lunes, 1 de abril de 2013

AUTO DE FE (1935), DE ELÍAS CANETTI. EL HOMBRE LIBRO SE INCENDIA.


La vida de Elias Canetti es tan interesante como una novela. De hecho, sus tres volúmenes autobiográficos son seguramente una de las grandes obras maestras del género (todavía no los he leído, pero acaricio ese proyecto desde hace tiempo). Aunque nacido en la actual Bulgaria, puede decirse que Canetti es más bien un hijo de Europa, de su cultura y de sus avatares, habiendo vivido en Bulgaria, Austria, Inglaterra, Suiza o Alemania y aprendido varias lenguas por motivos familiares y culturales. Como para el personaje de Auto de fe, su verdadera patria era su biblioteca, aunque Kien lleva ese amor hasta una desmesura quijotesca.

Cuenta Canetti que su mayor aspiración para esta novela fue la vista que tenía desde su habitación vienesa de Steinhof, un enorme hospital psiquiátrico, la que él llama ciudad de los locos. Kien, el protagonista de Auto de fe, podría erigirse en rey de los locos. O quizá como el ser más cuerdo de la existencia. Eso tiene que elegirlo el lector. Se trata de un ser que vive en un aislamiento perfecto, rodeado de volúmenes eruditos, principalmente de sinología. Como puede suponerse, el personaje tiene un punto de misantropía, especialmente orientado al género femenino. Lleva una vida metódica destinada a aprovechar al máximo su tiempo de estudio, lo que le lleva a rechazar sistemáticamente cualquier nombramiento u honores académicos. Para él el tiempo posee un valor mucho más intenso que el dinero. Es muy posible que una de las más poderosas justificaciones de su forma de vida sea la búsqueda de la verdad. Para él la mera conversación con un hombre simple acerca de un tema banal le aleja de la verdad, pues la masa es mentirosa por naturaleza. Además, mantiene una peculiar opinión sobre el género novelístico:

"Aunque no hay espíritu que medre con las novelas. El placer que en ocasiones nos ofrecen se paga muy caro: acaban por erosionar el carácter más firme. Aprendemos a identificarnos con todo tipo de personas. Uno le coge el gusto a este vaivén perpetuo y se confunde con los personajes que le agradan. Cualquier punto de vista nos resulta concebible. Nos lanzamos con fruición tras objetivos ajenos y perdemos de vista los nuestros. Las novelas son como cuñas que el escritor, aquel histrión de la pluma, va clavando en la hermética personalidad de sus lectores. Cuanto mejor calcule las medidas de la cuña y la resistencia por vencer, más dividida dejará a sus víctimas. El Estado debiera prohibir las novelas."

El lector que quiera enfrentarse a la lectura de Auto de fe ha de saber que se enfrenta a una experiencia dificultosa, repleta de elementos simbólicos (se interpreta comúnmente como una alegoría del totalitarismo nazi) cuyos personajes se mueven en un mundo desintegrado, a decir del propio Canetti. El autor cuenta que se debatía entre la oscuridad y la comprensión del texto y que leía a Stendhal mientras lo estaba redactando para otorgarle comprensividad. Lo cierto es que su lectura no es nada complaciente y a veces incluso frustrante, pero no está exenta de recompensas. Kien es un elemento que no tiene cabida en la sociedad, ni en la del texto ni en la nuestra: alguien que se encierra en su biblioteca y apenas se interesa por el mundo exterior, como si fuera posible la comprensión del mundo tan solo a través de la letra imprensa, sin experiencias personales. Se trata de un personaje absolutamente radical, que solo vive espiritualmente y que comete el mayor error de su vida casándose, creyendo que eso favorecerá el cuidado de sus libros. El hombre-libro se descubrirá demasiado humano cuando sea tarde para afrontar esa debilidad y será devorado definitivamente por la locura de quien ha querido vivir exclusivamente del conocimiento dando la espalda al resto de la humanidad.

4 comentarios:

  1. pagnifico resumen , me ha encantado

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    1. Me gustaría fueras mas explícito en tu comentario porque es un libro para mi difícil de entender y le estoy dando largas para terminar de leerlo.

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  2. Peter Kien, el protagonista, nos introduce a su ascética vida entre su estudio y biblioteca. Sinólogo de profesión su vida de anacoreta solo se ve accidentalemente en paréntesis cuando se acerca a un niño, que no llega a la adolescencia, atraído por el interés con el mozalbete contempla los libros frente al escaparate de una librería. Solo durante este pasaje parece mostrar un rasgo humano, social, invitando al menor a visitar la innumerable biblioteca que posee para decepcionarnos luego. Evita cumplir su oferta con una serie de evasivas hasta llegar, a cajas destempladas y severo mojicón, a echarlo lejos de su puerta. Los demás contactos con otros seres humanaos -como u deplorable boda estarán siempre marcados por su incurable aversión a la maza, las multidud, el vulgo para los que reserva un arsenal con los peores conceptos. La boda con una zafia mujer, su sirvienta -un deplorable percance más- señalará un destino condenado al fracaso para trascender su enajenación. El ambiente de pesadilla en que se desenvuelve toda esta alegoría nos recuerda a Gogol, kafka, y a momentos, al inframundo de Alexanderplatz de Alfred Döblin a pesar del duro realismo de esta última. En medio de escenas chuscas, absurdas y de una lamentable lógica hilvanada a base de delirios nos percatamos de que nos encontramos ante una gigantesca, de proporciones insospechadas, alegoría de la crisis de nuestra civilización. Pero no basta con detenerse, para constatarlo hemos de continuar hasta la catársis final: El auto de Fe.
    José L Cuesta

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  3. Me esta costando leerlo por el hecho de no entender ciertas ideas hacia la mujer, personajes inhumanos como el protagonista y le he ido dando largas...He comenzado la tercera parte y todavía me sigue intrigando no imaginándose el final...
    Ahora me he propuesto terminarlo y dar mi opinión final en otro momento.

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