sábado, 2 de agosto de 2014

LOS PUJOL.

Una de los mejores conceptos que aparecían en la primera temporada de ese acertado retrato de nuestro tiempo que se llama The wire, consistía en que el jefe de los narcotraficantes se ocultaba de la policía viviendo con una austeridad espartana, a pesar de la obscena cantidad de millones de dólares que debía ganar todos los meses. No es una táctica que hayan practicado frecuentemente nuestros políticos corruptos, sobre todo aquellos que se creen con derecho vitalicio al cargo y a las prebendas (legales) que conlleva y no se conforman con eso, sino que acumulan un patrimonio de sospechoso origen.

Porque hay que tener un gran poder y una gran sensación de impunidad para acumular una fortuna que no podrás gastar en tu vida. Quizá Jordi Pujol era prudente y no exhibía la riqueza más de lo necesario, pero sus hijos parece que llevaban una vida demasiado regalada, manejando a los directivos de la administración catalana como si se trataran de los capataces de sus fincas privadas. Y, por lo que se va sabiendo, utilizaban métodos pseudomafiosos para escarmentar a quienes no eran lo suficientemente dóciles. En el caso de Pujol, el nacionalismo era el sólido refugio del canalla. Bastaba con que existieran fundadas sospechas de mala gestión (y las primeras se remontan a 1980, por su turbio paso por Banca Catalana) para que levantara la voz denunciando que los ataques a su persona eran ataques directos a Cataluña. Nada para reforzar el nacionalismo que victimizarse, hacer el papel del gran sacrificado, de guía del pueblo hacia la tierra prometida. Pero la realidad es que para él y para su familia la tierra prometida era Suiza, con la majestuosidad infinita de sus paisajes y de sus instituciones financieras.

¿Cómo era el día a día de este hombre, que por el día era un doctor Jeckyll amante de su tierra y de sus gentes, buen cristiano, cumplidor y amante de las tradiciones y por la noches se convertía en un Mister Hyde que robaba a manos llenas los bienes de ese pueblo por el que decía velar? ¿Sentiría remordimientos, sentiría placeres nocturnos contando el dinero amasado? ¿Cómo justificaba su conducta antes Dios, él, tan religioso? Este no es un caso más de corrupción. Se trata de la conducta impune de un individuo que ha estado engañando a su pueblo durante treinta años y, cuando ve a sus hijos cercados por la justicia, sufre un arrebato de arrepentimiento y escribe una extraña confesión que no llega a creerse ni su propia hermana. A pesar de padecer nuestro país una extraordinaria media de un escándalo cada dos días más o menos, uno nunca deja de fascinarse con estos personajes, que han vivido en tal limbo de poder e impunidad y siguen creyéndose intocables (y analizando algunas sentencias judiciales, como la que condena a Baltar, el cacique bueno, a unos años de inhabilitación cuando ya se ha jubilado no deja de ser un refuerzo para este argumento). Pujol no irá a la cárcel. Quizá algunos de sus hijos sí. Pero al menos si está padeciendo una muerte civil que debe ser muy dolorosa para quien se ha pasado la vida recibiendo honores. Algo es algo. 

Ya iremos viendo quienes son los protagonistas de las próximas historias de la punta del iceberg de la corrupción que va saliendo a flote. El perfil suele ser el mismo: gente que se proclama liberal, pero que se pasa toda la vida viviendo de lo público, ellos y su familia, además de otorgar buenos negocios - con dinero público - a los empresarios amigos. Esos autoproclamados patriotas que lo son sobre todo de sí mismos.

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