lunes, 30 de septiembre de 2013

EL MAESTRO Y MARGARITA (1966), DE MIJAÍL BULGÁKOV. MOSCÚ NO CREE EN SATÁN.

Ser escritor en la Unión Soviética, sobre todo en los años más duros del régimen de Stalin, era una profesión de riesgo. El caso de Bulgákov fue muy peculiar, en el dramático censo de los autores soviéticos de aquella época. A él le hubiera gustado emigrar, establecerse en un lugar donde pudiera escribir libremente, lejos de amenazas, de peligros, lejos del realismo socialista, obligado para todo intelectual que quisiera ser apoyado por el régimen. Se atrevió a solicitar a Stalin una petición en este sentido y fue el mismísimo Stalin el que le llamó por teléfono para pedirle explicaciones. El pobre Bulgákov, aterrado, no pudo sino pedir disculpas y declarar ante el jefe supremo que un escritor debe servir siempre a su patria.

Publicar una novela como El Maestro y Margarita en aquella tesitura, era una misión imposible y Bulgákov lo sabía perfectamente. No obstante, como sucedió con intelectuales de la talla de Vasili Grossman o Isaak Bábel, la necesidad de escribir, de ser crítico con la sociedad en la que vivía, era más fuerte que el miedo. El autor de Morfina, trabajó en su obra maestra durante toda la década de los años treinta, reescribiendo y destruyendo versiones y fue su mujer la que remató la novela después de su muerte. La primera versión, publicada en 1966, fue mutilada por la censura. Como sucede con otras muchas obras de aquella época, es casi tan milagroso que haya llegado hasta nosotros como los escritos más remotos de los sabios griegos. 

Porque, como bien pronto descubre el lector, El Maestro y Margarita es subversiva desde sus primeras páginas y critica la sociedad soviética de una manera tal que no deja títere con cabeza. En la escena inicial, dos escritores, que pasean por un parque, reciben una visita muy peculiar. Cuando el visitante les empieza a hablar de Cristo y Poncio Pilatos, ellos niegan la existencia de Dios mediante un argumento científico. El comunismo era en aquella época una religión, una religión que hacía profesión de fe atea y que creía en el materialismo histórico, cuya evidente conclusión sería la consecución del paraíso marxista sobre la Tierra. No importa los prodigios que lleven a cabo el diablo y sus compinches por todo Moscú: todo debe ser explicado de un modo racional: como trucos de magia o hipnotismo. Nada debe alterar el sistema de creencias socialista. Ni siquiera el diablo.

El diablo de Bulgákov tiene un cierto sentido de la justicia. Al menos con los protagonistas, Margarita y el Maestro. El resto de su Corte tiene un carácter más iconoclasta, un grupo de personajes de los que el más recordado es el gato Popota. Para mí son comparables a los marcianos de Mars attack!, la película de Tim Burton en la que se exponen las miserias de la sociedad norteamericana a través del ataque de unos seres invencibles que lo único que buscan es divertirse a nuestra costa. Luego está la historia de Poncio Pilatos, un contraste magnífico a las locuras que suceden por las calles de Moscú, cuyo estilo es, paradójicamente, de un intenso realismo. En él se puede apreciar un retrato un tanto insólito de Jesucristo, que aparece como un hombre extremadamente ingenuo y sencillo. En mi caso, El Maestro y Margarita, leída doce años después de la primera vez, sigue siendo una novela cuya gran fuerza estriba en su capacidad de denuncia social desde la sátira. Solo que en esta segunda lectura, carece de la capacidad de sorpresa de la primera. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI (2013), DE ALEX DE LA IGLESIA. VIVA EL MAL, VIVA EL CAPITAL.

La primera vez que leí que Alex de la Iglesia estaba preparando un proyecto titulado Las brujas de Zugarramurdi, pensé que iba a tratar un aspecto de nuestra historia escasamente visitado por el cine español (en realidad aquí podría abarcarse prácticamente cualquier episodio de nuestra historia, a excepción de la Guerra Civil). Se trata de un episodio de esos que alimentan nuestra leyenda negra, a pesar de que en aquella época la caza de brujas era práctica habitual en toda Europa. Sucedió en el año 1610 en Logroño, donde se celebró un famoso auto de fe en el que se quemó a siete mujeres en la hoguera, acusadas de brujería (más otras cinco que ya habían muerto o desaparecido, de las que se quemó una efigie). Como sucede en estos casos, había poca brujería y mucha maledicencia de los vecinos en un tiempo en el que cualquier acusación de ir en contra de la religión católica podía acabar muy mal para el acusado.

En cualquier caso, la película de Alex de la Iglesia poco tiene que ver con todo esto. Zugarramurdi se usa porque es un nombre vagamente conocido y suena muy bien para titular una historia de brujas. Pero igual podían haber sido vampiros, hombres lobos o extraterrestres, porque el guión no es más que una excusa para filmar el cine que le gusta a de la Iglesia: un híbrido entre comedia, terror y acción que en esta ocasión se le ha ido un poco de las manos y acaba siendo algo totalmente desmesurado, cansino y sin sentido. Y eso que Las brujas de Zugarramurdi tiene un comienzo prometedor. En estos tiempos en los que, al menos en mi ciudad, cualquier excusa es buena para volver a sacar los tronos a la calle y exhibir orgullosos las riquezas que atesoran las cofradías a mayor gloria de nuestro señor Jesucristo, es bueno que de vez en cuando podamos reirnos un poco de esta religión omnipresente en un Estado supuestamente laico y veamos a un atracador vestido de Jesucristo sacando una escopeta de la cruz que lleva a cuestas para asaltar - junto a compinches tan peligrosos como Bob Esponja o Minnie Mouse - un establecimiento de esos que compran oro a cualquier hora (otro de los grandes iconos de nuestro tiempo). Es en este comienzo donde el espectador puede apreciar al mejor Alex de la Iglesia, aquel que nos deleitó con pequeñas joyas como El día de la bestia, donde está presente un humor negrísimo que arremete sin piedad contra las creencias más arraigadas en nuestra sociedad. Además, todos los personajes han tenido problemas en sus relaciones sentimentales con mujeres, están arruinados por las pensiones que tienen que pasar a sus vástagos o no se atreven a romper con una vida familiar que ha destruido todas sus ilusiones. Quizá esto tenga que ver con el castigo que van a recibir más tarde...

Es una pena que, terminada la persecución, la llegada al pueblo de Zugarremurdi sea el comienzo de una película muy distinta, que usa y abusa del esperpento, del chiste fácil y de las persecuciones interminables y sin ningún sentido. Todos los personajes parecen competir en excentricidad, como si necesitaran en todo momento llamar la atención del espectador venga o no venga al caso, siendo el ejemplo más palpable la penosa actuación de Carolina Bang, que realiza el papel menos creíble (a mí me pareció que todo el rato miraba a la cámara como diciendo: "miren que buena estoy") en un film de personajes poco creíbles. Solo hubiera faltado que andara por allí la bruja Avería, dándole un toque aún más surrealista a la función. En su parte final, el guión parece haber sido escrito por los que diseñan los pasajes del terror en los parques de atracciones: todo muy previsible y demasiado fácil, como si a un espectador que ha pagado una entrada para ver una cinta de un director de prestigio no cupiera ofrecerle algo más que un producto que parece más concebido como un episodio convencional de una serie de televisión que como una película de gran presupuesto. Una lástima, Alex de la Iglesia es uno de los pocos directores verdaderamente originales que nos quedan y es capaz de hacerlo mucho mucho mejor.

FUN HOME, UNA FAMILIA TRAGICÓMICA. (2006), DE ALISON BECHDEL. EL ARMARIO ENTREABIERTO.

En el cómic norteamericano independiente existe toda una tradición de obras autobiográficas. Me estoy acordando ahora de la magnífica Blankets, de Craig Thompson, o de la obra de Chester Brown. Son historias en las que el protagonista no puede desarrollar su personalidad por culpa de la familia, la tradición religiosa o algún otro impedimento que puede impedirle la felicidad futura, consistente simplemente en disfrutar de la libertad de elegir quien quiere ser. En Fun Home, la autora Alison Bechdel riza el rizo y su padre adquiere un protagonismo similar en la historia que ella misma. De hecho, el cómic no es más que una excusa para indagar en la auténtica identidad de su progenitor, un hombre cuyo extraño comportamiento es evidente incluso para una mente infantil. 

Y es que el caso del padre de Bechdel es de manual: un homosexual reprimido que funda una familia tradicional a la vez que lleva una vida más o menos secreta dedicándose a montárselo con jovencitos que suele reclutar en sus clases (trabaja como profesor). Por fuera, es un hombre de orden, que mantiene su casa como una especie de cuartel con decoración kitsch, una casa antigua que requiere constantes reformas y limpieza, un hogar que esclaviza a todos sus miembros al igual que al cabeza de familia le esclavizan sus deseos. Como escribe Alison en una de las viñetas: "no utilizaba su artificioso ingenio para hacer cosas, sino para hacer que las cosas parecieran lo que no eran."

Pero a la vez que la protagonista descubre la verdadera naturaleza de su padre - que a la vez que no hace demasiado por ocultarla, actúa como si todo fuera normal - ella misma va explorando su homosexualidad, primero a través de los libros y después a través del sexo, lo que le hace acercarse más a su padre en una extraña relación de amor-odio. Por un lado hay comprensión, pero a la vez hay repugnancia por la sordidez con la que él vive el lado oculto (o semioculto más bien) de su sexualidad. Uno de los personajes más extraños es el de la madre, que conoce las aventuras de su marido y vive en un mundo privado de silencio y amargura. Fun Home es una novela gráfica no apta para todos los paladares, porque destila una valentía y sinceridad que pueden ser incómodas para algunos lectores. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

RUSH (2013), DE RON HOWARD. DEPRISA, DEPRISA.

No soy aficionado a la Fórmula 1. No sé quien lidera el Mundial en este momento ni me importa si Fernando Alonso hace o no podio. Pero, como amante del cine, me llamó la atención que Ron Howard (del que recientemente disfruté la magnífica El desafío, Frost contra Nixon) hubiera filmado una película acerca de la rivalidad entre dos grandes pilotos en la edad de oro de la Fórmula 1: los años setenta, cuando correr era un deporte de alto riesgo y no era raro que se produjeran accidentes mortales, lo que, supongo, era muy morboso para cualquier seguidor de este deporte.

Lo que cuenta Rush - y lo hace de manera magistral - es la relación amor-odio que se estableció en los circuitos entre el austriaco Niki Lauda y el inglés James Hunt. Sus personalidades no pueden ser más antagónicas. El inglés era un tipo extrovertido, mujeriego, de comportamiento frívolo, que parecía correr más por diversión que por otra cosa. Niki Lauda era un hombre calculador, antipático y poco sociable. Él corría porque se consideraba a sí mismo el mejor y quería demostrárselo al mundo (demostrárselo a sí mismo no le hacía ninguna falta). Para Lauda las carreras eran un reto contínuo y una forma de vida, una forma de ganar dinero. Por eso consideraba que la felicidad vital era un obstáculo para sus objetivos, por lo que intentaba evitarla. Su entera existencia estaba consagrada a diseñar el mejor vehículo y a entrenar obsesivamente. Su momento más dramático, el famoso accidente que casi le cuesta la vida, fue para él una especie de incidencia molesta, cuya consecuencia más grave no fue quedar deforme para el resto de su vida, sino perderse algunas carreras y dejar que Hunt se le acercara en la clasificación. La escena en la que Lauda vuelve a correr, tan solo mes y medio después del accidente resulta realmente inquietante. ¿Qué es lo que hace que este hombre continúe como si nada donde cualquier otra persona hubiera tirado la toalla? Realmente la temporada de 1976 fue un acontecimiento épico y esto Howard lo sabe transmitir muy bien. 

Rush es una película con muchos aspectos destacables. El primero de ellos, la dirección de Howard, que transmite toda la emoción y el peligro de las carreras filmando este deporte de una manera absolutamente espectacular. El segundo, el guión de Peter Morgan, muy equilibrado a la hora de retratar la intimidad y la personalidad de ambos corredores, no tomando partido por ninguno. Los mejores momentos son los breves instantes en los que ambos contendientes se miran, conversan y se insultan. Parece que hay una actitud hostil entre ambos, pero en realidad se trata de respeto y reconocimiento. El tercer aspecto a destacar es la soberbia interpretación de Chris Hemsworth y Daniel Brühl, que se apropian de sus personajes (y no solo por el parecido físico de ambos) y saben otorgarles la necesaria profundidad para que el espectador se interese por ellos. Quizá estemos ante la película definitiva sobre el mundo de la Fórmula 1 y las carreras en general.

lunes, 23 de septiembre de 2013

DELITOS Y FALTAS (1989), DE WOODY ALLEN. CRIMEN SIN CASTIGO.

Para mi gusto, nos encontramos ante la mejor película de Woody Allen, por los temas universales que trata y por el estupendo equilibrio entre comedia y tragedia de su historia. Magnífico reparto y magnífico guión que generaron un interesantísimo debate en la última sesión de Literatura y cine. Muchas gracias por la valiosa aportación de todos los asistentes. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/09/delitos-y-faltas-de-woody-allen.html

EL RAYO QUE NO CESA (1936), DE MIGUEL HERNÁNDEZ. EL CUCHILLO DEL AMOR.

Miguel Hernández uno nuestros mártires literarios en un siglo XX que por desgracia fue abundante en ellos. Este hijo de pastor de cabras, que tuvo que seguir el oficio familiar por imposición de su padre, que rechazó una beca para que siguiera estudiando con los jesuitas. De todas formas, la vocación poética de Hernández ya estaba asentada y dedicaba sus horas muertas en el campo a la escritura, convirtiéndose en una persona autodidacta gracias a sus amistades y a ese gran invento que nunca llegaremos a apreciar en su justa medida que son las bibliotecas públicas. 

Sorprende que muchas de sus poesías sean auténticas odas a la religión, al orden tradicional y contra la subversión de los huelguistas en el campo. Cuando escribe El rayo que no cesa, Miguel Hernández está atravesando una honda crisis vital, ideológica y - sobre todo - amorosa, de ahí que parezca haber incoherencia temática entre unos poemas y otros. El amor no correspondido es para el poeta motivo de sufrimiento y a la vez le otorga energías para seguir evocando a la mujer amada:

Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.

La metáfora del cuchillo vuelve a repetirse más adelante, aceptando una agonía interminable como tributo de enamorado:

Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.

En uno de sus más memorables fragmentos, el poeta evoca el regreso de los labradores después de un día de trabajo. Para él el regreso es triste, ya que nadie le espera para besarle:

Por una senda van los hortelanos
que es la sagrada hora del regreso
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción, y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.

Mención aparte merece la Elegía a Ramón Sijé, la desesperación ante la muerte del amigo más querido:

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

El amor y la muerte unido en uno de los mejores libros de poesía que pueden leerse en lengua castellana. La vida le fue arrebatada demasiado pronto a este pastor poeta. Los mismos que le mataron, de enfermedad, de pena, intentaron silenciar su voz, destruyendo sus libros. No lograron sino el efecto contrario, que el testimonio de Miguel Hernández se alzara contra ellos a través de la denuncia más contundente: su propia vida y su propia muerte. Su palabra.

viernes, 20 de septiembre de 2013

GEMMA BOVERY (1999), DE POSY SIMMONDS. FLAUBERT EN NUESTROS DÍAS.

Madame Bovary es una de esas novelas que uno va leyendo en diferentes momentos de la vida, cuya cualidad principal es la de aportar siempre algo nuevo, como si el autor hubiera empleado los años transcurridos entre una y otra lectura en modificar el texto precisamente para sorprenderme con la fragilidad de mis recuerdos. Ante una obra así, que nunca termina de decir todo lo que tiene que decir, lo lógico es querer saber más, buscar las interpretaciones de otros, a través de ediciones críticas, de adaptaciones cinematográficas o de estudios tan penetrantes como La orgía perpetua, de Mario Vargas Llosa. Hace ya tiempo que es universalmente aceptada la idea de que un buen cómic puede proporcionar sensaciones tan profundas como las de la mejor literatura. Un buen ejemplo es esta descontextualización de la obra de Flaubert, llevada a cabo por Posy Simmonds, a la que yo conocía por alguna que otra referencia, pero sin haberme acercado todavía a ninguna obra suya.

La protagonista de Gemma Bovery guarda muchos puntos en común con el personaje de Flaubert, incluso en su psicología y su retrato está casi tan cuidado como el de la heroína literaria. Lo original aquí es que el relato está narrado desde el punto de vista de un vecino del matrimonio Bovery, que ha trasladado su residencia desde Londres a un tranquilo pueblo de la Normandía francesa. Gemma ha convencido a su pareja buscando los encantos de la vida tranquila en el campo. Lo que va a encontrar, al igual que su coétanea literaria, es un inmenso aburrimiento, del que intentará salir viviendo una aventura con un amante bastante más joven que ella. El panadero sigue los pasos de Bovery y narra lo que ve (ayudándose de los diarios de Gemma, que ha robado después de su muerte) como un auténtico voyeur (los lectores también hemos de considerarnos voyeurs) y nos descubre a una mujer absolutamente egoista, pero a la vez dotada de un encanto muy especial del que no puede sustraerse el lector.

Los dibujos de Posy Simmonds, sencillos y muy expresivos son ideales para este relato que se mueve entre el cómic y la literatura y que a veces nos da la impresión de ser una novela con ilustraciones, pero realizada con la mejor técnica del cómic. Gemma Bovery es un juego continuo entre realidad y literatura, un goce y a la vez un suplicio para el panadero que atisba la fatalidad, como si, a sus ojos, Gemma y Charles estuvieran destinados a vivir los mismos hechos que los personajes literarios, aunque él no acabe de creerse que tales coincidencias sean posibles. Como él mismo dice en cierto momento: "la Vida rara vez imita al Arte. El Arte siempre tiene un porqué, mientras que la Vida..."

martes, 17 de septiembre de 2013

FRAUDES PARANORMALES (1982), DE JAMES RANDI. CONTRA EL PENSAMIENTO MÁGICO.

La escena es inolvidable: Uri Geller, el famoso psíquico, entra en un plató de televisión exhibiendo una amplia sonrisa. Lo ha hecho decenas de veces en los últimos años. Se encuentra en la cúspide su fama y es solicitado por los medios de todo el mundo. Geller saluda al presentador, toma asiento y, de repente, su rostro se ensombrece. Sobre la mesa del plató hay cucharillas, relojes y otros objetos. El presentador le informa de que han preparado todo ese material para que muestre sus poderes, como hace habitualmente. Sin embargo, el hombre que dice poseer poderes sobrenaturales empieza a contestar con evasivas: casualmente ese día no se siente con fuerzas para mostrar sus habilidades.

¿Qué ha sucedido aquí? Algo muy simple. Cuando el interlocutor de la persona que asegura tener poderes es alguien escéptico y quiere tener un cierto control sobre su actuación, el presunto hombre-milagro se echa atrás. El presentador del programa, que había sido mago en su juventud, era amigo de James Randi y le pidió consejo para desenmascarar a Geller. Éste simplemente le recomendó que los objetos que hubiera de utilizar no hubieran sido previamente manipulados por éste. Así, los presuntos poderes paranormales del invitado se desvanecieron estrepitosamente. No obstante, este episodio tan penoso no significó el fin de la carrera de Geller. Mucha gente siguió creyendo en él. Y es que es muy difícil luchar contra el deseo de la gente de creer en lo sobrenatural, aunque una simple mirada crítica y objetiva revele que los presuntos dones inexplicables por la ciencia no son más que vulgares trucos de magia.

Ante lo que él consideraba una estafa monumental, James Randi, un antiguo mago, decidió dedicar su vida a desenmascarar a quienes aseguraban poseer poderes sobrenaturales. A este efecto, declaró públicamente que pagaría diez mil dólares a quien pudiera probarle, bajo condiciones de laboratorio, que tales poderes eran ciertos. Desde entonces cientos de candidatos han intentado hacerse con el dinero y la fama que implicaría superar el reto. Después de muchos años (en 1996 subió la apuesta a un millón de dólares), Randi ha declarado que su dinero nunca ha estado más seguro: los poderes no salen a luz cuando hay un ojo crítico auscultando. Y es que una cosa es engañar a quien está predispuesto a ser engañado y otra muy distinta hacerlo con alguien como James Randi, que conoce todos los trucos (y que además sabe que siempre suelen ser los mismos). Pero lo más preocupante es que hay personas brillantes, incluso científicos que se empecinan en seguir avalando los fenómenos paranormales, como si ante ciertos hechos se evaporara su espíritu crítico:

"Una vez que un individuo, especialmente una persona brillante, se encierra en un sistema de fe que ofrece comodidad y respuestas universales, entonces la naturaleza le proporciona innumerables mecanismos para evitar enfrentarse a los desafíos incómodos para dicha creencia."

Por supuesto, entre estas creencias está la fe religiosa, un fenómeno absolutamente respetable cuando se trata de una fe tolerante, pero que se basa sobre todo en la esperanza del hombre de encontrar un sentido sobrenatural a la existencia, algo imposible de probar científicamente. Algo que se asemeja bastante a esta fe religiosa es la ufología, la creencia de que somos visitados por seres de otros mundos. El propio Randi realizó un curioso experimento al efecto: un día siendo entrevistado por la radio, declaró haber sido testigo aquella misma noche de un avistamiento ovni: describió las naves y sus movimientos tratando de hacer creible el relato. Al instante empezaron a recibirse numerosas llamadas telefónicas de personas que aseguraban haber visto lo mismo esa noche. La gente quiere creer.

Fraudes paranormales es un libro imprescindible para cualquiera que quiera conocer un poco mejor los mecanismos que conforman la naturaleza humana. El tono de Randi es directo y combativo, como corresponde a quien está emprendiendo una batalla contra la superstición y las supercherías que a la gente le da por creer. A veces resulta hasta humorístico. Otra anécdota: en una clase de instituto, Randi repartió entre los alumnos cartas astrales basadas en sus fechas de nacimiento. Preguntados posteriormente, casi todos aseguraron que lo escrito coincidía casi por completo con las circunstancias de su vida. Después Randi les sugirió que intercambiaran su propia carta astral con la del compañero. Resultó que todas eran iguales. 

Aquí les dejo un interesantísimo documental sobre su figura. Y les prevengo, para los que asisten habitualmente y para quienes se quieran acercar, que la próxima sesión de Literatura y cine tendrá mucho que ver con James Randi:

http://www.youtube.com/watch?v=UEFojGEkMpg

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA MUJER QUE LLORA (2013), DE ZOÉ VALDÉS. SOBREVIVIR A PICASSO.


Viviendo en Málaga uno no puede sustraerse a la influencia de Picasso, que nació aquí como por accidente, ya que nunca mostró especial amor o vinculación a esta ciudad. A veces parece que la programación cultural malagueña esté diseñada casi en exclusiva para rendir pleitesía al gran genio. Ciertamente, la creación de su museo ha dado buenos réditos a la ciudad, pero por contra, desplazó al limbo a la más que digna colección del Museo de Bellas Artes que le precedió en el edificio del Palacio de Buenavista, como si el pintor malagueño eliminara con su sola presencia cualquier atisbo de competencia artística.

La novela de Zoé Valdés, con la que seguramente mantendremos un encuentro enmarcado en los actos del Octubre picassiano, se centra en la relación de Picasso con Dora Maar, fotógrafa y pintura surrealista que mantuvo una relación casi masoquista con el artista, que la dejó marcada de por vida:

"Pablo Picasso era más grande que Dios. ¿Cómo podía ella no ofrendarle toda su fe? Le dio su vida. Y él hizo con su vida lo único que sabía hacer, la desangró y con su sangre la pintó. La mujer que llora, que llora, que llora... Con letanía... la palabra "llora" retumbó en el techo morisco calado y repujado en rojo y dorado."

El discurso de Dora Maar que se inserta constantemente en la narración de la novelista cubana parece una letanía de justificaciones, una eterna tortura en el alma de la artista, que intenta dar sentido a sus años de amor y odio pasados junto al malagueño. Un Picasso que, al parecer, disfrutaba haciendo sufrir a su amante, despreciando su talento, organizando orgías en las que ella solo podía mirar, no participar, haciéndole regalos envenenados... Pero ella, como todos los que se acercaron a Picasso, no podía sino aguantar los continuos desaires en pos del intenso amor que decía sentir - aún años después de haber sido abandonada por él - por quien, después de todo, consideraba un genio más allá de lo divino o lo humano.

Así les sucede también a los otros dos personajes, James Lord y Bernard Minoret, que realizan un extraño viaje a Venecia junto a Dora Maar en el que la sombra de Picasso parece seguirles, burlona, a cada paso que dan. Un Picasso evocado como un ser superior, una fuerza de la naturaleza en lo artístico y un minotauro cuando descarga su energía sexual. Zoé Valdés consigue su objetivo de reivindicar a la artista parisina, aunque en ningún momento logra que el lector sienta que fue algo más que un mero apéndice del universo picassiano, un juguete roto en manos de un artista que la moldeó a su gusto para finalmente arrojar los restos a la basura. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

VUELTA DE TUERCA (1898), DE HENRY JAMES. LOS FANTASMAS NEBULOSOS.

El comienzo de la nueva temporada de clubes de lectura no ha podido ser más positivo: una asistencia numerosa a la biblioteca Cristóbal Cuevas, nuevos amigos que se incorporan a las sesiones y un debate muy interesante, en consonancia con la ambigüedad de la obra de Henry James, una historia de fantasmas que se puede calificar como novela psicológica. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/09/otra-vuelta-de-tuerca-de-henry-james.html

jueves, 12 de septiembre de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS (2004), DE ALBERTO MÉNDEZ Y DE JOSÉ LUIS CUERDA (2008). EL LIBRO DE LAS DERROTAS.

Desde hace tiempo hay voces en España que aseguran que uno de los grandes males de nuestro país es no haber olvidado la Guerra Civil. No estoy de acuerdo, aunque tampoco lo estoy con la utilización que se hace de la misma como si hubiera sucedido hace dos días, cuando pronto estaremos conmemorando los ochenta años de su comienzo. En cualquier país civilizado la situación al respecto estaría normalizada desde hace mucho tiempo, pero aquí sus fantasmas aparecen frecuentemente en la contienda política. La Guerra Civil es un acontecimiento histórico doloroso. Pero un acontecimiento lo suficientemente remoto como para hablar de ella sin abrir heridas. Y esto es, a mi juicio, lo que hace Alberto Méndez en Los girasoles ciegos: un retrato que da voz a la desesperación de los vencidos, gente que lleva a cuestas una derrota sin ni siquiera poder apelar a la dignidad, puesto que han quedado atrapados en el territorio de un enemigo cuya política es la del exterminio de los restos del bando opuesto.

La del Alberto Méndez es una historia singular en el universo de la literatura. Militante izquierdista, después de una vida vinculada a diversas editoriales, en su madurez escribió este pequeño libro de relatos, que sorprendió a los críticos por su enorme calidad. Es realmente insólito que un hombre que no había publicado anteriormente nos haya dejado este maravilloso legado literario, precisamente publicado el año de su muerte. Así Méndez pasó a engrosar esa lista de escritores que apenas pudieron gozar del éxito en vida.

Los girasoles ciegos es un libro de relatos unidos por la idea de que la derrota no tiene nada de digno o de romántico, sino que es algo sórdido. El hombre encarcelado mientras espera la hora de su fusilamiento o el que se esconde como un animal acorralado esperando cada día que vengan a atraparlo han suspendido su humanidad sustituyéndola por una supervivencia atroz y torturada. El protagonista del primer relato, el capitán Alegría, no puede soportar pertenecer al bando de los vencedores y se entrega como prisionero a los Republicanos el último día de la guerra, como si con este acto irracional quisiera dar una lección de dignidad a los vencedores. El segundo relato transcribe el diario de un joven que ha caído en un limbo de desesperación, aislado en las montañas después de perder a su mujer y a su hijo en un viaje de huida hacia ninguna parte. En el tercer relato encontramos a un sentenciado a muerte que intenta prolongar su existencia, como lo hizo Scheherazade en Las mil y una noches, a través de una narración que embelesa a su futuro verdugo: la narración ficticia de los últimos días del hijo del presidente del tribunal que firma las condenas a muerte en una prisión.

El último relato, titulado Los girasoles ciegos, es, sin desmerecer al resto, el más logrado de los cuatro. En él se cuenta la historia de una familia en la que el marido vive escondido en la misma casa que habitan. Escrito a través de varias voces, quizá la que más ternura produce es la del niño, que es sobre quien al final recae el peso de todas las desgracias, por lo que debe aprender prematuramente a mentir como los adultos, aún sin comprender muy bien por qué debe hacerlo. Como su madre, debe llevar una doble vida, una en el país del fascismo triunfante y la otra en el pequeño santuario que constituye su hogar, un lugar cada vez más asfixiado por el miedo:

"Hablar siempre en voz baja es algo que, poco a poco, disuelve las palabras y reduce las conversaciones a un intercambio de gestos y miradas. El miedo, como la voz queda, desdibuja los sonidos porque el lado oscuros de las cosas sólo puede expresarse con silencio."

El otro gran personaje, el diácono, representa al vencedor inseguro de los valores por los que ha luchado, que se va convenciendo poco a poco a sí mismo de que tiene derecho a quedarse con los despojos del enemigo. La adaptación cinematográfica de José Luis Cuerda, muy correcta, pone énfasis en la evolución de este personaje atormentado, un joven eduado en valores religiosos al que se le ha obligado a cometer atrocidades en la guerra, al que las autoridades han estimulado su instinto de matar, pero que debe reprimir sus impulsos sexuales. Toda una metáfora de la religión franquista que empezaba su andadura sumiendo a nuestro país en una larga noche. 

martes, 10 de septiembre de 2013

SUEÑOS OLÍMPICOS.

Soy de los que no deseaban que les dieran los juegos a Madrid. No creo que un país como el nuestro, que recorta cada día en educación, sanidad y derechos sociales, tenga que emprender los gastos que conlleva la celebración de un evento de estas características. Además, estamos hablando de una ciudad que, si no estoy equivocado, arrastra una deuda de siete mil millones de euros.

Pero todo esto parece quedar en segundo plano si lo comparamos con el papel que la candidatura de Madrid ha realizado en Buenos Aires. Sencillamente indescriptible. Los cómics de Mortadelo y Filemón dedicados a eventos olímpicos suelen comenzar con una reunión del Comité Olímpico Español en el que unos señores bien cebados se dan un banquete a costa del contribuyente para decidir el reparto del pastel. Parece que Ibáñez no va muy desencaminado cuando observamos el comportamiento de nuestros representantes que llevan al extranjero los hábitos adquiridos en nuestro país. Y así pasa lo que pasa...

No voy a hablar del discurso en inglés de Ana Botella, del que ya se han vertido ríos de tinta. A mí lo que más me llamó la atención fue la rueda de prensa que ofreció la delegación española el día anterior. Allí estaban el presidente del Comité Olímpico, con rostro de extrema preocupación, el presidente de la Comunidad de Madrid, absorto en su propio mundo y Ana Botella, tan relajada y tan segura de sí misma que rechazó llevar puestos los cascos de traducción simultánea. Cuando llegó el momento de atender una pregunta en inglés, ella miraba al periodista con sonrisa forzada, dando una imagen de suficiencia. Le preguntaron por el paro en España. Ella respondió aludiendo a que la candidatura de Madrid tenía casi todas las infraestructuras terminadas (primero nombró la cifra del noventa por ciento, luego la bajó al ochenta) en un discurso inseguro en el que repitió la misma idea varias veces. El rostro del presidente del COE se descomponía. Le dijo, a micrófono abierto, que eso no era lo que le habían preguntado. Ella lo miró como restando importancia al incidente. ¿Qué importancia tiene, si en España se contesta siempre así? ¿Cuándo se ha visto a un político en España responder concretamente a lo que se pregunta? Esta práctica, que sirve en nuestro país hasta que a los periodistas se les ocurra dar carpetazo y dejar de acudir a ruedas de prensa prefabricadas, es desconocida en el extranjero por lo que, es posible que si Madrid tenía alguna posibilidad de ser elegida - y estoy siendo muy optimista con la candidatura - se frustró en ese momento.

Y es que cualquier miembro del COI que investigara un poco acerca de los representantes madrileños podría informarse sin muchos problemas acerca de que el presidente de la Comunidad (¿qué será eso de la Comunidad?, se preguntarán) está implicado en un oscuro caso con un carísimo ático marbellí de por medio. Y de Ana Botella, descubrirán que se cubrió de gloria marchándose a pasar el fin de semana en un relajante Spa en medio de la tragedia del Madrid Arena. La gente de más confianza para liderar un evento de las características de una Olimpiada. Además de todo esto, la delegación española se caracterizó por la típica opacidad de la política de nuestro país. Llevaron al doble de miembros que las otras ciudades y después se negaron a facilitar a los medios la lista de invitados, entre los que estaba el alcalde de mi ciudad, Málaga, porque por lo visto Madrid se había comprometido a celebrar algún partido de fútbol en la Rosaleda. Mi alcalde dejó huella, ya que en pleno discurso del Príncipe, mantenía una animada conversación con Jorge Moragas, algo que hizo que doña Letizia les pidiera silencio. También acudió la alcaldesa de Valencia, otra mujer fuera de toda sospecha, en cuya ciudad se han celebrado eventos deportivos muy provechosos (sobre todo para unos cuantos).

El día siguiente fue el del famoso discurso de Ana Botella, de una expresividad tan forzada, que daba incomodidad contemplarlo, aun dejando a un lado el exceso de maquillaje y el llamativo peinado de la ponente. ¿Es extraño que eliminaran a Madrid en primera ronda? ¿Quienes eran los que estaban en la Puerta del Sol falsamente ilusionados y la emprendieron con unos sonoros "¡Hijos de puta!" cuando se anunció la eliminación? ¿Los constructores y sus familias? Qué ridículo tan espantoso. En cuanto nuestros políticos llevan sus formas y su descaro fuera de las fronteras de España, salen escaldados. No importa, siempre se puede culpar a la corrupción del COI (nunca a la nuestra), a la envidia que nos tienen o a diversas conspiraciones. Ahora, por favor, que nos digan si piensan gastar el dinero que iban a emplear en un evento de tres semanas en temas verdaderamente necesarios y durareros. Que salgan de la nube olímpica y pongan los pies en el suelo. 

EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (1949), DE JOSEPH CAMPBELL. LAS RAÍCES DEL MITO.

Aunque nacido en Estados Unidos, Joseph Campbell fue uno de esos hombres que desde muy temprano se sienten ciudadanos del mundo o más bien, en su caso, un hermano de todos los hombres. Se interesó por diversas tradiciones culturales, quedando fascinado por la filosofía hindú. Su gran obsesión, reflejada en El héroe de las mil caras, fue establecer la pauta que guía las diversas religiones y sistemas mitológicos, sobre todo en cuanto a la habitual presencia de un héroe que es capaz de penetrar a través de la fina tela que nos separa del mundo sobrenatural:

"El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos."

En estas historias, la humanidad debe muchos de sus conocimientos - tanto espirituales como materiales - al héroe benefactor, que se ha atrevido a emprender un arriesgado viaje en busca del conocimiento secreto. Cuando regresa, es como si renaciera después de una muerte fingida. Y sus hermanos sufren con él esta especie de renacimiento en el que pueden entrever cual es el sentido de una existencia que había sido oscura hasta ese momento. Es decir, el héroe despierta algo que siempre había estado dentro de sus semejantes, algo que les relaciona con la divinidad, una realidad que nunca habrían podido conocer si no llega a ser por la hazaña del héroe.

Estudiando todas estas mitologías con tantos puntos en común, Campbell llega a la conclusión de que el hombre contemporáneo, al rechazar el mito o racionalizarlo, no podemos hacernos partícipes de los beneficios en cuanto a pertenencia plena a una comunidad y sentido de la existencia que estos otorgan (una función que hasta hace poco desempeñaba la religión en nuestra sociedad). El antropólogo hace uso del psicoanálisis, analizando algunos sueños muy comunes para probar que los arquetipos universales (un concepto de Jung) siguen estando presentes y son compañeros inseparables del hombre, dándose así expresión simbólica a los deseos y miedos inconscientes que intentamos que no salgan a flote en la existencia cotidiana.

Uno de los aspectos por los que más se recuerda El héroe de los dos caras es la descripción de las diferentes etapas del viaje del héroe, que suelen estar presentes, a veces de manera tan similar que sorprende, en los relatos de las mitologías de todo el mundo. No es extraño que George Lucas se inspirase en este libro para filmar el viaje de su héroe, Luke Skywalker y que éste tuviera una aceptación tan inmediata en todo el mundo. Lucas se acogía a una fórmula que llevaba siglos funcionando.

lunes, 9 de septiembre de 2013

ELYSIUM (2013), DE NEILL BLOMKAMP. CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE.

Después del éxito de la magnífica Distrito 9, todo un alarde de imaginación en el difícil género de la ciencia ficción, la siguiente película de Blomkamp era muy esperada, pues el éxito de su opera prima le otorgaba la capacidad de rodar la historia que quisiera y con un presupuesto mucho más abultado.

En Elysium Blomkamp sigue ofreciéndonos su visión sombría del futuro. Nos encontramos a mitad del siglo XXII y la Tierra es un planeta moribundo y sin futuro. La superpoblación ha provocado que la gente se hacine en unas ciudades que se parecen a inmensos barrios de fabelas en los que desapareció hace mucho tiempo la esperanza de un futuro mejor. Porque ese mundo mejor existe, sí, y está en el cielo, como aseguran la religión católica, pero no es un lugar invisible al que se va después de morir, sino que es apreciable a simple vista: se trata de una enorme estación espacial en la que se ha creado un hábitat comparable al de las urbanizaciones más lujosas de Marbella. Y además tiene la ventaja de su aislamiento: solo pueden acceder a Elysium los que consigan ser nombrados ciudadanos, algo que solo está al alcance de los muy ricos. Para quienes lo logran, la vida se convierte en lo más parecido al paraíso: toman posesión de una casa en una urbanización pija y tiene acceso a una gran ventaja: máquinas que curan cualquier dolencia y prolongan la vida de sus usuarios manteniéndolos con una perfecta salud. Además, como vaticinó Santo Tomás, los bienaventurados de Elysium pueden deleitarse contemplando la Tierra a distancia, donde se encuentran los condenados a un infierno muy real.

Pero hay gente en la desértica Tierra que no se resigna a su destino. Gente físicamente enferma o enferma de esperanza que espera poder alcanzar Elysium en utilizando una especie de naves-patera preparadas al efecto. Los desembarcos casi nunca tienen éxito y sus pasajeros casi siempre terminan muriendo, aunque existan voces en Elysium que aboguen por un tratamiento más humanitario al inmigrante ilegal. ¿Qué harían ustedes si la Tierra se convirtiera en un páramo superpoblado y tuvieran la oportunidad y el dinero para huir a una lujosa estación espacial con toda su familia? ¿Se volvería usted un fascista y estaría de acuerdo en aplicar mano dura a quien quisiera entrar ilegalmente en su sacrosanto territorio? En realidad la película de Blomkamp no es más que una metáfora del mundo en el que vivimos, dividido por fronteras muy reales.

Como viene sucediendo con demasiada frecuencia en el cine actual, Elysium comienza de manera impecable: con una impresionante descripción en imágenes de la vida desesperada en un planeta que se ha convertido en un inmenso país tercermundista en el que los pocos que cuentan con un empleo lo ejercen en condiciones deplorables y siempre en servicio de los ricos de Elysium. Lo malo es que cuando acaba la descripción y comienza la narración, la película se pierde en lugares comunes muchas veces visitados por el espectador. Al final todo deviene en la consabida persecución y enfrentamiento a tiros en los pasillos de la estación espacial, con un Matt Damon que pone el piloto automático para firmar una actuación mediocre. El tono de Blomkamp me ha recordado poderosamente a la ciencia ficción de Paul Verhoeven, salpicada de violencia y crueldad, aunque sin la precisión narrativa de éste. Esperemos que las futuras buenas ideas que sin duda nos aportará Blomkamp vayan acompañadas por guiones mejor desarrollados.  

viernes, 6 de septiembre de 2013

EL PIANISTA DEL GUETO DE VARSOVIA (1946), DE WLADYSLAW SZPILMAN Y DE ROMAN POLANSKI (2002). MÚSICA Y BARBARIE.

Lo más valioso del testimonio de Szpilman es que fue escrito recién terminada la guerra, cuando los atormentadores recuerdos eran algo tan reciente que plasmarlos en una hoja de papel debía ser un ejercicio tremendamente doloroso. Les aconsejo que lean El pianista del gueto de Varsovia antes de volver a ver la tremenda película de Polanski. Será una experiencia mucho más rica. Aquí el artículo:



En la segunda fase de la batalla de Stalingrado, cuando los alemanes se encontraban cercados por los rusos y su situación se hacía cada día más desesperada, algunos soldados germanos se evadían tocando un piano que había quedado abandonado entre las ruinas. La música del piano evocaba la civilización humana frente al caos de la guerra y, sobre todo, recordaba a un hogar al que la gran mayoría sabía que no iba a volver.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, Wladyslaw Szpilman era un músico famoso en Polonia y trabajaba para la Radio Nacional Polaca. A finales de ese septiembre fatídico, Szpilman perdió su trabajo, al estallar una bomba en las instalaciones de la radio mientras interpretaba a Chopin: los alemanes se hallaban a las puertas de la ciudad. El pianista pronto descubriría que la pérdida de su empleo iba a constituir la menor de sus preocupaciones en el futuro. En su condición de judío, era consideraba automáticamente un enemigo a exterminar por parte del invasor. Lo más valioso del testimonio de Szpilman es que fue escrito inmediatamente después de sucedidos los hechos, como si el autor tuviera la necesidad de conjurar su dolor a través de la escritura. El libro, cuyo primer título fue Muerte de una ciudad, fue censurado en 1946 por las nuevas autoridades comunistas polacas, por lo que su difusión fue mínima. 

La represión contra los judíos de Varsovia fue un proceso gradual, parecido al que ya se había producido en la propia Alemania. Los nuevos amos fueron imponiendo restricciones en su vida mediante decretos cada vez más severos, hasta que ordenaron confinar a los judíos en los límites de un gueto. La miseria, el hambre y las enfermedades pronto hicieron acto de presencia en tan reducido espacio. Además, los alemanes comenzaron a hacer selecciones, para ir trasladando a la población de gueto a campos de trabajo y de exterminio. En una de estas ocasiones Szpilman tuvo que contemplar como los nazis introducían a su familia en un vagón de ganado para no volver a verlos nunca más. Él se salvó en el último instante, cuando un conocido, que trabajaba como policía judío, le sacó del grupo que estaba a punto de partir.

Uno de los puntos más dolorosos tratados en El pianista del gueto de Varsovia es la colaboración del Consejo judío, a través de su propia policía, en la deportación de la población del gueto hacia un destino que en la mayoría de los casos significaba la muerte. Sus miembros colaboraban, aun a sabiendas de que su destino futuro sería parecido, con tal de vivir un poco más en unas condiciones soportables. Pero, en cualquier caso, no podían competir en crueldad con los amos alemanes, cuyo comportamiento en ocasiones recuerda la definición de banalidad del mal que ofreció la filósofa Hannah Arendt años más tarde:  

“Un chico de unos diez años llegó corriendo por la acera. Estaba muy pálido, y tan asustado que olvidó quitarse la gorra ante un policía alemán que iba hacia él. El alemán se detuvo, sacó su revólver sin decir una palabra, se lo puso en la sien al chico y disparó. El niño cayó al suelo agitando los brazos, se quedó rígido y murió. El policía devolvió con calma el revólver a la funda y siguió su camino. Lo miré; no tenía unos rasgos especialmente brutales ni parecía enfadado. Era un hombre normal, apacible, que había cumplido con una de sus obligaciones menores cotidianas y la había apartado de la mente al instante, porque le esperaban asuntos de mayor importancia.”

Wladyslaw Szpilman pudo sobrevivir a la guerra escondiéndose durante años en Varsovia gracias a la colaboración de algunos amigos que formaban parte de la resistencia, lo cual lo convirtió en un testigo extraño y privilegiado de diversos horrores, entre ellos los levantamientos de gueto y, posteriormente, de los nacionalistas polacos, cuando ya los rusos se hallaban muy cerca de la capital polaca. Ya casi al final, Szpilman conoció a otro personaje que no encajaba en la cruda realidad de la guerra: el oficial alemán Wilm Hosenfeld, que lo ocultó dentro del edificio del cuartel general alemán y le proporcionó víveres cuando su cuerpo estaba al límite de su resistencia. El pianista no tuvo oportunidad de ayudar a su benefactor cuando éste fue capturado, ya que desapareció en uno de los inmensos campos de prisioneros en la Unión Soviética.

En el año 2002, Roman Polanski dirigió una película basada en las memorias de Szpilman, logrando una pequeña obra de arte cinematográfica repleta de imágenes estremecedoras. Adrien Brody fue el actor encargado de dar vida a Szpilman, logrando quizá la mejor interpretación de su carrera. En El pianista, el gueto de Varsovia es retratado como una pequeña sucursal del infierno por cuyas calles pasean miles de futuros mártires. Acreedora de numerosos premios, la obra de Polanski contribuyó decisivamente a que la historia de Szpilman fuera conocida en todo el mundo. Una historia de supervivencia en las más condiciones más horribles, que constituye uno de los mejores testimonios que se han escrito contra los totalitarismos.

LOBEZNO INMORTAL (2013), DE JAMES MANGOLD. HONOR EN JAPÓN.

De niño, cuando ya había dejado de lado a Mortadelo y a Zipi y Zape, un día llegó a mis manos un cómic muy distinto a todo lo que había leído hasta aquel momento. Se trataba de una aventura en solitario de un miembro de la Patrulla-X (en aquellos tiempos nadie se imaginaba que en realidad fueran los X-Men) que ya conocía. Hasta aquel momento Lobezno había sido un personaje secundario que cada vez tomaba más protagonismo. Creado para asumir el rol de pendenciero en el equipo de superhéroes, poco a poco Lobezno fue haciéndose más popular, un hecho que fue potenciado con la llegada del guionista Chris Claremont, que otorgó al personaje un pasado y un singular halo de misterio. Como decía, su aventura en solitario fue realmente algo revolucionario para mis ojos de niño. Lobezno no era un superhéroe al uso: se emborrachaba, se acostaba con mujeres y mataba sin escrúpulos a sus enemigos. Dibujaba nada menos que Frank Miller, que ya había demostrado su valía con la serie Daredevil. En Honor (que así se llamaba el cómic, como descubrí mucho más tarde), Miller demostraba su amor por la cultura japonesa y potenciaba el lado más violento del personaje, enfrentándolo a hordas de ninjas en escenas verdaderamente impactantes. El Lobezno de Claremont y Miller no se parecía demasiado al actual. Era un hombre de aspecto maduro y mucho más asilvestrado. En aquella época se decía que Harvey Keitel hubiera sido el actor ideal para interpretar al personaje.

El Lobezno de Hugh Jackman, un actor que ha sabido hacerse con el personaje hasta el punto de que nadie se imagina a otro intérprete en la piel del mutante canadiense, es una especie de sex-symbol con garras. En la película anterior, dedicada a sus orígenes, parecía un hombre casi inofensivo, que solo anhelaba que le dejaran en paz. Por suerte, en Lobezno inmortal, han echado toda la carne en el asador adaptando a nuestros tiempos el famoso cómic de Claremont y Miller y los resultados son mejores, aunque eso no sea suficiente para que estemos hablando de un trabajo redondo. La historia comienza muy bien, con una impresionante escena que transcurre en 1945 en Nagasaki. Después volvemos a la actualidad y encontramos a un Logan que ha perdido sus ganas de vivir a causa de la muerte de su amor, Jean Grey (que se le aparecerá repetidamente en sueños), hasta que las circunstancias le hacen viajar a Japón para enfrentarse a un enemigo insospechado. 

La trama de Lobezno inmortal va de más a menos, pues después de este comienzo espléndido, Mangold lleva al espectador a terrenos de sobra conocidos, sin apenas desarrollar nuevos aspectos del personaje - aunque Jackman cumple muy bien con su papel - y todo se limita a una especie de videojuego en el que el protagonista debe ir superando pruebas hasta llegar al enemigo final. Todo bien filmado, muy espectacular, pero sin alma. La trama amorosa, que podía haber sido lo más interesante de la película, está resuelta con algunas pinceladas, aunque al menos aquí Mariko no es un personaje tan pasivo como en el cómic. Lo que realmente suscita enorme curiosidad, es la ya clásica escena post-créditos, donde aparecen Ian McKellen y Patrick Stewart, como aperitivo del nuevo proyecto del gran Bryan Singer: X-Men, días del futuro pasado.   

martes, 3 de septiembre de 2013

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN SEPTIEMBRE. LOS MÚLTIPLES ENCUENTROS.

En su blog, Antonio Muñoz Molina habla de las lecturas de verano. Se planifican, se eligen los libros que se van a leer, pero luego los planes no salen como estaba previsto, porque otras lecturas nos llaman  y no podemos resistirnos. Eso me ha sucedido a mí, que he cumplido mi plan inicial a medias, aunque después de todo estoy muy satisfecho con los libros que me ha deparado el destino.

Septiembre. Todo vuelve a la normalidad. Los clubes de lectura comienzan una nueva temporada. Ya hay tantos que incluso algunos libros coinciden... Quizá este mes me someta a la experiencia de un club de lectura virtual. Si tengo tiempo...

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, un libro que lei hace un par de años (y que es uno de los primeros que comenté en el blog): El último encuentro, de Sándor Márai. El mismo que se va a comentar en la Fnac.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, todo un clásico de la literatura de suspense, terror o como quieran ustedes llamarla: Vuelta de Tuerca, de Henry James. (Lo leí hace años y no me importa volver a hacerlo).

Septiembre se consolida como un mes de relecturas para mí, porque también será mi segunda lectura de El maestro y Margarita, un libro maravilloso de Mijáil Bugakov, que inauguró mi costumbre de leer literatura rusa del siglo XX como primer libro del año. Será en el Ateneo de Málaga.

En el club de lectura de librería Luces, otro clásico del siglo XX, esta vez de la mano de Virginia Woolf: La señora Dalloway.

En los clubes de lectura del CAL, dos interesantes propuestas. Uno, un clásico imprescindible de Honoré de Balzac: El pobre Goriot, y el otro una novela del autor de Leon el Africano: Samarcanda, de Amin Maalouf.

Y también vuelve en septiembre el ciclo de Literatura y cine que coordino, esta vez con Woody Allen (que pronto estrenará nueva película en los cines) con una de sus obras mayores: Delitos y faltas.

Cuando me vayan llegando noticias de nuevos clubes (el de Más libros libres, por ejemplo, está al caer), tendrán cumplida información, como de costumbre, en la columna de la derecha. ¡Feliz vuelta de vacaciones!

LA TIERRA DE LA GRAN PROMESA (1975), DE ANDRZEJ WAJDA. LA ERA DEL CAPITAL.

Hay asuntos que el cine no ha tratado con la profundidad necesaria. Uno de ellos es la revolución industrial, el inicio del sistema en el que todavía estamos inmersos, aunque en la actualidad se haya sofisticado hasta tal punto que su funcionamiento real es mucho más difícil de entender que la modalidad que se daba en el siglo XIX, mucho más básica y primitiva, sin protección alguna para el eslabón más débil de la cadena. Algo así está sucediendo ahora en los países del Sudeste Asiático, pero solo se habla de ello cuando suceden tragedias tan enormes que no pueden ocultarse. Es una cuestión de cifras. Si en un incendio o en un derrumbe en una fábrica mueren más de cien personas, es probable que nos enteremos. Si estas cien personas mueren en un goteo contínuo durante un mes, el telediario no tendrá por qué alterar nuestras conciencias.

Considerada una de las cumbres del cine polaco, La tierra de la gran promesa nos sitúa en Lodz a finales del siglo XIX, cuando la revolución industrial ha llegado al este de Europa y sus habitantes más opulentos se disponen a fundar fábricas textiles que les produzcan rápidos beneficios a costa de una mano de obra barata y fácilmente sustituible. Wajda penetra con su cámara en el interior de las fábricas y nos muestra un mundo de trabajadores agotados por un trabajo embrutecedor y poco seguro. A veces alguno de ellos comete una pequeña imprudencia y lo paga con su propia vida, aunque ello no sea motivo para parar la producción ni para realizar una mínima investigación. Lo único que importa es el fastidio de que unos metros de tela queden inservibles por haber sido manchados de sangre y vísceras. 

Eric Hobsbawm cuenta en La era de la revolución como las nuevas técnicas de producción cambiaron la vida de una gran parte de la población. Para los antiguos campesinos, acostumbrados a una forma de vida que apenas había cambiado desde la Edad Media, verse obligados a trabajar en condiciones insalubres por un sueldo de miseria debió ser un auténtico infierno. Para la nueva clase burguesa, en cambio, fue la ocasión de convertirse en la nueva aristocracia, dándose casos tan extremos como el que aparece en la película: el dueño de una fábrica que compra una enorme mansión y la amuebla con todo lujo a pesar de seguir viviendo en su hogar de siempre, simplemente porque tiene dinero y todos deben saber que esa mansión es suya.

Los tres protagonistas de La tierra de la gran promesa son unos arribistas sin escrúpulos, cualidades muy útiles en el mundo capitalista del siglo XIX. Con el fin de fundar su propia fábrica, se mueven en el pequeño mundo del dinero de la ciudad de Lodz, un mundo en el que una pequeña fluctuación del precio del algodón puede arruinar a muchos de la noche a la mañana y en el que los burgueses van al teatro no a ver la obra, sino a observar la vestimenta y el comportamiento de sus compañeros de clase. La brutalidad de los métodos para acumular capital no importa tanto como el lujo y el oropel que conllevan. Este es el sueño de estos tres amigos, un sueño absolutista al que finalmente irán oponiéndose los obreros que con sangre sudor y lágrimas irán conquistando los derechos laborales de que nosotros disfrutábamos hasta hace bien poco y que vamos perdiendo a pasos agigantados. Una película redonda por parte de Wajda, que logra recrear una época con una gran verosimilitud.