domingo, 12 de agosto de 2012

INFANCIA (1998), DE JOHN MAXWELL COETZEE. EL NIÑO SUDAFRICANO.


Entrar en la vida es una cuestión de azar, porque nadie nos da a elegir donde nacemos y en qué circunstancias se va a desarrollar nuestra existencia. Para un escritor la propia vida suele ser la fuente principal de inspiración, por mucho que las propias experiencias aparezcan después más o menos camufladas. En el caso de Coetzee, ganador del Premio Nobel en 2003, las circunstancias de su niñez fueron especialmente duras. Él no eligió nacer en la Sudáfrica del apartheid, en una familia que ni siquiera podía identificarse claramente con uno de los grupos de aquella polarizada sociedad en la que todavía coleaba la simpatía que había inspirado la doctrina de los nazis entre una buena parte de la población afrikaner (los descendientes de los colonos holandeses del siglo XVIII). Los afrikaners estaban enfrentados políticamente a los ingleses, que ejercían un dominio colonial que perdieron en 1960, pero ambas partes pertenecían a la minoría blanca dominante que segregaba a la población negra imponiéndole una legislación discriminatoria.

La época por la que transcurre la infancia de Coetzee, finales de los cuarenta y principios de los cincuenta está marcada por la llegada al poder del Partido Nacional, que fue el que desarrolló definitivamente el régimen de apartheid otorgándole respaldo jurídico. El escritor se describe a sí mismo como un niño retraído, cuyo principal afán es no llamar la atención. Con ese fin se impone a sí mismo sacar las mejores notas: uno de sus grandes miedos es que alguno de los profesores le azote en clase, una de las costumbres pedagógicas de la época. Su otro gran temor es ser transferido a una clase de alumnos afrikaners. Para él los afrikaners representan la barbarie: los ve como muchachos brutales de los que conviene mantenerse lo más alejado posible. Una constante en Coetzee es su crisis de identidad, fruto de su pertenencia a una familia mixta: no sabe si idenficarse con los ingleses o si definitivamente su parte afrikaner, de la que él reniega, es más poderosa. Ni siquiera sabe que decir cuando le preguntan por su religión y su apresurada elección le va a costar ser aun más discriminado en el microcosmos de su colegio. Definitivamente, la de Coetzee no es una infancia feliz:

"La infancia, dice la Enciclopedia de los niños, es un tiempo de dicha inocente, que debe pasarse en los prados entre ranúnculos dorados y conejitos, o bien junto a una chimenea, absorto en la lectura de un cuento. Esta visión de la infancia le es completamente ajena. Nada de lo que experimenta en Worcester, ya sea en casa o en el colegio, lo lleva a pensar que la infancia sea otra cosa que un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta."

Resulta todo un lujo leer páginas tan sinceras y tan bien escritas. Quizá la labor más importante de un escritor sea ajustar cuentas con su infancia, una época que acaba definiendo en gran medida al individuo. En este caso el ajuste de cuentas no es tan brutal y nihilista como el de Thomas Bernhard, pero sí resulta tan valiente como el de este último. Que John Coetzee sea capaz de narrar algo tan íntimo como el amor desmesurado que sentía por su madre, que describa a un padre totalmente inadaptado, quizá debido a las experiencias que tuvo que soportar en la Segunda Guerra Mundial y que nos cuente el accidente por el que amputó un dedo a su hermano marcan la diferencia entre una mera evocación y una escritura dolorosamente veraz. Coetzee es uno de esos raros escritores que consiguen describir un lugar y una época a partir de una terapia muy incómoda: el recuerdo sin sutilezas.

3 comentarios:

  1. Preciosa entrada, como bien dices ajustar cuentas con la infancia puede ser una misión ingente en un escritor, aunque no sólo para ellos. Anoto esta sugerencia.

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  2. Muchas gracias, Marilú. Coetzee merece mucho la pena.

    Saludos.

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  3. estoy leyendo "infancia", antes ignoraba quién era coetzee; me alegro haberlo descubierto. me enternece su prosa clara.

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