viernes, 1 de noviembre de 2013

LEÓN EL AFRICANO (1986), DE AMIN MAALOUF. LAS DOS ORILLAS DEL MEDITERRÁNEO.

La novela histórica, para ser creíble, tiene que moverse en unas pautas histórico-temporales muy concretas. Pero no tiene por qué atenerse estrictamente a la realidad, a lo que sí está obligado un ensayo. El novelista puede fantasear, inventar personajes que se muevan en el espacio cronológico que ha elegido, pero jamás debe cometer errores históricos de bulto. Es decir, estos personajes quizá no existieron, pero podrían haber existido. En el caso de León el Africano, el protagonista está basado en alguien real, uno de los personajes más interesantes que habitaron en la convulsa primera mitad del siglo XVI.

Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fas nació a finales del siglo XV en Granada, cuando se inició la guerra que iba a desalojar a los musulmanes de sus últimas enclaves en la península ibérica. Así el protagonista asume desde muy corta edad su condición de exiliado, un exiliado que ha aprendido a anhelar su tierra, que ha conocido solo en su más tierna infancia. Los granadinos que habitan el norte de África constituyen un grupo bien definido, una víctima más de la historia que espera inútilmente que el Imperio Otomano conquiste Andalucía para que ellos puedan volver, aunque poco a poco se irán desengañando: la política de la zona del Mediterráneo, que era prácticamente el centro del mundo en aquella época era demasiado complicada y los turcos preferían combatir contra el Imperio de Carlos V en la zona de centroeuropa, mientras otras dos potencias de la época, el reino de Francia y Egipto, contemplaban su propia decadencia.

León el Africano, que recibió una educación privilegiada en Fez (basada en la enseñanza del Corán, como no podía ser de otra manera), mostró una viva inteligencia desde su juventud y mostró durante toda su vida un espíritu tolerante y curioso, muy alejado de las ramas más fundamentalistas del islam. Sus circunstancias vitales, unidas a su pasión por viajar, por conocer nuevas tierras, le hicieron recorrer varias veces los paises ribereños del Mediterráneo del Norte de África, así como visitar la mítica ciudad de Tombuctú. En estos viajes el granadino fue testigo de importantes acontecimientos históricos, como la caída de El Cairo en manos de los otomanos o el saco de Roma y tuvo la oportunidad de vivir varias vidas. Su aventura más increíble se inicia cuando fue secuestrado en el Norte de África y se le envió al Vaticano, donde se convirtió en una especie de asesor geográfico del papa León X. Roma en aquella época había perdido su poderío militar y se había convertido en una especie de potencia espiritual, que veía amenazada su hegemonía en este ámbito en Europa por el rápido crecimiento del protestantismo. Pero a la vez que todo esto sucedía, en Roma se estaba viviendo otro movimiento revolucionario, el Renacimiento, que reunió en la ciudad eterna a un elenco de artistas irrepetibles que dejaron obras maestras para toda la eternidad, como Miguel Ángel o Rafael. El retrato que ilustra estas páginas, obra de Sebastiano de Piombo, probablemente sea de nuestro protagonista, realizado en sus años romanos.

Si algo aprende León el Africano de sus experiencias es que los hombres comunes están sometidos no solo a los designios de Alá o del Dios cristiano, sino al mucho más mundano capricho de sus gobernantes, en demasiadas ocasiones guiado únicamente por la sed de conquistar nuevos territorios. Amin Maalouf eligió a un personaje fascinante, con una vida realmente novelesca, para escribir una obra de género histórico realmente modélica. Su estructura está muy bien medida, y contiene un perfecto equilibrio entre acción y descripción, usando de manera magistral la principal fuente de su relato, la Descripción de África, escrita por el propio León el Africano a petición del papa. 

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