viernes, 30 de octubre de 2015

MARTE (2015), DE RIDLEY SCOTT. SALVAR AL ASTRONAUTA WATNEY.

 
La literatura de ciencia ficción de mediados del siglo XX vaticinaba para nuestro tiempo una brillante época de exploración espacial. Seguramente ya contaríamos con presencia permanente en la Luna, habríamos llegado a varios planetas del Sistema Solar y estaríamos preparándonos para nuevas y fantásticas misiones en las que nos acompañarían computadoras y robots mucho más inteligentes que el ser humano. Lo cierto es que lo conseguido hasta la fecha en esta materia decepciona. Los recortes también llegaron hace tiempo a la inversión en exploración espacial, quizá porque se estima que es económicamente poco rentable, pero para compensar, en estos últimos años hemos ido obteniendo un conocimiento cada vez más preciso del funcionamiento del Universo, desde las partículas más diminutas hasta los inmensos agujeros negros. Es posible que todavía no podamos viajar muy lejos, pero sí que sabemos más o menos lo que podemos encontrar en nuestro vecindario cósmico más próximo, aunque siempre es posible la sorpresa...

De la posibilidad de viajar a Marte (y volver) se viene hablando desde hace décadas. Es una hazaña factible, pero muy cara. Quizá cuando todos seamos un poco más viejos tengamos el privilegio de ser testigos de ella o puede que se convierta en un proyecto eternamente aplazado. Marte ha despertado desde antiguo la imaginación de novelistas y de hombres de ciencia. Durante mucho tiempo se creyó que el planeta rojo estaba atravesado por una red de canales artificiales, por lo que era indudable la presencia de vida inteligente en el mismo, pero las visitas de nuestros ingenios mecánicos han descartado esa idea, incluso en su estadio más primitivo. Marte es un mundo muerto, aunque, a tenor de las imágenes que ofrece Ridley Scott en el film, de una extraordinaria belleza.

El argumento de Marte (resulta bastante insólito que no se haya respetado su título original, El marciano), es bien conocido y enlaza con un gran clásico de la literatura universal: Robinson Crusoe, lo que da pie a que, entre otras cosas, la película sea vehículo para el lucimiento de Matt Damon, que debe sobrevivir en solitario en un medio hostil, como ya hiciera Tom Hanks en la irregular Naúfrago, de Robert Zemekis. El cartel no engaña y a quien no le caiga muy bien este actor no le recomendaría de ningún modo que pasara por taquilla.

Como virtud principal de la propuesta de Ridley Scott tenemos que nombrar su condición de gran espéctaculo, destacando un soberbio apartado técnico, cuidado en todos sus detalles, así como un excelente asesoramiento científico, lo cual hace que la superviviencia del astronauta Watney no sea fruto del azar ni de la fe, sino de la aplicación práctica de conocimientos acumulados durante milenios para contrarrestrar una situación absolutamente hostil, algo que resume la grandeza de la condición humana. Por otra parte, Marte, no ofrece mucho más que eso: pura rutina cinematográfica, trufada de heroísmo por parte de Watney y sus compañeros, que arriesgan sus propias vidas para intentar rescatarlo. Hay cierto debate moral: ¿hasta dónde se puede llegar, en términos de riesgo de otras vidas y económicamente para rescatar a un solo hombre, sin garantía alguna de que la misión vaya a salir bien? Algo muy parecido se planteaba en Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg. Si algo llama la atención en esta película, frente a otras propuestas de ciencia ficción del propio Scott es su mensaje optimista durante todo el metraje: la tecnología combinada con el esfuerzo humano pueden lograr las metas más inverosímiles. En este sentido me gustó mucho más la reciente Gravity, de Alfonso Cuarón.

miércoles, 28 de octubre de 2015

NO ESPERAMOS VOLVER VIVOS (2015), DE DIEGO BLASCO CRUCES (ED). TESTIMONIOS DE KAMIKAZES Y OTROS SOLDADOS JAPONESES.

Todos hemos pensado alguna vez en cómo nos sentiríamos si de repente fuéramos reclutados para ir a la guerra, sobre todo si llevamos una existencia relativamente cómoda y sin sobresaltos. En el Japón de los años treinta y cuarenta, una sociedad militarista que pretendía crear un imperio en Asia, los estudiantes universitarios estaban exentos de ir al ejército. Se les consideraba la flor y nata de la nación, por lo que su trabajo sería más útil dentro de las fronteras de la patria. Para muchos japoneses, tal privilegio era objeto de desprecio, pero esta situación cambió cuando los estudiantes fueron siendo llamados a filas, debido a las desastrosas derrotas que comenzó a acumular Japón a partir de 1942. Para finales del año siguiente, tales llamamientos eran ya masivos y sus protagonistas eran agasajados como los jóvenes que iban a darle la vuelta a la situación bélica.

Mientras todo esto sucedía, en el interior de estos recién graduados los sentimientos eran contradictorios. Por un lado sentían que no debían decepcionar sus deberes frente a la nación y al emperador, pero por otro experimentaban el miedo lógico frente a un destino incierto. Muchos de ellos se lamentaban íntimamente de su mala suerte y renegaban del concepto de patria de los que le obligaban a tomar las armas. Son gente sensible y culta, que han leído incluso a autores europeos y no se dejan engañar por la burda propaganda: saben que su vida va a estar sometida a partir de ese momento al capricho de oficiales crueles y que después de eso su muerte es prácticamente segura en el frente de combate y que será una experiencia horrible. Genta Uemura, fallecido en combate en Okinawa a los veinticuatro años habla de esto en una carta:

"La única cosa agradable acerca de la muerte es que, una vez experimentada, todo este sufrimiento llega a su fin. Sin embargo, el miedo a afrontar la muerte, para mí que tan desesperadamente deseo vivir, es tan terrorífico que sólo de pensar en ello pierdo el sentido."

Si bien la muerte de los soldados de infantería o de marina era altamente probable, en el caso de los kamikazes se trataba de su misión sagrada de combate. Casi todos estos aviadores suicidas fueron voluntarios, pero hubo algunos soldados que fueron obligados a tomar parte de esta locura. Aunque en muchos sentidos las cartas de los kamikazes a sus familiares se parezcan a las del resto de los jóvenes en el frente, resultan una lectura más estremecedora, porque sus autores saben con certeza que se están despidiendo del mundo y aun así muestran una rara serenidad en la descripción de sus últimas acciones pocas horas antes de despegar sus aviones, como si la existencia de pronto se hubiera tornado irreal y la muerte próxima no fuera más que un sueño.

No esperamos volver vivos es un libro de testimonios impactante, porque con su lectura descubrimos que los fieros y suicidas soldados japoneses eran jóvenes profundamente humanos y que una buena parte de ellos, aun deseando sacrificarse por su emperador, hubieran preferido una existencia más convencional y rutinaria. Es en los últimos instantes cuando se aprecia con mayor intensidad todos los matices que hacen de la vida una experiencia única y maravillosa, como prueban estas cartas, unos documentos sobrecogedores.

domingo, 25 de octubre de 2015

EL CRISOL (1953), DE ARTHUR MILLER Y DE NICHOLAS HYTNER (1996). LA CAZA DE BRUJAS EN SALEM.

Hay ocasiones en las que las obras literarias nos hablan con mucho más elocuencia que el mejor de los ensayos acerca de los problemas que acucian a una determinada sociedad. Y no es raro que el escritor acuda a algún episodio del pasado remoto para establecer paralelismos con dicha situación, quizá para hacer ver que los avances sociales, que las libertades conquistadas, son siempre frágiles y que los retrocesos son siempre posibles. Arthur Miller sabía bien de lo que hablaba, porque había sufrido en sus propias carnes las consecuencias de lo que se dio en llamar caza de brujas, estimulada por los sectores más conservadoras de la administración y la sociedad estadounidenses. Hija de los años más severos de la Guerra Fría, la caza de brujas era consecuencia del temor a que elementos comunistas se hubieran infiltrado entre las élites intelectuales con el fin de ayudar a derrocar el sistema. 

Como es bien sabido las comparecencias que se llevaron a cabo ante el Comité de Actividades Antiamericanas estuvieron presididos por la más absoluta falta de garantías fundamentales: no se buscaba la verdad, sino que existía una verdad preestablecida que los testigos o acusados debían confirmar, no bastando con ello, puesto que también era necesario que se delatara a antiguos compañeros. Una de las delaciones más famosas fue la efectuada por el cineasta Elia Kazan, que afectó, entre otros muchos, a Arthur Miller, que siempre había sido un simpatizante de la izquierda, aunque en todo momento negó haber estado afiliado al Partido Comunista. De hecho, en una de las acotaciones de El crisol, encontramos un rotundo rechazo de la intolerancia contra sus propios ciudadanos de la que hacían gala ambos sistemas en aquella época:

"En los países de ideología comunista, cualquier resistencia de cualquier tipo, queda vinculada al maligno súcubo capitalista, y en América, quien no tenga opiniones reaccionarias está expuesto a que se le acuse de aliado del infierno rojo. (...) Una determinada política se convierte en garante de la virtud moral y la oposición a ella en síntoma de una maldad diabólica. Una vez hecha tal ecuación, la sociedad se convierte en un amasijo de conspiraciones de uno y otro lado, y el gobierno pasa de tener un papel de árbitro a convertirse en el látigo de Dios."

No cabe duda de que escribir y estrenar una obra de las características de El crisol en un contexto como aquel, constituyó un rasgo de genialidad y valentía por parte del dramaturgo. La obra parte de un hecho histórico, ocurrido en la localidad de Salem a finales del siglo XVII. Salem era un pueblo practicante del puritanismo, una variante del protestantismo establecida por Juan Calvino. Uno de los postulados más llamativos de esta religión es el que dicta que  algunos hombres que están predestinados a la salvación y otros no, por lo que en gran parte la existencia consiste en escrutar si uno mismo está entre los elegidos. Desde luego, el pecado es un indicio negativo en tal sentido. Esta tensión espiritual en el seno del que consideraba un pueblo elegido, unida a la acumulación de viejas rencillas a lo largo de los años, por asuntos relacionados con la propiedad de las tierras, resultaron ser un cóctel explosivo a la hora de abordar la situación generada por una mera anécdota protagonizada por las más jóvenes del pueblo.

Porque de lo que parte la histeria colectiva desatada en Salem es de un miedo: el miedo al diablo, que se adaptó como miedo al comunismo a mitad del siglo XX. Ambos son mecanismos de control de masas que fueron estudiados el siglo pasado, junto a otros muchos ejemplos por genios como Freud, Canetti u Ortega y Gasset. Que las acusaciones estuvieran sustentadas por unas jòvenes que claramente estaban desviando la atención de sus propias culpas parecía no importar: quien era acusado por un indicio tan leve como un testimonio histérico, era ya considerado prácticamente culpable y era él quien debía probar fehacientemente lo contrario. Para rizar más el rizo, la salvación de la horca solo se conseguía confesando la propia culpabilidad y acusando a su vez a otros. Una metáfora cristalina de los métodos del Comité de Actividades Antiamericanas. El Tribunal de Salem no era más que el reflejo de una visión maniquea del mundo, propia de una sociedad teocrática. A la vez que se atribuía la voz de la justicia divina, Danforth, su representante, pretende que el mismo sea un instrumento para frenar los tímidos intentos de secularización que ya se estaban dando en las sociedades puritanas:

"O se está con este tribunal o se está contra él. No hay ningún camino intermedio. Estamos en tiempos claros y precisos. Ya no vivimos en aquella noche tenebrosa cuando el bien y el mal estaban mezclados para confundir al mundo. Por la gracia de Dios, en estos momentos brilla la luz del Sol, y todos los que no la temen deberían felicitarse por ello."

Frente al poder de este Tribunal, la voz de un pecador como John Proctor (magníficamente interpretado en la adaptación cinematográfica por Daniel Lee Lewis) es ignorada, por mucho que su argumentación sea racional y esté sazonada por la verdad. La verdad que parece buscar el Tribunal no es la de este mundo, sino la del fortalecimiento de la religión del miedo, para la que la lucha contra el maligno justifica cualquier acción. El tormento interior de Proctor es enorme: a los remordimientos por haber caído en la tentación de la carne con Abigail, la más implacable de las acusadoras, se suma la repercusión que estos hechos van a tener sobre su virtuosa esposa, una situación con la que, en cierto modo, se sentía identificado el propio Arthur Miller, que en aquella época se acababa de enamorar de Marilyn Monroe, ante la incredulidad de su mujer. 

Proctor simboliza también el aplastamiento del pensamiento individual frente al fanatismo de la comunidad. A pesar de ser un personaje integrado en la vida comunal, Proctor tiene su propia visión del mundo y es capaz de criticar algunos aspectos de una religión que sigue practicando fervientemente. El crisol nos advierte magistralmente de lo que sucede cuando se deja que la diosa razón sea sustituida por lo disparatado, cuando la voz de unas niñas afectadas de histerismo y llenas de miedo son la base de acusaciones absurdas que llevan a personas inocentes al cadalso. Al final Abigail y sus compañeras se sienten tan borrachas de poder que son capaces hasta de amenazar a los miembros del Tribunal si se atreven a dudar de sus palabras. Al poco los procesos fueron suspendidos y se intentó volver a la cordura, aunque el episodio jamás fue olvidado y su eco ha llegado a nuestros días, como ejemplo permanente de hasta donde puede llegarse cuando gobiernan la intolerancia y la irracionalidad.

miércoles, 21 de octubre de 2015

VOCES DE CHERNÓBIL (2005), DE SVETLANA ALEXIEVICH. CRÓNICA DEL FUTURO.

La concesión del premio Nobel de Literatura ha supuesto una agradable sorpresa este año. Alexievich nació en 1948 en la Unión Soviética (actualmente Bielorrusia) y esta identidad, a caballo entre dos mundos, ha marcado profundamente su obra, fundamentalmente dedicada a la indagación en la historia de su país (o de sus países). Aunque en España solo se ha traducido  esta estremecedora Voces de Chernóbil, se espera que sus obras vayan llegando en el futuro inmediato y así poder disfrutar de esta autora oculta hasta el momento, pero cuyos ensayos tienen mucho que aportar a cualquier lector interesado en algunos de los episodios que marcaron el siglo pasado, tratados desde un punto de vista periodístico, pero dotados a la vez de una especial sensibilidad literaria.

El desastre de Chernóbil ha quedado como uno de esos momentos en los que la historia se paraliza, porque sucede lo impensable, un acontecimiento que no puede explicarse con meras palabras, sobre el que se debe reflexionar mucho tiempo después para ser comprendido en toda su magnitud. Son sucesos únicos, como el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial o la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. El mundo contiene la respiración e intenta comprender. La vida no vuelve a ser la misma para muchos millones de seres humanos. Pero lo de Chernóbil tiene un matiz especialmente siniestro, por las características del suceso: la explosión de un reactor nuclear que suelta en la atmósfera una cantidad inusitada de elementos radiactivos, una amenaza invisible y por ello potencialmente más peligrosa que una guerra. Además, dentro de veinte mil años, la radiación seguirá ahí. Quizá Chernobil sea, o al menos eso es lo que quiere transmitirnos la autora, la acción más catastrófica realizada por el hombre, un acontecimiento que estuvo a punto, si hubieran estallado los restantes reactores, de convertir buena parte de Europa en un páramo sin vida:

"Cuando hablamos del pasado o del futuro, introducimos en estas palabras nuestra concepción del tiempo, pero Chernóbil es ante todo una catástrofe del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana, son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está dentro de nuestras capacidades alcanzar y reconocer un sentido en este horror del que seguimos ignorándolo casi todo?"

Pero Voces de Chernóbil no se dedica a resumirnos la historia tantas veces contada. Alexievich prefiere dejar hablar a los protagonistas de aquellos aciagos días, a los habitantes de la zona que no fueron conscientes del peligro hasta que no fue demasiado tarde, a los soldados que fueron enviados a tapar el inmenso agujero nuclear sin apenas equipo de protección, a los dirigentes políticos, a los niños condenados a muerte al nacer y a los campesinos de los alrededores, muchos de los cuales se negaron a ser expulsados de sus casas. A veces estos últimos representan la voz de la Rusia profunda (o de la Bielorrusia profunda), la de esos seres sencillos que aparecen en las novelas de Tolstói, cuya mentalidad no ha cambiado demasiado en siglos, por lo que no podían comprender de ninguna manera qué era eso de la radiación.

El Estado Soviético no estaba preparado para afrontar una situación como aquella. Las autoridades, desde el primer momento, se ocuparon más de ocultar la dimensión de la catástrofe que de proteger a la población. Se tomaron el asunto como una operación militar y se envió al ejército para intentar contener la fuga. La gente veía avanzar a las tropas y a los blindados y su memoria retrocedía a los tiempos de la invasión alemana de la Unión Soviética. Pero este enemigo era distinto. Estaba presente en los alimentos, en la hierba, en los árboles, bajo formas invisbles. Nada parecía haber cambiado, aunque el mismo aire se hubiera vuelto letal de repente. La gente que trabajó alrededor de la Central, bomberos, soldados, obreros, técnicos y liquidadores, fueron considerados héroes por el Estado. Héroes con destinos terribles, con muertes nunca vistas, como si el infierno se hubiera instalado en aquellas tierras:

"Tenía el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En el hospital, los últimos dos días… Le levantaba la mano y el hueso se le movía, le bailaba, se le había separado la carne… Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro."

A los pocos días de sucedida la catástrofe, la gente empezó a darse cuenta de que sus dirigentes le ocultaban la verdad. La televisión estatal no paraba de repetir que la vida era segura en el entorno de la Central y que las noticias que estaban dando las cadenas occidentales no eran más que palabras alarmistas que trataban de desprestigiar al socialismo. Ese socialismo que hasta aquel momento había mostrado una fe absoluta en la técnica, en el dominio de la naturaleza por parte del hombre y ahora no sabía cómo enfrentarse al poder del átomo. La doctrina de Marx ofrecía pocas respuestas a una situación como aquella y Gorbachov, recordando la nula reacción de Stalin ante la invasión de la Unión Soviética por parte de Hitler, no apareció ante su pueblo hasta más de una semana después de la explosión. Se ninguneaba la opinión de los físicos nucleares y se optaba por no hacer cundir el pánico entre la población. Cuando ésta fue evacuada, se le aseguró que lo sería por un par de días. Se enviaron brigadas de limpieza que destruían casas y arrancaban la tierra contaminada, pero estos esfuerzos solo servían para que sus miembros enfermaran a los pocos meses. 

Desde luego, las mayores víctimas de Chernóbil fueron los más pequeños. A pesar de que se creó una amplia zona de exclusión alrededor de la Central, miles de menores fueron irradiados y su infancia se convirtió en un infierno:

"Ante los ojos de estos críos, constantemente entierran algo o a alguien. Lo sumergen bajo tierra. A conocidos. Casas y árboles. Lo entierran todo. Cuando están en formación, estos niños caen desmayados; cuando se quedan de pie unos quince o veinte minutos les sale sangre de la nariz. No hay nada que les pueda asombrar ni alegrar. Siempre somnolientos, cansados. Las caras, pálidas, grises. Ni juegan ni hacen el tonto. Y si se pelean, si rompen sin querer un vidrio, los maestros hasta se alegran. No los riñen, porque no se parecen a los niños. Y crecen tan lentamente… Les pides en una clase que te repitan algo y el crío no puede; la cosa llega a que a veces pronuncias una frase para que la repita después y no puede. «¿Pero dónde estás? ¿Dónde?», los intentas sacar del trance."

Con Voces de Chernóbil la Premio Nobel bielorrusa nos ofrece una visión íntima y plural de un drama colosal, de una catástrofe que no ha terminado todavía y que seguirá produciendo víctimas durante miles de años y que ha dado lugar a anécdotas tan amargas como ésta, fruto de la desesperanza y la falta de futuro de varias generaciones de habitantes de aquella zona:

"Ayer iba en el trolebús. Esta es la escena: un chico no le cede el asiento a un viejo. Y el anciano le reconviene:

  —Cuando seas mayor, tampoco a ti te cederán el asiento.

  —Yo nunca seré viejo —replica el chaval.

  —¿Por qué?

  —Porque pronto moriremos todos."

martes, 20 de octubre de 2015

GOLPE DE ESTADO (2015), DE JOHN ERICK DOWDLE. LAS GUERRAS DEL AGUA.

Todos estamos de acuerdo en que uno de los recursos naturales más importantes del mundo es el agua, fundamental para la vida. Aunque en la vida de los occidentales dicho recurso se da por supuesto de una manera eficiente y barata, no todos los países tienen la suerte de disponer con tantas facilidades de este bien. Para algunas multinacionales el control del agua (al igual que el del petróleo) puede ser la llave de inmensos beneficios, aun a costa de los derechos humanos de los habitantes de un país. Este era el argumento de fondo de Quantum of solace, una película de Bond de hace algunos años y lo es también en esta Golpe de Estado, aunque el tratamiento sea muy diferente en ambos filmes.

Golpe de Estado comienza con la llegada del norteamericano Jack Dwyer y su familia a un país del sur de Asia para comenzar a trabajar como directivo en una multinacional del agua. En principio, Dwyrer toma un papel parecido al que ejercía Jack Lemmon en la magistral Desaparecido, de Costa-Gavras, el del yanqui que llega a un Estado extranjero sin conocer gran cosa del país, ni de sus costumbres, ni de su historia, con esa leve superioridad que otorga el papel histórico de colonizador económico. Bien es cierto que Dwyrer llega a su nuevo puesto arrastrado por la escasez de oportunidades que ha impuesto la crisis económica, con la aceptación a regañadientes del resto de su familia. Por todo ello, no es extraño que el golpe de Estado del que habla el título sea percibido, por su parte, con una mezcla de incredulidad e inconsciencia respecto a lo que está sucediendo. La irrupción repentina de la violencia adquiere desde los primeros instantes un matiz como de pesadilla, como de algo irreal que no puede ser explicado racionalmente, aunque finalmente Dwyrer acabe comprendiendo cuál es su propio papel en tan radicales acontecimientos.

Si bien resulta interesante el planteamiento de inicio y la forma de mostrar la violencia, sin concesiones, por parte del director, Golpe de Estado acaba cayendo en la trampa de la repetición: todo se convierte en una huida permanente en la que la familia tendrá que ir realizando el más difícil todavía para llegar a la siguiente fase. La recreación de la violencia de los primeros minutos empieza a perder su sentido y se convierte en algo casi rutinario, a veces incluso risible, sobre todo porque el espectador sabe perfectamente que nada va a sucederles a los protagonistas y que, por muy mal que lo pasen, el final feliz está garantizado, ya que ellos no son más que inocentes estadounidenses que viajaron al país a ganarse la vida, no sabiendo que iban a trabajar para una malvada multinacional. Lo único que anima la función es la presencia siempre efectiva de Pierce Brosnan, en esta ocasión interpretando un curioso papel, el de una especie de James Bond caduco y en las últimas, dispuesto a todo para defender los intereses más sucios de su amada Inglaterra. Cine de entretenimiento puro (y especialmente duro), que bajo su presunto mensaje contra la colonización económica del Tercer Mundo, no ofrece más que un espectáculo entretenido a ratos, aunque intrascendente.

domingo, 18 de octubre de 2015

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS (1940), DE DINO BUZZATI Y DE VALERIO ZURLINI (1976). LA FORTALEZA DE LA LARGA ESPERA.

Giovanni Drogo es un joven teniente que viaja a su destino, la fortaleza Bastani. En su equipaje le acompañan a la vez la ilusión y la inquietud: la ilusión de quien emprende una vida nueva y la inquietud de quien no está seguro de lo que está le deparará. La primera visión de la fortaleza, con ese desierto desnudo a sus pies, despierta sentimientos en su alma. Aunque no lo sabe todavía, Bastani se ha apoderado de él y ya no tendrá fuerzas para abandonarla, salvo esporádicamente, cuando pueda disfrutar de algún permiso, de los que volverá cada vez antes. Y es que, con el paso del tiempo, Drogo se dará cuenta de que su vida ya no pertenece a la ciudad, donde cada vez conoce a menos gente, sino que está consagrada a la eterna espera de acontecimientos parapetado tras los muros de la ciudadela fronteriza con un Estado enemigo.

La existencia en el cuartel es rutinaria, la típica vida militar influenciada por la estricta observancia de un reglamento, lo que deriva en ocasiones en situaciones absurdas, más propias de la literatura kafkiana que de la vida heroica soñada por muchos de los soldados que sirven allí. Al final todos se acostumbran y se acomodan a la rutina de un servicio en el que casi nunca sucede nada y, cuando sucede, es difícil tomar decisiones por la falta de costumbre:

"(...) Pero había que tomar una decisión y eso le disgustaba. Habría preferido continuar la espera, quedarse absolutamente inmóvil, como provocando al destino con el fin de que se desencadenara de verdad."

El secreto para sobrevivir en Bastani es dejar correr el tiempo y habituarse a la falta de responsabilidades más allá de las exigencias del servicio. El único anhelo de Drogo es que alguna vez aparezca el enemigo por el horizonte, algo que daría sentido a su profesión. Pero el desierto permanece limpio. De vez en cuando hay alguna falsa alarma, pero pasan los años y todos se advierten que el único vencedor en aquella guerra invisible es el tiempo. Desde sus parapetos, los soldados se tornan filósofos, esperando un acontecimiento que nunca llega, engullidos por el río del tiempo:

"Entre tanto el tiempo corría, su latido silencioso mide cada vez más precipitado la vida, no podemos parar ni un instante, ni siquiera para una ojeada hacia atrás. "¡Párate! ¡Párate!", quisiéramos gritar, pero comprendemos que es inútil. Todo huye, los hombres, las estaciones, las nubes; y de nada sirve agarrarse a las piedras, resistir en lo alto de un escollo; los dedos cansados se abren, los brazos se aflojan inertes, nos arrastra de nuevo el río, que parece lento pero jamás se para."

Según Jorge Luis Borges, en El desierto de los tártaros "hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres." Genial el resumen del escritor argentino. Drogo se pasa la vida esperando ver aparecer al enemigo y, en el otoño de su existencia, el destino se torna cruel con él, cuando descubre que el auténtico adversario anidaba en su interior y éste era el tiempo.

La novela de Buzzati puede parecer anticlimática, pero en realidad, atendiendo al año de su publicación, late en la misma una profunda inquietud por el destino de su país, enfrentado a la prueba suprema de su participación en la Segunda Guerra Mundial, después de una espera de meses (él mismo era por esa época corresponsal de guerra para el Corriere de la Sera). Un país que se había militarizado, preparándose para un conflicto inminente y que, a la hora de la verdad, realizó un papel mediocre, aunque 1940 era todavía un año de entusiasmo y reafirmación fascista, para buena parte de la población italiana.

La adaptación cinematográfica a cargo de Valerio Zurlini, cimenta su calidad en dos factores: un profundo amor y respeto a la novela y la sólida interpretación de sus actores. Un proyecto arriesgado, debido a las características del material del que se partía, pero del que Zurlini supo salir airoso.

viernes, 16 de octubre de 2015

EL PROTEGIDO (2015), DE PABLO ARANDA. LA COSTA DEL SOL LÓBREGO.

A veces leemos distraidamente titulares en la prensa que nos parecen mil veces vistos: asesinatos, ajustes de cuentas entre narcotraficantes. Todo rutina de un mundo sórdido que solo podemos atisbar. Sabemos que existe pero a la vez no tiene nada que ver con nosotros. Podemos ser testigos de una reyerta ocasional, de un vehículo que huye a toda velocidad de la policía. Lo contamos a nuestros amigos y familiares y al día siguiente seguimos con nuestras vidas y ese recuerdo se va evaporando: no nos pertenece. Pero ¿qué sucedería si la fatalidad nos hace partícipes de una de estas desagradables historias? Hitchcock era un especialista en narrar la experiencia de hombres corrientes enfrentados fortuitamente a acontecimientos extraordinarios. Este es el caso de Jaime, el protagonista de la nueva y magnífica novela de Pablo Aranda, que bebe del género negro sin olvidar el componente social de otras obras previas del mismo autor.

Jaime ha sido uno de esos seres que pasan desapercibidos en su etapa de estudiante, anulados por compañeros con un estilo de vida más rebeldes y a la vez más apetecibles sexualmente para las chicas, aunque ahora es él el que parece ser un imán para sus antiguos objetos de deseo, quizá porque ahora buscan a alguien más tranquilo y responsable. Si bien la vida de Jaime, en un primer vistazo, puede parecer anodina, hay ciertas peculiaridades en ésta bastante curiosas, a la vez que contradictorias. El protagonista es capaz de asumir la paternidad de un hijo que no es suyo y su sentido ético llega hasta el punto de devolver un dinero que quizá nunca será reclamado, pero por otra parte Jaime sufre de vez en cuando conatos de ira que casi siempre logra guardar en su interior, algo que quizá le sirva para actuar con una frialdad poco común cuando se ve enfrentado a circunstancias que no ha buscado, pero que ponen en peligro su vida y la de sus (pocos) seres queridos.

Uno de los mayores aciertos de El protegido es el saber insertar en la novela elementos dispares logrando con ello una historia muy coherente: la cotidianidad de la existencia de un joven que no encuentra la estabilidad vital, el tráfico de drogas, la fina línea que separa la culpabilidad y la inocencia, la ingrata labor de la policía o la adaptación de los inmigrantes económicos a la costa del Sol. En este último aspecto, es importante referirse a Marián, una marroquí adaptada plenamente a las costumbres de occidente, pero que conserva el estigma de sus orígenes. El mismo autor se refiere a ella en una entrevista publicada en El cultural:

"En concreto, me interesa el desarraigo, del que ya me he ocupado en libros anteriores. Y para tratar esto el inmigrante es un sujeto perfecto: no es de aquí pero, al emigrar, tampoco es de allí. En el caso del personaje de Marián, ella es inmigrante, musulmana y mujer; y cometió el error de comportarse en Marruecos como una francesa y aquí, en España, aunque está liberada y va a la universidad, sigue siendo una emigrante."

Entre todos estos acontecimientos, tan anodinos para el lector de periódicos, pero tan insólitos para quien no está acostumbrado a protagonizarlos, se alza la voz interior de Jaime, ese ser cambiante, capaz de adaptarse a las circunstancias y que, a pesar de las mujeres que marcaron su pasado inmediato, parece haberse enamorado por primera vez. Amor y muerte, conceptos difusos y aparentemente antagónicos, se dan cita en una novela de esas que se merece un lugar como la Costa del Sol, donde solo un observador meticuloso de la realidad como Pablo Aranda es capaz de auscultar los hechos cotidianos y dotarlos de un sentido que permanece oculto, de explorar aquellos rincones sórdidos de una ciudad turística como Torremolinos. Una narración ágil en la que - y este es uno de los mejores elogios que pueden hacerse a El protegido - el lector siente la misma angustia que el protagonista en muchos de sus pasajes. Quizá se trate de la mejor publicación de Aranda hasta la fecha. Absolutamente recomendable. 

martes, 13 de octubre de 2015

TERCIOPELO AZUL (1986), DE DAVID LYNCH. LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS.

Pocas películas ofrecen un comienzo tan coherente con sus pretensiones como Terciopelo azul. Las imágenes idílicas de un pequeño pueblo de la América profunda pronto son matizadas por la presencia del mal: por una parte la presencia natural de la enfermedad y la muerte y por otra la más sutil maldad subterránea, la que no puede apreciarse a simple vista, pero que está siempre presente en el interior de las ciudades y dentro de nosotros mismos. Desde muy jòvenes, la experiencia vital nos hace sospechar, de manera inconsciente, de cualquier elemento desconocido que surja en nuestro camino. Esta elemental prudencia no siempre es llevada hasta sus últimas consecuencias (en ese caso jamás podríamos aprender nada ni progresar), pero a veces puede salvarnos de un mal paso que desemboca en nuestra perdición. A estas elecciones se enfrenta el joven Jeffrey (Kyle MacLachlan), uno de esos seres de apariencia tranquila e inocente, pero cuyas pasiones están dominadas por una irresistible y morbosa curiosidad por lo que sucede en el lado oscuro de la existencia.

Es curioso que el desencadenante de la acción sea el hallazgo fortuito, por parte del protagonista, de una oreja humana llena de hormigas, una referencia claramente buñuelesca, quizá porque el mundo perfecto de Jeffrey, trastocado por la enfermedad repentina de su padre, se va a volver de pronto nocturno y surrealista. Un mundo marcado por dos mujeres que parecen ser las dos caras de una misma moneda: por un lado la virginal Sandy (Laura Dern), compañera de aventuras y a la vez prudente consejera y por otro la cantante nocturna Dorothy, símbolo de lo prohibido y poseedora de un terrible secreto. Jeffrey se hubiera conformado con su papel de voyeur, de observador fascinado de lo que sucede en las sombras, protegido por ese armario que hace la función de última frontera entre un mundo y otro. Pero las circunstancias harán que tenga que experimentar en sus propias carnes una forma de vida demencial y al límite, con su propio maestro de ceremonias, ese psicópata interpretado por Dennis Hopper, en un papel realmente hecho a su medida, un desequilibrado con un gran carisma entre los de su clase. 

Así pues, Jeffrey es capaz de descender a los infiernos, sobrevivir y volver a su existencia idílica del principio, aunque ya sabemos que detrás de esa fachada hay mucho más de lo que parece. Dotada de una fotografía absolutamente maravillosa, con Terciopelo azul, David Lynch sentó las bases definitivas de lo que iba a ser su estilo, su descripción del mundo a partir de ese momento, que continuaría con Twin Peaks y con una serie de realizaciones en las que profundizaría en todas estas obsesiones, hasta el punto de que sus guiones se volverían paulatinamente más incomprensibles para el espectador. Quizá sea Terciopelo azul su película más equilibrada en este sentido puesto que, aunque cuenta con algún punto oscuro en su guión, se trata de una narración lineal y comprensible, aunque, como es lógico, esté diseñada para que el espectador aprecie que hay muchísimo que indagar bajo su superficie. Y es por ello por lo que resulta tan fascinante y a la vez tan perturbadora.

domingo, 11 de octubre de 2015

CÓMO SER MUJER (2011), DE CAITLIN MORAN. EL FEMINISMO DE NUESTRO TIEMPO.

Esto ha sucedido en los últimos cinco minutos: mientras me estoy preparando para escribir esta reseña, veo dos publicaciones en facebook que me hacen reflexionar: la primera de ellas es una impecable denuncia de la hipocresía de las religiones, con dos fotos en las que se retratan sendas asambleas, por parte del catolicismo y del islam, dedicadas a establecer cual es papel de la mujer en el mundo. En ninguna de las dos fotos se ve a mujer alguna. La segunda reseña es más simple: una foto de Brad Pitt y George Clooney. "Si todos los hombres son iguales ¿por qué no son iguales a éstos?", dice en la misma. Si la fotografía fuera de dos guapas actrices, sería considerada machista, sin duda. Pero parece que los hombres no tan agraciados no pueden mostrarse sensibles ante la comparación que se establece entre ellos y dos actores de éxito, ricos y tremendamente atractivos. Es uno de los grandes errores del feminismo mal entendido. La igualdad, como el diablo, está en los detalles, y solo puede conseguirse mediante un análisis serio de la historia y de la situación actual, estableciendo qué es lo realmente importante y qué es lo superfluo. E intentaré explicar mi postura, que tiene mucho que ver con las varas de medir que se utilizan en la sociedad actual.

Lo primero que tengo que decir acerca del libro de Caitlin Moran, es que no ofrece todo lo que promete el título (y ella misma lo admite al final). Cómo ser mujer es una divertida autobiografía disfrazada de alegato a favor del feminismo, compuesta sobre todo por anécdotas muy personales en las que no suelen faltar dos ingredientes: la profesión de la autora, que es la de periodista musical y abundantes dosis de alcohol. El primer modelo femenino que pudo tener Moran fue el de su propia madre y éste no resultó muy alentador: una mujer dedicada a parir hijos cada dos años en una casa muy pequeña, en la que los numerosos hermanos debían disputarse cada palmo de terreno. Con este panorama agravado por un cuerpo con tendencia a engordar, la infancia y adolescencia de la autora son poco envidiables, pero estos males no provienen estrictamente del patriarcado, sino de la pura pobreza. Solo se liberaría cuando pudo independizarse, aunque ésta fuera al principio una independencia miserable, conquistada con muy pocos medios. Esta es la pura verdad, a pesar de que la escritora la disfrace inteligentemente con un gran sentido del humor. Su existencia como mujer empezaba con una gran desorientación vital, sin apenas referentes. Y de esta existencia cotidiana, aderezada de pequeñas denuncias, se compone la sustancia de este libro.

Porque, en esencia, a lo que se dedican muchos capítulos de Cómo ser mujer, es a la relación de la autora con su propio cuerpo: su primera regla, sus problemas de sobrepeso o su aterrador primer parto, algo que no es estrictamente denunciable y que no es fruto de opresión alguna, aunque sí que sirve como acercamiento a la condición femenina en su vertiente natural. Lo más interesante viene cuando se analiza la presión a la que es sometida la mujer occidental respecto a su propio aspecto, cómo es juzgada constantemente por sus semejantes, la tortura de tener que llevar zapatos de tacón y ropa a juego. Es posible que todo esto no sea más que una trampa urdida por el machismo, pero a mi me suena más a estrategia de las grandes multinacionales para vender cantidades obscenas de ropa y de productos de belleza. Que una de las principales denuncias del feminismo actual sea la talla de las modelos de pasarela, dice mucho de cómo las propias mujeres pasan por el aro de la esclavitud de la moda, o al menos muchas de ellas. La primera rebelión feminista sería la de hacerse cargo del propio aspecto, sin la manipulación a la que son sometidas constantemente por parte de los medios de comunicación, que en este aspecto dan continuamente una de cal y otra de arena, creándoles necesidades cada vez más sofisticadas (y caras).

La mujer verdaderamente atractiva debería ser la que seduce a través de su inteligencia y no solo por su físico. Personalmente me da mucha rabia que cuando una revista entrevista a científicas o escritoras no es raro que les hagan una sesión de fotos como si fueran modelos, sin olvidar poner al pie quién les hace el estilismo y de qué diseñador es la ropa que lleva puesta. Es como si la revista estuviera diciendo: sí, mirad, son mujeres inteligentes, pero lo verdaderamente importante es que saben mantenerse a la moda y atractivas. Parece que se frivolicen sus logros por el  hecho de ser mujeres. Sé que muchas se han negado a entrar en ese juego. Deberían ser todas, porque nunca he visto una entrevista con Antonio Muñoz Molina o Juan Luis Arsuaga posando con el último traje de Armani, algo que sí se da en el mundo del deporte. En cualquier caso, las jóvenes no deberían tomar como figura prototípica a mujeres como la tal Katie Price (personalmente no sé quien es), de la que habla ampliamente en uno de los capítulos, una mujer presuntamente sensual (por sus grandes pechos), muy representativa de la época actual, en la que mucha gente cobra fama por el único mérito de contar con un cuerpo llamativo:

"Durante las tres horas siguientes en el estudio, cualquier otro intento de conversación fracasó. Libros, temas de actualidad, televisión y cine: Price se encogía de hombros ante todo. Cuando le pregunté qué hacía en su tiempo libre, se hundió en un silencio de casi un minuto, y sus acompañantes me dijeron que le gustaba pegar cristales Swarovski en dispositivos electrónicos domésticos, «como el mando a distancia».

Quedó muy claro que, salvo que fuera un libro que ella hubiera «escrito», un tema de actualidad en el que ella hubiera participado —como vender la exclusiva de su boda por un millón de libras—, o un programa de televisión que ella hubiera protagonizado, Price no tenía el menor interés por nada. Su mundo consistía únicamente en ella misma, en su gama de productos color rosa, y en el constante semicírculo de paparazzi que fotografiaban detalladamente aquella historia de solipsismo continuo. No era de extrañar que sus ojos fueran tan inexpresivos, no tenían nada en que pensar excepto ella misma. Es como el uróboro, la serpiente mítica engullendo su propia cola toda la eternidad."

Pero a la vez que Moran denuncia la falta de sustancia de este ídolo de masas, dedica elogios desmesurados a Lady Gaga (supongo que le cae mejor), que tampoco me parece un modelo que aporte demasiado a las jóvenes:

"En definitiva, creo que va a ser muy difícil oprimir a una generación de chicas adolescentes que ha crecido bajo esta estrella del pop liberal, cultivada y bisexual que lanza fuegos artificiales desde su sujetador y que fue incluida en la lista de la revista Forbes como la séptima Celebridad más Influyente del Mundo."

Uno de los puntos más interesantes cuando se habla de feminismo es el de la maternidad. No voy a hablar del capítulo dedicado al aborto, puesto que se trata de una decisión estrictamente personal, a la par que dolorosa. Es cierto que usualmente a las mujeres se les presiona mucho en este sentido, recordándoles el tic tac de su reloj biológico, pero también lo es que ser madre no es un presupuesto esencial para ser una mujer completa, sino una de las elecciones más responsables que debe tomar una pareja. No hay que emprender la aventura de la maternidad (y paternidad) si no se está muy seguro de lo que se está haciendo, aunque se tema un arrepentimiento posterior si no se hace a tiempo:

"Al mostrar la fertilidad femenina como algo limitado y abocado a desaparecer pronto, existe el riesgo de que a las mujeres les entre el pánico y decidan tener un hijo "por si acaso"."

Les diré un secreto: muchos hombres son partícipes de los problemas que angustian a las mujeres. También pueden ser discriminados por su aspecto físico o por no haber conseguido estabilidad financiera a lo largo de los años. Hay muchos hombres que sufren por su timidez a la hora de establecer relaciones con el sexo opuesto y a los que se explota laboralmente. Estas deberían ser circunstancias de encuentro entre hombres y mujeres. La lucha del feminismo en la actualidad no debe ser el logro de privilegios por pertenecer a un género determinado, sino por la igualdad estricta y esto solo será posible (y ahí acierta plenamenta Moran) a través de una educación libre de prejucios y de la relación amistosa, desde muy temprana edad, de los dos sexos. El verdadero peligro para las mujeres no se encuentra en el eventual piropo lanzado desde lo alto de un andamio (muy limitados en la actualidad, no por el retroceso del machismo en el sector de la construcción, sino por la escasez de andamios) o por el comentario inapropiado escuchado de un político o en una conversación informal, que es más un problema de quien lo pronuncia que de sus destinatarios, sino en aquellas instituciones, como la iglesia católica, muchas veces apoyadas generosamente por los Estados, que siguen otorgando un papel irrelevante a la mujer en su seno y que deberían ser boicotedas masivamente por éstas. Ni que decir tiene que en la actualidad la denuncia principal debería estar enfocada a la sociedad de esos países musulmanes que invisibilizan a sus mujeres o a fenómenos tan intolerables como el Estado Islámico, que nos retrotraen a los peores momentos de la Edad Media.

Como es bien patente, en occidente se ha avanzado muchísimo en cuestiones de igualdad de género, y es una de esas realidades de las que nos debemos felicitar, puesto que surge de una lucha precedente de muchas mujeres, no exenta de grandes dosis de valor y heroísmo. Todavía queda mucho machismo que atajar, pero es un fenómeno francamente en retroceso, reducto de gente rancia o con taras educativas. Bien es cierto que estamos lejos de conseguir la perfección en esta materia (y quizá nunca se consiga), sobre todo respecto a las alusiones indirectas a una presunta inferioridad de la mujer, pero también es hora de advertir que la verdaderamente oprimida no es la famosa a la que las revistas de moda le juzgan constantemente el vestuario o el aspecto físico y que elige libremente someterse a operaciones de cirugía estética para atajar dichas críticas, sino la mujer que vive la marginalidad de una vida sin oportunidades, por no haber tenido acceso a una educación decente y haberse visto obligado a casarse y a aguantar, por ignorancia de sus propios derechos, a hombres que las anulan a la vez que se anulan a sí mismos. Todo es un problema de educación, sí, pero cuyo origen es el desigual reparto de la riqueza, de vidas frustradas por factores económicos y sociales que nada tienen que ver con las tendencias de la moda del momento, a pesar de que por desgracia no falten casos de violencia de género entre clases sociales de más poder adquisitivo.

Y tampoco está de más recordar que la igualdad no solo es un privilegio, también supone una responsabilidad con el otro, con el débil, con el discriminado, sea del género que sea. Hay que dejar de lado esos tópicos arrojadizos que no resuelven problema alguno y afrontar con seriedad un problema histórico que precisa de la colaboración de todos para ser atajado. No creo que haga falta recordar, a tenor de la experiencia de los últimos años, lo fácil que es perder de la noche a la mañana esos derechos tan duramente conquistados.

viernes, 9 de octubre de 2015

GETT: EL DIVORCIO DE VIVIANE AMSALEM (2014), DE RONIK Y SHLOMI ELKABETZ. CINCO HOMBRES SIN PIEDAD.

A las religiones les encanta hurgar en la intimidad de sus adeptos y denunciar los comportamientos impíos de quienes no pertenecen a su seno. Es su naturaleza. Últimamente nos llegan toda clase de informaciones acerca de las barbaridades que realiza el autodenominado Estado Islámico con la gente que tiene la desgracia de ser conquistada por sus hordas guerreras. Viendo esto, se nos olvida que también hay otras religiones y otros abusos más sutiles, que, por cotidianos, no salen en las noticias. En Israel, por ejemplo, no existe el matrimonio civil. Quien quiera casarse de esa manera, tendrá que acudir al extranjero. Hacerlo en Israel supone someterse a la ley rabínica, un intrincado conjunto de normas que, a la hora de pedir el divorcio, puede suponer un procedimiento absolutamente kafkiano.

Viviane Amsalem se casó a los quince años con un hombre fiel seguidor del judaísmo. Su historia puede seguirse en dos películas anteriores de los mismos realizadores, pero no existe ningún problema para visionar Gett como una historia independiente. Transcurriendo casi en su totalidad en una sencilla - y casi opresiva - sala de tribunal, la película abarca varios años de procedimiento, ya que a la petición de divorcio de Viviane se opone su marido. Los miembros del Tribunal van a aprovechar para indagar en la intimidad del matrimonio, hurgar en sus heridas y ser tolerantes con las abundantes incomparecencias del marido, que hace todo lo posible por dilatar el proceso. Se trata de tres hombres que quieren representar la decencia y la dignidad de la religión, piadosos sin piedad para los que el sufrimiento de una mujer, cuya vida se encuentra en un callejón sin salida, no es relevante a la hora de adoptar una decisión. Lo único que importa es la voluntad del marido, al que se le puede presionar para que acepte el divorcio, pero no se le puede obligar. Como si Viviane fuera una propiedad de la que puede disponer a su antojo.

Así se pronunciaban los directores en una entrevista concedida a la agencia Efe:

"La existencia de esta ley es absurda, no solo por ser una ley anacrónica, sino porque es una norma religiosa que se aplica a todo el mundo, sea la persona religiosa o no. Es increíble que en 2014, en una supuesta sociedad democrática, una mujer pueda ser considerada propiedad de su marido. Es absurda la determinación de los jueces rabinos de alargar los debates y desquiciar a la demandante para que abandone, renuncie a su voluntad y así salvar otro hogar judío del desastre"

"Es mi destino y yo soy el suyo. Nunca nos separaremos", pronuncia el marido como único argumento. El matrimonio se dedica de vez en cuando miradas elocuentes desde el parapeto de sus respectivos abogados. Las de él son serenas, propias de quien está convencido de estar defendiendo un vínculo sagrado. Las de ella son de desesperación, de hartazgo, las de una prisionera de una ley absurda, diseñada para esclavizar a las mujeres. Su situación recuerda a la de España en el franquismo, con esa ley civil que sometía a la mujer al marido hasta el punto de que ni siquiera podía abrir una cuenta corriente sin su permiso. Las religiones mayoritarias coinciden en este punto: la esposa debe ser sumisa y someterse en todo a los deseos del marido. Y si toda la sociedad conspira en este sentido, al final la mujer se sentirá culpable de tener sus propias ideas. Que en un país supuestamente moderno como Israel la religión siga teniendo este poder sobre la intimidad de buena parte de sus ciudadanos, no deja de ser escandaloso. El buen cine judicial no tiene por qué estar siempre dedicado al crimen. Un buen proceso civil-religioso puede ser incluso más interesante.

lunes, 5 de octubre de 2015

LA CARA OCULTA DEL MISTERIO (2010) Y CRÓNICAS DE MAGONIA (2012), DE LUIS ALFONSO GÁMEZ. PREDICAR EL ESCEPTICISMO.

España es un país que, en algunos aspectos, sigue perteneciendo a la Edad Media. Y no hablo de las creencias privadas, del auge de las supersticiones de todo tipo, sino de la actuación de estamentos oficiales en un país cuya constitución proclama la aconfesionalidad del Estado. Se trata de declaraciones de ministros encomendando su política a la Virgen del Rocío, de otros que condecoran a imágenes por sus méritos, como si se tratara de personas o, más grave aún, confesiones religiosas exentas de impuestos fundamentales y que pueden inscribir propiedades inmuebles a su nombre casi a voluntad. Que todo esto, junto a las enormes audiencias que consiguen los programas dedicados a lo paranormal, esté normalizado en nuestra sociedad, es sobre todo una cuestión de educación, o más bien de falta de ella. Todavía existe un gran porcentaje de gente que ni siquiera entiende que nuestro planeta no es el centro del Universo, aunque en realidad estos temas no interesen demasiado. Pocos son los que reflexionan acerca de las creencias más generalizadas y utilizan los mecanismos que la ciencia tiene dispuestos para dotar a la realidad de explicaciones racionales. Es evidente que son muchísimos los misterios que nos quedan por desentrañar, pero eso no quiere decir que por ello tengan una explicación sobrenatural.

Luis Alfonso Gámez es, entre otras muchas cosas, el autor de un blog imprescindible, llamado Magonia, donde se intenta fomentar el escepticismo y el pensamiento crítico, un ingrediente necesario para el progreso de cualquier sociedad. Él mismo refrenda estas ideas en una entrevista publicada por el blog Hipótesis:

"Creo que un mundo regido por reglas del juego laicas sería mejor. El pilar fundamental deberían ser los derechos humanos y éstos incluyen la libertad religiosa, un descubrimiento laico porque, si algo caracteriza a las religiones, es la intolerancia entre ellas y para quienes no profesan credo alguno. Muchos escépticos consideramos que la mejor filosofía para nuestra especie sería el llamado humanismo secular, que confía en el uso de la razón y el pensamiento crítico para la resolución de problemas, construye su entramado ético sin necesidad de divinidades ni otros mundos, aboga por la democracia y los derechos civiles de todos los seres humanos."

La cara oculta del misterio y Crónicas de Magonia recogen los textos que Gámez escribió para el diario El Correo. Se trata de artículos de pequeño formato, en los que el periodista expone los orígenes y explicaciones racionales de diferentes creencias populares, más o menos generalizadas: los ovnis, la criptozoología, los fantasmas, los milagros o las interpretaciones mágicas del pasado. Se trata de una tarea complicada, puesto que, a día de hoy, los divulgadores de lo paranormal (sin contar entre ellos a los dirigentes de las religiones más o menos oficiales) cuentan con una repercusión infinitamente más amplia que los escépticos. Revertir esta tendencia es difícil, sobre todo porque las explicaciones fantásticas de los fenómenos naturales y las teorías conspirativas suelen ser más seductoras que las científicas. No obstante, es bueno tener acceso a esta munición defensiva para combatir los argumentos más falaces de los amantes del misterio. La frase de David Hume sigue tan vigente hoy como en el siglo XVIII: "Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias".   

domingo, 4 de octubre de 2015

EL MUELLE DE OUISTREHAM (2010), DE FLORENCE AUBENAS. EL AMANECER DE LA PRECARIEDAD.

La crisis que comenzó en 2008, no afectó solo a nuestro país, sino que la economía de Europa y buena parte del resto del mundo entraron en barrena. A pesar de las famosas declaraciones del presidente Sarkozy, en el sentido de que había que suspender el capitalismo hasta que se arreglara el estropicio, el único gesto importante de intervención de los Estados en la vida económica se despachó a través de una obscena ayuda a los bancos (la piedra de toque de esta crisis y sobre la que no se habla nunca en el debate político) y se dejó a millones de trabajadores a la intemperie, recortando ayudas y permitiendo a esos mismos bancos a los que se había mimado sin exigirles responsabilidad alguna, seguir desahuciando a la gente de sus casas.

Tomando conciencia de esta situación, la periodista francesa Florence Aubenas quiso vivir en sus propias carnes la cotidianidad de los trabajadores más humildes, de aquellos desheredados de la fortuna que deben buscarse la vida, no para prosperar, sino meramente para sobrevivir. Para ello se inventó la identidad de una mujer recién separada, de unos cuarenta y cinco años, que no había trabajado nunca. Se desplazó a Caen y comenzó su peregrinación por el submundo de la búsqueda de empleo precario. La única posibilidad de su personaje radicaba en el sector de la limpieza. Pronto se va a dar cuenta de que debe hacer auténticos malabarismos para compatibilizar unos contratos con otros: ni siquiera alternando horas en cuatro empresas diferentes está garantizado un salario digno que permita vivir con tranquilidad. A la falta de estabilidad de los empleos se une su penosidad: en algunos casos, como la limpieza de los transbordadores del muelle de Ouistreham o en un camping, la faena ha de realizarse a toda velocidad, sin poder permitirse respirar y, en muchas ocasiones, dando más horas de las previstas, que nunca se pagarán.

La primera sensación que tiene el parado que emprende la búsqueda de empleo es la de un total desamparo por parte de un Estado que ha hecho dejación de sus funciones y las ha transferido a empresas privadas que se mueven por ánimo de lucro y cuyos empleados ya no son denominados trabajadores sociales, sino comerciales, más preocupados por mantener sus propios puestos que por resolver las situaciones que se les presentan todos los días. Francia está desbordada por la crisis y lo importante es maquillar las estadísticas (un arte que conocemos bien en España), fomentándose los contratos basura e incentivando la contratación a tiempo parcial, con tal de que dos personas trabajen la mitad y bajen las cifras del paro. Mientras tanto, los protagonistas del drama viven su situación entre la resignación y la desesperanza. Muchos de los trabajos que les ofrecen ni siquiera son rentables, ya que el gasto en gasolina para llegar a ellos y limpiar solo un par de horas no compensa. Pero deben aceptarlos, si no quieren ser incluidos en una especie de lista negra y no ser llamados más veces. Como resume una de las compañeras de trabajo de Florence: 

"Cuanto más nos hacen trabajar, más nos sentimos como una mierda (...). Cuanto más nos sentimos como una mierda, más nos dejamos aplastar."

Mientras tanto los sindicatos tradicionales tampoco saben cómo afrontar la nueva situación. Son perdedores por partida doble, puesto que ya no cuentan como agentes de cambio social y a la vez son despreciados por los trabajadores precarios, que no pueden esperar nada de ellos. Aunque todavía son capaces de movilizar a algunos obreros, su influencia cada vez es más reducida:

"Por lo demás los sindicatos se consideran, en el mejor de los casos, clubs cerrados que sirven básicamente para proteger a sus propios miembros.  En el peor, se les trata de "cabezas rojas" y de agitadores imprevisibles de los que no se puede esperar más que sangre y lágrimas. En cualquier caso conviene mantenerse alejado de ellos."

El muelle de Ouistreham no necesita hacer juicios de valor acerca de las consecuencias de la crisis en los más desfavorecidos, le basta con describir el infierno cotidiano al que se enfrentan, la humillación constante de quienes dependen en gran parte del azar para seguir pagando el alquiler y comiendo todos los días. En cierto modo, el libro de Aubenas sustituye a las grandes narraciones decimonónicas de Zola, Galdós o Dickens, como instrumento de denuncia de los sufrimientos de una clase obrera dividida, asustada, derrotada e indefensa frente a los poderes combinados del Estado, la Banca y las grandes empresas. Lo que nos espera en el futuro inmediato es lo que se ha ido cultivando en los últimos años, lo que se describe en este libro. No va a haber demasiadas resistencias a la generalización de la precaridad. El miedo provocado ha sido demasiado intenso como para ser olvidado de la noche a la mañana.

viernes, 2 de octubre de 2015

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN OCTUBRE. EXPLORANDO OTRAS REALIDADES.

Los clubes de lectura no consisten solo en leer un libro en solitario y luego comentarlo en compañía. Son también auténticos viajes de exploración, en los que podemos recorrer regiones desconocidas con el auxilio de la mirada de los demás. Este mes por ejemplo podemos asomarnos al feminismo actual de la mano de una mujer que nos cuenta su experiencia de un modo divertido, a los prejuicios en las relaciones de pareja, a la intolerancia y supersticiones del siglo XVII en norteamérica o a la esclavitud moderna que supone para muchas personas buscarse la vida en medio de la crisis más devastadora de las últimas décadas. A la emoción que supone imbuirse en estos relatos literarios, ensayísticos o cinematográficos, se suma después la no menos atrayente de comparar la propia visión con la de los demás compañeros. A veces es fascinante cuanto nos parecemos en unas cosas y como tomamos distancia en otras. Los humanos estamos hechos de la misma materia, pero nuestra percepción de la realidad puede ser totalmente divergente respecto a la de los demás. Y eso es lo fascinante, lo que genera los mejores debates.

En otro orden de cosas, hablando de mi ciudad, tengo que decir que entre Vírgenes que son proclamadas novia de la ciudad, vírgenes que son condecoradas por la Guardia Civil y Cristos que son paseados por los legionarios (todo esto en el último mes, muy lejos todavía de la semana santa), hay una noticia estupenda: el regreso de la feria del libro de ocasión a Málaga. Y en un magnífico emplazamiento, la plaza de la Merced. Den un paseo por allí y aprovechen para rebuscar entre libros antiguos y restos de edición. Seguro que hay algún libro esperándoles. O más de uno. Y a precios excepcionales.

Respecto a los clubes de lectura de Más Libros Libres hablo de ellos en este enlace:

http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-en-mas-libros-libres-en-octubre/

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial estamos leyendo un ensayo sobre la crisis, escrito por una periodista que se hizo pasar por una mujer separada que buscaba trabajo al comienzo de la crisis: El muelle de Ouistreham, de Florence Aubenas. Un gran éxito en el país vecino.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una nueva oportunidad de acercarse a uno de los grandes clásicos de las letras estadounidenses, para quien no lo hizo ya en el club de Más Libros Libres: Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.

En el club de lectura de la Librería Luces, una novela de uno de los más exitosos y mejores escritores españoles de la actualidad: La isla inaudita, de Eduardo Mendoza.

En el club de lectura de Fnac Málaga, otro clásico que ya fue comentado por aquí: Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

En el club de lectura de la Casa del Libro de Málaga, todo un veterano en este tipo de talleres, seguramente porque su temática es ideal para organizar un gran debate: El lector, de Bernhard Schlink. 

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, por una parte rinden homenaje al recientemente fallecido Oliver Sacks a través de su ensayo Alucinaciones y se acercan a una de las novelas más vendidas en los últimos años en Europa: La cena, de Herman Koch.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, precisamente un libro del que se habló por aquí hace un par de semanas, el gran clásico de la literatura iberoamericana, Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

En el club de lectura de la librería Proteo, cumpliendo con su programación de invitar a autores de la tierra, contarán con la presencia de Justo Navarro para hablar de su última novela, Gran Granada.

Y por fin, en el ciclo Literatura y cine de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, la película triunfadora en la ceremonia de los Oscar de 2013: Argo, de Ben Affleck. Hablaremos de las complicadas relaciones entre Estados Unidos e Irán.

Aprovechen estos días de tiempo tan espléndido, tómense algo en el nuevo Mercado de la Merced y paseen por los puestos de libros. ¡Felices lecturas!