sábado, 28 de junio de 2014

LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (1932), DE TOD BROWNING. LA EXHIBICIÓN DE ATROCIDADES.

Para cerrar la temporada del ciclo Literatura y cine, nada mejor que recuperar uno de los grandes clásicos de culto de la historia del cine, La parada de los monstruos, de Tod Browning, una película realmente irrepetible. Aunque era una propuesta arriesgada, al final el público quedó fascinado por esta historia terrible, protagonizada por seres deformes que se interpretaban a sí mismos. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/06/la-parada-de-los-monstruos.html

jueves, 26 de junio de 2014

ORLANDO (1928), DE VIRGINIA WOOLF Y DE SALLY POTTER (1992). EL HOMBRE HEMBRA.


Decía Vicente Molina Foix en el artículo que dedicó a esta novela que "Orlando es nuestra vida soñada, la biografía que todos, mujeres y hombres, desearíamos algún día tener, descritos en sus imaginarias páginas como seres que han vencido al tiempo, a la estrechez del lugar, al sexo limitado y al amor rutinario, a la odiosa costumbre de morir". No se puede expresar mejor. Como lector he sentido un poco de envidia por la vida venturosa de Orlando, ese ser que no tiene que ganarse su libertad, su inmortalidad o su eterna juventud, porque le han sido otorgadas como un don. A lo único que tiene que dedicarse Orlando es a vivir, en el sentido más amplio de la palabra. Y puede permitirse el lujo de una existencia sosegada, saboreando las experiencias cuando llega el momento idóneo, ya que además ha nacido en una familia de la alta nobleza británica. El (o la) protagonista puede llamarse a sí mismo sabio, con la seguridad que otorgan siglos de existencia.

Orlando fue concebido por Virgina Woolf en un periodo bastante feliz, casi como homenaje a su amante Vita Sackville-West. Para ella era un gozo describir la existencia de un personaje tan ambiguo y, en el fondo, misterioso. Ella describe muy bien estos sentimientos en un pasaje de su diario de aquellos días:

"Y me abandoné a la pura delicia de esta farsa, que disfruto tanto como haya disfrutado nunca cosa alguna; y me he provocado una semijaqueca de tanto escribir y he tenido que detenerme, como un caballo cansado, y tomar un pequeño somnífero anoche, lo que hizo que nuestro desayuno fuese tormentoso. No terminé el huevo. Estoy escribiendo Orlando en un estilo burlón, muy claro y sencillo, de modo que la gente entienda cada palabra. Pero el equilibrio entre verdad y fantasía ha de ser muy cuidado".

Atendiendo a estas directrices tan prometedoras, la novela se muestra como una expresión de arte literario que a veces se toma tanto tiempo como el propio protagonista para describir los afectos, ternuras y pesares de su biografia. Hay pasajes que son pura poesía optimista, pues se basan en dos búsquedas incesantes a través de décadas: el amor y la belleza. Es curioso que el conocimiento del amor le surja a Orlando durante una de las peores heladas sobre Inglaterra, como si quisiera compensar el frío ambiente con su ardor interior. Y llamativo es también que las frustraciones amorosas las compense a través del ejercicio literario. Si algo va a ser una constante en su larga vida será el no desprenderse jamás de la considera su obra más lograda: La Encina. Además hay espacio para una exquisita metáfora en la que puede verse reflejado el propio lector:

"Así era, y Orlando se quedaba solo, leyendo, un hombre desnudo."

Orlando tiene algo de cada uno de nosotros. Como bien sabemos los que experimentamos la extrañeza de estar vivos, no siempre somos los mismos, hay más de un ser habitando dentro de nosotros. Esta experiencia es radical en Orlando. Puede convertirse en hombre o mujer según va transcurriendo el tiempo y se adapta con naturalidad a cualquier época, quizá porque - el traductor es Borges - es consciente de estar viviendo una existencia circular. Y no se conforma con sus propias e infinitas vivencias. Necesita absorber también las que le ofrece la literatura. 

La adaptación cinematográfica de Sally Potter es una propuesta muy arriesgada, por lo que opta por la mejor alternativa: estética depurada e interpretaciones algo teatrales, dando una impresión de irrealidad muy apropiada para esta historia con toques de realismo mágico. El Orlando interpretado por la hermosa Tilda Swinton es un personaje que difícilmente puede ocultar su profunda condición femenina, un ser andrógino de apariencia flemática, pero que guarda grandes pasiones en su interior y es capaz de desatarlas en otros y otras. La metáfora de la liberación de la mujer se encuentra aquí aún más claramente expuesta que en el original literario, quizá porque en el tiempo en el que fue publicado aquel (1928), esta lucha apenas daba sus primeros pasos. Al final casi se puede decir que el Orlando cinematográfico acaba más plenamente liberado que el original.

miércoles, 25 de junio de 2014

AL FILO DEL MAÑANA (2014), DE DOUG LIMAN Y ALL YOU NEED IS KILL (2014), DE TAKESHI OBATA. MUERE OTRO DÍA.

Desde hace ya algunas décadas mucha gente se ha acostumbrado al uso habitual de ese entretenimiento cada vez más sofisticado llamado videojuego. Algunos, mostrados en primera persona, pretenden simular ser una extensión del propio cuerpo. Los de disparos, inaugurados con Doom, son los más populares del género. Al filo del mañana bebe de multitud de fuentes, entre las que estarían la ya citada de los videojuegos y algunas producciones cinematográficas que la precedieron, entre las que la más obvia sería Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis, pero no habría que olvidar Código fuente, de Duncan Jones, Alien, de Ridley Scott, Starship Troopes, de Paul Verhoeven, Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg o incluso la reciente ¡Rompe Ralph!, de Rich Moore, aunque no hay que olvidar que su fuente original es una novela de Hiroshi Sakurazaka, publicada en 2004 y adaptada recientemente al manga por Takeshi Obata.

Lo que más llama la atención de la propuesta de Doug Liman es la elegancia con la que sabe llegar a unos magníficos resultados partiendo de tantas influencias. Al filo del mañana presenta unas premisas básicas al espectador (una invasión alienígena, y un soldado cobarde y sin experiencia en combate al que de pronto se le otorga el don de repetir el mismo día cada vez que muere) y a través de ellas va trabajando un argumento enormemente atractivo para el espectador. Como en los videojuegos el héroe puede disputar la partida cuantas veces quiera, pero con la salvedad de que no puede guardar sus progresos para comenzar desde ese punto: la naturaleza del poder que ha adquirido exige que siempre vuelva al principio y lo repita todo punto por punto, por lo que su aprendizaje es muy penoso y deberá vivir el mismo día cientos de veces para ir efectuando pequeños progresos. Lo cierto es que, a pesar de que lo se describe continuamente es la misma jornada, el guión es lo suficientemente inteligente como para que el espectador se mantenga a la expectativa, puesto que siempre hay sorpresas inesperadas. Uno de los grandes atractivos de la producción es su perfecta ambientación bélica que recuerda, en la fase del desembarco aéreo, salvando las distancias, al que filmó Spielberg recreando la playa de Omaha: el miedo, el caos y la destrucción unidos en varias secuencias inolvidables. A que el resultado final de Al filo del mañana sea redondo contribuye de manera decisiva la actuación de un Tom Cruise que cada vez se siente más cómodo en este tipo de producciones de ciencia-ficción. 

Respecto al cómic de Takeshi Obata no es más que una adaptación de la novela de Sakurazaka, serializada en trece pequeños volúmenes. Lo cierto es que, personalmente, no soy demasiado conocedor del manga, por lo que no puedo juzgar con criterio las cualidades de éste, aunque sí que puedo señalar que no se diferencia de otros que he leído en cuanto a técnica narrativa y atención a ciertos detalles. Si he de calificar la lectura de la obra de Obata tengo que decir que, al contrario de la película, me ha dejado bastante indiferente.

jueves, 19 de junio de 2014

NOTICIAS DEL FRENTE (2014), DE GUILLERMO BUSUTIL. DESPACHOS DE GUERRA.


Hace ya algunos años que la crisis lo arrasa todo, y el periodismo no ha sido ajeno a esta triste tendencia. En el ámbito de los medios de la comunicación dicha crisis viene agravada por otros factores: la democratización y el abaratamiento en la publicación de noticias que ha supuesto internet y la disminución dramática de los ingresos por publicidad. Si en un principio las redes parecían la tierra de Jauja del periodismo, en el que cada ciudadano podía ejercer de corresponsal en su propio entorno, el resultado, salvo honrosas excepciones, ha sido muy contrario al que podía desearse: una caída general de la calidad de las publicaciones, despido de buenos profesionales y su sustitución en ocasiones por becarios que ni siquiera conocen las reglas fundamentales de la gramática, descenso pronunciado de las ventas y fomento general de la gratuidad.  Hace ya años que la redacción de noticias no es lo que era. A veces tiene uno que leer varias veces la misma frase para desentrañar su significado. Además, la mayoría de la prensa mantiene servidumbres inconfesables con grupos económicos y de poder. Pero no todo está perdido. Contra la decadencia general se alzan los veteranos defensores de un oficio cuya calidad y rigor es imprescindible para que una democracia pueda ser digna de tal nombre. Y entre ellos está Guillermo Busutil, que siempre ha otorgado a su profesión una exquisita dimensión literaria:

"Hubo un tiempo en el que el periodismo le discutía a la literatura el prestigio de contar historias y en sus páginas la ciudadanía lectora encontraba las huellas del coraje de los profesionales que exploraban las fronteras de la verdad y de la mentira, que planteaban preguntas a la versión de la realidad y mantenían su independencia con palabras talladas entre la calle, el plomo de las letras y las deshoras de la vocación. Llegó la democracia que hizo florecer cabeceras acercando a los soñadores las utopías y urgencias de la política, las nuevas propuestas de la cultura y los reportajes que destacaban el heroísmo anónimo de las gentes y los barrios de lo cotidiano. En aquellos años uno sabía que podía hablar en confianza con las páginas de su periódico o con las voces de sus emisoras de radio. Hasta que la prensa se transformó en un negocio al que solo le importaban las cuentas de resultados y compartir la sobremesa de copas con el poder y sus sirenas. Desde entonces, los medios vendieron el alma a las diferentes políticas que nada más llegar al Gobierno pretendían controlar la información. El cambio dio pie a las editoriales que respaldaban o cuestionaban a los líderes, a los personalismos de excelentes profesionales que se creyeron dioses y guías espirituales. Esta nueva senda priorizó las promociones de regalo, la publicidad sobre la calidad de los contenidos informativos, la sumisión al poder sobre el talante independiente y crítico, la censura encubierta, el trueque de veteranos por la peonada de los jóvenes sin memoria ni experiencia. Y así hemos alcanzado este momento en el que los periodistas que resistimos tenemos la sensación de que nadie quedará para contar lo que hay detrás de esta guerra, en la que solo cuenta la victoria del Estado por encima de cualquier cosa, y sobre todo de la prensa más incómoda en desvelar secretos."

Es curioso que, en una época en la que el ciudadano se encuentra literalmente bombardeado de información en cualquier momento del día, las noticias más importantes pasen a veces desapercibidas, arrastradas por la vorágine de la cantidad desmesurada de palabras y sonidos que pugnan por llamar la atención. Además, la actualidad cambia cada minuto. Lo que fue ampliamente debatido hace dos días, apenas es ya nos causa una leve reminiscencia, porque la novedades empujan. Twitter se erige así en la perfecta metáfora de esta situación: frases de no más de ciento cuarenta caracteres que se suceden unas a otras para ser leídas e inmediatamente olvidadas. Es época de cantidad, no de calidad. La gente no quiere analistas profundos, especialistas que les ensamblen el puzzle del presente, sino pequeñas píldoras, a veces más frívolas que necesarias. El periodiodista debe poseer cierto sentido de la historia inmediata, pues una parte importante de su tarea consiste en interpretar los hechos presentes como consecuencias de los que sucedieron ayer mismo. En las aguas revueltas de la actualidad, es muy difícil capturar un pez, en forma de artículo, que contenga alimento equilibrado y sustancioso.

Pero hay una excepción en la propiedad fundamental de la volatilidad de las noticias: la crisis, un fenómeno persistente y dañino, inspirador de los más sesudos análisis, concepto respecto al cual, solo una cosa está clara: que se ha cebado con los más débiles y ha enriquecido aún más a los poderosos. La depresión económica no es solo para economistas, no basta con analizar cifras macroeconómicas. Sus principales consecuencias son las sociales. Y ahí es donde Busutil emplea su prosa de combate para denunciar el sufrimiento de tantos millones de seres humanos, que, en palabras que nuestro nuevo rey Felipe VI acaba de pronunciar, han perdido su dignidad como personas. El autor tiene un especial recuerdo para sus compañeros de profesión que han quedado en el desempleo, pero en el artículo titulado Despertadores, utiliza como el sonido de estos pequeños aparatos, que se va extinguiendo poco a poco del barrio en el que vive, como metáfora de las vidas vacías que ha ido coleccionando la crisis:    

"Nos han arrebatado la vocación de ser felices, la cultura de pensar la palabra y restaurarla como un derecho y rellenan nuestro vacío con mentiras, postulados antiguos y las promesas fantasmales de un mundo nuevo que oculta la esclavitud de los trabajos miserables, la indigencia de los excluidos, el desahucio de lo humano. No suenan los despertadores porque hay millones de personas sin trabajo; porque otros muchos andan tumbados por el peso de la depresión; porque la prensa, en muy pocos casos, es capaz de abrirle a la gente sus ojos cerrados hacia afuera y hacia dentro. Ni siquiera nos preguntamos qué hace falta para que despertemos."

Son necesarias las voces que reivindican un periodismo diferente, de inspiración literaria y siempre comprometido con la verdad, aunque esta sea dolorosa. Hay que evitar que la prensa edulcore ciertas noticias, hay que luchar contra ese desapego de su compromiso crítico. El periodismo debe volver a su función de despertador de una ciudadanía crítica, consciente de su papel como motor de la historia. Hay que reivindicar, como lo hace el autor, esos templos laicos que son las bibliotecas y las librerías, las únicas esperanzas - que también retroceden, pero con gran dignidad - ahogadas por los recortes presupuestarios o la falta de ventas. Busutil, un escritor siempre afable y cercano, crea, con esta serie de artículos que fueron publicados en La Opinión de Málaga, su mejor literatura alimentándose de la actualidad.

lunes, 16 de junio de 2014

HISTORIA MALDITA DE LA LITERATURA (1975), DE HANS MAYER. LA MUJER, EL HOMOSEXUAL, EL JUDÍO.

La historia de la literatura poco tiene que ver con la que nos enseñaron en el instituto, llena de nombres, fechas y estilos literarios, en un afán por clasificar a los autores que dejaba poco espacio a la imaginación, precisamente la principal fuente de la creación literaria. Y cualquiera que se acerque a los libros sabe que esto dista mucho de ser cierto. Hay influencias entre escritores, sí, pero cada uno de ellos es un universo y sus mismos escritos a veces parecen concebidos por personas distintas:

"La Literatura entra en la categoría de lo singular y obedece sus leyes. Esto es válido tanto por lo que se refiere a la subjetividad creadora, como a la singularidad de forma y contenido. Trata siempre las cosas excepcionales. Han fracasado ante esta conjunción de principios todos los llamamientos político-culturales que la han invitado a tratar existencias cotidianas y normales apenas rotas."

Por eso siempre es interesante acercarse a la historia de los heterodoxos, de aquellos que no se han sentido cómodos en las posiciones que la sociedad les tenía asignadas y se han sentido, ya sea de manera oculta o abiertamente, al margen del pensamiento predominante. Porque la mujer, el homosexual y el judío, como modelos simbólicos han sido siempre sospechosos cuando han intentado interpretar un papel que no es el suyo. Pero la mejor literatura es siempre rebelde. Muchas de las obras más interesantes son las que se escriben desde la posición del sufriente, del que solo puede alzar su grito oprimido a través de la escritura. Mujeres que luchan por relegarse del papel secundario al que todavía hoy está condenada en muchos ámbitos. Homosexuales que debían ocultar sus impulsos, no ya por evitar el desprestigio social, sino, durante mucho tiempo, para salvaguardar sus propia vida. Y judíos siempre sospechosos, preservadores de una cultura propia, nido de intelectuales, perseguidos hasta lo indecible, supervivientes del mayor genocidio de la historia, aquel que dificultó la escritura de poesía.

Leyendo esta Historia maldita de la literatura, me acerco a la vida oculta de gran número de escritores, olvidados o reconocidos por el gran público. Una de las más interesantes es la de Hans Christian Andersen, que fue un homosexual reprimido y clandestino y que narró sus frustraciones en forma de cuentos infantiles:

"Hans Christian Andersen, tras muchos intentos decepcionantes, hubo de llegar a su identidad como autor no al describir la desgracia y la felicidad, sino la incurable marginación de la sirenita, del soldadito de plomo mal fundido, del cisne en el estanque de los patos, que ha de vivir en un estanque de patos en el que no se reconoce a los cisnes como a una especie superior. De forma que el escándalo está siempre al acecho y puede ser provocado por un niño que ve al rey desnudo."

A pesar de su indudable interés, el libro de Hans Mayer falla en algo esencial: es demasiado académico donde debería ser divulgativo, quizá porque esa era la práctica más habitual en el momento en el que fue escrito. Hoy un volumen con esta temática se hubiera enfocado desde un punto de vista más atractivo, sin necesidad de perder rigor argumentativo. Algunos artículos parecen orientados a un tipo de lector erudito y uno tiene que estar consultando nombres y términos para no perder el hilo del relato, algo en parte comprensible cuando se intenta acceder a la esencia más recóndita de algunos literatos. En cualquier caso, para mí ha supuesto un instrumento muy valioso para la preparación de textos del día contra la homofobia.

sábado, 14 de junio de 2014

EL FOTÓGRAFO (2010), DE DIDIER LEFÈVRE, EMMANUEL GUIBERT Y FREDÉRIC LEMERCIER. LA PERIFERIA DE LA GUERRA.

La historia de Afganistán es, desde hace décadas, la historia de una tragedia permanente que llega por desgracia hasta nuestros días. Allá por la mitad de los años ochenta, cuando todavía la Unión Soviética era considerada una superpotencia, se produjo la intervención de su ejército en este país en apoyo del gobierno comunista contra la rebelión de la guerrilla islámica. Para los rusos fue su Vietnam, uno de los clavos que terminaron de cerrar el ataud del moribundo sistema soviético. Para los estadounidenses, que apoyaron a los talibanes, fue una victoria que acabaría volviéndose contra su país, en forma de inesperado atentado en su propio suelo. Mientras tanto, en Afganistán conviven generaciones enteras que solo han conocido guerra e islamismo. La invasión estadounidense de 2001, presuntamente victoriosa, no fue más que un espejismo, puesto que los conflictos tribales jamás han abandonado un territorio en el que las palabras paz, libertad y estabilidad parecen estar desterradas.

El fotógrafo cuenta la historia de Didier Lefèvre, que viajó a Afganistán en 1986 para documentar una misión de Médicos sin fronteras. Una primera reflexión se impone: en todos los conflictos siempre existen personas muy bien formadadas, de un altruismo inconcebible, que abandonan las comodidades de su hogar y la posibilidad de ganar buenos sueldos en trabajos de prestigio para poner a disposición de los más desfavorecidos sus valiosos conocimientos. Los médicos que retrata Lefèvre en su viaje forma parte de la humanidad tanto como los que organizan matanzas en nombre de un Dios iracundo o de una ideología tergiversada. Lo cierto es que casi en ningún momento llega a contemplarse ningún auténtico combate, solo sus consecuencias. La misión se mueve en la periferia de la guerra, en esa zona de nadie por la que transitan los refugiados y los heridos, huyendo hacia un destino incierto, donde no se contempla el resplandor de las balas trazadoras, pero en la que el dolor es muy real. En Afganistán la mayoría de los heridos soportan estoicamente su desgracia. Hasta las niñas se aguantan las lágrimas cuando son tratadas de graves quemaduras. Un combatiente que acaba de ser operado después de haber perdido un ojo, se levanta de la cama y lo primero que se le ocurre es coger su fúsil para comprobar si puede seguir apuntando con la misma destreza de antes.

Dice el periodista y dibujante de comics Joe Sacco que él entiende el periodismo como el primer escalón de la historia. En gran parte es cierto. Nada mejor que ser testigo para poder hablar de las miserias de la guerra. Quizá por eso este cómic no se compone solo de dibujos, sino que se insertan en el mismo muchas de las imágenes que captó el objetivo del protagonista. Imágenes de vida cotidiana, del viaje a través de las montañas hasta el puesto de socorro de Médicos sin froteras e imágenes de la víctimas de la guerra, algunas con heridas verdaderamente estremecedoras. Porque El fotógrafo no es una historia de grandes hazañas, sino el retrato del heroismo cotidiano de un puñado de hombres que sienten un impulso de humanidad mientras a su alrededor reina una catástrofe inhumana. También tiene cabida un homenaje al pueblo afgano, víctima de su propia historia, cuyos hombres y mujeres se nos muestran dotados de una rara dignidad, habitantes de un país de orografía tan extrema como hermosa. Quizá la mejor parte de esta obra sea la tercera, cuando el protagonista abandona voluntariamente a sus compañeros para volver antes al hogar. Aquí el cómic se vuelve tintinesco, aventurero, porque Lefèvre tiene que enfrentarse en solitario a pruebas no previstas que casi culminan en una muerte en las montañas. 

Uno de los puntos más destacables de esta historia es su voluntad de no hacer juicios, pues su auténtica pretensión es que el lector acompañe al autor a un viaje en el espacio y el tiempo (hace treinta años), que por desgracia sigue pudiéndose efectuar hoy en día en condiciones muy parecidas. Y es que Afganistán es el país de la eterna piedra de la paciencia.  

jueves, 12 de junio de 2014

LOS ESPAÑOLES. ACTITUDES Y MENTALIDAD DEL SIGLO XV AL XIX. (1975), DE BARTOLOMÉ BENNASSAR. POR QUÉ SOMOS LO QUE SOMOS.

El cambio de monarca, cuyas vicisitudes estamos viviendo estos días, combinado con la pertinaz crisis económica, hace que este país este experimentando un momento muy singular, en el que sus habitantes empiezan a cuestionarselo todo, incluso la forma de Estado. Bien es cierto que han hecho falta millones de parados, sazonados con cientos de escándalos de corrupción para que la población empiece a reaccionar. En cualquier caso, a mí me da la impresión de que la mayoría de la gente sufre de una gran desorientación, no sabe ubicar bien cual es el espacio político que mejor pueda proteger sus intereses o, lo que es peor, toma la política como una contienda deportiva, en la que se defiende a muerte al equipo de sus colores, aunque sus representantes hayan robado a manos llenas el fruto de su trabajo en forma de impuestos. Ante esta situación, resulta fascinante asomarse al pasado de este pueblo, a las actitudes casi imperecederas que han conformado nuestra forma de vida, que en gran parte se diferencia de la de otros pueblos europeos, porque hemos disfrutado y, sobre todo, padecido una historia muy singular.

Bartolomé Bennassar es uno de esos sabios hispanistas a los que debemos una profundización objetiva en nuestra historia colectiva. Porque los mejores testimonios acerca de la vida cotidiana en nuestro país no surgieron de sus propios habitantes - salvo alguna excepción - sino de viajeros extranjeros como George Borrow, Théophile Gautier o Joseph Townsend, que admiraron nuestras costumbres con ojos atentos y fascinado. Las mejores interpretaciones de ese pasado vienen de historiadores como Joseph Pérez, John H. Elliott, Henry Kamen o Paul Preston. Quizá nosotros hemos estado tan aislados, tan seguros de nuestra superioridad moral sobre otros pueblos que no hemos sentido la necesidad de analizarnos, requisito previo imprescindible para emprender cualquier mejora y en las raras ocasiones en las que estos propósitos han empezado a materializarse, la fatalidad histórica ha acudido presta a destruir cualquier atisbo de progreso.

Quizá para comprender nuestra singularidad tengamos que remontarnos a la época de la Reconquista. La mayor parte de la Península había estado dominada por el mundo musulmán, una cultura mucho más avanzada que la cristiana del Norte. Las tierras andaluzas eran explotadas con las mejores técnicas de riego y se plantaban en ellas, para su mayor aprovechamiento, especies de plantas procedentes de oriente que hasta el momento eran aquí desconocidas. Por contra, los conquistadores cristianos apenas sabían acerca de métodos de cultivo, no conocían libro de ciencia alguno y se movían por una fe con unos preceptos muy básicos, por lo que en muchas ocasiones se servían de los judíos - pronto marginados - para los asuntos económicos y de administración. Con los nuevos amos, llegaron sus instituciones: los mayorazgos, grandes extensiones de tierra que eran propiedad de una misma familia de generación en generación, los privilegios eclesiásticos (que también incluían enormes latifundios) y los derechos otorgados a la Mesta, que dejaban sin cultivar grandes extensiones de terreno (las cañadas) para el paso del ganado. Resulta escalofriante que aún hoy estos problemas sigan vigentes, que en Andalucía y Extremadura la tierra siga en pocas y nobles manos y que a la Iglesia católica se le haya concedido la prerrogativa de inmatricular a su nombre cualquier propiedad sin dueño conocido.

El ensayo de Bennassar comienza con una serie de breves semblanzas de personajes históricos españoles, en cuya biografía podemos descubrir una misma pauta: personas de humilde cuna que aprovecharon sus oportunidades para un rapídisimo ascenso social. Hombres que, lejos de actuar a base de un razonamiento frío en pos de sus objetivos, se movían por la pasión y por la codicia, por la necesidad extrema de mejorar su posición, aun a riesgo de su vida en muchas ocasiones. Estrellas ascendentes que al final podían caer en desgracia, pero que nos hablan del espíritu que pervive en este país de enriquecimiento rápido, de ascenso social a costa de lo que sea. La Reconquista y, posteriormente, el descubrimiento de América, otorgaron infinitas oportunidades a quien quisiera arriesgarse. Personajes como Diego de Almagro o Francisco Pizarro, que servían de fascinante ejemplo a hombres resueltos a labrarse una rápida fortuna o morir en el intento. Esto desarrolló una mentalidad que rechazaba el trabajo físico como algo propio de gentes viles y prestigiaba la hidalgía, el vivir de las rentas de los antepasados. Durante el siglo XVI esto funcionó bastante bien, ya que las nuevas tierras al otro lado del Océano proveían todo el oro necesario para que una parte de la población viviera instalada en un lujo insólito. Aun en siglos posteriores, con la llegada de la decadencia del Imperio, estas costumbres variaron poco y no eran raros los caballeros que, inundados de deudas, seguían comiendo todos los días en vajilla de plata. Lo importante - y eso ha llegado hasta nuestros días - era el ejercicio de la ostentación, enseñar a todos las propias riquezas. Los trabajos más penosos eran dejados para servidores, en muchos casos extranjeros, ya que la honra de los nativos, aunque fueran gentes pobres, les hacía huir del trabajo. Además, el comercio era considerado para muchos algo ruin, propio de judíos. Mientras buena parte de Europa se adaptaba a los usos del protestantismo y desarrollaban la economía capitalista, nuestro país persistía en sus ideas medievales y quemaba a los disidentes.

España fue durante muchos siglos un país de costumbres prácticamente inamovibles. La omnipresencia de la Iglesia y su brazo represor, la Inquisición, impedían cualquier disidencia en cuanto a pensamiento religioso. Era el pais en el que los Autos de Fe eran espectáculos muy apreciados por el pueblo, en el que las delaciones de cualquier comportamiento considerado contrario a la religión católica (y las autoinculpaciones, por parte de gente afectada por el remordimiento que les provocaba pecar) eran moneda corriente. Los viajeros que recorrían nuestro país se impresionaban ante espectáculos como las congregaciones de flagelantes, cuyos penitentes malagueños de San Felipe Neri, como observó Townsend, se disciplinaban con "ardor y estoicismo". A pesar de la justificación católica de las costumbres, persistía mucho de paganismo en las mismas. Los carnavales son un buen ejemplo, pero no el único. La devoción desmesurada a la Virgen y a las imágenes hacían y hacen de las romerías y la Semana Santa espectáculos sentimentales inenarrables, donde se mezcla la devoción con todo tipo de supersticiones. Aunque ya no goza de la importancia de antaño, el Corpus Christi, la fiesta del triunfo del cristianismo, era también una excusa perfecta para para exhibir las lujosas custodias que encargaban las catedrales, como las de Toledo o Gerona.

La afición de los españoles por la fiesta no es ningún tópico. Todos los viajeros extranjeros la atestiguan. Hubo épocas en las que prácticamente un tercio de las fechas del calendario eran festivas y, además, los días de trabajo la gente no solía hacerlo más de seis horas:

"Así, el ideal español era, en definitiva, el no trabajar, la vida contemplativa, "la holgura y el paseo a que todos aspiran por ser estimados", lo que era factible si se contaba con títulos de la renta o se poseían tierras. El trabajo puede significar la pérdida de la libertad, y el español fue esencialmente, a lo largo de la historia y a despecho de las superestructuras políticas, un hombre libre. Théophile Gautier lo comprendió así. Por ello ese ideal le parecía "muy natural y muy razonable... ya que Dios, deseando castigar al hombre por su desobediencia, no supo encontrar mayor suplicio que condenarlo a ganarse el pan con el sudor de su frente." Y Gautier añadía, siempre a propósito de los españoles: "Placeres conseguidos, como los nuestros, a fuerza de trabajo, de fatiga, de tensión de espíritu y de perseverancia, les parecían demasiado caros"."

En cualquier caso, tampoco es posible atribuirlo todo a la pereza de los españoles. Los ricos cumplían con sus preceptos religiosos promoviendo ampliamente las obras caritativas. El latifundismo y las tierras yermas, dedicadas al paso del ganado, no fomentaban más que el subempleo y una de nuestras características más exóticas: el bandolerismo. Otro gran tópico, nuestra gusto por las corridas de toros, también se encuentra ampliamente documentada, además de su apoyo por la realeza. Los días de corrida se paralizaba toda actividad y cualquier ocasión (una victoria militar, la visita de un dignatario extranjero) era ocasión para grandes fastos, incluso en las épocas en las que la Corona no gozaba de liquidez. Con esta organización social, no es extraño que cuando dejaron de llegar las riquezas de América, el país entrara en una profunda decadencia, con algún atisbo de luz, prontamente oscurecido, durante la época en la que buena parte del resto de Europa se empapaba de las doctrinas ilustradas.

Y es que hay conceptos que, por desgracia, siguen vigentes, por mucho que se quieran ocultar denominándolos mediante eufemismos. Uno de ellos es la noción de honor personal, de honra, que tanto daño ha hecho en nuestra historia. La identificación fanática con una determinada tradición o concepción del mundo necesita excluir al diferente. Esto es el origen del concepto de limpieza de sangre, que nació en Andalucía, para evitar que los judíos conversos se hicieran con puestos de prestigio en la administración o en comunidades religiosas. Ser castellano viejo se asociaba a la idea de pureza. Los conversos eran permanentemente sospechosos de seguir practicando su religión en secreto, no eran gente de fiar y la Inquisición se ensañó con ellos, aun cuando el papa Nicolás V había salido ya en 1449 en su defensa. Bajo esta honrosa pureza de los cristianos viejos podían latir las más bajas pasiones humanas, por lo que, paralelamente a la casta doctrina oficial de ceremonias y de misas, existía una vida oculta repleta de visitas a prostitutas o de adulterio. Y cuando esto salía a la superficie (lo cual era bastante frecuente) se producía el escándalo, aunque la Inquisición podía ser muy indulgente con ciertas personas de calidad.

Para comprender nuestro presente, debemos conocer profundamente nuestro pasado. Esa es la idea que subyace en este magnífico ensayo de Bartolomé Bennassar, que nos ofrece nada menos que muchas de las claves de nuestra historia, respecto de la cual jamás hay que olvidar que todos los ciudadanos somos partícipes:

"Porque la historia de España hasta el primer tercio de nuestro siglo (se refiere al siglo XX), nos ofrece más persistencias que transformaciones. El torbellino de los acontecimientos poco influyó en ella. Y tal continuidad de situaciones, de ideales y de comportamientos no es concebible sin la existencia de complicidades profundas y, a veces, también de coerciones que llegaron más allá de la pertenencia a las diferentes clases sociales y de las peripecias políticas. Complicidades en las que la mayoría de los españoles, si no todos, se hallaban de alguna manera inmersos. Pero - mientras se transformaba el mundo que rodeaba a España, e incluso ésta, aunque con lentitud, se transformaba también - dicha continuidad iba a alimentar y a aumentar los gérmenes de disidencia, las contradicciones y los conflictos que toda sociedad lleva consigo y que desembocarían en las explosiones sociales, irrisorias, en ocasiones, del siglo XIX, o en la tragedia vivida en el nuestro."

martes, 10 de junio de 2014

EL MONO DESNUDO (1967), DE DESMOND MORRIS. EL ANIMAL HUMANO.

A pesar de las más de cuatro décadas transcurridas desde la publicación de este famoso ensayo y de los consiguientes avances en el estudio antropológico de la especie humana, la lectura de El mono desnudo sigue siendo una experiencia muy grata. Testimonio elocuente del éxito de ventas que fue en su tiempo son la cantidad de ejemplares que llegan regularmente a Más Libros Libres. Además, la semana pasada casualmente llegó un ejemplar de ¿Mono desnudo u Homosapiens? de John Lewis y Bernand Towers, una especie de réplica desde un punto de vista cristiano al libro de Morris.

Leyendo El mono desnudo uno no puede evitar una cierta sensación de extrañeza, como si el autor estuviera diseccionando en verdadero yo que todos llevamos más o menos oculto y que a la menor oportunidad sale a la superficie. Porque en realidad no somos más que animales muy inteligentes, que han ganado la partida de forma abrumadora al resto de las especies en la competencia por ser imperantes. Y de que manera. El hombre se ha extendido por los cinco continentes, ha creado entornos artificiales para su comodidad, ha explotado industrialmente los recursos naturales, ha domesticado especies y ha cazado masivamente otras para su sustento. Y rizando, el rizo, empieza a conquistar el espacio y a soñar con establecerse en otros planetas. Este éxito no debe hacernos olvidar de donde venimos. Los predecesores del hombre vivían cómodamente instalados en los frondosos bosques de la prehistoria. Un cambio en las condiciones ambientales, suscitó que tuviéramos que buscarnos la vida en la mucho más peligrosa sabana africana. Seguramente en este punto es en el que comenzó a desarrollarse nuestra más poderosa arma: el cerebro. Nuestra única posibilidad de supervivencia era la cooperación con los semejantes, formando tribus de hasta ciento cincuenta individuos, habituados a cazar en grupo. Esta lealtad absoluta a la cuadrilla provocaba conflictos cuando dos tribus se disputaban un mismo territorio de caza: este el origen de la guerra, de esa agresividad que sigue estando presente en nuestros instintos más primarios cuando vemos amenazados nuestros intereses.

Así pues, el triunfo de la especie humana se debe en buena parte a que ha conseguido desarrollar su cerebro de manera mucho más intensa que cualquier otro animal (y en este desarrollo ha sido decisivo nuestro bipedismo) y a su organización social. Además las costumbres sociales imperantes han tendido hacia la monogamia, aunque los instintos presenten tendencias distintas. Según Morris es la indefensión de la crías de humanos la que hace necesario tener un padre y una madre para criarlos y enseñarles, aunque bien es cierto que esa función podría ser realizada por la organización tribal. Por eso nuestro cuerpo fue moldeándose con un sentido erótico. Por ejemplo: la forma de los labios evoca al sexo femenino, el lóbulo de la oreja es un centro de placer... Todo diseñado para hacer atractivo el sexo y la procreación, para sentir amor por la pareja y por el hijo, ofreciéndoles protección y alimento. Quizá también todo esto tiene que ver con nuestra insólita ausencia de pelo, enigma que no se aclara del todo en las tesis del autor.

Hay otros aspectos muy curiosos en el ensayo de Desmond Morris: el despiojamiento que practican los primates, que es el equivalente a ofrecer una copa entre nosotros, un acto de cohesión social, el origen de la religión, resultado de nuestra tendencia biológica a someternos a un miembro del grupo semejante a nosotros, pero mucho más poderoso, que nos sirva de guía y al que obedecer, lo que deriva inevitablemente en el creencia en otra vida en la que volvamos con nuestros antepasados y seamos acogidos por dicho ser. Es un error afirmar que el ser humano es la única especie que cuenta con cultura. Otros animales también la poseen, pero de forma muy limitada. El hombre cuenta a su favor con un poderoso pensamiento simbólico que le ayuda decisivamente a desarrollar su capacidad de adaptación, de resolver problemas de toda índole. Además, hay que matizar las posturas estrictamente racionalistas que postulan un abandono total de nuestros instintos. Ahora está de moda el concepto de inteligencia emocional, que precisamente invita a potenciar y usar en nuestro beneficio y de los demás esos sentimientos (positivos) que a veces no podemos controlar del todo.

Uno de los errores del autor es el desprecio por los estudios antropológicos de las tribus primitivas actuales y centrar su teorías en un acusado etnocentrismo europeo, como si los usos y costumbres de la sociedad occidental de hoy día fueran la consecuencia lógica de la evolución humana y las tribus aisladas hubieran llegado a meros callejones sin salida. Y no tiene por qué ser así. Todos somos ejemplares igualmente valiosos de una misma especie, que hemos desarrollado la cultura a distintas velocidades por diversas circunstacias. Bien es cierto que la cima de nuestro pensamiento se halla en el arte, en la literatura, en la ética y en el desarrollo de los derechos humanos, en la identificación con el semejante:

"Este es, pues, el mono desnudo en toda su erótica complejidad: una especie intensamente sexual, formadora de parejas y con muchos rasgos singulares; una complicada combinación de antecedentes primates con grandes modificaciones carnívoras. Ahora, tenemos que añadirle un tercero y último ingrediente: la civilización moderna. El cerebro aumentado, que acompañó la transformación del sencillo morador de los bosques en cazador cooperativo, empezó a interesarse en las mejoras tecnológicas. Las simples residencias tribales se convirtieron en grandes pueblos y ciudades. La era del hacha dio paso a la era espacial. Pero ¿qué influencia han ejercido todos esos oropeles en el sistema sexual de la especie? Al parecer, muy poca. Todo ha sido demasiado rápido, demasiado súbito para que se produjesen fundamentales avances biológicos. Cierto que superficialmente parecen haberse producido; pero todo esto es más que nada una ilusión. Detrás de la fachada de la ciudad moderna, sigue morando el viejo mono desnudo." 

lunes, 9 de junio de 2014

EL TESTAMENTO DE UN EXCÉNTRICO (1899), DE JULIO VERNE. EL TABLERO DE LA UNIÓN.

Qué placer volver a encontrarse con un autor como Julio Verne, después de tantos años. Siempre he mantenido que Verne es uno de los autores más importantes de la literatura universal, no tanto por la calidad de su escritura - que la tiene - y su imaginación, sino porque sus novelas constituyen una enorme y atractiva puerta de entrada de muchas personas al vicio de la lectura. Yo fui una de ellas. Recuerdo que una de las lecturas que más me impresionó en mi infancia fue Dos años de vacaciones, con esos niños naufrágos, con los que me podía identificar, organizando una sociedad ideal de supervivientes. Luego me acercaría a William Golding y a El señor de las moscas, que parte de esa misma situación, pero tratándola desde un prisma mucho más pesimista.

El testamento de un excéntrico es una obra de madurez. Verne es ya un escritor rico y famoso, que sigue publicando sus obras por capítulos en revistas de gran tirada como el Magasin d’Education et de Récréation. En esta ocasión la historia parte de la muerte de un personaje muy rico, ciudadano de Chicago. William J. Hypperbone, un gran aficionado al juego de la oca, ha dejado estipulado en su testamento que su cuantiosa herencia irá a parar al ciudadano que gane una partida de este pasatiempo, utilizando como tablero el país entero, cuyos estados serán considerados casillas del mismo. Para ello se elige al azar a seis personas, que serán los que tendrán que viajar por todo el país a lomos de la suerte: la de los dados y la de las circunstancias de sus desplazamientos.

Lo cierto es que, con una premisa de partida tan interesante, puede considerarse a El testamento de un excéntrico como una obra esencialmente fallida. Los personajes que compiten en la partida son meros estereotipos, la sorpresa final es bastante previsible y muchos de sus capítulos no son sino meras excusas para que Verne se explaye en lo que más le gusta: dar noticia al lector acerca de datos geográficos de las regiones por las que viajan los personajes, así como de los usos y costumbres de sus habitantes. El mayor interés de la obra estriba pues, en la visión europea de unos Estados Unidos que empezaban su irresistible expansión que le llevaría a convertirse en una superpotencia en unas décadas. Hablamos ya de un país que ha derrotado a la mayor parte de las tribus de nativos americanos y que cuenta con una cada vez más masiva inmigración para poblar unos territorios dotados de inmensos recursos naturales, que van a ser explotados por una industria muy pujante que nace sobre todo a través de la iniciativa individual, cuyos ejemplos más destacados empezaban a acumular grandes fortunas. Por lo demás, la lectura de la novela recuerda en ocasiones a La vuelta al mundo en ochenta días, pero sin su estructura formal ni sus excelentes personajes. Una curiosidad, que nos confirma que Verne también podía ser poco original en ocasiones.

domingo, 8 de junio de 2014

X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO (2014), DE BRYAN SINGER. LA UCRONÍA MUTANTE.

Recuerdo que Días del futuro pasado fue una de las primeras historias que leí del género de superhéroes, un tipo de cómic que, bruscamente, empezaba a hablarme del mundo adulto. A partir de ahí me olvidé de Mortadelo y Filemón, de Zipi y Zape, de Spiderman, de Superlópez y de los diversos héroes a los que me acercaba en mi infancia. Los mutantes me fascinaron como un concepto nuevo y rompedor. Eran héroes y a la vez contaban con una gran variedad de defectos humanos. Con ellos empecé a intuir que en el mundo real las victorias de los buenos eran efímeras y que el futuro podía ser aterrador, puesto que la vida no era más que una eterna lucha hobbesiana de todos contra todos en la que nadie podía sentirse seguro. Todos estos conceptos fueron empleados por Chris Claremont y John Byrne para crear una serie de historias memorables. Dos destacan por encima de todas ellas: la saga de Fénix Oscura (que fue adaptada de manera parcial y fallida en la tercera parte de X-Men) y Días del futuro pasado, un arco argumental que en solo dos números ponía patas arriba el universo mutante, enriqueciéndolo con noticias de lo que podía ser su escalofriante futuro. Decir que esta historia influyó poderosamente en la concepción de la saga Terminator, habla elocuentemente de su calidad imaginativa.

Como no podía ser de otra manera, he vuelto a repasar estos dos números al día siguiente de haber disfrutado como un niño de la adaptación de Singer. Aunque hay en ella una pequeña concesión final para la esperanza, su hilo narrativo es tan sombrío como las historia de ciencia ficción más oscura. En ella los estudiantes de Xavier tienen una revelación del que puede ser un futuro en el que los portadores del gen mutante son exterminados de una manera similar a la que los nazis emplearon con los judíos. Los supervivientes se organizaban en una frágil resistencia cuya única esperanza consistía en enviar a Kitty Pryde al pasado para intentar evitar el hecho que desencadenaría los sucesos que culminarían en el holocausto mutante, evento que, curiosamente, en el cómic sucedía en el año 2013, un futuro muy remoto allá por el principio de los años ochenta, cuando fue editado.

Para concebir la que tenía que ser la aventura cinematográfica de los mutantes más espectacular hasta la fecha, Bryan Singer debía partir del particular universo que se ha ido creando en los años precedentes, de cuyo éxito él fue su principal artífice, sobre todo con la perfección formal y argumental (el filme hablaba, entre otras cosas, de la fragilidad de nuestros derechos civiles) conseguidas con X-Men 2. Pero su mayor influencia para abordar estos Días del futuro pasado ha sido una obra que no es suya: la excelente X-Men, primera generación, de Matthew Vaughn, que sabía sacarle partido a la datación temporal de la historia en los años sesenta, utilizando para ello, como momento culminante, la crisis de los misiles de Cuba. En esta ocasión realizamos un salto temporal de diez años: los protagonistas han evolucionado cada uno a su manera. El profesor Xavier no es más que un ser drogadicto y borracho, amargado por el fracaso de su escuela, en la que solo permanece un alumno. Mientras tanto, Magneto ha sido capturado, acusado de asesinar al presidente Kennedy y ha sido confinado en una prisión perfecta para él situada en las profundidades del Pentágono. Mientras tanto, en el futuro, los mutantes están siendo exterminados por unos robots creados por el gobierno estadounidense: los Centinelas. Los supervivientes deciden enviar a Lobezno a los años setenta, para tratar de evitar el evento que dará lugar a esta ucronía mutante.

Así pues, la película está dividida en dos escenarios: el principal, con Lobezno intentando unir al profesor Xavier y a Magneto en una lucha común y el secundario, no menos importante, pero que ocupa menos metraje en su función de aportar tensión - y de qué manera - a la misión del personaje interpretado por Hugh Jackman. Son dos los elementos que hacen de X-Men: días del futuro pasado, una obra maestra del género: por un lado la calidad de sus intérpretes y el sabio uso que hace Singer de cada una de sus intervenciones. Y por otro el magnífico guión que, partiendo de las ideas originales de Claremont, realiza un perfecto ensamblaje con el resto de la saga y soluciona de manera radical los problemas de continuidad que muchos aficionados habían detectado entre algunas películas. El director ha dosificado sabiamente la cantidad justa de acción, emoción y guiños a los fans de toda la vida, aportando ideas excelentes, como mostrar algunas escenas desde el punto de vista de los testigos, que ruedan la aparición de seres superpoderosos en París con sus cámaras Superocho. Además, también reserva un hueco para el sentido del humor, simbolizado en el personaje de Mercurio, que llena la pantalla en su breve y espectacular aparición. Tampoco tengo que olvidar hacer una mención especial al trabajo de Michael Fassbender: su Magneto es sencillamente perfecto, la viva expresión de la ambigüedad y de la doble moral.

En definitiva, X-Men, días del futuro pasado es la obra perfecta para los que crecimos leyendo cómics de mutantes y sentimos nostalgia de las emociones que nos transmitían aquellas historias, que nos preparaban para los sinsabores de la vida adulta. Es todo lo que una película de género fantástico de gran presupuesto debe ser: cuidadosa en el retrato de sus personajes, modélica en sus escenas de acción y emocionante en sus momentos clave. Personalmente no solo asistí al espectáculo que ofrecía la pantalla, sino que además no pude evitar fijarme en los gestos y convulsiones que protagonizaba el muchacho que se sentaba a mi derecha cada vez que el filme ofrecía alguna escena importante. Sufrimiento y emoción en estado puro. Ojalá Bryan Singer se siga ocupando de la saga en un futuro que se prevé muy interesante (los entendidos, que no se pierdan la escena post-créditos).

miércoles, 4 de junio de 2014

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN JUNIO. LO QUE EL OTRO LEE.

El otro día me enteré, por medio de un artículo de prensa, que en Cuba la gente lee los libros prohibidos por el régimen mediante el sencillo procedimiento de forrarlos con la solapa de otro volumen, preferiblemente de las obras de José Martí o Fidel Castro. Es un poco penoso tener que llegar a esos extremos, pero me imagino que acercarse a lecturas prohibidas en un ambiente hostil a las mismas, agudizarán su valor. Ya he dicho alguna vez por aquí, ironizando un poco, que la mejor manera de fomentar la lectura sería prohibirla. Como en la ciudad en la que vivo es un poco difícil ver a alguien sentado leyendo en un banco de la calle o en una cafetería, cuando localizo a alguien, hago lo posible por ver el título que ha elegido ese solitario lector. Con los nuevos medios electrónicos es cada vez más difícil saberlo, pero una observación atenta del rostro del que sostiene el ebook puede dar pistas insospechadas. También puede uno acercarse disimuladamente por detrás y leer algún párrafo de la pantalla: quizá lo adivinemos. O poner en práctica la más radical de las soluciones: preguntar directamente al sujeto. Una excusa perfecta para este atrevimiento es presentarnos ante él como miembros de una comunidad semi-secreta: un club de lectura. Quizá consigamos captar un nuevo miembro para nuestra secta.

Paso a comentar las lecturas de este mes:

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial de Málaga, comenzamos con una sesión conjunta, hoy miércoles, con el club de lectura de la ONCE, acerca de la novela La sociedad literaria y el pastel de piel de patata, de Mary Ann Schafer. Después volveremos a los clásicos con La piel de zapa, de Honoré de Balzac.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una narración estremecedora, de las primeras autobiografías de víctimas de la persecución nazi a los judíos: El pianista del gueto de Varsovia, de Wladyslaw Szpilman.

En los clubes de lectura de Más Libros Libres, variedad y calidad. Por una parte, una obra a la que hace mucho que quería acercarme (ni siquiera he visto su adaptación cinematográfica para no perder capacidad de sorpresa al leerla): Orlando, de Virginia Woolf. En el club de ensayo, uno de los libros de divulgación que más se han vendido en España: El mono desnudo, de Desmond Morris, en el de libros en inglés, Estudio en escarlata, la primera aparición de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle y en el de cine, lo dedicamos el lunes a una de las grandes obras maestras del cine: El séptimo sello, de Ingmar Bergman.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, volvemos a Virginia Woolf, pero esta vez con una obra de características muy distintas: Las olas. Su cine forum estará dedicado a una obra magna de Luis Buñuel: Viridiana.

En el club de lectura de la Casa del Libro, la primera y exitosa novela de una joven escritora australiana: Ritos funerarios, de Hannah Kent.

En el club de lectura de Fnac Málaga, apuestan por Robert Walser, el genial autor de El paseo. Se debatirá en torno a Jakob von Gunten.

En el Centro Andaluz de las Letras, dos encuentros con autor, enmarcados en sus actividades con clubes de lectura. Por una parte la visita de José Antonio Garriga Vela, para debatir en torno a su novela El cuarto de las estrellas y por otro lado un encuentro con Vicente Fernández, profesor de la UMA sobre su libro Málaga, Kavafis, Barcelona.

En el club de lectura Encuentro con los clásicos de la Biblioteca de Arroyo de la Miel, uno de mis autores rusos favoritos: Nikólai Gogol con su célebre obra Almas muertas.

En el club de lectura de la librería Luces, un debate en torno a una obra de una autora cuyo nombre suele salir mucho en este tipo de eventos: Los perros y los lobos, de Irene Némirovsky.

Y por fin, recomiendo especialmente la asistencia al ciclo Literatura y cine de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, ya que se va a proyectar una película muy especial que no todo el mundo conoce: La parada de los monstruos (Freak), de Tod Browning, acompañado de un cortometraje sorpresa que seguro va a encantar al cada día más numeroso grupo de amigos de esta biblioteca.

Les dejo aquí dos artículos en torno a dos de las obras que van a leerse este mes:

http://elhogardelaspalabras.blogspot.com.es/2013/09/el-pianista-del-gueto-de-varsovia-1946.html

http://elhogardelaspalabras.blogspot.com.es/2012/10/la-piel-de-zapa-1831-de-honore-de.html

¡Felices lecturas!

martes, 3 de junio de 2014

EL SÉPTIMO SELLO (1957), DE INGMAR BERGMAN. JUEGO CON LA MUERTE.

Las representación de la danza de la muerte fue algo muy típico en el arte de los últimos siglos de la Edad Media. En el pensamiento medieval, esta era una vida de penalidades y sufrimientos, que eran necesarios para ganarse la gloria eterna en la otra. La religión lo dominaba todo: la ideología, el estilo de vida, el arte y la cultura, que estaba encerrada en los conventos, esperando mejores tiempos para ser divulgada. Esta es la época que nos presenta Ingmar Bergman en la que quizá es la más célebre de sus obras. El comienzo es toda una declaración de principios: fragmentos del Apocalipsis, un clima de juicio final y un caballero (Max Von Sydow), que regresa al hogar después de una década luchando en las Cruzadas, cuyo lema era, recordémoslo, "Dios lo quiere".

Antonius Blovk, que así se llama el caballero, vuelve a un país que ya no puede reconocer como suyo. La alegría de vivir, que era moneda corriente diez años antes, se ha transformado en una ansiedad generalizada por el triunfo de la muerte. La peste negra asola campos y ciudades y hay rumores - típicos rumores medievales - sobre prodigios que se suceden en el cielo y en la tierra: cuatro soles a la vez en el firmamento, nacimiento de niños deformes... Símbolos del mal en alianza con una muerte a la que Antonius conoce personificada como un misterioso señor vestido de negro. La película va a jugar con la ambigüedad acerca de si es una presencia real o es simplemente la personificación de la nada más absoluta. El caballero se teme que la segunda opción sea la verdadera y reta a la Muerte a una partida de ajedrez, con el fin de ganar un poco de tiempo a la sentencia inapelable.

Hay otros personajes más mundanos, menos metafísicos. El escudero, un ser mucho más práctico y, sobre todo, la pareja de comediantes, que representan la alegría de vivir. La risa siempre puede ganar alguna escaramuza al oscurantismo. Las representaciones, la música, hacen que el pueblo olvide durante unos minutos su triste condición. Pero enseguida penetra de nuevo en sus vida la omnipresente religión, en forma de terrible procesión de penitentes. No hay motivos para reir. Arrepiéntete, mortifícate y espera que Dios tenga a bien perdonar a un miserable mortal pecador. La religión que presenta Bergman es puro masoquismo, el triunfo del miedo y la culpa, dos conceptos que han influido poderosamente en la configuración de la civilización europea, como bien nos recuerda Jean Delumeau en El miedo en occidente.

Porque el avance de la peste negra parece dar la razón a aquellos que esperan el fin del mundo inminente, el terrible juicio de Dios, que ha mandado a su heraldo, la Muerte, para ir recogiendo una enorme siega de cadáveres. Pero ¿dónde está Dios? ¿será posible que su existencia sea solo un mito? Terribles preguntas para un caballero medieval que lo ha sacrificado todo por un futil intento de reconquistar Tierra Santa, al igual que para muchos otros hombres que le sucedieron. Dios no responde a sus preguntas. Ni siquiera el diablo. Porque la nada, la no-existencia es la peor destino posible. Si Dios no existe, no es que todo esté permitido, sino que nada tiene sentido. El caballero deviene así en un personaje absolutamente unamuniano, que pasa de jugar con la Muerte una interesante partida de ajedrez a dudar de la existencia de su propia alma. Los atisbos de felicidad que aprecia en los seres que lo rodean, no pueden consolarle. Si la nada es el todo, nuestra existencia no es más que una pequeña isla de aturdimiento y absurdo, que se remata con una danza enloquecida hacia ninguna parte.

domingo, 1 de junio de 2014

SNOWPIERCER (2013), DE BONG JOON-HO. VÍAS DE HUMANIDAD.

Desde hace ya bastante tiempo, la mayoría de la comunidad científica nos viene advirtiendo de la irreversibilidad del cambio climático. Hoy mismo, en El País, Moisés Naím escribe sobre ello. De lo que no se habla ya tanto es de las medidas para evitarlo. Quizá porque, aun habiendo alcanzado un grado insólito de progreso tecnológico, somos en cierto modo una especie autodestructiva, capaz de gastar tanto dinero en estudios científicos para comprobar la certeza de esta tesis como para financiar campañas destinadas a negarlas. En realidad, el triunfo del neoliberalismo, con la explotación salvaje de todos los recursos del planeta y la falta de controles al crecimiento de la población mundial, ha sellado nuestro destino en este sentido. Ya no se discute cuando llegará el cambio climático, sino si estamos padeciendo sus primeros efectos. Lo que es indudable es que el cine de Hollywood jamás le hace ascos a una buena historia de corte apocalíptico. En esta ocasión ha sido el prestigioso director coreano Bong Joon-Ho el que ha colaborado con varias productoras independientes para ofrecernos esta obra inusual que, partiendo de parámetros muy conocidos, despliega una profunda reflexión sobre el futuro, la tecnología y la naturaleza humana.

Snowpiercer nos presenta un mundo que ha sucumbido al cambio climático, cuya superficie se encuentra por completo congelada. Unos cuantos cientos de humanos sobreviven en unas condiciones muy particulares: son pasajeros de un tren, diseñado para producir los suficientes recursos sin tener que recurrir al exterior, que recorre el mundo por unas vías que fueron construídas poco antes del desastre por el visionario ingeniero Wilford, el cual es tratado como una especie de semidiós por sus ciudadanos. Pero la población a bordo se encuentra dividida: en los vagones delanteros una minoría disfruta de una vida opulenta gracias al control de todos los recursos, mientras que los de cola, la mayoría subsiste en unas condiciones penosas gracias a la limosna que en forma de repugnante comida a base de proteínas les mandan sus compañeros más afortunados desde sus vagones sellados. Después de diecisiete años de encierro, entre los parias del tren se cuentan historias, casi míticas, de rebeliones pasadas, que sirven de inspiración para la que se está preparando, liderada por Curtis (un extraordinario Chris Evans, que demuestra ser un actor de primera), un hombre de mediana edad que ni siquiera posee ya recuerdos de la mitad de su existencia que transcurrió antes del desastre.

Una de las características más atractivas de la propuesta de Joon-Ho es la variedad de registros que caben en esta historia. Es como si el paso de un vagón a otro, mientras la revolución va conquistando terreno, sirviera también para ir introduciendo sutiles cambios que van graduando su tono desde la desmesurada violencia del principio, incluyendo escenas de inusitada crueldad, a los momentos más reflexivos de la mitad del metraje, hasta culminar con el encuentro con el creador. Y desde su aparición Wilford que parece tomar un papel parecido al del Kurz de El corazón de las tinieblas, una especie de inspirador y regulador de la locura colectiva que ha amoldado un microcosmos ferroviario a la medida de sus deseos, magníficamente interpretado por Ed Harris.

Pero dejemos que sea el propio director el que resuma su declaración de intenciones al filmar una película como ésta, transcribiendo un párrafo de la entrevista reproducida el mes pasado en la revista Dirigido:  

"No quería hacer una película poco realista, o poco probable, para conseguir que el público pueda llegar a sentirse dentro del tren y ante determinada situaciones que se plantean en la película tenga que posicionarse y pensar qué haría en esa situación, si lucharía, si dejaría el tren... Los personajes en su conjunto son una buena representación de la sociedad, por lo que eso también permitía romper la distancia entre el espectador y la historia a pesar de los elementos de esta que en apariencia no son reales. Porque quería que se cuestionaran cosas sobre el sistema, sobre ellos mismos, sobre su papel en la sociedad y sobre su relación con el mundo."

Como sucedía en la fallida Elysium, Snowpiercer puede apreciarse como una inmensa fábula sobre nuestra propia sociedad planetaria, en la que unos pocos privilegiados basan su opulencia en la explotación y la pobreza de los más débiles. Pero aquí no se ofrecen soluciones fáciles. Quizá la rebelión de los oprimidos signifique un desastre para todos, simplemente porque los recursos no lleguen o, como es más probable, que los ricos se nieguen a descender uno solo de los escalones de su fortuna y protagonicen su propia rebelión, separándose definitivamente del resto de la humanidad. Sobre estas cuestiones está iniciándose en la actualidad un intenso debate por la sorpresiva irrupción de Podemos como cuarta fuerza del país con unas propuestas absolutamente revolucionarias. Quizá los ricos no permitan que dicha revolución pacífica se lleve a cabo, ni siquiera aunque las urnas dicten una sentencia a favor de la redistribución de la riqueza. Posiblemente el inmenso pesimismo de Bong Joon-Ho sea un síntoma de nuestro tiempo.