sábado, 13 de abril de 2013

TIEMPO DE CAMBIOS (1971), DE ROBERT SILVERBERG. EL YO Y EL MIEDO A LA LIBERTAD.


Por lo poco que llevo leído de Silverberg, observo que es un especialista en la creación de mundos. En la notable Regreso a Belzagor, describía un planeta que no podía ser sometido, puesto que sus habitantes eran unos pacifistas tan radicales que se defendían a través de la indiferencia más absoluta hacia sus invasores. En Tiempo de cambios, ganadora del Premio Nébula, Silverberg sitúa a su protagonista en un mundo que fue colonizado hace muchos siglos por humanos dotados de algún tipo de ideología religiosa, por lo que en su tradición ha quedado como un tabú exteriorizar la preocupación por uno mismo. Utilizar la palabra yo se considera una especie de blasfemia, por lo que los hombres viven en una especie de aislamiento emocional que solo puede ser mitigado de cuando en cuando a través del contacto con los llamados hermanos vinculares, con los que se pueden sostener conversaciones de carácter más íntimo.

Con el mero hecho de escribir sobre sí mismo, Kinall Darival siente que está realizando una acción revolucionaria y se propone comunicar al lector como ha llegado a conocer una forma de vida diferente con solo quebrar las barreras del lenguaje, que en el fondo no son más que barreras psicológicas. Es el propio Kinall el que describe el mayor mal antropológico de su pueblo:

"(...) la costumbre nos prohíbe desde hace mucho abrir nuestras almas a los demás. Nuestros antepasados creían que hablar excesivamente de uno mismo conduce inevitablemente a la autocomplacencia, la autocompasión y la autocorrupción; por consiguiente se nos educa para mantenernos encerrados en nosotros mismos, y para que las ligaduras del hábito sean más resistentes se nos prohíbe incluso utilizar palabras tales como "yo" o "mí" en el habla cortés. Si tenemos problemas los resolvemos en silencio; si tenemos ambiciones, las colmamos sin anunciar nuestras esperanzas; si tenemos deseos, los perseguimos de un modo abnegado e impersonal."

Resulta curiosa la forma por la que Kinall toma conciencia de la enorme represión que afecta a todo un pueblo: a través de la amistad con un nativo de la Tierra que se haya en ese planeta por asuntos comerciales. La Tierra es en aquellos días un inmenso estercolero y Schweiz, el terrestre, no la echa de menos. Pero se siente cohibido por las limitaciones lingüisticas de  Velada Borthan y capta la insafisfacción interior de Kinall, a quien propone probar una droga absolutamente prohibida, una droga capaz de penetrar en la mente del compañero con quien se cosume, logrando así una identificación absoluta con el yo del otro. El protagonista acaba convirtiéndose en un hereje, en un revolucionario que pretende cambiar la mentalidad de su gente a través de esta experiencia alucinante: que la gente sea capaz de pronunciar la palabra yo ante los demás y que esa acción deje de ser una obscenidad. La novela de Silverberg es una estupenda reflexión acerca del poder del lenguaje, que es al final el que crea la realidad y cuyo control es uno de los más poderosos instrumentos del poder.

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