jueves, 29 de agosto de 2013

SEVEN (1995), DE DAVID FINCHER. EL MAL ABSOLUTO.

En aquella ciudad llueve siempre, por lo que sus ciudadanos no gozan de mucha luz. Pero la oscuridad que impregna el ambiente parece ser aún más profunda, casi de índole espiritual. No es extraño que del seno de esta urbe, una ciudad sin nombre que actua en la cinta de Fincher casi como un personaje más, surja una criatura como John Doe, dispuesto a redimir a sus habitantes ofreciéndoles un terrible ejemplo de justicia divina.

Porque después de todo lo que más peligro entraña en el asesino es que es un ser moral. Puede que su moral sea equivocada y su predicación a martillazos, pero hay algo en él que atrae y repele de igual modo al detective Somerset, un hombre muy maduro, a punto de jubilarse, que está desencantado con el clima irrespirable de su ciudad. A veces, cuando lo vemos desvelado a altas horas de la madrugada practicando con su cuchillo en la pared, parece como si envidiara secretamente al asesino, pues se está atreviendo a hacer lo que él nunca se atrevería: limpiar la sociedad de los que aquel considera sus peores elementos, aquellos que ejemplifican los pecados capitales. Su compañero, el recien llegado Mills, es otro tipo de policía. Joven e impulsivo, para él John Doe no es más que un asesino chiflado y se niega a otorgar un significado trascendente a sus crímenes. Cuando se asoma a las páginas de Dante o Chaucer tratando de comprender a su adversario, como le aconseja Somerset, no es capaz de sacar nada en claro. Se frustra y discute con su compañero, que le insiste en que tienen entre manos un caso muy especial.

Seven no fue el debut de David Fincher, pero si fue su explosión como creador de un estilo muy personal, que ha intentado ser imitado en otras realizaciones pero nunca ha sido superado. Su guión funciona como un mecanismo de relojería que mantiene al espectador atento a cada detalle de lo que sucede en pantalla. Y esto es importante, porque esta es una película que cuida los detalles, las referencias en las que basa las acciones de Doe. Contiene escenas realmente magníficas, como la de Somerset en la biblioteca o la entrada en el piso del asesino, donde guarda una enorme colección de cuadernos con sus pensamientos más íntimos. Además, se trata de una realización que no se traiciona a sí misma y sigue estrictamente durante todo su metraje la lógica de su propia crueldad. «"El mundo es un bello sitio por el que vale la pena luchar". Yo estoy de acuerdo con la segunda parte», concluye Somerset, parafraseando a Hemingway.

CONCURSANTE (2007), DE RODRIGO CORTÉS. EL GANADOR PERDEDOR.

Martín Circo es un hombre afortunado. O al menos eso cree él al principio. Ha ganado un premio en un concurso televisivo valorado en tres millones de euros. El premio incluye objetos tan útiles como un yate, una avioneta, coches de alta gama y una enorme mansión. Cualquiera envidiaría a Martín: de la noche a la mañana es poseedor de los bienes con los que muchos sueñan, bienes ostentosos que pueden ser exhibidos ante los demás como símbolo de estatus social privilegiado. Pero el protagonista, a pesar de ser profesor (con un contrato precario) de historia de la economía, no contaba con que ser rico cuesta dinero. Mucho dinero. En primer lugar, hay que pagar a Hacienda el IRPF por la mitad del valor de los bienes, además del Impuesto de Patrimonio. Además, hay que pagar cantidades insospechadas por el mantenimiento de los bienes. A Martín no se le ocurre nada mejor que seguir los consejos de su novia y solicitar un cuantioso préstamo al banco...

A partir de esta premisa y narrada por la voz en off del protagonista, Concursante, con una narrativa dinámica y acelerada, construye un interesante discurso acerca de las trampas del capitalismo. Martín es un pobre diablo al que ser rico le viene demasiado grande. En sus clases de economía repetía como un loro un discurso ultraliberal que tildaba de fraudulenta la doctrina de Keynes. Ahora que el triunfo capitalista ha llamado a su puerta, es paradójico que Martín pueda ver por fin su rostro monstruoso, ese que exprime a los incautos que viven por encima de sus posibilidades (definición, por cierto, que engloba a todos los españoles, según ha dicho más de una vez el gobierno).

Porque después de todo nuestro sistema funciona con el viejo método del palo y la zanahoria. Impulsa la competividad, la adquisición de bienes inútiles y, en última instancia, cuando llegan las crisis económicas exprime a los ciudadanos para pagar los excesos de unos pocos, que son los auténticos ganadores en este juego amañado. Hay dos personajes muy llamativos en Concursante: uno es el asesor fiscal, un tipo que da la impresión de saber moverse en la selva del dinero, dotado de un discurso seguro y agresivo que en realidad no transmite gran cosa. Otro es el del profesor-profeta anticapitalista, con un discurso mucho más lúcido acerca de las trampas de un sistema que se nutre en realidad de un dinero sin respaldo físico alguno, de deudas y promesas de pago futuro. Como corresponde a un hombre así, vive una existencia marginal, pero en menos tiempo del que supone (la película se rodó en 2006), sus predicciones serán cumplidas. Así pues, estos son los grandes méritos de Concursante: crear una historia adictiva, criticar al capitalismo de un modo muy original y, además, hacerlo en un año en el que la euforia económica había alcanzado en España sus más altas cotas.  

martes, 27 de agosto de 2013

PÓRTICO (1977), DE FREDERIK POHL. LA ENCRUCIJADA DEL COSMOS.

Frederik Pohl es coautor, junto a Cyril M. Kornbluth de una de mis novelas favoritas, Mercaderes del espacio, escrita en los años cincuenta y que merecería la celebración de un club de lectura en torno a ella, ya que es una de las críticas más lúcidas que se han realizado del capitalismo y de la injerencia de la publicidad en nuestras vidas. Pórtico pertenece a la etapa de madurez como escritor de Pohl cuando, después de pasar unos años dedicado a la edición (entre otros, publicaba a Isaac Asimov), retomó su prolífica carrera, dando a la ciencia ficción obras que ya se han convertido en auténticos clásicos y que fueron acreedoras de numerosos premios.

En el futuro que presenta Pórtico, la humanidad ha descubierto un asteroide que fue abandonado hace medio millón de años por una misteriosa raza alienígena a los que se denomina heechees. El asteroide opera como una especie de estación de tránsito. Existe un hangar repleto de naves de una tecnología mucho más avanzada que la nuestra. Lo único que se sabe es que, si un humano se monta en ellas y la pone en funcionamiento, la nave le llevará a un destino desconocido y volverá al punto de partida. Con estas premisas, el asteroide Pórtico se ha convertido en un lugar muy peculiar, donde acuden algunos humanos sedientos de fortuna, dispuestos a jugarse la vida en un viaje incierto, que puede realizarse en solitario o en compañía de otros. Algunos vuelven con las manos vacías, otros convertidos en cadáveres y algunos otros encuentran algún emplazamiento heechee abandonado y se llevan los objetos extraterrestres que, una vez comercializados, pueden hacer su fortuna. También existe la posibilidad de realizar nuevos descubrimientos científicos, que se pagan según su relevancia. Una situación que nos remite a una constante en la historia humana: los viajes de exploración arriesgados en los que se embarcaban hombres que no tenían nada que perder (recordemos la expansión por América por parte de los españoles, aunque en este caso importaba más el oro y la religión que la ciencia).

El protagonista de Pórtico, Robinette Broadhead, es uno de estos exploradores o prospectores, como se les denomina en la novela, que consiguió convertirse en millonario en su última misión, pero pagó un alto precio por ello, puesto que las circunstancias de los últimos momentos de la misma fueron dramáticas. Ahora intenta recuperarse acudiendo a terapia con un psicólogo-computador llamado Sigfrid. Pohl va intercalando capítulos terapeúticos con otros que describen la estancia de Robinette en Pórtico, dosificando de manera magistral la información. La experiencia del protagonista estará marcada en todo momento por el miedo, por ese invencible miedo a lo desconocido que asalta al ser humano en los instantes decisivos. En cualquier caso, lo que consigue Pohl para el lector no tiene precio: que se haga presente de principio a fin ese sentido de la maravilla que distingue a la mejor literatura de ciencia ficción.

MEMORIAS DE UNA JOVEN FORMAL (1958), DE SIMONE DE BEAUVOIR. LA INTELECTUAL BURGUESA.

A Simone de Beauvoir se la conoce sobre todo por haber sido la gran teórica del feminismo del siglo XX, pero su amplia obra trata otros muchos temas: el existencialismo, la responsabilidad individual o la libertad sexual. Leyendo Memorias de una joven formal, es difícil concebir que esa niña, nacida en una familia burguesa y educada de un modo clasista, llegara a convertirse en el icono filosófico que llegó a ser.

Beauvoir comenzó su existencia en un ambiente de tradición decimonónica, de un cristianismo rancio, en el papel del hombre y la mujer en el seno familiar estaban claramente delimitados. Su madre era joven y controladora. Debía obtener constantemente información acerca de las salidas, de las amistades y de las lecturas de la niña, algo que seguía sucediendo cuando la futura autora de El segundo sexo comenzó a ir a la Universidad, hasta el punto de que debió reunir valor para pedirle, junto a su hermana, que dejara de leer sus cartas. Su padre era un hombre peculiar, con una ideología que podríamos calificar casi de fascista, destinada ante todo a justificar los privilegios de ciertas familias, aunque sufrieran una decadencia económica, como era su caso. Paradójicamente, esta situación ayudó a Beauvoir a conseguir cierta independencia, puesto que la falta de medios alejó de su vida la sombra de un matrimonio concertado, algo muy común todavía en aquella época.

También fue por influencia familiar la transmisión, desde muy temprana edad, del amor por la cultura y los libros aunque, como ya se ha apuntado, sus lecturas fueran censuradas. En cualquier caso, la palabra escrita siempre es liberadora en cualquier ambiente opresivo. Aquella niña tuvo una experiencia inolvidable cuando obtuvo su primer carné de biblioteca:

"Me planté ante el panel reservado a las "Obras para la juventud", donde se alineaban centenares de volúmenes: "¡Todo esto es mío!", me dije deslumbrada. La realidad sobrepasaba mis sueños más ambiciosos: ante mí se abría el paraíso hasta entonces desconocido de la abundancia. Me llevé un catálogo a casa; ayudada por mis padres, elegí entre los libros marcados con una jota, e hice una lista; cada semana vacilaba deliciosamente entre múltiples apetencias."

Una de las primeras rupturas de Simone de Beauvoir fue la religiosa. Dejó de creer a muy temprana edad, resolviendo un pequeño conflicto personal entre sentimiento y razón a favor de éste último. Esto le hizo descubrir una inexorable condena a muerte que compartía con los demás seres humanos, pero sin el consuelo de la vida eterna. Una mente metafísica precoz, una joven intelectual cuyos intereses la apartaban de los demás, dedicando sus mejores esfuerzos al estudio, su auténtica pasión. Todos estos conflictos podían tener una salida:

"Si antaño había deseado ser profesora era porque soñaba ser mi propia causa y mi propio fin; ahora pensaba que la literatura me permitiría realizar ese deseo. Me aseguraría una inmortalidad que compensaría la eternidad perdida; ya no habría Dios para quererme, pero yo estaría en millones de corazones. Escribiendo una obra alimentada por mi historia me crearía yo misma de nuevo y justificaría mi existencia. Al mismo tiempo serviría a la humanidad: ¿Qué mejor regalo hacerle que libros? Ponía todo interés a la vez en mí y en los demás; aceptaba mi "encarnación", pero no quería renunciar a lo universal: ese proyecto lo conciliaba todo, halagaba todas las aspiraciones que se habían desarrollado en mí en el curso de esos quince años."

Respecto al amor, Beauvoir fue una mujer muy racional: no buscaba alimentar tanto la pasión a través de un hombre (su único intento, con su primo Jacques se saldó con un fracaso muy doloroso), sino su intelecto, de ahí que terminara enamorándose de alguien perfecto para ella: el filósofo Jean Paul Sartre, con quien la joven formal vivió una relación durarera y totalmente liberal que escandalizó a las mentes biempensantes. Esta fue quizá la mayor de las rupturas con el pasado, la más transgesora y el mayor fracaso de la educación burguesa que sus padres se esforzaron por inculcarle. 

Memorias de una joven formal no solo funciona como una autobiografía de la protagonista, sino que en sus páginas podemos obtener una estupenda visión de las costumbres y la cultura francesa de principios del siglo XX: los conflictos sociales, las tendencias filosóficas, la gran tragedia de la Primera Guerra Mundial... Pero lo mejor de todo es la sinceridad de la autora al exponer al lector sus pensamientos más íntimos y sus conflictos internos, convirtiendo el relato de su vida en ejercicio de profunda introspección y hasta de psicoanálisis. Las memorias de Beauvoir tienen su continuación en el volumen titulado La plenitud de la vida, en el que aborda con detalle su relación con Sartre, que solo es esbozada en esta primera parte.

jueves, 22 de agosto de 2013

SOPHIE SCHOLL (2005), DE MARC ROTHEMUND. UNA MÁRTIR DE LA LIBERTAD.

En la Alemania nazi no abundaron los héroes. Quizá porque desde primera hora los opositores políticos fueron encerrados, los ciudadanos comunes decidieron aceptar pasiva o activamente al nuevo régimen sin hacerse demasiadas preguntas acerca de sus aspectos más siniestros. Ni siquiera cuando era evidente que se estaba perdiendo la guerra se organizó un movimiento interno de resistencia significativo. Solo lo hubo entre los militares, que organizaron el fallido atentado contra Hitler y provocaron de éste una represión despiadada. Quizá era el miedo lo que mantenía en silencio a unos ciudadanos que soportaban diariamente sobre sus ciudades la ofensiva aérea de los Aliados. Sophie Scholl y la organización a la que pertenecía, La Rosa Blanca, fueron una notable excepción a este clima fatalista: un personaje con vocación de mártir, cuya pasión va a redimir en parte la culpabilidad del pueblo alemán en su conjunto.

La Rosa Blanca se fundó en junio de 1942, en plena ofensiva de la Wehrmacht en el Caúcaso, cuando todavía parecía que los nazis podían ganar la guerra e incrementó sus actividades con la derrota de Stalingrado. Estaba formado por unos pocos estudiantes de ideología pacifista pertenecientes a la Universidad de Múnich, precisamente la ciudad que es considerada la cuna del nazismo. Sólo eran unos pocos jóvenes valientes en un ambiente hostil que sabían que podían ser delatados en cualquier momento por alguno de los miles de delatores con los que contaba la Gestapo. Algunos de ellos habían servido en el ejército alemán y habían sido testigo del tratamiento inhumano que se ejercitaba contra las poblaciones ocupadas, sobre todo en el Este. 

Sophie Scholl debió ser una muchacha excepcional. De profundas convicciones protestantes, las fotos que se conservan de ella (recordemos que fue ejecutada a la edad de veintidós años) la muestran como una joven alegre y sedienta de vida. Ello no fue obstáculo para que, a la hora de la verdad, se negara a renunciar a sus creencias más profundas, de oposición a un Estado totalitario, aunque tal postura le costara la vida. Julia Jentsch, actriz de gran parecido físico con el personaje histórico otorga a Sophie un halo de pureza que seguramente se corresponde con el carácter de la Sophie original, ya que pocas personas serían capaces de aceptar su suerte con tal entereza: no renunciar a las propias convicciones para, al menos, poder denunciar al opresor en una audiencia pública, aunque eso cueste la propia vida. No hay mayor heroicidad.

Una de las escenas más interesantes de Sophie Scholl es la de la entrevista de la muchacha con el director de la cárcel. Éste era un don nadie hasta la llegada de los nazis al poder y defiende al Estado totalitario porque, personalmente, le ha ido bien bajo este régimen. Esto nos remite a la fragilidad de las democracias cuando dejan de lado a sus ciudadanos y estos, desesperados, pueden aferrarse a cualquier solución totalitaria si ésta les garantiza cierta dignidad a cambio de aplastar a ciertas minorías.

En cualquier caso, lo que más impresiona de Sophie Scholl es la despiadada represión que lanza el aparato estatal contra un pequeño grupo de jóvenes que se limitaba a repartir octavillas por la Universidad, como si fueran unos peligrosos terroristas. El Estado totalitario no admite enemigos internos, no puede tolerarlos, está en su misma naturaleza y se alarma cuando detecta a alguien que no sigue fielmente la ola de pensamiento común, sobre todo cuando pertenece al grupo privilegiado. A este individuo se le acusará de la peor de las traiciones, la que se produce cuando se deja de apoyar la causa común de la guerra. Sophie era consciente a lo que se exponía y, cuando fue detenida, sabía que iba a ser juzgada con la mayor severidad y que su pena, si no se retractaba y denunciaba a sus compañeros, sería la muerte. Aún así aceptó serenamente su destino. Es natural que en Alemania se la venere casi como una santa: fue de las pocas personas que se atrevió a desafiar a un régimen omnipotente y no bajar la mirada cuando éste lanzó contra ella su fuerza de forma despiadada. Ella contaba con la fortaleza de sus convicciones, de la verdad. Y con su actitud firme, dialogante y pacífica, dejó entrever con más fuerza las vergüenzas de una ciudadanía alemana que nunca osó rebelarse contra un régimen criminal, promotor de las peores atrocidades del siglo XX.

PACIFIC RIM (2013), DE GUILLERMO DEL TORO. MONSTRUOS CONTRA ROBOTS.

Cuando era pequeño yo era de los que no me perdía ningún episodio de Mazinger Z. En mis recuerdos quedó como una serie fascinante, emocionante y épica. Hice mal cuando hace un par de años le eché un vistazo a algunos episodios. La magia se había disipado por completo, los guiones no tenían ni pies ni cabeza y los combates entre robots eran totalmente previsibles. Qué feliz era de pequeño, cuando disfrutaba de lo que me ponían en la tele sin estar haciendo uso constante de esa capacidad crítica, tan incómoda a veces, que desarrollamos cuando crecemos.

Fui a ver Pacific Rim sin saber muy bien lo que me iba a encontrar. A diferencia de otras veces, preferí no leer críticas previas. Solo sabía que era una película de robots gigantes y que la dirigía Guillermo del Toro, un nombre lo suficientemente prestigioso como para ofrecerme ciertas garantías. Y la película me atrapa desde el principio, a pesar de la sencillez de su planteamiento, o quizá debido a ello. Pacific Rim no parte de premisas complicadas ni trata de ofrecer una explicación farragosa de la historia que vemos en pantalla. Todo se reduce a lo siguiente: la Tierra está siendo atacada por monstruos que surgen del mar y distintos países se han unido para hacer frente a la amenaza construyendo robots pilotados por humanos casi tan enormes como los monstruos, que al parecer son de origen extraterrestre.

Porque la vocación de Pacific Rim es la aventura y la diversión en estado puro. Es difícil filmar una historia competente con tan pobre argumento, pero Del Toro lo logra gracias a lo que podríamos denominar su espíritu friki: un conocimiento innato de como emocionar a buena parte de su público. Aquí la evidente falta de profundidad de los personajes humanos es compensada sobradamente con la perfección y equilibrio con la que están rodados los enfrentamientos entre colosos, destacando el que se produce en medio de la ciudad de Hong Kong. Unas escenas que, a diferencia de las de otros blockbusters recientes como Guerra Mundial Z, están concebidas para que el espectador sea testigo con todo detalle de lo que sucede en pantalla. A pesar de todo hay que destacar la secuencia en la que una de las protagonistas recuerda un episodio de su pasado: rodada desde un punto de vista humano, es capaz de transmitir el miedo que siente una niña al ser testigo de un horror tan gigantesco como inexplicable.

Es preciso destacar también que Del Toro ha sabido crear un ambiente perfecto para enmarcar su historia, pues también funciona en parte desde un punto de vista sociológico (fundamental para que nos identifiquemos con el mundo donde transcurre). Tras el estupor inicial por los ataques de los kaiju, la humanidad se adapta en cierto modo a la nueva realidad: muchos edificios resultan destruidos, pero sus moradores se las arreglan para utilizar partes de los cadáveres de los monstruos como vivienda. Además surge un próspero mercado negro con los órganos de kaiju, una mercancía muy valiosa con la trafican conocidos personajes (y la sorpresa de descubrirlos queda para el futuro espectador).

Vayan a ver Pacific Rim con el mismo espíritu con el que entraban al cine cuando eran niños: apelando más a la emoción que a la razón, a la épica que a la lógica y no saldrán defraudados.

lunes, 19 de agosto de 2013

LOS DETECTIVES SALVAJES (1998), DE ROBERTO BOLAÑO. CRÓNICAS DEL REALISMO VISCERAL.

Hacía ya demasiado tiempo que tenía ganas de leer algo de Roberto Bolaño. Al final me decidí por la novela que le dio la fama, esa que le hizo ganar el premio Herralde y deslumbró a toda la intelectualidad de finales del siglo pasado. Que lástima que su muerte prematura no le permitiera apenas disfrutar las mieles del éxito, como si estuviera destinado a ser un eterno bohemio, un escritor maldito y oculto.

Como sabemos, su muerte no hizo sino acrecentar su mito y hoy es uno de los escritores más leídos en lengua castellana. Los detectives salvajes es su novela más autobiográfica, un auténtico tour de force, puesto que se trata de una trama compleja, repleta de personajes nada convencionales. La primera parte, titulada Mexicanos perdidos en México cuenta la historia de los real visceralistas, un grupo poético marginal que se mueve por Ciudad de México. Quizá esta la parte que más me ha gustado, por la ingenuidad y frescura del narrador, el aspirante a poeta García Madero, que se siente irreversiblemente atraído por la vida licenciosa frente a la vida convencional que le proponen sus tíos, por lo que pronto dejará de lado sus estudios de derecho. Los personajes se mueven por la capital mexicana, se encuentran, se desencuentran, pero siempre terminan en la casa decadente de la familia Font, de la que terminan huyendo de forma muy novelesca.

La segunda parte, Los detectives salvajes, es la más heterogénea, y se narra a través de los testimonios de distintos personajes que aluden a diversos momentos y lugares entre los años 1976 y 1996, en la que el lector sigue fundamentalmente las andanzas de Arturo Belano y Ulises Lima, que deciden ir a Europa, además de algunos otros real visceralistas. El propio Bolaño se retrata a sí mismo a través de Belano como un ser extraño, un poeta que a veces vive, o más bien sobrevive, desconectado de la realidad, aceptando pasivamente sus propias peripecias y no dándoles excesiva importancia, aunque estas sean a veces excepcionales.

La última parte, Los desiertos de Sonora, entronca con la primera, y narra la búsqueda de una poeta, Cesárea Tinajero, cuya brevísima obra consideran un precedente del visceral realismo, a pesar de que apenas nadie tiene noticias de ella. Aquí García Madero vuelve a ser el narrador a través de los pasajes de su diario. Aquí la novela cambia, su ritmo es mucho más rápido, más ágil, quizá porque los personajes tienen un objetivo concreto, no la mera supervivencia o el transcurrir de los días. 

Los detectives salvajes es pura literatura. Como lector me he sentido deslumbrado por una prosa que está al alcance de pocos escritores, quizá García Márquez y alguno más, aunque me sucede lo mismo que con el colombiano: la forma de escribir me seduce pero lo que Bolaño cuenta, no tanto. No obstante, la novela es tan original, destila tal frescura que su lectura se hace imprescindible para cualquier amante de la literatura. Ahora me toca seguir descubriendo a Bolaño, esta vez a través de sus cuentos. 

martes, 13 de agosto de 2013

NEUROCULTURA (2007), DE FRANCISCO MORA. UNA CULTURA BASADA EN EL CEREBRO.

El cerebro es el órgano que nos hace humanos, el instrumento a través del cual interpretamos el mundo exterior e interactuamos con los demás. Lo que Francisco Mora propone en este ensayo es verdaderamente revolucionario: un nuevo modelo cultural para la especie humana basado en el conocimiento de las pautas de actuación cerebrales. Aunque todavía queda mucho por descubrir, los científicos van desentrañando poco a poco los complejísimos misterios del funcionamiento neurológico, por ejemplo nuestra percepción de los objetos que nos rodean y la tendencia a generalizarlos, para no tener que volver a aprender la definición y el funcionamiento de algo ligeramente distinto cada vez que lo miramos (aprendiendo lo que es un bolígrafo, identificaremos como bolígrafo objetos muy variados pero que tienen unos elementos comunes que nuestro cerebro reconoce en milésimas de segundo).

Algunos pensadores opinan que establecer un mapa completo del cerebro y su funcionamiento va a restar encanto y misterio a la existencia humana. En realidad, como bien sabemos, los nuevos descubrimientos científicos normalmente van generando nuevas preguntas y nuevos retos. Además, la neurocultura puede ayudar a racionalizar muchas de las actividades a las que otorgamos mayor importancia. Sin ir más lejos, podría ser fundamental para la ciencia del derecho del futuro: conociendo, con todas las garantías legales, si alguien está mintiendo o no ante un tribunal o si la persona que ha cometido un crimen sufre de algún mal neurológico que matice su responsabilidad. Todos estos planteamientos chocan con la idea de ética, con la protección del pensamiento más íntimo de las personas e incluso con el derecho de defensa. Pero poco a poco esto se irá integrando en nuestros sistemas legales salvaguardando las garantías más elementales, a pesar de que la administración de justicia tradicionalmente ha sido muy prudente y lenta a la hora de aplicar los avances científicos (como sucedió en su día con la prueba de ADN). También será un hecho revolucionario definir los mecanismos que nos hacen creer en un ser supremo, que Mora define como una parte erradicable de la naturaleza humana ("Yo confío en que los conocimientos futuros sobre el cerebro humano lleven a una religión con una nueva mirada y una nueva libertad y ello, a su vez, lleve a una religión que termine siendo lo que ya en mucha gente es, una actitud restringida al ámbito más absolutamente personal").

A pesar de todo, hay algo muy inquietante en esta nueva realidad. Cuando seamos capaces de dibujar un mapa completo del cerebro ¿podremos definir lo que es la normalidad mental?:

"(...) Esto nos empujará a redefinir lo que debemos entender por "normal" basándolo, esta vez, no tanto en la conducta y la psicología como sobre parámetros medibles y objetivos del funcionamiento del cerebro. Cuando ello se alcance, posiblemente con la disponibilidad de nuevas tecnologías de registro e imagen cerebral, ¿cómo vamos a operar socialmente ante toda esa amalgama de seres humanos "normales" o "anormales" que violan y deshumanizan lo humano? ¿Nueva medicina, nueva política, nueva jurisprudencia, nuevo derecho o nueva sociedad?"

Pensemos en lo que conlleva el desarrollo de esta nueva ciencia: se podrán a llegar a desarrollar fármacos que potencien ciertas cualidades de nuestro cerebro: la inteligencia, la memoria. Se podrán suprimir recuerdos dolorosos, borrar la timidez e incrementar las emociones más positivas, las que nos hacen triunfar socialmente. ¿Al final serán los más ricos los que tengan acceso a estos fármacos, diferenciándose para siempre del resto de los seres humanos? Cuestiones apasionantes que sólo pueden ser resueltas a través de una nueva ética que considere a la humanidad en su conjunto. Porque, por muy sofisticados que queramos llegar a ser, los instintos que hemos heredado de nuestros antepasados más primitivos siguen ahí, previniéndonos contra la diferencia, contra los miembros de tribus diferentes a la nuestra. Neurocultura debe significar actuar en favor de toda la raza humana, no la creación de nuevas diferencias que conlleven la creación de muros infranqueables entre los hombres privilegiados, que tienen acceso a los nuevos conocimientos y el resto. En cualquier caso, nuestros cerebros están programados para la vida en común, para la cooperación.

GUERRA MUNDIAL Z (2006), DE MAX BROOKS Y DE MARC FOSTER (2013). APOCALIPSIS ZOMBI.

Para los que todavía no hayan ido a ver esta película: les aconsejo leer la novela de Max Brooks y después pasar de ella si no quieren llevarse una decepción. El libro está concebido como un falso reportaje periodístico en el que un reportero va entrevistando a diferentes protagonistas de un evento a nivel mundial que ha durado años: una enorme pandemia que ha estado a punto de acabar con la humanidad, cuya principal característica era la de convertir a la gente en una especie de zombis agresivos que transmiten su enfermedad a través de su mordedura. Una plaga que está a punto de acabar con una humanidad que tiene que unirse y dar lo mejor de sí misma para acabar sobreviviendo.

Y el libro-reportaje de Brooks resulta apasionante. El autor estadounidense demuestra los suficientes conocimientos de geopolítica como para que su relato resulte verosímil: como cada país afronta de distinta manera la crisis (el caso más inquientante es el de Corea del Norte y si quieren saber por qué, leánlo) y como los ejércitos fracasan ante un enemigo que no se cansa nunca, no se rinde jamás y no tiene más motivación que saciar su hambre. Los zombis atacan como enjambres, por miles y las fuerzas armadas terminan agotadas y superadas. Resulta épica la descripción de la batalla de Yonkers, en Nueva York, el primer intento serio de la humanidad de contraatacar y el absoluto fracaso que conlleva. 

Antes de poder reconquistar el terreno perdido, los hombres deben atravesar la época del gran pánico, reagruparse en áreas seguras, superar el miedo y revolucionar las estrategias bélicas tradicionales frente a un enemigo que carece de emociones humanas. Guerra Mundial Z contiene interesantes reflexiones sobre el miedo:

"¿Entiende de economía? Me refiero a capitalismo global del bueno, el de antes de la guerra. ¿Entiende como funcionaba? Yo no, y cualquiera que diga que lo entiende es un puto mentiroso. No existen reglas, ni absolutos científicos; ganas, pierdes, es todo cuestión de suerte. La única regla que entendía la aprendí de un profesor de Historia en Wharton, no de uno de Economía. "El miedo - decía -, el miedo es la mercancía más valiosa del universo. - Eso me dejó pasmado - . Encended la televisión - decía -. ¿Qué veis? ¿Gente vendiendo productos? No: gente vendiendo el miedo que tenéis de vivir sin sus productos".

Joder, tenía toda la razón: miedo a envejecer, miedo a la soledad, miedo a la pobreza, miedo al fracaso... el miedo es la emoción más básica que tenemos, es primitiva. El miedo vende; ése era mi mantra: el miedo vende."

En esta ocasión parece que es el novelista el que está entablando un diálogo directo con el lector. En una sociedad repleta de temores, con la crisis como telón de fondo, nada más efectivo que los zombis para llamar nuestra atención, pues son una especie de parábola de como la humanidad un día puede perder el frágil equilibrio que la sostiene y le hace progresar. En este sentido Guerra Mundial Z resulta una lectura apasionante y adictiva porque, insisto, su mejor virtud es la verosimilitud, eso que se ha dado en llamar hiperrealismo, que es la mejor cualidad de la que puede estar dotado un relato fantástico.

Este estupendo material reclamaba a gritos una adaptación cinematográfica que plasmara en imágenes algunos de sus mejores episodios. Cierto es que la estructura de la novela, si se mantenía como tal, hubiera tenido que dar lugar a algo así como un falso documental (que bien filmado hubiera quedado magnífico) formato no apto para todo tipo de público, así que se ha querido ir a lo seguro de cara a la taquilla y Guerra Mundial Z se ha convertido en un vehículo para el lucimiento de Brad Pitt, un buen actor que en esta ocasión se limita a poner el piloto automático y a cumplir con su esterotipado papel sin más alardes. La película de Foster es casi como un videojuego en el que el protagonista tiene que ir superando pruebas en diversos lugares del mundo hasta la pantalla final, en la que da con la solución para salvar a la humanidad. Esto no sería tan malo sin las escenas de acción pecaran del mismo problema que las de Quantum of solace, su incursión en el universo Bond: cámara nerviosa, constantes cambios de toma, oscuridad y, en definitiva, no dejar ver nada al frustado espectador. Mejor son sus escenas aéreas, de ciudades destruidas y masas de zombis, aunque tampoco aportan ninguna novedad. La sensación de realismo de la novela se pierde totalmente en su adaptación a la gran pantalla para transformarse en algo convencional y - en ocasiones - rodado con una evidente precipitación y mal oficio. Una película de zombis sin sangre ni vísceras, rodada para toda la familia. Ojalá en el futuro otro director se atreva a realizar una versión más fiel del libro de Brooks.

viernes, 9 de agosto de 2013

LA ERA DE LA REVOLUCIÓN 1789-1848 (1962), DE ERIC HOBSBAWM. NUEVAS LIBERTADES Y NUEVAS SERVIDUMBRES.

La muerte de Eric Hobsbawm, hace ya casi un año, dejó a Europa huérfana de uno de sus grandes historiadores. Hobsbawm era un sabio de ideología marxista, pero esto no afecta a la objetividad de sus escritos, si acaso le hace profundizar en el aspecto social de la historia, en como los grandes acontecimientos influyen poderosamente en la vida cotidiana de la gente común, que muy pocas veces tienen oportunidad de fabricar su propio destino. El historiador inglés es famoso ante todo por la trilogía sobre el siglo XIX - de la que éste es el primer volumen - y por su Historia del siglo XX, quizá su libro más popular y más vendido.

Hasta 1789 la sociedad francesa apenas distaba demasiado de la de la Edad Media. Sí es cierto que ya no existían los señores medievales, que Francia era un Estado moderno y que las élites ilustradas propugnaban ideas cada vez más revolucionarias. Pero para los campesinos y artesanos, la vida seguía siendo prácticamente la misma: una vida humilde, entregada a un trabajo que herederían sus hijos, sin más perspectivas que tener un año de buena cosecha y no pasar hambre. Este era la sociedad que Dios había establecido en la Tierra y prácticamente nadie de los de abajo se atrevía a cuestionar las decisiones divinas.

Fueron las dos revoluciones que surgieron con unas pocas décadas de diferencia las que la cambiaron todo. La Revolución Industrial, con origen en Inglaterra, sentó las bases para que este país se convirtiera en la potencia económica e imperial incontestable hasta bien entrado el siglo XX. Claro está que toda esta riqueza que comenzó a llegar al país se quedaba en unas pocas manos. Surgió una nueva clase social, la de la burguesía enriquecida gracias a la aplicación de los nuevos avances técnicos a la producción industrial, que llegó a rivalizar con la antigua nobleza en lujos y caprichos. Muchas novelas de Balzac o Dickens hablan de esta nueva realidad, que tenía su cara más triste en los trabajadores de las nuevas industrias, resignados a una condición de semiesclavitud en la que sacrificaban su tiempo y su salud por un salario miserable que apenas servía para comer y alojarse miserablemente. Si bien la revolución de 1789 fue contra la antigua nobleza, la de 1848 ya estuvo influenciada por el movimiento obrero que había ido surgiendo en esas décadas. Y es que la libertad económica absoluta sin política social por parte del Estado deriva en enormes desigualdades.

En cualquier caso, también es cierto que fue una época de oportunidades para algunos, los más inteligentes, los más despiertos, en una Europa que empezaba a valorar el talento más que la cuna:

"Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones fue, por tanto, el que se abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad, el trabajo y la ambición. (...) ¡qué extraordinarias fueron las oportunidades, qué distantes de los del siglo XIX los estáticos ideales jerárquicos del pasado! La negativa de Von Schele, alto funcionario del reino de Hannover, a conceder un cargo gubernativo a un pobre abogado joven porque su padre había sido encuadernador - por lo cual el hijo debía seguir perteneciendo a ese oficio - resultaba ahora perniciosa y ridícula. (...) Con toda probabilidad, en 1750 el hijo de un encuadernador hubiera seguido el negocio de su padre. Ahora no ocurría así. Ahora se abrían ante él cuatro caminos que conducían hasta las estrellas: negocios, estudios universitarios (que a su vez llevaban a las tres metas de la administración pública, la política y las profesiones liberales), arte y milicia."

Una lectura atenta de La era de la revolución permite comprender un poco mejor los mecanismos y las leyes del mundo en el que vivimos, un mundo de libertades que llegó poco a poco, gracias a la lucha obrera, a apostar por lo social. Este componente social es el que actualmente retrocede, en favor de la esencia del capitalismo primitivo, ese que otorga los mismos derechos y libertades a todos los ciudadanos, independientemente de su posición económica y social, como si algunos no gozaran de una posición ventajosa. Un Estado en clara regresión frente al poder económico, el mismo sueño utópico de los grandes industriales del siglo XIX.

jueves, 8 de agosto de 2013

STAR TREK: EN LA OSCURIDAD (2013), DE J.J. ABRAMS. REINVENTADO EL FUTURO.

Mi relación particular con la serie Star Trek puede resumirse en pocas palabras: antes me era indiferente, pero ahora, con el relanzamiento de hace cuatro años por parte de J.J. Abrams, me interesa muchísimo, hasta el punto de que mi interés por esta nueva entrega era muy alto, ya que disfruté bastante con la anterior.

Abrams, que ha confesado en repetidas ocasiones que nunca fue fan de la saga, ha sido capaz de elaborar un producto dirigido tanto a los aficionados veteranos (que contiene muchos guiños procedentes de la anterior continuidad dirigidos a ellos) como a los que nunca tuvieron demasiado interés en la misma. Esta nueva Star Trek es mucho más dinámica. Sigue interesada en la resolución de dilemas éticos y morales, pero sus personajes son mucho más imperfectos y, por lo tanto más humanos. Además, en esta entrega el espectador puede visitar, con todo lujo de detalles - gracias a un extraordinario diseño de producción - dos famosas ciudades imaginadas dentro de trescientos años: San Francisco y Londres.

Star Trek: en la oscuridad comienza con un claro homenaje a la primera escena de En busca del Arca perdida, mostrándonos una magnífica persecución en un planeta exótico. A partir de ahí y como sucedía en la saga de Spielberg, la película no ofrece respiro al espectador, pero lo hace de la mejor manera posible: acogiéndose a una trama coherente, basada ante todo en el carisma del villano, interpretado con solvencia por Benedict Cumberbatch, que con su aspecto de hombre corriente resulta mucho más terrorífico que otros de apariencia mucho más estrambótica.

Como sucede de manera recurrente con el cine de Hollywood en los últimos años, la película también funciona como una parábola sobre los peligros del terrorismo y hay una escena muy explícita, casi al final, que alude a los atentados del 11 de septiembre. Pero, quitando esta referencia política, Star Trek: en la oscuridad se erige como un ejemplo modélico de cine de aventuras en su modalidad de space opera, lo cual alimenta las expectativas acerca de la visión que Abrams ofrezca próximamente de la saga de Star Wars.