jueves, 3 de octubre de 2013

EL ÚLTIMO ENCUENTRO (1942), DE SÁNDOR MÁRAI. HACE CUARENTA AÑOS.

Llevo ya tanto tiempo asistiendo a clubes de lectura que era inevitable que alguna vez el libro se repitiera. Eso es lo que me ha sucedido con El último encuentro, pero no me ha importado lo más mínimo, porque hay pocas novelas que sean más adecuadas para este tipo de debates, ya que es necesario el intercambio de opiniones entre numerosos lectores para penetrar a fondo en los diversos temas que se tocan en la misma. Hace cinco años yo hablaba sobre todo de la relación extraña entre estos dos personajes, Henrik y Kónrad, que están cuarenta años sin verse después de un hecho traumático que rompe físicamente su relación aunque, al parecer, no espiritualmente.

Una de las cuestiones que nos deja planteada la novela de Márai es cómo puede ser definida la amistad, ese concepto tan difuso y que tantos quebraderos de cabeza procura a los filósofos que intentan definirlo. ¿Es una relación superior al amor? ¿Hasta donde deben consentirse las acciones de un amigo? Lo cierto es que el general espera cuarenta años, prácticamente encerrado en su palacio a que vuelva su amigo para ajustar cuentas acerca de ese momento clave de su pasado común. No se han visto, no se han escrito y sin embargo Henrik está seguro de que Kónrad volverá. Y tiene preparado un extenso discurso - ha tenido cuatro décadas para hacerlo - en el que analiza cada detalle de la relación entre ambos y cómo fue posible tan abrupto final (o paréntesis) en la misma.

El general, el personaje que sostiene la novela a través de sus palabras, es un hijo del imperio austrohúngaro, es decir, una especie en peligro de extinción cuando está llegando al final de sus días. Al igual que la sólida realidad que era su amistad con Kónrad, la que él consideraba su patria se desmoronó, como si el orden natural de las cosas se hubiera extinguido de un día para otro, un sistema de valores decimonónicos, que a los ciudadanos de aquel imperio seguro que se les antojaba eterno:

"Su seguridad se apoyaba en esa base, como la de cincuenta millones de personas: sabía que el emperador se acostaría antes de medianoche y se levantaría con el alba, que se sentaría al lado de su escritorio, a la luz de una vela, en su butaca americana de mimbre, y que todos los que habían jurado fidelidad obedecerían siempre aquellas órdenes, aquellas leyes y aquellas costumbres que regían su vida. Naturalmente, esta obediencia era algo más profundo que el respeto a unas cuantas reglas. Había que llevar la obediencia en el corazón: esto era lo más importante. Había que tener la convicción de que todo estaba en su sitio. Tenían veintidós años por entonces, el hijo del guardia imperial y su amigo."

Lo que el general no ha perdido a través de las décadas es su sentido innato del honor, su sentimiento de superioridad, de pertenecer a una casta privilegiada, por lo que su presunta amistad con Kónrad, procedente de una clase social mucho más humilde, se ha visto seguramente resentida por ello, sobre todo cuando han crecido y han sido más conscientes de este hecho. Además, los caracteres de ambos son antagónicos: Henrik ha nacido para perpetuar la tradición militar de su familia y su entera existencia se funde con el uniforme. Kónrad es un ser mucho más espiritual, que parece comunicarse mejor a través de la música que con las palabras. Sin embargo, en el discurso del general, la amistad entre ambos perdura, como un vínculo inquebrantable:

"No hay un proceso anímico más triste, más desesperado que cuando se enfría una amistad entre dos hombres. Porque entre un hombre y una mujer todo tiene condiciones, como el regateo en el mercado. Porque el sentido profundo de la amistad entre hombres es justamente el altruismo: que no queremos un sacrificio del otro, que no queremos su ternura, que no queremos nada en absoluto, solamente mantener el acuerdo de una alianza sin palabras."

El encuentro entre estos dos hombres que tienen tanto que decirse y que a la vez ya se lo han dicho todo con sus acciones, mantiene la tensión del lector casi como si éste se hallara en el centro de la mesa, deseando saber qué sucedió exactamente, mientras se deleita con las palabras de Henrik, que se muestra a la vez duro y condescendiente con su amigo. La novela de Márai es uno de esos casos en los que tienen similar importancia lo que se cuenta y cómo se cuenta.

2 comentarios:

  1. Muy buena reseña Miguel. Me lo leí hace unos dos o tres años y me pareció un libro maravilloso, sobre todo por la profundidad con la que trata a los personajes. Saludos

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  2. Muchas gracias, Mariola. Para mi ha sido la segunda lectura y me ha vuelto a resultar una lectura muy agradable e intensa. A ver si te vemos algún martes por allí...

    Besos.

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