jueves, 25 de julio de 2013

EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING (2013), DE JAMES WAN. ZONAS DE PENUMBRA.


Pasar miedo en una sala de cine es un placer extraño y morboso. El espectador sabe que nada de lo que va a ver en la pantalla es real, aunque entra en la sala con algo de inquietud, sobre todo cuando la película que va a ver está adquiriendo fama en el demasiadas veces decepcionante género del terror. La principal labor del director en estos casos es que el espectador entre de tal manera en la historia que olvide que está contemplando disparates para empezar a creer que hay algo de cierto en la trama. Y la manera más tradicional de hacerlo es basarla en hechos reales e incluso incluir entre sus protagonistas a alguien inspirado en una persona real (o, como en este caso, a Ed y Lorraine Warren, de profesión investigadores de lo sobrenatural, que salen hasta en la Wikipedia).

Y es que después de todo la gente sigue asustándose de las mismas cosas. Los terrores de la vieja escuela, basados en casas encantadas y posesiones demoniacas siguen siendo muy efectivos si se adaptan un poco a los gustos del público actual, aunque en esta ocasión, el mayor mérito de James Wan ha sido dotar a su película de un estilo clásico de dirección, tomándose su tiempo en presentar a los personajes y usando de manera magistral el terror psicológico, que va creciendo poco a poco hacia estallidos de horror puro que son tan breves como contundentes. El resto del tiempo del director de Saw es tan inteligente como para ofrecernos planos generales de las diversas habitaciones de la casa, llenos de objetos y de zonas de penumbra en la que podría estar agazapado cualquier clase de horror: puro juego psicológico con el espectador, que no puede sustraerse de lo que sucede en la pantalla, esta es la mejor baza de Expediente Warren a la hora de seducir a los que contemplan la película.

Otra cuestión, ya otro nivel más allá de lo cinematográfico, es si las productoras tienen derecho, con todas las de la ley, a asegurarnos que lo que se narra en la película está basado en hechos reales, lo cual no resiste el más mínimo análisis racional. Veamos las declaraciones de la auténtica Andrea Perron, respecto al suceso relatado, que ocurrió en su propia casa:

“Era un lugar extraordinario. Empezamos a ver espíritus tan pronto como nos mudamos a la casa. La mayoría de ellos eran benignos, incluso algunos de ellos ni siquiera parecía darse cuenta de que estábamos allí, pero la verdad es que ocho generaciones de familias vivieron y murieron en esa casa antes de nuestra llegada, y algunos de ellos nunca se fueron. Al principio, muchos de ellos parecían ser inofensivos como uno, que olía las flores, el que nos daba un beso de buenas noches a los niños en la cama cada día, o el espíritu que siempre cogía una escoba para barrer el suelo de la cocina." 

Es decir, que el caso real es aún más desmesurado que el que se nos muestra en pantalla, habiendo comenzado con una convención de varias generaciones de fantasmas, que en un principio eran amistosos. Son declaraciones que no se sostienen y que parecerían risibles si no fueran por la presunta seriedad de un asunto en el que presuntamente intervienen fuerzas maléficas. En la película los Warren son presentados como una especie de santos altruístas que son expertos en lo sobrenatural, sobre todo en su vertiente demonológica (tienen en el sótano de su casa una colección de muñecos y objetos siniestros, recuerdo de los casos que han resuelto en su lucha constante contra el maligno). ¿Serían así los auténticos Warren, o más bien se trataba de una pareja muy inteligente que se aprovechaba de la credulidad de la gente? Lo cierto es que, en la vida real, tenemos muchos testigos de estos casos, muchas declaraciones, pero ninguna prueba concreta de evento sobrenatural alguno. Y si no que se lo pregunten a James Randi. 

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