viernes, 28 de junio de 2013

EL HOMBRE DE ACERO (2013), DE ZACK SNYDER. EL EXTRANJERO QUE HACÍA MILAGROS.

Al igual que las leyendas urbanas sustituyen en la actualidad a los antiguos mitos, los héroes cinematográficos y del cómic son los equivalentes a los héroes de la antigüedad. En los últimos tiempos, el cine está procediendo a una puesta al día de estos iconos: se ha hecho una excelente labor de renovación con Batman, James Bond e incluso con Star Trek. Ahora le tocaba el turno al superhéroe más conocido, que había inmortalizado de manera inolvidable Christopher Reeve en la gran pantalla. Llevar a Supermán al cine significa un problema fundamental: se trata de un héroe demasiado perfecto, de poderes casi divinos y naturaleza nobilísima. Por eso esta nueva versión ha desconcertado a muchos, ya que presenta a un superhéroe mucho más humano de lo que el público está acostumbrado.

El inicio de El hombre de acero es auténticamente espectacular, mostrando ya el deseo de desvincularse de versiones anteriores. Krypton es presentado como una sociedad compleja que se encuentra en decadencia por luchas intestinas y ambiciones que han derivado en la inminente destrucción del planeta. Aquí se nos presentan dos personajes fundamentales: el padre de Supermán, interpretado por el carismático Russell Crowe y el general Zod, al que da vida Michael Shannon, muy lejos de la contención que mostró en el papel del agente Van Alden en Boardwalk Empire.

El Clark Kent que crece en la Tierra es un muchacho que se sabe diferente y que se aterra al descubrirse con tan extraños poderes. Snyder utiliza frecuentes flashbacks para insertar estos episodios de infancia y juventud, perdiéndose con ello profundidad en el desarrollo del protagonista a cambio de ganar en agilidad narrativa. Aquí cobra gran importancia el personaje del padre adoptivo de Supermán (interpretado por otra gran estrella, Kevin Costner), cuya relación con su hijo aparece como demasiado ambigua: si bien se supone que es el que inculca al superhéroe su amor por la humanidad, también le insta a esconder sus habilidades, aunque ello suponga la pérdida de vidas humanas. La escena de su muerte, con un Clark Kent obligado a la pasividad, tiene mucho más de ridículo que de trágico.

Como espectador tengo que decir que he pasado un rato muy agradable con El hombre de acero. Bien es cierto que no ha colmado mis expectativas (los avances de la película dejaban entrever que podía tratarse de una película mucho más completa) y que todo parece encauzado para mostrar una gran batalla en la última hora de metraje. Esta precipitación deja algunos errores que lastran el conjunto, como la relación entre Supermán y Lois Lane, que está narrada de forma atropellada y poco creíble, dando la impresión de que el director ha tenido que cortar bastantes minutos de material rodado para su posterior inclusión en su edición en dvd.

Resulta curioso como se ha potenciado en esta película la simbología religiosa de Supermán: se trata de un ser de otro mundo que es mandado por su progenitor al nuestro para ser criado por unos padres adoptivos hasta que a los treinta y tres años muestra en público sus poderes. Además, cuando tiene que tomar una decisión importante no se le ocurre otra cosa que visitar a un sacerdote. Uno de los aspectos más interesantes del film de Snyder es el tratamiento, que intenta ser realista, de la reacción que tendría la humanidad ante la existencia de un ser con poderes casi divinos. Lo lógico sería temerle, sobre todo por parte de los gobiernos, que temen lo que no pueden controlar. Además, la lucha que se entabla contra el general Zod y sus acólitos es una de las más destructivas que ha ofrecido el cine reciente: al mismo Supermán parecen importarle poco las víctimas civiles en su afán por derrotar a su enemigo (no hay más que ver la escena en la que se lanza impunemente contra una gasolinera cuando ha apresado a Zod).

En conjunto, El hombre de acero constituye un espectáculo muy disfrutable, repleta de imágenes que producen fascinación, aunque para ello haya que obviar algunos errores narrativos. Muestra a un Supermán mucho más brutal en el uso de sus poderes de lo que estábamos acostumbrados, sembrando una destrucción a su alrededor muy propia de estos tiempos en los que los estadounidenses viven temerosos esperando nuevos ataques terroristas. La interpretación de Henry Cavill es convincente, a falta de verle en el rol periodístico de Clark Kent. Carece del sentido del humor y el carisma que le otorgó Christopher Reeve al personaje, pero a cambio ofrece un punto de vista más serio y más atormentado, un Supermán que duda sobre su papel entre los humanos.      

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