domingo, 2 de febrero de 2014

NADA (2000), DE JANNE TELLER. EL MUCHACHO RAMPANTE.

Mientras avanzaba en la lectura de Nada, una novela de estructura tan simple como profundo es su contenido, no podía dejar de acordarme de los niños perdidos a su suerte en una isla desierta de El señor de las moscas, de William Golding, si bien hay una diferencia esencial entre ellos, ya que no es lo mismo volverse salvaje por quedar aislado de la civilización a una edad a la que todavía no se ha aprendido del todo a vivir en sociedad que hacerlo construyendo un mundo propio y secreto en las lindes de la comunidad en la que siguen viviendo.

Expliquemos más profundamente la propuesta de Teller. Nada comienza con el arrebato de rebeldía de un alumno del colegio de un pequeño pueblo danés. Un buen día Pierre Anthon decide encaramarse a un ciruelo y no volver a bajarse de él, ya que "todo da igual. Porque todo empieza sólo para acabar. En el mismo instante en que nacéis empezáis ya a morir. Y así ocurre con todo". Los repetidos intentos de sus compañeros de razonar con Anthon para que deponga su actitud son estériles. Es más, sus mensajes son tan desmoralizantes que deciden que deben convencerlo no con palabras, sino con hechos, por los que comienzan a reunir objetos esenciales en sus vidas con el fin de conformar lo que ellos llaman un "montón de significado", para demostrarle al nihilista que, después de todo, su dolor al perder los objetos queridos demuestra que hay ciertos aspectos de la vida que merecen la pena ser vividos.

Lo que al principio parece un juego inocente, de inspiración filosófica, termina deviniendo en una espiral de crueldad en la que los amigos piden sacrificios cada vez más impensables para completar el montón de significado. Éste acaba siendo el único sentido de sus vidas. El granero donde realizan sus secretas y a veces macabras actividades es una especie de submundo sórdido en el que los niños depositan unas esperanzas en el futuro absolutamente malsanas. Desde su árbol, Anthon observa y se regocija, reafirmando sus ideas cuando el montón de significado, una vez descubierto por los adultos, después del inicial estupor, pasa a ser objeto de culto y una obra de arte de alto valor económico. El capitalismo es aún más salvaje que los niños y no duda en pagar lo que sea necesario para apoderarse de un escándalo de tales características. ¿Será verdad lo que dice el héroe del existencialismo, Anthon? Sin duda, aunque con matices. Ya que estamos vivos, lo mejor es que aprendamos el oficio de vivir y experimentemos lo que esto significa. Si la nada nos espera al final, al menos que el absurdo haya merecido la pena.

Destinada en principio al público adolescente, Nada originó tal polémica, que fue censurada en algunos territorios de Noruega (lo que sin duda ayudó a cimentar su fama), por estimarse peligrosa para las mentes más jóvenes. Al final ha acabado siendo un pequeño clásico y lectura recomendada en muchas escuelas escandinavas. Y es que la de Teller es una de esas obras simples e inteligentes. No importa que sus personajes sean estereotipos, que su trama sea simple (aunque esconda un mensaje muy profundo) y poco realista: sus distintos elementos funcionan como un perfecto mecanismo de relojería que consiguen inquietar al lector hasta lo más profundo tal y como lo hiciera Golding con su novela. Con influencias de Sartre, Melville (Bartleby el escribiente) e incluso de Italo Calvino, Nada es una obra de lectura imprescindible. Además, es capaz de suscitar el más interesante debate en el seno de cualquier club de lectura. 

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