martes, 19 de noviembre de 2013

LA BIBLIA EN ESPAÑA (1843), DE GEORGE BORROW. LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL CATOLICISMO.

Si queremos saber quienes somos los españoles y cómo hemos llegado hasta este punto, lo mejor es leer acerca de nuestra historia. Y es recomendable que esas visiones sean de gente de fuera, de visitantes que nos miran con otros ojos, que escriben sobre lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Uno de los mejores ejemplos es George Borrow, un inglés que vino a España nada menos que a traernos la buena nueva del protestantismo a través de la difusión de la Biblia, cuando apenas hacía un año que se había abolido la Inquisición y estábamos en plena guerra Carlista. Borrow nos retrata desde la fascinación por nuestro país, tan distinto por aquella época al resto de Europa y la primorosa traducción de don Manuel Azaña hace que su lectura sea una delicia. Aquí el artículo:



Para conocer mejor el país donde se ha nacido no hay nada mejor que leer historia. Y en el caso de España, los mejores historiadores han sido tradicionalmente los extranjeros, destacando entre ellos a los hispanistas británicos como J.H. Elliot, Hugh Thomas, Gerald Brenan o Paul Preston. Se trata de intelectuales que nos han observado atentamente desde fuera y así se convierten en cronistas objetivos de hechos que aquí siguen siendo objeto de apasionadas discusiones, no siempre guiadas por la racionalidad. 

Quizá los precursores de esta generación de historiadores hispanistas sean los viajeros románticos que nos visitaron durante el siglo XIX. España era una especie de destino exótico que prometía nuevas experiencias y aventuras a quien se aventuraba por sus caminos. George Borrow podría encuadrarse entre ellos si no fuera porque viajó a nuestro país entre 1835 y 1840 con una misión muy concreta: difundir la Biblia en nuestro país como agente de la Sociedad Bíblica inglesa. Aunque parezca insólito recordarlo hoy, la lectura y posesión individual del libro sagrado había estado prohibida por la Iglesia Católica hasta ese momento. Como instrumento de poder, la religión católica prefería conservar el misterio del rito y la obediencia ciega a sus dogmas antes de difundir la palabra de Dios escrita, algo que podría hacer reflexionar a los fieles y despertar su adormecido espíritu crítico. La lectura íntima de la Biblia era cosa de luteranos, una herejía que tiempo atrás podía pagarse con la muerte en la hoguera.  Recordemos que, aunque carente de la fiereza que mostró en la Edad Moderna, la Inquisición estuvo vigente en España hasta una fecha tan tardía como 1834.

La España a la que llega Borrow es un país que todavía mantiene el recuerdo de la Guerra de la Independencia, pero cuyo problema más acuciante es el conflicto civil que representó el surgimiento del movimiento Carlista, cuyas partidas asolaban distintos lugares de nuestra geografía, mientras el gobierno fiel a la futura reina Isabel es inestable y cambiante entre liberales y conservadores.

Si por algo se caracteriza el espíritu con el que Borrow viajó a España es por la confianza en la utilidad de su misión – él estimaba que solo pueden progresar las naciones que tienen libre acceso a las Sagradas Escrituras – y por su valentía personal, que le hacía superar todos los obstáculos que se interponían en su camino ayudándose en su fe en el Todopoderoso. Pero sería erróneo concluir que ese era su único objetivo. El inglés aprovechaba sus rutas para observar atentamente las costumbres de los lugares por los que iba pasando y lo anotaba todo minuciosamente para que luego todo tomara la forma de espléndido libro de viajes. Le gustaba relacionarse con los estratos más bajos de la sociedad, para conocer al auténtico pueblo español y sentía una gran simpatía por los gitanos, hasta el punto que aprendió sin muchas dificultades el idioma caló. Todo esto conforma un valioso testimonio en el que el español actual puede reconocer a sus antepasados. A decir de don Manuel Azaña, su primer traductor:

“Borrow lucha a brazo partido con la realidad española, la asedia, poco a poco la domina, y con la lentitud peculiar de su procedimiento acaba por poner en pie una España rebosante de vida. (…) Lo que le importaba era el carácter de los hombres, y no de todos, sino los de la clase popular, donde los rasgos nacionales se conservan más puros. Labradores, arrieros, posaderos, gitanos, curas de aldea, monterillas, mendigos, pastores, pasan ante nosotros, y al verlos gesticular y oírlos hablar, creemos encontrarnos con antiguos conocidos. Unos son pícaros, otros santos; unos son listos, otros muy zotes; casi todos groseros, muchos con sentimientos nobles, pero unidos en general por un aire de familia inconfundible; y la verdad es que, con todas sus picardías o su zafiedad, no puede uno dejar de quererlos.”

El lector que se zambulle en las páginas de La Biblia en España no puede sino sorprenderse ante el retrato de un país tan distinto y, sin embargo con tantos rasgos en común con el actual. Cierto es que ya hemos superado el terrible índice de analfabetismo de la época o que no existen territorios aislados, como los había en lugares como Galicia, pero nuestra realidad sigue conservando un cierto aire picaresco que está muy presente en la obra de Borrow. 

La gente con la que se encuentra el misionero inglés puede ser tan feroz como caballeresca, tan mezquina como generosa. Las ciudades por las que pasa conservan aún un cierto aire medieval, con sus recintos amurallados. Las ejecuciones públicas son algo habitual y la gente acude a contemplarlas como si de un espectáculo se tratara. Los alojamientos suelen ser de pésima calidad y a veces el viajero debe hacerse su cama con la misma paja que comen las bestias.  Los caminos en demasiadas ocasiones son impracticables y siempre existe el riesgo de ser asaltados por bandidos o por partidas carlistas. A pesar de todo Borrow nunca pierde el buen ánimo y según él mismo cuenta, su buena suerte le hace salir indemne de las situaciones más apuradas.

 La omnipresente iglesia conserva casi intacto su poder espiritual, a pesar del golpe que le supuso la reciente desamortización promovida por Mendizábal. Muchos de los elementos del clero esperan la victoria del Carlismo para ver asegurados sus privilegios tradicionales. En Córdoba, Borrow tiene la oportunidad de conversar con un antiguo inquisidor. Al preguntarle el inglés acerca de la realidad del delito de brujería, el eclesiástico contesta:

“¡Qué sé yo! (…) La Iglesia tiene, o al menos tenía, el poder de castigar por algo, fuese real o irreal, Don Jorge, y como fuese necesario castigar para demostrar que tenía el poder de hacerlo, ¿qué importaba si el castigo se imponía por brujería o por otro delito?”

En casi todos los lugares de España por los que pasó Borrow la curiosidad y el hambre de conocimientos eran grandes, por los que no solía tener dificultad en vender su producto. Pero  los elementos más conservadores de la sociedad miraban con malos ojos la actividad difusora de la Biblia por parte de un extranjero al que muchos consideraban hereje e incluso consiguieron que pasara algún breve periodo en prisión, algo que el inglés, siempre haciendo uso de su inmensa curiosidad, aprovechó para estudiar de cerca la criminalidad española.

Habiéndonos retratado con rara precisión como país, no podemos sino estar agradecidos por el amor,  penetración, compasión  y empatía que manifestó Borrow por nuestra forma de vida, pudiéndose resumir su experiencia en estas hermosas palabras:

 “En España pasé cinco años, que, si no los más accidentados, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia. Y ahora que la ilusión se ha desvanecido ¡ay! para no volver jamás, siento por España una admiración ardiente: es el país más espléndido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son dignos o no de tal madre, es una cuestión distinta que no pretendo resolver; me contento con observar que, entre muchas cosas lamentables y reprensibles, he encontrado también muchas nobles y admirables; muchas virtudes heroicas, austeras y muchos crímenes de horrible salvajismo; pero muy poco vicio de vulgar bajeza, al menos entre la gran masa de la nación española, a la que concierne mi misión; porque bueno será notar aquí que no tengo la pretensión de conocer íntimamente a la aristocracia española, de la que me mantuve tan apartado como me lo permitieron las circunstancias; en revancha he tenido el honor de vivir familiarmente con los campesinos, pastores y arrieros de España, cuyo pan y bacalao he comido, que siempre me trataron con bondad y cortesía, y a quienes con frecuencia he debido amparo y protección.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario