martes, 31 de marzo de 2015

EL PAÍS DEL MIEDO (2008), DE ISAAC ROSA. NUESTROS TERRORES COTIDIANOS.

Hay muchos libros que hablan de eso: vivimos en la sociedad del miedo. Paradójicamente, cuanto más evolucionamos, cuando la vida se va haciendo más confortable y segura respecto a la de nuestros antepasados, más temores acumulamos. Quizá porque tenemos más que perder y no sabríamos como enfrentarnos a ello. A ésto contribuye también nuestro cada vez más permanente acceso a toda clase de informaciones y opiniones. Cualquier hecho que antes solo tenía cabida en un pequeño espacio de la página de sucesos del periódico local hoy puede ser acrecentado y provocar una desmesurada alarma social. Una catástrofe aérea, por ejemplo, provoca un irracional miedo a volar, porque el hombre es un animal muy impresionable, capaz de representarse un hipotético futuro en carne propia, de ser empático en cuanto a los sufrimientos y los miedos ajenos. 

En mi ciudad, por ejemplo, en los ochenta la gente vivía con miedo a los tirones de bolsos y a los atracos: era algo muy habitual, eran los años duros de la heroína, pero aún así los niños seguíamos saliendo a jugar solos a la calle. Y alguna vez recibíamos algún susto, pero al día siguiente estábamos otra vez dándole patadas al balón en el asfalto. Hoy, que han disminuido este tipo de delitos, la obsesión está en las intrusiones en el hogar, ya sea por la fuerza, ya sea por la astucia del ladrón, que puede disfrazarse, por ejemplo, de inspector de la compañía del gas y entrar impunemente en la casa del confiado propietario. Hay programas muy alarmistas en televisión que advierten de nuevos tipos de delitos, que instan al espectador a mantenerse siempre alerta. Algo muy típico de nuestro tiempo. Así lo expresaba el propio Isaac Rosa en una entrevista que concedió a El País cuando fue publicada su novela:

"Cuando uno alcanza ciertos niveles de seguridad y de protección aspira a una seguridad absoluta. Y esa búsqueda genera ansiedad. Vivimos un tiempo de incertidumbres que nos hacen sentir vulnerables, que a lo mejor no sabemos nombrar ni definir, que tiene que ver con lo social, lo económico, lo afectivo, y al final lo derivamos a otro tipo de inseguridades o amenazas más evidentes, cuando realmente la incertidumbre es otra.

(...) Nos sentimos amenazados hacia el futuro, sobre todo por cuestiones que generaban más seguridad y ahora están menos estructuradas, como el trabajo. Los asuntos relacionados con los afectos o la familia que no somos capaces de ponerlos en claro y buscamos fantasmas ya identificados."

Carlos, el protagonista de El país del miedo, vive obsesionado por este tipo de temores de carácter urbano. Es un hombre extremadamente civilizado y a la vez extremadamente prudente, hasta el punto de que examina los pros, los contras y los peligros implícitos en cada acción, incluso en las más cotidianas. Por eso, cuando su hijo empieza a tener problemas con un compañero del colegio, que abusa de él, no sabe cómo reaccionar. Su situación tiene algo de pesadillesca, aunque de pesadilla leve: no sabe cómo reaccionar ante las amenazas verbales y físicas de un adolescente. No puede enfrentarse directamente a él, porque se arriesga a ser acusado de agresión a un menor y además teme que el muchacho pueda con él. Tampoco puede acudir a la policía, porque imagina que no tomarán en serio la presunta amenaza. La única solución que se le ocurre es intentar aplacar a la bestia a base de ofrendas en forma de dinero, aunque, como es lógico, esta solución no hace más que acrecentar el problema.

Carlos sabe que hay formas más expeditivas de enfrentar el asunto, pero nunca se atrevería: su mente no funciona por impulsos, sino por la más estricta racionalidad, la racionalidad que hace que todos podamos convivir pacíficamente en sociedad. Sin embargo, la gente así necesita sentirse protegida, sobre todo los más aprensivos a la violencia, como el protagonista. Ahí es donde aparece el conflicto: ¿debe renunciarse alguna vez a los principios más sagrados para proteger el bienestar familiar? 

El país del miedo es una obra original e interesante, aunque de estructura algo desproporcionada. Empieza con una interminable descripción de miedos y tarda en entrar en materia, pero una vez asentada en la historia, la novela va de menos a más. Quizá la clave de su interés estribe en que todos podemos sentirnos identificados en cierto modo con un protagonista un tanto pánfilo, pero a la vez tan prudente, racional y civilizado como la mayoría de nosotros. 

2 comentarios:

  1. ¿Y cuál es un mensaje?, ¿que un individuo educado y racional resulta ser un blandengue que no está dotado para desenvolverse "en la vida"?

    El protagonista de la novela se ve desbordado por una situación excepcional. ¿Tenemos que exigir a los buenos ciudadanos que muestren heroísmo en tales situaciones excepcionales?

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  2. Como ya he dicho, el protagonista es demasiado civilizado como para erigirse en héroe, pero tampoco la sociedad en la que tanto cree le va a proporcionar las herramientas para librarse de su problema: al final tendrá que recurrir a las tinieblas.

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