martes, 27 de agosto de 2013

MEMORIAS DE UNA JOVEN FORMAL (1958), DE SIMONE DE BEAUVOIR. LA INTELECTUAL BURGUESA.

A Simone de Beauvoir se la conoce sobre todo por haber sido la gran teórica del feminismo del siglo XX, pero su amplia obra trata otros muchos temas: el existencialismo, la responsabilidad individual o la libertad sexual. Leyendo Memorias de una joven formal, es difícil concebir que esa niña, nacida en una familia burguesa y educada de un modo clasista, llegara a convertirse en el icono filosófico que llegó a ser.

Beauvoir comenzó su existencia en un ambiente de tradición decimonónica, de un cristianismo rancio, en el papel del hombre y la mujer en el seno familiar estaban claramente delimitados. Su madre era joven y controladora. Debía obtener constantemente información acerca de las salidas, de las amistades y de las lecturas de la niña, algo que seguía sucediendo cuando la futura autora de El segundo sexo comenzó a ir a la Universidad, hasta el punto de que debió reunir valor para pedirle, junto a su hermana, que dejara de leer sus cartas. Su padre era un hombre peculiar, con una ideología que podríamos calificar casi de fascista, destinada ante todo a justificar los privilegios de ciertas familias, aunque sufrieran una decadencia económica, como era su caso. Paradójicamente, esta situación ayudó a Beauvoir a conseguir cierta independencia, puesto que la falta de medios alejó de su vida la sombra de un matrimonio concertado, algo muy común todavía en aquella época.

También fue por influencia familiar la transmisión, desde muy temprana edad, del amor por la cultura y los libros aunque, como ya se ha apuntado, sus lecturas fueran censuradas. En cualquier caso, la palabra escrita siempre es liberadora en cualquier ambiente opresivo. Aquella niña tuvo una experiencia inolvidable cuando obtuvo su primer carné de biblioteca:

"Me planté ante el panel reservado a las "Obras para la juventud", donde se alineaban centenares de volúmenes: "¡Todo esto es mío!", me dije deslumbrada. La realidad sobrepasaba mis sueños más ambiciosos: ante mí se abría el paraíso hasta entonces desconocido de la abundancia. Me llevé un catálogo a casa; ayudada por mis padres, elegí entre los libros marcados con una jota, e hice una lista; cada semana vacilaba deliciosamente entre múltiples apetencias."

Una de las primeras rupturas de Simone de Beauvoir fue la religiosa. Dejó de creer a muy temprana edad, resolviendo un pequeño conflicto personal entre sentimiento y razón a favor de éste último. Esto le hizo descubrir una inexorable condena a muerte que compartía con los demás seres humanos, pero sin el consuelo de la vida eterna. Una mente metafísica precoz, una joven intelectual cuyos intereses la apartaban de los demás, dedicando sus mejores esfuerzos al estudio, su auténtica pasión. Todos estos conflictos podían tener una salida:

"Si antaño había deseado ser profesora era porque soñaba ser mi propia causa y mi propio fin; ahora pensaba que la literatura me permitiría realizar ese deseo. Me aseguraría una inmortalidad que compensaría la eternidad perdida; ya no habría Dios para quererme, pero yo estaría en millones de corazones. Escribiendo una obra alimentada por mi historia me crearía yo misma de nuevo y justificaría mi existencia. Al mismo tiempo serviría a la humanidad: ¿Qué mejor regalo hacerle que libros? Ponía todo interés a la vez en mí y en los demás; aceptaba mi "encarnación", pero no quería renunciar a lo universal: ese proyecto lo conciliaba todo, halagaba todas las aspiraciones que se habían desarrollado en mí en el curso de esos quince años."

Respecto al amor, Beauvoir fue una mujer muy racional: no buscaba alimentar tanto la pasión a través de un hombre (su único intento, con su primo Jacques se saldó con un fracaso muy doloroso), sino su intelecto, de ahí que terminara enamorándose de alguien perfecto para ella: el filósofo Jean Paul Sartre, con quien la joven formal vivió una relación durarera y totalmente liberal que escandalizó a las mentes biempensantes. Esta fue quizá la mayor de las rupturas con el pasado, la más transgesora y el mayor fracaso de la educación burguesa que sus padres se esforzaron por inculcarle. 

Memorias de una joven formal no solo funciona como una autobiografía de la protagonista, sino que en sus páginas podemos obtener una estupenda visión de las costumbres y la cultura francesa de principios del siglo XX: los conflictos sociales, las tendencias filosóficas, la gran tragedia de la Primera Guerra Mundial... Pero lo mejor de todo es la sinceridad de la autora al exponer al lector sus pensamientos más íntimos y sus conflictos internos, convirtiendo el relato de su vida en ejercicio de profunda introspección y hasta de psicoanálisis. Las memorias de Beauvoir tienen su continuación en el volumen titulado La plenitud de la vida, en el que aborda con detalle su relación con Sartre, que solo es esbozada en esta primera parte.

3 comentarios:

  1. "La plenitud de la vida"... eso es. Veré de encontrarlo...

    ¿Y el comentario que unos amigos comunes le hicieron a Simone sobre Sartre: "¡Sartre piensa todo el tiempo!"

    También es notable su relación de amistad con la chica llamada Zaza y el final trágico que marca la obra.

    Todos a quienes les guste leer y además no orinen de pie deberían leer este libro...

    ResponderEliminar
  2. Muy divertida la última frase, Francisco. He dejado algunos temas del libro en el tintero, porque si no el artículo hubiera sido demasiado largo. En cualquier caso, no sé si es fácil encontrar la segunda parte, "La plenitud de la vida". Ya lo iremos intentando.

    ResponderEliminar