lunes, 8 de abril de 2013

LA TABERNA (1876), DE EMILE ZOLA. EL DEMONIO DE LA BOTELLA.


Esta novela, que leí hará unos veinte años, me produjo tal conmoción en su día, que muchos de sus pasajes se me quedaron grabados y volver a ellos, con todos los ricos matices de la escritura de Zola, ha sido muy placentero, obviando que la novela trata un tema terrible desde una perspectiva extremadamente realista. Estoy deseando que llegue el viernes para poder debatir sobre ella en profundidad con los compañeros de la Biblioteca Cristóbal Cuevas. Aquí el artículo:



Con La Taberna, Emile Zola llegaba al séptimo volumen del ciclo de los Rougon-Macquart, en el que se había propuesto la descripción de la época del Segundo Imperio francés a través de la historia de los miembros de una familia, a cuya existencia individualizada iría dedicando novelas. La Taberna es una de las cumbres de la literatura naturalista, un auténtico recorrido por las miserias del mundo obrero de finales del siglo XIX. Se trata de la historia del fracaso de una muchacha sencilla, cuyas humildes pretensiones no pueden llegar a buen puerto, ya que los obstáculos a los que se enfrenta: su marido, su pasado, la envidia de los demás y el ambiente malsano que lo rodea todo, serán finalmente insalvables y acabarán provocando su caída.

El método naturalista

Para escribir La Taberna Zola se sirvió plenamente del método naturalista: por un lado utilizó recuerdos de su juventud, ya que él también había conocido la vida miserable (el personaje del tío Bazouge, el enterrador, está basado en alguien real), por otro, la observación directa del ambiente que va a describirse en la novela, la visita a barrios obreros acompañada de todo tipo de apuntes y anotaciones del medio natural y finalmente la lectura de textos especializados que ofrezcan los detalles que no pueden captarse en la observación directa, como manuales sobre diversos oficios, tratados sobre el alcoholismo, diccionarios de argot o o el ensayo de Denis Poulot sobre la cuestión social y los trabajadores. En cualquier caso, ya en el prefacio, el escritor deja constancia de sus intenciones al publicar la novela:

"He querido pintar la fatal degradación de una familia obrera, en el infestado medio de nuestros suburbios. Al final del alcoholismo y la haraganería, están el debilitamiento de los lazos familiares, las inmundicias de la promiscuidad, el progresivo olvido de los sentimientos honestos y, como corolario, la vergüenza y la muerte. He puesto simplemente la moral en acción" (Emile Zola, La Taberna, Ediciones Cátedra. pag. 44).

El sueño de los obreros

Gervaise es presentada al principio de la narración como una joven que está poniendo fin a una relación tormentosa que la ha puesto al borde de la miseria. Aunque se promete no volver a unirse a otro hombre, al menos durante un tiempo, es convencida por Copeau, un vecino que trabaja como cinquero, para cambiar de idea y termina casándose con él. Dado la clase social a la que pertenecen ambos la única posibilidad que tienen de salir adelante y prosperar es el trabajo duro y el ahorro. Ambos se mueven en un ambiente muy degradado en el que muchos trabajadores ceden a la tentación de olvidar sus brutales jornadas al calor de las numerosas tabernas del barrio. Al principio, todo transcurre admirablemente: ambos son hacendosos y pueden ahorrar con vistas a cumplir el sueño de Gervaise: establecerse por su cuenta como lavandera.

El accidente laboral y el principio de la degradación de Copeau

Un accidente de trabajo protagonizado por Copeau supone el punto de inflexión en la vida de esta pareja. Es precisamente el tiempo de ocio forzoso que no sabe como llenar lo que lleva a Copeau a hacerse asiduo a visitar las tabernas de los alrededores. Al principio su mujer lo mira con condescendencia, casi como una actitud positiva después de una dura recuperación. Pero el cinquero le toma gusto a esta forma de vida y ya no la abandona nunca. No obstante, Gervaise puede finalmente abrir su lavandería gracias a un préstamo: aunque ya existen sombras en su existencia, todavía, cree ella, pueden ser superadas.
Pero el ambiente en el que se desenvuelve una vida acaba afectando a las más férrea de las voluntades. La lavandera multiplica sus esfuerzos para prosperar, consigue hacerse con una gran clientela, pero es ella sola la que tiene que llevar adelante el negocio. Su marido se ha convertido en una sombra de lo que fue: un borrachín que se dedica a beberse los beneficios de la tienda. Zola es capaz incluso de establecer el momento en el que Gervaise pierde las esperanzas de un futuro digno, cuando su marido le da un beso forzado:




"La había agarrado y no la soltaba. Ella se abandonaba, aturdida por el ligero vértigo que le producía la ropa, sin molestarle el aliento a vino de Copeau. Y el fuerte beso que se dieron en la boca, en medio de la suciedad de su oficio, era como una primera caída en el lento abatimiento de sus vidas." (op.cit, pag. 201).

Una denuncia de la forma de vida del cuarto estado

La obra de Zola es, como dictan los cánones del naturalismo, una transposición de la realidad protagonizada por unos personajes absolutamente verosímiles, arquetipos de los que se podía encontrar en cualquier barrio obrero parisino de la época. Así pues, al describir la realidad sin ahorrar ningún detalle escabroso, La Taberna constituye una certera denuncia social de la forma de vida del denominado cuarto estado: una existencia dominada por un trabajo embrutecedor y mal pagado, en la que es difícil sustraerse a las tentaciones de la bebida o de lo que ahora se denomina violencia de género. La consecuencia de todo ello es el alcoholismo desatado, que acaba afectando a un enorme porcentaje de obreros: la agonía final de Copeu, en un interminable delírium trémens, es un ejemplo de escritura casi científica, que es el resultado de observaciones directas en hospitales y lecturas especializadas.

El alcoholismo y los paraísos artificiales

El enorme edificio en el que vive la pareja protagonista es una especie de microcosmos donde los vecinos se vigilan unos a otros y cualquier avance social o económico es objeto de envidias. Dentro del edificio, existen también estratificaciones sociales, ciertas viviendas especialmente degradadas a las que van a parar los que se encuentran en los últimos estadios de la miseria humana, una miseria que se engendra principalmente en las tabernas, cuyo ambiente es magistralmente descrito por Zola: al obrero le ofrece la posibilidad de un paraíso tan artificial como efímero en su afán de olvidar la dureza de su existencia. Pero aún dentro de la desgracia más absoluta, cuando se cae en la más profunda degradación, Zola nos enseña que siempre se puede bajar un escalón más en la adversidad. La historia de la vecina de Gervaise, una niña sometida a todo tipo de vejaciones por su propio padre, es una de las más estremecedoras de las muchas que cuenta el escritor francés y provoca el más profundo de los muchos estremecimientos que el lector va a experimentar al enfrentarse a la novela.

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