lunes, 29 de junio de 2015

EL FIN DE LA INFANCIA (1953), DE ARTHUR C. CLARKE. LA UTOPÍA DE LOS SUPERSEÑORES.

En las décadas de la Guerra Fría, sobre todo en los cincuenta y los sesenta, muchos intelectuales estaban convencidos de que el enfrentamiento nuclear entre las dos superpotencias era inevitable. De hecho, el apocalipsis estuvo a punto de suceder en un par de ocasiones. Si la humanidad se salvó fue porque el sentido común se impuso en el último instante. En este contexto, los autores de ciencia ficción especulaban con la llegada de extraterrestres a nuestro planeta para advertirnos de nuestra locura suidida. Una de las visitas más famosas fue la de Klaatu en Ultimátum a la Tierra, película de Robert Wise estrenada dos años antes de la publicación de El fin de la infancia. Muchos no creían, vista la historia bélica del ser humano, que la solución pudiera venir de nosotros mismos e imaginaban la llegada de una raza extraterrestre humanista y redentora.

Este es más o menos el planteamiento de inicio de la novela de Clarke. Los extraterrestres llegan en enormes naves y someten a los gobiernos mediante el uso de su poder blando, es decir haciendo ver que cuentan con una poderosa tecnología, milenios más avanzada que la nuestra, pero usando de medios más suaves para imponernos su utopía. Hay episodios excepcionales, por supuesto, como aquel que transcurre en la plaza de Las Ventas, en Madrid. Karellen, el líder de los llamados superseñores, decreta el fin del maltrato a los animales. Los amantes de la fiesta nacional hacen caso omiso y se reúnen, como es habitual, para celebrar una corrida. El toro recibe su primer puyazo y, de pronto, los espectadores sienten el mismo dolor. Desde ese preciso instante, acaba el sangriento espectáculo. 

Las fronteras entre países van desapareciendo y poco a poco el nivel de vida de los habitantes de la Tierra se eleva, hasta que se llega a una especie de edad de oro, en la que prácticamente se han extirpado la pobreza y la violencia. Hasta las religiones tradicionales, que han opuesto la mayor resistencia a los cambios, dejan de tener sentido, rindiéndose a la evidencia científica. Karellen lo expresa de esta manera, refiriéndose a quienes se oponen a los superseñores:

"Usted sabe por qué Wainwright y los hombres como él me tienen miedo, ¿no es así? —preguntó Karellen. Hablaba ahora con una voz apagada, como un órgano que deja caer sus notas desde la alta nave de una catedral—. Hay seres como él en todas las religiones del universo. Saben muy bien que nosotros representamos la razón y la ciencia, y por más que crean en sus doctrinas, temen que echemos abajo sus dioses. No necesariamente mediante un acto de violencia, sino de un modo más sutil. La ciencia puede terminar con la religión no sólo destruyendo sus altares, sino también ignorándolas. Nadie ha demostrado, me parece, la no existencia de Zeus o de Thor, y sin embargo tienen pocos seguidores ahora. Los Wainwrights temen, también, que nosotros conozcamos el verdadero origen de sus religiones. ¿Cuánto tiempo, se preguntan, llevan observando a la humanidad? ¿Habremos visto a Mahoma en el momento en que iniciaba su hégira o a Moisés cuando entregaba las tablas de la ley a los judíos? ¿No conoceremos la falsedad de las historias en que ellos creen?"

Al tiempo que el bienestar se generaliza, se produce un general desinterés por la producción de obras artísticas, quizá porque las mejores suelen ser más hijas de la desgracia que de la abundancia. De pronto "la holganza no era algo pecaminoso y la pereza no era signo de degenaración". Solo algunos seres humanos, románticos e inconformistas, se oponen al gobierno de los extranjeros, aunque su rebeldía tiene más que ver con la creación de una comuna propia, donde se desarrolle una auténtica cultura humana, que con una oposición violenta a los superseñores.

En cualquier caso, existe un hecho que inquieta a la mayoría de los seres humanos: los superseñores jamás se han mostrado en público y rehusan hacerlo, al menos hasta que hayan transcurrido un par de generaciones humanas bajo su gobierno. ¿Qué secretos esconden los extraterrestres? ¿cuáles son sus verdaderas intenciones? ¿qué significado tiene ese extraño altruismo, a la vez autoritario y desinteresado?

Si bien El fin de la infancia no es una novela dotada de grandes alardes literarios, su fuerza reside en la inmensa imaginación y coherencia filosófica de la que la dotó Clarke. Como no podía ser de otra manera, la narración cuenta con giros sorprendentes, en los que se está jugando el destino de la humanidad. Se trata de una obra muy reflexiva, con bastantes puntos en común con 2001, una odisea del espacio, aunque las intenciones del autor sean muy distintas en una y otra. Lo mejor es disfrutar y dejarse llevar por esta fábula moderna, plena del sentido de la maravilla que caracteriza a la mejor ciencia ficción. 

sábado, 27 de junio de 2015

DIENTES BLANCOS (2000), DE ZADIE SMITH. LONDRES MULTIÉTNICO.

Si bien no hemos dejado de reconocer el inmenso mérito que constituye la concepción de una novela de estas características para una escritora tan joven como la Zadie Smith de hace quince años, a la mayoría de los miembros del club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas se nos ha hecho un poco indigesta la lectura de Dientes blancos, una narración tan ambiciosa como parcialmente fallida. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/06/dientes-blancos-de-zadie-smith.html

jueves, 25 de junio de 2015

EX MACHINA (2015), DE ALEX GARLAND. EL FANTASMA DE LA MÁQUINA.

¿Qué harías ante la mirada de súplica de un rostro movido por una inteligencia artificial? ¿Por qué los protagonistas de las películas se enamoran con tanta facilidad de sistemas operativos que simulan emociones humanas? ¿Quizá son emociones genuinas, seremos capaces de eso? Reproducir la vida tal y como la entendemos a base de cables y circuitos es uno de los anhelos más antiguos del ser humano en general y de los amantes de la ciencia ficción en particular. En el cine existe todo un subgénero dedicado a este asunto. A veces se han logrado obras sublimes, como 2001, una odisea en el espacio, Her o Blade Runner y a veces desastres como Chappie, pero sigue siendo un tema fascinante, sobre todo porque, poco a poco, el avance tecnológico camina irreversiblemente hacia computadoras cada vez más avanzadas. Quizá lo que vemos en estas realizaciones es, en cierto modo, un anticipo de lo que nos espera en el futuro inmediato.

El planteamiento inicial de Ex Machina es hijo de nuestro tiempo: Nathan, un genio de la informática, multimillonario gracias al desarrollo de un buscador de internet, que vive en una enorme finca privada, rodeado de naturaleza, organiza un concurso entre sus empleados cuyo premio es pasar una semana con él y quizá tener la oportunidad de conocer algunos de los secretos de su éxito. El afortunado ganador es Caleb, un brillante programador, emocionado ante la perspectiva de conocer en la intimidad a quien considera su ídolo. Pronto van a ser reveladas las verdaderas intenciones de Nathan: pretende que su empleado trabaje esa semana con Ava, su último prototipo de inteligencia artificial y lo someta al test de Turing, para saber si es un ente con emociones propias, si tiene conciencia de sí mismo, en suma.

A partir de esta sencilla premisa, con solo tres personajes (más una sirvienta que esconde algún secreto), Garland construye una intriga en la que poco a poco se van desvelando piezas de un puzzle tan complejo, que Caleb deberá ir cambiando sus más arraigadas convicciones casi sobre la marcha. La relación que establece con Ava pasa rápidamente de fascinante a desconcertante, gracias a una cualidad muy humana, a la que el robot parece saber sacarle provecho: la empatía.

Ex Machina da en todo momento la sensación de realización bien meditada en todos sus aspectos: desde el escenario, que cada vez se hace más claustrofóbico, hasta un guión que funciona como un mecanismo de relojería pleno de lógica interna y que trata al espectador como a un ser inteligente, al que no hay que explicarle más de lo necesario. Uno de los grandes aciertos es la elección de su elenco interpretativo. Nathan (Oscar Isaac) parece un hombre a la vez brillante y de vuelta de todo, con un evidente problema de alcoholismo. Sabe que la obra que está llevando a cabo - el desarrollo de la inteligencia artificial - es tan inevitable como peligrosa, pero tampoco parece que el amor a la humanidad sea una de sus mayores cualidades. Caleb (Domhnall Gleeson) debe transformar su actitud de joven entusiasta y un poco ingenuo para poder afrontar con garantías la ambigua situación a la que se ve sometido. Y por fin Alicia Vikander, la estrella de la función, debe realizar una interpretación basada tan solo en su expresividad facial para componer a una Ava que hace suyo el mito del fantasma de la máquina, puesto que su alma puede ser intercambiable con cualquiera de los cuerpos robóticos que Nathan ha desarrollado. Un brillante debut para Alex Garland, un director que podría seguir ofreciéndonos en el futuro obras tan inspiradas como ésta. 

miércoles, 24 de junio de 2015

CINECLUB (2007), DE DAVID GILMOUR. UNA EDUCACIÓN CINEMATOGRÁFICA.

La educación de los hijos es una de las tareas más difíciles de la labor de ser padre. Me imagino que las malas notas escolares o las malas compañías se viven, desde el punto de vista del progenitor, como un fracaso personal. Eso es precisamente lo que le sucedió a David Gilmour, un escritor y crítico de cine canadiense, cuando contempló una tarde de domingo la desesperanza de su propio hijo frente a las tareas escolares. En aquel instante percibió su hastío, su absoluta falta de interés y tomó una decisión drástica: ofrecerle dejar el instituto a cambio de una sola condición: que viera junto a él al menos tres películas a la semana.

En principio la medida puede parecer desacertada: la educación que ofrece un centro escolar no puede compararse con el visionado de unas cuantas películas, por buenas que estas sean. Pero el lector intuye que la auténtica intención del señor Gilmour es un acercamiento a su hijo que hasta aquel momento había sido una labor muy complicada. Quizá el cine le enseñara unas cuantas lecciones de vida y a la vez consiguiera que se conocieran mutuamente mucho mejor. Era la reacción desesperada de un padre que ve como camina rápidamente hacia el fracaso vital o hacia un destino mucho peor. 

Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, la selección de películas es muy básica y obvia, desde clásicos como El padrino o Los cuatrocientos golpes (es muy revelador que esta sea la primera obra seleccionada) hasta los llamados placeres inconfesables como Showgirls, una pésima película que cuenta con un numeroso club de fans. Y llama la atención el hecho de que casi nunca busquen lecciones morales en las películas que ven, sino que se centren más en aspectos técnicos y artísticos: lo verdaderamente importante es pasar un rato juntos como padre e hijo y, de paso, que la relación entre ambos se enriquezca hasta el punto de poder abordar la caótica vida amorosa y social de Jesse, un adolescente que pide a gritos que le orienten en esta jungla que es el mundo.

En realidad, como lector, a mí me parece insólita la solución educativa que el autor ofrece a su hijo, el cual, por cierto, es una especie de tábula rasa que ni siquiera sabe situar en el mapa a Sudamérica (sin saber tampoco si se trata de un país o un continente ni importarle lo más mínimo). Se trata de sustituir el instituto por la contemplación de tres buenas películas semanales, sin muchas más exigencias a una persona que se encuentra en los años cruciales de su formación. Un muchacho que todavía tiene que aprender a bregar con sus fracasos amorosos y que está empezando a vivir un peligroso romance con la cocaína. Que al final todo salga bien (o eso parece) tiene más que ver con el azar que con otra cosa, aunque hay que reconocer que el cineclub ha servido para que Jesse tenga algo donde aferrarse en sus momentos de más desesperación. Porque el cine y la literatura no son solo evasión: se trata de la contemplación de vidas ajenas cuya experiencia podemos atesorar sin haber arriesgado nada personalmente. Y esto puede ser muy valioso ante ciertas tesituras. 

Cineclub es un libro sin grandes pretensiones literarias, que se lee con mucho agrado, sobre todo si uno ha visionado previamente la gran mayoría de las películas que salen a colación. Su mayor virtud es esa sencillez apegada a la realidad, esa sinceridad que hace que el relato sea verosímil. Es bueno saber que existen las segundas oportunidades, incluso para quien está tirando su vida por la borda y que, a veces, los planes más desatinados, si están condimentados con grandes dosis de entusiasmo, salen bien.

LA ÚLTIMA ESTACIÓN (2009), DE MICHAEL HOFFMAN. EL GENIO Y EL MATRIMONIO.

Para conmemorar el centenario de la muerte del gran León Tolstói se realizó esta película, perfectamente interpretada por su elenco protagonista y que viene a reflejar la culminación de lo que el escritor ruso había narrado en su Confesión: la práctica de una doctrina basada en el cristianismo más puro, que pone todos sus esfuerzos en el desarrollo personal del campesino, hasta el punto de que Tolstói quería dejar su herencia a las clases más humildes del pueblo ruso. Su mujer no estaba muy de acuerdo con esa pretensión... Aquí el enlace:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/06/la-ultima-estacion.html

lunes, 22 de junio de 2015

PERDIDA (2014), DE DAVID FINCHER. AMOR LÍQUIDO.

Detrás de las fachadas de los edificios que contemplamos cuando paseamos por la calle, se desarrollan vidas familiares o individuales ocultas. Los matrimonios se inician con preciosas ceremonias ensayadas, en las que debe imperar la alegría, pero después la pareja se encierra entre cuatro paredes y debe gestionar su relación de la mejor manera posible, estableciendo sus propios acuerdos y procurando mantener a buen recaudo su privacidad. Si estas cuatro paredes se desmoronaran de pronto y quedaran al descubierto las bondades y miserias de ambos, lo más seguro es que la relación no pudiera resistir a esta exposición pública y se desmoronara como un castillo de naipes.

Esto es lo que le sucede al matrimonio formado por Nick y Amy Dunne, cuando ella desaparece en extrañas circunstancias. De pronto todos los focos mediáticos, policiales y vecinales iluminan poderosamente las estancias en las que han desarrollado su vida matrimonial y es Nick el que tiene que soportar la presión de tener que explicar todos los detalles de su relación, sobre todo los que los demás pueden considerar extraños, mientras la sombra de la sospecha se va cerniendo sobre él. Porque las estadísticas dicen que en la mayoría de los casos de desapariciones el marido es el culpable (y asesino). Además, los reality shows televisivos están haciendo su agosto con un caso que se antoja perfecto para mantener a grandes audiencias cautivas frente al televisor, porque lo tiene todo: amor, traición, misterio, sordidez... Como se suele decir "el público quiere saber" y hay que ofrecerle algo, no importa que sea verdad o mentira. Algo que escandalice y a la vez fascine. La verdadera historia de Nick y Amy, cuya fachada de matrimonio perfecto se hace trizas a la vez que se convierten en seres mediáticos.

Así lo explica el propio David Fincher en una entrevista concedida a la revista Dirigido:

"Me parece que es la vivisección de un matrimonio. Hay un incidente que se produce en la relación que lleva a un montón de gente a prestar atención a qué es lo que puede haber ocurrido detrás de las puertas del dormitorio de esta pareja. Y como ha caído dentro del círculo de las noticias que generan las primeras planas, es analizada de una manera como ninguna relación entre dos personas podría sobrevivir. De pronto, cada sentimiento y cada actitud es puesta bajo la lupa y sometida a una mirada llena de odio y de indignación, y en cierta forma, descuartizada. De todos modos, diría que es una película de suspense a la vez que es el examen de un matrimonio, y también una sátira sobre la vampirización de una tragedia. Al menos, espero que sea todas esas cosas. Esa ha sido mi intención." 

Perdida es una nueva muestra del fascinante arte cinematográfico de un David Fincher que, partiendo de una novela de éxito, ha creado una equilibrada mezcla de géneros que, entre otras cosas, habla sobre el concepto de Amor líquido que popularizó el filósofo Zygmunt Bauman, esas relaciones capaces de adaptarse a las circunstancias hasta el punto de, si hay interés en ello, cambiar a su vez la filosofía de los miembros de la pareja, no solo para que dicha relación funcione, sino también - y esto es más importante - para que tenga cabida en la sociedad. Relaciones con picos de intenso compromiso emocional y periodos de encefalograma plano. En realidad, todo la vida ha sido así, pero nunca hemos estado tan expuestos al juicio de los demás. La situación retratada, la del matrimonio Dunne, no es más que una metáfora de lo que nos puede suceder a cualquiera de nosotros si un desafortunado día se dan las circunstancias idóneas. 

viernes, 19 de junio de 2015

CONFESIÓN (1882), DE LEÓN TOLSTÓI. LA VERDAD DE LOS HUMILDES.

La figura de León Tolstói emerge en la historia de la literatura como uno de los escritores más prodigiosos de todos los tiempos, capaz, como su contemporáneo Dostoyevski, de reflejar sus tormentos interiores en sus escritos. Fruto de estas dudas existenciales que le acuciaron durante su entera existencia es esta Confesión, que toma como modelo escritos precedentes en los que el escritor se autoanaliza espiritualmente, como los de San Agustín, Montaigne o Rosseau. Es este un género muy especial, en el que solo pueden ser maestros unos pocos elegidos capaces de desnudar su alma de manera absolutamente impudorosa, exponer sus eternas dudas y tratar de encontrar una salida al laberinto en el que se ha convertido su propio pensamiento. En el caso de Tolstói, la solución va a venir al observar la experiencia de los más humildes.

Hasta los cincuenta años, Tolstói estuvo viviendo conforme se esperaba que lo hiciera una persona de su cuna, aunque manifestando serias dudas internas respecto a lo establecido. Pero es al cumplir esa edad cuando le sobreviene la auténtica crisis, en la que empieza a dudar del sentido de la existencia, precisamente en el momento más equilibrado de su vida, cuando gozaba de fama, riquezas y era considerado uno de los grandes intelectuales de su tiempo. Para enfrentarse a este peligroso trance, en el que estuvo coqueteando con la idea del suicidio como única salida, el autor rememora su propia vida y analiza la falta de espiritualidad que la ha regido hasta aquel instante. Tolstói parte de la religión que practicaban los miembros de su clase social (él pertenecía a una familia de la antigua nobleza rusa), para concluir que esta fe no es auténtica, sino más bien una tradición utilitarista, casi un instrumento para mantener el status quo, e incluso llega a asegurar que, en este caso, los que se dicen creyentes suelen ser menos bondadosos que los que no lo son:  

"(...) la fe se profesa en algún lugar lejos de la vida e independientemente de ella. Si nos topamos con la fe, será sólo como un fenómeno externo, no ligado a la vida.
 

Por la vida de una persona, por sus actos, hoy igual que ayer, es imposible saber si es creyente o no. Si existe alguna diferencia entre los que profesan abiertamente la ortodoxia y los que la niegan, no es en beneficio de los primeros. Ahora, como entonces, el reconocimiento público y la profesión de la ortodoxia se encuentran, en gran medida, entre personas estúpidas, crueles e inmorales, que se consideran muy importantes. La inteligencia, la franqueza, la honradez, la bondad y la moralidad se suelen hallar, por el contrario, entre los hombres que se reconocen no creyentes."

Tampoco la ciencia, tan prometedora en su compromiso de aumentar el conocimiento de los hombres es capaz de responder a la cuestión fundamental acerca del sentido de la existencia, ni siquiera los grandes filósofos como Aristóteles o Schopenhauer. Al final fija su mirada en las clases humildes, en aquellos hombres y mujeres que son tan abundantes que hasta entonces le han pasado desapercibidos. Analiza su forma de vida, sus creencias y empieza a encontrar una nueva dimensión a la palabra fe. Fe quiere decir vivir conforme a unas creencias, siendo coherente con las mismas. El campesino que trabaja duro toda su vida, comprende cuales son los ciclos de la existencia y está siempre preparado para la llegada de la muerte, es su auténtico modelo:

"Recordé cómo esas creencias me habían repugnado y parecido desprovistas de sentido cuando eran profesadas por gente que vivía en contradicción con ellas, y recordé cómo esas mismas creencias me atrajeron y me parecieron sensatas cuando vi a la gente que vivía de acuerdo con ellas; comprendí por qué las había rechazado y por qué las había encontrado absurdas, mientras que ahora me parecían llenas de sentido."

A partir de aquí, Tolstói se retiraría a sus tierras en Yásnaia Poliana e intentó vivir conforme a las enseñanazas de lo que se ha dado en llamar movimiento tolstoyano, bajo el principio de querer "comprender de tal manera que cada postulado inexplicable se me aparezca como una necesidad de la razón, y no como una obligación de creer", siguiendo en esencia la doctrina de Jesucristo, pero sin estar adscritos a ninguna iglesia oficial, una forma de vida en la que se inspiraría el movimiento anarquista y a la filosofía de la no violencia de Gandhi (que llegaría a cartearse con Tolstói). Que un escritor de fama mundial, venerado por tantos terminara sus días conviviendo con campesinos, instruyéndolos y aprendiendo de ellos, nos habla de la grandeza de una figura irrepetible.

jueves, 18 de junio de 2015

ARDENAS 1944 (2015), DE ANTONY BEEVOR. LA ÚLTIMA APUESTA DE HITLER.

En septiembre de 1944 la derrota parecía ser el destino inevitable para Alemania. En occidente, después de un par de meses de durísimas batallas en la región de Normandía, los Alíados habían conquistado la capital francesa y se organizaban para entrar en Alemania. En el Este, el inmenso ejército soviético preparaba una devastadora ofensiva cuyo objetivo final era el mismo Berlín. En Italia, el frente seguía poco a poco desplazándose hacia el Norte y se acercaba a los Alpes. Mientras tanto, la aviación inglesa y americana devastaba casi todos los días alguna ciudad alemana y atacaba puntos estratégicas, como fábricas o vías de comunicación. Frente a este panorama, Hitler, que había sufrido un atentado perpetrado por su propio alto mando, que casi acaba con su vida, seguía aferrándose a la idea de victoria final alemana. Con su mentalidad paranoica, después de haber comprobado "que estaba rodeado de traidores", asumió que, más que nunca, su genio estratégico era lo único que podía salvar a su país. Hitler se encontraba enfermo y cansado, aquejado de las secuelas de la explosión, pero manteniendo incólume su voluntad de continuar la guerra. Después de examinar la situación general, decidió que había que organizar rápidamente un ataque por las Ardenas, en dirección al puerto de Amberes, para partir en dos el ejército inglés y el americano y llevarles a la rendición.

En realidad casi ningún general alemán estaba de acuerdo en la oportunidad de la ofensiva, aunque nadie se atrevía a contradecir a Hitler. Desguarnecer el frente del Este iba a tener consecuencias devastadoras, como pronto se comprobaría. Además, la abrumadora superioridad de medios aéreos de los Aliados hacía muy complicados los movimientos de tropas alemanas. Se decidió que el ataque se efectuara con mal tiempo y se eligió la zona más vulnerable del frente, donde los americanos jamás esperarían ser agredidos, una región boscosa, con malas carreteras, donde se habían establecido, casi para descansar, las tropas que acababan de combatir en la durísima batalla del bosque de Hürtgen junto con soldados bisoños que acababan de llegar de los campos de entrenamiento. Los primeros momentos fueron de avance arrasador de los panzer alemanes frente al desconcierto del alto mando estadounidense. 

Los soldados, tomados por sorpresa, huían o se rendían en masa, aunque se organizaron pequeñas y heroícas bolsas de resistencia que ralentizaron el avance nazi. La desafortunada 106ª División, por ejemplo, fue destruida casi por completo. A su vez, se había lanzado una operación, dirigida por el famoso coronel Otto Skorzeny, consistente en infliltrar tras la líneas enemigas a soldados alemanes vestidos con uniformes americanos que hablaban inglés, para sembrar la confusión en el retaguardia. Más que las acciones reales de este grupo, lo que causó más impacto entre los soldados aliados fue la sensación de que cada compañero podía ser un enemigo disfrazado. El alemán que era capturado vestido con uniforme americano (y hubo casos en los que se trataba de soldados que le habían quitado alguna prenda a un cadáver para protegerse del intenso frío), era fusilado de inmediato.

Mientras tanto, los dirigentes aliados trataban de ver más clara la situación y organizarse. Parecía imposible que Hitler, al que todos creían derrotado, hubiera reunido tantas divisiones en tan corto espacio de tiempo. En realidad el dirigente alemán estaba echando el resto con esta ofensiva. Si fallaba, perdería para siempre la iniciativa. Además, muchos de sus soldados eran jóvenes de incluso quince años, sus imponentes blindados estaban faltos de un combustible que esperaban conseguir de los centros de abastecimiento de los Aliados y la Luftwaffe era una sombra de lo que había sido. Pese a todo, el pánico se desató en Bélgica, en Luxemburgo e incluso en París. No era un miedo infundado. Las tropas nazis llegaban a los pueblos con ánimos de venganza y actuaron en muchos casos de forma brutal contra los belgas:

"Los habitantes del pueblo se vieron rodeados de repente por uno de los grupos del Sicherheitsdienst (servicio de seguridad) de las SS. Enseguida dieron comienzo unos interrogatorios brutales con el fin de identificar a los miembros de la resistencia belga y a cualquier persona que hubiera acogido con entusiasmo la llegada de los estadounidenses en septiembre. Los esbirros de las SS llevaban consigo fotografías de periódico del acontecimiento. En Bourcy un hombre, tras sufrir una brutal paliza, fue sacado al exterior y asesinado a martillazos. Los alemanes habían encontrado en su sótano una bandera estadounidense de fabricación casera. El servicio de seguridad se trasladó entonces a Noville, donde sus integrantes asesinaron a siete hombres, entre ellos al cura del pueblo, el padre Delvaux, y al maestro de la escuela."

La batalla de las Ardenas fue toda una prueba de fuego para los americanos, no solo porque debieron organizar con toda rapidez un contraataque liderado por Patton, sino porque se cuestionó en todo momento la labor del general Bradley, a quien se consideró responsable de haber desguarnecido ese sector del frente, algo que fue aprovechado por el vanidoso mariscal británico Montgomery para solicitar el mando de todas las tropas aliadas, mientras se ponía medallas haciendo ver que su actuación había evitado el desmoronamiento del frente. Eisenhower, como comandante supremo, tuvo que lidiar con todo eso y consiguió superar la crisis. Según Beevor, en una entrevista publicada por el diario La Razón, fueron muchos factores los que convirtieron esta batalla en la más dura librada en el frente occidental, entre otros la matanza de prisioneros americanos en Malmédy, que provocó represalias contra los cautivos alemanes:

"Fue la más sucia del frente occidental, y, también, el momento en que el frente oriental entró en el occidental. En el caso de los americanos, no les dijeron que mataran a sus prisioneros. Eso es algo que hicieron por su cuenta, aunque los altos mandos les habían animado a que lo hicieran o lo habían permitido. En cambio, en los alemanes había dos elementos. Hitler, en diciembre, cuatro días antes de la operación, ordenó a los generales atacar con la máxima brutalidad con la esperanza de provocar un colapso completo entre las fuerzas americanas. (...) El otro motivo para incrementar la atrocidad fueron las divisiones Panzer de la SS que habían luchado en el frente oriental y que acudieron a luchar con las mismas tácticas a Occidente. Les habían hecho que tomaran represalias por los bombardeos que habían padecido las ciudades alemanas y, también, aprovecharon para vengarse de los civiles belgas por los ataques que ellos habían padecido de la resistencia de este país durante su retirada a través de su territorio en diciembre de 1944."

Al escribir sobre las Ardenas, Beevor no abandona jamás el estilo que le ha hecho famoso, atento al cuadro de la situación general, pero también a descripciones detalladas del sufrimiento de los soldados de ambos bandos, sometidos a unas condiciones atmosféricas terribles y a una constante falta de suministros, sobre todo del lado alemán, siguiendo también los pasos de algunas celebridades que participaron en la batalla, como los escritores Ernest Hemingway,  Jerome D. Salinger o Kurt Vonnegut que sería llevado como prisionero a Dresde, donde sería testigo del atroz bombardeo de la ciudad, inspiración de su obra más conocida, Matadero Cinco.

Al final los auténticos favorecidos por esta campaña fueron los soviéticos, que contaron con mucha menor oposición en su ofensiva final y pudieron quedarse con el gran premio que suponía entrar en la ciudad de Berlín. La apuesta de Hitler había fallado estrepitosamente y sus últimas reservas fueron consumidas de forma casi suicida: el contraataque americano, unido a la mejora del tiempo y la salida de la avición aliada, terminaron de provocar el desastre para unos soldados que en los últimos días ni siquiera recibían raciones de comida y cuya única salida terminó siendo la rendición.

lunes, 15 de junio de 2015

CRÓNICA DEL PÁJARO DE TWITTER QUE DA CUERDA AL MUNDO.

"Por alguna razón, hoy toda pequeñez parece tener una importancia incalculable, y cuando de alguna cosa se dice que no tiene importancia suena a blasfemia. Nunca se sabe —¿cómo lo diría yo?— cuál de nuestros actos, cuál de nuestras omisiones tendrá alguna importancia."

E. M. Forster, Donde los ángeles no se aventuran.


Nunca me ha hecho demasiada gracia el arte de contar chistes. Me parece una forma de humor muy encorsetada, una historia que se aprende y se recita, esperando provocar carcajadas en el improvisado auditorio. El problema es que siempre suelen estar fuera de contexto. Considero que es mucho más divertido el humor improvisado, el que se adapta a una determinada situación y en el que pueden participar todos los interlocutores. Pero peor todavía que un chiste recitado es un chiste escrito. ¿Hay que leerlo imaginando a Arévalo detrás de un micrófono? Más horrible aún es que la agudeza tenga tintes racistas, xenófobos o se ría de los más desamparados. Existen muchos debates acerca de los límites del humor y hay bastante consenso en estimar que lo mejor es que la referencia temporal y espacial se encuentren cuanto más distanciadas mejor. No es lo mismo bromear acerca de las víctimas del Titanic que las del 11-M.

Dicho esto, lo que más me interesa del caso del concejal madrileño Guillermo Zapata es la repercusión que tienen unos tuits escritos por él - y seguramente olvidados - hace cuatro años. Puede que sean de muy mal gusto o puede que estén en las fronteras de lo que es razonable, pero el caso es típico de un momento histórico en el que la privacidad ha pasado a mejor vida para buena parte de la población y somos prisioneros de cualquier cosa que escribimos en internet, que puede volverse contra nosotros años después. Lo paradójico es que mucha gente escribe en Twitter o en Facebook esperando repercusión, sintiéndose importantes o muy originales, pero muy pocos son los elegidos que verdaderamente se hacen famosos gracias a ellos. Y para algunos de éstos, esta efímera fama resulta la peor de las pesadillas.

Solo hay que ver lo inquisitorial que se vuelven muchos usuarios de las redes sociales ante una frase de mal gusto que, por lo que sea, se vuelve trending topic. Nos gusta cebarnos con quien ha caído en desgracia por haber cometido un error en una tarde tonta o por haberse malinterpretado sus palabras, por haberse sacado de contexto o porque pertenecen al pasado y la persona ya no es la misma. Antes, cuando uno decía una barbaridad, quedaba entre unos pocos amigos y al poco se olvidaba o quedaba como anécdota privada de unos pocos. Ahora cualquiera es cautivo de sus propias palabras o puede ser grabado sin que lo advierta mientras está borracho o haciendo cualquier barbaridad. Somos cotillas, chivatos e inquisidores y podemos serlo a nivel mundial, desde al anonimato (relativo) que proporciona un alias en internet. Sienta bien que exista gente peor que uno mismo o que no sea capaz de esconder sus pequeñas suciedades debajo de la alfombra.

Está bien que Zapata haya dimitido, que al menos existan grupos políticos con ese nivel de ética. Produce vergüenza ajena escuchar vociferar por unos chistes desafortunados a algunos políticos que miran para otro lado respecto a gravísimos casos de corrupción en sus propias filas, pero qué le vamos a hacer, es el signo de nuestro tiempo. A mí no me gustan los chistes prefabricados en general y menos aún los que se refieren al Holocausto judío o a las víctimas del terrorismo. Creo que son asuntos respecto a los que solo corresponde bromear a las propias víctimas. Pero creo que forman parte de nuestra libertad de expresión, siempre que no ofendan a personas concretas (además observo con asombro cómo algunos se rasgan las vestiduras ante lo de Zapata y defendían hace unos meses con denuedo a Charlie Hebdo). Tampoco creo que el tal Zapata sea racista ni apoye a ETA, como otros aseguran. Son cosas de nuestro tiempo, en el que los que arrastran enormes vigas pueden denunciar pequeñas motas detectadas en el ojo digital de los demás. 

TENER Y NO TENER (1944), DE HOWARD HAWKS. LA TAREA DEL HÉROE.

En un cortometraje de Looney Tunes que acompaña a la edición en dvd de Tener y no tener, un lobo, que está en un cine viendo la película, se calienta y literalmente echa humo ante la exageradamente sensual presencia de Lauren Bacall en la pantalla, que da la réplica a un Humphrey Bogart fumador, duro e imperturbable. Estos simples cinco minutos de dibujos animados nos dan la medida de lo que los productores estaban ofreciendo a su público en una producción de estas características: erotismo por parte de ella y aventuras exóticas por parte de él, todo combinado con elementos de Casablanca, que había sido un éxito un par de años antes.

Dos circunstancias hacen de éste un film mítico: la famosa apuesta entre Hawks y Hemingway, en la que aquel aseguraba poder filmar de manera solvente la peor de sus novelas y el primer encuentro entre la pareja protagonista, Bacall-Bogart, semilla de una de las historias de amor más conocidas del cine. Tener y no tener lo apuesta casi todo a la química entre los dos protagonistas y acierta. Porque, en realidad, si nos fijamos bien en la historia que cuenta, existen muchos elemenos de la misma que no tienen ni pies ni cabeza y, entre otras cosas, la amenaza que pende sobre la cabeza de los protagonistas es bastante tibia, quizá porque en 1944, cuando se estrenó la película, el enemigo nazi estaba prácticamente aniquilado. Solo las escenas de mar están filmadas con el sufiente brío y sentido de la aventura como para resultar emocionantes. El resto no son más que excusas para el lucimiento de la pareja, una relación sazonada de míticos intercambios de palabras. La tarea del héroe-que-no-quiere-serlo Bogart no es más que mera rutina: un viaje peligroso por mar y un par de peleas en tierra, que acaban resolviéndose con frases lapidarias.

A pesar de todo, el espectador se olvida de estos defectos cuando contempla el conjunto. La genialidad del director compensa las improvisaciones. Además, hay un tercer elemento que eleva a Tener y no tener a la categoría de película de culto: la presencia de un Walter Brennan en estado de gracia, componiendo a uno de esos personajes alcohólicos imposibles de olvidar. He visto esta película en diferentes etapas de vida y siempre me deja pegado al asiento, lo que prueba que sus evidentes imperfecciones solo afloran en un análisis posterior. Y eso es bueno, muy bueno. 

jueves, 11 de junio de 2015

CUENTOS DE LA CARA OSCURA (2015), DE JOSÉ ANTONIO SAU. AL SUR DE LA CRISIS.

Ríos de tinta se han escrito acerca de la crisis que nos atenaza desde hace ya demasiados años, tal y como nos recuerda José Antonio Sau en el prólogo de su libro de relatos. Se han tratado sus aspectos económicos, sociales, políticos y humanos. El sábado pasado el suplemento cultural Babelia daba fe, pese a lo que aseguren nuestros gobernantes, de que la crisis sigue siendo una realidad vigente y está lejos de haber sido disipada por cifras macroeconómicas que distan mucho de arreglar los problemas del día a día que padecen millones de ciudadanos.

Precisamente es a estos ciudadanos, los más humildes, los más desprotegidos, a los que se les ha hecho pagar los platos rotos de los desmanes de un sector financiero que estuvo a punto de colapsar por sus propios excesos. Han sido los impuestos de los ciudadanos los que han pagado esta mastodóntica factura a través del endeudamiento masivo del Estado. Pero esto no ha hecho que los responsables de la crisis se sientan culpables e intenten compensar a la sociedad por el inmenso daño causado (salvo alguna excepción que se solventa en los Tribunales). Al contrario: con todo el cinismo del mundo, siguen exigiendo nuevos ajustes que sigan recortando derechos a las clases más vulnerables.

Comúnmente se habla de la época anterior al año 2008 como de una edad dorada, en la que todo el mundo tenía los bolsillos repletos y el dinero se podía ganar de las maneras más fáciles. Yo opino que esa visión del pasado inmediato está totalmente distorsionada. Los que ganaban cifras fabulosas eran unos pocos. El obrero seguía siendo el obrero y para llevar un poco más de salario a casa debía esforzarse en echar horas extra. Si que es cierto que tenía una facilidad pasmosa para acceder al crédito, pero eso solo ha servido para no poder afrontar las deudas contraídas cuando han venido mal dadas. En cualquier caso, muchos padres de familia en paro desde hace año, venderían su alma por volver a esos años, puesto que los idealizan y viven en una eterna nostalgia estéril, como el del relato Su verdadera revolución:

"El padre prefiere el abrigo del bar Cinco de Naipes, donde lo mandan a casa cuando está borracho y se cansa de hablar del 6-2 del Málaga al Madrid, de lo que era antes la Costa del Sol, de cuando Gil en Marbella y todo eso y los grifos de oro que ponían los árabes en sus baños, que no te enteras Pepe, que yo era el mejor oficial de primera de toda Málaga poniendo hierros y echando el forjado."

Los relatos de José Antonio, además de estar magníficamente bien escritos, dotados de una sensibilidad exquisita y de un sólido conocimiento periodístico, retratan con una precisión casi quirúrgica los diferentes prismas de la crisis: el de la madre desahuciada de su hogar, el del director de sucursal que vendió preferentes, el de los jóvenes que atisban un futuro sin ni siquiera una oportunidad, el de los profesionales sanitarios o educativos que se enfrentan al desprestigio de lo público y en general el de las familias que hacen malabarismos cada mes para tratar de salir adelante. 

El paisaje que ha dejado la tormenta financiera de hace siete años es verdaderamente desolador, pero más triste si cabe es adentrarse en estas historias personales repletas de dolor y de vergüenza, aunque al final siempre acabe asomando la dignidad del humilde y, a veces, la solidaridad familiar o social, que tapa las vergüenzas de un aparato estatal en gran parte inoperante y aquejado por la desidia, a no ser que haya que rescatar alguna entidad financiera, asunto que se resuelve satisfactoriamente en pocos días o ejecutar el desahucio de una vivienda habitual, donde cae todo el peso del brazo armado de la ley contra el deudor insolvente.

Acudan a la estupenda librería Proteo y adquieran un ejemplar de Cuentos de la cara oscura. Espero sinceramente que sus experiencias personales no se vean reflejadas en ninguna de sus historias, pero sin duda su lectura operará en ustedes el mismo efecto que en mí: conocer en profundidad el dolor humano que producen estas situaciones injustas y empatizar un poco más con las víctimas de este gran mal de nuestro tiempo.  

miércoles, 10 de junio de 2015

ANOTHER YEAR (2010), DE MIKE LEIGH. LAS CUATRO ESTACIONES.

Existen películas que no son para todos los públicos. Al menos no para aquellos que acuden al cine buscando evasión, situaciones alejadas de la vida cotidiana que le hagan olvidarse de sus propios problemas. Para estos espectadores no es recomendable el cine de Mike Leigh, que es una especie de antropólogo cinematográfico de la vida cotidiana, estudiando situaciones, a veces muy dramáticas, para que veamos como es nuestra propia existencia desde una perspectiva más objetiva. Así definía el director sus intenciones respecto a esta realización en una entrevista concedida a cineeuropa.org:

"La vida es fascinante. Somos seres humanos, tenemos un poder de fascinación ilimitado y una pasión natural que nos impulsa a observar la vida y a celebrarla. He trabajado con mi director de fotografía Dick Pope, desde hace más de veinte años con esa preocupación de mostrar la vida cotidiana. Es casi un documental, pero en esta película trabajamos mucho sobre el aspecto visitual para reconstruir un mundo donde se experimenta, en especial, la diferencia de las estaciones. Cada estación es filmada con detalle, de manera diferente y con diferentes atmósferas." 
 
Another year nos presenta a Tom y Gerri, la madura pareja protagonista, como dos seres que han alcanzado un perfecto estado vital y emocional. Después de décadas de matrimonio, se siguen queriendo como el primer día y llevan una existencia muy equilibrada entre lo profesional y lo íntimo. Para que todo sea más simbólico, dedican sus horas de ocio a cultivar su propio jardín, reforzando su armonía vital. En contraste a tanta perfección, algunos de los amigos que los visitan son unos fracasados, gente que seguramente se siente intimidada frente al refugio de felicidad que los protagonistas han construído. Entre todos ellos destaca Mary, compañera de trabajo de Gerri, de quien depende emocionalmente.

Mary es un ser desgraciado y solitario. Aunque tiene un trabajo estable y una vivienda humilde, su insatisfacción vital la desborda y no puede disimularla ante sus semejantes, condimentando todas sus conversaciones con muestras evidentes de una enorme ansiedad. Necesita hacer ver que es una mujer atenta con los demás, saludando a todos con un cariño exagerado, aunque después no tenga demasiado de lo que hablar, excepto anécdotas cotidianas acerca de sí misma. Su gran frustración reside en considerarse ya demasiado mayor como para encontrar el amor y vuelca esta necesidad de afecto en el hijo de los protagonistas, en el que parece no ver tanto un ser al que amar, sino un instrumento para acercarse aún más a Gerri.

Con estos elementos y otros personajes perdedores (el hermano de Tom, que acaba de quedar viudo o un amigo de la pareja, obeso, bebedor y autodestructivo) Leigh construye una película intimista, que reflexiona acerca de nuestras decisiones vitales y dónde nos llevan éstas al final. Los protagonistas demuestran que, con un poco de suerte y sentido común se puede encontrar la armonía. No es una tarea fácil para todos, depende de las cartas que la vida reparte a cada uno, pero creo que la clave reside en no ser demasiado ambicioso y apoyar a los que no son tan afortunados en la medida de lo posible, aunque, eso sí, estableciendo ciertos límites. La mejor recompensa que ofrece la existencia a sus elegidos es una madurez serena, lo mejor a lo que puede aspirar el ser humano.

lunes, 8 de junio de 2015

VIOLACIÓN, UNA HISTORIA DE AMOR (2004), DE JOYCE CAROL OATES. MANCILLADA EL CUATRO DE JULIO.

Hasta hace bien poco, un consenso político y social proponía que la violación era una acción, individual o colectiva, que poco tenía que ver con el sexo. En 1993, tres años antes del periodo en el que transcurre esta novela Naciones Unidas publicaba un informe en el que decía que "la violación es un abuso de poder y de control, por el que el violador busca humillar, denigrar, avergonzar, degradar y aterrorizar a la víctima. El objetivo primordial es ejercer el poder y el control sobre otra persona." Se culpabilizaba de las violaciones al sexismo y a la glorificación de la violencia y se dejaba poco espacio a la satisfacción del deseo sexual. Según un influyente libro de Susan Brownmiller, escrito en 1975, la violación no era más que una táctica de opresión del sexo masculino contra el femenino. Pero en realidad lo que quiere el violador en la mayoría de las ocasiones es satisfacer un deseo sexual frustrado. Cuando esto se hace en grupo, es la excitación del dominio contra un ser indefenso, al que se resta humanidad y se convierte en un objeto. Esto consigue que se animen unos a otros a ser despiadados con la mujer que no les da con facilidad lo que necesitan y el resultado casi siempre resulte dantesco.

Esto es precisamente lo que le sucede una noche a Teena Maguire, una mujer de treinta y cinco años que vuelve a casa paseando por el parque con su hija un cuatro de julio. Al llegar a un recodo, es acorralada por casi una decena de hombres y violada salvajemente. La niña consigue esconderse, pero es testigo de los hechos. A la degradación sexual, se le une la física: la violencia ejercida contra Teena la lleva al hospital, donde sus graves heridas tardan en curar. Las psíquicas no lo harán nunca. A partir de aquí Teena y su hija deberán enfrentarse a un largo y complejo procedimiento judicial, en el que no siempre son tratadas como víctimas. Los familiares de los acusados tratarán de que se perciba a la mujer como la incitadora de los hechos: su táctica va a ser convencer al juez y al jurado de que Teena tenía ya fama en Niágara Falls de chica fácil, tanto por su actitud como por su vestimenta habitual. Un concepto muy aceptado todavía por la gente más conservadora. Como cuenta Steven Pinker en La tabla rasa:

"Hasta los años setenta, el sistema legal y la cultura popular solían tratar la violación sin tener muy en cuenta los intereses de las mujeres. Las víctimas debían demostrar que se resistían a sus agresores hasta arriesgar la vida, de lo contrario se entendía que habían consentido. Su forma de vestir se consideraba un factor atenuante, como si los hombres no se pudieran controlar ante una mujer atractiva. También era atenuante la historia sexual de la mujer, como si acostarse una vez con un hombre fuera lo mismo que aceptar hacerlo siempre y con cualquiera. En las demandas por violación se exigían unas pruebas que no se pedían para otros delitos violentos, por ejemplo la corroboración de un testigo presencial."

Ciertamente para la mujer violada la experiencia tiene mucho más que ver con una agresión violenta que con algo sexual, pero en ocasiones (cada vez menos, por suerte) la opinión pública se pone en contra de la víctima, como si quien se viste de determinada manera o tiene fama de promiscua se mereciera ser acreedora de un hecho semejante. En realidad alrededor de un delito tan tremendo como éste, lo lógico es que la gente repudie a sus responsable y ampare a la víctima, aunque Oates no se centre en este asunto, sino en el dolor insoportable de Teena Maguire y su hija, no solo por lo que sucede la noche del 4 de julio, sino por sus consecuencias: por la falta de ganas de vivir de la madre y la desesperación callada de la hija. Mientras tanto esperan con ansiedad la fecha del juicio y han de soportar todo tipo de habladurías por parte de los familiares de los violadores. La vista previa, descrita con bastante detalle por la autora, va a ser un espectáculo bastante duro para ellas.

A mi parecer, la escritora estadounidense, eterna candidata al Nobel, ha tratado un tema tan escabroso de una manera demasiado simplista, casi como si escribiera una crónica periodística apresurada. Se nota que ha querido desarrollar los términos de justicia y venganza, enfrentarlos, y que sea el lector el que decida qué es mejor frente a un sistema judicial que deja desamparada a la víctima desde el primer instante. Solo hay que leer el comentario de uno de los policías que encuentra a Teena violada y malherida: "Se han pasado". Como si existiera cierto margen de tolerancia a la violación.

sábado, 6 de junio de 2015

FINAL DE PARTIDA (2015), DE ANA ROMERO. JAQUE AL REY.

El mundo de la representación institucional en las más altas instancias del poder se suele presentar al ciudadano desde la imagen de un espejo que distorsiona la realidad, seguramente porque es necesario para el funcionamiento de un país que así sea. En el caso de España, hasta el inicio de la crisis, la monarquía ha sido la institución del Estado más valorada. Los telediarios nos mostraban a don Juan Carlos y doña Sofía como una pareja aparentemente unida y la gente parecía no hacerse demasiadas preguntas al respecto, a pesar de los rumores al respecto. Fue a raíz del escándalo Noos, protagonizado por el yerno del rey, Iñaki Urdangarin, cuando el llamado cuarto poder, que hasta entonces había considerado al monarca como algo intocable, empezó a levantar los velos que habían cubierto de los ojos de los ciudadanos su auténtica naturaleza. Y desde ese momento la monarquía ha sido una constante fuente de escándalos, hasta el punto de que su misma existencia, hasta ahora indiscutible, se ha puesto en cuestión.

Buena parte de estado continuado de confusión que se ha generado en los últimos años se debe a la ausencia de un cuerpo legislativo que defina claramente las atribuciones del rey y su familia y regule situaciones que hasta hace poco podían considerarse como de ciencia ficción, como una infanta imputada penalmente (si debería renuciar por ley a sus derechos dinásticos o no) o un jefe del Estado que en los últimos años ha tenido un comportamiento claramente irresponsable, hasta el punto de dejar en evidencia en ocasiones al mismísimo gobierno de la nación. Pero el rey siempre se ha opuesto a tal tesitura. Él, como se ha descubierto recientemente, ha preferido tener el margen que otorgan estas lagunas legales con el fin de no dar cuenta de sus constantes escapadas para ver a Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una mujer que ha sido definida de muchas maneras, desde amiga entrañable de la monarquía española, por la prensa más afín, hasta segunda esposa de su majestad el rey, en los países árabes, donde la poligamia es una costumbre entre la gente poderosa, pasando por otros calificativos menos sutiles.

Lo cierto es que siempre ha sido vox populi, que el matrimonio de los reyes es una fachada desde hace décadas y que su majestad se ha tomado las libertades que le ha dado la gana al respecto. Pero la sorpresa para los españoles (y para la propia familia de don Juan Carlos) ha sido descubrir la existencia de una familia paralela. Hasta ahí todo bien, ya que el tema debería ser estrictamente privado, a pesar de la hipocresía católica en la que nos quieren hacer creer que viven. Lo complicado empieza cuando se empieza a indagar en otros aspectos de la relación y se descubre que Corinna ha utilizado la influencia real para potenciar sus negocios de mediación y representación en el extranjero, aunque ella asegure que en realidad ha sido utilizada para rendir grandes servicios a España. La ceremonía de la confusión está servida.

Pero es que existen más ingredientes que han hecho de estos últimos años un calvario para la Casa Real. Las continúas operaciones a las que se ha tenido que someter don Juan Carlos, que han suscitado las lógicas dudas sobre su salud y su capacidad para continuar en el cargo, las tensiones con la pareja heredera, que contemplaban como día a día se mermaban sus posibilidades de acceder al cargo de una manera digna y las dudas sobre el patrimonio real del monarca, que se estima en muchísimos millones de euros, pero cuya procedencia difícilmente va a poder ser investigada, debido al blindaje jurídico que, esto sí, aparece en la Constitución Española. Y todo ello en contexto de durísima crisis económica en la que los españoles empezaban a cuestionar el lujoso estilo de vida de la familia real. Y lo peor es que todo esto palideció ante la madre de todos los escándalos: el accidente del rey durante una cacería en Botsuana. 

Verdaderamente lo que sucedió en abril de 2012 desencadenó una tormenta perfecta cuyas consecuencias de desprestigio de la institución monárquica todavía no se han disipado. El rey había declarado unos días antes del incidente que el paro juvenil "le quitaba el sueño", cuando lo que verdaderamente tenía en mente era el viaje de safari que iba a emprender junto a su segunda familia. Coincidió este viaje secreto con otro accidente: el de Froilán, el nieto del rey, que se disparó en el pie. En Casa Real se declaró que su majestad estaba trabajando y que pronto pasaría por el hospital. Poco podían imaginar los ciudadanos que esas palabras iban a ser proféticas: el rey iba a pasar por el hospital, pero para ser tratado él mismo de una rotura de cadera, después de un regreso esperpéntico desde África. Las patéticas imágenes del monarca disculpándose no sirvieron para contrarrestar lo evidente: aparte de las lógicos chistes que proliferaron por las redes sociales, el cuestionamiento del comportamiento del rey llegó a sus máximas cotas. Parecía que los españoles por fin se daban cuenta de que quizá los intereses privados del monarca eran para él más importantes que esos desvelos por el bien de España de los que tanto hacía gala.

Los dos años siguientes fueron un quiero y no puedo. El rey intentó dar una imagen renovada, pero los problemas de salud y de opinión pública persistían. Al final a don Juan Carlos no le quedó otro remedio que tomar el amargo camino de una humillante abdicación, sin ni siquiera llegar a los fastos del cuarenta aniversario de su reinado. La penosa imagen que ofreció en la lectura del discurso de la Pascua militar de 2014 fue el último clavo en el ataúd que él mismo se había ido construyendo durante los últimos años: los excesos del día anterior y de los últimos tiempos le pasaron factura de la manera más cruel posible. Estudiar los rostros de los que le rodeaban aquel día constituye un ejercicio del máximo interés: cómo intentar dar una imagen de normalidad institucional frente a lo que ya es insostenible. En los últimos meses el rey emérito se ha separado definitivamente de doña Sofía y lleva una vida errante y de lujo por distintas partes del mundo, sin tener que hacer uso ya del arte del disimulo. Puede que se haya quedado sin amigos importantes, pero aún le quedan muchos, sobre todo en el mundo árabe, donde su prestigio apenas ha sido dañado. A su hijo le toca restituir el presunto prestigio de la institución monárquica, una labor quizá más sencilla de lo que se piensa, puesto que los españoles son muy propensos a escandalizarse, pero también a olvidar en beneficio de otros escándalos más recientes. Si la crisis económica ofrece un respiro en los próximos tiempos, don Felipe podrá dar por ganada su particular partida.

Ana Romero ha escrito una crónica periodística muy estimable, desde el conocimiento, a veces directo, de los hechos que cuenta. Para los que creemos que la institución monárquica es un residuo del medievo, totalmente prescindible en un país moderno, el libro nos abre los ojos respecto a la hipocresía de la existencia de un hombre que fundamentalmente ha hecho lo que le ha dado la gana toda su vida, mientras se rodeaba de una corte de aduladores y la opinión pública española permanecía anestesiada. ¿Cuál será el balance de las décadas de reinado de Juan Carlos I? ¿Se le conocerá como el rey que restauró la democracia en España o como el personaje que tuvo que abdicar debido a una catarata de escándalos? Es bueno que al menos se haya roto el velo de ignorancia que rodeaba a las actividades de una familia real que ha sobrevivido a duras penas los últimos años y seguramente lo seguirá haciendo en el futuro. La coyuntura política actual, con el auge de partidos políticos emergentes, seguramente será insuficiente para derribar una institución que ha demostrado sobradamente su capacidad de superviviencia en país que vocifera mucho, pero que acaba perdonándolo todo y que en gran medida sigue deslumbrado por los oropeles de una monarquía de utilidad cuestionable.

jueves, 4 de junio de 2015

MAD MEN (2007-2015), DE MATTHEW WEINER. DRAPER O NADA.

Hay películas y series que, hayan sido realizadas o no con voluntad de ello, resumen el espíritu de una época, o al menos los espectadores lo sienten así. Asomándonos a algunas de las mejores realizaciones para televisión de los últimos años casi podemos trazar una poderosa historia del siglo XX en los Estados Unidos: principios de siglo con The Knick, los años veinte con Boardwalk Empire, la Gran Depresión con Carnivàle, la Segunda Guerra Mundial con Hermanos de sangre y The Pacific, los sesenta con Mad Men, los ochenta con The Americans, el cambio de siglo con Los Soprano y estoy seguro de que me estoy dejando muchas series en el tintero.

En Mad Men nos encontramos en el Nueva York de los años sesenta, la tierra prometida del capitalismo en uno de los mejores momentos económicos de su historia, como la culminación de un proyecto largamente acariciado por un país que finalmente se ha convertido en la gran potencia a nivel planetario. Los sesenta, aun con su ambiente de constante amenaza, debido a la Guerra Fría, son considerados por quienes los vivieron como unos años felices, de abundancia económica y disfrute de nuevas libertades, pero a su vez persisten realidades muy chocantes para un espectador actual: el abuso del alcohol (a cualquier hora del día o de la noche), del tabaco (hasta los médicos fuman en presencia de sus pacientes) y un tremendo machismo, que hace que las mujeres de Mad Men tengan muy difícil que sus méritos profesionales se tomen en serio. Son los años en los que la sociedad de consumo se desarrolla hasta niveles nunca vistos y la profesión de publicista se torna en una de las más atractivas y mejor retribuidas económicamente.

Aunque desarrolla de manera magistral a gran cantidad de personajes protagonistas e incluso secundarios, la serie se centra en Don Draper, un ejecutivo de mediana edad que, a primera vista, puede focalizar en su persona todos los atributos del ya nombrado sueño americano: guapo, carismático, con dinero, casado con una mujer hermosa y con dos hijos sanos. Pero detrás de esta fachada, se esconde un hombre muy diferente, un hombre sin identidad definida que se mueve como pez en el agua en los ambientes más lujosos de Manhattan, pero a la vez es lo suficientemente inteligente para advertir que tanto esplendor esconde la nada más absoluta. Como los anuncios publicitarios, que muestran un mundo que en realidad no existe, la vida de Draper es como un carrusel: una atracción muy elegante, en constante movimiento, pero que nunca lleva a ningún sitio. 

En esta realidad, consagrada al culto de lo efímero, Draper es una estrella, el hombre que siempre tiene la frase justa para que cualquier campaña de publicidad sea un éxito, el seductor de presencia impecable, que suscita la envidia permanente de compañeros menos dotados por la naturaleza como Peter Campbell. A su vez, el protagonista intenta disipar los fantasmas de su soledad vital comportándose como un auténtico depredador sexual, posibilitando así situaciones que ponen en peligro su reputación incluso ante su propia hija, aunque habitualmente sabe llevar sus aventuras con discreción. No obstante, la auténtica personalidad de Draper siempre es un misterio, incluso para él mismo. Como máximo representante de la cultura de lo efímero de Madison Avenue, una de sus grandes cualidades es ser camaleónico, saber adaptarse perfectamente a cualquier ambiente e incluso ser siempre el foco de atención, aunque no se lo proponga.

Mientras tanto, la vida transcurre muy deprisa en las siete temporadas que dura la serie. Los personajes van volviéndose más cínicos a la vez que se enriquecen. La ciudad de Nueva York va tornándose un poco más oscura a medida que se acercan los setenta. No todo son alegrías en el paraíso del capitalismo, pero el hombre hecho a sí mismo debe saber adaptarse a todas las situaciones, aunque deje algunos cadáveres en el camino. Mad Men en un sólido retrato de una época apasionante, a través de la historia de un gran triunfador social que siente un miserable fracaso interior.

martes, 2 de junio de 2015

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN JUNIO. LA LITERATURA Y LA VIDA.

Sabemos que resulta difícil. No tienes tiempo. Cuando lo haces en el autobús, te pasas la parada. Cuando lo haces en la cama, te quedas dormido. Cuando lo haces en casa, los niños te reclaman. Cuando lo haces en una cafetería, ponen Sálvame en la tele a todo volumen. Cuando lo haces en el parque, se pone a llover. No te rindas. Busca tiempo, busca libros que te den un respiro de la vida. Y busca gente como tú en los clubes de lectura.

En el club de lectura de Más Libros Libres, este mes volvemos a acercarnos a la Ciencia Ficción con uno de sus mejores clásicos: Arthur C. Clarke y El fin de la infancia.

En el club de ensayo de Más Libros Libres, un libro imprescindible y que debería ser lectura obligatoria en estos tiempos de auge del pensamiento positivo: Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich.

Y Más Libros Libres inicia, con una experiencia piloto, una nueva actividad. Bajo la denominación de Fahrenheit 154, se trata de una tertulia, de carácter informal, en torno a lecturas personales y recomendaciones de libros. Será mañana miércoles en Café con Arte.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, una novela de una eterna candidata al premio Nobel: Violación, una historia de amor, de Joyce Carol Oates.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una novela repleta de personajes que trata el tema de multiculturalismo: Dientes blancos, de Zadie Smith.

Y hacemos referencia a un club importante, que funciona desde hace algunos meses, porque está dirigido a los más pequeños, a los futuros lectores que algún día harán funcionar los clubes de lectura de adultos. Este mes leerán Elefante corazón de pájaro, de Mariasun Landa. Y además lo coordina mi amiga Ana Robles, toda una garantía de que los niños van a pasar un rato estupendo.

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, el siempre presente Stefan Zweig, uno de los grandes con Los milagros de la vida y la presencia también (esta vez física) de Juan Francisco Ferré en la tertulia en torno a su libro Karnaval.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga se acercan a uno de nuestros testigos de la barbarie nazi. Jorge Semprún con La escritura o la vida.

En el club de lectura de Librería Proteo, contarán con la presencia del gran Pablo Aranda, para hablar en torno a su última novela policiaca: El protegido.

En el club de lectura de la Librería Luces la sesión será un homenaje al recientemente fallecido Eduardo Galeano, por lo que sus miembros podrán escoger cualquiera de sus obras para debatir.

En el club de lectura de la Fnac Málaga, una narración dedicada a los cinéfilos: Cineclub, de David Gilmour.

En el club de lectura de Casa del Libro, una novela que transcurre en la Bulgaria comunista de los ochenta: Jóvenes talentos, de Nikolai Grozni.

Y por fin, en el tema cinematográfico, por un lado en Cristóbal Cuevas, debatiremos en torno a la película La última estación, de Michael Hoffman, sobre los últimos días del escritor Leon Tolstoi, complementada con la lectura de sus Confesiones. En Más Libros Libres el debate será en torno a Another year, de uno de los mejores directores de los últimos años, Mike Leigh.

Toda la información detallada, en la columna de la derecha. Como de costumbre, si se produce cualquier cambio o novedad, lo pondré lo antes posible. Que no te roben tu tiempo. Las horas muertas resucitan con un libro entre las manos. ¡Felices lecturas! 

lunes, 1 de junio de 2015

LA TABLA RASA (2002), DE STEVEN PINKER. LA NEGACIÓN MODERNA DE LA NATURALEZA HUMANA.

El título de este extenso y valioso ensayo del psicólogo y lingüista Steven Pinker hace referencia a una postura sobre la naturaleza humana que ha sido muy popular entre los científicos hasta hace poco. Se trata, en oposición de quienes estimaban que el ser humano viene programado desde su nacimiento (determinismo), de defender que en realidad nuestra mente es una especie de tabla rasa que se moldea con la educación y el ambiente en el que vivimos. En realidad Pinker se aleja de posturas tan extremas y asegura que la verdad acerca de nuestra condición "se encuentra en un lugar intermedio". A la búsqueda lo más precisa posible de ese lugar va a dedicar - entre otras muchas cosas - La tabla rasa.

El primer factor que hay que tener en cuenta a la hora de rebatir la teoría de la tabla rasa es que hablar de la auténtica esencia del ser humano siempre resulta peligroso, incluso a un nivel social y político, puesto que tocamos asuntos de gran sensibilidad, como la igualdad entre razas y sexos. Resulta mucho más cómodo creer que, como decía Rosseau, las personas nacen en un estado natural bondadoso y son los usos sociales los que acaban corrompiéndolas. El fundador del conductismo, John B. Watson aseguraba que la infancia era una especie de materia prima que podía moldearse para crear individuos con una serie de habilidades sociales o técnicas. Si todo esto fuera cierto, la naturaleza sería democrática, nos otorgaría a todos de salida las mismas oportunidades y solo tendríamos que realizar algunos cambios sociales para llegar a la meta de la plena igualdad, aunque esto también supondría que el ser humano es altamente manipulable. Pinker nos dice que nuestra realidad cognitiva es bastante más compleja:

"Hoy es sencillamente un error preguntar si los seres humanos son flexibles o están programados, si la conducta es universal o varía entre las diversas culturas, si los actos se aprenden o son innatos, si somos esencialmente buenos o esencialmente perversos. Los seres humanos se comportan flexiblemente porque están programados: sus mentes están equipadas con el software combinatorio que puede generar un conjunto ilimitado de pensamientos y de conductas. La conducta puede variar bastante entre las culturas, pero el diseño de los programas mentales que la generan no tiene por qué variar. La conducta inteligente se aprende con éxito porque poseemos unos sistemas innatos que realizan el aprendizaje. Y todas las personas pueden tener móviles buenos y malos, pero no todas pueden traducirlos a una conducta de la misma forma."

Así pues la famosa característica del cerebro, su plasticidad, está condicionada por las características personales innatas de cada individuo. Esto no quiere decir que los rasgos genéticos determinen de manera absoluta los asuntos humanos. La libertad humana en ningún momento se pone en cuestión, pero sí se amolda a nuestros intereses y a nuestros miedos. Decir otra cosa sería negar la teoría de la evolución. El hecho de que nuestros ancestros hayan tenido que ir acondicionándose a la naturaleza para sobrevivir durante milenios y convertirse en la especie exitosa que somos hoy nos afecta como a cualquier otro animal. En realidad nuestra especie es tan joven y ha progresado tan deprisa y de manera tan espectacular, que a nuestro cerebro no le ha dado tiempo a evolucionar al mismo ritmo. Por eso nos cuesta mucho más aprender matemáticas que aprender a hablar: las matemáticas son mucho más recientes que el lenguaje oral. Además, seguimos recurriendo a una agresividad irracional para resolver conflictos, entre otras características innatas que chocan con la sociedad que pretendemos construir.

Pinker dedica varios capítulos a probar que el hecho de que la dotación genética de los seres humanos varíe de unas personas a otras (aunque en el caso del homo sapiens esas variaciones sean mínimas), no justifica ninguna clase de discriminación o racismo. Que algunos grupos étnicos posean algunas características físicas distintas (por ejemplo, el color de la piel) se debe solo a la adaptación a distintos ambientes o climas, pero no esto no afecta a la inteligencia ni a las características básicas que compartimos todos los seres humanos. Otras diferencias vendrían de distintas tradiciones culturales, pero esto nada tiene que ver con la biología. De hecho, el autor canadiense se refiere a la idea del círculo expansivo, que se refiere a que el individuo, conforme ha ido evolucionando, ha ido aumentando la consideración de otros grupos como sus iguales, quizá basándose en su propio interés egoísta, ya que merece la pena compartir tecnología e información para fomentar el comercio, base fundamental del progreso humano:

"Nuestro círculo moral de personas dignas de respeto se amplió a la vez que lo hacía nuestro círculo físico de aliados y socios comerciales. A medida que la tecnología se acumula y personas de más partes del planeta se hacen interdependientes, el odio entre ellas tiende a disminuir, por la sencilla razón de que no se puede matar a alguien y al mismo tiempo comerciar con él."

En otro orden de cosas, la doctrina de la tabla rasa, si bien puede ser usada como justificación de la plena igualdad humana, tiene su reverso en las doctrinas totalitarias que han impregnado el siglo XX. Si la mente humana era un papel en blanco en el que podía escribirse cualquier cosa, no sería difícil crear a un hombre nuevo, representante de una raza o ideología superior. Los procesos revolucionarios que intentan instalar un nuevo tipo de sociedad suelen fracasar porque no tienen en cuenta las características innatas del ser humano: la voluntad de dominio, la codicia y otras realidades oscuras de nuestra psique no van a refrenarse por la construcción de un nuevo mundo utópico. Es mucho mejor ir despacio y profundizar en nuestras imperfectas democracias, basadas en el control de unos poderes por otros, mucho mejor amoldadas a nuestra tendencia a corrompernos. Por eso es tan importante la idea del castigo frente a las malas conductas, que sería irrelevante si el hombre fuera un ser bueno por naturaleza.

Así pues, ni la tabla rasa ni determinismo (aquella teoría que postula que estamos absolutamente determinados por nuestra genética), ni fantasma de la máquina (la teoría cartesina en torno al dualismo alma-cuerpo), son definiciones válidas para la naturaleza humana. El verdadero progreso humano llegará cuando entendamos esto y podamos enfrentarnos de modo eficiente a esos instintos innatos que todavía nos hacen ser codiciosos a la vez que cooperativos, agresivos a la vez que capaces de amar, asesinos en nombre de la propia tribu y mártires en nombre de los derechos humanos. Con estas contradicciones se ha ido construyendo la humanidad, pero como decía Carl Sagan, somos una especie muy prometedora y lo que hagamos de nuestro futuro solo depende de nosotros mismos. Steven Pinker lo expresa así:

"La existencia de la naturaleza humana no es una doctrina reaccionaria que nos condene a la opresión, la violencia y la codicia eternas. Evidentemente debemos intentar reducir la conducta perniciosa, del mismo modo que tratamos de reducir calamidades como el hambre, la enfermedad y las catástrofes. Pero para luchar contra estas desgracias no negamos los hechos molestos de la naturaleza, sino que enfrentamos a algunos de ellos contra otros. Para que los esfuerzos por conseguir el cambio social sean efectivos, deben identificar los recursos morales y cognitivos que hacen que determinados tipos de cambio sean posibles. Y para que los esfuerzos sean humanos, han de reconocer los placeres y las penurias universales que hacen que algunos tipos de cambio sean deseables."

SUITE FRANCESA (2014), DE SAUL DIBB. TORMENTA EN JUNIO.

La fulminante derrota francesa por parte de las divisiones Panzer alemanas en junio de 1940 supuso toda una conmoción, un cambio radical para la población que se produjo en pocas semanas. Como testigo privilegiado de los hechos, la escritora Irene Nemirovsky emprendió la escritura de un conjunto de novelas que, bajo el título de Suite francesa, reflejaran el ambiente de la ocupación y los profundos cambios históricos, a la vez que estos se iban produciendo. Lo que no podía sospechar la autora es que ella misma se iba a convertir en otra víctima de la historia, puesto que Nemirovsky sería deportada a Auschwitz en 1942, donde fue asesinada junto a otros millones de seres humanos. El manuscrito permaneció oculto por su hija durante más de cincuenta años, hasta que se decidió a leerlo, publicándose en 2004. Suite francesa constituye una obra literaria de primer orden, no solo por haber sido escrita, casi como si de una corresponsal de guerra se tratara, en circunstancias muy difíciles y reflejando con absoluta fidelidad el ambiente y las pequeñas miserias de la ocupación.

Lucile es una muchacha a la que su madre obligó a casarse con el hijo de una rica propietaria de un pueblo del centro de Francia. Su marido ha desaparecido en el frente y, junto al resto de los habitantes de la población, esperan con ansiedad el desenlace inminente de la invasión alemana, con la llegada de las tropas de ocupación. Antes Lucile ha podido asistir a un bombardeo aéreo de Stukas contra la población civil que huye de París, en una escena muy bien filmada que da comienzo a la película. Estos pequeños Guernikas que se iban produciendo por toda Francia aleccionaban a la gente acerca de quienes eran los vencedores, a los que a partir de aquel momento se les debía obediencia absoluta, si no querían verse envueltos en feroces represalias. 

A pesar de todo, los rubios conquistadores de ojos azules se mostraron amables al principio con la población. Pronto, muchos franceses aprovecharon la nueva situación para confraternizar con los nuevos amos y denunciar a sus vecinos, acusándolos de comunistas o, lo que era aún peor, de judíos. La película de Dibb refleja muy bien este microcosmos de pequeñas miserias, que creaba unas tensiones que eran muy bien aprovechadas por los alemanes para depurar a los elementos considerados peligrosos para sus intereses, aunque a veces la situación se les iba de las manos y era algún soldado de la Wehrmacht el que acababa siendo asesinado por el germen de la futura Resistencia y comenzaba el círculo de las represalias.

Suite francesa es una adaptación muy fiel, aunque necesariamente depurada, del texto de Nemirovsky, pero que acaba siendo víctima de su falta de ambición. Parece como si Dibb no hubiera querido arriesgar nada y se limitara a filmar la historia con un correcto estilo académico, pero sin aportar nada relevante al original literario. La historia de amor se sostiene gracias al buen trabajo de los dos protagonistas, pero el resto resulta demasiado frío y a veces incluso poco verosímil, aunque sí que logra incitar a la lectura del original. Yo lo hice hace algunos años y es una experiencia que sí que merece la pena.