lunes, 26 de mayo de 2014

GODZILLA (2014), DE GARETH EDWARDS. SEMILLA DE DESTRUCCIÓN.

Si el otro día comentaba, a propósito de Pompeya, que la referencia del cine de romanos de los últimos años es Gladiador, cuando hablamos de cine de monstruos gigantes que provocan catástrofes, es preciso nombrar a un par de inmediatos precedentes, Monstruoso, de J.J. Abrams y Pacific Rim, de Guillermo del Toro. Si la primera hacía un uso muy inteligente de la cámara subjetiva, provocando en el espectador la misma angustia que si estuviera contemplando la destrucción de su ciudad provocada por un ser apocalíptico, en Pacific Rim, Del Toro apelaba al niño que llevamos dentro para ofrecer un soberbio espectáculo de combates de monstruos contra robots, extraordinariamente bien filmado.

A priori, una nueva versión de Godzilla parecía la idea más innecesaria del mundo. Ya se había estrenado una hacía unos quince años firmada por Roland Emmerich, que apelaba a todos los tópicos del cine de catástrofes en una cinta tan previsible como aburrida. En esta ocasión se han esmerado muchísimo más. Para empezar, se ha elaborado algo parecido a un guión, algo a lo que todas las historias, por muy absurdas que parezcan, tienen derecho. En su primera parte, la película intenta crear un poco de suspense en torno a los orígenes de un monstruo que bebe de las fuentes originarias de sus creadores japoneses, como metáfora de la catástrofe nuclear vivida en Hiroshima y Nagasaki y también se inspira en leyendas lovecrafianas acerca de monstruos mucho más antiguos que la misma humanidad. Una combinación bien conseguida, que se mueve entre la criptozoología y los peligros que ha desencadenado el hombre al usar el átomo como energía y como arma.

Una de las características que más sorprenden de esta nueva versión de Godzilla, es la contención imprime su director a las escenas de acción. Estas se localizan casi en su totalidad en la segunda mitad de la película, pero guardando un buen equilibrio con sus restantes elementos, para que la historia sea algo más que una mera excusa para ver peleando a unos gigantescos monstruos cuyas imágenes, por cierto, están planificadas con pericia. El principal acierto de Godzilla es presentarnos una catástrofe planetaria y gigantesca desde un punto de vista humano y creíble. Para ello Edwards no duda en incluir imágenes que parecen sacadas del Nueva York del 11 de septiembre (por más que la ciudad de los rascacielos se libre en esta ocasión del desastre) y de la llamada zona cero, que quedó después de la caída de las torres gemelas. No todo son parabienes en esta película: existen algunos hilos sueltos en la trama, alguna situación un poco creíble y una conclusión final un tanto sonrojante, pero en su conjunto, este Godzilla es una propuesta de entretenimento de primerísima calidad.

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