viernes, 31 de julio de 2015

CIUDADANO KANE (1941), DE ORSON WELLES. POBRE NIÑO RICO.

Cuando se aborda una película tan mítica como ésta, la tentación es volver a repetir la intrahistoria de la misma: la precocidad de un Orson Welles, que a los veinticinco años parecía conocer todos los secretos del lenguaje cinematográfico, la intervención del biografiado William Randolph Hearts, intentando boicotear la cinta, su puesto habitual como mejor película de la historia del cine en las votaciones de críticos de todo el mundo...

A mí lo que más me fascina cuando veo Ciudadano Kane es precisamente la historia de su protagonista, ese niño al que su padre le dice: "un día serás el hombre más rico y poderoso del mundo". Porque Kane no es más que el hijo de la fortuna, alguien que estaba destinado a una vida gris, que de pronto hereda riquezas inimaginables y se convierte en uno de esos magnates cuyas biografías fascinan a los norteamericanos. Pero resulta curioso que el auténtico interés del protagonista se encuentre en el periodismo, en su vertiente sensacionalista. El New York Inquirer se va a convertir en el juguete favorito de Kane, el que sustituye a su querido Rosebund. Pero si Rosebund era un instrumento de diversión, de los placeres sencillos de la infancia, el periódico es un instrumento de poder, hasta el punto de que puede usarse incluso para instigar una guerra. Los juegos con el New York Inquirer también provocan enemistades peligrosas, hasta el punto de que le atacan en su único punto débil: su matrimonio.

Kane es un hombre acostumbrado a imponer su voluntad, por lo que su decadencia comienza desde el mismo instante en el que pierde sus elecciones para gobernador del Estado de Nueva York, primer escalón de su auténtico objetivo: la presidencia de los Estados Unidos. A partir de aquí, las escenas más absorbentes son las que transcurren en Xanadú, el palacio imperial que hemos entrevisto ya en el vociferante noticiario News on the march, que resume la historia de Kane, precisamente en un tono sensacionalista muy propio del personaje. Xanadú es la villa del hombre que lo tenía todo, todo, todo. Un lugar que quiere ser un aleph de todos los estilos, compendio de todas las maravillas del mundo y que al final deviene en un infierno, donde un Kane envejecido y demacrado rumia su amargura en unos descomunales salones que, lejos de su función original de engrandecer al hombre, hacen de él un pigmeo, alguien perdido en el laberinto de sus inmensas riquezas, que se acompaña solo de las imágenes que le devuelven los abundantes espejos de la mansión. Su segunda mujer, la cantante que perdió su carrera política, no es más que una caricatura, un ser enfermo, que no ha podido asimilar el cambio de vida proporcionado por un marido tan rico como despótico.

Al final resulta que el mayor de los tesoros de Kane estaba en su infancia, es decir en esa inocencia que se interrumpió tan bruscamente con la llegada inesperada de su fortuna, algo que no logran descubrir los periodistas, quizá porque la verdad a veces se encuentra en los hechos más sencillos e insospechados. Ciudadano Kane es una obra inmortal que puede visionarse a muchos niveles, pero yo siempre me he fijado ante todo en la historia del gran hombre, ese Charles Foster Kane que se pelea con la realidad porque ésta no se adapta siempre a sus deseos.

jueves, 30 de julio de 2015

LO PROHIBIDO (1885), DE BENITO PÉREZ GALDÓS. EL MADRID ENFERMO.

Después de haber leído numerosas obras de Benito Pérez Galdós (Miau, Misericordia, Fortunata y Jacinta, Nazarín, La de Bringas, Tormento, La desheredada, Doña Perfecta, El amigo Manso, El doctor Centeno, Marianela, La Fontana de Oro...) mi autor favorito sigue logrando el prodigio cotidiano de sorprenderme en cada nueva novela que leo suya. Para mí leer a Galdós supone abstraerme de la realidad, como pocos autores lo consiguen, y vivir durante unos días instalado en un Madrid decimonónico descrito y narrado con todo tipo de detalles. Algo solo al alcance de un observador agudo y minucioso de la realidad, capaz de analizarla, descomponerla y ajustarla a unos tipos humanos absolutamente creíbles, a los que las visicitudes de la existencia les afectan igual que a nosotros y cuyo destino jamás es previsible. El autor canario es nuestro gran naturalista, el cronista fidedigno de todos los ambientes de un Madrid ambicioso, trágico y a la vez repleto de vida e ilusiones por parte de los representantes de las distintas clases sociales que lo habitan.

Lo prohibido recoge la narración en tono autobiográfico de José María Bueno de Guzman, un rentista soltero perteneciente a buena familia que deja Andalucía para instalarse en Madrid. Una vez allí tomará conocimiento de sus primas segundas: María Juana, la más sabia y equilibrada, Eloísa, por la que pronto se siente atraído y Camila, la que menos se atiene a las reglas sociales, la más salvaje. Pronto seducirá a la apetecible Eloísa e iniciará con ella una relación adúltera, mientras el inocente de su marido se dedica a organizar obras benéficas. Eloísa ama sinceramente a José María, pero está aún más enamorada de la vida de lujo que le proporciona la pequeña fortuna de su amante. El protagonista está tan ciego de amor y lujuria que no advierte que está perdiendo buena parte de sus divividendos en satisfacer los caprichos de su prima segunda. Y es que Eloísa es víctima del gran mal de la sociedad matritense de su tiempo: un materialismo desaforado que lleva a las familias pudientes a endeudarse con tal de aparentar una vida opulenta que en muchos casos no se pueden permitir. Las comidas que se organizan en la alta sociedad no son más que una excusa para mostrar los nuevos bienes adquiridos, mientras los comensales cuchichean y se critican unos a otros.

Mientras tanto a José María se le disipa el deseo por Eloísa y se empieza a fijar en Camila, a la que estima presa fácil. Camila, la más pobre de las hermanas, vive austeramente junto a su marido, un hombre un poco bruto y nada instruido, pero cuyo carácter posee un fondo de bondad inaccesible para la mayoría de la gente que les rodea. Además Camila se va a mostrar inesperadamente como una mujer virtuosa, que resiste sin problemas todos los asaltos del seductor José María. En Lo prohibido encontramos a un Galdós muy moralista. Camila y su marido Constantino representan la virtud de la alegría de vivir y la moderación frente a lo material, en oposición al ambiente que impera entre su familia y allegados. El matrimonio es una isla de felicidad en el Madrid de las apariencias y la codicia desmesurada. Un periodo, el de la Restauración, de cierto auge económico, donde se inició la construcción del barrio de Salamanca y de numerosos edificios en otras zonas de la ciudad, donde todos los días se hacían y deshacían fortunas, debido a las caprichosas fluctuaciones de la Bolsa, institución que va a ser parte muy importante en la narración de José María.

Otro de los males endémicos de España que se reflejan en Lo prohibido es la corrupción política. Aunque no es el tema principal de la novela, Galdós ofrece suficientes pinceladas como para advertir que la política en general no era más que un instrumento para acceder a nuevos negocios (más de uno lo hace en la Administración de la isla de Cuba) y nuevas riquezas. Solo hay que leer como José María consigue un acta de diputado: 

"A Severiano Rodríguez le trataba yo desde la niñez; a Villalonga le conocí en Madrid. El primero era diputado ministerial y el segundo de oposición, lo cual no impedía que viviesen en armonía perfecta, y que en la confianza de los coloquios privados se riesen de las batallas del Congreso y de los antagonismos de partido. Representantes ambos de una misma provincia, habían celebrado un pacto muy ingenioso: cuando el uno estaba en la oposición el otro estaba en el poder, y alternando de este modo, aseguraban y perpetuaban de mancomún su influencia en los distritos. Su rivalidad política era sólo aparente, una fácil comedia para esclavizar y tener por suya la provincia, que, si se ha de decir la verdad, no salía mil librada de esta tutela, pues para conseguir carreteras, repartir bien los destinos y hacer que no se examinara la gestión municipal, no había otros más pillines. Ellos aseguraban que la provincia era feliz bajo su combinado feudalismo. Por supuesto, el pobrecito que cogían en medio, ya podía encomendarse a Dios… A mí me metieron más adelante en aquel fregado, y sin saber cómo hiciéronme también padre de la patria por otro distrito de la misma dichosa región. Para esto no tuve que ocuparme de nada, ni decir una palabra a mis desconocidos electores. Mis amigos lo arreglaron todo en Gobernación, y yo con decir sí o no en el Congreso, según lo que ellos me indicaban, cumplía."

En este Madrid galdosiano y a la vez apegado a la realidad lo que más importa es el concepto de propiedad: engullir la de los demás y poseer también las mujeres ajenas. De hecho, estos amores prohibidos son los que más excitan a José María. Cuando le surge la posibilidad de casarse o formalizar una relación, rechaza de inmediato la idea, puesto que su mujer pasará a ser una tentación para los demás, que harán lo que sea por robarle lo que es suyo. El narrador trata de justificar sus acciones, apelando a la moral imperante. Él no se considera un hombre distinto a los que le rodean, aunque al final se sentirá castigado por sus excesos. Además, en este ambiente la familia tampoco es un referente en el que refugiarse. Los Bueno de Guzmán apenas tienen intereses comunes y cada uno de sus miembros vela por los suyos propios, a excepción del matrimonio de Camila y Constantino, toscos, pero dotados de un gran sentido moral. Por eso la ruina del patriarca no es más que otro naufragio en el mar de las apariencias:  

"Me preguntarás que dónde han ido a parar mis ahorros. Derrama, hijo, tu imaginación por los teatros de esta pequeña Babel, por sus tiendas, por sus increíbles y desproporcionados lujos, y encontrarás en todas partes alguna gota de mi sangre. Dirás que me faltó carácter, y te responderé que ahí está el quid. Es el mal madrileño, esta indolencia, esta enervación que nos lleva a ser tolerantes con las infracciones de toda ley, así moral como económica, y a no ocuparnos de nada grave, con tal de que no nos falte el teatrito o la tertulia para pasar el rato de noche, el carruajito para zarandearnos, la buena ropa para pintarla por ahí, los trapitos de novedad para que a nuestras mujeres y a nuestras hijas las llamen elegantes y distinguidas, y aquí paro de contar, porque no acabaría."

En pocas novelas de Galdós aparece tanto la enfermedad como metáfora de los males de la España de su tiempo, de la ceguera de una sociedad que iba al arrastre de las modas de Francia y que apenas se fijaba en lo que les hubiera gustado a los ilustrados de la época: la admirable organización política de Inglaterra. Lo que impera en el Madrid de hace más de un siglo es una loca carrera por reunir y quemar fortunas en la adquisición de bienes superfluos. El debate político es prácticamente inexistente, debido al arreglo entre conservadores y liberales para irse turnando en el poder, lo que provoca corrupción, graves perturbaciones económicas y oleadas de funcionarios cesantes. Además, algunas voces pronuncian palabras que, leídas hoy día, no dejan de producir algún escalofrío:

"Aquí no hay más que pillería, aquí no hay quien sepa gobernar. Yo fusilaría media España y veríamos si la otra mitad andaba derecha."

¿Cómo hubiera narrado Galdós nuestra Guerra Civil? ¿Hubiera sido para él la consecuencia inevitable del devenir de nuestro país en el siglo XIX? Lo cierto es que pocas plumas han descrito con tanta certeza y detalle nuestro universo moral a través de personajes de todas las cataduras. Como dice María Juana, mujer virtuosa y sabia, que acaba cayendo en las redes seductoras de su primo segundo:

"—Pues se me figura que lo hay. La Humanidad, como la Naturaleza geográfica, nos ofrece cada día nuevos motivos de sorpresa y asombro. Donde menos lo pensamos, aparecen las maravillas humanas y tesoros que estaban ocultos, como los continentes antes de que un Colón les echara la vista encima. (...) Y a cada territorio que descubrimos en el planeta moral, parece que se ensancha el alma total del mundo, y por ende, la nuestra crece y…"

martes, 28 de julio de 2015

NEUROCIENCIA PARA JULIA (2012), DE XURXO MARIÑO. UN VIAJE DE EXPLORACIÓN A LA MÁQUINA DE LA MENTE.

Hace ya tiempo que se estableció en nuestra industria editorial la necesaria costumbre de editar libros acerca de temas complejos (filosofía, ética, biología, matemáticas...) destinados a un público joven, que necesita que le expliquen estos temas con un lenguaje sencillo y con metáforas adaptadas a su vida cotidiana. Se me ocurren dos ejemplos de este género que gozaron de un gran éxito en su día: Ética para Amador, de Fernando Savater y El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder. Se trata de unas excelentes puertas de entrada a disciplinas con fama de difíciles. Por mi parte, me ha venido muy bien este resumen del estado de la cuestión en neurociencia, para emprender con una buena base lecturas un poco más complejas (aunque siempre dentro del campo de la divulgación), de autores como Francisco Mora o Antonio Damasio.

Partiendo de la división del encéfalo en cerebro, tálamo y cerebelo, cada uno con sus propias funciones, Mariño intenta acercar al lector a la increíble complejidad del funcionamiento de nuestro sistema nervioso, formado de cientos de miles de millones de neuronas, cada una de ellas con complejas conexiones que se aseguran de que la relación entre nuestro pensamiento y el mundo exterior sea la adecuada. En cualquier caso, algo queda claro casi desde el principio: el mundo que percibimos es una construcción de nuestro cerebro, para ayudarnos a sobrevivir en él:

"¿Existen los colores? ¿Y los sabores? ¿Los sonidos? Existen, desde luego, pero como una construcción de tu encéfalo. Ahí fuera lo que hay es radiación electromagnética, moléculas, ondas de aire, etcétera. Como acabamos de ver, tu mundo es una recreación virtual que se hace en parte tomando esa información, y digo "en parte" porque lo que tú percibes se genera a partir de los datos frescos que entran por los sentidos, junto con la información que está almacenada en la memoria y - ahora viene lo interesante - una buena dosis de imaginación por parte del encéfalo. La percepción no es el reflejo pasivo de lo que entra por los sentidos, como la impresión que hace la luz en una placa fotográfica o en un sensor digital. No. Es una construcción activa en la que también son importantes las "pinceladas" que tus neuronas sacan de la manga."

El famoso caso de Phineas Gage nos muestra que nuestra personalidad, nuestro yo, no es más que una construcción de nuestras conexiones cerebrales y que cualquier accidente podría modificarlo o acabar con él. Gage era un trabajador de la línea de ferrocarril que sufrió un accidente con dinamita, a consecuencia del cual su cráneo fue atravesado por una barra de hierro, produciendo graves daños en su lóbulo frontal izquierdo. Sobrevivió, aparentemente sin consecuencias físicas graves, pero su personalidad cambió radicalmente. De ser un hombre amable y educado, se convirtió en alguien irritable y malhumorado. ¿Seguía siendo la misma persona o no? Sus familiares y amigos no lo reconocían... 

La mente consciente es una maravilla evolutiva de la que gozamos los seres humanos, y es lo que nos permite utilizar instrumentos como el lenguaje y sentimientos como la empatía. Así, nuestra relación con el mundo es muy distinta a la de la mayoría de los animales, mucho más compleja, interesante, placentera y a la vez aterradora, porque ser consciente de uno mismo implica a su vez hacerse muchas preguntas. Una de las más interesantes es si algún día lograremos crear una inteligencia artificial con los mismos atributos y capacidades que la del ser humano. Si no somos más que máquinas naturales y conscientes, aunque infinitamente complejas, reproducirnos, una vez que logremos descifrar el enigma de nuestro funcionamiento (y vamos por el buen camino, se han dado pasos de gigante en las últimas décadas), y sepamos reproducir nuestra materia y nuestras conexiones neuronales (incluso creando seres cuya existencia tenga lugar meramente en un programa de ordenador), seguramente será posible. Entonces nos enfrentaremos a mil dilemas éticos y nos preguntaremos si nosotros no seremos a su vez un producto fabricado por una inteligencia superior...

domingo, 26 de julio de 2015

LÍO EN BROADWAY (2014), DE PETER BOGDANOVICH. VIDAS MÁS QUE CRUZADAS.

Peter Bogdanovich es una de las personalidades más singulares que ha dado el mundo del cine. Históricamente, ha sido uno de los más importantes críticos cinematográficos estadounidenses. A base de insistencia y tesón, logró entrevistar a genios consagrados como John Ford, Fritz Lang u Orson Welles, con quien mantuvo una fecunda amistad. Sus libros son conversaciones muy inteligentes que abren al lector el alma de estos directores y desvelan muchos de sus secretos. Bogdanovich también fue realizador. Un realizador muy irregular, capaz de maravillas como ¿Qué me pasa doctor? o Luna de papel y de mediocridades como Por fin, el gran amor. El gran crítico ha debido enfrentarse en muchas ocasiones a los compañeros de profesión. El poco éxito de sus últimas obras motivó que haya estado casi quince años sin dirigir. Ahora vuelve con su género favorito, la comedia.

Lío en Broadway es una película sin una personalidad definida, puesto que bebe de fuentes variadas, siendo las más evidentes la screwball comedy (a la que se rinde homenaje reproduciendo una escena de El pecado de Cluny Brown, de Lubitsch) y el cine de Woody Allen en su vertiente de comedia enloquecida y de personajes pasionales y poco reflexivos. El guión es un gran enredo que comienza trenzando bien sus hilos, pero que pronto se convierte en algo más irreal y carnavalesco que otra cosa. Las situaciones que Woody Allen sabe reconducir tan bien aquí se transforman en callejones sin salida que desconciertan al espectador, que se siente un tanto incómodo con tanto encuentro casual y tanta reiteración de las mismas circunstancias. Además hay personajes tan disparatados (en el peor sentido del término) y fuera de lugar como el juez, cuya presunta pasión ciega no es nada nada creíble.

No es que la película sea una completa pérdida de tiempo. La baza cronológica está bien jugada, hay muchas actuaciones solventes y alguna que otra situación graciosa, pero el conjunto termina tambaleándose y casi se desmorona al final. Y una pequeña reflexión. Si en el cine se han desterrado las bofetadas a las mujeres como algo políticamente incorrecto ¿por qué siguen manteniéndose a la inversa, como algo completamente natural? Ni siquiera como recurso humorístico tienen gracia, por muy afrentadas que se sientan las agresoras. Nada nuevo bajo el Sol: Lío en Broadway solo es recomendable si buscan aire acondicionado en una de estas calurosas tardes de julio.

viernes, 24 de julio de 2015

MATAR A UN RUISEÑOR (1960), DE HARPER LEE Y DE ROBERT MULLIGAN (1962). LA MIRADA INOCENTE.

En las últimas semanas, la escritora Harper Lee, de ochenta y ocho años, ha sido noticia por la publicación de un antiguo manuscrito, Ve y pon un centinela. Esta novela, concebida según la autora antes que Matar a un ruiseñor, según parece se había dado por perdida hasta que apareció el año pasado. Paradójicamente cuenta los acontecimientos que transcurren veinte años después de Matar a un ruiseñor y ha causado bastante polémica, por presentar a un Atticus Finch con unos valores muy distintos a los que hicieron de él un icono de la lucha por los derechos civiles.

Alejándonos del debate acerca de si esta novedad literaria ha dañado la valoración casi unánime de que gozaba el clásico que nos ocupa, lo primero que hay que apuntar sobre Matar a un ruiseñor es que su voz narrativa es la de una madura Scout, una niña de ocho años cuando transcurren los acontecimientos que van a marcar su niñez y el resto de su existencia. De hecho, toda la primera parte de la novela está protagonizada casi en exclusiva por el mundo de la infancia: sus juegos, sus puntos de vista y su peculiar mirada a los asuntos de los adultos, sobre todo a los de su padre, el viudo Atticus Finch, un abogado que cree en la igualdad de todos ante la ley y al que no le importa defender a un joven negro acusado injustamente de violar a una muchacha blanca de familia humilde. Atticus se nos presenta, tanto en la novela como en su adaptación cinematográfica, como un hombre de carácter tranquilo, afable y laborioso, amante del sentido común y de la justica. Una continua escuela de vida para sus hijos, con los que prefiere razonar antes que imponer su criterio ante cualquier conflicto:

"No hacía las mismas cosas que los padres de nuestros compañeros de clase: jamás iba de caza, no jugaba póker, ni pescaba, ni bebía, ni fumaba. Se sentaba en la sala y leía."

Pero en Maycomb, la pequeña ciudad sureña donde viven, persiste un acentuado racismo, que contamina también a la administración de justicia. La gente (y los niños de la escuela) empiezan a acusar a los hermanos Finch de tener un progenitor que es amante de los negros, uno de los peores insultos posibles en esos años oscuros para los derechos civiles. Por suerte, ellos intuyen que Atticus es el que está del lado de la auténtica justicia y que está asumiendo su papel con tanto valor como modestia. Algo que les será probado ante sus propios ojos cuando sean testigos de su serenidad ante la turba que pretende linchar al acusado la noche antes del juicio, una escena magistralmente resuelta tanto en la novela como en su versión cinematográfica, porque prueba que la psicología de las masas se diferencia claramente de las psicologías individuales.

Por desgracia, este intento de linchamiento, no será la única muestra de la perversidad de los adultos que tendrán que contemplar Scout y Jem, pero seguramente estas experiencias emocionales se van a ver compensadas con creces por el altruismo entusiasta de su padre, sobre todo en la apasionada defensa que hace del injustamente acusado Tom Robinson, pronunciando este último alegato ante el jurado:

"No soy un idealista que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales ni del sistema de jurado; esto no es para mi una cosa ideal, es una realidad viviente y operante. Caballeros, un tribunal no es mejor que cada uno de ustedes, los que están sentados delante de mí en este Jurado. La rectitud de un tribunal llega únicamente hasta donde llega la rectitud de su Jurado, y la rectitud de un Jurado llega sólo hasta donde llega la de los hombres que lo componen. Confío en que ustedes, caballeros, repasarán sin pasión las declaraciones que han escuchado, tomarán una decisión y devolverán este hombre a su familia. En nombre de Dios, cumplan con su deber."

Publicada en 1960, cuando comenzaba el auge de la lucha por los derechos civiles, que acabaría provocando el asesinato de uno de sus líderes, Martin Luther King, Matar a un ruiseñor se convirtió en un clásico instantáneo, en la voz de la conciencia de un país que debía examinar urgentemente su tradicional tolerancia con el racismo, sobre todo en los Estados del sur. Su adaptación cinematográfica, rodada tan solo dos años después, no hizo sino afianzar la figura de Atticus Finch como ejemplo de integridad, algo que se aprecia de manera nítida en la magistral interpretación de Gregory Peck del personaje que sería más recordado de su carrera cinematográfica.

jueves, 23 de julio de 2015

FOXCATCHER (2014), DE BENNETT MILLER. SUEÑOS DE SUPREMACÍA.

Si durante el siglo XVI español, el de los sueños imperiales, existian aquellos a los que se denominaba cristianos viejos, la clase social más respetada, en los Estados Unidos de los ochenta, al amparo del conservadurismo de Reagan, floreció como nunca una especie de aristocracia de familias que habían estado forjando su fortuna durante décadas. John Du Pont es un perfecto representante de estas élites, el último representante de una estirpe que se hizo rica en la fabricación y venta de armas, que quiere ser llamado "el águila dorada de América". Desde el primer instante, intuimos que la familia de Du Pont no solo está revestida de dólares, sino que cuenta con un rancio abolengo que le permite de manera natural ejercitar una gran influencia política y social. Son el vivo ideal del sueño americano y quienes se relacionan con ellos los tratan con veneración, como cegados por el fulgor que emana de sus personas.

En realidad, de la estirpe de los Du Pont solo quedan madre e hijo. Se nota que existe una relación de amor-odio entre ellos. La anciana impide que su hijo se sienta un ser pleno, criticando la mayor parte de sus iniciativas, sobre todo las que tienen que ver con una de sus grandes aficiones, la lucha greco-romana. En este sentido, John Du Pont desea desarrollar una de las múltiples facetas de su sentido del patriotismo patrocinando al equipo nacional, captando para su causa al medallista olímpico Mark Schultz, otro ser que vive a la sombra de un familiar, en este caso su hermano. La relación que se establece entre John y Mark podría ser definida como paterno-filial, si no fuera por la actitud inquietante del primero, su seriedad, su humor cambiante. Hay algo extraño en Du Pont, pero el brillo de la riqueza es capaz de ocultarlo todo.

Foxcatcher representa a una forma de entender el cine pausada, que se toma su tiempo para narrar la historia y, para describir a los personajes, sugiere más que muestra. Aunque está basada en hechos reales, se nota que Miller ha realizado su propia interpretación de estos hechos para hablar de lo que le interesa: los poderes ocultos de una América que se han manifestado en todo su esplendor en los tiempos actuales con el auge de la ideología neocon. Para esta gente, no importa tanto el bienestar de los ciudadanos como el honor de la patria y el fomento de sus propios valores, que representarían la decencia de su manera de entender el sueño americano. Por eso el prestigio olímpico equivale a la superioridad armamentística de los Estados Unidos: ambos conceptos pueden ser percibidos como un orgullo para el país, ambos se venden primorosamente envueltos en la bandera de las barras y estrellas. La turbadora mirada de John Du Pont (un magnífico e irreconocible Steve Carell) resume todas las ambigüedades y objetivos ocultos de un patriotismo que al final puede devenir en un deseo totalitario de supremacía. Y todos sabemos que dicha supremacía equivale al gobierno de los ricos, a la simulación de la democracia.

miércoles, 22 de julio de 2015

ORSON WELLES (1978), DE ANDRÉ BAZIN. EL CINEASTA DEL RENACIMIENTO.

Orson Welles es uno de esos nombres que jamás deben faltar en la agenda de todo cinéfilo que se precie de serlo. Sus películas están realizadas para poder ser visionadas una y otra vez, descubriendo en cada ocasión nuevos aspectos técnicos, narrativos o ideológicos de joyas como Ciudadano Kane o Sed de mal. Partiendo de una extensa experiencia en el mundo del teatro, Welles revolucionó el concepto del cine. Pero los reformadores, los revolucionarios, siempre han de pagar un precio y en su caso fue un cierto ostracismo por parte de la industria de Hollywood. Su estilo de autor total nunca encajó bien allí, por lo que hubo periodos en los que debió ganarse la vida probando suerte en Europa.

Lo que es indiscutible es que al cineasta de Wisconsin se le definió como genio desde muy temprana edad, no solo por la espectacularidad y originalidad de sus montajes teatrales, en los que explotaba todas las posibilidades que podían ofrecer autores como Shakespeare, sino por la popularidad que le otorgó la famosa emisión radiada, en 1938, de la novela de H.G. Wells, La guerra de los mundos, que provocó el pánico en buena parte de la población. Lo curioso del caso es que la decisión de elegir esta obra fue más bien improvisada y que el responsable de la emisión solo se enteró al día siguiente de la magnitud del impacto causado, que llegó a ser causa de algún fallecimiento. A partir de aquí tuvo acceso al mayor de sus deseos: filmar una película innovadora junto al elenco que siempre le había acompañado en su Mercury Theatre.

El resultado de Ciudadano Kane marcaría en cierto modo la pauta del tortuoso trabajo de Welles en los años posteriores. Recepcionada con asombro por la crítica y parte del público, la película no fue el éxito que se esperaba y aunque su obra posterior, El cuarto mandamiento hizo más dinero, tampoco llegó a un nivel que pudiera satisfacer a los productores. A partir de aquí el cineasta debía emplear buena parte de sus energías en buscar financiación para sus proyectos, unos proyectos siempre grandiosos y originales. ¿Cómo hubiera sido su soñada adaptación de El corazón de las tinieblas, de Conrad, rodada con cámara subjetiva? ¿Y la de Moby Dick, de Melville? Lo cierto es que en muchas ocasiones debía trabajar como actor en producciones mediocres para ganar dinero con el que continuar obras que se iban rodando poco a poco, en los periodos en los que podía reunir a su elenco interpretativo, como Otelo o Mr. Arkadin. Welles, un amante de los planos largos (no hay más que recordar el asombroso comienzo de Sed de mal), debía renunciar a esta técnica por falta de medios económicos. Además, tampoco pudo acceder al montaje definitivo de muchas de sus obras. Las únicas que consideraba totalmente suyas, ya que para él era en el montaje donde el director se convierte verdaderamente en un artista, eran Ciudadano Kane, Otelo y Macbeth. Hubo casos sangrantes, como el de El cuarto mandamiento, que se montó a sus espaldas, mientras él rodaba un documental en Sudamérica.

Welles es un caso único de autor total: actor, director de cine y de teatro, guionista, montador, mago aficionado... Nunca dejó de ser del todo un niño prodigio, mimado y odiado a partes iguales. Buena parte de su obra quedó sin terminar, como esas esculturas de Miguel Ángel en las que una figura humana parece luchar contra la piedra con el objetivo de tomar forma definitiva. André Bazin, que representó para la crítica prácticamente lo que Welles para el cine, escribió un estudio ejemplar de la figura del cineasta, centrado más en la obra que en el hombre. La vida privada de Welles le interesa poco, excepto los episodios que tuvieron repercusión en su arte cinematográfico, un arte que define como centrado en la búsqueda de la identidad. Nos quedamos con las palabras del propio cineasta, definiendo en qué consiste su oficio:

"No me interesan las obras de arte, la posteridad, la fama, únicamente el placer de la experimentación en sí misma, es sólo en este terreno donde me encuentro verdaderamente honesto y sincero. No siento devoción alguna por lo que hago: no tiene ningún valor para mí. Soy profundamente cínico con respecto a mi trabajo y a la mayor parte de las obras que veo en el mundo, pero no soy cínico en cuanto al acto de trabajar sobre un material. Es difícil de explicar. Nosotros, los que hacemos profesión de experimentadores, somos herederos de una antigua tradición; de entre nosotros han surgido importantísimos artistas, pero nunca hemos hecho de las musas nuestras amantes. Por ejemplo, Leonardo se consideraba un sabio que pintaba y no un pintor que fuera sabio. No quisiera haceros creer que me comparo a Leonardo, pero sí explicar que hay un antiquísimo linaje de gentes que consideran sus obras según una jerarquía diferente de valores, según unos valores morales. No me extasío pues ante el arte, pero sí ante el esfuerzo humano en el que incluyo todo lo que hacemos con nuestras manos, nuestros sentidos, etc. Nuestro trabajo, una vez terminado, no tiene tanta importancia para mí como para la mayor parte de los estetas; es el acto lo que me interesa, no el resultado y este resultado no me satisface si en él no puedo palpar el sudor humano o un pensamiento…"

lunes, 20 de julio de 2015

HA VUELTO (2012), DE TIMUR VERMES. BIENVENIDO, MR. HITLER.

Es indudable que la figura histórica de Adolf Hitler sigue produciendo fascinación, una fascinación engendrada por el mal absoluto de su proyecto genocida, por el apoyo que consiguió de amplios sectores del pueblo alemán. Sin duda se trataba de un ser carismático, capaz de hechizar a los que le rodeaban, alguien que ansiaba ser obedecido, después de una juventud de privaciones y humillaciones. Hoy se compara a muchos dictadores con Hitler, pero él fue único en su especie, en el sentido de que estuvo muy cerca de cumplir sus tenebrosos objetivos de dominar Europa y buena parte de Asia en busca de ese espacio vital para Alemania del que ya había hablado ampliamente en uno de los libros más vendidos y menos leídos de la historia: Mi lucha. Las biografías dedicadas al Führer que cubren los más diversos aspectos de su existencia (su psicología, sus dotes estratégicas, su magnetismo personal, su legado de cenizas) siguen siendo libros muy vendidos y la película El hundimiento causó gran conmoción en Alemania al retratar a un Hitler desacostumbradamente humano.

Porque después de todo Hitler fue un ser humano y este aspecto tan obvio de su figura es uno de los que más nos inquietan. Nos gustaría más que hubiera sido alguien ajeno a la humanidad que, bajo la forma de un hombre, realizó su obra gracias a sus poderes malignos. Pero no es así, el dirigente alemán contó con las mismas limitaciones que cualquiera y llegó al poder gracias a unas elecciones democráticas, aunque después él considerara que la democracia se había vuelto innecesaria. Lo que sí es cierto es que se trataba de una persona peculiar que, hasta donde sabemos, no contaba con amigos íntimos ni apenas con relaciones familiares. Su única diversión consistía en organizar unas veladas, que se prolongaban hasta la madrugada en las que se veían películas y, sobre todo, se discutía de los más diversos asuntos, siendo su voz la casi absoluta protagonista de esos debates. Quien quiera conocer bien a un Hitler más cotidiano deberá acercarse a un volumen titulado Las conversaciones privadas de Hitler, editado en España por la editorial Crítica. Las palabras del Führer, aunque fueran pronunciadas en la intimidad, se consideraban tan sagradas que debían grabarse para edificación de las generaciones futuras y así se hizo a partir de 1941.

Se nota que Timur Vermes, además de contar con muy buen olfato a la hora de publicar su novela (y venderla en Alemania a 19,33 euros, aludiendo al año en el que llegó al poder), ha leído el libro citado, la mejor fuente para dotar de un discurso creíble a su Hitler de ficción. Se trata de un protagonista que despierta en el Berlín de 2011 después de haberse intentado suicidar en el bunker de la Cancillería. Tras un pequeño periodo de adaptación, el antiguo Führer asimila rápidamente cuáles son los mecanismos que hacen funcionar al mundo actual: se trata, sobre todo, de aparecer en televisión . Aunque la gente cree que se trata de una parodia perfectamente elaborada (muchos le preguntarán si es un seguidor del método del Actors Studio), los discursos que Hitler dedica a la audiencia son perfectamente coherentes con su trayectoria política y se escandalizan de la nutrida presencia de turcos y otros extranjeros en Berlín, a la vez que apela a la pureza de la raza como el gran activo de los alemanes. 

La irrupción de un personaje tan ambiguo en la vida pública, un presunto actor que se pasa la vida haciendo su papel, como un fantasma del pasado que aparece en el momento menos oportuno, hace resurgir en el país sentimientos que se creían enterrados. Como decía el autor en una entrevista concedida al diario El País:

"Se dice a menudo que si volviese un nuevo Hitler sería fácil pararle los pies. He intentado mostrar, por el contrario, que incluso hoy Hitler tendría una posibilidad de triunfar, solo que de otra manera"

Hitler habla en serio, la gente cree que se trata de una broma sublime y el Führer, como es su costumbre, interpreta la realidad a su manera y trata de sacar ventaja de cualquier eventualidad. Al final los partidos políticos se lo rifan. Quien sabe si al final acabará acariciando a su viejo objeto del deseo, el poder. 

Timur Vermes a escrito una novela a ratos divertida, a ratos cargante, aprovechándose de la permanente actualidad de un personaje como Hitler, al que nunca se le acaban de analizar todas sus aristas, un nuevo Mr. Chance que causa la admiración del público a base de malentendidos. Quizá Vermes debía haber abusado menos de las reflexiones de su protagonista, cuyo monólogo interior es casi el único cimiento de la narración y haber analizado con más detenimiento el impacto social que causa el advenimiento del nuevo Führer. Además, para el lector español puede ser un poco fatigoso la reiterada mención de nombres de la actual política alemana, con muchos de los cuales apenas estamos familiarizados quienes no vivimos en aquel país, aunque seguramente para los germanos, el encuentro de Hitler con sus dirigentes será motivo de gran regocijo. Ha vuelto se lee rápido, no impacta tanto como pueda parecer en un primer momento (la sensación es la de una buena idea un poco echada a perder), pero nos recuerda que, setenta años después de su muerte, el personaje dista mucho de haber caído en el olvido. 

domingo, 19 de julio de 2015

DEL REVÉS (2015), DE PETE DOCTER Y RONALDO DEL CARMEN. EL LABERINTO DE LAS EMOCIONES.

Los que tenemos cierta edad recordamos con nostalgia aquella serie de dibujos animados llamada Érase una vez el cuerpo humano. Derivada del éxito que había obtenido una década atrás Érase una vez... el hombre, se trataba de un trabajo de pretensiones didácticas, en el que los distintos elementos que nos hacen funcionar desde nuestro interior se antropomorfizaban y aparecían como una especie de empleados a tiempo completo con la enorme responsabilidad de mantenernos vivos. Algo así sucede en Del revés, la nueva película de Pixar, aunque en esta ocasión la lección es bastante más compleja, ya que se centra en la psicología de una joven que se encuentra en plena formación de su personalidad. A pesar de que en los primeros esbozos del proyecto se llegó a contar con veintisiete personajes-emociones, al final se optó (con buen criterio, porque si no la película hubiera sido una auténtica locura incomprensible) en acudir a la clasificación de Paul Ekman, el famoso autor de Cómo detectar mentiras, que detectó seis emociones básicas humanas: la alegría, la tristeza, la ira, el asco, el miedo y la sorpresa (esta última excluida del film), todas ellas perfectamente representadas como trabajadores entusiastas en la tarea de que seamos felices.

Mientras veía Del revés en el cine, sentía algo muy extraño: que esta ocasión Pixar ha pensado mucho más en el público adulto que en el infantil a la hora de elaborar su propuesta. Si lo pensamos bien, la historia de la niña protagonista es absolutamente anodina y refleja un conflicto humano muy frecuente, el miedo al cambio, sobre todo si este se produce en la etapa de transición en la que se abandona la infancia y se inicia la adolescencia. El mundo empieza a ser un lugar muy diferente y, en ocasiones, aterrador. Los padres dejan de ser dioses protectores y se convierten en seres imperfectos, que cometen errores y pueden ser injustos con nosotros. La alegría, que simbólicamente había llevado el mando casi todo el tiempo en la vida de la joven, tiene que empezar a conceder relevos a la tristeza, a la ira, al asco y al miedo. Los recuerdos, casi todos felices, van tomando una apariencia agridulce y las fortalezas de la personalidad (la familia, los amigos, la diversión de los juegos...) se van derrumbando y dando paso a solares en construcción. La isla de la infancia va siendo invadida por las olas procelosas del mundo adulto. Así lo expresa Pete Docter, uno de los directores:

"Es una historia muy personal sobre lo que significa ser padres. Nuestro trabajo es servirles de guía en la vida. Es cierto que todos los padres quieren que sus hijos descubran el mundo. Pero yo soy feliz con lo que son ahora, aunque es una sensación agridulce porque sé que la infancia pasa muy deprisa. Esta es una de las claves de la película. (...) la burbuja de la inocencia infantil estalla y de repente estás en un mundo adulto en el que te juzgan y esperan que te comportes de otra manera. Quieres ser guay, pero la verdad es que no sabes bien lo que significa."

Finalmente los espectadores adultos (no sé si los niños), aprendemos la lección: aceptar la presencia de una cierta melancolía en nuestras vidas es signo de madurez, por lo que la alegría tendrá que aprender a trabajar más codo con codo con las demás emociones y mezclar sentimientos, mientras sentimos nostalgia del caudal de recuerdos almacenados en la infancia. Hay que celebrar que Pixar haya emprendido un proyecto tan arriesgado, reflexivo y original, cuyo único pero - y esto resulta paradójico - es la falta de emoción en algunos de sus episodios, aunque al fin y al cabo lo que pretenden es que nos sintamos reflejados en la experiencia de un ser humano corriente ante la primera gran crisis de su existencia. Y en este sentido, Del revés cumple sobradamente las expectativas de los adultos. Habría que preguntar al público más infantil acerca de sus impresiones tras ver la película.

jueves, 16 de julio de 2015

ALTA FIDELIDAD (1995), DE NICK HORNBY Y DE STEPHEN FREARS (2000). LA MÚSICA DE TU VIDA.

Muy entretenido mi primer acercamiento a la obra de Nick Hornby, un autor que sabe hablar a los lectores de su tiempo, con una escritura sencilla y repleta de humor. Me ha hecho recordar una época en la que escuchaba mucha más música que la actual... o al menos en la que la escuchaba de otra manera, más trascendente. Ahora, como en muchas otras cosas, uno es incapaz de darle más de una oportunidad a un álbum o grupo. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/07/alta-fidelidad-de-nick-hornby.html

lunes, 13 de julio de 2015

HACIA RUTAS SALVAJES (1996), DE JON KRAKAUER Y DE SEAN PENN (2007). LA LLAMADA DE LA NATURALEZA.

Durante casi toda su historia la especie humana ha vivido inmersa en la naturaleza. Solo en los últimos milenios nos hemos ido agrupando en ciudades cada vez más enormes, hasta llegar a considerarlas nuestro hábitat natural. Siempre ha habido quien ha hablado de las urbes como centros de corrupción, que dejan aflorar lo peor de las personas y abogan por un regreso a los orígenes. Pero en realidad la naturaleza no es pura ni benigna. Y el bienestar del ser humano le es indeferente. Quien se adentra en lo salvaje debe saber que la supervivencia es una cuestión muy dura y muchas veces se trata de matar o morir. En realidad la naturaleza no es tan sabia como dice el tópico. La evolución de las especies ha sido un proceso de millones de años, absolutamente cruel para aquellas que no son capaces de adaptarse a un medio muy hostil, en el que lo que ha imperado desde siempre es la muerte y el sufrimiento. Que el hombre se haya creado una forma de vida artificial y confortable no es más que la respuesta a dicha hostilidad. Y que al final la polución generada por nuestras urbes pueda acabar con la vida en la Tierra, no es más que una de las muchas paradojas a las que nos enfrentamos como especie.

Pero aquí debemos posar nuestra mirada en la historia de Chris McCandless, un joven que sintió con intensidad la llamada de lo salvaje y acabó perdiendo la vida cuando se enfrentó completamente solo a una exigente prueba de supervivencia. Desde niño (McCandless murió con solo veinticuatro años), se había sentido fascinado por los tres autores que marcaron su vida: Tolstoi, que le enseñaría la importancia relativa de los bienes materiales (de hecho el joven llegó al extremo de quemar su dinero, para que su aventura fuera más emocionante), Thoreau, que despertaría su espiritualidad en relación con la naturaleza y Jack London, que estimularía sus deseos de aventura. De hecho, buena parte del peso de su mochila estaba conformado por libros, lo que dice mucho de su personalidad.  Las siguientes palabras que escribió, le definen muy bien:

"Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar su situación porque se las ha condicionado para que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el conformismo. Tal vez parezca que todo eso nos proporciona serenidad, pero en realidad no hay nada más perjudicial para el espíritu aventurero del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distinto cada día."

McCandless nació en una familia acomodada, aunque desde muy temprano despreció las ventajas que le otorgaba dicha posición. Cuando descubrió algunos episodios del pasado de su padre, decidió que era justo romper con él, aunque nunca le comunicara los motivos. Es muy posible que esa fuera la razón por la que no se comunicó con su familia cuando emprendió el último de sus viajes, el que habría de llevarle a su soñada Alaska. Si algo hubiera que reprocharle a McCandless, sería precisamente eso, el inmenso sufrimiento que causó a sus seres queridos con su actitud:

"Muchos aspectos de la personalidad de Chris confundían a sus padres. Podía ser generoso y cariñoso en extremo, pero también tenía un lado oscuro, caracterizado por la monomanía, la impaciencia y el ensimismamiento, rasgos que parecieron intensificarse durante el tiempo que estuvo en la universidad."

Quienes lo conocieron mientras peregrinaba en la carretera coinciden en retratar a un muchacho inteligente y generoso, alguien dotado de cualidades excelentes y con un discurso tan elocuente que podía cambiar el rumbo de la vida de algunas de las personas con las que se encontraba. Por otra parte, también era alguien tozudo y demasiado seguro de sí mismo, lo que derivaba en una imprudencia endémica que, si no le hubiera costado la vida en Alaska, seguramente se hubiera cobrado su precio más tarde. 

Jon Krakauer empezó a investigar la historia de Chris McCandless a través del reportaje que se le encargó escribir para la revista en la que trabajaba. Pero la historia le resultó tan atractiva que dedicó muchos meses a investigar en profudidad su biografía y las circunstancias que le llevaron a una muerte tan trágica, visitando los mismos lugares que él visitó,  entrevistando a quienes le conocieron y tratando de rellenar las inevitables lagunas de su viaje. Para muchos, que habían escrito a Krakauer a raíz del primer reportaje,  McCandless no es más que el último eslabón de una larga lista de personas imprudentes que, sin saber medir sus fuerzas, creen que pueden desafiar a una naturaleza que acaba cobrándose su tributo. De hecho Krakauer expone algunas historias parecidas protagonizadas por otros personajes, para acabar hablando de sí mismo y de su juventud, muy parecida a la de McCandless, por lo que no puede dejar de comprender los sentimientos de su biografiado, rompiendo una lanza en su defensa.

Es muy posible que el protagonista de Hacia rutas salvajes fuera un ser tan magnético y carismático como lo retrata Sean Penn en la versión cinematográfica. Alguien que podía ser la persona más sociable del mundo, pero que no podía pasar mucho tiempo en compañía de otros: necesitaba su dosis de soledad como una droga y la soledad más profunda solo podía proporcionársela la naturaleza más remota. Respecto a lo que sintió realmente McCandless en sus últimos días, cuando supo que su muerte era inevitable, solo podemos especular. Pero sí que tenemos la oportunidad de reproducir un pasaje que subrayó en la última de sus lecturas, El doctor Zhivago, de Boris Paáternak:

"¡Cuánto deseo a veces escapar del aburrimiento sin sentido de la elocuencia humana, de todas esas frases sublimes, y refugiarme en la naturaleza, en su sonoridad en apariencia tan inarticulada, o en el mutismo de un trabajo largo y agotador, del sueño profundo, de la música auténtica o de una comprensión humana que no necesite palabras, sino sólo emoción!"

sábado, 11 de julio de 2015

ASIGNATURA PENDIENTE (1977), DE JOSÉ LUIS GARCI. EL MITO DE LA TRANSICIÓN.

Repasando los imprescindibles documentales que Victoria Prego realizó sobre la Transición española, uno advierte la ingenuidad y la inocencia de la que estaban dotados buena parte de nuestros compatriotas en la época. Cuando un periodista salía a la calle a encuestar a la gente sobre algún tema político, la mayoría se inhibía, no sabía que decir o respondía alguna barbaridad pero, eso sí, tomándose la atención al entrevistador casi como un deber ciudadano. No se sabía nada o se hacía como que no se sabía, pero en el fondo de todo esto había un anhelo de aprendizaje, de mejora. Hoy día seguimos sin saber, pero no somos tan retraídos, por lo que no nos importa exhibir nuestra ignorancia e incluso estamos orgullosos de ella. De la oportunidad de cambio que traía la democracia, se aprovecharon muchos, pero la mayoría siguieron con sus vidas y sus trabajos (los que no lo perdieron), pero no se produjo el necesario esfuerzo colectivo por dotar a este país de su gran carencia histórica: una sociedad civil ilustrada e influyente.

José, el protagonista de Asignatura pendiente, es un buen representante de una tipología social de la España de la época. Abogado laboralista (lo que inevitablemente nos remite a la matanza de los abogados laboralistas en Atocha, perpetrada en enero del año del estreno de la película), es un hombre comprometido en la lucha contra el franquismo, pero trata de exponerse en la misma lo menos posible. Lo suyo es ayudar a quienes sí se arriesgan, ya que en aquellos tiempos tenebrosos, lo laboral y lo penal estaban estrechamente unidos. José es un hombre felizmente casado, pero parece más enamorado de su trabajo que de su mujer. Un día, precisamente la jornada histórica en la que Franco iba a ofrecer su último y patético discurso en la plaza de Oriente, encuentra por casualidad a su primera novia, Elena, una mujer atrapada en un matrimonio gris y aburrido y, después de un par de citas clandestinas, le propone que hagan el amor, terminar la asignatura pendiente, que les dejó un tiempo mucho más represivo. Sorprende la facilidad con la que José engaña a su ingenua mujer, inventándose viajes de trabajo y hablando por teléfono con Elena delante de ella con torpe disimulo, sin que albergue la más mínima sospecha acerca de la fidelidad de su marido.

José acaba viviendo dos existencias paralelas, dividiendo su tiempo entre la convivencia con su amante y con su mujer. Ambas se vuelven igualmente rutinarias. La ilusión del principio se ha convertido pronto en monotonía, en problemas y reproches. Mientras tanto España también está cambiando. Franco muere y el país entra en una etapa de incertidumbre que coincide con la que estaban viviendo los espectadores de la época. ¿Los anhelos de libertad van a volverse pronto rutina? Quizá la historia sea la misma que la de Elena y José: la felicidad de lo novedoso podría transformarse en una aplastante apatía, tal y como él había vaticinado al principio. Es posible que en este país haya sucedido algo parecido, que todo cambiara presuntamente en aquella época, para que todo siguiera igual, que los privilegiados siguieran siendo los mismos y la gente corriente todavía no haya llegado a la mayoría de edad que se supone a una sociedad madura. 

Garci realizó una acertada crónica de las ilusiones y miedos de los españoles de hace cuarenta años que, vista hoy, a pesar de haber envejecido mal en algunos aspectos (como algunos diálogos demasiado artificiosos, sobre todo al final), puede servir de instrumento para que hagamos balance y reflexionemos acerca de lo que ha cambiado y lo que sigue igual en este país.

miércoles, 8 de julio de 2015

TODAS LAS NOCHES SE OYERON DISPAROS (2015), DE MIGUEL RAMOS MORENTE. EL TIEMPO DE LOS ASESINOS.

Érase una vez un pueblecito llamado Alameda, enclavado en el centro de Andalucía, entre las provincias de Málaga, Sevilla y Córdoba. Con una economía basada fundamentalmente en la explotación del olivar, la vida era dura. Como en tantos otros lugares, el trabajo dependía de la voluntad y el capricho de los propietarios de la tierra. El jornal era escaso y el hambre siempre estaba acechando en los hogares más humildes: había muchas bocas que alimentar y pocos recursos. Poco a poco al pueblo fueron llegando aires de cambio y la gente empezó a organizarse: aparecieron sindicatos y partidos políticos. Muchos empezaban a creer en escenarios utópicos en los que la tierra se repartía equitativamente entre todas las familias. La Segunda República fue una bocanada de aire fresco en estas calurosas tierras. A pesar del conflicto político permanente, la esperanza de mejoras para el obrero era algo siempre presente en todos los debates. El dieciocho de julio de 1936 estas esperanzas se vinieron abajo: la sublevación de muchos militares contra la República obtuvo un éxito parcial en Andalucía, pero pronto amenazó a todos los pueblos del entorno de Alameda.

Antes de esto, en el pueblo han sido posibles biografías tan sorprendentes como la de Manuel Romero Luque, gran aficionado a la lectura desde joven, estudiante de Magisterio por las noches e interesado en todas las formas de conocimiento. Queriendo mejorar la vida de sus vecinos, montó una escuela elemental en su propio domicilio. Además era aficionado al teatro y escribió algunas obras de este género literario, representándose las mismas por un grupo de actores aficionados dirigidos por él mismo. Siempre decía que "la única batalla que vale la pena es la del conocimiento" y su mayor sueño era acabar con el analfabetismo secular de aquellas tierras. También era vegetariano y, a la manera de Thoreau, un atento observador de la naturaleza. Su militancia en las Juventudes Socialistas le costó la vida a este hombre incapaz de matar a una hormiga.

Porque si echamos una mirada al pequeño periodo (un mes escaso) en el que una comisión de líderes políticos y sindicales gobernó Alameda desde el 18 de julio hasta la llegada de las fuerzas del general Varela, el pueblo puede sentirse orgulloso de no haber ocasionado ni una sola muerte entre los que se consideraban enemigos de los trabajadores. Hubo saqueos, quema de imágenes religiosas, humillaciones, maltratos e insultos, pero jamás se permitió cruzar la línea del asesinato, algo que jamás fue tomado en cuenta por la justicia franquista, decidida a llevar a cabo una política de depuración y venganza implacable. Alameda tuvo la mala suerte de ser un pueblo ocupado desde prácticamente los primeros momentos de la Guerra Civil, cuando más condenas a muerte se dictaban. Cualquier testimonio de las personas de bien era suficiente para condenar a un hombre. El que hubiera militado en partidos republicanos o de izquierda era automáticamente considerado enemigo y su destino más probable en aquellos días trágicos era el fusilamiento: 

"Era una Alameda áspera, dura, trágica, azotada por el hambre, donde ser pobre era motivo de sospecha y persecución. Una Alameda paralizada por el miedo a lo sufrido, donde estallan las acusaciones y en la que los vencedores no conocen límites en su intento de aniquilar a los derrotados. Eran momentos en los que la vida dependía de un hilo, de una envidia, de una delación. Tiempos propicios para las flaquezas y los resquemores, capaces de agrietar los sentimientos, en los que un dolor se une a otro dolor. Es la hora de vengarse de viejas ofensas recibidas. Tiempos para el terror y la estulticia."

Todas las noches se oyeron disparos rinde homenaje a todos y cada uno de los represaliados en Alameda, muchos de los cuales - historias que se repiten a lo largo de toda la geografía nacional, para nuestra vergüenza - aún se encuentran enterrados en fosas comunes. A pesar de las leyes de Memoria Histórica y similares, este país todavía no ha superado del todo un episodio tan lejano en el tiempo como suscitador de profundas emociones. Gentes como Manuel Romero, José Lozano, el laterillo o Dolores la Riega y tantos otros merecen ser recordadas como protagonistas y víctimas de un tiempo de depravación e injusticia extrema que se cebó con los más desfavorecidos, que habían tenido la insolencia de soñar con tiempos mejores. La represión llevó a un largo tiempo de silencio en el que los propietarios de las flechas imponían los yugos a las clases más humildes, para que trabajaran y pasaran hambre sin rechistar. Además debían ser testigos mudos de algunos episodios dignos de pasar a la historia universal de la infamia: 

"Con los ojos cerrados veo la pira de libros que arde en la puerta del centro obrero, saqueado por una horda incendiaria que terminará por arrojar todos los volúmenes de su biblioteca al fuego. Un fuego que alcanza ya la altura de los tejados de la calle Álamos y oscurece el cielo de Alameda. Junto a los libros de Tolstoi, Dickens, Gorki, Cervantes, Baroja, Blasco Ibáñez, Galdós, Víctor Hugo, Bakunin, Marx, Engels o Kropotkin, arden los retratos del líder socialista, Pablo Iglesias, del presidente Azaña, de los capitanes de Jaca, Fermín Galán y Ángel García Hernández, estampas con la alegoría de la República, la efigie de la Marianne y las banderas sindicales de los gremios obreros. (...) La quema pública de libros emprendida por los cachorros del fascismo prendió otras hogueras, éstas encendidas en el interior de muchas casas donde la gente fue arrojando en el fondo de los pozos los libros que creían sospechosos, quemaban postales, cartas, fotografías, dedicatorias, gorros frigios, todo ello en medio del vértigo enloquecido desatado por los vencedores. El fuego quema las palabras escritas y enciende la infamia. Va cayendo la noche y Alameda se hace oscura. Ya no quedan libros raros que quemar. Con los ojos cerrados oigo las palabras del poeta alemán Heinrich Heine: "Allí donde queman libros, acaban quemando hombres".

Por supuesto que se quemaron hombres. Y junto con sus restos, se intentó hacer desaparecer su memoria. Libros como el de Miguel Ramos Morente, una lectura realmente estremecedora, del que tuve la suerte de asistir a su presentación, son necesarios para recordar. Para recordar que hasta en los más humildes puntos de la geografía nacional hay historias dignas de ser contadas, que no deben perderse en el olvido. Recuperar la memoria histórica no debe servir para vilipendiar a nadie, sino para conocer la verdar estricta de los hechos, que siempre debería ser la tarea del historiador. Lo que sucedió en Alameda en aquellos días no es más que un reflejo de lo que estaba sucediendo en demasiados lugares en ese mismo momento y que poco después acabaría ocurriendo en toda Europa. Reflejo aquí el hermoso y terrible poema El enemigo, de Mahmud Darwix con el que se abre el volumen:

Los asesinados no se parecen.
Cada uno tiene sus rasgos propios,
su propia talla, sus ojos, un nombre y una edad
diferente.
Son los asesinos los que se parecen.
Son el mismo, repartido en artefactos metálicos.
Apretando botones electrónicos.
Mata y desaparece.
Nos ve y no lo vemos, no porque sea un fantasma,
sino porque es una máscara de acero imperturbable...
Sin rasgos, sin ojos, sin edad, sin nombre.
Él, él es el que ha elegido tener un solo nombre:
el enemigo.

martes, 7 de julio de 2015

UN VERANO CON MÓNICA (1953), DE INGMAR BERGMAN. CUANDO HARRY ENCONTRÓ A MÓNICA.

La vida es un don que viene sin manual de instrucciones. Nacemos sin experiencia alguna y en muchas ocasiones solo se aprende a través de los errores. Además, hay una eterna lucha entre la razón y el instinto y en cuestiones sexuales, la victoria suele decantarse hacia el segundo, sobre todo cuando somos jóvenes. Esto es lo que le sucede a Harry Lund, un muchacho trabajador de Estocolmo, cuando conoce a Mónica, una adolescente hastiada de su labor en un almacén, donde el acoso a una mujer atractiva como ella es una práctica común. Mónica es una soñadora optimista y quiere escapar de su opresiva realidad, porque tampoco en casa encuentra acomodo, una vivienda masificada gobernada por un progenitor borracho. Harry puede ser una vía de escape: basta con dejarse llevar por el sentimiento amoroso y la vida empezará a tene sentido. Pero para eso hay que huir de la ciudad y pasar el verano en el campo. Solos los dos, rompiendo radicalmente con el trabajo y con la familia.

Y ellos pasan un verano maravilloso, los instantes de mayor felicidad en sus vidas: sin obligaciones, entregados a la holganza y al erotismo. Ojalá la entera vida fuera así, luminosa y plena de libertad. Pero las sombras de la realidad van cerniéndose poco a poco sobre el amor de los dos jóvenes. El dinero se acaba y también llega cierto hastío, porque también lo novedoso acaba trocándose en cotidiano. Hay problemas, hay discusiones y, lo peor de todo, ella queda embarazada. El paraíso se convierte en purgatorio. Hay que volver a la realidad, buscar trabajo, organizar una existencia en el Estocolmo del que huyeron hace apenas tres meses: el brutal desencanto de los locos sueños juveniles. La luz poderosa del verano se transforma en la oscuridad del invierno. A propósito de Un verano con Mónica, escribió Terenci Moix en La gran historia del cine:

"(...) espacios exuberantes, potenciados por una fotografía luminosa, son características de actitudes vitales y periodos de realización plena; así la culminación erótica de Un verano con Mónica. En este filme, que tuvo el valor de escandalizar a Europa, la pareja protagonista pasa de una realidad urbana mediocre y agobiante a los esplendores de la naturaleza, transmitidos mediante una estética propia de producto naturista, pero ampliamente evocativa de una atmósfera de erotismo liberado y, lo que es más importante, de los fugaces esplendores de la juventud."

Godard dijo que "solo Bergman puede filmar a los hombres tal y como las mujeres los aman, pero los odian, y a las mujeres tal y como los hombres las odian, pero las aman". Un verano con Mónica contiene un mensaje cruel, porque las esperanzas de felicidad juveniles son efímeras. Pero haber alcanzado esos momentos de dicha absoluta ya es un triunfo. Quizá un desencantado Harry pueda pensar que al menos los recuerdos de ese verano merecen la pena.

THREADS (1984), DE MICK JACKSON. EL LARGO Y FRÍO INVIERNO NUCLEAR.

El gran miedo de nuestro tiempo es ser víctima de un atentado terrorista, una acción violenta que llega sin previo aviso y que puede ocurrirle a cualquiera en cualquier parte. Hace tres décadas el gran miedo de occidente tenía un cariz un poco distinto: la posibilidad cierta de una guerra nuclear entre las dos superpotencias. Revistas como Muy interesante, ofrecían amplios dossieres acerca de cómo sobrevivir a la explosión y organizar la próspera existencia que vendría tras ella. En este sentido también aparecieron algunos documentales y películas para televisión, que seguramente no eran muy apreciadas por las autoridades, por la ansiedad que podían crear en la población. La más conocida de ellas es El día después (Nicholas Meyer, 1983), pero también es muy interesante asomarse a esta Threads, porque, sin llegar a ser una gran obra, sí que se trata de una de esas películas que recogen el espíritu de una época.

El incidente con el empieza la Tercera Guerra Mundial en Threads comienza con la entrada de tropas soviéticas en Irán, pero eso no es más que una anécdota. Lo relevante es que todo termina con un ataque nuclear a nivel mundial que - suponemos - arrasa con todas las grandes ciudades del planeta. Aquí se nos muestran las consecuencias de la explosión de varias bombas termonucleares sobre la ciudad de Sheffield, en Gran Bretaña, que alberga una base de la OTAN: la tensión de los habitantes antes de que todo comience, que deriva en pánico y saqueo de establecimientos y por fin el ataque, que provoca en un primer momento cientos de miles de víctimas y que poco a poco irá sumando muchas más. 

Lo que más me gusta de la película televisiva de Mick Jackson es la frialdad con la que está rodada. Hay un par de familias protagonistas, pero no existe ningún héroe entre ellas, todos sus miembros son víctimas pasivas de los acontecimientos y son sobrepasados por un horror mucho peor que el de Hiroshima o Nagasaki, puesto que los habitantes de Sheffield no pueden esperar recibir ayuda del exterior, ya que todo el país ha retrocedido a la era medieval en unos minutos. Threads está rodada en un tono semidocumental e instructivo, haciendo uso abundante de textos explicativos que nos informan de las condiciones imperantes en la ciudad: número de víctimas, escasez de alimentos, abundancia de enfermedades y destrucción de edificios. Además no ahorra críticas al propio gobierno británico, que carece de infraestructuras para enfrentar una situación semejante. El frágil orden es mantenido por un puñado de soldados que reparten los escasos alimentos almacenados, pero el caos y la anarquía asoman amenazantes en el horizonte.

Al final incluso podemos echar un vistazo a la vida de los pocos supervivientes y sus hijos una década después de los ataques. Se trata de una sociedad desoladora, en la que casi ha desaparecido la agricultura, casi todos los adultos están enfermos y los niños son seres semisalvajes que apenas conocen algunos términos básicos de comunicación. La cultura humana y el medio ambiente en el que siempre ha vivido han quedado arrasados. El futuro de la especie es incierto... Podemos estar agradecidos de que la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética nos ahorrara un panorama semejante, aunque estuviéramos a punto de experimentarlo en un par de ocasiones.

viernes, 3 de julio de 2015

EL SHA O LA DESMESURA DEL PODER (1982), DE RYSZARD KAPUSCINSKI. EL HOMBRE QUE LO TENÍA TODO, TODO, TODO.

Los libros de Ryszard Kapuscinski tienen algo especial. Además de ser el testimonio de uno de los mejores periodistas del siglo XX, viajero y aventurero como pocos, constituyen un completo fresco, muy reflexivo, acerca del ser humano y sus miserias. Kapuscinski posee la cualidad del testigo que es capaz de hacer notar al lector hasta el más mínimo detalle de los acontecimientos que describe y ponderar su importancia para el desarrollo de hechos posteriores. Leer al autor polaco es un auténtico placer, imprescindible si se quiere, no solo conocer, sino también comprender en profundidad episodios clave del siglo pasado o las formas de vida en distintos países, sobre todo del Tercer Mundo.

En El sha, el autor no traza un relato lineal de los hechos que narra, sino que va analizando distintas fotografías, notas recogidas a pie de campo o testimonios y a partir de ellos desarrolla una historia que, tristemente, se repite en muchas naciones, aunque en cada una de ellas posea matices distintos. Durante casi cuatro décadas, Mohammad Reza Pahlevi fue el soberano absoluto de Irán, estableciendo un gobierno basado en el culto a la personalidad y en el enriquecimiento desmesurado de una pequeña parte de la población, frente a la miseria de la mayoría. Jamás dudó en reprimir los brotes de descontento masacrando a los manifestantes a través de la policía o el ejército. Gobernó siempre tratando de hacer progresar al país por la vía rápida, comprando compulsivamente toda clase de bienes y material militar, gracias a los ingresos del petróleo, un maná, que se preveía inagotable, de dinero fácil:

"Y es que el petróleo crea la ilusión de una vida completamente diferente, una vida sin esfuerzo, una vida gratis. El petróleo es una materia que envenena las ideas, que enturbia la vista, que corrompe. La gente de un país pobre deambula pensando: ¡Ay Dios, si tuviéramos petróleo…! La idea del petróleo refleja a la perfección el eterno sueño humano de la riqueza lograda gracias a un azar, a un golpe de suerte, y no a costa de esfuerzo y de sudar sangre. Visto en este sentido, el petróleo es un cuento y, como todos los cuentos, una mentira. El petróleo llena al hombre de tal vanidad que éste empieza a creer que fácilmente puede destruir ese factor tan resistente y reacio que se llama tiempo. Teniendo el petróleo, solía decir el último sha, en el período de una generación ¡crearé otra América! No la creó. El petróleo es fuerte pero también tiene sus puntos débiles: no sustituye a la necesidad de pensar, tampoco sustituye a la sabiduría. Una de las cualidades más tentadoras del petróleo y que más atrae a los poderosos es que refuerza el poder. El petróleo da grandes ganancias y, al mismo tiempo, no crea graves conflictos sociales porque no genera grandes masas de proletariado ni tampoco importantes capas de burguesía, con lo cual un gobierno no tiene que compartir las ganancias con nadie y puede disponer de ellas libremente, de acuerdo con sus ideas o como le dé la gana."

Durante algunos años, sobre todo en los setenta, cuando los precios del petróleo subieron desmesuradamente, a Irán llegaron toda clase de bienes de equipo para construir fábricas, de vehículos y de productos de lujo, además del armamento más avanzado del momento. Reza pretendía, a través del programa de la Gran Civilización, llegar a ser la tercera potencia mundial. La cruda realidad fue que gran parte de este material se perdió por la falta de infraestructuras en el país para conservarlos, la ausencia de puertos capaces de absorber el enorme tráfico marítimo generado por tanto pedido y asimismo la mala calidad de la red de carreteras del país. Además, el país carecía de todos los especialistas, ingenieros o conductores necesarios para poner en marcha tan ambiciosos planes. Ni siquiera en el ejército existía personal capaz de manejar armas tan sofisticadas. Así que hubo que traer a una gran cantidad de extranjeros, que cobraban sueldos desmesurados en relación a los iraníes, otro motivo de gran descontento con el régimen. Mientras tanto, alrededor del sha se organizaba entre los privilegiados un mercadillo privado de corruptelas, negocios y prebendas, en el que el objetivo último era la ostentación más descarada de riqueza, lujo y poder.

El gran pilar que sostenía el gobierno del sha era la temible policía secreta, la Savak. La Savak era una institución oculta y a la vez omnipresente en la vida de los habitantes de Irán. Cualquiera podía ser un savakista o un informador, por lo que el mero hecho de mantener una conversación ya era peligroso. Cualquier alusión, aunque fuera inocente o metafórica (o que pudiera interpretarse como tal) al malestar que provocaba el régimen, era duramente reprimida. Mucha gente desaparecía y era sometida a horribles torturas, muchos de ellos por mero capricho de sus verdugos. Este miedo constante provocaba un clima parecido al que podía vivirse durante el nazismo, el estalinismo, la Rumanía de Ceaucescu, la República Dominicana de Trujillo o la Alemania comunista, entre otros muchos tristes ejemplos. Había que elegir muy bien las palabras que se utilizaban en cualquier diálogo:

"La experiencia les había enseñado que debían evitar pronunciar en voz alta palabras como agobio, oscuridad, peso, abismo, trampilla, ciénaga, descomposición, jaula, rejas, cadena, mordaza, porra, bota, mentira, tornillo, bolsillo, pata, locura, y también verbos como tumbarse, asustarse, plantarse, perder (la cabeza), desfallecer, debilitarse, quedarse ciego, sordo, hundirse, e incluso expresiones (que comienzan por el pronombre algo) como algo no cuadra, algo no encaja, algo va mal, algo se romperá, porque todos estos sustantivos, verbos, adjetivos y pronombres podrían constituir una alusión al régimen del sha, por tanto eran un campo semántico minado que bastaba pisar para saltar por los aires. Por unos instantes (pero pocos) la duda asaltó a la gente de la parada: ¿no sería el enfermo también un savakista?, porque ¿el que hubiera criticado al régimen (ya que en la conversación había usado la palabra sofocante) no querría decir que tuviese permiso para criticar? Si no estuviese autorizado a hacerlo, se habría quedado callado o hubiese hablado de cosas agradables, por ejemplo de que hacía sol o que el autobús iba a llegar de un momento a otro. Y ¿quién tenía derecho a criticar? Sólo los de la Savak, que de ese modo provocaban a los incautos charlantes para después llevárselos a la cárcel. El miedo omnipresente trastornó muchas cabezas y despertó tales sospechas que la gente dejó de creer en la honestidad, en la pureza y en la valentía de los demás."

Ante este panorama, mucha gente optaba por buscar refugio en las mezquitas, el único lugar donde podía obtenerse un poco de paz de espíritu y donde fue fermentándose la revolución que se personificó en el ayatolá Jomeini, que llevaba en el exilio desde 1964. Fue una revolución sangrienta, repleta de masacres, pero alimentada por el fervor religioso de unos y la esperanza democrática de otros. El sha huyó hacia su exilio dorado y al final se estableció una república teocrática, algo que debió desesperar a los seguidores del fallecido dirigente democrático Mohammad Mosaddeq y a quienes habían soñado con un Irán verdaderamente moderno, laico y garante de la justicia social. Al pueblo iraní le esperaban nuevos sufrimientos y horrores, como la guerra con el vecino Irak, como si de una maldición bíblica se tratara. Pero esa es otra historia... 

jueves, 2 de julio de 2015

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN JULIO. ¿CUÁL FUE TU PRIMERA VEZ?

Una de las primeras conversaciones que mantuvimos en nuestra tertulia Fahrenheit 154 se basó en tratar de evocar como empezó cada uno de nosotros a aficionarse a la lectura y qué libro era el primero que recordaba haber leído. Por supuesto, hubo respuestas para todos los gustos, pero todos coincidimos en la importancia que tiene tener en casa algunas estanterías con libros que llamen la atención al niño. Si es posible, que sean uno de los centros de la vida hogareña, destronando al televisor (qué herejía acabo de escribir aqui...) y que los padres practiquen el hábito de la lectura con naturalidad. Aunque sea por imitación, es posible que el niño acabe aficionándose a los libros también. Un futuro aficionado incondicional a los clubes de lectura, que este mes de julio, como es tradicional, disminuyen en número, pero no en calidad.

Los clubes de lectura de Más Libros Libres pueden consultarse aquí:

http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-en-mas-libros-libres-en-julio/

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una novela que se convirtió en una estupenda película de Stephen Frears: Alta fidelidad, de Nick Horbny.

En el club de lectura de Fnac Málaga, una curiosa novela acerca de lo que sucedería si Hitler se despertara en nuestro tiempo: Ha vuelto, de Timur Vermes.

En el club de lectura de la librería Luces,  El amigo del desierto, de Pablo d´Ors, acerca de la aventura interior del ser humano y la poética del vacío.

Y por fin, en nuestro veterano ciclo Literatura y cine, celebraremos una interesante tertulia en torno a una de las últimas obras de uno de los grandes directores de nuestro tiempo: El escritor, de Roman Polanski, la película definitiva en torno a los negros literarios.

Aguanten la ola de calor con un buen libro entre las manos... ¡Felices lecturas!

miércoles, 1 de julio de 2015

EL AVIADOR (2004), DE MARTIN SCORSESE. HUGHES, UN HOMBRE Y SUS SUEÑOS.

En el breve prólogo de El aviador, en el que podemos contemplar una escena de la infancia del protagonista, la madre de Hughes lo baña, mientras lo alecciona respecto a las obsesivas normas de higiene que iban a marcar el resto de su existencia: el peligro constante de los gérmenes, la posibilidad de tener que establecer cuarentenas para evitar contagios. El mundo como un lugar hostil, con el que deberiamos relacionarnos idealmente detrás de un traje aislante, que nos impidiera nuestra relación cotidiana con virus y bacterias.

No obstante, en su juventud Hughes supo disimular estas obsesiones y se convirtió en uno de los playboys más míticos de Estados Unidos, relacionándose con actrices como Ava Gadner, Bette Davis, Rita Hayworth y Olivia de Havilland, entre otras muchas representantes de la época dorada de Hollywood, aunque quizá la relación más profunda fue la que mantuvo con Katharine Hepburn, que siguió siendo su amiga fiel después de su ruptura sentimental. Scorsese nos presenta a Hughes en su plenitud, volcado en un proyecto que aunaba sus dos grandes pasiones, la aviación y el cine, el mítico filme Hell´s Angels (1930), un prodigio técnico para la época, cuya realización le llevó cuatro largos años.

Pero si por algo quería ser recordado el magnate era por sus aportaciones innovadoras al desarrollo de la aviación, una industria en auge durante la Segunda Guerra Mundial. Precisamente el incumplimiento de algunos contratos con el Ejército le llevó a ser investigado por el Congreso, aunque Hughes supo defenderse con vehemencia. El episodio de su pasión por la aviación que habría de marcarle verdaderamente se produjo el 7 de julio de 1946, cuando estrelló, durante una prueba, el prototipo de avión espía en el que estaba trabajando. El accidente fue terrible y estuvo a punto de acabar con su vida. La modélica planificación con la que Scorsese nos muestra el episodio - en la que casi podemos sentir el dolor de las heridas del protagonista - es un ejemplo de por qué el neoyorkino es uno de los mejores directores de cine de todos los tiempos. 

A partir del accidente y después de una larga y penosa recuperación la vida de Hughes se volvió mucho más sombría. Pasaba largos periodos de tiempo aislado, dominado por sus obsesiones y por una progresiva locura que ya no podía ocultar del todo en sus apariciones en público. El magnate se convirtió así en héroe y villano al mismo tiempo en la imaginación popular. Sus conquistas amorosas, su pasión innovadora en la ingeniería aeronáutica y la imagen que quería transmitir de hombre hecho a sí mismo (en este sentido es revelador el episodio en casa de la familia Hepburn), casa muy bien con el ideal del sueño americano. Pero todo esto convivía con un carácter irascible, obsesivo y egocéntrico. Además era un hombre absolutamente corrupto, capaz de pagar grandes cantidades para acallar voces críticas o librarse de ser juzgado en un oscuro episodio - que no se trata en la película - en el que atropelló a un peatón cuando circulaba a gran velocidad con su coche, visiblemente bebido. Un personaje sin moral, amigo de dictadores y que era capaz de cualquier artimaña para no pagar impuestos.

El aviador es un gran retrato de época y un vehículo de lucimiento para su estrella, Leonardo DiCaprio. Es una película extraordinariamente bien planificada, dinámica y entretenida, pero constituye un retrato imperfecto de Howard Hughes, una personalidad demasiado complicada, que vivió tantas vidas que es imposible reflejarlas todas en casi tres horas de película. A destacar, entre otros muchos elementos, la sugestiva interpretación de Cate Blanchett, que compone a una Katharine Hepburn muy creible, fruto seguramente de un trabajo interpretativo previo muy intenso.