jueves, 7 de marzo de 2013

UNA HISTORIA DE LA LECTURA (1996), DE ALBERTO MANGUEL. EL VICIO SUPREMO.


Pero ¿quien será el amo? ¿El escritor o el lector?, pregunta uno de los personajes de Jacques el fatalista, de Diderot. En realidad la búsqueda de la respuesta es mucho más facinante que la respuesta misma. No siempre ha sido tan fácil como hoy día leer y conseguir lecturas. Hubo un tiempo en que esta actividad era un lujo y, hasta la llegada de la imprenta, una rareza que solo estaba al alcance de algunos elegidos. Es conocida la anécdota de San Agustín, cuando observó a San Ambrosio leyendo sin alzar la voz. Hasta el momento él había conocido la lectura comunitaria, en la que alguien leía en voz alta y los demás escuchaban, pero esa intimidad con el libro tenía algo de insólito y casi de diabólico. El lector está en el mundo y a la vez está desconectado de él, simplemente porque es capaz de interpretar unos signos sobre un papel con sus ojos y eso le provoca una serie de ideas y emociones. Una revolución.

Quizá sea por eso por lo que los regímenes totalitarios siempre han desconfiado de la lectura y han intentado controlar, por medio de la censura, las formas de evasión o de pensamiento de sus súbditos:

"En casi todas partes la comunidad de los lectores tiene una reputación ambigua que proviene de la autoridad inherente a la lectura y del poder que se le atribuye. En la relación entre lector y libro hay algo que se reconoce como acertado y fructífero, pero también como desdeñosamente exclusivo y excluyente, quizá porque la imagen de una persona acurrucada en un rincón, olvidada al parecer del mundanal ruido, sugiere una independencia impenetrable, una mirada egoísta y una actividad singular y sigilosa."

Es decir, que los lectores tenemos un punto de egoísmo. En más de una ocasión he escuchado o leído una contraposición entre lectura y vida, como si los que fueran propensos a las ficciones no fueran del todo gente de fiar, como si no prestaran la atención debida al mundo que los rodea, que para muchos ofrece ya suficientes emociones. En este sentido, Alberto Manguel se muestra como alguien absolutamente comprensivo, alguien a quien atacó el virus de la lectura a muy temprana edad (además fue lector de Borges, algo que le marcó muchísimo) y ha tenido la suerte de servirse de ella y de la escritura para ganarse la vida. Quienes esperen encontrar en Una historia de la lectura un tratado académico, harían bien en acudir mejor a Roger Chartier, porque este es un libro riguroso, pero no erudito, puesto que está escrito desde el entusiasmo y sirve para que ciertos lectores no se sientan solos y sepan que hay muchos como él e incluso mucho más enfermos que él. Uno de los párrafos que más me ha llamado la atención es aquel en el que desdice el típico aserto de que la lectura es una forma de evasión:

"Según el momento y el lugar, nuestro estado de ánimo, nuestros recuerdos, nuestras experiencias y nuestros deseos, el disfrute de la lectura, en el mejor de los casos, aumenta, más que reduce, nuestras tensiones mentales, tensándolas hasta hacerlas cantar, con lo que no somos menos, sino más conscientes de su presencia. (...) Sabemos que estamos leyendo incluso aunque suspendamos el juicio; sabemos por qué estamos leyendo aunque no sepamos cómo, reteniendo en la cabeza, por así decirlo, la ilusoria realidad del texto y el acto de leer."

Es decir, que la lectura no nos libra de nuestros pesares, sino que más bien se dedica a añadirnos nuevas inquietudes en las que no habíamos reparado hasta ese momento. Claro que todo tiene que ver con el tipo de lectura, nuestro momento personal y las circunstancias en las que se realice. En todo caso, Una historia de la lectura es un libro imprescindible para todo lector que se precie, puesto que va a encontrar todo tipo de experiencias de los miembros de esta comunidad que nos precedieron, algunas tan extremas como la del visir persa al-Sahib ibn Abbad Abd al-Quasim Ismael, un erudito del siglo X que viajaba de un lugar a otro acompañado por una caravana de cuatrocientos camellos que portaban los 117.000 volúmenes de su biblioteca. Los animales estaban adiestrados para caminar con los libros por orden alfabético.

Y para acabar, les dejo algo muy emocionante. Un egipcio que nos habla desde una distancia de unos 3.300 años:

¡Sé escriba! ¡Graba esto en tu corazón
para que también tu nombre sobreviva!
El papiro es mejor que la piedra tallada.
Un hombre ha muerto: su cuerpo se convierte en polvo,
Y sus familiares se extinguen.
Un libro es lo que hace que sea recordado
En la boca del hablante que lo lee.

2 comentarios:

  1. Una biblioteca circulando a lomo de camellos!Del todo fascinante. Recuerdo la noche que me enteré de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, lloré a mares, porque intuí que buena parte del pasado de la Humanidad allí se había perdido.Amores nuestros, los libros!

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  2. Hay un libro de Fernando Báez que trata precisamente de la propensión de la humanidad a destruir bibliotecas. Lo sorprendente no es lo que se perdió, sino que nos hayan llegado tantos testimonios del pasado.

    Saludos.

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