martes, 26 de marzo de 2013

DJANGO DESENCADENADO (2012), DE QUENTIN TARANTINO. VIDA DE UN ESCLAVO LIBRE.


La reciente lectura de la autobiografía del antiguo esclavo Frederick Douglass me hace valorar esta película desde un prisma muy distinto. Algunos han criticado su visión un tanto frívola de un tema tan delicado como la trata de esclavos, que todavía provoca escozor en los Estados Unidos, a pesar de haber transcurrido más de un siglo desde su abolición (aunque en muchos Estados del Sur siguiera vigente el racismo cotidiano amparado desde el gobierno). El comienzo de Django desencadenado es muy de Tarantino: una larga escena en la que nos presenta magistralmente a los personajes: Django, un esclavo encadenado a la desesperanza y el doctor King Schultz, un cazarrecompensas de origen alemán que ofrece un nuevo horizonte a Django. No es que el doctor Schultz sea un hombre humanitario, pero al menos es lo suficientemente inteligente como para comprender que su nuevo compañero de aventuras, al que necesita para llevar a buen puerto su empresa, es también un ser humano y sólo tratándole así va a conseguir que dé lo mejor de sí mismo.

Para muchos la película no será más que otra visión particular de la historia por parte de Tarantino, un director que se inspira en clásicos de videoclub y al que le faltaba filmar un western al estilo de los italianos de los años setenta para continuar con su particular homenaje a las películas que amó en su infancia y juventud. Lo que más me gusta de Tarantino es que jamás renuncia a su estilo, por muy obsceno que pueda parecer en ocasiones. La violencia es la marca de la casa. Y si en su anterior trabajo le reprocharon que hubiera alterado la historia, situando la muerte de Hitler en un cine parisino, (él se defendió como mejor sabe, recordando que sólo hace películas de evasión, no documentales del Canal de Historia) en ésta nos cuenta la improbable historia de un esclavo reconvertido en pistolero que desencadena una auténtica masacre cuya principal motivación es la venganza: venganza por las horribles vejaciones sufridas por él y por su esposa, para demostrarse a sí mismo que es un ser humano que puede ser tan habilidoso y cruel como sus verdugos.

Si bien Django desencadenado es irregular, alternando buenos momentos con otros demasiado tópicos, cuando el espectador entra en el juego que le propone Tarantino solo cabe disfrutar. Sobre todo cuando aparece en escena un irónico Leonardo DiCaprio que mantiene muy buena química con Christoph Waltz. Calvin Candie (DiCaprio) no es más que la representación de los peores demonios de los Estados Unidos: el terrateniente amante del dinero y que no tiene escrúpulos en aprovechar la mano de obra esclava (es terrible como azuza a sus esclavos mandingos para que luchen hasta destrozarse) para ser cada día un poco más rico y poderoso. Una película que deja buen sabor de boca si, como he dicho antes, aceptamos las reglas de juego del director.

lunes, 25 de marzo de 2013

WASHINGTON SQUARE (1881), DE HENRY JAMES. UNA MUJER SIN AMOR.


El viernes pasado acudí por primera vez al magnífico club de lectura de la librería Luces. Como era de esperar, encontré allí a muchos conocidos y pasamos una tarde muy interesante intercambiando puntos de vista acerca del clásico de Henry James. Casi todos conocíamos también la adaptación de William Wyler, por lo que estuvo presente casi todo el tiempo.

Podríamos calificar Washington Square como un drama psicológico, protagonizado por una mujer débil de carácter y de una bondad extrema. Catherine es uno de esos seres que pasarían totalmente inadvertidos por la existencia si no fuera por la familia a la que pertenece. De su padre, viudo, recibirá una cuantiosa herencia, lo que llama la atención de Morris Townsend, un hermoso joven que conoce perfectamente las artes de la seducción amorosa y que nunca va a encontrar una víctima tan propicia a sus habilidades como la protagonista. El padre de Catherine, el doctor Sloper, es un hombre marcado por la temprana muerte de su esposa, una mujer idealizada en su pensamiento. Su hija es una decepción: una joven sin carácter que cae irremisiblemente en las redes de un seductor sin escrúpulos, cuyas intenciones lucrativas son para él transparentes desde el primer instante. Para proteger a su hija de las garras de Townsend el doctor no dudará en ser cruel, hasta el punto de agredir psicológicamente a la joven enamorada. Para el lector, la actuación brutal del doctor Sloper acaba siendo contraproducente: produce muchos más perjuicios en su hija que dejarla contraer matrimonio con quien estima que es un sinvergüenza.

Washington Square es uno de esos raros ejemplos en los que la versión cinematográfica (al menos la de William Wyler) resulta superior al original literario. La interpretación de Olivia de Havilland dota de muchos matices a un personaje que en la novela es un poco plano: la actriz hace evolucionar a Catherine desde su candidez inicial a la amargura del final, donde ha perdido el amor devoto que hasta aquel momento sentía por su padre, reivindicando su derecho a equivocarse y a comprar con su dinero el amor de cualquier galán del que pueda encapricharse. Al final Catherine es una mujer con el corazón roto que no ha podido superar la aplicación por parte de su padre de una estricta ética derivada de la clase social a la que pertenece, cuya razón de ser termina siendo de una estricta crueldad con tal de que su hija abra los ojos y sea capaz de contemplar al desnudo el alma contaminada (no en vano Morris ha dilapidado en la depravada Europa su pequeña fortuna) del hombre al que ama. Es curioso que la labor de encajes que realiza recuerde mucho a la expresión española que se aplica cruelmente a ciertas mujeres solteras: que quedan para vestir santos.

miércoles, 20 de marzo de 2013

TODO LO QUE ERA SÓLIDO (2013), DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA. EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS.

El punto de partida de este notable ensayo de Muñoz Molina es una interpelación personal acerca de sus obligaciones morales como intelectual ante la crisis, pero en referencia al pasado inmediato. Si su oficio consiste en mirar con atención, en interpretar la realidad, ¿cómo fue posible que no viera lo que estaba pasando delante de sus ojos? A partir de esta interesante premisa, el escritor de Úbeda construye un discurso profundamente indignado que indaga en nuestros males como sociedad. Porque es muy cierto que para que este desastre fuera posible, la mayoría de nosotros, no solo los políticos, miramos para otro lado. Mientras las cosas parecen ir bien, mientras manejamos dinero que ganamos de manera relativamente fácil (o si no lo pedimos prestado), no nos hacemos demasiadas preguntas acerca de si ese bienestar tiene bases sólidas:

"El dinero amedrenta y hechiza, aturde con su monstruosa capacidad de multiplicación. El dinero levanta construcciones tan simbólicas y tan destinadas a amedrentar a los débiles y a los crédulos y los ignorantes como los zigurats mesopotámicos o los vestíbulos de altas columnas macizas de los templos egipcios. El dinero parece lo más irrefutable y tiene el poder de comprarlo todo y transtornarlo todo y de pronto se evapora y es como si nunca hubiera existido."

Muñoz Molina cuenta que la mejor manera de volver a estos años que ahora nos parecen tan lejanos es acudir a una hemeroteca y empaparnos con las noticias de entonces, con esos plenos de ayuntamientos que aprobaban triplicar la población del pueblo en pocos años, con esos miles de metros cuadrados invertidos en campos de golf en zonas donde la sequía es moneda común, con esos aeropuertos inservibles, con esas opulentas estaciones del AVE en descampados (quien quiera una prueba que acuda a la de Santa Ana, a treinta kilómetros de Antequera). Un país en el que el precio de la vivienda subía día tras día y la gente podía ganar enormes cantidades de dinero con una recalificación de terrenos. Un país donde estúpidamente se esperaba seguir construyendo indefinidamente y tener compradores para cientos de miles de casas, mientras los centros urbanos se abandonaban o se expulsaba a sus vecinos de siempre para especular con sus antiguos hogares. 

El autor cuenta también algunas experiencias personales muy ilustrativas. Cuando llegó como funcionario al Ayuntamiento de Granada se trataba de una institución humilde, con unas pocas áreas orientadas a la satisfacción de las necesidades ciudadanas. Poco a poco aquello fue convirtiéndose en una especie de pequeño estado en el que surgían como setas nuevas oficinas y empresas públicas, donde se inventaban nuevos cargos para ser ocupados por políticos con espléndidas retribuciones. Por supuesto, todos estos nuevos organismos necesitaban nuevos edificios donde ubicarse, con su correspondiente corte de asesores y expertos. A la vez que esto sucedía, las fiestas y tradiciones populares eran asumidas por el Ayuntamiento, que gastaba en ellas generosos presupuestos y las hacía durar mucho más tiempo. Esta hipertrofia festiva nos ha llevado a ser uno de los países más ruidosos del mundo. Y Granada ha heredado de todo esto una tradición juvenil de macrobotellones que deben ser respetados por las autoridades como si de una institución cultural se tratara.

Años después, cuando era director del Instituto Cervantes de Nueva York, Muñoz Molina relata que solía recibir a representantes de distintas Comunidades Autónomas que querían promocionarse en aquella ciudad. Al final lo único que conseguían eran actos a los que solo acudían ellos mismos con su corte de consejeros y asesores, pero se iban con la impresión de que habían impactado a los americanos (después de pasar una semana de lujo en Nueva York con la familia a costa de los contribuyentes). En realidad el único impacto que se conseguía era para las arcas públicas neoyorkinas, en la que los turistas con dinero son siempre bienvenidos. Al final las Comunidades Autónomas parecían ser miniestados independientes que querían promocionarse como algo diferente al resto de España, como si Navarra nada tuviera que ver con Galicia o Andalucía con Valencia. Uno de nuestros grandes problemas ha sido el desmesurado aumento de instituciones y organismos públicos: ayuntamientos, diputaciones provinciales, mancomunidades, comunidades autónomas, organismos forales, empresas públicas de creación artificial... Miles de puestos inútiles que siguen ocupados en plena crisis mientras se despide a quienes no tienen vinculación política alguna.

Otro punto sangrante es el río de dinero que un Estado presuntamente laico destinaba y sigue destinando a la iglesia católica. Además, desde las instituciones públicas (no importando que a veces sus responsables fueran comunistas convencidos) se fomentan las celebraciones religiosas con más entusiasmo aún de lo que lo hacía el franquismo. Misterios de nuestra democracia. Parece como si el único afán de nuestros dirigentes en todos estos años hubiera sido fomentar el arraigo a la propia tierra, el nacionalismo más rancio y más ciego sin que se alzaran muchas voces que impusieran un poco de sentido común y fomentaran la cultura del esfuerzo, no la de la superioridad moral por el accidente de haber nacido en una tierra y no en otra, un orgullo estúpido que en realidad solo sirve para ocultar el más absoluto de los vacíos, sobre todo cuando el amor a la propia tierra, que es algo loable, sirve para denigrar todo lo demás, lo que no se conoce:

"En algún momento de aquellos años la cultura dejó de ser algo que una persona adquiría con su esfuerzo personal y se convirtió en el ámbito colectivo en el que se nacía; ya no era un proyecto, sino un destino; una vuelta a la comunidad del origen y no una solitaria emancipación; recluirse en los límites en vez de asomarse al mundo. Una cultura personal se adquiere con mucho tesón y mucho esfuerzo a lo largo de la vida (...), una cultura autóctona se posee tan sólo por nacer en ella."

Hemos terminado construyendo un país basado en el reparto de poder entre dos grandes partidos, como en los tiempos de Cánovas. Mientras ha habido dinero para repartir y fondos europeos, la situación ha sido medianamente sostenible. Con la crisis, encontramos que nuestra economía era una burbuja que acaba de estallar y los políticos que tan confortablemente se recostaban en ella no saben que hacer sin su inercia. La crisis no es solo económica, sino también moral y solo saldremos de ella con reformas, pactos razonables y con una limpieza radical de la gran cantidad de corruptos que han campado a sus anchas mientras nuestro país era un gigantesco retablo de las maravillas, donde se representaba una obra ficticia que la mayoría contemplábamos como real. Un poco de humildad no vendría mal a nuestros políticos. Los ciudadanos probamos todos los días la hiel de los excesos de los años anteriores. Ahora sería el turno de gente mucho más humilde e imaginativa, no contaminada por el pasado.

sábado, 16 de marzo de 2013

VIDA DE UN ESCLAVO AMERICANO CONTADA POR ÉL MISMO (1845), DE FREDERICK DOUGLASS. DONDE EL LECTOR CONOCE A UN HOMBRE MUY HUMANO.


Uno de los relatos más fascinantes que he leído en los últimos libros es el de este hombre que nos habla de su propia experiencia vital, pero no lo hace por soberbia o porque estime que su vida es especialmente interesante, sino para ayudar a otros seres humanos que siguen siendo esclavos mientras él ha conseguido, después de muchos avatares, alcanzar la libertad. Los relatos de antiguos esclavos fueron un género literario que proliferó en Estados Unidos en el siglo XIX, al auspicio del movimiento abolicionista, que intentaba probar algo tan evidente para nosotros como que todos los hombres son iguales y que no se puede comerciar con los miembros de una raza como si de animales se tratara. Aquí el artículo:

jueves, 14 de marzo de 2013

UN POCO DE SABIDURÍA.


Mi amigo Francisco (y no, no me estoy refiriendo al nuevo papa) ha inaugurado hace unos días un nuevo blog especializado en el comentario de los mejores ensayos. A veces lo que nos apetece son las lecturas ligeras, aquellas que tienen más de evasión de la realidad que otra cosa. En otras ocasiones, cuando tenemos más tiempo o nos sentimos con mayor ambición intelectual, queremos probar platos más fuertes, mucho más sustanciosos, esos libros de cuya lectura uno sale transformado, con nuevas visiones del mundo acerca de las que meditar.

Francisco es uno de los hombres más sabios que conozco, un lector empedernido que sabe elegir muy bien los libros que ocupan su tiempo. Aquí dejo el enlace al blog, con sus acertados resúmenes y comentarios a ensayos fundamentales de antropología, religión o historia:

 http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/

martes, 12 de marzo de 2013

EN TIERRAS BAJAS (1982), DE HERTA MÜLLER. UNA INFANCIA OPRESIVA.


Desde que la hasta entonces desconocida Herta Müller ganó el premio Nobel en 2009 quería acercarme a su obra. Leí por aquellas fechas una entrevista que desvelaba la personalidad de una mujer muy interesante, que analizaba en sus novelas la vida utópica en la Rumanía de Ceaucescu. En tierras bajas se dedica a la infancia. Müller retrata la opresiva vida de una niña en una aldea suaba (los suabos son el grupo étnico emparentados con los alemanes que viven en Rumanía) que permanece fiel a su atraso endémico, favorecido por un Estado que parece decantarse por sojuzgar especialmente a los habitantes de las ciudades y colectivizar las tierras rurales sin ocuparse de las costumbres y las supersticiones de sus habitantes.

La escritura de la premio Nobel es especialmente incómoda, no se lo pone nada fácil a un lector que al final no tiene más remedio que tomar de la mano a la narradora y dejar que ella le muestre una forma de vida absolutamente desoladora: el olor de los animales, la suciedad que lo impregna todo, el alcoholismo de los hombres, el servilismo de las mujeres, el maltrato sistemático a la infancia, la ignorancia... Parece como si la autora quisiera realizar un ajuste de cuentas con su pasado y lo hiciera de la manera más cruel posible. Como lector llego a desconfiar del género humano, a percibir las débiles cimientos de aquello que llamamos civilización y cultura, a advertir que el estado natural del hombre (lo ha sido durante muchos siglos) es el de la ignorancia y la superstición. A veces los retratos de los seres que rodean a la niña están más cercanos al estado animal que a lo que llamamos humanidad. 

Cuando Müller pudo marcharse del pueblo (y ahora aporto datos estrictamente biográficos) se encontró con otra forma de opresión aún más refinada, la opresión de un gobierno totalitario que explotaba a sus ciudadanos en pos de la construcción de la utopía socialista. Ella trabajó durante tres años en una fábrica de maquinarias en la que nunca se cumplían los plazos impuestos pero en la que, a pesar de todo, absurdamente siempre imperaba la misma rutina de trabajo duro e inútil. Una rutina que se usaba para que la gente careciera del más mínimo espíritu crítico:

 "Eso se llama rutina, y es letal para el raciocinio. Borrar, suprimir el pensamiento es lo
que se quiere. He ahí la intención de fondo. Para cada cosa hay de antemano algo ya
establecido. No hace falta que tú formules, que comprendas. Todo está ahí, disponible.
Debes usarlo, se controla que tú te limites a aplicarlo. Por el amor de Dios, no se te
ocurra pensar por tu cuenta. Ésa es la peor falta. Todo lo que has de hacer es tomar lo
que ya ha sido previamente hecho y aplicarlo al pie de la letra. Luego echan un vistazo a
ver si te has portado bien, y listo. Eso se llama rutina, idiotización."


A pesar del desasosiego que produce su lectura, o quizá precisamente por eso, seguiré acercándome a la obra de esta escritora, una hija desleal de uno de los grandes totalitarismos del siglo XX.

lunes, 11 de marzo de 2013

LOS AMANTES PASAJEROS (2013), DE PEDRO ALMODÓVAR. AZAFATOS AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS.


Después de leer algunas malas críticas al último trabajo de Almodóvar, sobre todo la de Carlos Boyero que le otorgaba el peor defecto que puede tener una película: causar vergüenza ajena, tuve que hacer un auténtico esfuerzo para entrar al cine sin ser influido por estos juicios previos, ya que el director manchego, dado que ha entregado obras muy interesantes en los últimos años, merece siempre una oportunidad.

Hablando de este pasado inmediato, Los amantes pasajeros es una obra que se aparta radicalmente de las temáticas almodovarianas de esas películas previas en un intento de volver a sus orígenes. Pero ¿cuáles son esos orígenes? El cine alocado y fresco de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón y Laberinto de pasiones. Algo insólito en la España de la época, un país que acababa de salir de una dictadura y donde existía un vasto territorio inexplorado en el que cabía todavía la palabra escándalo. Hoy día al espectador español ya no hay nada que lo escandalice, y menos el lenguaje y los chistes gays, por muy zafios que sean, que la gente ve todos los días en televisión. Alarma, y mucho, que alguien no le haya advertido a Almódovar que el guión que se disponía a filmar es un refrito de chistes de segunda división de las peores series televisivas. Diálogos totalmente previsibles y sin gracia que se suceden durante una hora y media que se me hace interminable. Y sí, la vergüenza ajena asoma en ocasiones. Si el director pretende romper una lanza a favor del mundo gay, no creo que sea la mejor manera de hacerlo retratándolos así, como una pandilla de locazas en celo. Quizá en este sentido la película tenga intenciones utópicas: el retrato de un mundo ideal en el que hasta los heterosexuales declarados tienen deseos homosexuales ocultos que salen a la luz a la primera ocasión. 

Pasemos a la otra vertiente del film, la que intentan destacar sus defensores, no ya para colocarla como una de las grandes obras de su director, sino para, al menos, otorgarle algo de valor. Ciertamente, es interesante juzgar Los amantes pasajeros como una gran metáfora de la situación actual de nuestro país: un avión con destino a otro continente donde algunos de los protagonistas más que viajar, huyen. Pero es imposible irse del todo: el avión queda dando vueltas por los alrededores de Madrid, pues tiene una avería y podría estrellarse. Entre tanto, temas de actualidad son tratados directa o indirectamente, incluyendo (en una de las escenas más sorprendentes de la película) una diatriba contra un jefe del Estado que, como sabemos está viviendo sus horas más bajas. Este fallido regreso a los orígenes de Almodóvar se reafirma con un aterrizaje en uno de esos aeropuertos (el de Castilla la Mancha) que como declaró el ínclito Carlos Fabra no son para los aviones, sino para las personas. En cualquier caso, todos los pasajeros parecen felices de volver a pisar su tierra. Y no solo porque hayan salvado la vida. Después de todo en la tierra están la familia, los amores, los orígenes y por qué no decirlo, la esperanza. Ojalá el próximo proyecto de Almódovar supere este tropiece y, si quiere retratar nuestra sociedad y nuestros males, lo haga de manera más directa y menos esperpéntica.

sábado, 9 de marzo de 2013

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS (2009), DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LA FORJA DE UN DESASTRE.


Para comenzar mi colaboración en la página El muro de los libros, un ambicioso proyecto que acaba de poner en marcha el periodista Pablo Santiago Chiquero al que me ha ofrecido sumarme, comento una de las mejores novelas que he leído en los últimos años, una perfecta evocación literaria de los orígenes de nuestra guerra civil escrita por uno de nuestros mejores y más comprometidos novelistas. Es una obra muy gruesa y de escritura densa, pero adentrarse en sus páginas es una experiencia imprescindible para comprender un poco mejor el país en el que vivimos. Aquí el artículo:



A pesar de los casi ochenta años transcurridos, todavía quedan en España rescoldos del incendio de nuestra cruenta Guerra Civil. ¿Cómo es posible que aún no se haya llegado a un consenso historiográfico y político acerca de aquellos hechos? Un conflicto que parece tan lejano en el tiempo sigue levantando pasiones entre los españoles, en demasiadas ocasiones guiadas por la sinrazón. Historiadores como Ángel Viñas, Julián Casanova o Jorge María Reverte continúan publicando ensayos que recogen aspectos inéditos de aquellos años y para nuestra narrativa sigue siendo una de las principales fuentes de inspiración.

Cuenta Muñoz Molina que la inspiración para escribir La noche de los tiempos le surgió durante un viaje en tren junto al río Hudson, imaginando a un exiliado de nuestra Guerra Civil escapando de ella a través de una invitación de una Universidad norteamericana. Este exiliado se convertiría en Ignacio Abel, un arquitecto republicano de prestigio, director de las obras de la Ciudad Universitaria madrileña, cuya existencia convencional se ha visto sacudida por dos hechos: conocer a la joven americana, Judith Biely, de quien se hace amante y la irrupción brutal de la Guerra Civil. 

A veces la narrativa es mucho más eficaz para el lector que quiere comprender la intrahistoria del conflicto, los sentimientos de los seres anónimos que se vieron atrapados por él y contemplaron atónitos como su cotidianidad se derrumbaba de la noche a la mañana, aunque en los primeros días de la Guerra Civil, nadie imagina que está viviendo una Guerra Civil. La gente cree que se ha producido una pequeña crisis, un levantamiento en el lejano Marruecos que pronto será aplastado por la República. Conforme pasan los días, los signos de anormalidad se van multiplicando, como una enfermedad que poco a poco va manifestando síntomas cada vez más alarmantes. Ignacio Abel ha sido testigo, en los últimos meses antes del conflicto, de una espiral de asesinatos entre facciones políticas pero como tantos otros españoles ha preferido seguir con sus asuntos cotidianos, vivir con una apariencia de normalidad mientras todo se va desmoronando poco a poco a su alrededor y nadie hace nada realmente efectivo por evitarlo:

“Hubiera querido saber en qué momento fue inevitable el desastre; cuándo lo monstruoso empezó a parecer normal y gradualmente se volvió tan invisible como los actos más comunes de la vida; cuándo las palabras que alentaban el crimen y a las que nadie daba crédito porque se repetían monótonamente y no eran más que palabras se convirtieron en crímenes; cuando los crímenes se fueron volviendo tan habituales que ya formaban parte de la normalidad pública.” (La noche de los tiempos, Editorial Círculo de lectores. Pag. 283).

Ignacio Abel está dotado de un espíritu egoísta y antiheróico que es el del hombre corriente y ante los graves hechos que irrumpen en su vida lo único que le interesa es sobrevivir y proseguir su historia de amor. Hasta ahora ha sido un hombre de dos caras: la que muestra al exterior, la del intachable padre de familia con un cargo respetable y la que empieza a experimentar con la irrupción en su vida del amor por Judith, que quizá sea su verdadero yo, ya que paulatinamente irá advirtiendo con extrañeza que carecía de un conocimiento auténtico de sí mismo, como si hubiera vivido una vida que no era la suya y despertara a los cuarenta y ocho años. Este proceso tan complejo está narrado por Muñoz Molina con una sutilidad y precisión extraordinarias. 

Junto a Ignacio Abel encontramos otros personajes igualmente extraordinarios. Uno de ellos, el profesor Rossman, fue maestro de Ignacio Abel en un curso en Alemania y parece sacado de una novela anterior de Muñoz Molina, Sefarad. Rossman es un exiliado, un profesor de origen judío que ha llegado a Madrid huyendo del nazismo. En la capital española, el que sería considerado una eminencia en cualquier país civilizado del mundo, es dejado a su suerte y malvive en una pensión soñando junto a su hija poder emigrar a Estados Unidos, donde su prestigio le servirá sin duda de aval para lograr un puesto académico. Rossman se mueve por Madrid como una suerte de Casandra, como un profeta lúcido que conoce el desastre de lo que está por venir pero al que nadie hace caso. Para Ignacio Abel escuchar su discurso repetitivo es un fastidio, porque no puede imaginar que pronto se verá en unas circunstancias parecidas. Moreno Villa es el representante del intelectual lúcido español, que lleva una vida semiclandestina en un cuarto de la Residencia de Estudiantes sin querer relacionarse demasiado con el mundo exterior. Juan Negrín, amigo personal del protagonista, representa la impotencia de la República para llevar a cabo en España un proyecto de cambio paulatino y razonable en una democracia consolidada sin pasiones políticas radicales. Su discurso es tan honesto como inútil en aquellas circunstancias:

“Una vez que todo el mundo coma a diario, y que haya electricidad y agua corriente y saludable, digo yo que sería el momento de ponerse a discutir sobre la sociedad sin clases o sobre las glorias de la raza española, o el esperanto, o la vida eterna, o lo que haga falta. Fíjese que no hablo del socialismo, ni de la emancipación, ni del fin de la explotación del hombre por el hombre. Yo no hago profesiones de fe, y creo que usted tampoco. Entre peregrinar a Moscú y peregrinar a La Meca o al Vaticano o a Lourdes yo no veo grandes diferencias. Al creyente de una religión lo que más le fastidia no es el creyente de otra, ni siquiera el ateo, sino alguien peor, el escéptico, el tibio (…)” (La noche de los tiempos, pag. 383).

Cuando la guerra estalle, llegará la hora del fanatismo, de la irracionalidad. La República se volverá un caos de tendencias políticas en la que grupos incontrolados se dedicarán al asesinato y al pillaje en nombre de ideologías libertarias. Mientras tanto, el verdadero enemigo se acerca día a día a Madrid, a pesar de las mentiras de los periódicos, que hablan de gloriosas victorias de una República que ni siquiera es capaz de controlar la situación en la mitad de España en la que no ha triunfado el golpe. Es la hora de personajes como José Bergamín, que justifican la violencia revolucionaria como un inevitable eslabón hacia una sociedad nueva, en la que el pueblo será verdaderamente soberano.

Con La noche de los tiempos, Muñoz Molina ha realizado un esfuerzo verdaderamente titánico para transmitir al lector de manera prodigiosamente verosímil el ambiente de una época: ropas, olores, arquitectura, costumbres sociales, lenguaje y, sobre todo, los avatares cotidianos de unos personajes que no pueden imaginar el desastre que se les viene encima, cómo esa guerra que siempre sucede en parajes exóticos y distantes puede irrumpir en su ciudad de la noche a la mañana y de pronto todo lo que parecía sólido, por parafrasear el título del último libro del autor, ya no existe y es sustituido por la ley primitiva del más fuerte mientras los seres más inocentes son los primeros en caer: el profesor Rossman o Federico García Lorca. La obra de Muñoz Molina se erige así en una de las descripciones más lúcidas que se han escrito acerca de los orígenes de la Guerra Civil y puede colocarse junto a las de autores como Arturo Barea o Manuel Chaves Nogales, como lectura imprescindible para quien busque comprender nuestra historia reciente.

LOS PECES DE LA AMARGURA (2006), DE FERNANDO ARAMBURU. LA SOCIALIZACIÓN DEL SUFRIMIENTO.


Magníficos los relatos de Fernando Aramburu y magnífico el debate ayer en el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas. Quizá me ha salido un artículo con exceso de política (y opiniones personales) y poca crítica literaria, pero intento resumir los temas tratados ayer tarde. Aquí el artículo:

 http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/03/los-peces-de-la-amargura-fernando.html

jueves, 7 de marzo de 2013

UNA HISTORIA DE LA LECTURA (1996), DE ALBERTO MANGUEL. EL VICIO SUPREMO.


Pero ¿quien será el amo? ¿El escritor o el lector?, pregunta uno de los personajes de Jacques el fatalista, de Diderot. En realidad la búsqueda de la respuesta es mucho más facinante que la respuesta misma. No siempre ha sido tan fácil como hoy día leer y conseguir lecturas. Hubo un tiempo en que esta actividad era un lujo y, hasta la llegada de la imprenta, una rareza que solo estaba al alcance de algunos elegidos. Es conocida la anécdota de San Agustín, cuando observó a San Ambrosio leyendo sin alzar la voz. Hasta el momento él había conocido la lectura comunitaria, en la que alguien leía en voz alta y los demás escuchaban, pero esa intimidad con el libro tenía algo de insólito y casi de diabólico. El lector está en el mundo y a la vez está desconectado de él, simplemente porque es capaz de interpretar unos signos sobre un papel con sus ojos y eso le provoca una serie de ideas y emociones. Una revolución.

Quizá sea por eso por lo que los regímenes totalitarios siempre han desconfiado de la lectura y han intentado controlar, por medio de la censura, las formas de evasión o de pensamiento de sus súbditos:

"En casi todas partes la comunidad de los lectores tiene una reputación ambigua que proviene de la autoridad inherente a la lectura y del poder que se le atribuye. En la relación entre lector y libro hay algo que se reconoce como acertado y fructífero, pero también como desdeñosamente exclusivo y excluyente, quizá porque la imagen de una persona acurrucada en un rincón, olvidada al parecer del mundanal ruido, sugiere una independencia impenetrable, una mirada egoísta y una actividad singular y sigilosa."

Es decir, que los lectores tenemos un punto de egoísmo. En más de una ocasión he escuchado o leído una contraposición entre lectura y vida, como si los que fueran propensos a las ficciones no fueran del todo gente de fiar, como si no prestaran la atención debida al mundo que los rodea, que para muchos ofrece ya suficientes emociones. En este sentido, Alberto Manguel se muestra como alguien absolutamente comprensivo, alguien a quien atacó el virus de la lectura a muy temprana edad (además fue lector de Borges, algo que le marcó muchísimo) y ha tenido la suerte de servirse de ella y de la escritura para ganarse la vida. Quienes esperen encontrar en Una historia de la lectura un tratado académico, harían bien en acudir mejor a Roger Chartier, porque este es un libro riguroso, pero no erudito, puesto que está escrito desde el entusiasmo y sirve para que ciertos lectores no se sientan solos y sepan que hay muchos como él e incluso mucho más enfermos que él. Uno de los párrafos que más me ha llamado la atención es aquel en el que desdice el típico aserto de que la lectura es una forma de evasión:

"Según el momento y el lugar, nuestro estado de ánimo, nuestros recuerdos, nuestras experiencias y nuestros deseos, el disfrute de la lectura, en el mejor de los casos, aumenta, más que reduce, nuestras tensiones mentales, tensándolas hasta hacerlas cantar, con lo que no somos menos, sino más conscientes de su presencia. (...) Sabemos que estamos leyendo incluso aunque suspendamos el juicio; sabemos por qué estamos leyendo aunque no sepamos cómo, reteniendo en la cabeza, por así decirlo, la ilusoria realidad del texto y el acto de leer."

Es decir, que la lectura no nos libra de nuestros pesares, sino que más bien se dedica a añadirnos nuevas inquietudes en las que no habíamos reparado hasta ese momento. Claro que todo tiene que ver con el tipo de lectura, nuestro momento personal y las circunstancias en las que se realice. En todo caso, Una historia de la lectura es un libro imprescindible para todo lector que se precie, puesto que va a encontrar todo tipo de experiencias de los miembros de esta comunidad que nos precedieron, algunas tan extremas como la del visir persa al-Sahib ibn Abbad Abd al-Quasim Ismael, un erudito del siglo X que viajaba de un lugar a otro acompañado por una caravana de cuatrocientos camellos que portaban los 117.000 volúmenes de su biblioteca. Los animales estaban adiestrados para caminar con los libros por orden alfabético.

Y para acabar, les dejo algo muy emocionante. Un egipcio que nos habla desde una distancia de unos 3.300 años:

¡Sé escriba! ¡Graba esto en tu corazón
para que también tu nombre sobreviva!
El papiro es mejor que la piedra tallada.
Un hombre ha muerto: su cuerpo se convierte en polvo,
Y sus familiares se extinguen.
Un libro es lo que hace que sea recordado
En la boca del hablante que lo lee.

lunes, 4 de marzo de 2013

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN MARZO. LAS REVELACIONES DE LA LECTURA.


¿Qué haría Hitchcock si tuviera acceso a las noticias de la España actual? ¿Realizaría una película de intriga con Bárcenas como protagonista? ¿Relataría el ascenso y caída de Urdangarin en tono de suspense? Seguramente estos temas le parecerían aburridos y poco intrigantes, puesto que sus protagonistas son inequívocamente sirvergüenzas. Hitchcock es un ejemplo de trabajador-lector, es decir de quienes leen por motivos laborales, aunque en su caso lo hiciera con el singular placer de quien sabe que va a mejorar en pantalla los libros mediocres de los que a veces se servía para ser adaptados. 

Yo no soy un lector del estilo de Hitchcock. Yo leo estrictamente por placer y para adquirir conocimientos. Lo malo es que de ordinario la lectura solo me sirve para constatar cuan ignorante soy. Más me valdría resignarme y aceptar lo que me dicen los libros sin intentar sistematizar nada, sin presionarme a mí mismo. Y es que establecer un diálogo puro con el escritor a través de la palabra impresa es mucho más difícil de lo que parece, porque somos seres subjetivos y no siempre interpretamos correctamente las intenciones del autor. Pero, pensándolo bien, he ahí una de las grandezas de la literatura. Cuando el escritor entrega su libro a los lectores, deja en cierto modo de ser responsable de sus palabras y entrega la tarea de hacer de intérprete a quien se acerque a sus palabras. Por eso no hay que fiarse nunca por completo de la crítica de nadie: puede que el otro haya leído un libro completamente distinto y lo que para el prójimo sea banal, para nosotros tenga el sabor de una revelación. Es cuestión de un poco de paciencia, pero ahí fuera siempre se encuentra el libro adecuado para nosotros. Quizá sea uno de los de los que ofertan los clubes de lectura de este mes.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, un premio Nadal que a priori no me llama demasiado la atención (se trata de una especie de paradia de las novelas tipo El código Da Vinci), pero que, quien sabe, podría ser toda una revelación para mí: Mercado de espejismos, de Felipe Benítez Reyes.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, un autor que tenía muchas ganas de leer y que no me está decepcionando: Fernando Aramburu narra el País Vasco en los años duros del terrorismo en los cuentos de Los peces de la amargura.

En la Casa del Libro, doble ración de literatura policial: por un lado, la primera novela de Sherlock Holmes, Estudio en escarlata (que yo leí hace no mucho, en mi empeño por leer todo lo publicado por Conan Doyle del más célebre de los detectives) y un nuevo club de lectura dedicado al género negro con una novela que ha sido un éxito en Estados Unidos: Perdida, de Flynn Gillian.

En la Fnac Málaga, uno de mis clásicos favoritos, escrito por un genio, Herman Melville: Bartleby el escribiente. Quizá me pase por allí, aunque pensándolo bien, prefiriría no hacerlo.

En la librería luces, otro clásico incontestable, adaptado al cine de manera magistral por William Wyler: Washington Square, de Henry James.

Y saliendo de la capital, en Arroyo de la Miel, continúan con sus clubes de lectura. En el Zenobia Camprubí, leerán todo un best sellers, que fue uno de los libros más vendidos hace unos años: El niño del pijama a rayas, de John Boyne. Y el encuentro con los clásicos lo será con William Shakespeare y El mercader de Venecia.

Y por último, en el ciclo de literatura y cine rendiremos homenaje al último ganador del Oscar, Ben Affleck con su ópera prima, la magnífica Adiós, pequeña, adiós. Todavía no tenemos fecha definitiva, puesto que el día 15 los miembros de la Asociación Cristóbal Cuevas vamos a visitar una joya oculta de nuestro barrio, el Asilo Nuestra Señora de los Ángeles. Es posible que se programe para el primer viernes de abril, después de Semana Santa.

HITCHCOCK (2012), DE SACHA GERVASI. LA GÉNESIS DE PSICOSIS.


En el célebre libro-entrevista de François Truffaut, El cine según Hitchcock, el director inglés se mostraba encantado con el resultado del rodaje de la que quizá es su película más célebre, Psicosis, porque supo manipular al espectador de una forma memorable: en los primeros minutos de la película desvió su atención a un hecho que a la postre resultaría secundario respecto a la auténtica trama de la película. Para que la escena de la ducha fuera una conmoción terrible. Por violenta e inesperada. Las palabras de Hitchcock recogen su ambición de realizar una película que reivindicara el cine como un arte que puede alejarse de los caminos convencionales: 

 "Mi principal satisfacción es que la película ha actuado sobre el público, y es lo que más me interesaba. En Psycho, el argumento me importa poco, los personajes me importan poco; lo que me importa es que la unión de los trozos del film, la fotografía, la banda sonora y todo lo que es puramente técnico podían hacer gritar al público. Creo que es para nosotros una gran satisfacción utilizar el arte cinematográfico para crear una emoción de masas. Y, con Psycho, lo hemos conseguido. 

No es un mensaje lo que ha intrigado al público. No es una gran interpretación lo que ha conmovido al público.

 No era una novela de prestigio lo que ha cautivado al público.

 Lo que ha emocionado al público era el film puro."


La película de Gervasi quiere celebrar el arte de Hitchcock, basándose en un libro de Stephen Rebello que narra el proceso creativo que llevó a la realización de Psicosis. Anthony Hopkins compone a un personaje tan complejo como el real, un Hitchcock obsesionado con seguir siendo el mejor, el más creativo, el más sorprendente director de Hollywood, admirado por crítica y público. Pero el proyecto en el que se empeña en esta ocasión va a chocar con la incomprensión de casi todo el mundo, aunque es apoyado firmemente por su mujer, tan protagonista del relato como el realizador, quien depende de su aprobación mucho más de lo que está dispuesto a admitir. 

Hitchcock es un estupendo ejemplo de ese género cinematográfico que es el cine dentro del cine, que en esta ocasión tiene mucho de juego. El director aparece presentándonos la película que narra como realizó otra película junto a Ed Gein, el inspirador del personaje de Norman Bates. En una de las mejores escenas de la película, se nos invita a ser espectadores-voyeurs de las sensaciones de los primeros espectadores de Psicosis, de sus desmedidas reacciones a la sorpresiva escena de la ducha. El propio Hitchcock actúa como cómplice del espectador mostrándonos como utiliza magistralmente la ironía y el engaño sutil para superar los obstáculos (sobre todo de la censura y de los dueños de la Paramount que debían distribuirla) para llevar a buen puerto un proyecto que incluía travestismo, incesto y necrofilia, un cóctel imposible en la mojigata sociedad de 1959, lo que denota rasgos de genio no sólo como realizador, sino también como manipulador de quienes debían apoyarle, puesto que no bastaba con poner el dinero de su propio bolsillo: la película debía ser aprobada por la censura (lo que consiguió a base de medias verdades) y por la distribuidora, que debió confiar ciegamente en la intuición del maestro.

Contra todo pronóstico, la película se convirtió en un gran éxito. Hitchcock supo alimentar el morbo de las masas y atizar un escándalo calculado para que nadie pudiera resistirse a acudir a la sala a enfrentarse con el horror de Norman Bates. Vista hoy, Psicosis no ha perdido un ápice de su capacidad perturbadora. Sigue siendo junto a unas pocas elegidas, como El exorcista o El resplandor, una de las grandes películas de terror de todos los tiempos. Es un acierto de Gervasi no haya filmado una película demasiado ambiciosa, sino que se haya centrado en el buen hacer de Anthony Hopkins y se haya dejado arrastrar por una historia realmente deliciosa: el viejo realizador que imparte una lección de innovación cinematográfica sin temor (más bien con la esperanza) de escandalizar.