lunes, 28 de enero de 2013

LA NOCHE MÁS OSCURA (2012), DE KATHRYN BIGELOW. LA CAZA DE GERÓNIMO.

Esta es una película sobre el mundo real. Sobre el mundo que vivimos. Resulta muy significativo que su comienzo sea una pantalla oscura donde sólo escuchamos las voces desesperadas de las víctimas del 11 de septiembre. A Bigelow no le hace falta ilustrar esta escena con imágenes del acontecimiento que todos hemos visto sobradamente. Centrarse en el discurso desesperado de los inocentes que saben que su muerte es inminente es una manera estremecedora de preparar al espectador para lo que viene a continuación: la descripción de una guerra sucia y desconcertante en la que la que no existen referencias morales, solo mutuos deseos de venganza entre ambos contendientes por afrentas mucho más antiguas de lo que cree el común de los ciudadanos.

La respuesta de los Estados Unidos a esta masacre sin precedentes en su propio suelo no se hizo esperar: dos guerras desastrosas en las que derrotó rápidamente al ejército regular pero después sufrió durante años los golpes de la guerrilla de Al-Queda y la creación de un siniestro universo carcelario oculto (cuyo representante más evidente es Guantánamo) a nivel mundial donde se tortura a los prisioneros para sacarles información. Precisamente esa es la siguiente escena de La noche más oscura, el tormento que un agente de la CIA inflige a un presunto terrorista. Aquí sí que tenemos imágenes explícitas: la cámara de Bigelow penetra donde no pueden las de los telediarios y muestra unas imágenes tan duras que embotan nuestra capacidad de juzgar. El hombre de la CIA se comporta como aquellos funcionarios de la alemania nazi que cumplían su horario laboral en campos de concetración y exterminio. Sabe que su labor es ingrata, pero está convencido de que así sirve a su país, cuyos fines (proteger a inocentes de nuevos atentados terroristas) son infinitamente más importantes que los medios por los cuales se lleva a cabo. Hay muchas voces que sostienen que la directora justifica la tortura, puesto que da a entender que es la única manera de sacar información a fanáticos que no dudan en suicidarse para causar el mayor número de víctimas inocentes, pero yo creo que esa afirmación está fuera de lugar, porque Bigelow muestra, pero sin establecer discursos morales. Sería un error que lo hiciera. Ella solo quiere contar una historia real que acaba de suceder. Tal y como comenta en una entrevista en el último número de la revista Dirigido:

"(...) desde cierta perspectiva esta ha sido una década muy larga y oscura. Espero que algunas de las imágenes tan duras puedan ser reemplazadas, o que esa narración pueda ser amplificada por otra: una de valentía y dedicación, como una especie de saludo a aquellos hombres y mujeres que trabajaron en los equipos de inteligencia para que nosotros estuviéramos seguros."

Aquí el medio cinematográfico se utiliza sabiamente para explorar los miedos contemporáneos y ponerlos brutalmente ante los ojos del espectador. Cuando visionamos una película acerca de la Segunda Guerra Mundial o sobre Vietnam podemos estremecernos de lo que vemos en la pantalla pero no nos afecta directamente: se trata de conflictos que pasaron a la historia. Pero cuando hablamos de terrorismo islámico se trata de una amenaza que aún sigue bien viva (y solo tenemos que asomarnos a nuestro patio trasero, a Malí, para comprobarlo) y que el día menos pensado puede afectarnos a nosotros directamente pues, que yo sepa, España sigue siendo un objetivo prioritario de Al-Queda. Es difícil ser objetivo con algo así. Hace unos años, esperando a hacer un examen en Madrid escuché una conversación en la que un muchacho le contaba a otro que había estado en Atocha el 11 de marzo de 2004 y había sufrido heridas en la cabeza. No creo que fuera un bulo, porque describió con mucha elocuencia los momentos de desconcierto que siguen a un atentado: la cotidianidad suspendida que da paso al horror más incomprensible. Solo de pensar que hay por ahí gente esperando su oportunidad para cometer atentados suicidas nos estremecemos. Y a todos nos sucede de vez en cuando, aunque no lo comentemos: cuando estamos en un centro comercial lleno de personas, en el metro en hora punta... El poder evocador de las imágenes en el mundo en el que vivimos también sirve para imaginarnos inmersos en situaciones inimaginables.

Sería muy largo ahora hablar de la historia de Al-Queda. Una de las mejores aproximaciones se encuentra en el ensayo de Lawrence Wright, La torre elevada, que ya comenté el año pasado. Pero, aun existiendo buenos cronistas dedicados a investigar esta guerra, habrá que esperar décadas para que sepamos toda la verdad sin matices, para que nos atrevamos a interpretar el verdadero significado de todo lo que ha pasado y lo que va a seguir pasando, porque la muerte de Bin Laden no supone una gran victoria contra una hidra cuyos tentáculos son invisibles hasta que atacan. En todo caso es una victoria más simbólica que real en una guerra sin frentes y sin enemigos con los que parlamentar, en la que da la impresión que las batallas se ganan con la fórmula de emplear mayor crueldad que el enemigo. Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico la secuencia final, con el asalto al domicilio de Bin Laden va a quedar para el recuerdo como una de las mejor planificadas del género bélico (aunque esta película no pertenezca estrictamente a este género), pues está rodada con un suspense y un ritmo que dejan sin aliento, por mucho que sepamos su resultado final.

En definitiva, La noche más oscura, es la mejor respuesta que podía dar el cine a este nuevo tipo de guerra eterna en el que estamos inmersos desde bastante antes del 11 de septiembre, aunque por entonces no fuéramos conscientes de ello. Siendo retorcidos, como requieren los tiempos y a tenor de lo que nos enseña Bigelow, cabría decir que los Estados Unidos se están comportando como unos hijos de puta, pero, queramos o no, son nuestros hijos de puta.

viernes, 25 de enero de 2013

CUANDO EL HOMBRE ENCONTRÓ AL PERRO (1983), DE KONRAD LORENZ. UNA AMISTAD ANTIGUA Y ETERNA.


Es preciso imaginarse una escena de hace miles de años: nuestros antepasados, los nómadas primitivos, desplazándose contínuamente seguidos por lobos (Lorenz habla erróneamente de chacales) que poco a poco se van acercando a los seres humanos. Al principio sólo actúan como útiles centinelas nocturnos a cambio de alimentarse de algunas sobras, pero poco a poco se va estableciendo una relación de confianza. El ser humano va advirtiendo que aquel animal es diferente a los demás. El animal se va volviendo manso con el paso de los años y sus ojos destilan fidelidad y nobleza. Poco a poco van tomando confianza con el hombre y le acompañan cuando van a cazar, siguiendo rastros y acosando a las fieras. Es el principio de una historia mutua de amor que llega hasta nuestros días. 

No es preciso decírselo a quienes conviven con un perro: es un animal que nunca decepciona, cuya compañía siempre proporciona alegrías. La mascota lleva en sus genes la fidelidad a un amo, que es para él una especie de dios por el que daría la vida si fuera preciso sin dudarlo. Freud dejó escrito que la relación entre un perro y su dueño es semejante a la de un padre con su hijo, con una diferencia: no hay ambivalencia ni elementos de hostilidad. Solo amor incondicional, un auténtico regalo de la naturaleza al hombre, cuya vida sería mucho más gris de no contar con este fiel compañero. 

El libro de Konrad Lorenz, además de ser el de un científico, es el de un hombre apasionado por el comportamiento animal, que es capaz, a través de la observación, de entrar en la mente de estos animales y conocer las motivaciones de sus actos. En realidad el perro, al igual que el hombre, es un animal domesticado, aunque mucho menos racional, por lo que sigue conservando muchos comportamientos instintivos que el animal humano ha desterrado como antisociales, por lo que si bien a veces podemos señalar en ellos ciertos rasgos humanos (muchas veces aprendidos en la convivencia en un hogar), existen importantes barreras en la relación con ellos:

"Muchos y muy diversos son los motivos que pueden mover a los seres humanos a adquirir y mantener a un animal; pero no todos los animales son adecuados. De manera especial, entre los amigos de los perros, hay quienes buscan refugio en un animal tan solo a causa de amargas experiencias personales. Siempre me produce pesar escuchar aquella frase maligna de: "Los animales son mejores que los seres humanos." La verdad es que no lo son, aunque hay que admitir que la fidelidad de un perro no encuentra con facilidad su equivalente en las virtudes sociales del hombre. En contrapartida, el perro no conoce el complejo de obligaciones morales, a menudo conflictivas, propio y exclusivo del hombre, como tampoco conoce, o sólo en un grado mínimo, la diferencia entre la inclinación natural y el deber; en una palabra, todo eso crea la culpa en nosotros, pobres seres humanos. Hasta el perro más fiel es amoral desde el punto de vista humano de la responsabilidad."

En cualquier caso, es prodigioso el grado de comprensión por parte del perro de los más variados sentimientos humanos. Saben cuando estamos tristes, cuando preocupados o contentos y actúan en consecuencia: este proceso de identificación es fruto de una convivencia de milenios. Lorenz habla sobre todo desde su experiencia, aunque sin obviar el método científico. Hay algo conmovedor en sus palabras cuando habla de la muerte del animal y de su sustitución por otro. Aunque siempre queda el recuerdo del perro desaparecido, pronto el sustituto sabe llenar su lugar: en lo esencial, los cánidos son animales de comportamiento muy similar, a diferencia de los hombres.

No puedo dejar de recoger, como punto final, estas palabras del autor, llenas de la sabiduría de quien conoce la importancia de la relación humano-perro:

"La fidelidad de un perro es un don precioso que impone obligaciones morales no menos imperativas que la amistad con un ser humano. La vinculación afectiva con un perro fiel es tan "eterna" como puede serlo cualquier otra entre seres vivos de esta tierra. Esta es una consideración que debería tener en cuenta todo aquel que se dispone a adquirir un perro."

miércoles, 23 de enero de 2013

EL ÚLTIMO MINUTO (2001), DE ANDRÉS NEUMAN. CUENTOS SOBRE EL INSTANTE DECISIVO.



Leo con curiosidad que este libro tiene dos versiones: siete años después de la edición de Espasa (que es la que yo he leído), volvió a salir en Páginas de Espuma con algunos cuentos menos, alterando el orden de los restantes y revisando el texto de todos ellos. Realmente, siendo uno de los primeros libros de relatos de un autor ya hoy día consagrado con el Premio de la Crítica de 2009 por su novela El viajero del siglo (una de mis lecturas pendientes desde hace ya tiempo), es lógico que pose su mirada en sus escritos más tempranos y lo haga de manera crítica. No es una práctica tan extraña: hay otros conocidísimos escritores de nuestro país que revisan las nuevas ediciones de sus novelas.

Bien es cierto que cuando El último minuto fue publicado Newman había sido ya finalista del premio Herralde con Bariloche. Pero mi olfato de lector me dice que hay aquí algunos cuentos escritos en el periodo de formación de Newman, pues el conjunto resulta demasiado irregular, encontrando piezas realmente conseguidas junto con otras simplemente ingeniosas pero poco más. Lo que sí se aprecia es un escritor en constante ebullición, experimentando con los tiempos narrativos, bebiendo de las mejores fuentes: Cortázar, Chejov, Arreola y buscando a la vez un lenguaje propio.

Al final del volumen, al menos en mi edición, toda una curiosidad: el escritor se desnuda y desvela algunos de los trucos del oficio. Contra lo que pueda parecer, el cuento es uno de los géneros más difíciles: hay que presentar personajes y situaciones de forma que el lector pueda ver más allá de lo escrito, casi como si de un hecho sobrenatural se tratara. El cuento debe ser impactante: cómo se consiga tal efecto es decisión del escritor (y, en cierta media, también del lector). En el club de lectura ha habido opiniones de lo más heterogéneas a la hora de valorar los relatos y hasta hay quien ha descubierto uno de ellos que puede leerse al revés.

En el caso de Newman,  lo que más le interesa es congelar un cierto instante, que parece decisivo en la vida de los personajes, es decir "congelar, retener, explicarme ese momento de crisis antes del abismo. Y dejar al lector justo delante de él, a un par de centímetros". Prometo leer algo más de este escritor geográficamente tan cercano y valorar su madurez narrativa en su justa medida.

domingo, 20 de enero de 2013

YERMA (1934), DE FEDERICO GARCÍA LORCA. INSTINTO DE MATERNIDAD Y DE MUERTE.


Lorca, que empezó a concebir esta obra en 1933, quería escribir sobre una mujer estéril y sus tormentos, por sentirse inferior a las otras, que son madres con toda facilidad, que tienen una misión en el mundo, en suma. Para Yerma, una mujer que no es capaz de tener hijos (ella misma), es un ser incompleto. La intensidad de su deseo está presente continuamente en su discurso:

"Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero eso es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí."

Yerma se pasa casi toda la obra alimentando la esperanza de que su hijo finalmente vendrá. El personaje de su marido es extraño, porque casi se alegra de la situación, y sólo piensa en prosperar económicamente, por lo que no tener bocas adicionales que alimentar le viene muy bien a corto plazo. Lo raro es que no pensara, como la mayoría de la gente del campo de aquella época, que un hijo le vendría bien en el futuro, para ayudarle en las tareas cuando comenzaran las fatigas de la edad. De todas maneras, hay que romper una lanza en su favor, pues es un ser con los pies mucho más en la tierra que su esposa, a la que su obsesión acaba fanatizando y casi enloqueciendo. Es casi como si ya hubiera conocido a su futuro hijo pero no lograra traerlo a la existencia. Yerma acaba desinteresándose de su propio destino si no es en relación con este futuro ser: cualquier sufrimiento es pequeño si conlleva tener algún día a su hijo en brazos, aunque este acabara aborreciéndola:

"Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila, y óyelo bien y no te espantes de lo que te digo: aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón."

El último acto de Yerma es el más insólito y también el más terrible de una obra marcada por numerosas imágenes simbólicas. Es como si se unieran las fuerzas cristianas y paganas de la sinrazón en la culminación de una tragedia que se ensaña con una víctima inocente, como si su presunta deshonra pudiera lavarse con un crimen. La mujer que está imposibilitada de otorgar vida, no lo está para sembrar la muerte.

sábado, 19 de enero de 2013

LA PUERTA DEL CIELO (1980), DE MICHAEL CIMINO. LAS MASACRES QUE CONSTRUYERON AMÉRICA.

Más que por su valores cinematográficos, que los posee en abundancia, esta película es conocida ante todo por haber sido uno de los grandes fracasos comerciales del cine, hasta el punto de que hundió a su productora, la United Artist y, quizá en cierto modo acabó una forma de hacer cine arriesgada de la que surgieron obras tan grandes como la anterior película de Michael Cimino, El cazador, que le otorgó tanta fama y prestigio como para abordar una obra de la desmesura de La puerta del cielo.

La primera versión que se estrenó de esta película duraba más de tres horas y media. Sólo se estrenó en Nueva York en una única sala y se retiró en seguida. Crítica y público la destrozaron sin piedad. Luego Cimino redujo una hora de metraje (la versión que yo he visto) intentando agilizar la trama, pero no dió resultado. La puerta del cielo quedó convertida en una de esas películas malditas del cine: su director lo arriesgó todo y perdió. Es una lástima, porque esta partida también la perdió la libertad de los realizadores, que en adelante tuvieron que amoldarse a fórmulas que dieran resultado en taquilla y no arriesgar: el resultado fue una década de los ochenta muy floja en cuanto a calidad en el cine norteamericano (con notables excepciones).

Yo he intentado visionar la película sin esa aureola de malditismo que la precede. El resultado es una obra a ratos fascinante, a ratos fallida. En todo su metraje se aprecia la ambición de su director de entregar una obra maestra a cualquier precio. Quizá el escuchar demasiadas veces la palabra genio a raíz de El cazador produjo un efecto perverso en la mente de Cimino. La pelíciula comienza de una manera un tanto extraña para tratarse de un western: encontramos a su protagonista en la fiesta de graduación de una prestigiosa universidad del este. No se comprende muy bien como Jim Averill, un estudiante brillante procedente de una familia rica ha acabado de sheriff en un poblacho del oeste ni la auténtica relación que le une a Ella (la madame de un prostíbulo de mala muerte) y a su antiguo compañero Irvine, un ser ambiguo cuyas lealtades no parecen estar del todo claras.

A pesar de su ritmo a veces cansino y del difuminado dibujo de personajes, lo mejor de La puerta del cielo es la mirada valiente sobre un episodio olvidado de la historia de Estados Unidos: el enfrentamiento de los terratenientes anglosajones contra los inmigrantes del este de Europa. Cimino nos muestra una nación forjada en la violencia de las armas, en la ley del más fuerte, donde la única ambición es la posesión de la tierra (mucho de esto hay en esa obra maestra llamada Deadwood, una de las mejores series de los últimos años) y la vida vale bien poco. Son impresionantes las escenas de esas familias llegando en oleadas a su particular tierra prometida sin saber que van a ser recibidas a tiros por aquellos que los perciben como una amenaza a su hegemonía. Si Cimino hubiera profundizado en los personajes y la narrativa hubiera sido más ágil, nos encontrariamos ante una obra mucho más sólida.

jueves, 17 de enero de 2013

THE MASTER (2012), DE PAUL THOMAS ANDERSON. EL PREDICADOR Y EL BORRACHO.

Hay ocasiones en las que uno sale del cine enormemente desconcertado. Me ha sucedido con The Master, esperadísima película de uno de los mejores directores de los últimos años, porque yo esperaba que me contaran una determinada historia y resulta que el guión trata un asunto totalmente diferente.

Las primeras escenas de la película nos presentan a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un soldado estadounidense que ha combatido la guerra en el Pacífico, al que parecen haber desequilibrado tantos años de combate. Un primer apunte inquietante: en un ambiente relajado, pues acaba de declararse la rendición del Japón, sus compañeros de armas esculpen una mujer desnuda en la arena de la playa. Es una simple broma, la típica alusión a la tensión sexual del soldado. Pero para Freddie aquello es mucho más: se acuesta con la figura y realmente realiza el acto sexual con ella ante la mirada atónita de los otros soldados.

La vuelta a la vida civil no parece que mejore el estado del protagonista: su vida es la de un alcohólico que debe cambiar de trabajo cada poco tiempo porque en todos acaba teniendo problemas. Freddie es un individuo violento, solitario y con una constante necesidad de sexo salvaje, un cóctel explosivo del que quizá pueda salvarle Lancaster Dodd (Philip Seymur Hoffman), el gurú de una secta (ellos prefieren llamarla movimiento espiritual) en pleno proceso de expansión, que por alguna extraña razón simpatiza desde el primer instante con Freddie, al que conoce por la más pura casualidad. A partir de aquí la película se centra en esta insólita relación paterno-filial. Lancaster quiere probar su terapia con Freddie, pero éste parece un caso perdido... Al final parece que ambos personajes tienen más puntos en común de lo que aparentaban, aunque si hablamos de final de metraje no es porque se llegue a conclusión alguna: en este sentido Anderson no se lo pone nada fácil al espectador.

Personalmente, y remitiéndome a lo que comentaba al principio, esperaba encontrar un retrato más o menos fiel de los inicios y consolidación de la secta de la Cienciología (aquí rebautizada como La Causa), como convencieron a sus ricos patronos con tan pobres y manidos argumentos y como se transformó en un movimiento influyente a nivel mundial que ha llegado a captar a actores famosos que publicitan sin reservas las supuestas bondades de una doctrina espuria y banal basada en unas promesas ambiguas de encontrar la fuerza para mejorar en el propio interior de uno mismo. Hay un momento en el film en el que parece que las cosas van a ir por fin en ese rumbo: cuando el discurso de Lancaster es interrumpido por alguien que le contrapone las virtudes de la ciencia. Pero esta discusión es acabada por Freddie mucho antes de dejar en evidencia a su maestro de la forma que mejor sabe: con los puños. Así pues The Master es una película extraña cuya mejor virtud es la estupenda interpretación de sus dos protagonistas. Pero también es una oportunidad perdida de exponer un discurso valiente acerca de esas sectas manipuladoras que aprovechan los miedos y las esperanzas del hombre para sacar réditos económicos y sociales. Un momento ¿no actúan así también las religiones oficiales? Eso daría tema para otra película...

martes, 15 de enero de 2013

EL ACCIONISTA MAYORITARIO (2006), DE PETROS MÁRKARIS. LAS RAÍCES DE AMANECER DORADO.


No me parecía mala propuesta leer algo de Petros Márkaris en el club de lectura, aunque hubiera preferido que el elegido hubiera sido el primer libro de la serie del comisario Jaritos, no el quinto. Afortunadamente, es una novela que puede leerse de forma independiente respecto a las demás y con ella uno se puede hacer una idea del principal interés de Márkaris como escritor de novela policiaca: más que plantear un misterio e intrigar al lector, lo que se pretende es una crítica de la sociedad griega actual, la que, como la española, ha vivido (dicen) por encima de sus posibilidades.

La trama de El accionista mayoritario resulta ser lo más endeble de la novela: quizá Márkaris ha querido abarcar demasiado: el secuestro del barco donde viaja la hija del comisario por parte de un comando terrorista unido a la ola de crímenes protagonizada por un asesino en serie que dice querer acabar con el mundo de la publicidad. Ambas tramas daban para mucho más, aunque el hecho de que el autor las resuelva de manera anticlimática dice mucho del mundo en el que se mueve el protagonista, un mundo muy parecido al nuestro, donde no existen detectives-estrella y los casos se resuelven con una mezcla de paciencia y suerte. Su tarea policial, en realidad, consiste en interrogar al entorno de las víctimas (sin sacar demasiado en claro) y esperar los informes forenses, que tampoco ayudan mucho a la resolución del caso. Sólo la casualidad puede venir en su ayuda en el momento menos esperado: la vida misma. 

La otra vertiente de la novela es la que ofrece mayor interés: el comisario Jaritos en realidad es una especie de cicerone que guía al lector por el caos de la Grecia contemporánea. En este caso nos encontramos en la Atenas postolímpica, en la que las instalaciones que han servido a los atletas, una vez cumplida su función, se abandonan y quedan como refugio de mendigos: el perfecto escenario de un crimen. 

El carácter de Jaritos como detective, dista mucho del de sus colegas anglosajones. Él es un hijo del Mediterráneo y su núcleo familiar, a pesar de los dolores de cabeza que le produce, es lo más importante en su vida. Además, tiene un pasado siniestro: comenzó su carrera policial durante la dictadura y ha sido testigo de torturas a opositores políticos. Precisamente ese es otro de los temas de la novela. Como en nuestro país, muchos de los verdugos de la dictadura quedaron impunes y, por lo tanto, creen estar por encima del bien y del mal. Bajo su mirada se está engendrando un nuevo huevo de la serpiente, que implosionará con la llegada de la crisis ecónomica a Grecia: el nazismo de Amanecer Dorado, tan tristemente célebre en nuestros días.

sábado, 12 de enero de 2013

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN ENERO. MI MES SOVIÉTICO.

Mi vida lectora espera siempre con especial ilusión la llegada del mes de enero, porque hace años me impuse a mí mismo la placentera obligación de comenzar el año con un libro de un autor ruso del siglo XX entre las manos. En esta ocasión me pasan las horas sin darme apenas cuenta teniendo entre las manos un grueso volumen de un autor casi desconocido en España: Anatoli Ribakov. Los hijos del Arbat es la crónica más lúcida que puede leerse de los años más duros de la existencia de la Unión Soviética: aquellos en los que Stalin tenía agarrada a la ciudadanía en su puño de acero. 

Pero mientras tanto, hay otras obligaciones: las de los clubes de lectura, que también reclaman su cuota de libros, que paso a resumir.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, leeremos los cuentos de un autor argentino enclavado en tierras granadinas y cuya novela El viajero del siglo fue premio de la crítica en 2009: Andrés Neuman con El último minuto.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, el cuarto título de una serie policiaca de éxito, que retrata fielmente la sociedad griega actual: Petros Markaris con El accionista mayoritario.

En el club de lectura de la Casa del Libro, sin fecha todavía, una gran novela del húngaro Sándor Marai, que lei hace unos años: El último encuentro.

En el club de lectura de la Fnac Málaga, otra autora clásica del siglo XX: Virginia Woolf con Flush.

Y siguiendo con los clásicos, en el club de lectura dedicado a ellos en Arroyo de la Miel, una novela que tengo que leer este año: Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Y por último, en el ciclo que coordino, Literatura y cine en la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una gran película reciente, protagonizada por la actriz de moda, Jessica Chastain: La deuda, de John Madden.

Como todos los meses, cuando vaya teniendo noticia de nuevos eventos de esta naturaleza, los tendrán puntualmente en la columna de la derecha. Feliz enero lector.

viernes, 11 de enero de 2013

LOS MISERABLES (2012), DE TOM HOOPER. CANTANDO A LA REVOLUCIÓN.


Los Miserables, la novela de Víctor Hugo es una de esas cimas insuperables de la literatura que son capaces de acrecentar la visión del mundo del lector, porque son descripciones de una determinada época y lugar que actúan como espejos del mundo real. El lector no debe dejarse amedrentar por su larga duración, puesto que la recompensa es inmediata: sus personajes tienen tal fuerza que quedan para siempre en los recuerdos. Y si no, ahí están las continuas versiones cinematográficas para que volvamos a acordarnos de ellos.

Hace ya bastantes años, estrenaron una dirigida por Bille August que me pareció bastante floja. En realidad, es muy difícil adaptar una novela tan densa y compleja, tan repleta de acontecimientos en dos horas. Lo que llega ahora a nuestras pantallas no es exactamente la adaptación de la novela, sino del musical que adaptaba la novela y que ha sido un gran éxito mundial durante varios años. La banda sonora de Claude-Michel Schönberg tiene la suficiente entidad como para resaltar la fuerza de las imágenes y las pasiones de los personajes. Me ha gustado particularmente la versión de Javert de Russell Crowe, puesto que mostrar los sentimientos contradictorios del inhumano policía no es tarea fácil. Javert es una criatura al servicio de las leyes del Estado, no de la justicia, lo cual le hace obsesionarse con su cumplimiento estricto, aunque tenga que pisotear a inocentes en su camino. 

Así pues, resulta muy agradable ver a los personajes queridos de la novela atreviéndose a cantar. Esto da lugar a una de esas situaciones ridículas que deberían avergonzar a los responsables de distribución de nuestro país. Si bien el noventa por ciento de la película se emite en nuestros cines en versión original con subtítulos (por las canciones), cuando algún personaje habla sin cantar, lo hace en castellano, dando lugar a una intensa sensación de extrañeza en el espectador. ¿Tanto les hubiera costado mantener esos pequeños momentos también en su versión original? Ya que los que han pagado su entrada han sufrido casi toda la película teniendo que esforzarse en leer (una costumbre no muy extendida en nuestro país), podrían haber evitado ese pequeño estropicio. Por lo demás Los Miserables es un más que digno espectáculo, una visión diferente de una de las grandes obras de la historia de la literatura.

lunes, 7 de enero de 2013

LA CLASE (2008), DE LAURENT CANTET. ENTRE LOS MUROS.


En España la educación es un tema recurrente. Cada vez que llega al poder uno de los dos partidos políticos que nos gobiernan se propone la realización de un nuevo plan educativo, que termina deteriorando las ya de por sí frágiles condiciones de trabajo del sector en nuestro país. Últimamente el partido gobernante nos dice con la boca pequeña que lo mejor para el alumno es la educación privada, que la pública está relegada para los más torpes, para los que están destinados a ser mediocres sociales. Y con esta idea, la va desmantelando metódicamente y privilegiando a los centros concertados (y si tienen ideario religioso, mejor), que reciben generosas subvenciones mientras lo público es recortado día a día.

En Francia, según puede verse en la película, la educación pública todavía cuenta con una vitola sagrada: no se aprecia masificación en las aulas, se realizan seguimientos individuales a cada alumno y el personal docente se implica en que la igualdad de oportunidades no se quede en meras palabras: los profesores parecen llevarse bien y, en cierto sentido, trabajan en equipo cuando surge algún problema. En mi época estudiantil, las clases estaban masificadas (no voy a hablar de la Universidad, porque a veces aquello se parecía más al metro en hora punta que a un aula) y lo del seguimiento individual al alumno era una utopía: había profesores que se implicaban más que otros, pero todo se reducía a aprobar unos exámenes, sin más consideraciones. Una cosa sí teniamos clara, porque se nos había inculcado desde primero de EGB: el profesor era la autoridad y había que respetarlo siempre. Por lo que oigo a veces, los problemas actuales tienen mucho que ver con los que plantea La clase: la indisciplina del alumnado y la ruptura total de las barreras profesor-alumno.

El profesor que protagoniza la película, François, se enfrenta cada día a una clase desmotivada, a pesar de que sus aptitudes pedagógicas son más que aceptables. Los conflictos suelen venir motivados por la diferente procedencia de sus alumnos: algunos son inmigrantes cuyas familias están al borde del desarraigo social, por lo que terminan descargando sus frustraciones en clase. Para François, como para casi todos los profesores de la enseñanza pública, se plantean situaciones delicadas: ¿debe esforzarse en neutralizar las conductas más chulescas y descaradas, debe ignorarlas? ¿puede permitirse dedicar sus escasas horas de clase a una lucha de poder con sus alumnos, dejando la enseñanza de lado? En ningún momento se producen hechos especialmente dramáticos (a excepción del episodio con Suleiman), pero su labor se ve constantemente interrumpida por la guerra de guerrillas a la que le someten los alumnos que, a falta de otros conocimientos, exigen ser respetados al mismo nivel que el profesor, a pesar de las barbaridades que salen habitualmente de sus labios.

El gran error de François es tratar de enfrentar al alumnado con sus propias armas, aunque esto se explica en el tibio apoyo que pueden prestarle unas instituciones escolares en cuyas reuniones las dos representantes de los alumnos muestran una conducta absolutamente irrespetuosa, ante la pasividad del resto de sus integrantes, que saben que es mejor el silencio a ofender a quienes exigen ser respetados como adultos desde su comportamiento infantil. Yo, por supuesto, no abogo por que se instaure en las aulas públicas la disciplina de un colegio jesuita, pero sí por que se restituyan las pocas armas de autoridad con las que siempre ha contado el profesor.

En resumen, La clase es una película que, aproximándose a un estilo documental, retrata desde un punto de vista adulto la vida cotidiana de un colegio cualquiera en Francia. De hecho, todo lo que sucede, sucede entre los muros del colegio. La cámara solo sale al patio cuando algún adulto tiene que conversar con los alumnos. El resto del tiempo, las imágenes del patio, cuando las hay, se ven desde el punto de vista del maestro que observa las evoluciones de sus pupilos. Al final, queda una hermosa imagen de las aulas vacías mientras oimos los sonidos del exterior. Después de todo, la verdadera vida está fuera.

viernes, 4 de enero de 2013

HACE CUARENTA AÑOS (1936) DE MARIA VAN RYSSELBERGHE. AMOR INCORPÓREO.


Maria Van Rysselbergue, escritora casi absolutamente desconocida en nuestro país, es distinguida en círculos académicos franceses como la gran cronista de la madurez de André Gide, ya que se dedicó a anotar sus actividades y pensamientos de sus últimos treinta años que, una vez publicados, constituyen un documento excepcional para los especialistas e interesados en la obra del escritor francés, premio Nobel de literatura en 1947.

Pero la obra de Van Rysselbergue tiene entidad literaria más allá de las crónicas sobre Gide, como demuestra esta pequeña obra, una novela personalísima y minimalista, que cuenta una historia de amor profundamente espirtual que oscila entre la delicia y el tormento. Hay asuntos que resultan desconcertantes en la narración, ¿cómo es que se quedan solas en una casa apartada dos personas casadas? La atracción es tan inevitable que causa dolor a los protagonistas. Además su acercamiento completo no viene de una atracción física, sino de de lecturas conjuntas de poemas de Baudelaire y cartas de Flaubert. De surge un amor puro cuya plenitud sus protagonistas no alcanzan a comprender. Solo saben que están atrapados por él y han de dejarse arrastrar. Pero este arrastre de la marea hacia el oceáno de un amor infinito  implica una especie de fusión entre dos seres que se antojan espiritualmente idénticos, por lo que no es necesario ningún contacto físico ni casi palabras para saber que están viviendo un amor tan puro que les produce turbación.

Merece la pena leer esta pequeña narración de la autora belga, donde el lector aprecia que existe sabiduría literaria y sentimental. Además, es muy destacable la labor de la traductora, Regina López, que ha vertido las palabras de Van Rysselbergue a un castellano hermoso y preciso.

¡ROMPE RALPH! (2012), DE RICH MOORE. HABITANTES DEL MUNDO VIRTUAL.


Ralph es un currante con puesto fijo que acumula trienios en la misma empresa. A pesar de ello, no se siente reconocido por su trabajo: es menospreciado por sus compañeros y vive en un montón de escombros. Pero es que el trabajo de Ralph es especial: es un malo de videojuego, por lo que su fama le precede y solo cae bien a los de su misma calaña, a pesar de esforzarse en ser amable con los demás. Ralph es el protagonista de un juego que lleva muchísimos años triunfando en los salones recreativos, uno de esos juegos tradicionales e inocentes, en comparación con la sofisticación de los actuales. Su único anhelo, como el de muchos de nosotros, es el reconocimiento social, que en su mundo se premia con una medalla, así que Ralph emigrará a otro juego (uno de disparos en primera persona, ultraviolento), para demostrar a sus compañeros de lo que es capaz. 

A partir de este planteamiento Disney ofrece una historia muy adictiva, que no está ni mucho menos dirigida solo a los más pequeños, sino que contiene infinidad de guiños dedicados a los que hemos pasado parte de nuestra infancia en los salones recreativos (yo no llegué nunca a enviciarme del todo con ningún juego, seguramente por falta de medios económicos para ello), aprovechando para ello los cameos de conocidos personajes de estos mundos virtuales. La de Ralph es la típica historia de superación personal, pero los guionistas han tenido la inteligencia de que no haya ninguno de los personajes sea verdaderamente malo (y el que al final se desvela como tal da más lástima que otra cosa).

¡Rompe Ralph! tiene algunos puntos en común con la saga de Toy Story: en ambas los personajes cumplen su función de divertir a los jóvenes, pero gozan de una vida propia más allá de sus relaciones con los seres humanos. En este caso los protagonistas viven en un mundo virtual que puede ser desconectado en cualquier momento y ser sustituidos por un juego más moderno, con personajes con texturas digitales más sofisticadas (es uno de los grandes aciertos de la película, mezclar personajes con píxeles de diferentes épocas). Es una espada de Damocles siempre presente y uno de los grandes temas de la película: el miedo a volverse prescindible, a no ser reconocido en el trabajo o que este no sea útil de un día para otro. No se pierdan (da igual si llevan o no a niños) uno de los espectáculos más imaginativos de la temporada.