sábado, 4 de mayo de 2013

LOS SORDOS (2012), DE RODRIGO REY ROSA. NOTICIAS DE GUATEMALA.


Resulta curioso leer acerca de la técnica narrativa de un novelista consagrado como el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa: no sigue un plan preconcebido en su escritura. Traza un esquema general en el que se mueven sus personajes, pero luego puede sucederles cualquier cosa mientras está escribiendo. Es decir, que actúa más como lector, conservando intacta su capacidad de sorpresa, que como narrador. Eso me refuerza la idea de que existen tantas técnicas de escritura como narradores y que una determinada disciplina que puede ser efectiva para unos, resultará desastrosa para otros. Es la grandeza de la escritura, su condición de ciencia imprecisa, dependiente de factores tan peregrinos como la inspiración o el placer del trabajo. “Hay quien divide a los escritores en dos: los que tratan de explicar algo y los que tratan de explicarse algo. Yo soy de la segunda clase. No sé más que el lector al que estoy hablando. Escarbo mientras escribo”, manifiesta Rodrigo Rey Rosa. Quizá ese sea el secreto, la indagación personal hasta el fondo de uno mismo, sin conocer muy bien cual será el resultado.

Bajo la escritura aparentemente sencilla del autor de Lo que soñó Sebastián late la tragedia de la convulsa historia de Guatemala y, por extensión, la de casi toda Iberoamérica. El protagonista de Los sordos, en su condición de guardaespaldas, representa una profesión tristemente en auge en el país centroamericano, una sociedad estrictamente polarizada en clases sociales, donde el escalafón más bajo lo ocupan sus pobladores originarios, los descendientes de los mayas, que sobreviven con una curiosa mezcla de tradición y modernidad. La violenta historia guatemalteca llena de golpes de estado, periodos democráticos, intervenciones más o menos solapadas de potencias extranjeras, guerras civiles, narcotráfico y maras ha dejado como herencia, entre otros males, la existencia de grupos paramilitares dedicados a controlar los territorios donde malviven las comunidades mayas, que fueron objeto de un auténtico genocidio que tuvo su máxima expresión en la década de los ochenta.

La Guatemala de Los sordos es un país de muchas capas que el novelista va explorando, desde las clases altas, dedicadas a oscuros negocios y obsesionadas por su seguridad personal en un país en el que los secuestros están a la orden del día, hasta la región de leyes extrañas que parece evocar el horror de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Estratos sociales, grupos de personas que conviven en un mismo país, pero que parecen mantener un diálogo de sordos que dura siglos. La literatura no tiene el poder de avivar ese diálogo, pero si constituye un instrumento de reflexión acerca de las causas y consecuencias de esa falta de entendimiento. El autor lo expresa muy bien en la entrevista recogida en Babelia en septiembre del pasado año:

“No creo que la literatura tenga grandes efectos, pero sí puede desatar una reflexión. Un trabajo de ficción serio puede ser un instrumento de conocimiento, no sociológico ni etnológico, simplemente humano. El hecho de tratar de explicarse las cosas ya afecta. No soy optimista y no quiero decir que sea algo bueno, pero sí que la actitud de querer entender cambia la percepción de la realidad. Sobre todo desde el punto de vista de los que somos parte del sistema queramos o no, los que estamos bien, los que vivimos… Quien más quien menos, ahí estamos todos y somos una minoría: yo, los lectores de mis libros… a ellos sí que puedo incomodarles un poco. Eso es lo único que puedo hacer. Sugerir cierta autocrítica. En estos ejercicios narrativos míos hay una especie de autocrítica como clase.”

Una lectura aparentemente sencilla, pero de conclusiones difíciles, tan caóticas como la propia historia de Guatemala, una tierra cuyos volcanes, siempre amenazantes, sirven de perfecta metáfora a su triste realidad.

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