martes, 31 de marzo de 2015

EL PAÍS DEL MIEDO (2008), DE ISAAC ROSA. NUESTROS TERRORES COTIDIANOS.

Hay muchos libros que hablan de eso: vivimos en la sociedad del miedo. Paradójicamente, cuanto más evolucionamos, cuando la vida se va haciendo más confortable y segura respecto a la de nuestros antepasados, más temores acumulamos. Quizá porque tenemos más que perder y no sabríamos como enfrentarnos a ello. A ésto contribuye también nuestro cada vez más permanente acceso a toda clase de informaciones y opiniones. Cualquier hecho que antes solo tenía cabida en un pequeño espacio de la página de sucesos del periódico local hoy puede ser acrecentado y provocar una desmesurada alarma social. Una catástrofe aérea, por ejemplo, provoca un irracional miedo a volar, porque el hombre es un animal muy impresionable, capaz de representarse un hipotético futuro en carne propia, de ser empático en cuanto a los sufrimientos y los miedos ajenos. 

En mi ciudad, por ejemplo, en los ochenta la gente vivía con miedo a los tirones de bolsos y a los atracos: era algo muy habitual, eran los años duros de la heroína, pero aún así los niños seguíamos saliendo a jugar solos a la calle. Y alguna vez recibíamos algún susto, pero al día siguiente estábamos otra vez dándole patadas al balón en el asfalto. Hoy, que han disminuido este tipo de delitos, la obsesión está en las intrusiones en el hogar, ya sea por la fuerza, ya sea por la astucia del ladrón, que puede disfrazarse, por ejemplo, de inspector de la compañía del gas y entrar impunemente en la casa del confiado propietario. Hay programas muy alarmistas en televisión que advierten de nuevos tipos de delitos, que instan al espectador a mantenerse siempre alerta. Algo muy típico de nuestro tiempo. Así lo expresaba el propio Isaac Rosa en una entrevista que concedió a El País cuando fue publicada su novela:

"Cuando uno alcanza ciertos niveles de seguridad y de protección aspira a una seguridad absoluta. Y esa búsqueda genera ansiedad. Vivimos un tiempo de incertidumbres que nos hacen sentir vulnerables, que a lo mejor no sabemos nombrar ni definir, que tiene que ver con lo social, lo económico, lo afectivo, y al final lo derivamos a otro tipo de inseguridades o amenazas más evidentes, cuando realmente la incertidumbre es otra.

(...) Nos sentimos amenazados hacia el futuro, sobre todo por cuestiones que generaban más seguridad y ahora están menos estructuradas, como el trabajo. Los asuntos relacionados con los afectos o la familia que no somos capaces de ponerlos en claro y buscamos fantasmas ya identificados."

Carlos, el protagonista de El país del miedo, vive obsesionado por este tipo de temores de carácter urbano. Es un hombre extremadamente civilizado y a la vez extremadamente prudente, hasta el punto de que examina los pros, los contras y los peligros implícitos en cada acción, incluso en las más cotidianas. Por eso, cuando su hijo empieza a tener problemas con un compañero del colegio, que abusa de él, no sabe cómo reaccionar. Su situación tiene algo de pesadillesca, aunque de pesadilla leve: no sabe cómo reaccionar ante las amenazas verbales y físicas de un adolescente. No puede enfrentarse directamente a él, porque se arriesga a ser acusado de agresión a un menor y además teme que el muchacho pueda con él. Tampoco puede acudir a la policía, porque imagina que no tomarán en serio la presunta amenaza. La única solución que se le ocurre es intentar aplacar a la bestia a base de ofrendas en forma de dinero, aunque, como es lógico, esta solución no hace más que acrecentar el problema.

Carlos sabe que hay formas más expeditivas de enfrentar el asunto, pero nunca se atrevería: su mente no funciona por impulsos, sino por la más estricta racionalidad, la racionalidad que hace que todos podamos convivir pacíficamente en sociedad. Sin embargo, la gente así necesita sentirse protegida, sobre todo los más aprensivos a la violencia, como el protagonista. Ahí es donde aparece el conflicto: ¿debe renunciarse alguna vez a los principios más sagrados para proteger el bienestar familiar? 

El país del miedo es una obra original e interesante, aunque de estructura algo desproporcionada. Empieza con una interminable descripción de miedos y tarda en entrar en materia, pero una vez asentada en la historia, la novela va de menos a más. Quizá la clave de su interés estribe en que todos podemos sentirnos identificados en cierto modo con un protagonista un tanto pánfilo, pero a la vez tan prudente, racional y civilizado como la mayoría de nosotros. 

sábado, 28 de marzo de 2015

CHAPPIE (2015), DE NEIL BLOMKAMP. EL CORTOCIRCUITO DE ROBOCOP.

Hace pocos años el nombre de Neil Blomkamp saltó a la fama gracias a un debut muy afortunado. En Distrito 9 el espectador disfrutaba de una inteligente trama de ciencia ficción que podía ser leída como una metáfora del mundo actual, lleno de fronteras y de refugiados que anhelan saltar al primer mundo. Su siguiente película Elysium tenía muy buen planteamiento, abundando en la estética feista de ciencia ficción de un futuro inmediato, atreviéndose a llevar los problemas de nuestra sociedad hasta sus últimas consecuencias, pero su trama era muy floja y su último tercio se hacía cansino y repetitivo. Los más optimistas supusimos que este fue un tropiezo pasajero y que en su tercera película Blomkamp daría lo mejor de sí mismo. Lo que nos ha ofrecido es un auténtico desastre de principio a fin.

Y es que de Chappie solo se pueden salvar los primeros diez minutos, cuando presenta la ciudad de Johanesburgo como un foco de delincuencia (al estilo del Detroit de Robocop) que solo puede ser estirpada a través de un cuerpo policial compuesto por robots. Mientras tanto, en la empresa que los fabrica, un joven genio ha descubierto cómo aplicar inteligencia artificial a estas creaciones. Ante la negativa de su jefa a experimentar con su hallazgo, se lleva a casa uno de los robots, pero por el camino es asaltado por tres peculiares delincuentes, que le exigen, nada menos, que ponga a la máquina al servicio de su banda, para saldar una deuda contraída con otro matón casi tan ridículo como ellos.

Y aquí es donde Chappie se convierte en un sinsentido, en una historia sin pies ni cabeza, donde el joven creador aparece por la guarida de los delincuentes cada vez que le apetece para regañarles y todos intentan ganarse los favores de un Chappie al que, más que una inteligencia artificial, parecen haberle instalado un programa salido de los primeros Spectrum. Todo es absurdo en esta película, que oscila entre el drama, la comedia y unas presuntas reflexiones profundas de la ciencia ficción cuyo planteamiento resulta más bien risible. Sus actores, desde un Hugh Jackman que en ningún momento se hace con un papel absolutamente plano, hasta los delincuentes, que por lo visto son en realidad los miembros de un grupo de rock sudafricano, no son capaces de transmitir la más mínima emoción ni credibilidad, porque parecen perdidos en todo momento en una trama confusa y más absurda a cada instante.

Pero lo peor se reserva para el final, porque al sentimiento de incongruencia se une el de vergüenza ajena, algo muy difícil de soportar para un espectador que ha pagado religiosamente su entrada. Es como si Blomkamp se quisiera reir de nosotros a base de ridiculeces cada vez peor disimuladas, con un uso penoso de la cámara lenta y de la música para resaltar momentos presuntamente emotivos. Y no termina aquí la catarata de despropósitos: todavía nos queda por ver el legado del robot: conciencas humanas que pueden ser descargadas directamente a través de un pendrive... Si, como se ha dicho, Blomkamp va a ser el encargado de revitalizar la saga Alien, es mejor que los productores se lo piensen dos veces.

viernes, 27 de marzo de 2015

TERRITORIO LÍQUIDO (2014) DE AA.VV. RELATOS DE LA INCERTIDUMBRE.

 
Hace un par de semanas el suplemento cultural Babelia dedicaba una página al auge de los talleres de escritura. Bajo el título "¿Se puede enseñar a escribir?", publicaba dos artículos discordantes acerca de la verdadera utilidad de la asistencia a estos cursos. Para Ernesto Mallo, servían solo como acicate de un talento ya incipiente, pero para José Antonio Millán, las técnicas del oficio de escritor pueden aprenderse. En lo que ambos coinciden es que es necesario un trabajo intenso para que uno se convierta en algo parecido a un escritor profesional.

Si yo tuviera que contestar a esta pregunta diría que la escritura tiene mucho de irracional, de dejarse guiar por los sentimientos en el momento de plasmar una historia sobre una hoja de papel en blanco. Yo creo que para esta actividad no existen unas reglas ortodoxas: depende a la vez del trabajo duro, de la lectura de buenos autores y de saber aprovechar los estados de inspiración, que en algunos se dan más frecuentemente que en otros. Pero tengo muy claro que un taller de escritura es para el escritor lo que un gimnasio para el deportista: un centro de entrenamiento para mejorar las propias capacidades.

Si bien la escritura por definición ha sido tradicionalmente una actividad solitaria, un enfrentamiento, a veces dramático, con la hoja en blanco, los talleres ayudan a superar los miedos, contando al lado del escritor en ciernes con voces críticas y experimentadas que son capaces de guiar los pasos del alumno. Supongo que no existen fórmulas mágicas que fabriquen a un gran escritor, por lo que hay que apelar a los métodos tradicionales: estimular el talento a base de trabajo. Pero aquí la palabra "trabajo" no tiene por qué ser sinónimo de algo fatigoso, sino más bien de algo tan estimulante como potenciar la imaginación propia. Pero el fruto de este esfuerzo lo describe magistralmente el profesor Rafael Caumel en el prólogo:
 
"Desde hace algún tiempo (al hombre) se le revela un impulso de intervenir la realidad, ha reecontrado la diferencia entre tener y ser, y ese ser nuevamente invocado quiere construir. Ya que el mundo lo deja aparte, ¿por qué no crear otros mundos o recrear el que le ha tocado en suerte? Acepta el deseo de acción, la aspiración de existir. Aunque su piel está desertizada, escucha cómo fluye el agua por debajo. (...) Y se alegra al descubrir que ese territorio líquido no se le escurre entre las manos."

Yo recomendaría leer Territorio líquido despacio, tomando tiempo para degustar cada relato, ya que hay un gran contraste de géneros entre ellos: con componente social, eróticos, fantásticos o microrrelatos muy bien concebidos, que siempre me dejan dándole vueltas a su mensaje oculto. Cada noche antes de dormir he disfrutado dos de estos relatos, ninguno me ha dejado indiferente y alguno ha habido que me ha tenido más tiempo del razonable intentando coger el sueño una vez apagada la lámpara. Desde aquí solo me cabe felicitar a mis amigos Nicolás Pérez y Fernando García de la Cruz, junto a todos sus compañeros por haber concebido un volumen con tanta variedad de registros, que a la vez cuenta con una rara coherencia interna. Creo que hace pocos días se agotó la primera edición. Aprovechen cuando salga la segunda y compren estos fragmentos de realidad y de imaginación. Seguro que les hacen soñar nuevos mundos, vivir vidas distintas, lo mismo que a mí.

miércoles, 25 de marzo de 2015

LA EDAD DE LA NADA (2014), DE PETER WATSON. EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS.

Si hay algo que distingue a nuestra época de los siglos precedentes es que la idea de Dios ya no es parte esencial de la vida cotidiana de muchísimos ciudadanos, sobre todo en occidente. Antes la vida era infinitamente más dura que en la actualidad, pero el hombre común contaba con la esperanza cierta de que su paso por el mundo era algo transitorio, que la auténtica existencia vendría después de la muerte y que una vida virtuosa sería recompensada con el paraíso. La religión podía ser algo opresivo, que controlaba casi todos los aspectos de la sociedad, pero también tenía algo de liberador para mucha gente. Al producirse esta simbólica muerte de Dios, los filósofos y pensadores tenían que encontrar algún sustitutivo, ya sea a través de la ciencia (quizá el mayor enemigo de la religión en la actualidad), o de nuevas maneras de pensar (new age, espiritualidad, filosofías orientales...).

Los gigantes del pensamiento de finales del siglo XIX y principios del XX fueron los que profundizaron la brecha que ya había abierto el pensamiento ilustrado: para Marx, la religión era una droga que impide a las masas despertar y conquistar su dignidad, para Nietzsche, la representación de una moral gregaria y para Freud una ilusión reconfortante que sirve para reprimir instintos latentes. Además, Darwin ya había demostrado que no somos una creación divina, sino el resultado de una larga y cruel lucha en el campo de batalla de la ley de la evolución. Pero ¿qué pasaba con las esperanzas del hombre? ¿podían ser sustituidas por pensamiento racional? ¿es mejor que la fe esté generalizada, aunque intuyamos que se basa en una mentira? ¿la muerte de Dios, tal y como preconizaba Dostoiveski significaba que de pronto todo estaba permitido, que la moral moriría con él?

Este problema que conlleva el fin de la fe, ya fue previsto por el escritor Henry James, tal y como comenta Peter Watson:

"En su opinión, la fe en Dios se ha visto sustituida - o debe serlo - por la convicción de que las ficciones compartidas representan algo más que una simple forma de mentir: son un modo de permanecer unidos, de contemporizar con el deseo y refrenarlo, lo que significa que también constituyen un defecto común y un consuelo, además del reconocimiento tácito de que somos todos criaturas expulsadas del paraíso."

Ciertamente en el siglo XX la historia avanzó demasiado deprisa y muchos de sus hitos son causas o consecuencias de nuevas maneras de pensar que sustituyen a unos dioses por otros, con consecuencias nefastas: el nazismo, el fascismo, el comunismo... En contraste, también el bienestar material que alcanzó cotas nunca vistas en el siglo pasado, contribuyó a que la importancia de la religión se fuera diluyendo. 

Si a estas alturas podemos decir que el gran triunfador del siglo fue el capitalismo. El nuevo Dios que exige sacrificios constantes a cambio de la salvación aquí en la Tierra: el dinero puede conseguir un sustitutivo instantáneo del escurridizo paraíso prometido. De los conflictos íntimos que derivaban de estas nuevas convicciones hablaba en los años treinta Henry Idema:

"Idema señala la confluencia de tres hechos que dan en cristalizar simultáneamente por esos mismos años: la generalización de las neurosis, debido a la desaparición del consuelo que la gente había venido obteniendo hasta entonces a través de las iglesias dominantes; la "privatización" de la religión; y un alejamiento de las tradiciones religiosas compensado por la aproximación reverencial a la opulencia y el materialismo."

Así pues, las certezas del pasado quedan sustituidas por un volumen cada vez más apabullante de información, un auténtico supermercado de ideologías, creencias y filosofías, en el que el hombre tiene libertad de elegir,  pero ante el que comúmente se siente perdido. Ante esto las religiones reaccionan intentando encontrar un sentido racional a su mensaje. Pero al final tenemos que buscar por nosotros mismos como vivir, como comportarnos y como salvarnos. Así lo expresa el canadiense Mark Kingwell:

"Otro de los aspectos del capitalismo moderno que contribuyen a la infelicidad es el enorme volumen de información con que nos inundan la existencia, circunstancia que hace que muchas personas tengan la sensación de estar quedándose rezagadas - generándose así un síndrome al que Kingwell da el nombre de "ansiedad de la puesta al día" y cuyos síntomas se concretan en la íntima convicción de que es preciso "recuperar el retraso", una disposición de ánimo que mina nuestras energías - . Nos hallamos sencillamente saturados de contenidos culturales, con el agravante de que apenas tenemos oportunidad de hallarle sentido al contexto en el que se vierten todas estas informaciones. Y como es obvio, todo esto obstaculiza y torpedea nuestro deseo de plenitud."

El de Peter Watson es uno de esos estudios amplios e inagotables, ricos en información y en sugerencias de nuevas lecturas, de profundización en un tema tan apasionante. Es imposible resumir aquí los autores citados, las doctrinas y las tendencias sociales que se tratan en cada uno de los capítulos de este grueso volumen. Uno solo puede sentir admiración por la erudición del autor de otras obras también de grueso calibre como Ideas o Historia intelectual del siglo XX

sábado, 21 de marzo de 2015

CALLE MAYOR (1956), DE JUAN ANTONIO BARDEM Y LA SEÑORITA DE TREVÉLEZ (1916), DE CARLOS ARNICHES. LA BROMA INFINITA.

La imagen final de Calle Mayor, con esa mujer caminando bajo la lluvia en absoluto desamparo es la viva estampa de las ilusiones rotas, del futuro incierto que a su vez padecía gran parte de los ciudadanos de este país en los años cincuenta del siglo pasado. La de Bardem es una obra grande porque trasciende la mera anécdota de la broma cruel de unos señoritos que se saben amparados por la excusa de un aburrimiento sin moral, que lo devora todo en una pequeña ciudad de provincias. Ha sido una alegría poder contribuir al Festival de Málaga con una de las grandes joyas de nuestro cine. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/03/calle-mayor.html

viernes, 20 de marzo de 2015

MAGICAL GIRL (2014), DE CARLOS VERMUT. LA MUJER PERTURBADA Y PERTURBADORA.

“El misterio es muy importante en la vida, muy bonito. Y está desapareciendo en las pantallas, las películas van muy mascadas. Añoro a Saura, Buñuel, Lynch… Hoy parecen no tener cabida más que el ya y el ahora. Y lo que se ve se consume automáticamente. En cambio, yo espero que mi película acompañe al espectador varios días, y que ellos en su cabeza vayan completándola”, declaraba el año pasado el cineasta Carlos Vermut, cuando presentó Magical Girl en el festival de San Sebastián. Y es verdad que esta es una de esas películas que no dejan indiferente. Tiempo después, uno sigue dándole vueltas a esta historia fascinante, que va desde la inocencia más absoluta a la depravación más aberrante.

Porque lo que activa la historia que cuenta Magical Girl es un deseo. Un deseo que debe cumplirse, porque lo ha pronunciado una niña enferma de leucemia, un mal irreversible que solo puede combatirse haciendo su existencia más llevadera. La intención de hacer el bien, a veces engendra los peores infiernos. El padre de la niña está en paro y el traje que ilusiona a su hija, el de la protagonista de una serie manga, está muy por encima de sus posibilidades financieras. El destino le va a deparar un encuentro con Bárbara, una mujer de belleza perturbadora, que parece llevar la semilla de la desgracia a cuantos se cruzan con ella.

Bárbara está casada. Su marido es un médico prestigioso y de dinero, que solo puede dominarla a base de analgésicos. La existencia de Bárbara es extraña: casi todo el tiempo sola con sus pensamientos encerrada en un piso de lujo. Luis, el padre de la niña, va a ver en ella el instrumento para cumplir sus deseos, por lo que no duda en hacerle chantaje. Para conseguir el dinero, la mujer deberá volver brevemente a su antiguo mundo, a una especie de prostitución de lujo para satisfacer los deseos más depravados de clientes muy ricos. Su cuerpo desnudo está marcado por terribles cicatrices, al igual que su rostro, sangrando de un herida reciente con la que ella parece sentirse muy cómoda.

Está claro que la propuesta de Vermut no es para todo tipo de público. Hay que sentarse en la butaca y saborearla poco a poco, entrando, casi sin darnos cuenta, en un mundo de reglas muy particulares, que se aleja progresivamente del nuestro. La presencia en el tramo final de un gran actor como José Sacristán no hace sino añadir calidad a lo que ya era, sobre todo a partir de su primera media hora, una de las películas españolas más estimulantes de los últimos tiempos, que es capaz de moverse entre géneros con una naturalidad poco común. El minimalismo del que hace gala Carlos Vermut a la hora de filmar no es sino el marco de unos personajes muy complejos, que por momentos parecen carecer de libre albedrío. Habrá que tener muy en cuenta las próximas obras de quien ya se postula como uno de los grandes directores de nuestro cine.

martes, 17 de marzo de 2015

UN UNIVERSO DE LA NADA (2012), DE LAWRENCE M. KRAUS. ¿POR QUÉ HAY ALGO EN VEZ DE NADA?


Nuestra galaxia contiene cientos de miles de millones de estrellas. Y el universo observable desde nuestra posición incluye unos cuatrocientos mil millones de galaxias. Cifras realmente inconcebibles, que nos hablan de lo pequeños que somos y del enorme misterio que nos envuelve. A científicos como Carl Sagan, toda esta realidad, distando mucho del sentimiento religioso irracional, les provocaba reverencia. Toda la materia proviene de un mismo punto, de un mismo instante. Y eso tiene también que ver con nuestra propia composición:

"Uno de los hechos más poéticos de los que tengo constancia, al respecto del universo, es que, en lo esencial, todos los átomos de nuestro cuerpo estuvieron antes en una estrella que explotó. Más aún: los átomos de su mano izquierda y su mano derecha, probablemente, procedían de estrellas distintas. Todos somos, literalmente, hijos de las estrellas; nuestros cuerpos están hechos de polvo de estrella."

Lo más curioso de todo es que cuanto más se investiga en torno al Universo, surgen más preguntas que respuestas. Estamos bastante seguros de su edad, unos trece mil millones de años y de que surgió a partir de una gran explosión. Pero nuevas pruebas empiezan a evidenciar algo absolutamente fascinante: es muy posible que toda la materia existente provenga de la nada más profunda, es decir, del espacio más vacío. Y puede que dentro de algunos cientos de miles de millones de años la expansión del cosmos se contraiga y vuelva a la nada originaria.

Además, existe otro misterio que posiblemente se resolverá a más corto plazo: el de la energía oscura, que de algún modo contrarresta la fuerza de la gravedad y consigue que el Universo esté en expansión. Otra pregunta (la que intenta contestar el magnífico ensayo de Brian Greene, La realidad oculta) es si este es el único Universo existente o si es uno entre infinitos, con reglas físicas variables, aunque no podamos acceder a ellos. Muchas de estas preguntas pueden resolverse con el estudio de las partículas más pequeñas que conforman la materia. Pero seguro que de cualquier respuesta surgirán otras tantas preguntas nuevas.

Ante todo esto, es posible, a pesar de tal cantidad de galaxias, que seamos los únicos seres capaces de plantearse esas preguntas. Esto es atormentador y fascinante al mismo tiempo, entre otras cosas porque es posible que los seres humanos del futuro (un futuro lejano) no tengan acceso a nuestra visión del Universo, puesto que para entonces el resto de galaxias estarán tan alejadas de la nuestra que no podrán observarse. 

Para Lawrence Kraus, como no podía ser de otra manera, el único método de buscar respuestas está en la ciencia, una disciplina que debe probar sus postulados y que los somete constantemente a nuevas revisiones. Y estas conclusiones pueden que nos gusten más o menos, pero prueban algo: que el Universo es indiferente a nuestra existencia, pero a la vez pone a nuestra disposición sus misterios para que los vayamos desentrañando poco a poco:

"Si deseamos extraer conclusiones filosóficas sobre nuestra propia existencia, nuestra significación y la del propio universo, nuestras conclusiones tienen que basarse en conocimiento empírico. Una mente verdaderamente abierta supone obligar a nuestra imaginación a que se adecúe a la realidad demostrada, y no viceversa, tanto si nos gusta lo que ello implica como si no."

domingo, 15 de marzo de 2015

SELMA (2014), DE AVA DUVERNAY. UN PUENTE LEJANO.

A veces la historia avanza por unos derroteros caprichosos, completando sus tareas a través del camino más difícil. Todo esto lo tenía en consideración Martin Luther King en 1965, cuando quiso culminar de manera efectiva el proceso de reconocimiento de derechos civiles - sobre todo el derecho al voto - de la población negra en Estados Unidos, algo que estaba ya se había acatado a nivel estatal, pero que en la práctica no se practicaba en los Estados del Sur, que interponían al respecto toda clase de trabas administrativas al procedimiento de inscripción en el censo, cuando no usaban formas de intimidación más directa. Además, tampoco solían investigar con demasiado celo los asesinatos de afroamericanos que se producían de cuando en cuando (una de las primeras escenas de Selma muestra en toda su crudeza el momento en el que una bomba siega la vida de varias niñas). Para King, que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz, era muy difícil argumentar ante su gente que el movimiento debía mantener siempre su postura no violenta. Otros líderes como Malcolm X se oponían a esta visión. Mientras tanto, el presidente Johnson, trataba de ganar tiempo, reconociendo a King como su interlocutor, intentaba que el Movimiento por los Derechos Civiles no se radicalizara.

Esta lucha valiente y pacífica que el doctor King supo mantener durante años, con gran desgaste de su salud y su vida personal, tenía que tener su punto culminante en la pequeña localidad de Selma, donde los activistas habían realizado un gran trabajo logístico para organizar la marcha hasta Montgomery, capital del Estado de Alabama, para intentar convencer al gobernador, el tristemente recordado George Wallace, de que debía hacer mucho más para proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos negros. 

El primer intento culminó con la carga policial en el puente Edmund Pettus, un acontecimiento digno de figurar con letras de oro en la historia universal de la infamia, en el que decenas de policías a caballo atacaron a una masa indefensa con una violencia inusitada, mientras el país asistía al espectáculo por televisión. Lejos de amedrentarse, King realizó un llamamiento a las fuerzas progresistas de la nación para que le acompañaran en una segunda marcha. 

Aunque al principio Selma parece centrarse casi en exclusiva en la figura de Martin Luther King, pronto deviene en un estupendo fresco histórico que trata con rigor diversos aspectos de aquel episodio: las tensiones en el propio movimiento de derechos civiles entre quienes querían seguir las movilizaciones pacíficas y quienes exigían una respuesta a la violencia institucional, las reuniones con un presidente Johnson excesivamente paternalista y los propios problemas de King con su mujer (recordemos donde se encontraba la horma de su zapato, aunque el film no hurga demasiado en esa herida). El actor David Oyelowo compone a un líder cansado, dubitativo, abrumado por su inmensa responsabilidad y sediento de tranquilidad, pero que a la vez siente que no puede abandonar la lucha, que parte de su personalidad es la de un mártir, el mártir que acabará siendo pocos años después (en este sentido es bueno acercarse a la novela Como la sombra que se va, de Antonio Muñoz Molina, que ofrece valiosos apuntes de los entresijos de aquellos años).

Si algo consigue la película de Duvernay es apelar a los sentimientos del espectador, pero sin intentar manipular los mismos, cuando muestra la manifiesta y cobarde injusticia practicada contra gente pacífica, que estaba dispuesta a morir por una causa justa. Si al final esta gente alcanzó su victoria y su dignidad fue porque ganaron la batalla de una opinión pública que no podía tolerar esa violencia a plena luz del día y ante las cámaras. Mientras Estados Unidos comenzaba su costoso despliegue en Vietnam, era incapaz de enviar efectivos a proteger a sus propios ciudadanos de los esbirros de un gobernador fascista. Resulta siempre penoso que tengan que producirse muertes antes de que las autoridades se decidan a aplicar la ley con todo su rigor. Las imágenes históricas que se muestran, mientras suena un estupendo y emotivo tema de Fink, nos enseñan que el odio y la intolerancia, en forma de amenazas y banderas confederadas, estuvieron siempre acompañando la marcha hasta Montgomery.

Es una pena que una película histórica tan equilibrada como Selma vaya a a tener tan poca repercusión en nuestro país. La represión del puente Edmund Pettus, de la que se conmemoró el cincuenta aniversario hace un par de semanas, en presencia del presidente Obama, es un hecho poco conocido entre nosotros, un ejemplo de como la intolerancia puede campar a sus anchas si quienes deben hacerlo, abandonan sus responsabilidades. Todavía hoy día la lucha de King dista de estar culminada. Solo hay que asomarse a los disturbios raciales que se están produciendo estos días en Ferguson. En cualquier caso, que haya sido posible colocar a un presidente negro en la Casa Blanca era algo inimaginable hace solo cinco décadas, mientras los policías de Wallace golpeaban con saña a mujeres y niños.

viernes, 13 de marzo de 2015

UNA MUJER EN BERLÍN (1954), DE MARTA HILLERS. LOS RESCOLDOS DE LA AMARGA DERROTA.

De entre todas las grandes derrotas que se registran en distintas épocas, pocas tienen tan acusado el componente de venganza de la historia, que experimentaron los alemanes en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Después de haber arrasado Europa con sus ejércitos, los nazis encontraron en la Unión Soviética a un enemigo formidable, dotado de inmensos recursos humanos y naturales, a la que estuvieron a punto de arrodillar en un par de ocasiones. Pero que al final el Ejército Rojo, aprendiendo de sus sangrientos errores, acabó devastando a la Wehrmacht, a pesar de que el país sufrió veinticinco millones de muertos. La misma autora reconoce el carácter absoluto y sin precedentes del desastre sufrido:

"Nuestra desgracia alemana tiene un regusto a náusea, enfermedad y locura. No se puede comparar con nada histórico."

Cuando penetraron en Alemania, los soviéticos llevaban implícito un irresistible deseo de ajustar las cuentas, estimulado por Stalin. Y es que las matanzas que los nazis habían organizado contra los civiles en territorio soviético no debían quedar sin respuesta. Como cuenta con detalle Antony Beevor en su magnífico libro Berlín, la caída, los soldados rojos no mostraban demasiados miramientos con la población alemana, que solía huir aterrorizada antes de su llegada (lo que sucedió sobre todo en Prusia y en el Este de Alemania), sobre todo porque pronto se labraron una justificada reputación de violadores y saqueadores. 

Acerca de las atrocidades de los nazis en los países ocupados se han escrito ríos de tinta, pero los sufrimientos de los propios alemanes en los últimos años de la guerra no se comenzaron a estudiar en profundidad hasta hace pocos años. Porque bien es cierto que antes de la ocupación efectiva de su territorio sus ciudades y pueblos hubieron de sufrir salvajes bombardeos aéreos que destruyeron joyas urbanísticas como Dresde, Colonia, Hamburgo o el mismo Berlín.

Uno de estos habitantes del Tecer Reich que esperaban con temor y ansiedad la llegada de los rusos era Marta Hillers, una mujer de carácter cosmopolita y liberal que había visitado la Unión Soviética unos años antes. Respecto a su libro Una mujer en Berlín (hasta no hace mucho tiempo, un texto de carácter anónimo), se suscitó desde el mismo momento de su aparición una gran polémica acerca de su autenticidad. Al final, cuando se ha conocido el nombre de la autora, se ha podido corroborar que sus manuscritos de aquellos días son la base de la obra. En cualquier caso, la narración habla por sí misma al lector y exhala veracidad por los cuatro costados, sobre todo por el grado de detalle de hechos y descripciones, que solo podrían haber sido concebidas por quien estuvo allí. 

Las anotaciones de Una mujer en Berlín comienzan el 20 de abril de 1945, cuando ya la capital alemana está a tiro de la artillería de los rusos y los civiles berlineses pasan casi todo el tiempo escondidos en refugios. La situación es confusa, las noticias se suceden, pero algo está claro: los soviéticos están asestando su golpe final a la Alemania nazi y llegan con ganas de venganza. La única duda es si esta última batalla durará días o meses, aunque todavía queda algún fanático que confía en la victoria de Alemania. Hillers, prefería que lo que tuviera que suceder, sucediera lo antes posible: 

"A veces deseo que todo hubiera pasado ya. Tiempos extraños. Una experimenta la historia de primera mano, sucesos que luego serán canciones y textos. Sin embargo, ahora, en su proximidad se convierten en miedo y en pesada carga. La historia es muy pesada."

Como era previsible, nada más llegar al barrio en el que residía la autora, los soldados rusos se lanzaron a violar mujeres alemanas. Resulta impresionante en ocasiones el relato de la autora cuando ella es la víctima:  

"huele a aguardiente y a caballo... entonces, el que está encima de mi deja caer lentamente en mi boca la saliva acumulada en su boca"

No importaban ni la condición física ni la edad. Muchas, algunas todavía prácticamente niñas, otras incluso ya ancianas, hubieron de sufrir violaciones múltiples, mientras los hombres arios superiores, que debían haberlas protegido, huían o se escondían del enemigo:

"Una y otra vez voy notando en estos días cómo se transforma mi percepción de los hombres, la percepción que tenemos todas las mujeres en relación con los hombres. Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres. El mundo nazi de glorificación del hombre fuerte, el mundo dominado por los hombres… se tambalea y con él se viene abajo también el mito «hombre». En las guerras de antaño, los hombres podían reclamar el privilegio exclusivo de matar y morir por la patria. En los tiempos actuales, las mujeres también participamos. Este hecho nos modifica, hace que nos volvamos descaradas. Cuando acabe esta guerra tendrá lugar, junto a otras muchas derrotas, también la derrota de los hombres en su masculinidad."

E incluso en alguna ocasión, animaban a las mujeres a que no se resistieran, presumiblemente para evitar enfurecer aún más al enemigo:

"Nuestros hombres, me parece a mí, tienen que sentirse por fuerza más sucios que nosotras, mujeres maculadas. En la cola del agua contaba una mujer cómo un vecino la increpó en el refugio cuando los Ivanes se la llevaban y ella se resistía: «¡Vamos, vaya de una vez! ¡Nos está poniendo a todos en peligro!» Es una pequeña nota a pie de página sobre la decadencia de Occidente."

Así pues, durante días interminables, la mujer fue una especie de trofeo de guerra ofrendado a las tropas vencedoras. Como mal menor, Hillers intentó acercarse a algún alto oficial, en busca de comida y protección, aunque esta táctica solo podía funcionar durante algunas jornadas. Poco a poco los ardores bélico-sexuales de los soviéticos se fueron calmando y las prioridades empezaron a ser otras: la búsqueda de recursos básicos, la reconstrucción del amasijo de ruinas en el que se había convertido la ciudad y la convivencia con la nueva administración. Mientras tanto a los combatientes que habían crecido bajo un estricto régimen comunista, les asombraba la abundancia de la vida occidental y saqueaban todo lo que podían, poniendo especial énfasis en los relojes de pulsera, una especie de objeto de distinción social entre ellos, ya que en la Unión Soviética era prácticamente imposible conseguir uno.

Al igual que en el Ejército Soviético los contrastes eran muy acusados entre unos soldados de extracción campesina, primitivos y brutales y otros de carácter eminentemente intelectural, lectores de Tolstói o Chéjov, la ocupación soviética intentó alimentar a la población alemana, pero a la vez la usó sin muchos miramientos como mano de obra semiesclava en el saqueo industrial de Alemania, antes de que llegaran los aliados estadounidenses e ingleses. En cualquier caso, cualquier concesión de los soviéticos a la población era recibida con esperanza:

"Se nos pintó tantas veces en las paredes que las potencias enemigas nos llevarían a la muerte por hambre y a la completa extinción física, que cada pedazo de pan, cada alusión a que se nos va a seguir suministrando alimentos, nos deja pasmados. En ese sentido, Goebbels preparó perfectamente el terreno a los vencedores. Cada pedazo de pan de su mano nos parece un regalo."

Una mujer en Berlín es una obra maestra de la crónica histórica, escrito por una mujer que, mientras sufre la historia en sus propias carnes, es capaz de ser objetiva en las descripciones de lo que sucede a sus alrededor en un tiempo marcado por la incertidumbre absoluta acerca del destino propio. Si es cierto que la historia la escriben los vencedores, a veces la voz de los vencidos también puede llegar hasta nosotros, en forma de relato de quienes sufrieron la terrible sentencia bíblica: "ojo por ojo, diente por diente". Por desgracia suele suceder que la venganza recaiga en los más débiles e inocentes. 

martes, 10 de marzo de 2015

MAMMA ROMA (1962), DE PIER PAOLO PASOLINI. VIDA EN LA PERIFERIA.

La nueva película de Abel Ferrara, de estreno inminente en España, va a volver a poner de actualidad al director italiano, un tipo tan heterodoxo como fascinante. Aunque no he tenido oportunidad de leer ninguna de sus novelas, sí que puedo decir que en su cine volcó buena parte de sus contradicciones vitales: desde la religiosidad más serena en El evangelio según san Mateo al sadismo más virulento de Saló, pasando por lo burlesco en Pajaritos y pajarracos. De la entrevista que concedió para el libro colectivo Entrevistas con directores de cine italianos, de José Ángel Cortés, me quedo con la comparación que establece entre la literatura y el cine, un tema que a mí siempre me ha apasionado:

"Mientras la literatura se expresa a través de un sistema de signos para expresar la realidad, el cine lo hace a través de la realidad misma. Como ve, la diferencia es tan grande que resulta un poco absurdo pretender hacer un parangón. Las comparaciones se pueden hacer en un campo no técnico no lingüistico. Es decir, en un campo espiritualista. Yo puedo afirmar que sustancialmente, en lo que respecta a la manifestación de mi espíritu, la literatura y el cine son la misma cosa. Pero, repito, en un nivel espiritualista. Para concluir insisto en que una confrontación entre la expresión literaria y la cinematográfica es una comparación entre dos miembros técnicos lingüisticos sin posible comparación entre sí."

Mamma Roma está influida por el movimiento neorrealista, pero lo trasciende, porque Pasolini imprime a su cine un sello personal e inconfundible. Si bien retrata un barrio decadente de la periferia de Roma el lugar, más que ocasión de denuncia social, es el escenario perfecto para retratar las andazas de sus personajes, sobre todo de su protagonista, interpretada por Anna Magnani. La Mamma Roma de Magnani es una mujer ya madura, pero con muchas ganas de vivir. Mantiene una relación conflictiva con su pasado como prostituta. No se avergüenza del mismo - le ha ayudado a sobrevivir y a lograr su independencia actual - pero tampoco se enorgullece. En cualquier caso, sus vecinos aceptan con naturalidad su pasado. Ante el mundo se muestra como la típica mujer meridional, expresiva y amante de las relaciones sociales. Su debilidad es su hijo, un joven de dieciseis años del que no se ha podido ocupar como hubiese querido y ha resultado tan iletrado como ella. Su obsesión será que el muchacho no comparta un destino tan sórdido como el suyo, aunque no sabe muy bien como orientarle por un camino que ella misma no conoce. Cuando mejor queda retratada es en esas escenas nocturnas en las que la cámara la acompaña en su paseo y conversa con distintos personas (antiguos clientes casi todos), hablando de sus problemas y de la vida en general.

La periferia de Roma juega en el film de Pasolini como un personaje más: en el horizonte puede verse el perfil de los edificios que habita la clase media y al fondo las torres de las iglesias del centro histórico de la ciudad. Pero los habitantes del barrio están condenados a pasear por un descampado en el que no faltan unas evocadoras ruinas que seguramente tendrán siglos de antigüedad. Son personajes con conviven con naturalidad con la sordidez, con la pequeña delincuencia y con el comercio carnal ocasional. Si algo me resulta desconcertante de Mamma Roma es el destino final del hijo de la protagonista, algo que descoloca si uno se atiene al resto del metraje, pero que es una muestra más de que Pasolini no se atenía a convenciones, ni siquiera en su segunda película.

domingo, 8 de marzo de 2015

LA NEGACIÓN DE LA MUERTE (1974), DE ERNEST BECKER. CUANDO SEAMOS POLVO DE NUEVO.



Si lo pensamos bien, nuestro paso por el mundo tiene mucho de aterrador. Nacemos sin haberlo pedido en un lugar del que no conocemos bien las reglas, absolutamente repleto de peligros, en el que es sencillo padecer toda clase de dolores, ya sea de índole física o espiritual. Además, no sabemos si la vida tiene un sentido o somos fruto de la casualidad, si el absurdo del que hablaban los existencialistas es nuestra auténtica realidad. La vida es como un juego en el que manejamos un cuerpo que debemos preservar lo mejor posible, para vivir el máximo número de años. Para algunos la meta es el conocimiento, para otros el placer, para otros las búsqueda de Dios. También hay quien vive por vivir, sin hacerse demasiadas preguntas. Pero lo que es seguro es que al final de todo nos espera la muerte.

Hasta que se demuestre lo contrario, el ser humano es la única criatura con conciencia de sí mismo que existe en un universo que se nos presenta como una inmesidad fría y vacía. Uno de los primeros vacíos que ha de llenarse con la creación de un sistema cultural es precisamente el sentido de la existencia. El hombre debe sentirse partícipe de una comunidad en la Tierra y destinado a una existencia mejor en el cielo, para estar conforme con su destino:

"Una de las cosas que observamos cuando contemplamos la historia es que la conciencia de la creatura siempre está absorta en la cultura. La cultura se opone a la naturaleza y la trasciende. La cultura es en su intento más heroico la negación de la creaturabilidad. Pero esta negación es más eficaz en unas épocas que en otras. Cuando el ser humano vivía a salvo bajo el amparo de la imagen del mundo judeo—cristiano, formaba parte de un gran todo, dicho de otro modo, su heroísmo cósmico había sido completamente erradicado, era inequívoco. Procedía de un mundo invisible y aparecía en un mundo visible por la obra de Dios, realizaba su deber con él viviendo su vida con dignidad y fe, casándose como deber, procreando como deber, ofreciendo toda su vida —como hizo Cristo— al Padre. En compensación, era justificado por el Padre y recompensado con la vida eterna en la dimensión invisible. Poco importaba que la Tierra fuera un valle de lágrimas, de horribles sufrimientos, de inconmensurables, tortuosas y humillantes mezquindades diarias, de enfermedad y de muerte, un lugar al que el ser humano sentía que no pertenecía, «el lugar equivocado», como dijo Chesterton."

Conociendo su lugar en el mundo, el humano puede trascender su condición y sentirse un héroe. Incluso los más débiles, si sienten que tienen a Dios de su lado, restan importancia a sus desgracia. Es más, le otorgan sentido al sufrimiento, como un avatar que prueba sus merecimientos para una recompensa en el más allá. Ahí está una de las claves - quizá la más importante - del triunfo del cristianismo y otras religiones. El héroe es quien no tiene dudas, quien conoce todas las claves de la existencia y la espléndida recompensa final que le espera. También puede que dicha recompensa no se encuentre después de la muerte, sino en un futuro utópico que se origina de lo sembrado con el trabajo duro y el sacrificio, como enseña la religión comunista:

"Cada sistema cultural es una dramatización de las heroicidades sobre la Tierra; cada sistema configura papeles para actuar con diferentes grados de heroísmo; desde el heroísmo “de lujo” de un Churchill, un Mao o un Buda al “barato” heroísmo del minero, del labriego o del cura; el heroísmo escueto, de cada día, terrenal, forjado por manos nudosas de trabajador que conduce a su familia a través del hambre y la enfermedad."

El desarrollo de la civilización ha traído indudables ventajas a la humanidad: la organización social, que permite una convivencia ordenada y cooperativa (a pesar de las guerras, una losa que todavía se usa como respuesta al conflicto), el alargamiento de la vida, el refinamiento del arte y la cultura. Pero también ha creado nuevas angustias internas que surgen del cuestionamiento de las formas de vida establecidas durante siglos. La ciencia, nuestro instrumento más confiable, no nos puede ofrecer respuestas acerca de lo que sucede tras la muerte, si es que sucede algo. De pronto existe la posibilidad de que seamos seres finitos, una mera mota de polvo en la vida del universo. Entonces, el hombre, ese "animal hiperansioso que inventa constantemente razones para su ansiedad, incluso cuando no existe ninguna" se queda solo consigo mismo. No solo es que no pueda negar ya la muerte, sino que tampoco puede negar la posibilidad de la extinción absoluta. 

Por eso a veces, en los peores momentos, enviadiamos la sencillez de antaño, la del campesino que contaba con la plena seguridad de una plaza en el cielo (aunque también estaba la posibilidad de ir al infierno, lo que seguramente también provocaría grandes dosis de ansiedad). La religión surge así como la gran mentira infantil, la gran ilusión que necesita la mayoría como basamento de su felicidad personal. Sin embargo, también buscamos sustitutos, en la ciencia, en la política o en el arte. Como dice Otto Rank, la gran influencia de Becker: 

"Con la verdad, no podemos vivir. Para poder vivir necesitamos ilusiones, no sólo ilusiones externas, como el arte, la religión, la filosofía, la ciencia y el amor, sino ilusiones internas que en primer lugar condicionan las externas [es decir, una sensación de seguridad de los propios poderes activos y de ser capaces de contar con los poderes de los demás]. Cuanto más pueda una persona aceptar la realidad como la verdad, la apariencia como esencia, mejor adaptada estará y más feliz será [...] este proceso siempre eficaz de autoengaño, de fingir y de equivocarse, no es un mecanismo psicopatológico."

Y todo esto resulta doblemente absurdo cuando reflexionamos de donde venimos, cuando investigamos acerca de la evolución, la ley más inexorable de la creación:

"Qué podemos hacer en una creación en la que la actividad rutinaria de los organismos es descuartizar a otros con los dientes, de todas las maneras posibles: mordiendo, triturando carne, tallos de plantas y huesos entre los molares, engullendo vorazmente la pulpa hacia el esófago con fruición, incorporando su esencia en nuestro propio organismo para defecar después los residuos con fetidez nauseabunda y ventosidades. Todos intentando incorporar a otros que le resulten comestibles."

Escrita a las puertas de su propio fallecimiento por Ernest Becker, La negación de la muerte es, a pesar de todo, una obra que transmite serenidad. Bajo la influencia del psicoanálisis de Freud, Becker no puede ofrecernos una respuesta definitiva, pero sí retratar a un ser humano confuso, aterrado en ocasiones, que se enfrenta siempre a una perspectiva incierta. La única solución, al menos por ahora, estriba en el autoconocimiento, en aceptarnos como seres limitados y aceptar la muerte como algo tan natural como la vida. Simplemente algún día nos tocará irnos "con la mayoría", como decían los romanos. Quizá nuestro actual conocimiento de los mecanismos del cerebro humano hayan dado al traste con algunas de las afirmaciones de La negación de la muerte, pero la lectura de este premio Pulitzer sigue siendo tan estimulante como hace cuarenta años.

martes, 3 de marzo de 2015

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN MARZO. LITERATURAS SUBTERRÁNEAS.

Es habitual en mí, y supongo que en muchos de ustedes, buscar las librerías cuando se visita una ciudad desconocida. Todavía quedan algunos lugares - cada vez menos - que no son clónicos, que tienen espacio para editoriales y libros alternativos a los de la cultura oficial. De vez en cuando me gusta acercarme a ellos. Aunque el tiempo que uno tiene reservado para la lectura nunca es suficiente, de vez en cuando me gusta acercarme a autores absolutamente desconocidos para el gran público (muchas veces amigos y conocidos para mí) y descubrir una forma de literatura que en ocasiones es mucho más pura y en ocasiones incluso ingenua que la vemos en las mesas de novedades. Pero precisamente por eso resulta tan interesante, tan innovadora. El viernes tendré ocasión de asistir a la segunda presentación del libro de relatos colectivo Territorio líquido. Este mes no pasa sin que lo lea.

En el club de lectura de Más Libros Libres, una novela de un autor español joven, pero ya consagrado. Creo que es la que le dio a conocer. El país del miedo, de Isaac Rosa.

En el club de lectura de ensayo de Más Libros Libres, lectura temática en torno al día de la mujer. Nada menos que Una mujer en Berlín, de Marta Hillers (no hace mucho se conoció el nombre de la autora). Relato de las vejaciones y humillaciones que tuvieron que sufrir las mujeres alemanas a la llegada del Ejército Rojo en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, todo un clásico de nuestras letras que yo ya tuve ocasión de leer el año pasado: Niebla, de Miguel de Unamuno.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, un libro y una autora totalmente desconocidos para mí (esto siempre puede ser un estímulo), aunque el título suene a best seller: La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, de Sabina Berman.

En el club de lectura del Centro Andaluz de las Letras, buena literatura contemporánea NW London, de Zadie Smith. Y en el de ciencia ficción, todo un clásico que fue objeto el año pasado de una adaptación cinematográfica que pasó sin pena ni gloria: El juego de Ender, de Orson Scott Card.

En el club de lectura de la librería Luces, el último premio Nobel, que últimamente aparece con facilidad en estos talleres: En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano.

En el club de lectura de la Casa del Libro, John Steinbeck, siempre garantía de calidad (si no lo creen, lean Las uvas de la ira, absoluta obra maestra), con El pony rojo.

En el club de lectura Encuentro con los clásicos, de Arroyo de la Miel, un libro del gran Adolfo Bioy Casares: El perjurio de las nieves.

Y en el Ateneo de Málaga, parecen querer complementar al anterior, invocando a su gran amigos Jorge Luis Borges, con la impresionante colección de cuentos El Aleph.

En el club de lectura de la Fnac Málaga, también apuestan por los clásicos, con un contemporáneo de Charles Dickens: La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty, de William Thackeray.

Este mes, el ciclo Literatura y cine, se viste de gala, puesto que creo (a falta de una última confirmación) que va a formar parte del programa oficial del Festival de cine español de Málaga. Y lo hace con una de las obras imprescindibles de nuestro cine: Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem.

El resto de cine forums traen también propuestas interesantes: Italiano para principiantes, de Lone Scherfig en Más Libros Libres (una obra que se inscribe en el movimiento Dogma), y Amarcord, la película más popular de Fellini en el Ateneo.

Parece que el tiempo invita por fin a realizar lecturas al aire libre. Pero no se fíen demasiado, que andamos todavía por marzo. ¡Felices lecturas!

domingo, 1 de marzo de 2015

EL FRANCOTIRADOR (2014), DE CLINT EASTWOOD. EL AMERICANO IMPASIBLE.


A veces me pregunto cómo es posible que la humanidad todavía no haya aprendido, que todavía se recurra a un método tan salvaje como la guerra para solventar los inevitables conflictos de intereses entre países, grupos o etnias. Aunque a veces la apuesta sale muy bien para una de las dos partes, es usual que las cosas no transcurran según los planes previstos por parte del agresor y que lo que se esperaba resolver en pocas semanas se eternice y se convierta en una pesadilla irresoluble. Le sucedió a Napoleón en España, a los alemanes en Francia en la Primera Guerra Mundial, en Rusia en la Segunda y a los americanos en Vietnam. En todo caso, el Clint Eastwood cree tener la respuesta en una entrevista que ofrece la revista Dirigido de febrero de este año:

"(...) creo que la guerra está en nuestro ADN. Una de las cosas que Estados Unidos ha estado haciendo en todos estos años es tratar de introducir la democracia en muchos países del mundo, y la realidad es que no la quieren. Por eso es una buena pregunta cómo se termina y si se termina. Los filósofos siempre han dicho que el fin de la guerra llegará cuando la humanidad recupere la razón, pero eso puede no ocurrir nunca. Pero es un tema sobre el que no vale la pena debatir demasiado, porque la realidad es que la guerra existe, es parte de la vida."

La Guerra de Irak (o cabría decir, la segunda Guerra de Irak en este caso) surgió de unas circunstancias tan especiales como inesperadas. Los ataques del 11 de septiembre, sangrientos y dolorosos, desataron una fiebre de venganza en toda la nación norteamericana, que el presidente George Bush no hizo sino alentar desde su estrado. Por eso no le fue difícil convencer a sus compatriotas (con el resto del mundo no lo consiguió), de que el gobierno iraquí estaba detrás de los atentados. Obviando a la ONU, a las masivas manifestaciones en contra celebradas en cientos de ciudades del mundo y a la más elemental prudencia, Estados Unidos se embarcó en un conflicto que, una década después, ofrece un saldo lamentable: cientos de miles de muertos y de heridos, ciudades arrasadas, una retirada del ejército estadounidense por la puerta de atrás y establecimiento, en una buena franja del país, del llamado Estado Islámico, que cada día ofrece material audivisual a los telediarios del mundo entero con la perpetración de una nueva barbaridad. La última, la destrucción de estatuas asirias y sumerias de milenios de antigüedad.

Todo esto nos pone en antecedentes respecto a la historia que se cuenta en El francotirador. Chris Kyle se hizo famoso en Irak por ser el tirador con más muertes confirmadas en su haber en la historia del ejército estadounidense, unas ciento sesenta. Poco antes de su absurda muerte publicó unas memorias en las que ofrecía una visión de sus experiencias en el conflicto. En el film Kyle aparece - supongo que será un retrato fidedigno - como un joven afectado por los atentados de las embajadas africanas y de las torres gemelas, decidido a vengar a su país a cualquier precio. En ningún momento es capaz de plantearse que no es más que un peón para que unos cuantos contratistas militares, amparados por los criminales Bush y Rumsfeld, ganen cantidades obscenas de dinero a costa de la muerte de mucha gente. Su única perspectiva es la de su deber inmediato, la de proteger a sus compañeros, matando a cualquiera que los ponga en peligro: Kyle está convencido de que está realizando un servicio imprescindible para la seguridad de su país, que la gente a la que combate en Irak está deseando desembarcar en su país para atentar contra su gente y parece no darse cuenta, de que no está dejando otra alternativa a toda esa gente a la que se le bombardea sus casas que la de radicalizarse y unirse a alguno de los grupos de resistencia.

Pero lo que a Eastwood le interesa más mostrar son las contradicciones de la vida de Kyle mientras sirvió en Irak: lo rutinario de su trabajo, aburrido casi todo el tiempo, hasta que comenzaba la batalla y, sobre todo, su difícil regreso a la rutina del hogar, junto a una mujer y a unos hijos con los que no había convivido lo suficiente, que para él tenían mucho de extraños, ya que, en el fondo, sus auténticos intereses (y por eso es llamado héroe) estaban en el frente, protegiendo a sus compañeros de un enemigo casi siempre invisible. El conflicto con su famila está cinematográficamente bien resuelto, pero de manera un tanto rutinaria para el espectador, al que los problemas de adaptación del protagonista nunca suscitan auténtico interés. Para él parece más difícil sostener a su hijo en sus brazos mientras intenta mantener una conversación con su mujer que disparar desde una azotea en medio de una batalla.

El punto fuerte de El francotirador está en sus escenas bélicas, en las que apreciamos al mejor Eastwood recuperando su pulso, sabiendo cómo crear tensión en las mismas. Lástima que queden un poco descompensadas respecto al resto del metraje, bien intencionado, pero fundamentalmente vacío de contenido. Quizá sería una buena idea, como ya sucedió con la batalla de Iwo Jima, ofrecer una segunda película rodada desde el punto de vista del francotirador del otro bando, que seguramente a su vez sería un héroe para los suyos. Eso conseguiría una perspectiva mucho más completa de un conflicto tan complejo que, una década después, aún sigue siendo un semillero de lo peor del ser humano.