viernes, 28 de junio de 2013

EL HOMBRE DE ACERO (2013), DE ZACK SNYDER. EL EXTRANJERO QUE HACÍA MILAGROS.

Al igual que las leyendas urbanas sustituyen en la actualidad a los antiguos mitos, los héroes cinematográficos y del cómic son los equivalentes a los héroes de la antigüedad. En los últimos tiempos, el cine está procediendo a una puesta al día de estos iconos: se ha hecho una excelente labor de renovación con Batman, James Bond e incluso con Star Trek. Ahora le tocaba el turno al superhéroe más conocido, que había inmortalizado de manera inolvidable Christopher Reeve en la gran pantalla. Llevar a Supermán al cine significa un problema fundamental: se trata de un héroe demasiado perfecto, de poderes casi divinos y naturaleza nobilísima. Por eso esta nueva versión ha desconcertado a muchos, ya que presenta a un superhéroe mucho más humano de lo que el público está acostumbrado.

El inicio de El hombre de acero es auténticamente espectacular, mostrando ya el deseo de desvincularse de versiones anteriores. Krypton es presentado como una sociedad compleja que se encuentra en decadencia por luchas intestinas y ambiciones que han derivado en la inminente destrucción del planeta. Aquí se nos presentan dos personajes fundamentales: el padre de Supermán, interpretado por el carismático Russell Crowe y el general Zod, al que da vida Michael Shannon, muy lejos de la contención que mostró en el papel del agente Van Alden en Boardwalk Empire.

El Clark Kent que crece en la Tierra es un muchacho que se sabe diferente y que se aterra al descubrirse con tan extraños poderes. Snyder utiliza frecuentes flashbacks para insertar estos episodios de infancia y juventud, perdiéndose con ello profundidad en el desarrollo del protagonista a cambio de ganar en agilidad narrativa. Aquí cobra gran importancia el personaje del padre adoptivo de Supermán (interpretado por otra gran estrella, Kevin Costner), cuya relación con su hijo aparece como demasiado ambigua: si bien se supone que es el que inculca al superhéroe su amor por la humanidad, también le insta a esconder sus habilidades, aunque ello suponga la pérdida de vidas humanas. La escena de su muerte, con un Clark Kent obligado a la pasividad, tiene mucho más de ridículo que de trágico.

Como espectador tengo que decir que he pasado un rato muy agradable con El hombre de acero. Bien es cierto que no ha colmado mis expectativas (los avances de la película dejaban entrever que podía tratarse de una película mucho más completa) y que todo parece encauzado para mostrar una gran batalla en la última hora de metraje. Esta precipitación deja algunos errores que lastran el conjunto, como la relación entre Supermán y Lois Lane, que está narrada de forma atropellada y poco creíble, dando la impresión de que el director ha tenido que cortar bastantes minutos de material rodado para su posterior inclusión en su edición en dvd.

Resulta curioso como se ha potenciado en esta película la simbología religiosa de Supermán: se trata de un ser de otro mundo que es mandado por su progenitor al nuestro para ser criado por unos padres adoptivos hasta que a los treinta y tres años muestra en público sus poderes. Además, cuando tiene que tomar una decisión importante no se le ocurre otra cosa que visitar a un sacerdote. Uno de los aspectos más interesantes del film de Snyder es el tratamiento, que intenta ser realista, de la reacción que tendría la humanidad ante la existencia de un ser con poderes casi divinos. Lo lógico sería temerle, sobre todo por parte de los gobiernos, que temen lo que no pueden controlar. Además, la lucha que se entabla contra el general Zod y sus acólitos es una de las más destructivas que ha ofrecido el cine reciente: al mismo Supermán parecen importarle poco las víctimas civiles en su afán por derrotar a su enemigo (no hay más que ver la escena en la que se lanza impunemente contra una gasolinera cuando ha apresado a Zod).

En conjunto, El hombre de acero constituye un espectáculo muy disfrutable, repleta de imágenes que producen fascinación, aunque para ello haya que obviar algunos errores narrativos. Muestra a un Supermán mucho más brutal en el uso de sus poderes de lo que estábamos acostumbrados, sembrando una destrucción a su alrededor muy propia de estos tiempos en los que los estadounidenses viven temerosos esperando nuevos ataques terroristas. La interpretación de Henry Cavill es convincente, a falta de verle en el rol periodístico de Clark Kent. Carece del sentido del humor y el carisma que le otorgó Christopher Reeve al personaje, pero a cambio ofrece un punto de vista más serio y más atormentado, un Supermán que duda sobre su papel entre los humanos.      

LA VIDA Y NADA MÁS (1989), DE BERTRAND TAVERNIER. LAS BATALLAS DE LA POSTGUERRA.

 Las guerras no se acaban cuando se dispara la última bala. Dejan una estela de destrucción material y humana muy difícil de recomponer. Las ciudades se pueden reconstruir, aunque se pierdan edificios históricos, los campos pueden limpiarse de minas y bombas sin estallar, pero los seres humanos que han sufrido heridas físicas y espirituales difícilmente vuelven a ser quienes eran.

El comandante Delaplane (un soberbio Philippe Noiret), se encarga de intentar poner algo de orden en el tremendo caos de los desaparecidos durante la Primera Guerra Mundial. Nos encontramos en 1920, dos años después de acabada la contienda, pero la lista a la que se enfrenta cada día tiene miles de nombres. Delaplane visita los hospitales militares, fotografiando a los amnésicos, a los psicológicamente hundidos por el combate y a los heridos más graves en la esperanza de que algún familiar los reconozca. En el ejercicio de su tarea conoce a madame Courtil, una dama aristocrática empeñada en encontrar a su marido desaparecido, que se va a encontrar de bruces con la realidad de una guerra que iguala a todos los hombres y no diferencia entre clases sociales.

La vida y nada más retrata de manera magistral el ambiente agridulce del final de una guerra terrible. En cierta manera, los vivos se regocijan de seguir respirando cuando tantos cayeron a su alrededor. Aunque se lamenten por los muertos, hay una especie de alivio en su actitud, como si se hubieran ganado el derecho a gozar intensamente de una existencia que se les ha revelado tan efímera. Por eso a algunos el trabajo de Delaplane les parece absurdo, como querer seguir removiendo las cenizas que ha dejado la tragedia. Él piensa lo contrario. Identificar cadáveres y devolver a algunos hombres vivos, aunque rotos, a sus familias significa restituir un poco de dignidad a estos seres humanos que lo han dado todo por la idea de patriotismo. Ahora la patria intenta zanjar el episodio inaugurando a toda prisa un monumento al soldado desconocido, por lo que encargan al comandante que localice un cadáver de un soldado francés sin identicar, priorizando este encargo sobre sus labores habituales. También hay quien se aprovecha de este deseo de los dirigentes franceses de poner un punto y final simbólico a la contienda: hay escultores que hacen su agosto viajando por pueblos y ciudades en los que se les encargan monumentos conmemorativos cada vez más ostentosos. Es como si los vivos quisieran descargar sus remordimientos con estos homenajes para que después la vida pueda continuar como antes de la guerra. 

La película de Tavernier nos recuerda que las guerras nunca se acaban para los familiares de los fallecidos, ni para los heridos, cuyas almas quedan en esos antiguos campos de batalla cuyas cicatrices son retratadas con un particular lirismo. Al final todos lo saben y todos lo callan: la guerra no es más que el instrumento de la ambición de unos cuantos dirigentes criminales que deja tras su paso la desolación de millones de vidas destruidas.   

jueves, 27 de junio de 2013

EL DOCTOR SALT (2005), DE GERARD DONOVAN. LA QUÍMICA DE LA DUALIDAD.


No había oido hablar jamás de Gerard Donovan, un autor de origen irlandés que es profesor en la Universidad de Long Island. Hablar de El doctor Salt no es tarea fácil. Se trata de una novela que, a mi entender, está lastrada por sus pretensiones de originalidad, sobre todo con la elección del punto de vista de su protagonista, un joven con doble personalidad, desquiciado por el trágico destino de su familia. Este destino tiene mucho que ver con Pharmalak, una poderosa industria farmaceútica, representante de la inhumana política sanitaria de Estados Unidos, muy aficionada al uso de cobayas humanas (siempre voluntarias) para probar sus medicamentos. 

La novela de Donovan consta de tres partes bastante diferenciadas (que causalmente han coincidido con las tres sesiones que le hemos dedicado en el club de lectura). En la primera de ellas, leemos acerca de la visión alucinada del mundo de Sunless y descubrimos su ambigua relación con Pharmalak. La segunda - la mejor con diferencia - es más aclaratoria, es donde conocemos el pasado del protagonista y se nos aclara mucho de lo que sucede en la primera parte. Encontramos aquí una excelente crítica al sistema sanitario estadounidense: quienes solo pueden pagarse seguros médicos baratos, serán abandonados a su suerte en caso de sufrir una enfermedad grave. La tercera parte recuerda mucho a la primera, aunque más escabrosa si cabe. Aunque el autor no lo pretenda, al final El doctor Salt tiene más valor como novela de terror que como crítica social, pues ahonda en los abismos de la personalidad, de la identidad del protagonista, cada vez más inexistente.

Hay algunos pasajes cuya narración - debido al punto de vista que utiliza - me recuerdan a El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, aunque ésta era una novela mucho más amable. La de Donovan es irregular y al lector no le quedan muy claras sus verdaderas pretensiones, que van desde lo experimental a la denuncia de la industria farmaceútica como creadora de enfermedades, más que remedio de las mismas. 

EL TERCER HOMBRE (1950), DE GRAHAM GREENE Y DE CAROL REED (1949). SOMBRAS SOBRE VIENA.

El tercer hombre es un claro ejemplo de como a veces el lenguaje cinematográfico puede ser mucho más efectivo que el literario a la hora de abordar algunas historias. De hecho, la novela de Graham Greene no es más que el germen (luego literariamente adornado) del guión cinematográfico de la que habría de convertirse en una de las mejores películas de la historia. El propio escritor lo explica en el prólogo:

"Para mí es imposible escribir el guión de una película sin antes escribir un relato. Una película no depende sólo de una trama argumental, sino también de unos personajes, un talante y un clima, que me parecen imposibles de captar por primera vez en el insípido esbozo de un guión convencional."

La idea original de Alexander Korda, el productor de la película, era que Carol Reed dirigiera una historia ambientada en la Viena de la postguerra. Viena había sido uno de los grandes centros de cultura europeos y, como otras muchas ciudades del continente, se hallaba postrada por los sacrificios de la guerra. No obstante, Austria salió bastante bien librada de sus responsabilidades en el conflicto. En 1938, buena parte de sus habitantes recibió a Hitler como a un mesías, se afanó en colaborar en el exterminio de los judíos y participó con entusiasmo en la guerra. Sin embargo, el grado de destrucción de Viena y otras ciudades del país tuvo poco que ver con el que se alcanzó en Alemania. Además, Austria tuvo la suerte de entrar en la órbita occidental y pronto se recuperó economicamente, apareciendo ante la historia casi como una víctima más de las ambiciones de Hitler. Autores como Thomas Bernhard abominan de ese maquillaje histórico.

Pero en la Viena que retrata El tercer hombre, las circunstancias no podían hacer suponer este brillante futuro. Se trata de una urbe decadente, en la que las ruinas de los bombardeos conviven con opulentos palacios donde los antiguos nobles tienen que trabajar para sobrevivir, algo nunca visto en la ciudad del Danubio, en la que el mercado negro está en auge. Existe un sistema de ocupación muy parecido al de Berlin: Viena se divide en cuatro distritos que administran cada una de las potencias, lo cual da mucho juego en la narración de Greene, que no deja de ser una reflexión acerca del mal absoluto, representado por un Harry Lime (soberbio Orson Welles en el filme) sin moral, para el que los demás hombres no son sino instrumentos de sus mezquinas ambiciones.

Si bien la novela de Graham Greene está muy por debajo de otras suyas como El poder y la gloria, su plasmación en imágenes, dirigida por un Carol Reed en estado de gracia (no vamos a polemizar aquí acerca de si la presencia de Orson Welles influyó en su dirección) consigue una plasmación perfecta del ambiente oscuro de la Viena ocupada. Además, sus últimos minutos, aquellos en los que Harry Lime huye por las alcantarillas de la ciudad, han quedado para la historia como una de las mejores persecuciones jamás rodadas. Al final, el personaje de Orson Welles es como una alimaña a la que se va cercando progresivamente dentro de la alucinante red de túneles y recovecos de los colectores vieneses.  

lunes, 24 de junio de 2013

LA HISTORIA DEL CRISTIANISMO (1999), DE PAUL JOHNSON. SOMBRAS Y LUCES DE UNA RELIGIÓN.

Un ensayo monumental, este de Paul Johnson, reconocido cristiano que intenta ser objetivo en su análisis de dos mil años de evolución de la religión cristiana. A mi entender, poco tiene que ver la iglesia católica de nuestros días con el mensaje original de Jesucristo (si es que lo que nos ha llegado es verdaderamente su voz), pero he leído este libro desde un punto de vista historiográfico e incluso antropológico, no religioso. Al fin y al cabo las diferentes iglesias que han surgido de la doctrina cristiana no son más que obras humanas y adolecen de los defectos de cualquier institución terrenal, por muy divina que se proclame. La historia del cristianismo es una lectura apasionante, repleta de datos desconocidos y que incita a seguir profundizando en los diversos capítulos de la existencia de esta religión. Aquí el artículo:



Condesar la historia del cristianismo, que abarca veinte siglos, en un ensayo de poco más de setecientas páginas de apretada letra, es una tarea complicada. Paul Johnson, el historiador británico, no solo consigue salir airoso de la prueba, sino que logra algo aún más complejo: que su fe católica no interfiera en la objetividad del relato. Así pues La historia del cristianismo es el magnífico compendio de un proceso histórico muy complicado, que ha sido fundamental para modelar el mundo que hoy conocemos.

Lo primero que hay que tener presente a la hora de abordar los orígenes de esta religión es que los primeros testimonios escritos acerca de Jesús que nos han llegado se datan al menos dos décadas después de su muerte y los evangelios son bastante posteriores. Fue Pablo de Tarso, que no conoció al Jesús histórico, quien empezó a conformar al cristianismo como religión independiente del judaísmo, no como una mera rama de éste (aunque sí que hubo seguidores de Cristo, como la iglesia judeocristiana de Jerusalén que se sintieron identificadas con el judaísmo más nacionalista) expandiendo la idea de que la búsqueda del Estado judío carecía de importancia, puesto que el reino de Dios no era de este mundo: lo espiritual por encima de lo material y la vista siempre puesta en la perfección que el alma alcanza tras la muerte, después de una vida virtuosa.

No obstante, los comienzos del cristianismo como religión universal fueron titubeantes. Durante los siglos I y II de nuestra era, el Mediterráneo era un gran bazar en el que distintas ofertas religiosas competían entre sí para extenderse, en una situación que el propio Johnson califica como darwiniana. Solo la religión que lograra unificar sus criterios dogmáticos, hasta hacerlos atractivos a grupos sociales cada vez más numerosos, triunfaría. Y este fue un proceso largo y penoso, pues al principio ni siquiera existía una organización eclesiástica centralizada propiamente dicha. Además, todavía en aquella época se esperaba la inminente parousia, la segunda llegada de Jesucristo.

Respecto a sus relaciones con el Imperio romano, a pesar de que existieron persecuciones, lo cierto es que, en general, el cristianismo era tolerado como una religión más. Tenían sus propias iglesias y normalmente no necesitaban reunirse clandestinamente. Ya San Pablo había aconsejado que se obedeciera a la autoridad debidamente constituida. Al final la identificación entre cristianismo e imperio fue casi inevitable. Una creada una estructura religiosa firme, casi era un reflejo del propio Estado, una organización de pretensiones universales que se regía por una serie de leyes, por lo que ambas partes se dieron cuenta de que solo mediante una alianza podían garantizar su mutua supervivencia. En realidad las creencias cristianas – que incluían los milagros, el poder de las reliquias y, sobre todo la idea del Dios único y de la salvación eterna – habían seducido sobre todo a las clases más humildes del imperio. La resistencia del paganismo fue sobre todo estimulada por las clases altas, que lo identificaban con la grandeza de Roma. 

La iglesia medieval va a estar absolutamente influenciada por el pensamiento de San Agustín, cuya visión de la misma como una sociedad perfecta, reflejo de la misión impuesta por la divinidad, donde no caben doctrinas discrepantes. La herejía va a estar en el punto de mira de la iglesia, lo cual va a terminar justificando cualquier método para obligar a venir a los desviados, en una época en la que, con la caída del imperio, el centralismo de la iglesia oficial estaba en peligro. Uno de los mejores métodos para lograr la preponderancia en los oscuros siglos del primer Medievo fue la monopolización de la cultura, que quedó salvaguardada en gran parte gracias a la labor de las nuevas órdenes religiosas. El hecho más impactante de aquellos años fue la ruptura con la iglesia bizantina y la alianza de Roma con los francos, que acogerá a Carlomagno como su gran protector, iniciándose así la gran obsesión eclesiástica, que llega casi a nuestros días, de influir, o incluso de ser el poder preponderante del Estado. El cristianismo lo impregnaba todo en occidente y había ciudades que se enriquecían gracias al culto a las reliquias, una auténtica obsesión en la Edad Media, hasta el punto de que la práctica del cristianismo sufrió una especie de mecanización, que distaba mucho de sus esperanzadores orígenes:

“Pero sobre todo, lo que el campesino deseaba de la Iglesia era la esperanza de la salvación. Ésta era la razón abrumadora por la que el cristianismo reemplazó al paganismo: el cristianismo tenía una teoría muy bien definida acerca de lo que sucedía después de la muerte y del modo de alcanzar la felicidad eterna. Esta cuestión atraía a todas las clases y era el factor que permitía que la Iglesia mantuviese la unión social. Pero también este aspecto de la cristiandad varió sutilmente en el curso de los siglos, rompiéndose el equilibrio a favor de las clases poseedoras; sin duda se convirtió en el rasgo fundamental de la religión mecánica.”

La preponderancia cultural de la iglesia católica (que, entre otras cosas prohibía la lectura privada de la Biblia), va a ser quebrantada con la llegada de la imprenta. Durante algunas décadas, Erasmo de Rotterdam va a ser el primer escritor con la categoría de best seller en la historia de la humanidad. En sus escritos propugnaba una fe unitaria, basada en la difusión libre de las escrituras. Pronto este sueño será quebrantado por la Reforma Protestante y la intolerante reacción de la Iglesia católica a través del Concilio de Trento. En España, la religión católica se va a identificar con el Estado y surge la Inquisición, para perseguir cualquier desviación en la doctrina oficial, creándose un clima cultural irrespirable. Rodrigo Manrique escribió al respecto unas palabras tristísimas:

“Nuestro país es una tierra de orgullo y de envidia, y podría agregarse que de barbarie; allí uno no puede producir ninguna forma de cultura sin hacerse sospechoso de herejía, error y judaísmo. Así, se ha impuesto el silencio a los que saben.”

No obstante, junto a la intolerancia de las religiones, un movimiento subterráneo se irá gestando poco a poco, al socaire de la tímida apertura a la tolerancia del algunos Estados, el iluminismo o ilustración, cuyo momento culminante llegó con la Revolución Francesa, que negó la legitimidad de un cristianismo al que oponía la idea de razón, aunque bien pronto se advertiría que es muy difícil buscar un sustitutivo de la fe para el pueblo. 

En el último siglo la iglesia ha oscilado entre un repliegue sobre sí misma y una apertura hacia el ecumenismo. Aunque ya acepta universalmente la preponderancia del Estado en el ámbito temporal, nunca ha renunciado a ejercer su influencia sobre la ley, sobre todo en materia de moral y educación. Lo que constituye una auténtica revolución es que en la actualidad profesar una religión sea una decisión personal y libre, por lo que la fe de los que la practican es auténtica. En España, las iglesias vacías y la práctica de devociones populares (semana santa, romerías…) que se basan más en la costumbre que una auténtica fe religiosa son los principales problemas que debe afrontar una iglesia católica que goza todavía de los privilegios económicos y sociales de un Concordato firmado hace treinta y cinco años. 

Para Paul Johnson, católico practicante, la fe cristiana surgió de una necesidad clara de esperanza en un futuro más allá de la muerte, una doctrina que puede aplicarse a muchas culturas diferentes, por lo que pudo extenderse por gran parte del mundo. El libro resume a la perfección las distintas etapas por las que transcurrió la fe cristiana y sus diversas derivaciones. Para cualquier aficionado a la historia, constituye un excelente punto de partida para profundizar en diversos aspectos de este tema inagotable: el cristianismo primitivo, los templarios, la inquisición, las órdenes monacales, la Reforma… Un proceso de búsqueda histórica y teológica que sigue vigente para muchos. Ya sea desde el punto de vista del creyente o el del aficionado a la historia, la crónica de la religión cristiana es fundamental para conocer la conformación del mundo occidental.

DÍAS SIN HUELLA (1945), DE BILLY WILDER. HISTORIA DE UN BEBEDOR.

Es esta uno de los mejores dramas sobre alcoholismo (junto a Días de vino y rosas, de Blake Edwards) de la historia del cine. Resulta curioso que ambos sean obra de directores a los que se supone especializados en comedia. Días sin huella cuenta la historia Don Birnam durante uno de sus fines de semana de excesos alcohólicos. Birnam no es un mal tipo, pero su adicción al alcohol puede con él y le hace cometer actos infames, despreciando constantemente la ayuda que le ofrecen su hermano y su novia, unos auténticos santos (sobre todo esta última) que no tiran la toalla y no cejan en sus intentos de sacarlo del infierno en el que está sumido. Un infierno de sed eterna, que solo se calma en los intervalos en los que puede quedarse a solas con una botella porque, aunque tiene fases de bebedor social, sus auténticos placeres alcóholicos los vive en soledad.

Birnam se encuentra ya en una fase avanzada de su enfermedad y Wilder ofrece un retrato crudo de un hombre que ha dejado de amar, de comer y de tener ilusiones, alguien cuyo único objetivo es la autodestrucción y que literalmente se esconde de la presencia de los seres que le aman, porque su único objeto de deseo es la botella. Precisamente La botella es el título de la novela que a Birnam le gustaría escribir, su autobiografía siempre pospuesta, un proyecto que podría ser la única salida al laberinto en el que ha convertido su existencia. Quizá su vicio provenga de ahí, de su miedo a afrontar los desafíos cotidianos que impone la realidad, de verse a sí mismo, a los treinta y tres años, como un fracasado al que se le ha hecho muy tarde para cumplir sus sueños.

En Días sin huella se hace un uso magistral del flashback. Aunque la historia transcurre durante un fin de semana, los recuerdos asaltan de vez en cuando al protagonista y al espectador se le muestran momentos clave de su vida de bebedor. Su amor a la botella le ha hecho perder tantas oportunidades... El tramo final de la película es el más duro, cuando Birnam cae en los abismos del delirium tremens, con el duro discurso que le dirige el enfermero cuando se despierta, retratándolo prácticamente como un muerto en vida. La de Wilder es una de esas películas que hay que volver a ver de vez en cuando, una de esas escasas joyas que describen con una insólita precisión los aspectos más sórdidos de la condición humana.  

LA AUTOESTOPISTA ESPAÑOLA Y OTRAS LEYENDAS URBANAS ESPAÑOLAS (2004), DE JOSÉ MANUEL PEDROSA. LITERATURA ORAL.


La definición más graciosa (y que quizá tenga un punto de verdad) de lo que es una leyenda urbana es la que explica que es aquella historia que cuenta un borracho a un gilipollas y este último se la cree. En cualquier caso estas narraciones no son un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo, puesto que muchas son adaptaciones de otras antíquisimas, como la típica de la autoestopista fantasma, que advierte al conductor acerca de una curva peligrosa donde se desvela que ella murió: el medio de transporte ha cambiado, pero existen versiones antiguas en las que la chica para al conductor de un carruaje. A mí siempre me han fascinado estos microrrelatos que parecen surgir de la nada y que han encontrado un excelente canal de difusión por internet. Son historias que a veces contienen moraleja (no te acuestes con desconocidos, no andes de noche solo por la ciudad...) y que apelan a la morbosidad del oyente, puesto que suelen suceder en entornos cotidianos, por lo que la víctima podría siempre ser uno mismo. Otras hacen referencia a personajes o hechos famosos, sembrando dudas en las versiones oficiales de los acontencimientos (no hay más que leer la literatura que ha surgido del 11 de septiembre, o del asesinato de Kennedy), pero siempre con un punto de credibilidad, aunque sea escasa, para suscitar dudas en el oyente o lector.  

Lo que pretende José Manuel Pedrosa, profesor de Teoría e la Literatura de la Universidad de Alcalá con este volumen es dignificar estas leyendas y estudiarlas desde un punto de vista antropológico, como una de las derivaciones de la eterna necesidad del hombre de contar historias insólitas y creer en lo extraordinario:

"Y, sin embargo, esta leyenda puede perfectamente acreditar una lealtad a un tipo de estructura narrativa, una coherencia discursiva, unas raíces históricas, una difusión geográfica, un grado de adhesión y de seguimiento social, de las que muy pocas obras de la gran literatura escrita con mayúsculas podría presumir. Es, en cada una de sus infinitas realizaciones, una verdadera pieza artística que maneja de forma magistralmente eficaz los ingredientes de misterio, de sorpresa y de emotividad que caracterizan a la mejor literatura fantástica, y que sabe establecer con eficacia una gradación entre las tensiones narrativas y un equilibrio en la presentación formal que ha logrado captar la atención, inquietar, asustar, emocionar y entristecer a personas de tiempos y de lugares muy variados y diferentes. ¿Qué más se le puede pedir a la mejor literatura?"

El libro del profesor Pedrosa es una recopilación de leyendas urbanas realizada por medio de entrevistas en toda España. Muchos de las historias son semejantes, probándose así que el boca a boca recorre grandes distancias geográficas, poniendo por escenario siempre el propio pueblo o ciudad, para que la narración tenga más impacto. El error del libro es que la voz del autor solo se escucha en la introducción, dejando luego que sean los cientos de testimonios los que hablen, sin un solo comentario por su parte. Se hubiera agradecido un pequeño apunte acerca del origen de cada una de ellas, al menos de las más conocidas, como se hace al principio. No obstante, la lectura es muy entretenida, fascinante a ratos. La imaginación popular no tiene límites. 

domingo, 23 de junio de 2013

QUINCE AÑOS Y UN DÍA (2013), DE GRACIA QUEREJETA. EL REBELDE ADOLESCENTE.

De Gracia Querejeta me gustó mucho en su momento Cuando vuelvas a mi lado, una película que, como en la que nos ocupa, trata el tema de la familia. Jon, el protagonista, es retratado desde el principio como un adolescente rebelde y conflictivo, de esos que, aunque no llegan a ser exactamente delincuentes juveniles, son capaces de convertir la vida de sus padres en un pequeño infierno. Además, en su caso, solo convive con su madre, una mujer que se siente profesionalmente fracasada (una magnífica Maribel Verdú) y que no sabe qué hacer con su hijo. La única solución que se le ocurre es mandarlo una temporada con su abuelo, interpretado por Tito Valverde, un militar amargado, de vida estrictamente ordenada, pero cuyo carácter tiene más puntos en común con el de su nieto de los que ambos están dispuestos a reconocer.

Tratando de abarcar demasiados temas, Quince años y un día consigue sus mejores momentos gracias al retrato que Arón Piper ofrece de su personaje, interpretado con tanta naturalidad que realmente consigue irritar al espectador (en el buen sentido de la palabra) con su sentido nihilista de la existencia, con su discurso insolente de alguien que parece saberlo ya todo sobre la vida a la tierna edad de quince años. Ojalá los otros actores jóvenes que lo acompañan estuvieran a la altura, pero no hacen más que deslucir la función y restarle credibilidad a un relato que pretende abarcar demasiados asuntos y no consigue hilvanar totalmente ninguno de ellos.

Todo esto no quiere decir que la película no cuente con una dirección digna, pero cuenta con algunos problemas de guión, sobre todo cuando todo deriva en una trama criminal cuya resolución es mostrada al final en una escena aclaratoria que Querejeta podía haberse ahorrado: hubiera sido mucho más efectivo que el espectador se quedara con las dudas acerca de la autoría del crimen. 

martes, 18 de junio de 2013

EL COMPAÑERO DE VIAJE (2007), DE CURZIO MALAPARTE. ITALIA HUMILLADA.

La figura de Curzio Malaparte ha vuelto a estar de actualidad en nuestro país a raíz de la publicación de una biografía escrita por Maurizio Serra. Una labor nada fácil, a tenor de la vida que llevó este personaje camaleónico y contradictorio, que podía pasar con facilidad a alinearse con el fascismo, con el comunismo o con las más diversas causas, según le conviniera. Personalmente, quedé deslumbrado por este autor hace unos años, cuando leí Kaputt, las crónicas de sus experiencias como corresponsal de guerra en la Segunda Guerra Mundial. Aunque no hay que fiarse de todo lo que cuenta, el modo de narrarlo atrapa de tal manera que es muy difícil no caer absolutamente seducido por la prosa de Malaparte. Algo que no sucede en absoluto con El compañero de viaje.

Dicho esto, sería injusto comparar una obra con otra. El compañero de viaje ha sido publicada recientemente, como un manuscrito inédito de Malaparte que el autor no había acabado de rematar cuando le sorprendió la muerte. Se trata del manuscrito que había de servir de base para un guión cinematográfico, por lo que no ha de ser leído como una obra literaria al uso, sino como el argumento de una historia que tendría su verdadero sentido en una hipotética traslación a la pantalla grande. Aun leyéndolo con estas prevenciones, la historia resulta un tanto endeble, no llegando a reflejar en ningún momento un ambiente realista de guerra.

En septiembre de 1943, cuando transcurren los hechos, nos encontramos en un momento clave para la participación de Italia en el conflicto bélico. Después de la conquista de Sicilia por los Aliados, y cuando ya estaban desembarcando en la península, se produjo un golpe de Estado que derrocó a Mussolini y motivó la ocupación de Italia por parte de los alemanes, lo que dio como resultado una guerra civil dentro de la guerra mundial que se estaba disputando en suelo italiano. La participación en el conflicto por parte de este país había sido desastrosa hasta ese momento, hasta el punto de que su actuación puso en auténticos apuros al ejército alemán y motivó en buena parte su derrota (la invasión sin previo aviso de Grecia por parte de Mussolini obligó a la Wehrmacht a retrasar más de un mes la invasión de la Unión Soviética, algo que resultaría fatal por la prematura llegada del invierno) y gran parte de los soldados italianos, aunque demostraron valor, probaron con su actuación que no estaban preparados para este tipo de guerra.

El libro cuenta la historia de Calusia, un soldado italiano con un sentido del honor a prueba de toda clase de derrotas, que se retira de la costa calabresa después de no haber podido repeler, junto a sus compañeros, el desembarco británico. Como ha hecho la promesa a su teniente, también fallecido en la batalla, de devolver sus restos a su familia, emprende un viaje hacia Nápoles para cumplir lo que considera una misión de lealtad hacia su superior. Calusia es un soldado modelo, de los que no acepta fácilmente la derrota. Es un muchacho muy joven y, por tanto, un idealista que ni siquiera ha tenido relaciones con mujeres, por lo que no sabe como tratar a éstas. La Italia que atraviesa Calusia es un país derrotado, a pesar de la fiera resistencia que los alemanes van a oponer al avance aliado. La mayoría de los italianos siente que esta ya no es su guerra (para muchos no lo fue en ningún momento) y lo único que quieren es que cesen la penalidades para poder volver a la vida sencilla de siempre. Por eso sienten que el verdadero enemigo no son los ejércitos combatientes, sino los propios compatriotas que se aprovechan de la situación para esquilmar los bienes básicos que aún quedan y hacer negocios con ellos en el mercado negro. La guerra no es solo muerte, sino también hambre y miseria. 

Todo esto es contado por Malaparte con un estilo sencillo, casi periodístico, que no da lugar a muchas veleidades literarias, más bien el lector parece estar ante una larga acotación teatral. Lo que interesa más bien al autor italiano es la creación de una atmósfera de guerra (no muy lograda) en la que se mueva su personaje, que va descubriendo en su camino que la vieja sociedad ha muerto y que en algún momento tendrá que tomar partido, porque su sentido del honor, las viejas promesas a un régimen difunto de poco le van a servir. De ahí su llamamiento a ganar, al menos, la guerra contra los ladrones, a buscar un poco de orden, de humanidad, en el caos absoluto de la Italia de la segunda mitad de 1943. Para quien lea a Malaparte por vez primera, mejor no acercarse a este libro, sino más bien al ya nombrado Kaputt, o a su famosa novela La piel, donde se aprecia en todo su esplendor la prosa del escritor italiano, ese Malaparte cuya mayor obra de arte fue su propia vida.  

UN INVIERNO EN LA PLAYA (2012), DE JOSH BOONE. DEMASIADA FELICIDAD.


Un invierno en la playa (título absurdo el que se ha escogido para este estreno en España) es una de esas películas que intenta ser amable a toda costa, seduciendo a cualquier clase de público: gente que busca cine independiente, historias sentimentales o incluso amantes de la comedia. Se me olvidaban los aspirantes a escritor, porque la familia protagonista es casi utópica en este sentido: el padre es un novelista de éxito que estimula a sus dos hijos para que se hagan escritores también y ellos no tardan en estar a la altura de las expectativas: la hija publica una novela en una prestigiosa editorial y el hijo un cuento de terror (con llamada telefónica incluida de uno de los maestros del género) en una de las más afamadas revistas del género. 

Pero no todo es perfecto en la vida de los Borgens (hasta el apellido es literario). William, el padre, está divorciado y se dedica a espiar la vida amorosa de su ex, de quien espera que vuelva. A su vez, la hija no perdona a la madre que se haya marchado a vivir con otro hombre y ha cortado toda relación con ella, lo cual estimula que su propia vida sexual sea una sucesión de polvos sin el menor atisbo de amor: un miedo al compromiso que en realidad es miedo al sufrimiento. El otro hijo, el de los relatos de terror, es de carácter mucho más romántico y sentimental y busca una relación problemática con una chica drogadicta, otro de los problemas que aborda la película.

Que no se preocupe el espectador. No nos encontramos ante un drama. Todos los conflictos van a ser resueltos de una manera más o menos artificial. Porque los Borgens, que gozan de un razonable bienestar material, están destinados a ser felices. Todos y cada uno de ellos. Por ello, Un inverno en la playa es una propuesta de visión agradable, pero insulsa en el fondo. Nos propone un retrato muy amable de la existencia, abordando temas muy serios desde una perspectiva un tanto frívola, por lo que la resolución de los conflictos es poco creíble. Lo mejor: las constantes referencias literarias que impregnan el relato, muy en consonancia con la profesión presente y futura de sus protagonistas.   

viernes, 14 de junio de 2013

EDIPO REY (1967), DE PIER PAOLO PASOLINI. EL HIJO DE LA FORTUNA.

Después de haber leido las tres tragedias de Sófocles que se conservan sobre el personaje de Edipo, asombra ver el tratamiento tan libre y a la vez tan respetuoso de Pasolini en su adaptación cinematográfica. La película nos muestra un mundo atemporal y bastante salvaje en el que todo parece conspirar para que se consume la tragedia del protagonista. La visión de la existencia por parte del director es terrible: la felicidad es pasajera y engañosa, el dolor acaba imponiéndose y nadie puede escapar a su destino, que no depende de la bondad o maldad de sus acciones. O quizá sí que exista una escapatoria. A Edipo lo pierde su curiosidad, el anhelo por conocer la verdad, aunque esta sea dolorosa. Durante sus indagaciones, va descubriendo poco a poco sus auténticos orígenes y, aun sospechando que llegar al final de las mismas va a acabar con su cordura, sigue adelante, por mucho que sea advertido en sentido contrario.

Edipo es una víctima inocente por sus acciones, pero culpable por indagar la verdad. Se descubre autor de dos de los crímenes más abominables: el parricidio y el incesto con la propia madre. La escena en la que el protagonista se arranca los ojos es memorable: como si toda la tensión acumulada estallara en un acto de suprema desesperación y de rabia contra sí mismo, como si a la ceguera física hubiera precedido una moral.  Franco Citti otorga sus mejores momentos interpretativos en los momentos clave, cuando su voz tiene el sonido de la absoluta desesperación. Silvana Mangano está muy correcta en su papel como esposa y madre, dotando de sensualidad a su personaje.

La estética de la que dota Pasolini es casi orínica y muy en consonancia con el origen teatral y mitológico de la historia. Los trajes, los objetos, los escenarios, son reducidos a su mínima expresión, casi como si fueran objetos simbólicos más que reales. Es esta una de esas obras que describen magistralmente la condición humana como un constante infortunio. Resulta irónico que a Edipo lo nombren "hijo de la fortuna", la diosa más caprichosa y voluble, que a veces es representada como la justicia, con una venda tapándole los ojos. Hay que recordar las palabras que un Edipo ya anciano, que ha estado años vagando como vagabundo ciego (en Edipo en Colono, de Sófocles) y que sigue lamentándose de su suerte:

"Cargué con una infamia, forasteros, cargué con ella, sin querer, ¡testigo de ello sea dios! Nada hay en todo ello que eligiera mi propia voluntad."

MOSCÚ NO CREE EN LAS LÁGRIMAS (1980), DE VLADIMIR MENSHOV. DESDE RUSIA CON AMOR.


Vista hoy, Moscú no cree en las lágrimas, film soviético que logró el Oscar a la mejor película extranjera en 1980, resulta muy interesante desde un punto de vista sociológico, para obtener una visión de como era la vida en la sociedad comunista de la segunda mitad del siglo XX (la película abarca desde finales de los cincuenta a los ochenta), el periodo en el que se consiguió una cierta prosperidad en las ciudades, aunque finalmente el sistema fracasó estrepitosamente. 

La vida de las tres jóvenes protagonistas, que habitan en una residencia comunitaria, se parece mucho, en sus aspiraciones, a las de cualquier mujer de occidente: escalar posiciones en su empresa y casarse con un hombre con buena posición social. Porque, por mucho que nos encontremos en un país socialista, las diferencias sociales siguen existiendo, como se pone de manifiesto en el episodio del apartamento que una tía presta durante un mes a su sobrina Katerina: una vivienda de lujo en un rascacielos en pleno centro de Moscú que no tiene nada que envidiar a las mejores viviendas neoyorkinas de la época. La noche moscovita también es animada (aunque con moderación) y los jóvenes salen a ligar y se entusiasman si se encuentran con celebridades soviéticas del momento.

A mí esta película me ha recordado a esas comedias que se hacían en nuestro país allá por los años sesenta, cuando se mostraba un Madrid espléndido y repleto de modernidades donde se movían unos personajes a los que se otorgaba premios o castigos según sus acciones, aunque todo terminaba siendo muy benévolo y por ello, poco realista. Es curioso como en la sociedad soviética ser madre soltera constituye un problema, pero no un estigma, ya que Katerina llega a desempeñar un puesto directivo en su empresa. También es interesante el personaje cuarentón y alcohólico, que todavía espera que el Estado le ofrezca una nueva oportunidad y así iniciar una nueva vida. Además, Gosha, el definitivo pretendiente de la protagonista es, a los ojos actuales, un machista que se enfada porque su futura mujer gana más que él... Moscú no cree en las lágrimas se hace algo larga y como película es simplemente correcta, pero despierta una enorme curiosidad, porque podemos asomarnos a la vida de gente corriente en un país de cuya realidad social se sabía poco en la época. Aunque se trate de una visión edulcorada y con muchas dosis de propaganda, algo de veracidad se acaba atisbando.

miércoles, 12 de junio de 2013

EL MIEDO A LA LIBERTAD (1941), DE ERICH FROMM. INDIVIDUALISMO Y SOMETIMIENTO.


Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de abordar la lectura de este libro son las circunstancias en las que fue escrito, cuando los ejércitos de Hitler se encontraban en el cénit de su poder y parecía que podían ganar la guerra y destruir el régimen de libertades que se había estado desarrollando en Europa en los últimos ciento cincuenta años. Porque ¿cuál es el estado natural del hombre, el sometimiento a una autoridad superior o el individualismo? Si tomamos el ejemplo de la Alemania nazi, tenemos un Estado que presiona al individuo de manera casi irresistible para que se una a la causa común, que se identifica con la nación. El individuo aislado no significa nada, solo tiene valor en unión con los demás, bajo la tutela de un hombre superior:

"(...) la oposición al nazismo no significaba otra cosa que la oposición a la patria misma. Parece que no existe nada más difícil para el hombre común que soportar el sentimiento de hallarse excluido de algún grupo social mayor. Por más que el ciudadano alemán fuera contrario a los principios nazis, ante la alternativa de quedar aislado o mantener su sentimiento de pertenencia a Alemania, la mayoría elegió esto último. (...) El miedo al aislamiento y la relativa debilidad de los principios morales contribuye a que todo partido pueda ganarse la adhesión de una gran parte de la población, una vez lograda para sí el poder del Estado."

Realmente la libertad humana no es un concepto del que podamos obtener una definición clara. Estamos limitados por nuestras necesidades básicas, que han de ser cubiertas para sobrevivir y después por nuestros deseos, algunos tan intensos que somos capaces de sacrificar cualquier cosa por verlos realizados. Hasta la Edad Moderna, la idea de libertad para la mayoría de los hombres era una especie de quimera, pues la situación más común era la dependencia absoluta a un señor, que a veces tenía derechos sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Se aceptaba que este era la relación natural del hombre con el mundo. Fromm sitúa los orígenes de la idea práctica de libertad en la Reforma Protestante, cuando se rechaza la idea de que la relación del hombre con Dios necesite intermediarios. Además, se acaba con la idea de que la clase social en la que se nace permanece inamovible toda la vida: el capitalismo incipiente logra que muchas personas que no pertenecen a la nobleza se enriquezcan por medio del comercio. Pero toda liberación tiene su lado oscuro, y en este caso la doctrina de Lutero (y la de Calvino en mayor medida aún) cargan sobre la conciencia humana el peso del pecado y la sujeción arbitraria a un Dios que ya ha decidido quienes se salvarán antes de que nazcan. La idea del libre albedrío desaparece, pero a cambio, la existencia virtuosa es una especie de señal de que se está entre los elegidos.

Con todo, la vida cotidiana nunca está exenta de peligros e inseguridades y el exceso de individualismo lleva al aislamiento. Hay una lucha permanente en el ser humano entre la necesidad de seguridad y la de libertad y a veces la balanza se inclina dramáticamente a uno de los dos lados. La Europa de los años treinta, asolada por la crisis económica, era terreno fértil para los fascismos. Cuando al hombre se le quitan sus medios de vida, se le empobrece y se siente insignificante, buscará el calor de la tribu, sacrificará con gusto su libertad a favor de la pertenencia a un ente superior en el que tenga aseguradas sus necesidades básicas a cambio de su obediencia absoluta. El premio es formar parte de una sociedad superior, de una comunidad nacional que no muestra debilidades. Es curioso como a muchos miembros del partido comunista no les costó ningún esfuerzo pasarse a los nazis: la idea es la misma, dejar de lado la individualidad para imbuirse en cuerpo y alma en un proyecto colectivo a las órdenes de una élite.

El sistema democrático tampoco está exento de peligros a juicio de Fromm, puesto que el capitalismo es esencialmente manipulador, porque su existencia se basa en gran medida en crear deseos artificiales en el consumidor, aunque su cumplimiento nunca le llevará a una satisfacción total. Además, somos prisioneros de la imagen que debemos mostrar ante los demás, porque somos prisioneros de los modelos con los que continuamente nos bombardea la publicidad. Si el autor alemán ya denunciaba el poder de la propaganda en los años cuarenta, imagínense lo que pensaría de nuestra época, en la que los multinacionales son ya más poderosas que los Estados. Para Fromm, la verdadera felicidad del ser humano se encuentra en el desarrollo de su creatividad:

"Producimos no ya para satisfacción propia, sino con el propósito abstracto de vender nuestra mercadería; creemos que podemos lograr cualquier cosa, material o inmaterial, comprándola, y de este modo los objetos llegan a pertenecernos independientemente de todo esfuerzo creador propio. Del mismo modo, consideramos nuestras cualidades personales y el resultado de nuestros esfuerzos como mercancías que pueden ser vendidas a cambio de dinero, prestigio y poder. De este modo, se concede importancia al valor del producto terminado en lugar de atribuírsela a la satisfacción inherente a la actividad creadora. Por ello el hombre malogra el único goce capaz de darle la felicidad verdadera - la experiencia de la actividad del momento presente - y persigue a cambio un fantasma que lo dejará defraudado apenas crea haberlo alcanzado: la felicidad ilusoria que llamamos éxito."

Al final, se aboga por un socialismo democrático, por un control de los poderes económicos por parte de un Estado constitucional que sirva a los fines de la comunidad, no exclusivamente a los de las grandes corporaciones. El control estatal de la economía, la disposición de normas contra la especulación financiera, no son ataques a la libertad, como muchos denuncian, sino una manera de hacer participar a todos en la vida económica, no como siervos de un sistema monstruosamente injusto, sino como garantes de un reparto equitativo de las riquezas.

lunes, 10 de junio de 2013

EL CRIMEN DEL PADRE AMARO (2002), DE CARLOS CARRERA. PECADOS ECLESIÁSTICOS.


El viernes celebramos una estupenda sesión del ciclo Literatura y cine, en la que celebramos un animado debate acerca del papel de la iglesia en la sociedad actual, al hilo de la excelente película de Carlos Herrera, que nos tuvo pegados a la silla durante dos horas. Aquí el artículo:

 http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/06/el-crimen-del-padre-amaro.html

viernes, 7 de junio de 2013

AZAFRÁN (2005), DE JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN. TRES RELIGIONES Y UNA CULTURA.


Ayer tuvimos el placer de contar con la presencia de José Manuel García Marín en la biblioteca, un especialista en novela histórica, cuya pasión por al-Andalus es patente, ya que a esta época ha dedicado más de una novela.  Comenzó su disertación estableciendo una definición de novela histórica, que es aquella narración con parámetros temporales definidos en la que, a la vez que se deleita al lector con una historia y unos personajes, se le sumerge en una época determinada para que la experiencia de la lectura esté unida al conocimiento de épocas pretéritas. El novelista debe ceder a la tentación de convertir su obra en un ensayo histórico, por eso García Marín utiliza la teoría del iceberg de Hemingway a la hora de abordar el género: la documentación exhaustiva es imprescindible para que la ambientación sea impecable, pero es mejor solo mostrar una pequeña parte de lo que se sabe y que lo demás quede solo sugerido. El lector interesado, que haya disfrutado de una buena historia, ya sabrá acudir a otras fuentes si quiere ahondar en sus conocimientos.

Azafrán nos traslada al siglo XIII, cuando ya se ha producido la batalla de las Navas de Tolosa y la entrada de las tropas cristianas en lo que actualmente es Andalucía, donde solo quedó el reino de Granada bajo dominio musulmán. Al principio de la novela encontramos a Mukhtar ben Saleh, el protagonista, un maestro musulmán que se ha visto obligado a convertirse al cristianismo que abandona su pueblo, Sanlúcar del Alpechín, para dirigirse a Granada, pues desea convivir entre gentes de su misma religión. Su largo periplo le va a llevar a Sevilla y a Córdoba, ya bajo poder cristiano, pero a la vez va a emprender un viaje mucho más importante: un viaje espiritual y místico en un intento de conciliar las tres religiones.

Lo que más me gusta del libro de García Marín es la posibilidad de mirar con otros ojos los paisajes, pueblos y ciudades que tan bien conozco y que conservan todavía numerosos vestigios de los siete siglos de presencia musulmana. Uno de los asuntos más interesantes que salió a colación durante el encuentro de ayer fue la polémica acerca de si lo que sucedió en el 711 fue estrictamente una invasión o se pareció más a una colonización de un territorio que se estaba desintegrando por guerras intestinas. Lo que está claro es que los musulmanes trajeron a estas tierras un sistema de gobierno mucho más avanzado y tolerante, a la par que al-Andalus se convertía en uno de los grandes centros de sabiduría a nivel mundial, un hecho que se refleja bastante bien en la novela, que puede interpretarse también como la narración nostálgica de la pérdida (tampoco hay que llegar a los extremos de denominar aquella época paraíso) de una cultura en la que convivían sin excesivos problemas tres formas de concebir el mundo, tres religiones que, después de todo, tienen una raíz común. Hablando de cultura y sabiduría, copio esta frase que resume bien los objetivos del viaje de Mukhtar:  

"No hay que confundir erudición con sabiduría. La cultura es necesaria porque nos hace libres abriéndonos nuevos horizontes, a los que no tendríamos acceso ignorantes. Pero la erudición es una acumulación de conocimientos generalmente en un único sentido; en cambio la sabiduría es interiorización, la asunción de esos conocimientos, de forma que modifica nuestra actitud ante la vida y los demás, porque nos crea consciencia."

El punto fuerte de Azafrán es, está claro, la perfecta ambientación conseguida, sin duda fruto de muchas lecturas y horas de investigación. Quizá sea algo más endeble en el planteamiento de la narración, donde prima mucho más lo descriptivo (la filosofía y las religiones en el al-Andalus, la mezquita de Córdoba, el ambiente en las poblaciones conquistadas) que la acción de los personajes, aunque esto tiene su justificación en que la verdadera meta de Mukhtar es la sabiduría espiritual. El lector tiene la sensación de que su camino no está regido por el azar, sino que una especie de ventura guía sus pasos, que le llevan siempre al umbral de la vivienda de un maestro, cuyo conocimiento va a desembocar donde el protagonista intuye que tiene que estar: a las puertas del conocimiento unitario de las tres tradiciones místicas, siguendo siempre la máxima: "considera que los otros seres forman contigo una unidad y de nada tendrás que defenderte." A mí desde luego, la lectura de Azafrán me ha abierto el apetito de profundizar en distintos aspectos e interpretaciones de la época del al-Andalus que desconocía.

TROPA DE ÉLITE (2007), DE JOSE PADILHA. VIGILAR Y CASTIGAR.


Resulta curioso que uno de los protagonistas de Tropa de élite, un policía que oculta su profesión ante sus compañeros, acuda a la facultad de derecho como alumno y realice un trabajo acerca de Vigilar y castigar, de Michel Foucault, el ensayo que estudia la evolución de las penas desde la Edad Media y como la vigilancia continua y la imposición de hábitos al delincuente parecen ser soluciones para su redención. Como el panóptico que ideó Bentham, las favelas son un espacio cerrado sobre sí mismo sometido constantemente a vigilancia por las fuerzas del orden. Sus habitantes nunca pueden saber cuando están siendo observados, cuando la policía va a caer sobre ellos saliendo de la nada (la especialidad de las tropas de élite que dan título a la película), por lo que los que se dedican al narcotráfico deben crear un sistema de contravigilancia, formado por niños apostados en puntos clave del laberinto de las favelas para tratar de avisar con bengalas cuando se produzcan estas incursiones. 

José Padilha retrata la vida cotidiana en las zonas más miserables de Río de Janeiro como una guerra permanente de todos contra todos, en la que la única forma de coexistencia consiste en una frágil tregua tácita por la que se consiente una presencia policial testimonial bajo control de las bandas (una de las denuncias más claras del film es que los policías convencionales tienen un sueldo tan escaso que han de complementarlo con los sobornos que les ofrecen los narcotraficantes). El frágil equilibrio de este ecosistema va a cambiar cuando el papa anuncie su intención de alojarse cerca de las favelas en uno de sus viajes a Río de Janeiro, lo que hará intervenir a la incorruptible unidad de élite de la policía, una institución de carácter fascistoide cuyo afán es cumplir las órdenes usando cualquier método que estime conveniente, entre ellos la tortura. No hay más que contemplar sus métodos de entrenamiento, aún más brutales que los del sargento Hartman de La chaqueta metálica.

Tropa de élite no es una narración de carácter moral. Padilha se limita a retratar las realidades más dolorosas de un país en el que sigue existiendo una muy estratificada división entre clases sociales. Los hijos de los burgueses lavan su conciencia acudiendo a la favela en representación de una Ong (con permiso de los narcotraficantes, los amos de la zona), pero aprovechan para consumir y traficar a pequeña escala. Mientras tanto, la policía de élite ejecuta su cruzada contra las drogas a sangre y fuego, sin importar las víctimas colaterales (niños incluidos) que va dejando en su camino. Un infierno de violencia y muerte del que no se puede salir, en el que los habitantes más pobres de Brasil deben tomar partido a favor de los delincuentes si quieren sobrevivir en el día a día y donde las autoridades del Estado son el enemigo. ¿No sería una solución más inteligente que ese mismo Estado asumiera el papel de los traficantes y afrontara esa responsabilidad? La película solo muestra las consecuencias de la política ciega que se ha seguido durante décadas y sus escenas de violencia, que recuerdan en ocasiones a las de Black Hawk derribado, de Ridley Scott, son un testimonio crudo de una realidad opresiva que sigue golpeando en el país del futuro, del que hablaba Stefan Zweig.