sábado, 30 de noviembre de 2013

MI PLANTA DE NARANJA LIMA (1968), DE JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS. SANGRE, INOCENCIA Y LÁGRIMAS.

José Mauro de Vasconcelos y sobre todo Mi planta de naranja lima, su obra más conocida, han tomado nuevo impulso en España gracias al éxito de la edición de la misma que ha realizado recientemente Libros del Asteroide. La vida del protanista de la novela y la del escritor brasileño tienen muchos puntos en común. Una infancia pobre es algo que deja marcado para toda la vida, pero Vasconcelos no escribe, ni mucho menos, para ajustar cuentas con el pasado, sino que lo evoca de una manera casi poética, aunque dejando atisbar al lector las zonas más umbrías de la miseria.

Porque hay mucho de idealización de la pobreza en Mi planta de naranja lima, una pobreza vivida por gente noble y trabajadora, muy alejada de la idea que tenemos hoy día de la vida en las favelas brasileñas, marcada por el tráfico de drogas y la violencia. Zezé lo pasa mal, asume responsabilidades que no corresponden a un niño de cinco años, pero asiste a la escuela y puede soñar con una mejora futura de su situación, ya que quienes le rodean son en general gente honesta y que intenta salir adelante con su trabajo. La de Vasconcelos es una visión muy digna de la pobreza, a veces casi paternalista. Nunca habla de injusticias sociales, porque tampoco casarían con el punto de vista un chiquillo.

Y es que es Zezé y su visión del mundo los que asumen el peso del relato. Zezé es un chiquillo muy vivo, noble y de buen corazón, pero que no puede evitar que a veces se le meta dentro el demonio, como él mismo dice y organizar travesuras que suelen terminar peor para él (por las tremendas palizas que recibe) que para sus víctimas. Pero la principal característica del protagonista es la dulzura de su discurso, derivada de su inocencia incorruptible. Porque Zezé no es más que un niño al que le falta una pizca de cariño para ser feliz, algo que va a encontrar en su amigo el Portugués, un adulto que hará durante un tiempo de sustituto de su padre. 

Así pues, añadiendo algunas pinceladas de sordidez, Mi planta de naranja lima es un relato muy edulcorado, que no llega a los límites de lo empalagoso gracias al oficio literario de Vasconcelos. Un retrato amable de la pobreza en el que no hace falta escarbar mucho para encontrar dosis de crueldad. A mí me parece que lo más triste de todo es que hoy día sería muy difícil escribir una novela así ambientada en las favelas. 

CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967), DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. LOS PECADOS DE MACONDO.

Hay libros que son como pequeñas montañas que tiene que escalar al menos una vez en su vida lectora. Cien años de soledad no es una novela particularmente extensa, ni de lectura difícil, pero posee una trama tan enrevesada en algunas de sus páginas que se hace casi imprescindible leerla consultando de vez en cuando el árbol genealógico de la familia Buendía. Para mí esta segunda lectura de la obra magna de García Márquez ha tenido un carácter muy especial, porque ha sido el libro con el que hemos inaugurado el club de lectura de Más Libros Libres

Lo primero que tengo que decir acerca de Cien años de soledad es que no se trata de mi libro favorito de García Márquez. Con el autor colombiano me sucede que disfruto muchísimo de su estilo de escritura, quizá el más depurado que se puede encontrar en español en las últimas décadas, pero la temática de novelas como esta o El amor en los tiempos del cólera me parece un tanto reiterativa, con demasiada densidad de personajes y de historias. Como lector quedo deslumbrado por el talento indudable de García Márquez, que consigue el prodigio, vedado a muchos otros escritores, de construir un universo propio y reconocible (y en el que se han inspirado posteriormente otros novelistas). Deslumbrado, pero también un poco perdido, como un explorador que se adentra en una tierras hermosas pero con una concentración de vegetación tan agobiante que debe mirar su mapa a cada paso para no perderse irremediablemente. Disfruto más de sus relatos o novelas cortas, como El coronel no tiene quien le escriba o con su faceta periodística, de la que pude disfrutar hace un año Relato de un naúfrago.

Pero entre toda esta vegetación  hay hallazgos únicos, como la utilización magistral del realismo mágico, esa manera de insertar elementos fantásticos en la novela de una manera tan natural que el lector los acepta en la lógica interna del relato o la riqueza del lenguaje del escritor colombiano, que parece conocer más palabras que el mismo diccionario. Uno de los aspectos más destacables de la novela son los paralelismos de la historia de Macondo con diversos pasajes de la Biblia: el pueblo tiene su génesis, su éxodo, su diluvio, sus plagas, su ascensión de la Virgen y, finalmente, su apocalipsis. La entera historia del mundo condensada en un pueblecito administrado por una familia con tendencia a los pecados relacionados con el incesto. Cueste más o cueste menos (y yo recomiendo que se haga de la manera más continuada posible, en pocos días, para no perderse), la historia de los Buendía es una de esas novelas que marcan el siglo XX y, por tanto, su lectura es imprescindible.

lunes, 25 de noviembre de 2013

UNA SOLEDAD DEMASIADO RUIDOSA (1980), DE BOHUMIL HRABAL. EL DON QUIJOTE DEL INFINITO Y DE LA ETERNIDAD.

Aunque con el temperatura algo fresca propia de esta época del año, la tarde del viernes que se presentó clara y despejada, reunía las condiciones ideales para una buena velada literaria, que en este caso me llevó a dos lugares muy poco distantes. El primero de ellos fue el Colegio de Graduados Sociales, donde algunos clubes de lectura malagueños celebramos un encuentro con Zoé Valdés en torno a su libro La mujer que llora, que leí hace un par de meses. Si bien la novela no me gustó mucho, la conversación que mantuvo con el biógrafo de Picasso Rafael Inglada resultó muy interesante y apasionante a ratos, descubriéndome algunos aspectos del artista malagueño que desconocía, como su filantropía, lo que lleva a pensar en una especie de equilibrio moral en su vida: cada mala acción que realizó puede ser compensada con una buena. Como Picasso fue algo más que un pintor (y además, un hombre que vivió muchos años) que tuvo una educación decimonónica, pueden perdonársele muchas cosas. Además, pocas existencias habrán sido estudiadas con tanto nivel de detalle como la suya. Creo que de la vida de casi cualquier hombre, observada con una lupa de aumento, también ofrecería episodios poco edificantes, aunque endulzados con un poco más de humildad, propia de quien no ha nacido genio.

Después, en la cercana tetería Zouk, quedó inaugurado un nuevo club de lectura, cuya caracterísitica más insólita es que existe una paridad casi absoluta entre hombres y mujeres, un hecho del que yo todavía no había sido testigo. En el calor de un reservado, pudimos degustar nuestras bebidas a la vez que diseccionábamos la que es seguramente la mejor narración de Bohumil Hrabal, Una soledad demasiado ruidosa.

Si la profesión literaria estuviera sometida a reglas fijas, podría decirse que Hrabal fue un escritor atípico. Comenzó a publicar cuando ya tenía los cincuenta años y la represión posterior a la primavera de Praga de 1968 hizo que tuviera que comenzar a publicar en el formato samizdat, una forma de literatura semiclandestina típica de los paises comunistas, en la que las obras, divididas por capítulos, circulaban en un circuito muy restringido. Así que la primera publicación de Una soledad demasiado ruidosa se produjo en samizdat en 1977 y hasta 1980 no pudo ser editada en forma de libro, pero fuera de Checoslovaquia. En cualquier caso, Hrabal fue siempre un novelista totalmente alejado de los circuitos oficiales, que prefería gastar su tiempo en sus cervecerías favoritas de Praga. Quizá por ello sus retratos humanos resultan tan portentosos: estar cerca de la vida cotidiana, trabajando como un obrero más y bebiendo con ellos le permitía obtener una visión muy lúcida de la existencia.

De hecho, Una soledad demasiado ruidosa, puede leerse como una denuncia de los totalitarismos. El protagonista, Hant´a, desde el primer momento nos recalca que lleva treinta y cinco años haciendo lo mismo: se dedica a prensar manualmente papel metido en un pequeño y sucio agujero. Para él su vida es su trabajo y su trabajo es su vida: no concibe que algún día tenga que dejar de realizar una labor que él concibe casi como una tarea artesanal: decora los bloques de papel prensado con reproducciones de pinturas antiguas que va coleccionando al efecto. Hant´a es un buscador de la belleza de lo efímero, un ser que se siente seguro en la soledad de su guarida, a pesar de las ocasionales y molestas visitas de su jefe.

Pero hay algo más importante en la existencia del protagonista. Algo que ha ido descubriendo en el día a día de su trabajo y que le ha perturbado de una manera insospechada. Entre las toneladas de papel que caen a su agujero para ser prensadas suele haber libros. Libros de todas clases, antiguos y modernos, algunos de gran valor económico, pero todos dignos de ser salvados por este héroe improbable que los guarda en su propia casa, en unas estanterías tan cargadas que corre peligro de que se desmoronen sobre su cabeza. Además, siempre pululan alrededor de él coleccionistas de libros y periódicos viejos para los que representa el último recurso de conseguir ciertos ejemplares. Este "Don Quitote del infinito y de la eternidad" vive en una sociedad en la que el libro solo representa algo útil cuando no entra en contradicción con los postulados del Estado. El resto pueden ser destruidos, porque no dicen nada útil y pueden llegar a ser perniciosos. Aunque él, que ha ido adquiriendo poco a poco una extraña sabiduría, tiene sus propios pensamientos al respecto:

"(...) todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo."

Si recordamos el argumento de Rebelión en la granja, de George Orwell, es como si Hant´a hubiera pasado de ser un Boxer, el caballo que solo trabajaba más duro para la causa del comunismo sin plantearse por qué nunca llegaba el paraíso prometido, a convertirse en el burro Benjamín, alguien que ha adquirido conciencia de la opresión en la que vive leyendo a Séneca, Nietzsche o Hegel, pero que ni siquiera se plantea hacer nada al respecto. En este sentido Hant´a sigue siendo un proletario que acude a las más sórdidas tabernas para olvidar el trabajo por unas horas. También está el amor, o más bien la imposibilidad del amor, un sentimiento que el protagonista llega a sentir por una gitanita con la que establece una relación sin palabras (para él las únicas palabras importantes son las que están en los libros) hasta que ella un día, durante la dominación nazi, desaparece aunque él, fiel a su política de inacción, no indague al respecto.

Después de las pequeñas decepciones que me supusieron Trenes rigurosamente vigilados y Yo que serví al rey de Inglaterra, esta obra me hace definitivamente amar a Hrabal. Pocas veces se ha escrito una obra que destila tanto amor a los libros por un hombre tan contradictorio: Hrabal era un intelectual de las tabernas.    

viernes, 22 de noviembre de 2013

CASA SOSTOA.

El ecosistema de la vida cultural malagueña alternativa, aquella que se mueve al margen de los eventos oficiales, es mucho más amplio de lo que uno pudiera pensar. Ayer tuve la oportunidad de conocer Casa Sostoa, un proyecto de Pedro Alarcón, que ha transformado su propio hogar en un lugar sorprendente, a la vez acogedor y perturbador. Enclavada en una de las zonas más populosas de Málaga, da la impresión de ser un auténtico oasis, casi un espejismo. Quien entra allí por primera vez tiene la sensación de penetrar en una realidad totalmente ajena a la de la ciudad que se ve desde sus ventanas, pero a la vez totalmente integrada en ella. 

Casa Sostoa es una galería de arte que comparte espacio de manera natural con una vivienda o una vivienda que coexiste con la exposición de obras de artistas tan prestigiosos como Felipe Ortega-Regalado o David Escalona. Pocas veces he visitado un espacio en el que el arte y la vida cotidiana convivan de una forma tan natural, ya sea en el salón, en el dormitorio o incluso en el cuarto de baño. Una de las obras que más sorprenden e inquietan a la vez, es la que ilustra este artículo, Lo pactado, de David Escalona. Un dormitorio irreal, tomado por el rojo sangre, por un espejo roto y una corona de espinas ¿o es otra cosa? sobre la almohada. Mientras contemplamos la escena intentando desentrañar su misterio, oímos un incesante compás, que me evoca el paso inexorable del tiempo. Un tiempo que, como iba a comprobar en el transcurso de la tarde, a veces es tan caprichoso que transcurre como una exhalación. 

La primera visita la realicé con guía. Pero luego, como pasé allí toda la tarde-noche en la casa pude recrearme a gusto con las obras, porque lo que me llevó allí es un proyecto que cojuga el arte y la escritura, en el que al final uno consigue una relación muy íntima con la obra que ha escogido, a veces casi fundiéndose con ella. Y la exquisita forma de entender el arte de Felipe Ortega-Regalado era la excusa perfecta para dejar volar la imaginación hasta los territorios más recónditos de uno mismo. Pero lo que comenzó siendo un ejercicio íntimo e individual, bajo las instrucciones de la escritora Bárbara Gil, se fue transformando, sin que nos diéramos mucha cuenta, en un trabajo colectivo, quizá inspirados también en parte por algún ente espiritual que vagaba por aquellas habitaciones. Fue como si una sustancia vaporosa de creatividad pura flotaba sobre nuestras cabezas y fue tomando posesión de cada uno de nosotros, haciendo que al final el resultado fuera tan sorprendente como memorable.

Les dejo el enlace a su página web, para que conozcan mejor este lugar mágico:

http://www.casasostoa.es/

martes, 19 de noviembre de 2013

LA BIBLIA EN ESPAÑA (1843), DE GEORGE BORROW. LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL CATOLICISMO.

Si queremos saber quienes somos los españoles y cómo hemos llegado hasta este punto, lo mejor es leer acerca de nuestra historia. Y es recomendable que esas visiones sean de gente de fuera, de visitantes que nos miran con otros ojos, que escriben sobre lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Uno de los mejores ejemplos es George Borrow, un inglés que vino a España nada menos que a traernos la buena nueva del protestantismo a través de la difusión de la Biblia, cuando apenas hacía un año que se había abolido la Inquisición y estábamos en plena guerra Carlista. Borrow nos retrata desde la fascinación por nuestro país, tan distinto por aquella época al resto de Europa y la primorosa traducción de don Manuel Azaña hace que su lectura sea una delicia. Aquí el artículo:



Para conocer mejor el país donde se ha nacido no hay nada mejor que leer historia. Y en el caso de España, los mejores historiadores han sido tradicionalmente los extranjeros, destacando entre ellos a los hispanistas británicos como J.H. Elliot, Hugh Thomas, Gerald Brenan o Paul Preston. Se trata de intelectuales que nos han observado atentamente desde fuera y así se convierten en cronistas objetivos de hechos que aquí siguen siendo objeto de apasionadas discusiones, no siempre guiadas por la racionalidad. 

Quizá los precursores de esta generación de historiadores hispanistas sean los viajeros románticos que nos visitaron durante el siglo XIX. España era una especie de destino exótico que prometía nuevas experiencias y aventuras a quien se aventuraba por sus caminos. George Borrow podría encuadrarse entre ellos si no fuera porque viajó a nuestro país entre 1835 y 1840 con una misión muy concreta: difundir la Biblia en nuestro país como agente de la Sociedad Bíblica inglesa. Aunque parezca insólito recordarlo hoy, la lectura y posesión individual del libro sagrado había estado prohibida por la Iglesia Católica hasta ese momento. Como instrumento de poder, la religión católica prefería conservar el misterio del rito y la obediencia ciega a sus dogmas antes de difundir la palabra de Dios escrita, algo que podría hacer reflexionar a los fieles y despertar su adormecido espíritu crítico. La lectura íntima de la Biblia era cosa de luteranos, una herejía que tiempo atrás podía pagarse con la muerte en la hoguera.  Recordemos que, aunque carente de la fiereza que mostró en la Edad Moderna, la Inquisición estuvo vigente en España hasta una fecha tan tardía como 1834.

La España a la que llega Borrow es un país que todavía mantiene el recuerdo de la Guerra de la Independencia, pero cuyo problema más acuciante es el conflicto civil que representó el surgimiento del movimiento Carlista, cuyas partidas asolaban distintos lugares de nuestra geografía, mientras el gobierno fiel a la futura reina Isabel es inestable y cambiante entre liberales y conservadores.

Si por algo se caracteriza el espíritu con el que Borrow viajó a España es por la confianza en la utilidad de su misión – él estimaba que solo pueden progresar las naciones que tienen libre acceso a las Sagradas Escrituras – y por su valentía personal, que le hacía superar todos los obstáculos que se interponían en su camino ayudándose en su fe en el Todopoderoso. Pero sería erróneo concluir que ese era su único objetivo. El inglés aprovechaba sus rutas para observar atentamente las costumbres de los lugares por los que iba pasando y lo anotaba todo minuciosamente para que luego todo tomara la forma de espléndido libro de viajes. Le gustaba relacionarse con los estratos más bajos de la sociedad, para conocer al auténtico pueblo español y sentía una gran simpatía por los gitanos, hasta el punto que aprendió sin muchas dificultades el idioma caló. Todo esto conforma un valioso testimonio en el que el español actual puede reconocer a sus antepasados. A decir de don Manuel Azaña, su primer traductor:

“Borrow lucha a brazo partido con la realidad española, la asedia, poco a poco la domina, y con la lentitud peculiar de su procedimiento acaba por poner en pie una España rebosante de vida. (…) Lo que le importaba era el carácter de los hombres, y no de todos, sino los de la clase popular, donde los rasgos nacionales se conservan más puros. Labradores, arrieros, posaderos, gitanos, curas de aldea, monterillas, mendigos, pastores, pasan ante nosotros, y al verlos gesticular y oírlos hablar, creemos encontrarnos con antiguos conocidos. Unos son pícaros, otros santos; unos son listos, otros muy zotes; casi todos groseros, muchos con sentimientos nobles, pero unidos en general por un aire de familia inconfundible; y la verdad es que, con todas sus picardías o su zafiedad, no puede uno dejar de quererlos.”

El lector que se zambulle en las páginas de La Biblia en España no puede sino sorprenderse ante el retrato de un país tan distinto y, sin embargo con tantos rasgos en común con el actual. Cierto es que ya hemos superado el terrible índice de analfabetismo de la época o que no existen territorios aislados, como los había en lugares como Galicia, pero nuestra realidad sigue conservando un cierto aire picaresco que está muy presente en la obra de Borrow. 

La gente con la que se encuentra el misionero inglés puede ser tan feroz como caballeresca, tan mezquina como generosa. Las ciudades por las que pasa conservan aún un cierto aire medieval, con sus recintos amurallados. Las ejecuciones públicas son algo habitual y la gente acude a contemplarlas como si de un espectáculo se tratara. Los alojamientos suelen ser de pésima calidad y a veces el viajero debe hacerse su cama con la misma paja que comen las bestias.  Los caminos en demasiadas ocasiones son impracticables y siempre existe el riesgo de ser asaltados por bandidos o por partidas carlistas. A pesar de todo Borrow nunca pierde el buen ánimo y según él mismo cuenta, su buena suerte le hace salir indemne de las situaciones más apuradas.

 La omnipresente iglesia conserva casi intacto su poder espiritual, a pesar del golpe que le supuso la reciente desamortización promovida por Mendizábal. Muchos de los elementos del clero esperan la victoria del Carlismo para ver asegurados sus privilegios tradicionales. En Córdoba, Borrow tiene la oportunidad de conversar con un antiguo inquisidor. Al preguntarle el inglés acerca de la realidad del delito de brujería, el eclesiástico contesta:

“¡Qué sé yo! (…) La Iglesia tiene, o al menos tenía, el poder de castigar por algo, fuese real o irreal, Don Jorge, y como fuese necesario castigar para demostrar que tenía el poder de hacerlo, ¿qué importaba si el castigo se imponía por brujería o por otro delito?”

En casi todos los lugares de España por los que pasó Borrow la curiosidad y el hambre de conocimientos eran grandes, por los que no solía tener dificultad en vender su producto. Pero  los elementos más conservadores de la sociedad miraban con malos ojos la actividad difusora de la Biblia por parte de un extranjero al que muchos consideraban hereje e incluso consiguieron que pasara algún breve periodo en prisión, algo que el inglés, siempre haciendo uso de su inmensa curiosidad, aprovechó para estudiar de cerca la criminalidad española.

Habiéndonos retratado con rara precisión como país, no podemos sino estar agradecidos por el amor,  penetración, compasión  y empatía que manifestó Borrow por nuestra forma de vida, pudiéndose resumir su experiencia en estas hermosas palabras:

 “En España pasé cinco años, que, si no los más accidentados, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia. Y ahora que la ilusión se ha desvanecido ¡ay! para no volver jamás, siento por España una admiración ardiente: es el país más espléndido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son dignos o no de tal madre, es una cuestión distinta que no pretendo resolver; me contento con observar que, entre muchas cosas lamentables y reprensibles, he encontrado también muchas nobles y admirables; muchas virtudes heroicas, austeras y muchos crímenes de horrible salvajismo; pero muy poco vicio de vulgar bajeza, al menos entre la gran masa de la nación española, a la que concierne mi misión; porque bueno será notar aquí que no tengo la pretensión de conocer íntimamente a la aristocracia española, de la que me mantuve tan apartado como me lo permitieron las circunstancias; en revancha he tenido el honor de vivir familiarmente con los campesinos, pastores y arrieros de España, cuyo pan y bacalao he comido, que siempre me trataron con bondad y cortesía, y a quienes con frecuencia he debido amparo y protección.”

BLUE JASMINE (2013), DE WOODY ALLEN. MADAME DE...


 

Cuando se casó con Hal (Alec Baldwin), un adinerado hombre de negocios, la protagonista de la nueva película de Woody Allen se cambió su nombre por el de Jasmine, por no parecerle el anterior lo suficientemente pijo. Jasmine (Cate Blanchett) se dedicó desde ese momento a ejercer de esposa rica y comenzó una estresante existencia repleta de fiestas, compras y clases de yoga. Pero el cuento de hadas, sostenido con las dudosas operaciones financieras de su marido, se desmoronó cuando el FBI lo detuvo por fraude. Jasmine se quedó casi literalmente con lo puesto (aunque lo puesto valía más de lo que cobra mucha gente en un año) y recurre a su hermana como último recurso: se marcha de Nueva York a San Francisco para iniciar una nueva vida en un ambiente que hasta entonces ha despreciado. 

La Jasmine que conoce el espectador es un juguete roto que sobrevive a base de pastillas y tiene frecuentes ensueños en los que vuelve a los esplendores de la vida pasada, ya que dificilmente puede soportar la existencia vulgar de su hermana y su entorno. Se propone estudiar y resurgir de sus cenizas, pero no sabe muy bien por donde empezar. Lo único que le queda es su espléndido físico, su espléndida ropa y sus espléndidos modales aristocráticos, por lo que aún cuenta con oportunidades en el mercado de los solteros ricos. Esta va a ser casi su única apuesta, aunque tenga que disfrazar un poco su realidad actual...

El caso que Blue Jasmine nos presenta, aunque basado en parte en el de la esposa de Bernard Madoff, al espectador español le va a evocar sin duda el de la infanta Cristina, el de la esposa de Bárcenas o el de la actual ministra de Sanidad. Mujeres que vieron como la fortuna de sus maridos se multiplicaba como por arte de magia, pero luego declaran ante el juez que nada sabían de sus negocios. Mujeres que, como vemos hacer a la propia Jasmine, firman todos los papeles que su esposo le pone por delante, sin tener mucha idea de donde la están estampando y pensando que, si hay de ilegal en todo ello, su marido, que es muy inteligente, sabrá lo que hace. En realidad este tipo de mujeres viven en una burbuja de autosatisfacción, convencidas de que ellas se merecen todos los lujos que le llegan sin ningún esfuerzo: lo que a ella, que tanto vale, le favorece tiene que ser legal, o al menos justo. Cuando todo se viene abajo como un castillo de naipes este tipo de mujer jamás piensa en el mal causado, en el dinero defraudado a personas honradas, sino en salir lo mejor librada posible.

Blue Jasmine es una de las mejores películas de Woody Allen de los últimos años, un film de máxima actualidad que habla de la caída de ciertos amos del universo de escala intermedia (los que están arriba del todo son demasiado grandes para dejarlos caer) y de la onda expansiva que provocan. La mujer, a la vez cómplice y víctima colateral, desarrolla ante la desgracia una serie variada de sentimientos que van desde la incredulidad hasta los pensamientos suicidas. Ahí está una gran actriz como Cate Blanchett para expresarlos todos y ser con su interpretación la base principal de una historia en la que está muy bien secundada por el resto del elenco. Una tragicomedia pura, muy propia del tiempo que nos ha tocado vivir.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL EXTRANJERO (1942) DE ALBERT CAMUS. NARRACIÓN DE UN HOMBRE AUSENTE.

La celebración del centenario del nacimiento de Albert Camus es una ocasión perfecta para repasar la que quizá sea su obra más emblemática, la que le dio la fama y la que más comentarios ha suscitado. Leída hoy, El extranjero sigue conservando su inmenso poder hipnótico y perturbador. 

El protagonista, Meursault, es una especie de ser aislado, ausente, que vive en sociedad pero se comporta como si necesitara estar a espaldas de ellas. Es una especie de animal humano, que se relaciona con los demás con el fin de cubrir sus necesidades básicas: comer, vestirse, hacer el amor... pero todo lo demás le es indiferente. Su código moral, si es que puede llamarse así, es personal e intransferible. Al principio de la narración recibe la noticia del fallecimiento de su madre con una perfecta frialdad, comportamiento que va a seguir manteniendo durante su velatorio y funeral. En cualquier caso, Meursalult tiene derecho a comportarse así, pues la sociedad también admite en su seno a seres asociales. No importa que carezca de ambiciones, que nunca adopte la iniciativa en las relaciones con otros seres humanos o que para él la existencia sea algo anodino y sin importancia; el contrato que le une al resto de la sociedad va a ser quebrantado irreversiblemente cuando cometa la acción más ignominiosa: el asesinato.

La segunda parte de la novela está dedicada casi por entero a la descripción de la detención y proceso de Meursault. Hay quien la emparenta con El proceso, de Franz Kafka, por lo absurdo de algunas situaciones, pero yo encuentro una diferencia fundamental entre Josep K y Meursault: mientras el primero desconoce su culpa, el segundo ha cometido un asesinato y asume casi con indiferencia las consecuencias de su acto. Es curiosa la actitud del protagonista, enfrentado a una posible sentencia de muerte en la guillotina: si bien se manifiesta a sí mismo que no le importa morir, puesto que todos hemos de morir tarde o temprano, no puede evitar anhelar la libertad perdida, cuando la atisba a través de los sonidos o los olores que le llegan del exterior. Esto nos pone sobre la pista de que aun no siendo del todo un ser humano corriente, el protagonista sabe diferenciar lo que es placentero y lo que no lo es. Solo que parece darse cuenta cuando ya ha perdido para siempre su libertad de elegir:

"Se levantó la sesión. Al salir del Palacio de Justicia para subir al coche, reconocí por un breve momento el olor y el color de la tarde de verano. En la oscuridad de mi prisión móvil, volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento." 

Dicho todo esto, si analizamos el juicio al que se enfrenta Meursault parece prestarse mucha más atención durante el transcurso del mismo a su conducta precedente (sobre todo en relación con el funeral de su madre) que al mismo hecho del asesinato: no parece juzgarse el acto, sino al hombre. Como si la sociedad quisiera purificarse describiendo a Meursault como un ser ajeno a la misma. El acusado tampoco parece tener la más mínima intención de defenderse. Tratar de justificar su acto sería hipócrita. Él es incapaz de mentir, de fingir, algo imprescindible para convivir en sociedad. Por eso cuando declara lo que sucedió de verdad, que el exceso de Sol le llevó a cometer el asesinato, el público ríe. Meursault sabe que ha quitado una vida humana, tan absurda y tan digna de ser vivida como la suya propia, por lo que acepta el veredicto. Luego la religión intentará aprovecharse de su situación para asaltar por última vez su alma, para redimir un crimen que se transforma en un pecado y que puede ser vencido a fuerza de arrepentimiento. Su instinto rechaza tal ofrecimiento de redención por parte del sacerdote porque "ninguna de sus certidumbres valía el cabello de una mujer".

El extranjero, como hijo del movimiento existencialista, ha inspirado diversas interpretaciones a la actitud de Meursault. Para muchos él representa al hombre libre, al que escapa de la convenciones sociales para vivir una existencia libre de hipocresías, lo que lo desplazaría del resto de la sociedad. Así Mario Vargas Llosa, comentando la novela en su ensayo Las verdad y las mentiras, habla del sentimiento fingido como un instrumento imprescindible para la cohesión social:

"El sentimiento fingido es indispensable para asegurar la coexistencia social, una forma que, aunque parezca hueca y forzada desde la perspectiva individual, se carga de sustancia y necesidad desde el punto de vista comunitario. Esos sentimientos ficticios son convenciones que sueldan el pacto colectivo, igual que las palabras, esas convenciones sonoras sin las cuales la comunicación humana no sería posible. Si los hombres fueran, a la manera de Meursault, puro instinto, no solo desaparecería la institución de la familia, sino la sociedad en general, y los hombres terminarían entrematándose de la misma manera banal y absurda en que Meursault mata al árabe en la playa."

Así pues, más que un héroe rebelde, un ser que es capaz de vivir de espaldas a la sociedad, Meursault es un hombre cuya visión del mundo excluye la empatía hasta el punto de que asesinar a otro ser humano no es para él sino algo anodino, sin consecuencias en el propio yo, aunque las vaya a tener en su vida externa. La hazaña de Camus (recordemos que no tenía todavía treinta años cuando escribió El extranjero) es que el lector se sienta irresistiblemente atraído por la visión del mundo de Meursault, hasta el punto de que el personaje nos despierta ciertas simpatías, hasta que recordamos que es un asesino. La escritura simple y precisa del autor de La caída consigue que el lector saboree en todo momento la narración de manera pausada y reflexiva. Además Camus regala párrafos tan asombrosos como los que transcurren en la playa donde va a cometerse el asesinato, cuyo ambiente se vincula de una manera extrañamente natural con el estado de ánimo del protagonista. Se trata de una descripción tan precisa del ambiente, de la luz, del calor, que casi hay que leerla con las gafas de Sol puestas. Cada libro de Camus nos sigue demostrando que, contrariamente a otros de su época, es un autor que sigue estando de plena actualidad.

SÉPTIMO (2013), DE PATXI AMEZCUA. AL FINAL DE LA ESCALERA.

Séptimo comienza admirablemente bien, con esas tomas aéreas de la inmensa ciudad de Buenos Aires en plena actividad. Una enorme urbe que contrasta con el lugar donde se va a desarrollar buena parte de la trama de la película, un edificio de vecinos donde se pierden de manera absurda e inexplicable unos niños mientras bajaban la escalera. Esta especie de pesadilla va a conformar la trama de Séptimo, donde el personaje que interpreta Ricardo Darín asume un protagonismo casi absoluto.

A primera vista, Sebastián parece un triunfador. Es un abogado que lleva un importante caso de corrupción y su móvil no para de sonar mientras conduce su BMW por las calles de la ciudad porteña. Pero la vida de Sebastián esconde algunas miserias: se separó de su mujer, pero aplaza la firma de los papeles del divorcio. Ella le reprocha que su posición actual se debe a los manejos de su familia: hay muy malas vibraciones entre los dos que solo son neutralizadas cuando sus dos angelicales hijos hacen acto de presencia. El padre, que se encarga de llevarlos al colegio, practica con ellos un juego: les reta a que bajen por la escalera y que lleguen antes al aparcamiento subterráneo que el ascensor en el que él desciende. Cuando llega abajo, Sebastián comprueba, primero con preocupación y luego con horror, que sus hijos han desaparecido. Comienza un juego que se parece mucho al de esas novelas policiacas en las que se ha cometido un crimen en un recinto cerrado y el detective debe descubrir cómo ha sido posible.

A partir de este momento comienzan los mejores minutos del escaso metraje de Séptimo. Ricardo Darín sabe transmitir perfectamente los estados de ánimo del padre de familia que ha perdido a sus vástagos de forma absurda: de la incredulidad a la desesperación, de la desesperación a la rabia. Intentar racionalizar el suceso no le sirve más que para aumentar su frustración. La angustia es tal que siente que sus hijos deben estar cerca, pero todos sus intentos de encontrarlos dentro del recinto del edificio dan como fruto una mayor frustración. A mi entender existe un error en el planteamiento de estas escenas: el espectador no sabe en ningún momento cual es la estructura exacta del edificio, ni siquiera si se comunica con otros a través del aparcamiento, de otras escaleras o de la azotea, por lo que el espacio a abarcar podría estar formado por unas pocas plantas o por varios edificios comunicados entre sí.

Con la intervención de la madre en la búsqueda pasamos al tercer acto de la película, el del desenlace, cuando todo apunta a que se ha producido un secuestro. En esta última parte se desbarata de mala manera todo lo bueno que tenía la película. El espectador que haya prestado un poco de atención (a pesar de que se intenta ponerlo sobre falsas pistas) sabrá desde mucho antes de sus últimos minutos qué personaje es el culpable. Y el final va a ser verdaderamente ridículo, quedando el personaje principal - en contra de lo visto hasta el momento - como un ser fácilmente manipulable incapaz de ver lo que tiene delante de sus ojos hasta mucho después de que haya sucedido. Lo mejor de Séptimo son sus humildes pretensiones y el buen uso que hace de un buen actor como Darín. Lo peor, su conclusión, que deja al espectador con un pésimo sabor de boca, cuando se desmorona estrepitosamente la frágil arquitectura que sostenía la trama. 

lunes, 11 de noviembre de 2013

CANAL NOU.

En este país nos encanta votar a políticos zafios y corruptos, de esos capaces de mentir varias veces seguidas, sin parpadear siquiera, mientras sonríen a cámara. No importa que construyan aeropuertos de juguete o que sean el alma de gigantescas tramas mafiosas, siempre contarán con el respaldo de su partido y éste contará con el voto agradecido de una gran parte de la ciudadanía. Tampoco importa que haya sindicalistas que estiman que la protección al trabajador comienza por la protección del cargo propio, ni presidentes autonómicos que no sepan nada de una trama que desvió millones de euros de fondos públicos y se retiren dignamente al Senado, para seguir sirviendo al pueblo. Tampoco importa que un Estado supuestamente laico subvencione generosamente el funcionamiento de la iglesia católica (aunque el partido que estuvo anteriormente en el gobierno proclame ¡ahora! que hay que revisar el Concordato con el Vaticano) mientras alguno de sus obispos desprecia la ley fundamental del Estado que le da de comer, publicando un libro que parece inspirarse en los tiempos del Concilio de Trento, asegurando que la mujer debe ser sumisa en todo al marido para que un matrimonio vaya sobre ruedas.

Todo esto está muy bien, lo sabemos, convivimos con ello todos los días (podría seguir dando ejemplos hasta el infinito) y los responsables políticos tiemblan ante la indignación que mostramos en las redes sociales, intercambiandonos entre nosotros chistes sobre Rajoy o Fabra a cual más original y revolucionario. Pero no lo habíamos visto todo todavía en este país. Nuestra capacidad de asombro ha sufrido una nueva prueba ante una nueva especie nunca vista: el periodista que se arrepiente de haber servido al político corrupto cuando este le quita el pan del que ha estado comiendo durante décadas. La lógica de la profesión periodística en España dista mucho de los planteamientos de independencia o deontología profesional que se enseñan en la carrera y está mucho más cercana a la de la sumisión al poder (ya sea este estatal, autonómico, provincial o municipal, que poderes a los que acogerse no faltan) poniendo la pluma al servicio del partido gobernante a cambio de un puesto de trabajo, si no bien remunerado, al menos que ofrezca cierta seguridad. Cualquiera pensaría que este es un comportamiento lógico, que hay que comer. ¿Pero pensarían igual de un juez que, dejando de lado los atributos fundamentales de su profesión, se dedicara a favorecer al poder?

El periodismo se ha prostituido porque, si bien todavía puede decirse que existe cierta libertad de prensa, lo que no hay es independencia. Ni las televisiones, ni los periódicos ni las radios pueden morder la mano que les da de comer. Y menos en estos tiempos de prensa gratuita y caida en picado de los ingresos publicitarios. Todo esto es cierto, pero no justica que los impuestos de los ciudadanos se gasten en mantener unas televisiones públicas (cada comunidad, cada pueblo quiere tener la suya propia) que solo sirven para estar al servicio del partido político de turno. En el caso de Valencia, sus trabajadores, en un arranque de sinceridad cuando ya no tienen nada que perder, han denunciado presiones contínuas por parte del PP para ocultar unas noticias y manipular otras, además de hacernos ver lo obvio: que Canal Nou (como tantas otras empresas públicas) era un lugar estupendo para meter a gente enchufada. 

Un poco tarde llega este grito de rabia absurdo y ridículo. Me gustaría saber si ha habido héroes en tiempos anteriores. Periodistas que, en un arranque de dignidad, han dimitido de sus puestos cuando han visto socavada su independencia. Ojalá esto sirva para reflexionar y empezar a entender que el dinero público debe gastarse en colegios y hospitales, no en medios de comunicación llenos de noticiarios manipulados, programación infame y estómagos agradecidos. Los periodistas, los que puedan, que recuerden las palabras de Albert Camus, que recordaba a los periodistas cuales eran los cuatro puntales de su oficio: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación.

domingo, 10 de noviembre de 2013

FURIA (1936), DE FRITZ LANG Y FRITZ LANG EN AMÉRICA (1969), DE PETER BOGDANOVICH. MASA Y PODER.

De entre todas las películas que realizó en Estados Unidos, Furia era la preferida de Fritz Lang. Quizá porque supo trasladar el espíritu de su denuncia de los totalitarismos a una historia concebida para la mentalidad de aquel país, en la que el héroe era un ciudadano corriente que se enfrenta, debido a un equívoco, a una ola de intolerancia descontrolada contra su persona. Porque no se puede razonar con la masa. La masa siempre tiene razón y sabe impartir justicia sin tener que sentarse y pensar en la misma. Lancé esta pregunta en el debate posterior a la emisión de la película: ¿provocarían la misma indignación las imágenes de Furia si el personaje de Spencer Tracy, linchado por la masa, hubiera sido un violador de niños o algo así? Piensen ustedes su respuesta. Y si pueden, lean Fritz Lang en América, un valiosísimo documento en el que uno de los mejores directores de cine de todos los tiempos habla de sí mismo y explica lo que quiso transmitir en cada una de sus obras. 

Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/11/furia-de-fritz-lang.html

martes, 5 de noviembre de 2013

EL CABALLERO SUECO (1936), DE LEO PERUTZ. LA FORJA DE UN LADRÓN.

Aunque no demasiado conocido en España - pese a que se ha publicado buena parte de su obra - Leo Perutz es un bocado exquisito para todo amante de la literatura. En mi caso, aunque tenía previamente alguna referencia de él, lo leo estimulado por la recomendación que nos hicieron mis amigos Begoña y Francisco Javier, autores de Lluvia púrpura, cuando pasaron por la biblioteca Cristóbal Cuevas.

Perutz es uno de esos escritores centroeuropeos que nacieron a finales del siglo XIX y, por lo tanto, les tocó vivir lo mejor y lo peor de los acontecimientos de la primera mitad del siglo XX: la apoteosis de Viena como centro cultural europeo y las dos guerras mundiales, la segunda de las cuales partió su vida en dos, ya que la segunda parte de la misma transcurrió en Palestina. Es curioso observar que un punto de su biografía, en la primera década del siglo, trabajó en Trieste en la misma compañía en que lo hacía Franz Kafka en Viena. ¿La labor que se desempeñaba en la Compañía de Seguros Generales inspiraba a los genios literarios?

El caballero sueco tiene mucho de realismo mágico antes de que se inventara el realismo mágico. El lector va a seguir las andanzas de un ladrón que malvive en los caminos y que conoce a un oficial del ejército sueco que ha desertado a causa de un malentendido. El oficial, joven ingenuo, sigue creyendo en la nobleza de la causa del rey sueco y en la gloria que puede obtenerse en la guerra. El ladrón es un ser mucho más astuto y práctico y cuando se le presente la ocasión de adoptar la personalidad del oficial, va a aprovecharla en su beneficio. Antes liderará una banda de rebeldes que se esconde en el bosque y comenzará una campaña de robos hasta entonces inédita por sacrílega: el asalto de iglesias y conventos en busca del oro y la plata que acumulan desde tiempos inmemoriales.

Precisamente la novela de Perutz no ahorra críticas a la crueldad de la iglesia, personificada en un obispo del lugar que posee una inmensa fundición que todos llaman la Forja del Obispo y que es como una especie de infierno en la Tierra que sirve para redimir a los malhechores y para hacer a su dueño aún más rico. Los desventurados que acaban en la Forja del Obispo saben que morirán en pocos meses si el destino se apiada de ellos. Si no sucede así, el hombre que salga de allí después de unos años de trabajo infernal será muy distinto al que entró. Será un hombre sin miedo, pues ya ha vivido lo peor por lo que puede pasar un ser humano.

Así pues, el ladrón posee buenos argumentos para justificar sus crímenes contra la religión, argumentos muy avanzados e insólitos para la época:

"Todo lo que hay sobre la tierra es de Dios. El oro y la plata que tienen guardados los curas es de Dios, y seguirá siendo de Dios aunque los metamos en nuestros sacos. Creo que es una buena obra poner en circulación los tesoros que allí descansan. Y si es un pecado, como dices, debes saber que así como no se puede hacer un jubón sin una vara ni unas tijeras, ni una casa sin llamar a un carpintero o a un albañil, tampoco podrás tener mejores días sin haber cometido antes un pecado."

Además, tiene una opinión muy personal de la relación de los hombres con Dios:

"Es posible que Dios no quiera que ganen el cielo demasiados hombres. (...) Tengo para mí que Dios prefiere mantener a los hombres lejos de él, en los infiernos, antes que en el cielo. Porque ¿qué puede esperar de ellos? En cuanto hubo cuatro hombres en la Tierra se mataron a palos, y no creo que en el cielo vayan a hacer otra cosa."

El cielo y el infierno se dan cita en la vida del ladrón. Él sabe acoger a los dos, pero sabe que el destino es caprichoso, sobre todo con un hombre de su pasado. El ladrón es sabio y comprende que uno solo puede forjarse ese destino hasta cierto punto. Al final los pecados acaban pasando factura y hay que afrontarlos. El caballero sueco es una novela cruel y absorbente al mismo tiempo, una narración original que me deja con ganas de conocer más obras de Perutz.

domingo, 3 de noviembre de 2013

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN NOVIEMBRE. LOS LIBROS VUELAN LIBRES.

El proyecto Más Libros Libres se va consolidando mes a mes y en noviembre damos la bienvenida a su club de lectura, que comienza con el gran Gabriel García Márquez. Para quien no lo sepa todavía Más Libros Libres es una librería de Málaga que se alimenta de donaciones de libros de instituciones y particulares y cuya principal característica es que los volúmenes que se ofrecen en sus estanterías son totalmente gratuítos. Además, mi amigo Daniel, con el que estoy compartiendo un proyecto ambicioso que espero pueda llegar a buen puerto, organiza un encuentro informal en una tetería malagueña en torno a una novela de Bohumil Hrabal. El mes viene muy cargado, sobre todo en su segunda mitad. Veremos como me las arreglo para estar presente en todos los lugares que me gustaría estar. Siempre es un gozo ver como surgen nuevas iniciativas que tienen una meta común: hacernos más libres a través de los libros.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, conmemoramos el aniversario de Albert Camus a través de la lectura de la más emblemática de sus obras: El extranjero.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, tendremos un encuentro con un autor de género de terror e intriga: Emilio Bueso con Esta noche arderá el cielo.

En el club de lectura Entrelíneas, del Ateneo de Málaga, otra interesantísima propuesta con el clásico de Thomas Mann La muerte en Venecia. Y en diciembre proyectarán la película de Visconti.

El club de lectura de Más libros libres debuta con la que está considerada una de las mejores novelas en lengua castellana: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

En el club de lectura de Fnac Málaga, una novela que hace tiempo me propuse leer, pues me la ha recomendado más de una persona, pero todavía no lo he hecho: La tienda de los suicidas, de Jean Teulé.

Una propuesta original: un encuentro informal, en la tetería Zouk de Málaga en torno al libro Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal.

En la Casa del Libro, dos clubes de lectura este mes. En el más tradicional, una propuesta intachable, La tregua, la obra maestra de Benedetti y en el dedicado a la novela histórica, La promesa del ángel, de Frederic Lenoir.

En el Centro Andaluz de las Letras, en uno de sus clubes, una novela de la esposa de Paul Auster, El verano sin hombres, de Siri Hustvedt y en el otro, una narración protagonizada por la mismísima reina de Inglaterra: Una lectora nada común, de Alan Benett.

En la estupenda biblioteca de Arroyo de la Miel, sigue muy activo el club de lectura dedicado a analizar los mejores clásicos. Este mes lo harán con Yerma, de Federico García Lorca, obra que leí no hace mucho.

En el club de lectura de la librería Luces, una novela muy popular, que fue un auténtico best seller cuando se publicó: Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda.

Además de todo esto, está previsto un encuentro de Zoé Valdés con los clubes de lectura de Málaga, en torno a su novela La mujer que llora.

Y, como siempre, les recuerdo la cita con el ciclo Literatura y cine, del cual soy responsable. Esta vez he elegido al gran Fritz Lang, con una de sus primeras experiencias en el cine americano: Furia, protagonizada por Spencer Tracy.

Ya ven, a pesar de que hay quien dice que noviembre es el mes más triste de todos, en cuanto a clubes de lectura y encuentros literarios resulta más que satisfactorio. Si todavía no lo ha hecho, anímese a acudir a algunos de los clubes de lectura que oferta la ciudad de Málaga. Leerá de una forma muy distinta a la habitual, pasará un rato muy agradable y hará muchos amigos. 

Como de costumbre, horarios y lugares aparecen en la columna de la derecha, así como cualquier nueva incorporación o modificación.

¡Felices lecturas!

THOR, EL MUNDO OSCURO (2013), DE ALAN TAYLOR. ODIO ENTRE HERMANOS.

En sus orígenes, Thor, el cómic, pretendía ser la serie más épica y mitológica del Universo Marvel. Ningún dibujante como Jack Kirby para plasmar la grandeza de Asgard, hogar de los dioses nórdicos. Pero Thor era un dios castigado, exiliado en la Tierra por su padre para que aprendiese humildad. Uno de los puntos más interesantes de los cómics era observar las relaciones de un dios nórdico con los habitantes de la Tierra del siglo XX. Como no podía ser de otra manera, el dios exiliado se encariña con este mundo y se convierte en uno de sus protectores. Mucho más tarde llegaría la etapa que es considerada por muchos el punto culminante de la serie: los años en los que Walter Simonson se hizo cargo del personaje.

Precisamente fue Simonson el que humanizó a Thor explorando los puntos débiles de su condición casi divina. Si hasta el momento uno de los inconvenientes de sus historias era que se trataba de un ser casi invencible y que había pocos enemigos que pudieran hacerle sombra (a excepción de su propio hermanastro), Simonson hizo que Thor perdiera su martillo a manos de un oponente aún más noble que él, que su rostro quedara desfigurado después de un enfrentamiento en el reino de Hela, la diosa de la muerte, que afrontara una maldición por la cual sus huesos se tornaron extremadamente quebradizos, para finalmente, en la vuelta de tuerca más sorprendente en la historia del personaje, que quedara convertido en rana durante una buena cantidad de números. La de Simonson fue una etapa repleta de imaginación y sorpresas y hubiera sido bueno que, tras la decepción que supuso la primera entrega cinematográfica dirigida por Kenneth Branagh, esta segunda parte bebiera de las fuentes de este gran guionista y dibujante.

Thor, el mundo oscuro comienza con la descripción de un par de batallas realizadas sin garra, unas escenas anticlimáticas que sirven para poner al espectador en antecedentes. Una de ellas pertenece al pasado y está protagonizada por el abuelo de Thor. Otra de ellas es del presente y muestra al dios del trueno, pacificando los nueve reinos a base de martillazos, pero sin que ello le suponga un gran esfuerzo. Después se nos va a mostrar algo que se echaba en falta en la primera entrega: algunas pinceladas de la vida cotidiana de los asgardianos y de las relaciones entre Thor y su familia. Aparte de Malekith, el enemigo que regresa del pasado remoto, dos son los conflictos que se plantean en esta segunda parte de las aventuras de Thor: su amor por Jane Foster, una mera mortal, desdeñando con ello a la magnífica diosa Sif y el destino de su hermanastro Loki, encerrado por sus crímenes en una celda acristalada, con lo que el personaje más interesante de la película pasa a formar parte de la ilustre lista de villanos inquietantes encerrados en este tipo de prisión: Hannibal Lécter, el Joker, Silva (de Skyfall)...

Precisamente los mejores momentos de Thor, el mundo oscuro vienen de la mano de la relación entre los dos hermanos, una relación repleta de cuentas por saldar. Loki es un dios malicioso y poco fiable y el actor Tom Hiddleston, que se había hecho perfectamente con el personaje en las dos películas anteriores (Thor y Los Vengadores) realiza una actuación repleta de ambigüedades y humor negro. Este humor está sorprendentemente presente en una película de la que esperaba un tono más oscuro, consecuente con su título. Algunos chistes son muy efectivos, otros francamente ridículos, como si de vez en cuando el director le dijera al espectador: "no te tomes muy en serio lo que estás viendo en la pantalla". Esta parte central de la película, que es un auténtico deleite, se acaba pronto. Taylor hubiera obtenido resultados mucho más satisfactorios si hubiera aprovechado la química entre Hiddleston y Hemsworth de manera más profunda y ofreciendo aún más vueltas de tuerca. Pero prefiere un final más rutinario, la consabida batalla final ambientada en Londres contra un enemigo, Malekith, que ha mostrado ser una amenaza muy seria, a la altura del dios del trueno, pero que al final resulta ser un enemigo rutinario. Nada que ver con Loki que, como ya he comentado, se erige en la estrella de la función sin mucho esfuerzo. Respecto a Natalie Portman, sigue sin encontrarse cómoda en el papel de Jane Foster y se le ve a ratos un poco perdida.

La película de Taylor queda al final como una obra muy irregular, que no sabe encontrar su tono adecuado, salvo en algunos momentos. El diseño de producción (con una espectacular visión de Asgard) y los efectos especiales son magníficos, pero no bastan para dotar de alma a la historia. A ver si para la próxima leen con atención a Walter Simonson y podemos ver a Bill Rayos Beta en pantalla.

viernes, 1 de noviembre de 2013

LEÓN EL AFRICANO (1986), DE AMIN MAALOUF. LAS DOS ORILLAS DEL MEDITERRÁNEO.

La novela histórica, para ser creíble, tiene que moverse en unas pautas histórico-temporales muy concretas. Pero no tiene por qué atenerse estrictamente a la realidad, a lo que sí está obligado un ensayo. El novelista puede fantasear, inventar personajes que se muevan en el espacio cronológico que ha elegido, pero jamás debe cometer errores históricos de bulto. Es decir, estos personajes quizá no existieron, pero podrían haber existido. En el caso de León el Africano, el protagonista está basado en alguien real, uno de los personajes más interesantes que habitaron en la convulsa primera mitad del siglo XVI.

Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fas nació a finales del siglo XV en Granada, cuando se inició la guerra que iba a desalojar a los musulmanes de sus últimas enclaves en la península ibérica. Así el protagonista asume desde muy corta edad su condición de exiliado, un exiliado que ha aprendido a anhelar su tierra, que ha conocido solo en su más tierna infancia. Los granadinos que habitan el norte de África constituyen un grupo bien definido, una víctima más de la historia que espera inútilmente que el Imperio Otomano conquiste Andalucía para que ellos puedan volver, aunque poco a poco se irán desengañando: la política de la zona del Mediterráneo, que era prácticamente el centro del mundo en aquella época era demasiado complicada y los turcos preferían combatir contra el Imperio de Carlos V en la zona de centroeuropa, mientras otras dos potencias de la época, el reino de Francia y Egipto, contemplaban su propia decadencia.

León el Africano, que recibió una educación privilegiada en Fez (basada en la enseñanza del Corán, como no podía ser de otra manera), mostró una viva inteligencia desde su juventud y mostró durante toda su vida un espíritu tolerante y curioso, muy alejado de las ramas más fundamentalistas del islam. Sus circunstancias vitales, unidas a su pasión por viajar, por conocer nuevas tierras, le hicieron recorrer varias veces los paises ribereños del Mediterráneo del Norte de África, así como visitar la mítica ciudad de Tombuctú. En estos viajes el granadino fue testigo de importantes acontecimientos históricos, como la caída de El Cairo en manos de los otomanos o el saco de Roma y tuvo la oportunidad de vivir varias vidas. Su aventura más increíble se inicia cuando fue secuestrado en el Norte de África y se le envió al Vaticano, donde se convirtió en una especie de asesor geográfico del papa León X. Roma en aquella época había perdido su poderío militar y se había convertido en una especie de potencia espiritual, que veía amenazada su hegemonía en este ámbito en Europa por el rápido crecimiento del protestantismo. Pero a la vez que todo esto sucedía, en Roma se estaba viviendo otro movimiento revolucionario, el Renacimiento, que reunió en la ciudad eterna a un elenco de artistas irrepetibles que dejaron obras maestras para toda la eternidad, como Miguel Ángel o Rafael. El retrato que ilustra estas páginas, obra de Sebastiano de Piombo, probablemente sea de nuestro protagonista, realizado en sus años romanos.

Si algo aprende León el Africano de sus experiencias es que los hombres comunes están sometidos no solo a los designios de Alá o del Dios cristiano, sino al mucho más mundano capricho de sus gobernantes, en demasiadas ocasiones guiado únicamente por la sed de conquistar nuevos territorios. Amin Maalouf eligió a un personaje fascinante, con una vida realmente novelesca, para escribir una obra de género histórico realmente modélica. Su estructura está muy bien medida, y contiene un perfecto equilibrio entre acción y descripción, usando de manera magistral la principal fuente de su relato, la Descripción de África, escrita por el propio León el Africano a petición del papa.