martes, 23 de julio de 2013

EL ÚLTIMO (1924), DE FRIEDRICH WILHELM MURNAU. EL HOMBRE DEGRADADO.

Parece ser que el propósito de Murnau cuando concibió la idea de realizar El último fue el de criticar al estamento militar, pero de una manera encubierta, a través de la absurda devoción al uniforme que mostraban algunos de sus miembros. Pero, partiendo de esa premisa, la película de Murnau es mucho más. Para empezar, es una de esas obras de arte del cine que abren nuevos caminos, que utilizan todo tipo de avances técnicos (algunos de ellos, como los movimientos de cámara totalmente novedosos dejaron sorprendidos a los expertos del Hollywood de la época) y que sabe dejar todo el peso de la historia en los hombros de un actor de la talla de Emil Jannings, que era mucho más joven que su personaje cuando la película fue rodada.

El último fue una de las producciones más caras de su época (gran parte de su presupuesto fue para pagar los honorarios de su protagonista). El dvd de Divisa, en una de sus primorosas ediciones de los clásicos del cine mudo, contiene como extra un documental en el que explican por qué nos encontramos ante una película revolucionaria. Aparte de las innovaciones en los movimientos de cámara, la utilización de los decorados es un auténtico prodigio. Uno ve la película y no puede imaginar que la ciudad que tiene ante sus ojos está formada por edificios a escala, que los coches y las personas que transitan al fondo en sus populosas calles son meras figuras en movimiento y que la lluvia que cae de modo tan realista es en realidad el riego de las mangueras de unos coches de bomberos que se llevaron al rodaje.

Pero lo más interesante de El último es la historia en sí, la historia de un hombre ya casi anciano que se siente orgulloso de su trabajo como portero en un prestigioso hotel. Al protagonista le gusta lucirse con su ostentoso uniforme y se pavonea cuando vuelve a su barrio después de la jornada. Es como un pavo real totalmente inofensivo que muestra su plumaje para crearse una identidad ante los demás. Por eso, cuando es degradado a limpiar los lavabos y servir de toallero, es como si le arrebataran su ser. Y es ahí donde Emil Jannings otorga grandeza al personaje, cuando éste se da cuenta de lo frágil que era su posición, de que el poder que creía poseer gracias al uniforme no era más que una ilusión y que sin él no es nada, solo un juguete en manos de unos superiores para los que no es más que un instrumento. Un instrumento decrépito, por lo demás, algo que no se ahorran decirle. Esto conlleva la vergüenza y su ruina moral ante sus vecinos. En este sentido El último funciona como una perfecta fábula acerca de los auténticos valores de la sociedad capitalista, en la que las personas pueden creerse útiles y poderosas mientras lo toleren los que manejan los hilos, pero todo puede cambiar de un día para otro. Un día puede llegar la desgracia de improviso, como lo hacía en las tragedias griegas. Y el hombre descubre, demasiado tarde, que es una pieza totalmente prescindible y que puede ser sustituido por otra en mejor estado. El final, que no desvelaré, no está en consonancia con el resto de la película, pero Murnau, en una de las pocas aclaraciones escritas que se insertan en el film, tiene a bien aclararselo al espectador. 

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