qué se han casado si no?, les pregunta. Su verdadera vocación es la de ser madre y a través de la pareja va a conseguir su sueño: convertirse en una madre virgen. La futura Tía Tula posee un extraño poder para manipular a Ramiro y su hermana. Su fuerza está en la normalidad religiosa de la época: si hay amor, tiene que producirse el matrimonio y en el seno del matrimonio, han de engendrarse cuanto más hijos mejor. En este sentido, ella es más papista que el papa.

La sexualidad de Tula es tan retorcida que el lector nunca llega a conocer sus deseos más íntimos. Cuando muere su hermana, se crea una situación insólita entre ella y Ramiro: viven bajo el mismo techo y ella se autoproclama madre de los chiquillos, pero rechaza cualquier contacto sexual con su cuñado, a pesar de la evidente tensión entre ambos. Tula es una verdadera virtuosa, una campeona de la pureza carnal y espiritual. En los niños encuentra la inocencia con la que se define la verdadera fe y por ello, alejarlos del sucio sexo es fundamental. Pero esa inocencia no la encuentra en ella misma, y eso no hace sino atormentarla:

"Y era lo cierto que en el alma cerrada de Gertrudis se estaba desencadenando una brava galerna. Su cabeza reñía con su corazón, y ambos, corazón y cabeza, reñían en ella con algo más ahincado, más extrañado, más íntimo, con algo que era como el tuétano de los huesos de su espíritu." (pág. 108 de La Tía Tula, ed. Cátedra)

El rechazo del matrimonio con Ramiro

Así pues, tenemos a una Gertrudis que, a primera vista, vive absolutamente sacrificada en su misión de criar a unos niños sanos espiritualmente. ¿Pero esta misión vital no será su auténtica felicidad? Unamuno nos ha presentado a un personaje amante de la limpieza, al que incluso no le importa pasar por alto las sugerencias de su director espiritual, en el sentido de que debería contraer matrimonio con Ramiro con el fin de evitar un escándalo. Ella está por encima de todo eso: ha conseguido ser madre sin relaciones sexuales y eso es lo único que importa. Casarse con Ramiro no tendría sentido, pues los hijos ya están ahí. Pero en realidad Tula se engaña a sí misma, aunque lo hace de manera tan persuasiva que al final queda convencida, al menos exteriormente, de que obra según su propia voluntad.

La adaptación cinematográfica de Miguel Picazo

En la magistral adaptación que rodó Miguel Picazo en 1964, el relato se apoya en la memorable composición que Aurora Bautista hizo de la tía Tula. Aquí, el personaje adquiere incluso más matices que en la novela: el espectador puede apreciar con más detalle su tormento interior, su lucha entre su deseo oculto y transgresor de sus propias ideas y la voluntad de comportarse conforme a su propio modelo de virtud. De hecho, la película comienza con la muerte de su hermana, obviando toda la historia anterior (y esa era la intención original del autor de San Manuel Bueno Mártir), por lo que el director puede centrarse en la relación entre Gertrudis y Ramiro, dotando a la misma de una buena dosis de erotismo, poco frecuente en el cine español de la época. Una adaptación que hace justicia al clásico de Unamuno y que retrata perfectamente a un personaje tan contradictorio como enigmático.

EL CLUB DE LA LUCHA (1996), DE CHUCK PALAHNIUK. NIHILISMO Y VIOLENCIA.


El ser humano ha sentido desde siempre fascinación por la violencia. A los hombres de nuestra época nos está dado poder contemplarla a salvo, cómodamente instalados en el sillón de casa. Pero por muy realista que sea la representación de la misma, nunca se acercará a la experiencia de la violencia auténtica, la que podríamos sufrir cualquier día en nuestras carnes de la manera más inesperada.

En la novela de Palahniuk su protagonista, un ser tan deshumanizado que ni siquiera tiene nombre, no puede dormir. Eso le lleva a aficionarse a asistir a terapias de enfermos terminales lo que, paradójicamente, le hace sentir vivo, quizá por el sentimiento de superioridad que le otorga saber que goza de buena salud. A pesar de todo, la respuesta definitiva la encuentra al conocer a Tyler Durden, un hombre carismático, un profeta del nihilismo que quiere ejecutar una especie de venganza social por parte de los oprimidos del sistema. Sus intenciones se van a ver favorecidas a través de la creación del "club de la lucha", una institución de reglas sencillas y contundentes: hombres que se reúnen para pegarse y para contemplar la violencia. Parece que esta forma de desahogarse tiene un gran éxito entre los que se pasan la vida sirviendo a otros. ¿Qué mejor terapia que machacar a otro para volver a sentir autoestima?

Pero los planes de Tyler van mucho más allá. El club de la lucha (que va abriendo sucursales en otras ciudades) es sólo la base para la creación del Proyecto Mayhem, una especie de organización terrorista concebida para liberar a los oprimidos a través de acciones cada vez más atrevidas, dirigidas contra los más mimados por el sistema. 

Es indudable que, como novela, "El club de la lucha" tiene la capacidad de enganchar al lector a través de la constante provocación y su ágil estilo. Pocas narraciones pueden leerse tan repletas de escenas desagradables y perturbadoras. Pero ¿y la ideología? ¿nos quiere decir algo Palahniuk o simplemente todo esto es una inmensa broma? Para intentar responder a esta pregunta lo mejor es visionar la magnífica adaptación de David Fincher, que supera ampliamente a la novela, ya que el cineasta comprendió desde el principio que se trata de una historia muy visual. Fincher recoge el tono nihilista de la narración y la llena de imágenes impactantes y violentas. El personaje de Tyler, magníficamente interpretado por Brad Pitt, es retratado como una especie de semidiós, como un apóstol de la violencia que predica que en el ordenamiento social actual sólo pueden sobrevivir los más aptos, por lo que los parias deben prepararse para una lucha en la que los que sobrevivan no van a heredar nada, sólo escombros. Pero mientras tanto disfrutarán del poder que otorga la fuerza, de ejercer el terror por la violencia, para que sepan lo que significa sentirse vivos.

Ni que decir tiene que el hecho de la película de Fincher me parezca magnífica no quiere decir que esté de acuerdo con la ideología que parece subyacer en sus imágenes. El cambio social, si debe producirse, no puede llegar jamás a través de la violencia nihilista. Resulta curioso cómo las imágenes finales de la película, con esos edificios desmoronándose, prefiguran de forma tan clara el 11 de septiembre, que llegaría sólo dos años después de su estreno.